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martes, 1 de mayo de 2018

EN LAS VEGAS CON CLEOPATRA Y UNA TORTUGA

 



Por Carlos Valdés Martín

 

En la capital de las apuestas, sucede el encuentro perfecto, entre un mexicano bilingüe y una mujer excepcional. De nombre Antonio Salomón Pérez Rivas de treinta años, quien viajó para organizar un evento por su empleo. Él se encargó para una beneficencia —una ONG— de demostración con paneles solares para enviarlos a comunidades precarias. El escenario es una explanada en esa cálida ciudad, donde Salomón ocupa el templete para y luego baja. El evento avanza bien, así que terminan sus responsabilidades personales. Abajo hay sillas colocadas para centenares de asistentes y la mitad permanecen vacías. Los paneles solares cumplieron los objetivos proporcionando el suporte para bocinas, micrófonos y pantallas. Él está satisfecho, busca un refrigerio y platica con una anfitriona, Megan Wallace. Ella lo guía para conseguir sándwich y café mientras escuchan la parte final del evento.

Los personajes rondan los 30 años. La anfitriona que acompaña al protagonista es amable, con sonrisa linda, pero sin atractivo. Al regresar buscan colocarse en asientos disponibles. Al acercarse ella saluda a otra mujer, que a él le deslumbra por su belleza. De la desconocida lo atraen: la manera de remarcar los ojos con una sombra de rímel negro, resulta exótica, dibuja una avellana completa y arriba una sombra irisada, con tonos dorados, azules y rojos. Las pupilas expresivas y alegres brillaban hacia cualquier dirección. El pelo ensortijado y abundante se levanta en un domo casual, cabellera donde destacan tonos anaranjados y chispas de turquesas. La nariz alardea perfección de líneas sobrias. Los labios carnosos, con un labial discreto, lucen el perlado de los dientes, tan simétricos como un diseño arquitectónico.

Megan Wallace nota lo impresionado que está Salomón y lo anima para saludarla. La desconocida atrae al protagonista y él se sienta en la fila de atrás. Salomón aprovecha el saludo de la anfitriona y comienza una plática sobre la ayuda a las comunidades de la Sierra Gorda de Querétaro con la energía que darán los paneles. A la judía, Cleopatra, le agrada la conversación y lo convida a que se siente a su lado para no torcer la cabeza hacia la fila de atrás.

La plática corre con rapidez y se presentan con soltura. Él deja en claro que está de visita, que es soltero, hospedado en la habitación tal de un hotel cercano. Ella señala que está muy complacida con el evento, que es madre; pero insinúa que no está casada. Dos hijos y dentro de algunas horas los recogerá en algún lado. Él duda en cortejar a una casada, pero ella se comporta coqueta, pidiendo que la acompañe y elogiándolo. El lenguaje corporal de ella es seductor: guiñando, acariciando su pelo.

Ella se inquieta por un baño y él se ofrece a acompañarla, costumbre latina. Caminan juntos hacia un hotel próximo con casino, que está en remodelación, donde hay obras de albañilería. Al pasear juntos él admira las curvas del cuerpo, cubierto por un vestido completo tapizado de geometrías con triángulos y cuadrados.

En el camino ella sigue con un lenguaje corporal seductor, al acercarse y rozar ligeramente el cuerpo de él. En la plática él trata de sacar en claro si la condición de madre de ella es un obstáculo, sin encontrar el modo de abordarlo en la plática. Cuando llegan al frente del baño, en un pasillo, ella le argumenta con claridad que sí estaría dispuesta a visitarlo a su cuarto de hotel.

En el trayecto ella es elocuente y le explica que sí admira a la reina Cleopatra, que por eso recibió es nombre, que su madre lo eligió aunque sea inusual entre los judíos.

Ella entra al baño de mujeres y demora. La espera se alarga en el pasillo de pasos perdidos, a él se le inquieta la vejiga y a un paseante le pregunta por el baño de hombres clausurado por remodelación. Le responde que para encontrar uno abierto hay que cruzar unos pasillos y un patio con obras. Cuando ella sale, él le dice que irá corriendo al baño de hombres, que es mejor no lo acompañe porque atravesará una zona de obras y se mancharía su fino vestido. Ella se disculpa por demorar para salir y responde que si él tarda demasiado no lo esperará.

