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miércoles, 15 de julio de 2020

LA BIOLOGÍA FILOSOFANDO CON JACQUES MONOD





Por Carlos Valdés Martín

Un lector ávido se deslumbra cada vez que un científico, uniendo saberes duros y amplia cultura, se adentra por una audaz especulación y comparte su cátedra científica, vinculándola con el horizonte esencial. Este es el caso de Jacques Monod, laureado como Premio Nobel 1965 de medicina y con una célebre indagación filosófica[1] en el libro El azar y la necesidad, editado originalmente en el año 1970. Su tema sopesa la definición misma de la vida en base a descubrimientos recientes de la biología como las enzimas y el DNA, para relacionar estas definiciones con la entera existencia individual y colectiva. Sin embargo, la misma formación de científico natural corresponde con algunas debilidades cuando rotula el terreno de la ciencia social y la especulación.

Máquinas que se conservan regulares y se reproducen
La definición establece el eje inicial del conocimiento del objeto, y para conquistar esa precisión el libro comienza desde una imagen tan técnica sobre la vida, que suspiramos conmovidos por la forzosa ingenuidad de los antecesores en el campo la biología.[2] Desde el comienzo el autor justifica que el tema biológico es capaz de conmocionar a las perspectivas humanas y filosóficas, compartiendo sus resultados y haciendo propuestas para compatibilizar conceptos.[3] Con puntual elegancia, Monod debe de recordarnos las dificultades que acontecen al distinguir entre los objetos naturales y los artificiales, cuando tratamos de considerar esto desde un punto de vista "ingenuamente" extraterrestre. Su indagación inicial define que hay dos principios propios de organización específica de los seres vivos, las cuales se designan con neologismos: invarianza y teleonomía.
La invarianza revela el secreto de la reproducción, esa peculiar característica de los seres de vivos la generar descendencia que continúa la estirpe, donde mantiene los mismos rasgos exteriores e interiores de los progenitores y por eso mismo permite continuidad para las especies. La llave mágica del sostenimiento de los caracteres heredados se había descubierto unos pocos años antes del escrito comentado, con la clave del código genético del DNA. Antes de la resolución de esta fórmula material y tan compleja, a la vez conteniendo entera la información vital dentro de la estructura más elemental, arroja luz sobre todo el conocimiento biológico, dando fin a una disputa milenaria entre distintas creencias en ese campo. Así, pues la tendencia esencial de los organismos vivos mantiene sus rasgos y eso presenta una peculiaridad excepcional frente al resto de la naturaleza, donde la mayoría de los procesos no se perpetúa individualmente, sino que presenta una dinámica, que anotamos como a la deriva, donde transita de una forma a otra, de un estado a otro, de un componente químico a otro, de un nivel de energía a otro. Sistemáticamente el texto califica a los seres vivos con máquinas que se reproducen a sí mismas.[4]
El otro rasgo abarca en conjunto de las funciones metabólicas a las cuales abarca en la teleonomía, se trata de la eficiencia para orientar funciones hacia ciertos fines, y aquí fines lo usa en el sentido laxo de ciertas metas programadas materialmente. Es decir, los seres vivos presentan un proyecto en su ser material (también se le llama “morfogénesis autónoma”)[5] y ese está marcado el mantenerse y reproducirse, para lo cual se despliega una gama muy variada de actividades, desde las micro a las macro conocidas, como: alimentarse, metabolizar, protegerse, etc. Esta variedad de actividades permite que se cumpla una meta de fondo.
En general, el desempeño de los seres vivos está marcado por una gran eficiencia material, pues para cumplir sus diferentes funciones bioquímicas ofrecen excelentes resultados en un sentido de regulación de flujos de energía, reúso de residuos, regulación de los subproductos materiales de sus procesos, etc. A esto lo considera Monod incluso un fenómeno desconcertante pues hasta contradeciría las teorías de la termodinámica más aceptadas, pero cree que ocurre algo que lo explica sin contradecir la entropía de manera directa. Esa eficiencia de los seres vivos la llama su performatividad (del inglés performance: acabado de calidad).
Entonces al mantenimiento de la regularidad (conservación de la vida) y su continuidad (reproducción bajo el signo de la invarianza) debemos agregar el dispositivo de la eficiencia (llamada performatividad) como rasgos de la vida. Aristotélicamente ahí estaría la diferencia específica respecto de las demás máquinas conocidas.

