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domingo, 12 de julio de 2020

MERLÍN Y ARTURO COMO LEYENDA DEL PODER





                                                                                  Carlos Valdés Martín

Cualquier poder para quedar completo requiere de saberes o se desmorona[1], lo cual se tradujo en los símbolos de las leyendas medievales de Merlín y Arturo. En correspondencia, cuando los sabios se fascinan y acuden por espejismo, amenaza o interés para servir al gobernante, quizá hasta de modo voluntario buscando convertir la magia de las ideas en el oro sólido de un mandato. Las narraciones alrededor de la mítica figura del rey Arturo destilan de valiosas lecciones sobre la naturaleza del Poder y sus relaciones con el conocimiento, siempre que encontremos sus metamorfosis típicas.[2] En la fantasía popular el arquetipo del pensador encarna en mago, y el legendario Merlín sirve al joven Arturo, porque adivina que él personificará al rey de los ingleses y entonces encarnará al Estado.[3] En el otro extremo, los líderes astutos buscan controlar el saber y mientras más absoluto lo imaginen más lo estimarán. Así, Arturo confía ciegamente en Merlín y la desaparición del mago anuncia la catástrofe del reino.

Sensibilidad angustiada de Kafka

El anhelo por una conclusión última para un tema complejo nos impone asumir que no hay rutas cortas ni atajos. Si alguien compartiera la sensibilidad de Franz Kafka, adelantaría la hipótesis de que el futuro permanecerá perdido, porque los pensadores adulan al poder voluntariamente por fascinación, convertida en  vocación. Al mismo tiempo, los gobernantes sienten el ansia por saber, entonces buscan conocimiento y en la medida que casi nunca lo alcanzan en persona (un logro difícil, pues los gobernantes habrían de comenzar siendo estudiosos intensos y objetivos, antes que partícipes y beneficiarios), su recurso es cautivar a los que suponen son sabios. La aguda sensibilidad de Kafka manifiesta perspicacia ética, aunque queda limitada por la condición del aislamiento extremo.[4] En el aislamiento la capacidad pensante se convierte en una sombra terrible: la impotencia angustiante. El conocimiento contiene un principio de potencia o acción, por lo que su falta de realización destila una conciencia amarga, de los abrumadores presagios de la vida, que desborda en toda dirección al acto intelectual. Así, el saber tomado aisladamente, sin precisar circunstancia lanza tanto la capacidad como la angustiosa impotencia, quizá cristaliza en la afamada espada Excálibur pero permanece paralizada dentro de la piedra durante una eternidad. Y la angustia del solitario hace más tentador aproximarse al mando terrenal tal cual éste se presente (incluyendo sus aspectos innobles, profanos y hasta brutal como el Centauro de Gramsci),[5] como una práctica política plagada de ferocidades discretas o desnudas. [6]

El punto “fulcro”

Quien posea un saber clave (digamos victorioso, bélico, ganador o invicto) no correrá de inmediato con su texto bajo el brazo para entregárselo al primer príncipe que se encuentre: aunque eso alguna vez suceda, el gesto no revela la intimidad del asunto.[7] Los gobernantes tratan de adornarse rodeándose de las celebridades intelectuales, aunque ese gesto de la aproximación linda con la bufonada, pues de igual forma los gobernantes se retratan con las actrices bellas y el deportista célebres. Lo crucial a considerar es este “flucro”: una gama de conocimientos son indispensables para la actividad de gobierno y la de cualquier mando.[8] De hecho hay una constelación de conocimientos, que constituyen el saber de la dominación (en sentido rudo) y de cualquier civilidad (la legalidad en sentido amplio).
Para desvelar qué es el saber de la dominación destaca un sorprendente texto en El príncipe de Maquiavelo, aunque el libro cometió el pecado de exhibir demasiado al explicar los recursos de los gobernantes para acceder y mantener el reino. Fue un pecado, porque la claridad excesiva en estas cuestiones se convierte en una denuncia. De cualquier manera, hay muchas motivaciones por las que cada potestad necesita de saber. Existen desde los niveles más elementales del perfil de su realidad, y por eso el gobierno se encarga escrupulosamente de levantar los censos. Tal nivel de conocimiento censal es tan empírico, que parece inocente, sin embargo, en mal sentido paranoico el Apocalipsis se interpreta cual horror al censo, al marcarse un número de desgracia, el malhadado 666. La sistematización de una red de conocimiento comienza con la simple recogida de datos, de ahí la importancia de las oficinas de datos y los censos para la creación de los Estados.[9]