Él avanza con prisa por pasillos, encuentra un  patio con andamios y espejos. Los espejos son engañosos, da vuelta para un lado y otro. Se siente confundido y un enojo inesperado lo invade. La presión en la vejiga y estar en un sitio desconocido lo fastidia.

Desemboca en una cocina llena de gente ajetreada. Intenta preguntar, la mayoría no le entiende en español y su inglés no es fluido. Varios cocineros tampoco dominan el inglés, son de otras nacionalidades. Pierde el tiempo intentando explicarse hasta que uno le indica la ruta. Cruza más pasillos y vuelve a pasar por la parte en construcción. Encuentra el baño y sale rápido, pero las vueltas le han confundido para volver al punto de encuentro. Avanza por pasillos y por desorientación se aleja del sitio buscado. Sin quererlo vuelve a la cocina ajetreada. Cuando por fin el baño de damas, ya se ha marchado Cleopatra. No sabe si por la demora ella se ha molestado o, simplemente, le ganó la prisa por los hijos. Él se recrimina por ser torpe y perder la oportunidad, aunque quizá ella volvió hacia el evento público.

Regresa por una ruta distinta y atraviesa el hotel-casino con más calma, planeando disculpas convincentes para Cleopatra. Recuerda la fragancia de ella y no encuentra una asociación directa, percibe una mezcla de flores, frutas, madera y algo dulce. Los pasillos le recuerdan libros del antiguo Egipto, con grecas en los techos y jeroglíficos en los adornos. Distingue el ajetreo de un casino y decide cruzar por ahí, donde el ruido de las máquinas y las mesas con jugadores entusiastas está rodeado estatuas con tocados de antiguos dioses del Nilo. En su interés por la dama, no había notado con claridad que se había adentrado al Hotel Luxor, y entonces la serendipitia le resulta divertida. Una judía con nombre de la más famosa reina de los Tolomeos y la última de Egipto entra al baño de mujeres y la acompaña un extranjero con nombres que resuenan con esa antigüedad. Del mítico Rey Salomón se dice tuvo de esposa a una hija del faraón, y del romano Marco Antonio, el último consorte de esa protagonista. Las coincidencias y evocaciones marcan un destino para ese encuentro. El protagonista supone que ella comprendió las coincidencias y eso bastaría para despertar interés y hasta simpatía. Para recuperar el hilo del coqueteo bastará que ella no haya tomado a mal su extravío.

Antonio Salomón regresar al evento de beneficencia, en la explanada, siente una decepción. La pretendida se ha marchado. La judía no aparece por el perímetro ni en el asiento previo. Busca a la anfitriona y Megan Wallace le alegra con una buena noticia: le pidió compartiera su número al protagonista, siempre y cuando resolviera una charada, la misma que la presentada por el rey Darío en un sueño: ¿quién es más poderoso: el rey, el vino o la mujer?”

Con una explicación zalamera, Salomón convence a la anfitriona que su respuesta obvia favorece a la mujer y se gana el número telefónico. Megan desconoce la respuesta acertada, entonces da esa por válida. De inmediato Salomón llama y ella le responde amigable, argumentando que él requiere de disculparse por su lentitud. Cleopatra acuerda que él espere a las 9 pm en su hotel, el Treasure Island.  

Salomón había arreglado su regreso al hospedaje a las 7pm, lo cual se cumple sin contratiempos. Aprovecha un rato para visitar el casino, aunque con un presupuesto mínimo para esa diversión. Así que las mesas de juego las evitará para no perder sus quinientos dólares de presupuesto en un descuido. Para entretenerse opta por las maquinitas tragaperras de baja denominación. El salón del casino es un enorme espacio, adornado con palmeras, piratas, partes de barcos (proas, cariátides, claraboyas, mástiles, velas, cuerdas, barricas, cañones), pericos y otras curiosidades. Está más interesado en la cita, así que decide jugar durante una hora, para disponer de tiempo para arreglarse por si el encuentro resulta fogoso. Cambia un billete en una tragaperras y se entretiene acostumbrándose a las opciones. Piensa que convendrá beber, bajo la fórmula de la bebida gratuita de los casinos. Las meseras evitan la zona barata, así que retira su apuesta, recibiendo una pesada cantidad de morralla en un jarro. Pasea hasta encontrar una mesera, zigzagueado en un área de ruletas y black jacks. Toma un vaso de wiski corriente con hielos y agradece con una propina. La voz de la mesera hablando inglés con fonemas del español le agrada.

