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sábado, 22 de septiembre de 2012

A CERCA DE LAS PASIONES DEL ALMA DE RENE DESCARTES. 2a Parte

Debido a la gran aceptación de este tema, estoy publicando la 2a. de tres partes de mi interpretación de la obra psicológica clave de René Descartes, Las pasiones del alma.

 Por Carlos Valdés Martín

Las funciones del alma Ya que las funciones corporales pertenecen a esos mecanismos descritos, las funciones del alma no están en sostener la vida, sino en los pensamientos (vistos en su sentido más amplio abarcando emociones, sensaciones e ideas), entonces “no queda en nosotros nada que debamos atribuir a nuestra alma, aparte de nuestros pensamientos, los cuales son principalmente de dos géneros, a saber: unos son las acciones del alma, otros son sus pasiones.” Por las acciones interpreta lo que proviene de nuestra alma, y las llama genéricamente “voluntades”, por cuanto corresponde a algo que hacemos nosotros, que reconocemos proviene de nuestro ser. Por las pasiones interpreta “todas las clases de percepciones y conocimientos que se encuentran en nosotros”, pero son recibidos, más que producidos por nosotros. Cuando Descartes indica pasiones equivale a recibir en el alma; cuando indica acciones equivales a generar algo el alma, como indican las “voluntades”. Finalmente, el objeto más preciso de su estudio serán las pasiones “del alma”, la cuales permanecen más cerca de una reflexión del alma para consigo, pues “se refieren particularmente a ella” , lo que ahora llamaríamos las emociones del alma, entonces la obra corresponde a una psicología moral: psicología (por sus causas) moral (por sus consecuencias).

  Manifestaciones de las funciones del alma: voluntad, memoria, imaginación, poder sobre las pasiones (acercamiento). Ya indicamos que la función activa del alma se manifiesta en voluntad, lo que se quiere, sin embargo, la acción ligada a la voluntad requiere de un aprendizaje o una situación, por ejemplo, para hablar basta la voluntad de pensar algo diciéndolo, sin que resulte necesario enfocarse en el movimiento de los labios y la lengua de cada letra, porque eso ya se aprendió, y se tiene el hábito de hablar conforme se piensa y esto se hace mejor que si se piensa en cómo generar cada sonido. Para el mecanismo de la memoria, Descartes cree que se recurre a huellas dejadas en el cerebro por el objeto que se desea recordar. Entonces el resultado es que la memoria sería una huella interior. Para imaginar cree que la glándula del alma empuja a los “espíritus animales” hacia poros del cerebro, “por cuya abertura pueda ser representada esa cosa” , con lo cual nos quedamos perplejos, porque ignoramos la capacidad que pudieran tener unos poros para generar representaciones. Acercándose ya al tema central de la obra, Descartes medita sobre el poder del alma respecto de las pasiones, empezando por considerar la dificultad existente para su control. Plantea que “Nuestras pasiones no pueden tampoco ser excitadas directamente ni suprimidas por la acción de nuestra voluntad, pero pueden serlo indirectamente mediante la representación de las cosas que tienen costumbre de ser unidas a las pasiones que queremos tener, y son contrarias a las que queremos rechazar.” Esto a su manera anuncia la importancia de darle sugestiones a la mente, de tal modo que se la encause hacia lo querido. Pone como ejemplo el miedo, el cual no se destierra con la simple voluntad de deshacerse de él, se necesita “las razones, los objetos o los ejemplos que persuaden de que el peligro no es grande; de que hay siempre más seguridad en la defensa que en la huida” . Ahora bien, este es un ejemplo, sin embargo conviene ampliar el enfoque, precisamente por ser tema central de esta obra.