Éxito tipo Keynes

Aunque el camino directo y los atajos casi siempre desembocan en el fracaso, algunas clases de conocimientos han sostenido una relación idílica con los gobernantes. En ocasiones singulares irrumpe el amor a primera vista, por ejemplo, en la leyenda, Merlín reconocen de inmediato a Arturo. En la historia, algunos pensadores plantean tesis clave con un contenido positivo para el régimen, por lo que rápidamente son llamados desde las cumbres. En la antigüedad hay casos paradigmáticos como que Alejando Magno haya aprendido de Aristóteles y que Nerón pagara con traición los consejos de Séneca, el estoico. Los economistas, que han planteado remedios a los males del sistema y con una concepción positiva del mismo, han conquistado la notoriedad debido a la naturaleza de sus estudios. La utilidad de un personaje no significa un servilismo personal, por ejemplo, la relevancia y aceptación de John Maynard Keynes radica en la naturaleza de su planteamiento, pues él propone el concepto adecuado para la política económica, explica la conexión entre la gestión de la moneda, en relación a los salarios reales y al reparto de las ganancias entre capitalistas industriales y banqueros. Aunque la concepción keynesiana incluyera desavenencias con el mandatario o implique críticas al reparto de la riqueza, fue imprescindible que el Estado recuperara ese conocimiento, que armara una herramienta para su despliegue económico. En su momento, Keynes cumplía el papel del Merlín para el "Estado de bienestar", agitando la varita mágica de la prosperidad.

Del rebelde alcanzando el trono

Lo llamativo y hasta desconcertante acontece con pensadores radicales, quienes siguen una carrera de opositores y cuando ganan se convierten en engranaje clave de un nuevo orden. El caso más llamativo es cuando los rebeldes se entronizan como gobernantes del nuevo Estado. El paradigma más notable del siglo XX fue el marxismo, pues la doctrina socialista fue diseñada desde la crítica sistemática de todo lo real, incluyendo al mismo poder estatal.[10] Las finalidades teóricas del marxismo merecen catalogarse de anarquistas, la meta final incluye la desaparición del Estado, como órgano especializado del gobierno y sus instituciones coercitivas características. Sin embargo, el siglo XX ha vivido el drama del estalinismo (y sus variaciones), donde el Estado se enseñorea como déspota absoluto, pues en vez de que el proletariado se adueñe del gobierno y apropie de los medios de producción, como pregonaba la teoría, el nuevo gobierno somete al proletariado y monopoliza los medios de producción. La llamada esclavitud asalariada no quedó suprimida, sino universalizada por la secuela de los soviets. Es notable que intelectuales y aguerridos revolucionarios más o menos educados en el marxismo, previamente perseguidos por tiranías, monarcas y dictaduras participaron en la empresa de ampliación absolutista de las facultades gobernantes. Es un hecho que destacados dirigentes marxistas se detuvieron en cuanto vislumbraron el abismo que se abría a sus pies, un abismo entre la tesis hipotéticamente liberadora, aunque la práctica esclavizadora y entonces la crónica señala que la mayoría de los destacados comunistas de Rusia enfrentaron la muerte, antes que aceptar el estalinismo.[11] Entonces confirmamos el prototipo del intelectual, que a partir de la resistencia, en la perspectiva de un contra-poder, se enreda a la hora de su triunfo. Así, la victoria de procesos revolucionarios desencadenó una derrota ante el Poder descarnado, con la figura de tiranía enajenada y despótica.