Mira una mesa de ruleta donde se permite apostar desde 1 dólar, así que se queda. El crupier le recomienda que no utilice ahí las monedas pequeñas que debe cambiarlas en una barra. Salomón se apura a cambiar su bote de morralla por fichas para ruleta sumando 50 dólares. Apuesta ilusionado sobre el tapete verde y pone simultáneamente en pares o nones, rojo o negro, además del  número directo. A los pares y al rojo le va atinando, pero a ningún número directo. Mira con tristeza que sus dólares presupuestados están desapareciendo con rapidez. Se retira cuando le quedan 100 dólares y vuelve a las maquinitas baratas. Se coloca frente a una que tiene el dibujo de un gran cofre. La recomendación es hacer varias apuestas de unos pocos centavos y lo hace. Gana en algunas tiradas, hasta imagina que regresan sus dólares perdidos en la ruleta. Se entretiene con las luces y los sonidos. El cronómetro ha volado y debe retirarse. Cambia en la caja las monedas en el bote y equivalen a un único billete, aunque le alegran regalándole un cupón para el desayuno por su comportamiento de cliente “integral”.

Regresa a su cuarto y se ducha. El baño es agradable, con espejos en cada pared y agua muy caliente en los grifos. Cuando sale refrescado y contento mira un mensaje de Cleopatra saludando con esta citación de la biografía: “Cuando hablaba, el sonido mismo de su voz tenía cierta dulzura, y con la mayor facilidad acomodaba su lengua, como un órgano de muchas cuerdas, al idioma que se quisiese: usando muy pocas veces de intérprete con los bárbaros que a ella acudían, sino que a los más les respondía por sí misma, como a los Etíopes, Trogloditas, Hebreos, Árabes, Sirios, Medos y Partos. Dícese que había aprendido otras muchas lenguas cuando los que la habían precedido en el reino ni siquiera se habían dedicado a aprender la egipcia, y algunos aun a la macedonia habían dado de mano.”[1] Él responde que “Mi lengua no es Troglodita.” Ella responde con emoticones de risa y agrega que aguarde una sorpresa.

En punto de la cita tocan a su puerta. Al abrir mira a dos mensajeros cargando una alfombra grande. Sin mediar más palabras colocan cuidadosamente la alfombra en el piso y la desenrollan despacio. Al desenredarse por completo adentro de la alfombra surge Cleopatra, con una variación del mismo vestido que usaba en la tarde, ahora en tonos con mezcla de negro satinado. Salomón no atina a comentar nada cuando la mira incorporarse:

Best sorprenderte y.. la mano como un gentleman antiguo.

Antonio Salomón responde que sí está sorprendido y acude para tenderle la mano, corrigiendo su distracción. Los mensajeros toman el tapete, sin mediar más palabras lo enrollan. Ella los despide con familiaridad.

—Es… mostrar más atónito.

Responde que sí está asombrado y que recuerda reprodujo una escena de la reina original ante Julio César. La leyenda cuenta que así hizo la reina para acceder al conquistador romano.

—Me gusta la teatralidad.

Antonio Salomón se esfuerza por demostrar que está encantado y se desvive en elogios sobre la belleza. Ella argumenta que se ha atrevido demasiado envuelta en una alfombra y explica el mayúsculo desplante de la egipcia al desenvolverse hasta los pies de Julio César, el conquistador.

—De una alfombra es el regalo único de una reina.

Continúa su argumento dando a entender que él debería corresponder con demostraciones de originalidad y pasión. Tras unos minutos de plática, Salomón encuentra una idea. Él le responde con un “Plan B”, invitándola a una cena elegante rodeados de los tigres albinos de Siegfried y Roy. Ella demuestra su alegría y anticipa que ese espectáculo le agradará. Presume que ella promueve a artistas famosos de Norteamérica.