  El dominio de las pasiones, los motivos de la dificultad para lograrlo y el mejor medio para alcanzarlo. El principio es que las pasiones se pueden dominar, pero las experiencias indican dificultades. La dificultad principal la encuentra Descartes en las grandes pasiones, justamente cuando también concitan fenómenos del cuerpo, estimando que las pasiones van acompañadas casi siempre de alguna “emoción que se produce en el corazón y por consiguiente en toda la sangre y espíritus que la acompañan” Este movimiento de emoción cardiaca amplifica la pasión, dificultando o imposibilitando su control. Las grandes pasiones suscitando grandes emociones del corazón impiden su control, con esto a su manera prefigura Descartes las interpretaciones psicológicas, las cuales hacen intervenir la emoción con su cualidad específica para oponerse a la razón, ciertamente que ahí no considera el movimiento autónomo de las emociones sino su vinculación con la voluntad. Las pasiones pequeñas están al acceso de la voluntad, pero las grandes no lo están. Ante la imposibilidad momentánea de controlar una gran pasión, lo más accesible a la voluntad es no consentir sus efectos y “contener varios de los movimientos a los que el cuerpo está dispuesto”. Asimismo, en este luchar interior, existe la falsa creencia de una lucha entre una parte inferior y otra superior del alma, pero a Descartes le parece que opera una única naturaleza del alma, simplemente está luchando el alma contra impulsos de los espíritus del cuerpo, los cuales le motivan a desear algo. Esta lucha aparente interior entre alma superior e inferior, indica la fuerza del alma, pues la débil sucumbe ante las sucesivas cargas de pasiones (reflejos de los sentidos, apetencias) y la fuerte se impone. Además el quedar sometido a pasiones (afecciones) del alma resulta patético por su naturaleza contradictoria, desplazando al alma débil en su constante cambio de intenciones, entonces “obedeciendo ya a una, ya a otra, se opone continuamente a sí misma, y de éste modo hace al alma esclava y desventurada.” , para lo cual pone como ejemplo la oscilación continua entre el miedo y la ambición.
Ahora bien, para que el alma no se deje arrastrar por pasiones que son ilusiones, requiere del conocimiento de la verdad, es decir, para no sufrir la pasión debemos partir de un descubrimiento de la verdad. Y esta interpretación va de acuerdo con una interpretación psicológica racionalista como la logoterapia. Aunque el alma puede iniciar como débil en su combate a las pasiones, puede adquirir un conocimiento de la verdad, y luego educarse. Ese proceso educativo del alma para dominar sus pasiones lo compara Descartes con el adiestramiento de los animales. Estima Descartes viable, “con un poco de industria, cambiar los movimientos del cerebro (…) sabiendo adiestrarlas y conducirlas.” En este punto todavía Descartes no precisa el medio para remediar las pasiones, adelante indica las virtudes como el vehículo para dominar las pasiones, y por seguir la virtud entiende Descartes actuar conforme la conciencia dicta .

  El arcoiris de las pasiones según su orden primero Entre los artículos 53 a 69 establece Descartes un arcoiris de las pasiones, proponiendo un orden. En estos apartados se pone de manifiesto su enfoque y los intereses de su estudio. Resulta interesante, también por la concatenación entre unas y otras pasiones, la consideración de su similitud, simplemente con el cambio de situación o variación temporal. Un argumento resulta interesante, incluso por su punto de partida, y aquí el filósofo elige cuidadosamente para establecer que la admiración tiene el primer lugar, y argumenta que “la admiración es la primera de todas las pasiones; y no tiene pasión contraria”. El motivo por su lugar primero casi es evidente, pues la admiración acontece “Cuando nos sorprende el primer encuentro de un objeto y lo juzgamos nuevo o muy diferente de lo que conocíamos antes o bien de lo que suponíamos que debía de ser” Entonces la admiración contiene novedad, implica que el objeto es nuevo para nosotros o eso nos parece. Cuando el objeto deja de contener la novedad o esa primera impresión, entonces se deja de considerar con pasión, porque el influjo ya no mueve al alma. Entonces conviene precisar que este sentido de admiración corresponde al término de “asombro”, impresión por lo inesperado o sorpresa, no correspondiendo a otro sentido de esta palabra, por cuanto implica una reverencia por lo bueno de una personas o situación, sino que solamente de debemos tomar como “sensación primera”, la impresión de novedad en el alma.