Especulaciones en torno a la conservación y la evolución
Si se abandona el terreno ingenuo de que todo ha sido así siempre y que no existen más posibilidades, entonces la conservación como tal resulta sorprendente. Si se parte de la infinidad de interacciones posibles dentro del mundo natural en un campo tan delicado como las relaciones químicas, entonces resulta sorprendente que una pauta natural de una complejidad apabullante —la del organismo vivo— se conserve inalterada durante millones de años. La interrogante antigua era en torno a ¿puede ocurrir el cambio? y la interrogante de Monod es la contraria ¿cómo se mantiene inalterada la vida? Claro no se trata de negar la evolución, sino preguntarse por qué ésta no sucede más radical, más abrupta y cómo van a mantenerse inalteradas especies durante millones de años, "un hecho en verdad más paradójico que la misma evolución"[6].
La respuesta está en la naturaleza del DNA, que es un código que establece el mecanismo replicador de la célula y que no posee una reversa[7], en el sentido de que la información siempre opera en el mismo sentido, partiendo del centro de la información genética para ordenar al organismo, y sin que el medio influya en algo sobre esa información genética (más que en el sentido de una alteración casual: agente mutágeno como la radiación). De ahí, que el sistema genético sea "totalmente, intensamente conservador, cerrado sobre sí mismo"[8]. En este sentido, toda la organización del mismo DNA, equivalente a decir la organización del organismo vivo está cerrada ante los influjos del exterior, en el sentido de ninguna ductilidad para convertir los estímulos exteriores en información genética. El funcionamiento correcto del mecanismo del DNA implicaría una imposibilidad de evolución, pero ésta se impone por alteraciones accidentales discretas de la secuencia de la doble hélice genética. Entonces mutaciones genéticas azarosas son "la única fuente de modificaciones del texto genético"[9] y entonces se eleva el papel del azar microscópico al frente del escenario de la vida, la variedad de las disposiciones genéticas dependen de microscópicos cambios casuales. Entonces podríamos colocar esto como el principio activo de la evolución, la fuente de los cambios en las generaciones y a partir de esto la posibilidad de la selección natural de variaciones de las especies.
Este principio activo de las mutaciones lo considera Monod radicalmente azaroso. Por un lado, a nivel del micromundo afirma que imperan las condiciones de la indeterminación de acuerdo a la teoría cuántica. Luego está el sentido azaroso de la coincidencia de dos series de eventos necesarios, pero cuyo cruce es indeterminado como el encuentro entre un agente químico mutágeno y la cadena DNA. Finalmente, está la relación no necesaria entre el cambio en la información genética misma y el resultado a nivel de las transformaciones de proteínas de las células, es decir, el resultado de cambio funcional del ser vivo, el resultado evidente de la macro evolución determinada por una micro mutación.
En este punto, Monod quiere aclarar que la evolución es meramente el resultado azaroso y entonces quedaría refutada la interpretación de un progreso de la vida, predeterminada en el plan del Universo, como se deprende de Hegel, Comte, Engels, etc. El resultado de la evolución vendría de una fuerza de transformación caracterizada por su entera libertad, que carecería completamente de cualquier tipo de intención o de tendencia propia. Sin embargo, aquí hay una observación al argumento de Monod, quien considera al conjunto como disuelto en casi un éter inexistente. Esto lo justifica planteando que la evolución misma no define una propiedad de los organismos (pues si fuese lo contrario entonces había una tendencia hacia la perfección),[10] sino fruto de una imperfección en su mecanismo conservador: la mutación micro genética. Aquí, se le escapa el matiz de que el conjunto nunca implica el lado irreal para las partes y que el cambio no es la ruptura de la continuidad, en fin, lo que escapa al científico natural, es la hipótesis (dialéctica, estructura, totalidad) de la forzosa interdependencia de cada parte hacia un contexto. Pero el esquema propuesto por Monod nunca es descabellado, como casi siempre el científico natural permanece realista (de modo sistemático o espontáneo) y reconoce una serie de rasgos comprobados del problema, aunque flaquea para redondear la argumentación.
Monod reconoce que el tránsito de la mutación hacia la selección natural (el resultado de la evolución) va en un sentido de perfeccionamiento. "Las únicas mutaciones aceptables son, pues, las que por lo menos, no reducen la coherencia de aparato teleonómico, sino más bien lo confirman en la orientación ya adoptada"[11]. Esto señala en el sentido del perfeccionamiento, por vía de la especialización de seres vivos y "mejora" de las especies. En el calendario, el sentido de la selección natural va hacia "la tendencia general ascendente de la evolución, perfeccionamiento y el enriquecimiento del aparato teleonómico"[12]. Aunque Monod alerta que este argumento no se convierta en una ilusión del proyecto de perfección religioso u optimista de la dialéctica ordinaria, sino en la confirmación del segundo principio de la termodinámica, donde plantea que la diferencia de especies es irreversible[13].