De inmediato Cleopatra toma de la mano al pretendiente y salen por el pasillo hacia el restaurante que está en el mismo hotel Treasure Island. Mirar de cerca a los tigres le provoca un miedo instintivo a Salomón que siente sus tripas crujir. Cleopatra está contenta y animada. Platica de espectáculos, conciertos y su participación en la promoción de artistas. Ella presume con velocidad de vértigo encuentro, representación o asistencia a camerinos con Rolling Stones, Crawnberries, Black Sabath, Jimmy Page, Ringo el de los Beatles, Fredy Mercury, Rod Stewart, Paul Anka, Paula Abdul, Simon & Garfunkel, Carlos Santana, Jimmy Hendricks, Elton John, Joe Cocker, Janis Joplin, Vangelis, Jean Michel Jarré, Charles Aznavour, Nana Moskouri, Phill Colins, Barry White, Bob Dylan, Joan Baez, o Jeff Beck. Por su parte, a Salomón ese tour platicado de los artistas le provoca ganas de alcoholizarse, pues así oculta frustración porque en México, su país de origen, durante décadas estuvo prohibido el Rock “de facto”, por lo que se vedaron los conciertos masivos. 

—Sabes, en México, se vetaron después de Avándaro; el gobierno creía que fomentaban la rebeldía y las drogas. Temían en los conciertos un inicio de rebelión, así que vetaron cualquier permiso para las visitas de los rockeros extranjeros.

Cleopatra descreyó de ese argumento. Por cambiar de tema explicó que es madre soltera con dos hijos concebidos, primero con un ex Presidente y luego con una celebridad, de quien no quiso revelar el nombre. Mostrar el nombre de un Presidente y ocultar el otro le resultó extraño a Salomón. A esas alturas Salomón había bebido bastante para saltar las etapas iniciales del cortejo, así que movió la mano bajo la mesa hasta alcanzar la rodilla.

—Te comportas como un adolescente —le objetó Cleopatra—, ese avance es de estudiante high school. Te aclaro que para embarazarme vaticinaré tu futuro, aceptaría una relación si sé alcanzarás la cima. Elitista, “to the top… aspera per astra”.

Ella ríe y jala la mano de él para mayor intimidad. Él reflexiona que no intenta embarazarla y responde que su cuarto del hotel es un escenario para “cotorrear”. A Cleopatra le da más risa la palabra “cotorrear” y explica que estará ocupada atendiendo a un artista, pero que lo invita a acompañarla.

Salomón siente un vértigo a recibir la cuenta de la cena y calcularla a su moneda local, mientras Cleopatra con alegría afirma que le pareció barata, pues incluye una botella de champagne que ella no probó. Juntos acuden al hotel Ceasar’s Palace. Ella comenta que es un sitio viejo, que sigue siendo encantador, un ícono del esplendor de Las Vegas y uno de sus sitios favoritos. Ahí encontrará a Carole King en un restaurante de un pasaje comercial interior.[2] El restaurante tiene un piano de cola blanco, donde la artista está tocando para ella misma, no está dando un show, el restaurante está para cerrar, donde permanecen amigos o admiradores de Carole, quienes le festejan cualquier gesto. La artista saluda con efusividad a Cleopatra, grita a la distancia y luego la abraza con efusividad como si volviera de un naufragio. Ahí, Salomón nota un parecido físico entre ellas, aunque Carole sería la tía añosa y Cleopatra la sobrina bonita.  

Cleopatra presenta a Salomón como un pretendiente recién descubierto. Carole afirma que Cleopatra huye de la soledad y que le ha conocido pretendientes de todas las nacionalidades. De inmediato Cleopatra lo niega, Carol recita entre risotadas una lista de nacionalidades y etnias:

—Albanés, letón, ucraniano, uzbeko, tibetano, sudanés, boliviano, siux, coreano, tailandés, japonés…

Le interrumpe Cleopatra, señalando que lo del japonés es falso, que ese pueblo tiene mala fama en la cama, aunque no le interesa comprobarlo. Y cambia el tema señalando que le tiene dos ofertas para grabar un dúo o presentarse con Elton John. Carole señala que vayan a la parte trasera del restaurante, a una oficina. Cleopatra indica que no demorarán.