Vale comentar por nuestra cuenta que por tal causa la admiración es un sentimiento tan apreciado por los artistas, hay quien define la poesía como la creación de la admiración, y también es un sentimiento completamente normal en los niños, el cual regularmente mengua con la edad, aunque pocas personas mantienen la “capacidad de asombro”. También este sorprenderse está relacionado con el aprendizaje y la creación, pues sobre lo nuevo se aprende más que sobre lo ya conocido, así, el aprendizaje conserva una elegante tensión (o dialéctica) entre lo conocido y lo desconocido. La creación y la investigación sin duda se relacionan con lo nuevo admirado, pues sobre ese campo lanzamos las redes de la creación para descubrir lo antes ignorado.
 A partir de la admiración viene un par (consecuencia inmediata) que denomina la estimación o desprecio, quedando la estimación como admiración por la grandeza del objeto, y el desprecio establecido como la admiración por la pequeñez del objeto. Curiosamente, existe cierto contrapunto de tal admiración (esencialmente positiva) con el desprecio (básicamente negativa), pero así lo establece Descartes y no ofrece más explicación. Cuando la estimación o desprecio se aplican hacia la propia persona se crean las pasiones de magnanimidad-orgullo por la estimación y de humildad-bajeza por el desprecio. Como se observa, rápidamente Descartes va tejiendo las valoraciones-emociones, derivando unas de otras, según su grado y su aplicación principal. Desde la estimación-desprecio luego se deriva hacia la veneración-desdén, simplemente como niveles más hondos, desde la estimación se eleva hacia la veneración y del desprecio se cae en el desdén.
 Sobre la línea anterior de razonamientos se agrega la evaluación del objeto, que cuando estimado lo consideramos bueno o “conveniente, esto nos hace sentir amor por ella.” Entonces a la estimación unida a la bondad o conveniencia la convertimos en amor. Lo opuesto también es cierto, pues una cosa despreciada se presenta como “mala y nociva, esto nos mueve al odio”. En verdad, estas afirmaciones tan sucintas resultan difíciles de apreciar, por cuanto parecen derivar hacia un concepto utilitarista, de donde el amor proviene de una utilidad, el lado bueno del objeto amado, y en ese sentido todavía está lejos de los conceptos más románticos del enamoramiento como pasión irrefrenable, sino que pareciera emanar de una visión más razonable (o bien, racionalista) sobre el beneficio de lo amado y el perjuicio de lo odiado.
 En su progresión lógica de las pasiones, Descartes hace intervenir al tiempo, y entonces con la existencia del futuro define al deseo. Entonces el deseo es una proyección hacia futuro, pues se “desea adquirir un bien que no se tiene aún, o bien evitar un mal” . Como se puede observar esta definición del deseo resulta bastante práctica, definida por el simple desplazamiento hacia el futuro por venir, entonces es una definición muy alejada de la interpretación psicológica del deseo como una pulsión sin forma (el “id” de Freud) anterior a la percepción del objeto deseado, y también distante de la mitología del Deseo de Foucault.
 Y ya definido el deseo como expectativa o evitación de un porvenir, se aúnan las estimaciones de la factibilidad o imposibilidad de alcanzar bienes o evitar males. Cuando existen apariencias de conseguir lo deseado aparece una esperanza, y en cambio las pocas vistas de conseguirlo suscita el temor. Y los celos le parecen integrar una variación del temor. En cambio cuando la esperanza es suma se convierte en seguridad o certidumbre, y luego, “el temor extremado se torna en desesperación” Entonces establecemos las relaciones entre las pasiones hasta aquí definidas y nos resulta: admiración (origen o principio), deviene estimación o desprecio (según tamaño), conduce a la veneración-desdén (según intensidad), desemboca en amor-odio (según su valoración como bueno o malo), cuando agregamos el futuro se convierte en deseo, y al aparecer ya la factibilidad hacia lo deseado aparece la esperanza-temor, y en sus extremos se muestran como seguridad-desesperación. Si bien esta cadena (admiraciónestimación-desprecio-veneración-desdén-amor-odio-deseo-esperanza-temor) ya nos parece bastante larga, todavía falta una cadena situaciones donde se muestran nuevas variaciones de las pasiones. Así, complementando el cálculo de las pasiones, cuando alcanzar algo depende de nuestra actuación, aparece la dificultad para elegir los medios y tomar acción entonces hablamos de una irresolución. Opuesto a la irresolución le parece a Descartes el valor o la intrepidez, de los cuales una variación es la emulación. En fin, cuando de nuestra acción depende conseguir algo, se puede colocar el alma en la posición dubitativa, deteniéndose en la irresolución cuando se valoran las dificultades para alcanzar algo, o saltar hacia el movimiento de búsqueda del objetivo, el cual configura el valor o la intrepidez. Cuando se lanza hacia una acción, pero no se ha cumplido con la conciencia (disipar la irresolución), esto produce el remordimiento, que se refiere al pasado.