Las mutaciones de la humanidad
Aunque sea como un pequeño ejercicio especulativo resulta interesante el planteamiento del número estimado de mutaciones dentro cada generación humana. Sin que sea una cantidad comprobable "se puede estimar que, en la población humana actual (3 X 109) se producen, en cada generación, de unos cien a mil millares de millones de mutaciones"[14]. El número de mutaciones por generación, en sí mismo resulta impresionante, sin embargo, la mayoría de los acontecimientos son microscópicos y no se observan reflejándose en el nivel macro del organismo. La mayoría de las mutaciones se pierden sin dejar rastro, pero la base del genoma humano está en proceso de evolución. La evolución biológica humana no ha terminado sino que la observamos a escala planetaria. Es una circunstancia imposible de evadir, pero preferiríamos evitar su conciencia por cierto desgarramiento doloroso, por la mera idea de una diferenciación radical de la humanidad, que si bien especulativamente es permisible, la experiencia concreta del racismo y la discriminación sexual revela una contradicción con la aspiración universal: su integración pacífica inclusiva con sus diferencias.[15]
Sin embargo, la evolución por mutación de las especies en el sentido biológico opera a una escala de impresionante lentitud (porque incluso cien mil millones de mutaciones son un ritmo insignificante para lo que exige la reorganización funcional de una especie, como el surgimiento de un nuevo sistema como el esquelético) si la comparamos con el ritmo específico de una evolución donde lo esencial ocurre fuera de los cuerpos (contra Foucault), porque ocurre en la transformación no corporal (que es secundaria) sino en la modificación del espacio cultura-material por la producción de la vida de la especie: la historia. En cierto sentido, este salto cualitativo lo reconoce Monod: "el lenguaje simbólico, acontecimiento único en la biosfera, abre el camino a otra evolución, creadora de un nuevo reino, el de la cultura, de las ideas, del conocimiento"[16]. Ahora estamos, sumidos como humanidad en una nueva evolución, para lo cual debemos entrar en nuevas consideraciones. La misma evolución biológica estricta de la especie es sobre un carril específico, pues la evolución física del cuerpo "se ha centrado sobre todo en el desarrollo progresivo de la caja craneana, o sea del cerebro"[17]. En ese sentido la selección natural de la especie se ha orientado hacia el incremento de la capacidad cerebral en un periodo de dos millones de años, y ese tiempo resulta una duración "relativamente corta y específica" para la modificación biofísica.
Crecimiento del cerebro: esa ha sido la mutación esencial física en dos millones de años. Pero esa "selección natural" de las especies no es una orientación sencilla, sino que tiene ya contiene una orientación y una marca distintiva, enrolada hacia la senda específica del humano. Otras especies han estabilizado el tamaño de su cerebro durante millones de años, como sucedió con los otros monos o las lagartijas.
Aquí nos encontramos con uno de los temas esenciales de la discusión del biólogo, pues el dispositivo de la organización de la célula viva es completamente conservador, porque la tarea del DNA al reproducirse replica su identidad. El mecanismo falla por razones microscópicas, pero al nivel macroscópico de la organización global de las especies debemos de considerar que el cambio evolutivo sigue ciertas pautas. Un nivel son las pautas determinadas por adaptaciones ecológicas, como la conquista de la tierra por los vertebrados. Pero el nivel que más nos atañe son los caminos de retroalimentación de disposiciones (estrategias de vida, nichos de la especie, performances), que (proyectando al ser humano) Monod llama las " iniciales que comprometen el porvenir de la especie creando una presión de selección nueva"[18]. Una vez definido un carril de evolución entonces las mutaciones microscópicas confabulan en favor del avance de ciertas organizaciones funcionales, apoyan ciertas "performances" y anulan las demás. Ese es el carril propio de cada especie. Sin embargo, en este punto se modifica la tesis inicial de que el DNA es "sordo", que no acepta ninguna influencia del exterior para favorecer adaptaciones. La explicación se relativiza, porque ahora resulta que millones y millones de mutaciones casuales pasan por el cedazo de la influencia exterior y exclusivamente las variaciones que "escuchan" al mundo exterior florecen en la evolución. Y en la mencionada retroalimentación del ser vivo con el medio resulta que el carril de desarrollo humano es especialmente sensible para el crecimiento de cierto performance y que la selección favorece a la inteligencia y al lenguaje. Por más que Monod rechaza que exista un impulso natural hacia el progreso de la especie, aunque él responsabilice al azar, sin embargo, el carril de salida del azar avanza en el sentido más optimista: mejoría de la inteligencia de la especie, lo cual convierte al texto, en cuanto bien argumentado sobre el tema de la vida, en un aliento optimista: el movimiento evolutivo de las especies no es un desbarrancarse por cualquier camino sino avance de los performances más exitosos, y una vez que se llega al carril de la inteligencia, entonces la selección natural favorece el crecimiento de la misma, o lo mismo que indicó Sagan con amplitud de miras: nuestro destino está en el rumbo del crecimiento de la inteligencia[19]. La única mutación importante apunta hacia la continuación por el derrotero de la inteligencia, que también es el crecimiento de sus capacidades productivas, lo que en términos políticos debemos llamar su libertad[20]. Así, el camino lento (con duraciones de millones de años) y sinuoso (marcado por los caprichos del azar del microcosmos) de la biología confirma que el sendero iniciado por nuestra especie que se encauza por la producción mediante inteligencia y lenguaje es irreversible, que ese rumbo no va a revertirse o detenerse, que incluso las legalidades del código genético cargan los dados jugando a favor.