De quien se corrompe

Como resultado de tales experiencias, hay muchos que afirman que el poder político siempre corrompe, arrastrando a los corruptos primero y, al final, hasta a los hombres nobles. En esa hipótesis, cualquier intelectual que disfrute el éxito, probando las mieles de la cumbre quedará hechizado, olvidando lo que antes propuso y se dedicará a seguir unas reglas del juego misteriosamente ruines y eternas. El problema de esta visión es que absolutiza al poder político, dotándolo de una naturaleza de divinidad negra, con una esencia demoniaca. La leyenda de Arturo también habla de una metafísica del mando y la personificación la encontramos en la hermana-reina-bruja Morgana, que destruye el reino en un delirio de ambición inmoral, aunque también Arturo participa de esta desgracia, pues él resulta cómplice y víctima de las maquinaciones.[12]
¿En qué consiste la corrupción de los intelectuales integrados? La corrupción consiste más en la naturaleza de su saber que en su intención y sus actos. Dentro de la gran gama de saberes, existen algunos particularmente opuestos al poder despótico. El primero que se inventó fue la sencilla ética que levanta un hasta aquí al exceso prepotente y es crucial cuando se deja de lado.[13] Luego está el conocimiento de la espontánea solidaridad entre los de abajo, por ejemplo, los gremios ancestrales y rudimentarios sindicatos surgieron en espontaneidad como abrazo auténtico de unión entre iguales. Existió y existe un conocimiento de qué significa el sindicalismo: una fraternidad activa, convertida en lucha para defender el interés de los agremiados. Con posterioridad se tejió otro “saber” acerca del sindicalismo, que lo degradó en el arte de la manipulación de los obreros. En México, se vivió completamente este proceso y la personalidad de Fidel Velázquez nos muestra la trayectoria completa, desde principios de siglo cuando el sindicato se concebía como una manera de resistir el abuso, desplazándose hasta un complejo compromiso, donde el Estado legisla la actividad laboral y se institucionaliza al sindicato para ajustar al trabajador bajo una trama de intereses.[14] A ese sistema complejo de compromisos, ventajas y sumisiones, en México se llamó “charrismo” y su existencia implica una trama de pericias, precisadas bajo prácticas y leyes. Si aceptamos el sentido funcional y gramsciano del término,[15] entonces cualquier operador de potestades resulta un "intelectual" y, en ese sentido, Fidel Velázquez cumplió el papel de un "intelectual" al servicio del Estado.
Independientemente del ingreso a las élites del líder sindical, lo primero que ha podrido desde su interior, es el saber y la práctica de la fraternidad, el tender la mano en solidaridad y la honestidad en las reivindicaciones. Al integrarse el intelectual (sindicalista) al Estado (aunque no sea de modo formal) ocurre que adecúa su saber y acciones a la naturaleza previa del aparato. Concluyen dos discursos resultantes: el de los dominados que resisten y el lenguaje del sistema estatal, en una dicotomía simple, pero la dialéctica no se detiene y nos demuestra hegelianamente que la antítesis exige una nueva síntesis.[16]
El caso más irónico y conflictivo, ocurre cuando el pensador accede al gobierno desde sus premisas de resistencia. El triunfo abre un conflicto y una disyuntiva de la historia: el saber subvierte la naturaleza milenaria del poder estatal o éste subvierte la naturaleza de conocimientos y prácticas de la resistencia.[17] Cualquier victoria que afloja las opresiones colocando leyes que garantizan derechos a los de abajo y que plantean la igualdad esencial de las personas, a la fecha, ha resultado pírrica. En 1917, la Revolución Rusa plantó una modificación radical, a través de una modalidad plebeya de democracia directa en los soviets. Los errores profundos de la teoría estallaron con rapidez y una década después el triunfo del estalinismo, significa que el mando despótico subvierte el mensaje de la utopía marxista, para fosilizarlo en una religión de Estado.
El curso final de esta historia no ha definido su resultado, según la pesadilla de Walter Benjamin en su Angelus novus.[18] Para que el saber permanezca alérgico a someterse al despotismo, debe de contar con una aguda conciencia que salve la esencia del problema. La tragedia de Sócrates muestra que un pensamiento lo suficiente agudo da nacimiento a la filosofía y provoca las furias del gobierno ordinario. Para ganar una inteligencia impermeable a las falsas promesas del Estado, requerimos saber bastante del poder y lo exigimos con profundidad.

