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sábado, 15 de septiembre de 2012

SOBRE LA COMPLEJIDAD: HACIA LA NACIÓN 2.0 Y MÁS

Por Carlos Valdés Martín





Cuando nos encontramos con un tema complejo procuramos simplificarlo, de lo contrario resultaría inmanejable, casi por instinto de defensa (incluso, hasta reflejo de pereza), astutamente convertido en útil del razonamiento por Occam[1] y en método por Descartes[2]. Causa impresión que desde el siglo XIX la ciencia social y política intentó simplificar el tema nacional, para reducir la nación a pocos principios básicos y de preferencia a uno en exclusiva. La simplificación debe cuidarse en extremo, pues su mala factura provoca múltiples equivocaciones; la referencia perezosa a múltiples causas sin determinar también es perjudicial pues no conduce a nada, pues sustituye el pensamiento por la mera descripción. Por ejemplo, encorsetar el tema nacional (tan complejo social y cultural) dentro de la etnia cayó por la ladera resbalosa del racismo (la raza superior) y la reproducción del grupo quedó reducida a las simples cenizas, disfrazadas de sangre roja (o azul) y piel blanca (antagonista de la negra o de cualquier ficción de contaminación). Esa vertiente de “reducir demasiado aprisa y con error” ha dificultado el comprender. Además el método (que se repite, una y otra vez) y la sutileza de Marx en su ambición de una ciencia de la totalidad social decayó en reduccionismo[3], aunque contaba con la dialéctica (que pocos manejaban) y la referencia a la totalidad hegeliana (que ponían de cabeza, por tanto dejaba de ser tan útil y precisa[4]), y poseían una interesantísima referencia hacia la base económica, que no embonaba con las demás piezas del rompecabezas pues la nación jamás ha sido pura economía, además no la medía ni cuantificaba. La otra vertiente en los estudios de la nación ha sido su reducción al Estado nación, donde la identificación sencilla ha traído a un callejón sin salida del tema político, que es relevante cada vez que las naciones se oponen a sus Estados o cuando surgen fenómenos multinacionales, ahora tan en boga con la emigración, la red mundial de comunicación y las empresas trasnacionales. 

Alcanzar la complejidad en un modelo directo
Si el modelo de pensamiento usado es simple (en sentido estricto) entonces alcanzaremos la simplicidad y jamás comprenderemos la complejidad. La comprensión de la geometría surgió con una simplificación del espacio, al suponerlo en una especie de vacío y capaz de describirse bien con líneas rectas perfectas hacia cualquier dirección. Si se agrega más complejidad al modelo de la geometría, suponiendo un espacio curvo (lo cual es loable para visiones de física relativista o para el movimiento sobre la superficie terrestre, etc.) la comprensión se vuelve más compleja y pierde parte de su carácter intuitivo. Para describir el espacio no resulta suficiente comprender la línea recta, sino que nos obligamos a comprender también las curvas de todo tipo. Con el tema nacional la reflexión ha permanecido sumergida entre modelos demasiado sencillos para explicarla y, también, simplistas para negarla.
Cuando los antiguos intentaron comprender su sociedad política, recurrieron a la visión de un organismo (biológico), para establece un modo de acercamiento, sin embargo esta descripción ofrece un límite, pues la sociedad contiene una complejidad mayor. Esa complejidad tendemos a reducirla, achatarla y sobajarla, de tal modo que para los antiguos el rey encarnaba una cabeza mandando sobre los pies-súbditos. El ser humano posee mayor complejidad respecto del organismo animal, cuando agregamos su mente, con sus lados racional e irracional, con su entendimiento y su cultura simbólica, además de agregar el peso de la interacción social: en fin nos encontramos con una complejidad específica, pero cuando observamos el todo social o estatal, tendemos a apreciar esto cual si fuese una estructura-mecánica. De hecho, la máquina es muy importante como modelo de cierta complejidad menor, pero atractiva y desafiante para entenderla. Una parte de las discusiones de la teoría social, y con ella del tema nacional, se basan en las disyuntivas de reducción de lo personal y social al nivel de la estructura, que es el nombre teórico de la imagen maquinista (la gran ley o tendencia, que baja varios escalones del sistema complejo sin que decaiga en un simplismo).