Salomón se entretiene con una cerveza y cacahuates que no hay servicio de cocineros. Uno de los admiradores de Carole se presenta e invade la mesa de Salomón, pues habla español, aunque pronuncia horrible. Tiene curiosidad por Cleopatra aunque no osa a preguntar, así que alardea de su admirada Carole y de los conciertos a los que ha asistido. Se presenta como Theodore Nilles, y entre su plática canta estribillos de “Winter, spring, summer, or fall, all you have to do is call / And I'll be there / You've got a friend…” Y luego salpica con “I feel the earth move…”. El intruso parlotea bastante alcoholizado pero sirve a Salomón para pasar el tiempo. Después de dos horas Salomón está molesto y aburrido; aunque no lo va a confesar, cuando salen la estrella y Cleopatra de su reunión. Cleopatra ha cambiado su vestido por una falda roja brillante y una blusa de tono arcoíris con su espalda anunciada por tela traslúcida.

Ella murmura con buen humor y saca a Salomón jalando de la mano, despidiéndose de todos con una agitación de brazos. Colmada de regocijo quiere celebrar que la artista ha aceptado su proyecto con Elton. No da detalles de su trato, pero está contenta. Afirma que hay una joyería en el camino. La joyería está cerrada, ya es tarde, pero ella sigue animada. Señala un cartel con un pectoral con brillantes. Le comenta a Salomón que sería un gesto lindo que se lo regalase. Él dice que lo hará, pero está bromeando y ella lo toma en serio.

—Un collar digno de una reina, en cambio enseñaré cómo… con las momias.

De regreso en el hotel Luxor ella insiste en visitar un spa antes que al cuarto de él.

—Lo disfrutarás en serio.

En el spa, de manera sorprendente por la hora, sí hay servicio. La empleada que atiende parece china y sonríe mucho. Cleopatra explica cómo quiere el paquete, de dos masajes relajantes, con aromaterapia y luego el tratamiento de inmersión en un sarcófago lleno de agua con sales para simular la flotación en líquido amniótico.

El encargado del masaje para él es un oriental de estatura mediana y manos enérgicas. No distingue al masajista otro rasgo que una callosidad en algunos dedos y una fuerza de presión educada. Los masajes son suaves y relajantes. Antonio Salomón se tranquiliza tanto que queda dormido un instante y pierde la noción del tiempo. Despierta animado y fresco, agradece el servicio y da propina.  

Cleopatra lo encuentra y lo besa con fruición apasionada, soltando el néctar de su saliva. Es un beso breve y ella aleja la cara. Salomón queda excitado por ese roce de labios. Ella explica que espere un poco, que la máxima preparación dará un realce al su reunión en la alcoba.  

De inmediato ella le explica las ventajas de flotar y tranquilizarse en completa oscuridad, incluyendo con media hora para meditar. El compartimento de flotación está decorado como un sarcófago de Tutankamón y eso a Salomón le parece divertido. Ella comenta:

—Sabrás como revivió Osiris.

Salomón entra alegre aunque nervioso al sarcófago de flotación perfecta. Se sintió un poco tenso desde que fue al vestidor y tomó un calzoncillo negro de baño con figuras de Tutankamón y unos jeroglíficos. Preguntó a la encargada si la ropa era limpia. La dependiente respondió que desinfectaban todo en ese sitio y que cada traje de baño era nuevo. Mientras se desnudaba y ponía el bañador, Antonio Salomón al mirarse en un espejo tuvo una sensación rara, como si desde algún ángulo una mirada lo escrutara. “Nervios innecesarios y fuera de lugar”, pensó. Observa sus piernas y los vellos rodeando espinillas y muslos; cuando atisba el espejo una turbulencia se agita y, de inmediato, desaparece. Carga una toalla blanca al hombro. La dependiente le señala que calce chanclas.

El sarcófago de agua permanece abierto y del interior exhala unas sales exóticas. Posa la mano en el borde donde que es metálico y tibio;  estira la punta del dedo índice para cerciorarse del que no sea viscoso o frio, encontrando que la temperatura es agradable. Desde una esquina lo mira Cleopatra, como riéndose en son de burla y torciendo la boca, sorprendida de que un hombre de ese tamaño parezca atemorizado por entrar.

—No claustrofóbico o espantado en la oscuridad como niño.