El misterio alrededor y qué es en sí mismo

Por su propia función el poder político se rodea de un intenso misterio, los altos muros de los palacios y la complejidad de la jerga burocrática contribuyen a esa oscuridad. Si las mentiras son cotidianas en la demagogia es porque la verdad desnuda no ilumina ni revela al Estado, su ambiente es un invernadero para cultivar más sombras. De nuevo recordemos que Maquiavelo intentó exponer una “verdad desnuda” en El príncipe, pero fue rechazado al plantearle a Cesar Borgia el modo de apoderarse de reinos y mantenerse tiránicamente sobre rivales y súbditos. Para el lenguaje de los mandones no conviene el idioma llano, sólo les sirve la retórica y, de preferencia, la demagogia.[19] Y así como su “dialecto” destila confusión y complejidad, su práctica emana un manto de neblina semi-luminosa, que al mirar evita distinguir lo que se mira, tal como lo definió la teatralidad de Luis XIV.[20] Bastaría analizar a fondo una única palabra “majestad” para empezar al comprender la táctica implementada por este monarca, que nos explicar qué es esa neblina semi-luminosa para mostrar la cúspide del Poder mientras se ciega a los súbditos.
Para distinguir qué define al poder en sí mismo —sin otros atributos que compliquen el asunto—, en primer lugar, es capacidad de actuar e imponer en los otros la prohibición de actuar[21], lo cual en términos personales implica que un polo manda y el otro obedece. Así, en esencia, el poder define el nivel de efectividad material de la práctica, entonces todo hacer (desde el individuo hasta el Estado) implica fuerza para hacer. Toda y cada capacidad implica un nivel de potencia, aunque si no se despliega dicho potencial permanece dormido. Imaginando una situación sin Estado hay acción, por tanto hay poder hacer en los individuos y en las agrupaciones; esa fórmula de la inteligencia y verdad elemental, ha sido fundamento del anarquismo desde siempre.[22] Los sentidos físicos abren el empuje de captar el mundo, las puertas de la percepción y los interiores (emotivos, intelectivos, intuitivos, etc.) canalizan y expresan la subjetividad. En ese aspecto, cualquier individuo despliega multiplicidad de facultades a cada instante y este despliegue nunca cesa, puesto que hasta la imaginación o el sueño vanos son fortalezas humanas.
Esa esencia original del gobierno posee sus niveles y su efectividad la vemos precisa al chocar con las oposiciones de la naturaleza. Hay distintas capacidades para actuar, en base a lo cual comparamos, y se valoran más algunos que otros. De acuerdo al tipo de prácticas se califican y precisan los poderes. El poder económico nos remite al mundo material de objetos escasos y surge el nivel fundamental del trabajo.[23] El específico amatorio nos ubica en el terreno de las prácticas entre las personas, donde las fuerzas de atracción y deleite sostienen su curso.
El político cristaliza tal característica, que ha conducido a que le llamemos "el Poder" en un sentido singular y con mayúsculas. Las palabras incitan a arrodillarse ante este tipo peculiar de krátos y diferente a otras facultades, pues en este ámbito parece compendiar a todos los demás o que merece sobresalir y quedar exaltado en su singularidad única. Pareciera como si los demás fuesen de segunda categoría, solamente malas copias de lo verdaderamente singular.[24] ¿Será cierto? Dudar de esa jerarquía aplica el poder analítico para mostrar al mando estatal rebajado frente a la multitud de facultades humanas revela una mezcla de verdad y de mito. Hasta que Descartes liberó el potencial racional mediante la duda regresó la imaginación de una república.[25]
La característica unitaria del Estado no es continua a lo largo de la historia. Mientras el Estado feudal es parcialmente integrador en torno a los territorios, sobre los que se entrelazan complicadas jerarquías ligadas a los linajes, en cambio se unifica en torno a las dinastías. Por su lado el Estado capitalista es unitario en torno a las delimitaciones territoriales, la tendencia es a que dentro de un territorio existe uno y sólo un Estado, pero en el planeta se multiplican los diversos Estados nacionales.