 Luego Descartes nos presenta otro par de las pasiones esenciales, correspondientes a la “consideración del bien presente” generando la alegría y si es la consideración del mal presente entonces emerge la tristeza. Aquí acento radica en la reflexión del tiempo presente, es la conciencia del presente, esta alegría o tristeza. Luego, este mismo tipo de consideraciones nos lleva hacia las demás personas, y al observar la alegría en quien se merece nos parece generar otra alegría, con la diferencia que cuando la alegría procede del mal para otros “va acompañada de risa y burlas” , entonces la burla es alegrarse de un mal ajeno. También si los consideramos indignos de un bien, nos mueven hacia la envidia, y si los juzgamos indignos de un mal nos mueve a la piedad.
 Al estimar la causa del bien o mal surgen la satisfacción o el arrepentimiento según sea el caso. Así, la satisfacción es reconocerse en la causa del bien, y arrepentirse implica definirse como la causa del mal. Entonces le parece a Descartes que la satisfacción es “la más dulce de todas las pasiones” y el arrepentimiento la más amarga. Luego clasifica una serie de emociones, las cuales simplemente define de acuerdo a su procedencia. La simpatía proviene del bien cumplido por otros, y el agradecimiento surge cuando ese bien lo recibimos nosotros. Su contrario está en la indignación causada por el mal que hacen otros, y la ira aparece cuando nosotros recibimos un mal causado por otros. La gloria o vanagloria proviene del bien que afecta la opinión de los otros, así como la vergüenza proviene del mal reflejado en la opinión de los otros. En base a la duración de las pasiones, aparece la consideración del hastío o saciedad, provocado por la duración de un bien, mientras que la duración de un mal disminuye la tristeza. Esta observación es mínima, y debo anotar que la teoría del consumidor de la economía subjetiva se basé en gran parte sobre esa pequeña observación: la reducción de la necesidad conforme dura el consumo de un bien. La añoranza proviene de recordar un bien pasado, lo que implica una especie de tristeza, y respecto del mal pasado al recordarse nace una alegría, un gozo.

  La clasificación de Descartes se diferencia de la principal clasificación de su tiempo (herencia medieval). Nos indica que su clasificación difiere de la común en su tiempo, porque los otros autores, sin indicar nombres, dividen las afecciones del alma en “comcupiscible et irascible”, hacia el placer y el enojo. Dice Descartes que rechaza esta clasificación porque parte de dividir al alma misma, cuando su interés es la unidad, pues “yo no encuentro en el alma ninguna distinción de partes” . Este unitarismo de principio resulta interesantes, pues abarca algunas discusiones y tomas de partido sobre la subjetividad humana, pues la psicología de tendencia científica (psicoanálisis) partió de la división de la conciencia, primero en partes estructurales concientes, inconscientes y supra-concientes, para ampliar la división entre presiones libidinales y tanáticas . Asimismo, como psicología de la conciencia la fenomenología se opuso completamente a la división de la conciencia, como se puede observar en los argumentos de Jean Paul Sartre .