Antonio Salomón niega con énfasis. Siegue una ironía de ella, cuestionando si llegarán sus fuerzas a la orilla de la cama. Él argumenta que el spa recupera su vigor. Ella confirma que la meta es recuperar fuerzas, y agrega que en el cuarto contiguo recibirá otro tratamiento, con aroma a rosas y lilas. Salomón se precipita al interior del sarcófago líquido y se sorprende porque sus pies no alcanzan el fondo. Cleopatra explica que es un tubo muy hondo, que van agregando y quitando agua durante un ciclo que imita el Juicio de los Muertos. Se ríe y guiña al repetir, bajo el supuesto de que bromea.

La dependiente advierte que la luz y el nivel de agua irán variando en un ciclo de media hora, señala una zona donde hay una rejilla que permite el paso del aire. Cuando cierra la tapa con suavidad se enciende una luz azul ligera en el interior. Después del nerviosismo inicial y de intentar nadar, como si temiera hundirse, Salomón comprende que su cuerpo flota perfectamente y que sin hacer ningún movimiento queda boca arriba y respira con tranquilidad. Aun así, Salomón toma una asidera lateral para tranquilizarse. Le conviene relajarse y tener pensamientos felices o ingeniosos para al salir dar tema de plática con Cleopatra. La tranquilidad le va ganando y la placidez de sentirse dentro la barriga maternal de un útero artificial adquiere sentido. La luz azul del interior se apaga por completo para dar una impresión de más tranquilidad. Poco a poco se concentra en esa ingravidez y relaja su mente. En algún instante se queda dormido y sueña que es un náufrago colgado sobre una tabla desplazándose cerca de una isla del Pacífico. Lo visita un ave albatros de alas anchas y luego desaparece. Un cangrejo sube a la tabla, se despereza y salta al mar. La corriente lo arrastra hacia una isla donde resuenan tambores nativos. Él está cansado y no se levanta. Deja que las olas lo conduzcan hasta la playa y la madera lo desembarca. El oleaje que oscila rítmicamente le quita la tabla y él sigue descansando en la arena. Vuelve el albatros para descansar sobre la arena. Avanza lentamente una mujer indígena con faldas floreadas. Una voz armoniosa lo llama por su nombre, es la metamorfosis de Cleopatra  que en ese sueño se volvió indígena.

Salomón se sorprende, pues no recuerda dónde está. Por un segundo siente el pánico de un encierro y quedar atrapado bajo un mar oscuro. Le grita a la empleada en cuanto se acuerda. La empleada abre el sarcófago y señala que no ha transcurrido el tiempo contratado para el servicio. Él disimula su temor, entonces afirma que no importa, que él tiene ganas de ir al baño. A la distancia escucha la voz de Cleopatra ordenando que él permanezca más tiempo. Entender que ella lo dejará encerrado más rato lo altera. La dependiente intenta cerrar el sarcófago pero Salomón ha puesto una mano afuera, así que su mano queda apretada por el peso de la tapa. Él finge que le duele y gritonea con lamentos. Salomón vocifera y amenaza para que la empleada vuelva a abrir la tapa. Desde afuera hay una palanca que facilita levantar la tapa. A la distancia Cleopatra sigue insistiendo en que él debe permanecer más. La mano apresada y los reclamos de Salomón vencen la voluntad de la empleada que levanta la tapa. Salomón siente el cuerpo pesado, como si el agua hubiera arrebatado sus energías musculares.

La empleada lo ayuda a salir halando de su brazo. En cuanto pisa el exterior, Salomón sigue con debilidad y su cuerpo tiembla sintiendo un frío inusual, como si el aire acondicionado conectara a una heladera. Él toma la toalla y se encamina al vestidor mientras se seca en el camino. Acude al baño, al salir se termina de secar y se viste. Trascurren unos minutos y aparece Cleopatra, burlándose de su grito en el spa, y sin transición suaviza el momento comenzando la ruta hacia la habitación del viajero. Ella el platica un relato inventado del antiguo Egipto comenzando en las pirámides Keops, bajando a las ciudades de Luxor y Tebas, aparecen jeroglíficos, los faraones derrotados por Alejandro Magno que deja al primer Tolomeo que funda una dinastía imbatible, acogida por Isis y Osiris, Seth y Amon-Ra, Horus y Maath… Mientras transcurre la plática, Antonio Salomón aprovecha para acariciar la cintura y espalda de ella.