Monopolio obediente

Obsesionarse —cual si fuese único— con el modelo de poder característico del Estado falsea la complejidad. El discurso legal inscribe el mensaje de la obediencia de los particulares ante un orden superior, que define las reglas de la convivencia y su cotidianeidad se concentra en el Ejecutivo. Ese peculiar eje se revela dependiente de los demás poderes, que se presentan como menores, limitados o particulares por su dispersión misma. La multiplicidad de sujetos individuales, colectividades y empresas que pululan en la actividad no-gubernamental aparecen como particularidades frente al unificado y unificador Estado. Cuando se cuestiona la preponderancia de los monopolios, se le califica de "desmedida", expresando que la concentración económica, se desborda hacia una influencia decisiva en la sociedad. Sin embargo, esa media queda relativa, pues incluso el monopolio más gigante se encuentra reglamentado bajo el marco jurídico: incluso cuando influya y desborde sus atribuciones (salto cotidiano del interés material al político), aun así las demarcaciones legales permanecen de obligatoriedad general; incluso cuando cualquier disposición esté definitivamente tramada (a modo de conjura) para beneficiar a un único monopolio se disfraza con la careta de una normatividad. En conclusión, toda actividad económica subyace como lo particular y privado frente a un poderío con atribuciones para meter en cintura y castigar destructivamente a quienes desobedezcan sus reglas.

Crisis y “salud”

¿Qué sucede cuando el conjunto de la actividad económica particular hace agua? La crisis es la impotencia generalizada de los agentes económicos, y en la medida en que sea profunda se convertirá en una crisis política. En este caso, se evidencia súbitamente que la enorme fuerza del Estado depende de la robustez de la producción que lo sustenta. Cuando hay hambre entre las mayorías, se revela que el gobierno es de un aparato dependiente dentro de un conjunto. La capacidad total del Estado no proviene solamente de sus propios medios, que son suministradores, sus fuerzas armadas y las empresas que controla directamente, sino que depende de su adecuada inserción en otro sistema de jerarquías, a veces, nominado de clases sociales.
La salud del Estado depende de la manera en que se inserten el conjunto de capacidades sociales, apoyando el sentido de su política. Esto queda claro durante las crisis políticas más agudas, cuando se genera el fenómeno llamado de la dualidad de poderes. En situaciones graves, una parte de la sociedad genera su propio pre-Estado, como acontece con los ejércitos revolucionarios en México de 1915 a 1917, que ejercen funciones gubernativas, gestión de la moneda, administración de hacienda, judiciales, policiacas, legislativas, militares, etcétera.
Debido a que la salud del Estado depende de una articulación con otros poderes sociales, es por eso que interviene activa y permanentemente para mantener una fisonomía en la sociedad civil. Y esa actividad estatal sirve para presentarse como superior, distinto, unitario y no dependiente de los demás poderes.
La salud del Estado moderno conlleva mantenerse ajeno y funcional a la sociedad civil. Suceden las dos operaciones contradictorias a la vez. La ajenidad del Estado delimita una enajenación de toda la ciudadanía. De manera teórica y como base de la legalidad constitucional se reconoce que la soberanía reside en el pueblo, mientas la soberanía cotidiana reside en la representación Estatal.[26] El Estado democrático representa al pueblo porque es electo, y el Estado dictatorial supone representa al pueblo por cualquier justificación ideológica. Mantener la representación del pueblo, con un diputado por cada miles o cientos de miles y un Presidente por millones de personas[27] implica una separación abismal de la ciudadanía respecto de la decisión efectiva de lo que le afecta.

