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domingo, 15 de febrero de 2015

COGNITARIOS: NI IDIOTAS NI GENIOS REVOLUCIONARIOS






Por Carlos Valdés Martín


La mayoría sí piensa, sí
Un buen día amanecimos asombrados con la noticia de que existen más universitarios que campesinos. Sí, más población en aulas que encorvando la espalda sobre los surcos. El suceso, además de curioso era indoloro, debió de ser un tema escandaloso y feliz pero no fue así. Pocos comentaristas expresaron su sorpresa pues el campo es origen y hogar colectivos; cualquiera recuerda que de ahí provienen los nativos del país y representantes de las tradiciones más puras. En cualquier confín sobran los ejemplos, pues del rudo campo provenían los gauchos y su Martín Fierro; de las rancherías surgió el charro y sus metamorfosis del cinematógrafo: Jorge Negrete y la pléyade de charros cantando a la menor provocación. Desde los arados surgió la cosecha que alimentó a los reinos y nutrió a las naciones. ¿Más universitarios que campesinos? Ese resultado todavía no lo asimilamos, aunque los sociólogos suelen mostrarnos la contundencia de tal correlación[1].
Transcurre el tiempo y surge otra parábola semejante: el proletariado industrial está menguando en favor del “sector terciario”, el sector donde se suman los servicios educativos y financieros, junto con un abigarrado arcoíris de profesiones liberales y situaciones donde “la mano no modifica la materia” para convertirla en manufactura. Mientras Rusia se ufanaba de erigirse cual promesa de un modelo de sociedad químicamente puro de (y para) los obreros industriales, al mismo tiempo, la masa de trabajadores de servicios en EUA rebasaba a sus obreros industriales[2]. Cabría descartar algún tipo de conspiración capitalista, pues la “ciudadela del comunismo” y “patria del proletariado internacional”, también conocida por su nombre de pila, Rusia, temblaba bajo los fríos rigores de la etapa estalinista. Otra clase de comentaristas partisanos, quedó molesta por esa evidencia contundente y opuesta a las previsiones de Marx; la evidencia estaba desmintiendo una concentración creciente de proletarios, al contrario, mostraba su dispersión y reducción[3].   
A Hamlet le olía a podrido el viejo reino de Dinamarca, luego para los marxistas más sagaces también surgió un tufo extraño con tantas transformaciones en un sentido hipermoderno y difícil de asimilar. Los herederos dogmáticos de Marx además habían previsto un ocaso rápido de las clases medias (lo que sea que significaran) y un hundimiento de las profesiones liberales (por autónomas, sin importar su ideología). Los rojos y duros herederos se burlaron de las manos sin callos y exigieron una capa callosa en cualquier mano humana para compartir la gloria de los proletarios de verdad, de quienes fantaseaban serían los sujetos revolucionarios que abrirían la liberación total y conducirían hacia un futuro luminoso. Resultó que las manos sin callos comenzaron a multiplicarse más, mientras las manos endurecidas se van convirtiendo en minoría.
En fin, los no-obreros son más que los obreros industriales y más que los campesinos, entonces la cantidad de congitarios sí cuenta. Sin embargo, condenados por los ideólogos de vieja izquierda, los congnitarios se abren campo a codazos discretos y por mero empuje de producción[4]. Simplemente, ese grupo se vuelve numeroso y ocupa espacios, sin embargo, pareciera carecer de identidad e ideología.

Miedo a la idiotez
Algunas risas son la expresión del miedo, según confirman los psicólogos[5] y conforme este mundo depende más del saber, resulta más infamante descubrirse ignorante.  A medida que nuestra sociedad se vuelve más científico-técnica, el temor a quedar en la idiotez crece y más indispensable es reírse de esa situación. Los personajes idiotas de caricatura y los tarados de comparsa se repiten en series de televisión y entretenimientos populares. Esa risa brota inocente y fácil pues surge bien basada en creencias y prácticas colectivas. La ignorancia se castiga y la educación se premia, lo cual define un pacto social hacia lo mejor: un criterio apreciado entre izquierdas y derechas, sin excepciones.
No critico la risa ni propongo un remedio fácil para ese temor, anidado entre las partes oscuras de la mente. Lo que viene a colación es una actitud colectiva que posee un fondo tan importante como olvidado. Crecemos luchando por ser especialistas y cada quien queda bien “dotado en lo suyo” pero algo torpe en las demás especialidades. En cuanto metemos las narices en campos ajenos resultamos algo o hasta muy idiotas; ese es el resultado natural de la “división del trabajo”.  Durante el nacimiento de la economía política, en el lejano siglo XVIII, Adam Smith llamó la atención positivamente sobre esa especialización, de la cual brota la eficiencia del trabajo; sin embargo, también genera esa unilateralidad y, hasta produce trastornos físicos y mentales[6].
Reírse del idiota es un ungüento para curar ese miedo al idiotismo; untando la pomada que alivia, pero no cura, al contrario, mantiene ese temor a flor de piel. Incluso resulta válido inventar al “idiota” cuando se reinterpreta al gobernante como un tonto disfrazado, por ejemplo, el casi arquetípico del mandatario bobo: Bush mirando al vacío y sosteniendo un libro volteado de cabeza mientras caen las Torres Gemelas. 