  El motivo de ser seis las pasiones principales La cantidad de pasiones particulares le parece de número indefinido a Descartes, sin embargo, estima únicamente la existencia de seis primarias y simples. Siguiendo sus propias anotaciones de método, únicamente conviene fijarse en lo claro y distinto, prefiriendo lo simple a lo compuesto, y lo claro sobre lo indefinido. Entonces “sólo hay seis que lo sean, a saber: la admiración, el amor, el odio, el deseo, la alegría y la tristeza; y que todas las demás son compuestas de algunas de estas seis o son especies de las mismas” Por lo mismo se dedica en especial a las seis primarias y después a sus subclases, como lo indicó en la parte anterior, con sus rasgos de tiempo, reflexión, relación con los otros, duración, etc. Admiración. Siendo la sorpresa por algo, esta impresión se relaciona con lo nuevo, así asume la posición de inicio. La estima como una pasión fuerte, pero no acompañada de movimientos de los órganos como otras que agitan el corazón, excepto que acontece el pasmo, una parálisis por una sorpresa o admiración. La admiración la encuentra especialmente útil para el aprender, ligada al saber . Estima se debe reforzar lo admirado con una atención, pues también se puede olvidar lo admirado. La cosa que capta la admiración se la juzga bajo el bello nombre de lo extraordinario. El exceso de esta pasión de admirar, se denomina como curiosidad excesiva, su desbordamiento es buscar “la rareza sólo por admirarla y no por conocerla” .

  Definición pro-racional de la utilidad de las pasiones. Descartes define en el artículo 74 la utilidad de la pasión en función del pensamiento, estimando el resultado de pensamiento que le reporta al sujeto, entonces su concepto de utilidad se deriva hacia el resultado del pensamiento, lo cual es poco común en la definición de utilidad. Afirma: “la utilidad de todas las pasiones no consiste sino en que fortalecen y conservan en el alma pensamientos que conviene conserve, y que sin ellas podrían borrarse fácilmente” . Dejando de lado la posible complejidad de la utilidad Descartes intenta reducirla a una dimensión de pensamiento, como el provecho para el pensamiento. Compárese con la compleja interpretación de Hegel cuando estima que la utilidad aparece cuando el sujeto descubre que cualquier objeto es para sí, una referencia a su propia medida y engranaje clave de la razón apropiándose del mundo. En este caso, con la breve definición de Descartes, si bien la utilidad la concentra en su servicio al pensamiento, también ahí queda una “conveniencia”, que representa un resabio de indefinición de la utilidad misma. Amor y odio En esta parte Descartes da la impresión de mantenerse anclado con la tradición medieval, en cuanto a la impresión sobre el amor, ya que evita considerar al amor sexual exaltado como eje de sus consideraciones. Según un par de reconstrucciones históricas , ese amor individual es una creación y no una situación universal, por lo tanto no siempre puede colocarse en el centro de las reflexiones, en ese periodo ya se utilizaba el término amor corrientemente para referirse a la pasión sexual de pareja , pero luego terminó predominando completamente, pues cuando autores posteriores colocan el título de amor ya sabemos a cual tipo de pasión atenernos . En este caso, su definición de amor es más suave y general, y se mantiene en el margen de las definiciones medievales (que por otra parte combate) de benevolencia y de concupiscencia, para procurar generalizar afirmando que las diversas situaciones de pureza hasta brutalidad manifiestan en común el amor, que la define como emoción que incita al alma “a unirse de voluntad a los objetos que parecen serle convenientes” , entonces simplemente amar es buscar la unión, y mejor ya considerarse en unión para no entrometer un elemento de futuro (como en el deseo). De ahí pasa a la definición de odio completamente equivalente, de una incitación a separarse de los objetos inconvenientes. Una vez establecida tal definición del amor, muchas pasiones manifestadas diferentes participan de esta definición de amor, unas tan opuestas a otras como la brutalidad del violador respecto del amor paternal desinteresado. Sin embargo, una diferencia que estima crucial Descartes es el grado de amor, para separar desde el simple afecto, pasando por la amistad hasta llegar a la devoción, y de nuevo se observa en esta gradación que el tema de la pasión amatoria-erótica no adquiere una posición propia, sino que el pináculo perteneciente a la devoción, está preferentemente pensado en relación a Dios, el