Soberanía y ajenidad ante el pueblo

Con su peculiar talento Rousseau trasladó la soberanía al pueblo lanzando un rayo estremecedor bajo un cielo sin nubarrones,[28] pues el concepto resulta tan estremecedor que sigue aportando consecuencias. Para acrecienta tal radicalismo, él había captado que delegar la soberanía propia del pueblo en un grupo de representantes significaba enajenarla y provocar una falacia, pues la soberanía popular fundacional metamorfosea en la soberanía real del Estado. En ese aspecto, hasta los Estados electos no son por completo democráticos, sino combinados con jerárquicos, porque el breve momento del voto nunca basta ni es suficiente para caracterizar y garantizar a la democracia, en el extremo un día de votaciones se vacía del contenidos por una mala elección de representantes o la posterior corrupción del elegido. La democracia define un gobierno propio del pueblo, cuando lo que ha resultado es delegación permanente en un aparato ajeno.
Esa ajenidad estructural del Estado frente al pueblo es funcional. El Estado es funcional en tanto cumple muchas tareas adecuadas al mantenimiento del orden social presente. Por ejemplo, la producción privada necesita de mercados, y los mercado desarrollados no son para trueque sino monetarios, se requiere de dinero, y el dinero desarrollado es fiduciario, constituido por billetes y otras operaciones crediticias, ese tipo de dinero requiere de disposiciones legales que afectan a la emisión, circulación y conexión con los sistemas de crédito, y el sistema monetario completo se opera mediante un sistema electrónico que requiere de regulaciones y mucha seguridad. El espejo de organización colectiva ajeno al mercado está en el Estado, y eso lo adecua a regular la emisión de la moneda, independientemente de que una buena o mal gestión gubernamental redunden en estabilidad o en inflación.
En la unidad de estas dos características de aparato ajeno al pueblo y funcional a un conjunto de requerimientos objetivos e intereses de la sociedad civil surgen en simultáneo su presencia obligada y los mayores peligros del Estado. La democracia tiene un momento de elección, donde transita cada gobierno por el juicio popular, y entonces la cámara de diputados refleja heterogeneidad de intereses para contrabalancear. Aunque el aparato mismo del Estado levanta un bloque jerárquico y organizado de manera autoritaria, por obediencias próximas al rey-súbito disfrazadas de patrón-empleado. En especial, todo el aparato administrativo, ideológico, económico y militar dependiente del Ejecutivo muestra ese rasgo de una pirámide que sistemáticamente conduce las riendas hacia la cúspide. Cada peldaño de la burocracia diseña una geometría jerárquica piramidal, con obediencia obligada hacia los mandos superiores.[29] Al final de cuentas se concentra una tremenda maquinaria política en el gobernante supremo, quien posee la llave de las decisiones que afectan a una nación. El sistema de delegación de facultades conduce finalmente hasta un individuo, sujeto a las presiones del entorno sobre su envestidura y ese peso que concentra provoca una tremenda soledad, la soledad del líder.

Cuando espera demasiado

El ciudadano de la calle y una pesada trama que gestiona las peticiones (una estructura del sistema regional de peticiones) le exigen demasiado a los gobernantes. Y mientras más autoritario sea un sistema creará mayores expectativas. Los gobiernos autoritarios y más aún las dictaduras hacen un culto al gobernante. Sin que nos detengamos en el caso extremo, se exigen saberes grandiosos y soluciones desbordantes a los mandatarios. Si bien ese saber no es personal, el político que está al mando deberá de rodearse de los conocedores con las soluciones, deberá de servirse de las lumbreras de la nación. El pueblo desea que su gobernante sea el predestinado, como Arturo, y que si bien él mismo no fue una lumbrera intelectual, al menos demostró el buen sentido de la justicia y fue capaz de rodearse de un Merlín, sabelotodo y de un victorioso equipo de caballeros de la mesa redonda. Por lo mismo, la gente permanece al pendiente de lo que hizo o dejó de hacer el Presidente.
Frente a tales presiones está un peligro latente. Si la actividad gubernamental va por la senda del fracaso se potencia el mecanismo de la mentira. El aparato estatal, en su rasgo burocrático, ya está diseñado para convertirse en un club de elogios automáticos para los jefes. Potenciar el mecanismo de la mentira es perseguir a cualquier oposición en una escalada de desconfianza y paranoia destinada a justificar las acciones y proyectos gubernamentales. Además hay descontrol sobre este proceso, cuando un prospecto de dictador paranoico accede al poder de un país por medios democráticos, como sucedió con Hitler, quien apoyado en los recursos del aparato de Estado, borró hasta los vestigios de vida democrática en Alemania y se lanzó a la aventura imperial.