NOTAS:



[1] No se trata de “filosofía” en el sentido técnico sino de generalización y alcance del horizonte, para sacar las consecuencias de las últimas investigaciones, en especial, las propias de la biología, con lo cual enriquece la cosmovisión y el alcance de la investigación. Véase la Introducción de Sartre a la Crítica de la razón dialéctica.
[2] De manera casi automática, las aportaciones de Darwin generaron una tentación de aplicar un darwinismo social, aquí Monod aplica con sutileza e inteligencia las consecuencias del descubrimiento de las estructuras celulares del DNA y otras en la aplicación a la condición individual y social.
[3] De manera paralela la historia de la biología alimenta la perspectiva filosófica de Foucault en Las palabras y las cosas. Y la obra de Monod a primera vista contraría el curso sobre la episteme de la Vida de Foucault, quien daba por finiquitada la síntesis del siglo XVIII al XX que sí consideraba con seriedad la “síntesis” en el concepto de Vida; pues Monod lo retoma integrando el conocimiento del mecanismo celular y definiendo los maquinismos que la integran.
[4] Esta línea positiva entre máquina y organismo biológico posee una relación conflictiva, precisamente ligada al crecimiento de la biología. Digamos que Monod da unos pasos atrás para acercarse a Descartes, y el racionalismo inicial que señaló a los cuerpos como máquinas específicas. Aunque algunos filósofos del siglo XX retomaron el sentido positivo de la máquina para aplicarlo al cuerpo y la mente como Deleuze, y la expansión de la computación ha revitalizado el tema, pero creando el concepto de los cibernético, como un puente. Véase Deleuze, Lógica del sentido.
[5]"ser objetos dotados de un proyecto" p. 20. Aunque este proyecto se debe interpretar en un sentido no subjetivo de finalidad deseada, sino de meta programada materialmente, respecto de la cual se organiza el conjunto de los performances del ser vivo. Esta definición de morfogénesis autónoma se resume en “La morfogénesis autónoma señala que la estructura de un ser vivo resulta de procesos que no parecen deber casi nada a la acción de fuerzas exteriores, sino a interacciones morfogenéticas del mismo objeto.” En Hipótesis de Gaia. James Lovelock, Lynn Margulis, de Erwin Andrei Hortua Cortes.
[6]Monod, El azar y la necesidad, p. 123.
[7]Monod, p. 122.
[8]Monod, El azar y la necesidad, p. 123.
[9]Monod, p. 125.
[10] Es cierto que la perfección misma en movimiento, para un investigador formado en el espíritu científico, con facilidad se descubre como una chabacanería a la manera de la burla de Voltaire contra Leibniz en la novela Cándido, cuando el personaje Pangloss a cada desgracia repite que se confirma “el mejor de los mundos posibles”. Sin embargo, creo que con Hegel cabe reivindicar el “perfeccionamiento” como una “estructura dialéctica”, y no una simple ilusión.
[11]Monod, p. 132.
[12]Monod, p. 136.
[13]Sin embargo, esta evidencia de la evolución estaría contradiciendo la ampliación de la entropía en el sentido de tendencia espontánea hacia la desorganización y la pérdida de información, porque la evolución confirmaría un sentido contrario. Con lo cual, al menos, la entropía quedaría confinada como una ley de comportamiento de la energía.
[14]Monod, pp. 133-134.
[15] Aunque ya existen algunos aspectos en la ficción popular como las caricaturas de mutantes y la protesta por el respeto trangénero que indican una asimilación inconsciente de tal fenómeno de fondo: las mutaciones como un ruido de la especie.
[16]Monod, p. 140. Aquí se reconoce la importancia específica del lenguaje de la comunicación y del conocimiento, pero no se redondea en la producción material humana, que es donde se convierte el proceso en circular, camino de la subjetividad a la realización y de regreso, de tal manera que existe un nuevo movimiento en la naturaleza. Más adelante Monod retoma el tema de la relación entre producción y lenguaje como refuerzo mutuo.
[17]Monod, p. 141.
[18]Monod, p. 142.
[19]Sagan, Los dragones del Edén y El cerebro de Broca.
[20]Marx, explica la relación entre la producción material y la libertad humana, que se suelen divorciar como dos niveles de realidad desconectados, cuando la producción es el contenido y plataforma material de la libertad. Cf. Grundrisse.

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