príncipe, un notable o el país . Por el tipo de objetos sobre los que recae el amor distingue sobre las cosas bellas (lo denomina complacencia) y las buenas, asimismo con esta clasificación se distinguen dos especies de odio, el así denominado, y el que recae sobre las cosas feas a nuestros sentidos, denominado horror o aversión. Reconoce que estas dos especies “de complacencia y de horror suelen ser más violentas que las otras especies de amor u odio, porque lo que llega al alma por los sentidos la impresiona más fuertemente que lo que le presenta la razón” , y entonces son las “más engañan y de las que con más cuidado debemos guardarnos”; de tal manera que la potencia de los sentidos, se manifiesta de manera negativa, en la modalidad de violencia y engaño. La tarea es proteger a la razón de las rudezas de los sentidos enviando la complacencia del amor y el horror del odio, porque la razón queda turbada con tales efluvios. El deseo y sus proyecciones La parece a Descartes que el deseo es único, aunque comenta se ha acostumbrado a presentarlo dual, para separarlo en la búsqueda de un bien y la evitación de un mal, sin embargo, le parece que solamente son dos lados de la misma moneda como el buscar la salud y evitar la enfermedad. Ya comentamos que se refiere al futuro, se desea como proyección o previsión, se desea lo que no se tiene o existe todavía, mientras lo que ya se posee se ama o se odia. Sin embargo, reconoce Descartes que las emociones generadas por el deseo son muy distintas ya se trate de complacencia u horror. En este caso, así explica el horror, pues “lo ha instituido la naturaleza para representar una muerte súbita e inopinada, de suerte que, aunque sólo sea a veces el contacto de un gusano o el ruido de una hoja que tiembla, o su sombra, lo que produce horror, se siente por lo pronto tanta emoción como si se ofreciera a los sentido un peligro de muerte muy evidente, o cual provoca (…) la huida y la aversión” Entonces la fuerza del horror es porque esconde una revelación de la muerte, de tal manera que el gusano o la sombra implica evocación mortífera y por tanto agita el alma con todas sus fuerzas para la huida, y esta visión resulta interesante por cuanto corresponde muy estrechamente con el primer esquema de Freíd cuando estableció como pulsión básica el “instinto de conservación” formando al yo psicológico. La otra emoción contraria, la cual es la complacencia, cuando aparece en deseo también es muy fuerte, y le parece que más depende de una perfección imaginada, pues “proviene de las perfecciones que imaginamos en una persona” y la intervención del sexo la menciona con sutileza y dejándola en un segundo plano, para estimar que se debe al anhelo de una mitad perfecta de nosotros, siguiendo estrechamente la idea mostrada en el Banquete de Platón, de que “la naturaleza presenta confusamente la adquisición de esta mitad como el más grande de todos los bienes imaginables” Como se comprueba en la cita, esto corresponde la mitología del humano incompleto, que debe descubrir su mitad perfecta, por lo mismo anhela la existencia de vida en pareja, a la cual se le da “el nombre de amor más generalmente” . Por último, un comentario de Descartes que parece ofrecer un filo chusco sobre las consecuencias del deseo nacido de la complacencia (amor) y nos comenta: “También tiene efectos más extraños y es el que sirve de principal materia a los autores de novelas y a los poetas.” El comentario es breve, mas deja un sabor de boca a travesura de la ironía, declarando como “cosa extraña” al “amor de los poetas”; conviene recordar, hasta donde sabemos, una existencia muy reservada en lo amoroso de Descartes y este fue un texto dedicado a una princesa destinada a reina quien también parece haber optado por la soledad, Cristina de Suecia; quizá ambos solitarios, y el filósofo ya cercano a sus horas finales (aunque muere a los 54 años), ironizando a los poetas románticos y exaltados; ambos riendo discretamente mientras la ventisca invernal se colaba dentro del palacio real de Estocolmo. Ahora bien, entre el filósofo solitario y la inaccesible princesa destinada a ser reina de Suecia, me pregunto ¿acaso el único amor imaginable es un ansia de perfección más allá de los sexual? ¿no resulta indispensable desembocar en una equidad de inteligencias pero con distancia sideral entre el filósofo enseñando a una princesa real? ¿la relación entre el filósofo vagabundo y la princesa del palacio no reina el más inalcanzable de los deseos, de una naturaleza tan sublime y agreste que no se debía mencionar entre las “pasiones del alma”?