La relación conflictiva de intelectuales con el Poder

Numerosos intelectuales descubren esa naturaleza negativa del autoritarismo estatal. De ahí surgen biografías con conflictivos de atracción y repulsión, entre pensadores destacados y los gobiernos. Ordinariamente se oscila entre la integración a la política tal como está, aunque buscando favorecer posibilidades, y una huida graciosa, pues desagrada y hasta horroriza esa politiquería tal como sucede. Participar o huir en una situación concreta es una elección por convicción, sin embargo, cuando hay un importante “saber del poder” el pensador quedará bajo el examen del juez interior más riguroso.  Peculiar es la situación cuando el proyecto de los intelectuales fue revolucionar a la esencia política misma y a la naturaleza del Estado. Ese esfuerzo ha sido el cabalmente radical, de conmover el fundamento mismo del modo de hacer público, lleno de miserias que predomina hasta nuestros días. En la historia moderna han existido dos momentos fundamentales de tal tenor. El primero, fue la creación de la política liberal y la formación del Estado burgués moderno, desde el impulso para las reformas en Inglaterra, la Revolución Norteamericana y la Revolución Francesa, una serie de eventos donde se cambió de raíz la manera feudal de hacer política. El segundo, fue la creación de la estrategia comunista, y la formación del Estado soviético, con sus secuelas. En la medida, en que la opción liberal ha cristalizado cual factor dominante a largo plazo, y en que la política comunista al triunfar lo hizo negativamente,[30] nos centraremos en los elementos de la crítica y superación del presente contenida en los planteamientos políticos, marginales a la práctica estatal.

Teoría y práctica marxista

La política comunista tiene una infinidad de aspectos, aquí vamos a definirla en torno a su carácter teórico y práctico, frente a su desafío. La teoría socialista la dividimos en tres cuerpos de rasgos distintos en tesis y vínculos prácticos, aunque el origen reconocido para todas es la obra de Marx. 1) El cuerpo teórico originario de Marx, y diversas aportaciones sucesivas, ligadas a actividades revolucionarias, incluyendo el derrocamiento de regímenes feudales y capitalistas. 2) El ramal teórico de tipo estrictamente socialdemócrata, ligado a la actividad de reformas limitadas al campo del capitalismo y a la gestión de la fuerza laboral. 3) El ramal seudo-teórico de tipo estrictamente estalinista, ligado a la actividad gubernativa burocrática de opresión sobre el proletariado.[31]
La clasificación es elocuente, en cuanto investigamos los elementos para esclarecer el poder y desnudarlo, buscando los factores de su superación. En el cuerpo teórico, que llamaremos para simplificar marxismo, es donde hay elementos en ese sentido. En el contenido conceptual, veremos que es viable demostrar que el Estado levanta una falsa universalidad, que tiene una historia, que posee un carácter de clases, que en sus características esenciales está la coerción, que su aparente superioridad frente a la sociedad es una ilusión, que las funciones indispensables de gobierno no tienen siempre que adquirir la forma de Estado, que es viable suprimir la forma estatal sustituyéndola por otra distinta, etcétera. Todos estos elementos conceptuales existentes en la obra original de Marx y Engels permiten mantener una distancia crítica frente al Estado, denunciando las miserias implicadas en todos los regímenes estatales.
En la relación entre la finalidad socialista de extinguir el Estado y los medios para lograrlo está un cúmulo de paradojas históricas. El medio necesario para la extinción socialista del Estado, pasa por la constitución del proletariado en clase gobernante, a través de la llamada dictadura del proletariado. Ese medio de llegar a la abolición del Estado ha pasado por la toma del poder por diversos partidos comunistas, y a una nueva forma de Estado. La nueva forma de Estado inaugurada por los bolcheviques rusos sólo ocasionalmente cabría llamarla una dictadura del proletariado, y más consistentemente ha sido la dictadura sobre el proletariado, vía la dictadura del partido integrada a un aparato burocrático de Estado, que explota al pueblo. Como se ve la continuidad entre marxismo y estalinismo pasa por una ruptura, que invierte los términos básicos de la relación entre la clase revolucionaria y el Estado emanado de procesos revolucionarios. Hay un cambio cualitativo trágico, precisamente en lo que respecta a esto que nos ocupa del saber y el poder. El saber de crítica radical al Estado, al cabo de una tortuosa parábola de contrarrevolución en la revolución, resulta convertido en el saber del Estado dedicado a idolatrarse, donde el partido comunista queda transformado en una iglesia del Estado laico. Ocurrió una transformación muy extrema y sorprendente.
No se trata de indagar los procesos históricos que condujeron a ese resultado. De cualquier manera se tiene la impresión de que el marxismo en la medida en que es el saber para la constitución de un modelo radicalmente diferente de poder, digamos el modelo de un contrapoder, que disuelva ese dominio concentrado y aparatista, aún no ha encontrado la formulación correcto. Falta la formulación completa de enfrascarse en la lucha política y transformar a la sociedad sin que ello redunde en un efecto de camuflaje mediante el cual el movimiento de emancipación socialista se transforme en una variante de lo que combatió originalmente, que es la dictadura del Estado. O bien la formulación puede estar cifrada y no la hemos descifrado lo suficiente.