Niveles de especialidad
Es justo elogiar la capacidad de los aldeanos y antiguos para fabricar productos múltiples, cuando los sencillos hogares centroeuropeos o norteamericanos fabricaban una cantidad sorprendente de objetos con sus propias manos: construían viviendas, elaboraban herramientas, tejían vestidos, procesaban alimentos, medicinas… Por su parte, los pueblos indígenas también fueron laboriosos fabricantes de múltiples enseres e instrumentos. Hacer una lista detallada de sus manufacturas caseras resultaría interesante, pero nos desviaría del argumento principal que consiste en observar con detenimiento nuestro presente, pues ahora casi todo lo encontramos en el mercado y lo compramos: no criamos vacas ni las pastoreamos en el campo; no las asistimos para parir sus becerros; no ordeñamos su leche ni la cuajamos para convertirla en mantequilla, nata o queso; tampoco elaboramos los recipientes para madurar esos quesos, etc.[7] El complejo y eficiente sistema actual utiliza dinero para adquirir el queso de un vendedor final y enlazar una larga cadena de producción especializada.  
¿Por qué triunfan los especialistas y abandonamos ese “hágalo-usted-mismo? Repito el argumento de los economistas: por eficiencia, efectividad y eficacia superior del trabajo dividido. Además, dividir el trabajo entre especialistas nos obliga más a coexistir, incluso literalmente quedamos encimados en las megalópolis. 
Como cualquier moneda tiene dos caras y esta dichosa especialización eficiente, también apareja dificultades y “dolores de cabeza”. El problema es que no somos duchos ni doctos en una infinidad de materias… De ahí, ese temor generalizado a pasar como idiotas; de ahí también los esfuerzos hasta patéticos por nunca parecerlo. Hoy es común la queja de los médicos sobre pacientes que llegan tan informados sobre su padecimiento que corrigen al especialista (y quizá cuentan con algo de acierto). Tan digno de elogio es informarse sobre la enfermedad que uno padece, como cuestionable el pretender que ya se sabe mucho más que doctores, quienes estudian durante décadas. 

Hasta excesos de especialidad
Siguiendo con el ejemplo de la salud, resulta comprensible que las personas no sepan cómo inyectarse, pero sí imperdonable que sean incapaces de administrarse sus medicamentos por no leer una sencilla receta. Por eso se requiere de un mínimo vital de no especialización, lo cual también se llama un mínimo vital de cultura y educación general. Ese mínimo de educación y cultura generales transita por la lectura-escritura y matemáticas elementales. Incapacidad para leer las recetas y los rótulos de medicamentos se convierte en un serio problema médico; el doctor está para diagnosticar y recetar, pero no colocará en la boca del paciente cada dosis. Por desgracia, en muchos sentidos, todos los ciudadanos somos enfermos incapaces de leer nuestras recetas, en el sentido preciso de que estamos obligados por las leyes y normas, pero es humanamente imposible—ni siquiera someramente— conocerlas todas[8]. Cuando entramos a un bosque desconocemos las leyes sobre protección de la naturaleza; las cuales, por cierto, se incrementan cada año.
Acumulamos sapiencia sobre nuestra profesión y aficiones, pero semejamos idiotas ante lo demás y su enorme panorama. Por desgracia, las leyes suponen que todos debemos observar y respetar las legislaciones, las cuales —por cierto— crecen a un ritmo desorbitado. El simple aumento de leyes (eso que irónicamente los diputados han llamado “productividad legislativa”) resulta amenazante para los habitantes y de cualquier manera, con ese “océano” legal, los ciudadanos quedamos en indefensión y bajo una condición frágil. 