La simplificación nacional y el patriotismo
Una parte importante del tema nacional se basa en la simplificación cuando la nación queda identificada como unificación pura (una e indivisible) y hace su espejo con el individuo, así establece una especie de relación matemática de función, donde existe la correlación entre la variable única del individuo, con el conjunto mayor y también único de la nación. Sin embargo, el tema de la madre patria demuestra la unidad de este simbolismo en su simplificación (una madre como individuo colectivo, meta-social) con su doblez, justo cuando se denomina como patria (término de origen masculino, para los romanos la herencia del padre), y lo que aparentaría formar una identidad simple y funcional, se convierte en un rompecabezas. Si fuera simple la identidad entre el individuo nacional y su nación, entonces resultarían innecesarios los estudios de este tema, sin embargo, resulta un doblez enorme: la identidad nacional no queda terminada por la ecuación de igualdad simple donde la suma de los mexicanos es igual a México y México es igual a la patria, en signos “todos los mexicanos”= México = patria”. En un ejemplo problemático, la ecuación queda detenida, y muchos compatriotas rompen su pacto originario cuando se comportan confusos o nada patrióticos, mientras los extranjeros resultan patriotas[5], entonces siempre hay una línea de fuga y se desdibuja la ecuación simple y de igualdad. Conforme el patriotismo es una elección, su presencia no es una simple emanación natural desde una nación, sino el gesto de voluntad concentrada de quien realiza el acto patriótico.
Debemos anotar que el operador de identidad simple (en matemáticas el signo =) es poderoso y eficaz. Permite una comprensión y doble vía con sentidos bien distintos. La opción donde la cadena larguísima de igualaciones va hilando a una enorme masa del tamaño de una sociedad o nación, por ejemplo imaginemos una sucesión de signos igual donde cada ciudadano representa un voto y entre ellos cuentan solamente uno, donde está la base de la democracia formal. La otra opción donde la igualación establece una relación única, por ejemplo, la nación mexicana con todos los mexicanos. A cualquier correspondencia cabe buscarle su fisura, incluso a la más tautológica, y por tanto, ejercer una crítica sobre esas identificaciones que también sirven para la “identidad psicológica” entre la persona y su grupo.

El engaño de la unidad biológica, la sangre y el racismo
En mi perspectiva la nación es una unidad de reproducción radicalmente distinta de la biológica, porque es una reproducción social con todas su complejidades, donde importa tanto el lenguaje como el alimento, la demografía como la economía, el sistema político con sus grupos sociales y los mitos fundacionales con la perspectiva de futuro. Lo que reproduce cada nación es al grupo integrado por una multitud de individuos con ciertas potencias alimentadas por su “contexto-nación”, su supra-reproducción. Esta reproducción está más allá de la biología, aunque esté ligada a la reproducción biológica del grupo. Justamente ver la unidad nacional como biológica, señala una antípoda del pensamiento complejo, pues es simplificar para establecer un lazo, que termina siendo cuerda para ahorcar. Es suficientemente conocida la vertiente racista del nacionalismo y el callejón sin salida al que desemboca, que no resulta práctico detallarla. Basta recordar que el cuerpo metaboliza de manera diferente a la reproducción de una sociedad. Si alguna reproducción significa el fenómeno de la nación, es la de cada sociedad.
El fracasos de las teorías racistas empujó para olvidar y dejar de lado el componente de lazos consanguíneos de las naciones, pero ese olvido sería omitir un aspecto del conjunto. El global se integra con todas las partes y ninguna desaparece en el devenir hacia el conjunto. Las poblaciones cuando permanecen juntas durante largos periodos, por fuerza terminan siendo parientes, por tanto comparten rasgos físicos o su material biológico, que ahora llamamos genoma. Pero la biología actúa lenta, mientras la cultura es rápida; la proximidad de poblaciones es más cultural y de metabolismo económico, que intercambio de genes. La sangre común fue una descripción metafórica que distorsionó al concepto científico[6], la proximidad racial se define por los genes, los cuales se comparten más al interior celular que por el parecido de la piel y los rasgos externos. 