Cuando están frente a la puerta de la habitación, Cleopatra propone otra charada:

—Te amaré en cuanto te acuerdes de la letra completa “You get a friend”.

Salomón ensaya cantarla y cuando termina Cleopatra responde que se equivocó en varias estrofas, que debe reintentar. Él vuelve a cantar y ella le responde lo mismo.

Cleopatra se fastidia y busca una salida a la charada, así que canta despacio la canción. Salomón descubre sus errores y repite la canción con exactitud. Salomón afirma:

—No es imposible complacer a una reina. ¿Quieres seguir adelante?

—La fiesta está por comenzar.

Él toma la mano con determinación; ella sonríe y acerca sus labios. Al despegarlos, señala que hay un castigo por la falla en la charada, aunque teme que a él le falta determinación. Antonio Salomón levanta el pecho y afirma que al varón enamorado nada le causa temor. Cleopatra entre abre su bolso de mano y asoma una serpentina verde que se mueve. En un parpadeo, ella abre y cierra la bolsa, mientras observa la cara desconcertada de Antonio Salomón. Ella parece muy divertida al comentar:

—Una reina debe estar lista para suicidarse con dignidad si la ocasión lo amerita.

El galán en un gesto de control sobre los nervios, toma la bolsa cerrada con delicadeza y la deposita dentro de un cajón del closet. Mientras tanto ella se sienta sobre la cama de la habitación.

—Nada distrae a una auténtica reina dispuesta a escalar sobre los hombros de un Atlante.

Con rapidez ella destiente las colchas y acomoda unas almohadas, selecciona un canal de música suave, selecciona las luces para instaurar una penumbra interesante y empieza el capítulo final de su juego de seducción. Salomón corresponde con las aproximaciones físicas más ardientes para la ocasión.

Después de que se han arrugado las sábanas y los quejido de Cleopatra se debieron escuchar hasta los cuartos vecinos, ella quiere chalar y él dormir. Tras las ventanas con cortinas densas se adivinan los rayos del sol y un leve vibrar de vehículos en movimiento.

Para despertar al galán somnoliento ella tiene la ocurrencia de traer su bolso guardado en un cajón. De un brinco se incorpora y regresa con la bolsa entre las manos.

—El reto de la canción no lo cumpliste, así que ahora viene el reto de la mano en la bolsa del Desierto de Gizhá. Hand in the bag.

Salomón sobreactúa su deseo de dormir, mantiene un ojo cerrado mientras responde:

—No es hora de juegos.

Ella insiste en que él debe meter la mano en el bolso y sacar un espejo. Antonio Salomón molesto con las excentricidades se incorpora:

—¡Es maniático cargar con una serpiente en la bolsa para un juego loco!

Cleopatra echa a reír.

—Lo que reto es tu capacidad de observación. So… so. Así, que era una serpiente en el bolso. Acepto…  jugué a que creyeras. Lo que tengo es una tortuga. Y te imaginaste a una serpiente y hasta una venenosa, como si yo soy loca. Stop… Soy madre… ¿imagine risks a poison? La tortuga… inofensiva y muy paciente en viajes.

Como Antonio Salomón sigue molesto después de que ella abre su bolso y comprueba sus dichos, luego lo disculpa por haber caído en su charada. Punto seguido Cleopatra cambia el tono de la conversación hacia lo que apetece de desayuno.

 

 NOTA:

 



[1] Plutarco Tomo IV, p. 95-96.

[2] Wikipedia: En 1995, un abultado rol de estrellas consagradas de la música rindió homenaje a Carole grabando el álbum Tapestry Revisited: A Tribute to Carole King. De este álbum salieron algunos éxitos en las listas, como la versión de Rod Stewart de "So Far Away" y la que Celine Dion hizo de "A Natural Woman". Otros artistas que aparecieron en el álbum fueron Amy Grant ("It's Too Late"), Richard Marx ("Beautiful"), Aretha Franklin ("You've Got a Friend"), Faith Hill ("Where You Lead") o los Bee Gees ("Will You Still Love Me Tomorrow?").

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