Desprotegidos aunque con más derechos
Si bajo el término proletariado se insertó del drama real de desprotección, al referirse a que solamente poseían a su prole, entonces las modernas sociedades sobre-especializadas ofrecen una semejanza enérgica. Nadie permanece por entero a salvo en su nicho separado y está expuesto a leyes o criminales, a ambientes deteriorados o fanáticos de la ecología, a su ignorancia científica o al fanatismo religioso. Por más que la trama legal nos ofrece un conjunto de garantías y nos sentimos aliviados por la multiplicación de los derechos fundamentales, eso no obsta para que un simple error o efecto involuntario (un daño a un tercero) se convierta en una pesadilla para cualquiera de cualquier condición social, de lo cual ni los ricos y poderosos se salvan.
La multiplicación de los derechos y los pactos mundiales para proteger derechos son una tendencia digna de elogio de la modernidad, pero las mayorías sienten que eso no se convierte en realidad efectiva. Las nobles declaraciones de derechos universales son vulneradas de distintas maneras, por acción u omisión, pues el medioambiente genera violaciones de modo constante. Esa contradicción de poseer muchos derechos y las dificultades para materializarlos y la posibilidad de perderlos (por enfermedad, accidente, pobreza, delitos…) genera una enorme tensión interna en nuestra cultura. Por un lado, en potencia somos los más privilegiados de la historia, por otro no aventajamos mucho a los salvajes de los tiempos remotos, quienes dormían tranquilos sin preocuparse de la inflación o la declaración de impuestos, ni por las diez mil leyes que transgredirían si hacen lo que les venga en gana. Esa contradicción genera tensiones en nuestras expectativas, oscilando del optimismo benevolente a un pesimismo casi paranoico. ¿Por qué son populares los sitios de Internet con chismes enfermizos y paranoicos con conspiraciones planetarias? En parte por ignorancia de los lectores, pero también motivado por ese malestar de fondo: casi tenemos derecho a todo, pero nuestra realidad sigue siendo avara y riesgosa. 

Ni idiota ni genio
Cuando alguno molesta cuestionándote por idiota, en lugar de enojo convendría mejor sonreír y recordar que él es otro especialista intentando mostrar superioridad y extraviado, con un pie puesto sobre la casilla blanca y otro pie sobre la negra casilla del ajedrez. En otras palabras él debe ser hasta brillante en su campo pero incapaz de comprender lo que tú sabes hasta de más. Sencillo incomodarse por tales opiniones infundadas, porque hay muchos puntos ciegos, regiones ignoradas, áreas oscuras... Cuando alguien te elogie, mejor sonríele (a veces es indispensable ese bálsamo) pero tampoco te confíes tanto. Además solamente quien soporta la piedrita dentro de zapato sabe cuán poco pesa pero cuán vil molesta.
A veces, el mundo entero es injusto pero parejo (no chipotudo) y se reparte contra ti o contra el prójimo (y las noticias nos abruman con desgracias para indignarse); otras veces, eres tan perfecto en tu arte que la injusticia se enfila contra ti y solamente en esa dirección. A veces, sobran opiniones tan buenas para corregir al planeta y en los días malos no surge ni una palabra para opinar nada.
¿Veletas? Para nada, el ánimo varía porque no somos ni idiotas ni genios... 

Potenciales del dilema
La contradicción entre un potencial enorme (la acumulación con bases científico-técnicas en cualquier ciudadano) y su frustración (la fragilidad y hasta acoso legal sobre él) genera una tensión enorme[9]. La acumulación de fuerzas productivas elevadas adquiere siempre un tono grandioso, su frustración nos presenta su matiz rebelde y hasta revolucionario. Sin embargo, es importante reconocer lo engañoso que ha sido el término “revolucionario” en el pasado, provocando embellecimientos casi románticos sobre el efecto de resorte (esa revolución-drama en un único acto que toma el cielo por asalto y fantasea con la esfera celestial).
Siendo toda sociedad una construcción humana, entonces cada participación (vértice constante de lo individual y colectivo) la transforma, casi por regla en medida modesta. Ese potencial de transformación al multiplicarse se denomina revolucionario con precisión. Cuando se unifican y entretejen los campos de trabajo, pensamiento y sentimiento nuestra realidad cambia, pues desde ahí también surge nuestra vida.
Sin embargo, ese potencial de cambio social no es arbitrario, cual fue malentendido por los pigmeos del marxismo en el siglo XX; el potencial revolucionario está sometido a diversas legalidades históricas que han sido difíciles de interpretar. El legado del propio Marx se malinterpretó para hundirse en el simplismo de una idolatría del Estado, y la frustración de una dictadura mal llamada “del proletariado”. El gran error ha sido (por también simplificar) concentrar el poder económico-político-comunicacional-pensante en un único aparato de Estado posrevolucionario, que por fuerza se convierte en el Príncipe de Maquiavelo, destruyendo las intenciones de los revolucionarios rojos de los siglos XIX, XX y seguimos contando. 