La nación ¿sirve de modelo a la complejidad?
Al parecer los componentes míticos y políticos de la nación —por tanto su utilidad ideológica— no han permitido su empleo correcto para modelo de la ciencia social en el nivel de la complejidad. Para empezar abundan desacuerdos sobre la naturaleza de la nación; el acuerdo es más por la existencia de cada objeto nacional, aceptando a Francia y a Holanda como fenómenos nacionales y no aceptando a familias o regiones bajo esa definición.
Conforme la teoría de la complejidad adquiera un cuerpo teórico más robusto en  ciencia social se fortalecerá, hasta asimilar el concepto y modelo de nación en sus múltiples dimensiones. La nación es una modalidad de la sociedad, así como el mercado o la masa son otras caras de esa colectividad, el conjunto presenta diferentes densidades y nos permite observar distintas relaciones y facetas, según lo abordamos como agrupaciones de transacciones económicas en el mercado, como relaciones legales y de poder en el Estado, como convivencia inmediata en la masa, etc. En esta serie parecería que la masa ofrece el término más sencillo como mera agrupación inmediata de gente, sin embargo, en cuanto sistema psicológico y de relaciones culturales ya tiene sus complejidades (espectáculos de masas diseñados y efectivos únicamente en multitud como el circo romano o concierto “rockero” moderno).
La simple agregación no implica complejidad, para eso basta contar en mayor  número. Además de más elementos, importa la dificultad del sistema mismo. Una primera visión es el caos o el laberinto, donde la mente espontáneamente encuentra un desafío; aunque otra totalidad amigable como el territorio o la nación define otro tipo de laberinto que sea acogedor.
¿Dónde resulta la nación (en concepto global) especialmente amigable para aceptar la complejidad? En el aspecto que la nación es unidad de múltiples determinaciones y de distintos niveles de realidad. Por ejemplo, la relación entre nación y unidad lingüística posee su divergencia perpetua, acontecen líneas asíntotas, pues jamás las naciones son monolingües exclusivas. 