  De la alegría y la tristeza con su aparición inopinada. La alegría la define como el goce (o conciencia presente) del bien que se posee, bien recibido deleita o agrada, pero además ese agrado percibido luego se goza por saberse su posesión . En este aspecto merece el énfasis de tratarse de una emoción derivada, del cerebro percibiendo el bien recibido, típico acto de conciencia reflexiva en opinión de esta clasificación; primero aparece el sentido satisfecho en seguida puede aparecer la alegría, aunque no exista una clara reflexión. La tristeza se define como el opuesto, entonces resulta de la “incomodidad que el alma recibe del mal o por la falta de algo” , y de nuevo no es la impresión directa, el malestar inmediato por el mal, sino una segunda incomodidad que indispone al alma. Inventando un ejemplo, la piedra dentro del zapato duele y luego la persona queda triste por que en su largo camino no se quitará esa piedra dentro del zapato. El verdadero problema de esta definición y del este tema lo expone rápidamente Descartes, cuando desaparece la causa evidente. Indica “Mas ocurre a menudo que nos sentimos tristes o alegres sin que podamos señalar claramente el bien o mal que son la causa” , y entonces estamos un terreno pantanoso que Descartes desea esclarecer, y propone dos causas. La primera, es que el bien o mal realizan impresiones “en el cerebro sin intervención del alma”. La segundo que el bien o mal o “pertenecen sólo al cuerpo”. La tercera es que el alma no las considera sino otra forma unida con la del bien o mal en el cerebro. En cada caso se abre el gran problema de la psicología del inconsciente, de la separación de la emoción respecto de sus fuentes y respecto de su percepción. Sin embargo, Descartes insiste en el lado no problemático del tema, pues “la satisfacción de los sentido va seguida tan de cerca por la alegría y el dolor de la tristeza, que la mayor parte de los hombres no los distinguen” , sin embargo son de naturaleza distinta, como cuando se recibe dolor con alegría o se otorgan placeres que nos entristecen. Reconoce sin embargo la existencia de una fisura y que estas emociones emergen sin causa aparente o contraviniendo su aparente causa, es decir, emergen en la aparición inopinada. Opina Descartes que las gratificaciones de los sentidos “producen algún movimiento en los nervios que podrían dañarles si no tuvieran bastante fuerza para resistirlo” y este resistir y salir airoso de las impresiones de los sentidos “produce una impresión en el cerebro” para “testimoniar esa buena disposición y esa fuerza”, siendo un bien de alma que “suscita en ella la alegría.” . Es decir, que aquí suponemos como un testimonio de contra-fuerza, una resistencia del cerebro que percibida por el alma se reconoce como un bien, entonces alegra al alma motivada por su poderío. Con estos términos queda abierta la complejidad del alma a un nivel que no agrada a este discurso, cuando se basa en la unidad del alma como su principio rector, en el horizonte emerge la dualidad, la separación entre las partes internas y las contradicciones misteriosas, con las cuales se abrió el camino a la psicología del inconsciente. Y después esta aseveración de la alegría como testimonio de esa “fuerza interna” luego la corrobora mediante una tendencia tan ligada luego a la modernidad como el gusto por espectáculos como el teatro, que “parecen acariciarnos el alma conmoviéndola” . Entonces la repetición del movimiento de resistencia (la emoción “resistida”) nos lleva hacia una alegría repetida, bastando una especie de asociación, con el componente adicional de comprobar que durante el espectáculo permanecemos ilesos aunque recordemos males sufridos. Y como segunda comprobación refiere la osadía y gusto por las acciones difíciles de los jóvenes o también la nostalgia de los viejos. Los jóvenes obtienen el pensamiento de un bien al “sentirse bastante valientes, bastante afortunado, bastante diestro o bastante fuerte para osar arriesgarse hasta tal punto” , entonces la alegría no les viene de la dificultad o el peligro, sino en pensar su superioridad sobre tales males, y esa superioridad parece un bien. De manera parecida, una alegría que viene del recuerdo, cuando se rememoran males y se sonría de satisfecho, es porque “imaginan que s un bien haber podido subsistir a pesar de ellos” , entonces también de un mal recordado emana una alegría presente, y en surge una satisfacción, una pasión de contento.

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