Rutas de salida
Varios autores inteligentes buscan desunificar el pensamiento, como si esto previniera contra las integraciones totalitarias de las fuerzas revolucionarias. Por fortuna, la clase emergente ya se evidencia que no es una pléyade de manos crispadas —empuñando rudos marros y pesadas llaves de tuercas—, sino seres más pensantes. La naturaleza misma de los cognitarios inconformes está madurando y, suponemos, prevendrá contra las integraciones totalitarias. Para Stalin era más sencillo mandar a callar millones de obreros y recluirlos en las frías fábricas industriales; pero hoy los candidatos a dictador se encuentran en más dificultades para aislar a las masas de cognitarios, cuando en lugar de separarse ellos se alían mediante las redes sociales. En la economía de ahora es indispensable agregar conocimiento al trabajo, lo cual forja una base extraordinariamente sagaz. Esto anuncia un potencial de cambio social en extremo elevado, al mismo tiempo que el puro avance tecnológico ya implica una “revolución permanente” en las bases materiales de la sociedad. El error teórico es reducir el potencial de cambio en un “evento único” de revolución; el error de fondo es unificar la Revolución con mayúsculas, cuando la historia milenaria muestra otro mecanismo[10]. El cambio de la tribu a las ciudades estados, el paso de los agricultores a los Estados imperiales y del feudalismo al capitalismo siempre surgió entre los poros de las viejas sociedades[11]. Siempre, la irrupción de nuevos sistemas sociales brota desde abajo y molecular, tal como el mismo capitalismo fue superando al feudalismo, primero cambió la estructura y luego cayó el castillo de naipes de la aristocracia.
En ese sentido varios pensadores actuales poseen un grado de acierto en el rompecabezas futurista, pero les falta agregar eslabones fuertes: identidad y estrategia[12]. Al nuevo protagonista contestatario le falta una identificación más clara de su colectividad, no sabe bien hacia dónde ir y carece de una estrategia definida[13]. La tarea del cognitariado (si es que decide aceptarla) es alterar las bases del gran juego social conforme a la construcción de una sociedad del conocimiento. En cuanto comenzamos a utilizar nuevas palabras para describir al sujeto colectivo (indignados, altermundistas, etc.) la identidad colectiva comienza su reconstrucción. En cuanto se habla de una “sociedad del conocimiento” y de una “democracia avanzada” se empieza a perfilar un rumbo diferente, fuera del fracasado socialismo real o totalitario. En cuanto se amplía la participación y movilización ciudadana junto con redes sociales, empleando los espacios legales y las oportunidades de la democracia, entonces se perfila una estrategia más acorde al carácter propio del cognitariado.
 
NOTAS:

[1] La condición posmoderna, LYOTARD, Francoise.
[2] La tercera ola, TOFFLER, Alvin.
[3] Para Marx la concentración y crecimiento numérico del proletariado estaba fundamentando y empujando hacia la transformación comunista, Cf. Manifiesto comunista, MARX, Karl.
[4] El mismo concepto de “producción” va cambiando por efecto del éxito de la producción masiva industrial, donde la eficiencia devalúa los productos; en cambio, el sector servicios se incrementa. TOFFLER, Alvin, El cambio del poder.
[5] FREUD, Sigmund, El chiste y su relación con el inconsciente.
[6] SMITH, Adam, La riqueza de las naciones.
[7] Tratado de economía marxista, MANDEL, Ernest.
[8] Estado, poder y socialismo. POULANTZAS. A cien años del Manifiesto Comunista, VERAZA.
[9] Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y Epicuro, Marx
[10] El triunfo del bolchevismo no fue la llegada de un sistema social superior madurada desde el clímax de las fuerzas productivas, sino un paréntesis dentro de la mismo tecno-estructura y un sistema híbrido. Cfr. MARCUSE, Herbert, El marxismo soviético.
[11] ANDERSON, Perry, Transiciones de la Antigüedad al Feudalismo.
[12] En parte recuperando la obra de Foucault (contra el poder) y Deleuze (por el rizoma) desarrollan interesantes conceptos divergentes, frente a lo instituido y sus identidades. Aunque los esfuerzos des-totalizadores también conllevan al repliegue teórico y encajonarse en movimientos de protesta especializados: feminismo, liberación LGTB, ecología, indigenismo, etc.
[13] Este optimismo no implica que las tendencias cognitarias no se dividan también entre sus tendencias hacia una mejor adaptación al stablisment y los rupturisas, como se confrontó el marxismo del siglo XX entre socialdemócratas y comunistas de diversos matices.

1 comentario:

Federico Tignoso e sua brigata dijo...

más bien lo primero, Bolsonaro mediante. Que no son ni genios ni revolucionarios, qué duda cabe.