La realidad virtual nacional 2.0
La densa capa de emisiones luminosas y sonoras que nos moldean y permiten interactuar mediante mensajes crece de modo continuo… es la virtualidad avanzando cual bola de nieve para convertirse en avalancha sobre la ladera nevada. El antecedente remotísimo fue el mensaje dibujado en el muro de la caverna, pero ese tipo de medio corresponde más a la “capa cultural”, definida como el cultivo de una segunda naturaleza, que poco a poco nos humanizó; en otros términos, también la densidad de la economía fue engrosando, pues los objetos producidos y consumidos integran cultura[7]. Antes lo más específicamente cultural parecían los objetos que no satisfacían el consumo del cuerpo sino el mental, como adornos, literaturas y religiones. La capa virtual posee una consistencia derivada y anexa a la cultura, por ejemplo, el libro electrónico es una variedad del libro, la película en la televisión es una variedad del celuloide; por eso la fantasía de Borges, el poeta ciego, prefiguraba fenómenos de la realidad virtual como la web o el videojuego[8]. La densidad de las emanaciones electromagnéticas posee cualidades especiales, no reducidas a su medio técnico. En extremo importante produce la interacción entre personas y códigos computacionales, que hacen un juego de respuestas predefinidas de tal complejidad que parecen lenguajes inteligentes, capaces de jugar ajedrez o guiar máquinarias económicas o de guerra; en cierto sentido cristaliza el extremo del fetichismo tan denunciado y temido por el marxismo filosófico[9].
A primera vista, la nata planetaria de la realidad virtual está opuesta a la nación, como medio material de la globalización, aunque esta afirmación merece el bisturí de la duda. La comunicación más allá de las comunidades nacionales existe muchos siglos antes, varios idiomas han crecido transfronterizos y esto sucede desde antes de la virtualidad: el español para el imperio colonial y sus partes liberadas, el latín como lazo de la iglesia católica universalista, etc. Con el medio electrónico el alcance instantáneo de los mensajes es mundial, la red de redes corresponde a una lógica de expansión instantánea hasta el último pliegue del sistema de internet, las acotaciones de frontera resultan diques obsoletos que aún hay, o bien, son resultado del sistema de comunicación debajo de ese medio universal. En estricto sentido a los mexicanos no les interesa la moda indonesia y viceversa; la posibilidad de comunicación queda delimitada por la práctica del horizonte de intereses y de los lenguajes de base, la impenetrabilidad entre idiomas, que es horadada por sistemas de traductores simultáneos, aun así se mantiene algún estilo de incomprensión y el ámbito de los mensajes locales, sin intereses mutuos entre mexicanos e indonesios.
La nación se mantiene a pesar de la red de redes de comunicación y la creciente virtualidad del planeta, esto se debe a su consistencia interna. Tal sostenerse se comprueba con las naciones dentro de la Unión Europea, que no se disuelven con facilidad dentro del mercado común y su flujo de intereses. Habrá quien crea que las naciones son efecto pasajero o hasta una reliquia del particularismo[10], otros creemos que lo concreto (local, distinto, separado, reticente, resistente) no se disuelve con el encantamiento de lo universal (mercado mundial, globalización, imperio del dólar, red de redes). De facto, la nación misma adquiere su dimensión virtual, entonces la previa dureza de su discurso, el arsenal de sus nostalgias, la coherencia de sus habitantes y demás, también transitan por su integración hacia la nata virtual. Así, en el siglo XIX los llamados “pueblos sin historia”[11] —cuando carecían de Estado y de lengua literaria propios— se estaban disolviendo, amenazados con la integración multinacional dentro de imperios, ahora también algunos sectores nacionales que manifiestan escasez de virtualidad (débil sistema informático, lento internet, pobre investigación en sistemas computacionales, carencia de software…) sienten la presión de la amenaza, un gesto de extinción proveniente del exterior demasiado capitalista y anudado por las siglas www: la telaraña planetaria. Lo que en el siglo XIX fue la debilidad del sistema de comunicación de los pueblos sin lengua literaria (sin gramática propia, sin literatura popular…) ahora está en su debilidad de la virtualidad por escasez de productos informáticos.  Lo que antaño era la falta de una industria ahora es la debilidad de un sistema terciario informático, que resulta un “hándicap” para las naciones “atrasadas” que luchan por mantenerse y destacar en el tercer milenio.
En los siglos XVIII-XIX-XX, las naciones necesitaron de un Estado y de un sistema de comunicación con una lengua literaria (nacional), como respuesta tuvieron el resurgimiento de lenguas nacionales, el sistema de ediciones, ampliación de la educación universal y el Estado nacional. En los siglos XIX y XX, las naciones requirieron una economía con industrias y un fuerte mercado de productos, ahora requieren de fuertes sectores de servicios, con redes de ciberespacio y producción de contenidos multimedia; de otro modo, quedarían al garete.

Conclusión
La tarea actual para comprender a las naciones es superar ya esa visión premoderna, integrando la virtualidad en su comprensión. El avance más pujante y significativo es y será acordar su complejidad para comprender a cada nación como objeto complejo en sí mismo (trascender una estructura interactuando en otras), más allá del nivel organismo biológico y de multitud (a nivel de agregado). La nación incluye vida (cuerpos vivos) y sociedad (agregado colectivo, con sus relaciones específicas) y adosa sus componentes de reproducción, política y cultura. En fin, la nación siempre es un sistema englobando e interactuado con sistemas, afectado y moviéndose entre ellos, por tanto opera en la esfera de la complejidad.
Los intentos por simplificar demasiado el fenómeno nacional han fracasado; las tentativas por arrasar fronteras o cerrarlas también se han frustrado. Las experiencias pasadas de integración y desintegración acontecen sin que exista una interpretación razonable de lo sucedido Ya es tiempo de prever los procesos de integración y nacionalización en el marco de una sistema de economía y comunicación muy integrado. Las expectativas futuras no indican una desaparición del fenómeno nacional, pero sí hacen deseable su comprensión para desarrollar una estrategia de convivencia planetaria, que sea conforme a la complejidad de las naciones y su entrada en una fase de comunicación 2.0 o más.



 NOTAS:


[1] La famosa navaja de Occam que nos invita a reducir las causas de una explicación, de ser posible a una; lo cual trae un aroma a teología monoteísta, pero resulta servicial a aclarar las explicaciones. Convertido en pereza mental no lleva a considerar un único árbol como el bosque mismo, el caso cambiando al conjunto complejo, en fin, desapareciendo la complejidad.
[2] Según el Discurso del método se alcanza las mínimas partes, para manejarlas y luego reconstruirlas, pero la pereza mental no permite completar estas fases.
[3] En especial, el sometimiento de una teoría al interés político crea una supercarretera hacia la debacle mental, tal como se muestra con el ascenso del estalinismo. Cf. TROTSKY, La revolución traicionada y La internacional comunista después de Lenin.
[4] La dialéctica de Hegel avanza por grados de complejidad para comprender la realidad, eso queda clarísimo en la Fenomenología del Espíritu y todo su sistema. Sin embargo, su tesis era tan avanzada (y compleja) para su tiempo que no era visible, con lo cual su posible contribución para una visión de la complejidad quedó marginada, pues sus continuadores prácticos —que eran los marxistas— insistían en ponerlo de cabeza y convertirlo en materialismo unidimensional.
[5] Ejemplos de esos curiosos comportamientos aparecen en el anti-nacionalismo de los conservadores mexicanos del siglo XIX, aceptando la invasión francesa y trayendo al príncipe Maximiliano para gobernar México; la afiliación de Lorenzo de Zavala por la causa de Tejas, el sitio donde terminó su días; el ímpetu de Garibaldi por liberar fuera de su propia patria, cual peregrino del patriotismo electivo.
[6] Que las distorsiones resultaban funcionales para mantener sistemas de dominación entre grupos de rasgos distintos, en una lógica militarista, que aprovechaba la psicología y el miedo. Cf. REICH, Wilhelm, Materialismo histórico y psicoanálisis.
[7] Para Baudrillard, la posmodernidad trae aparejada una inversión del sistema donde el consumo se impone sobre la producción, el simbolismo devora la producción; lo cual no es estrictamente cierto, pero marca un síntoma importante. Cf. Baudrillard, Jean, El sistema de los objetos y El espejo de la producción.
[8] Los cuentos de Borges son clásicos, con El Aleph nos avisa de un ordenador conectado al universo; La biblioteca de Babel y El libro de arena anuncian la red y sus servicios de enciclopedia virtual; Tlön, Uqbar y Orbis Tertius anuncia la visión de otro mundo con leyes físico-mentales anómalas; Las ruinas circulares señalan hacia la creación del personaje circular del videojuego; etc.  
[9] Los efectos de separación (actos opuestos) entre las personas, se convierten en movimiento aparente de las cosas: precios, mercados, crisis, dinero, bolsa. Este conjunto alcanza un nivel superior de los productos del trabaja humano (toda cosa es producto del trabajo por principio) y parece moverse como cosa insuflada de vida autónoma, que por la realidad virtual alcanza su extremo: un mundo no habla con su propio código, como fetiche al que las personas siguen. Cf. Kósik, Karel Dialéctica de lo concreto y Gorz, Historia y enajenación. En ese sentido, el marxismo no cae por el muro de Berlín derribado sino por la oleada de la revolución de la computación. ¿O creen que es mera coincidencia? Cf. Toffler, Alvin y Heidi, El cambio del poder.
[10] Basándose en Benedict Anderson, algunos autores interesantes y serios coquetean con una construcción imaginaria (en el sentido lindando en la ficción) de las naciones, como BARTRA, Roger, La jaula de la melancolía. Otros, como Hobsbawm, cautelosos ante el nacionalismo de derechas y nostálgicos de un internacionalismo marxista añoran el decaimiento de las naciones.
[11] Tema cuestionado a Engels, por más que tuviera una sólida formación, Cf. Rosdolsky, Roman, Friederich Engels y el problema de los pueblos sin historia.

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