Lo que fue el partido

Respecto del Estado existe una paradoja, que es la continuación de problemas ya presentes en las organizaciones políticas por fuera del Estado. El caso más notable es la del partido político. Sin duda el gran innovador de las concepciones marxistas fue Lenin.[32] La conceptualización y el perfeccionamiento práctico del partido político proletario capaz de combatir a la burguesía y sus aparatos represivos se dieron al calor de la lucha en Rusia. En Lenin encontramos una concepción acabada de una estructura, que combina educación militante y la disciplina, la jerarquía y la participación. Perfecciona la eficacia política, pero el centralismo suele predominar sobre la democracia, y la educación en las jerarquías y su respeto, entonces domina sobre las posibilidades de autogestión. De nuevo se le exige demasiado al militante proletario, que debe dirigir al partido, que debe dirigir al obrero, que debe dirigir al Estado, que debe dirigir a la sociedad entera. Se le pide tanto como al rey Arturo.
En general, vale caracterizar al partido como una organización que carece de suficiente libertad en las relaciones entre sus miembros. Independientemente de si esa situación se justifica por situaciones impuestas por un régimen represivo, esa falta de libertad subjetiva no capacita dentro de un proyecto de largo aliento de liberación social en todos sus aspectos. Se necesita al menos una compensación, una organización que tienda hacia la liberación total, en el sentido de limitar las líneas enajenadas de la política, desbordándolas sistemáticamente. Porque el problema está en que la estructura leninista es semejante a las organizaciones políticas burguesas, comparte con la iglesia, el ejército, etcétera. No es idéntica, pero hay semejanzas suficientes para denunciar. Comprendiendo una parte de este problema, la generación de Lenin insistió en la educación política y garantías democráticas, pero el mayor énfasis lo encontramos en el significado de los soviets, como organización propia del autogobierno proletario, que imprimía el sello novedoso al régimen del Estado obrero.[33] Por desgracia, los soviets son una forma representativa de gobierno, aún lejos del régimen directo de los productores, que son susceptibles de vaciarse de su contenido.
La transmutación de partidos opositores en Estados, nos revela que las prácticas particulares pueden organizarse hasta convertirse en gobierno. El conocimiento de la operación partidaria es importante como ejemplo destacado del avance desde las prácticas dispersas hasta su unificación. La gestión partidaria es un saber, portado por gente pensante, que tiene la capacidad de organizarse y de actuar. Nos muestra la fuerza extraordinaria que adquiere la conciencia clara y la organización cuando se atraviesa por momentos de crisis.
El saber de la acción partidaria llamada marxista, por lo común es mixto, pues parcialmente se enlaza con un proyecto liberador inicial y asimismo genera prácticas enajenadas, estableciendo un agridulce, que con el dominio del Estado postrevolucionario se adapta al autoritarismo, con el amargo final. Aunque mostró el caso más típico de una intensión para transformar el quehacer político, en cuanto éxitos pragmáticos de esa acción para transformaciones sociales.

Abriendo jaulas

Queda por integrar un conocimiento que supere el anhelo de autogestión del artesano y la honorabilidad del samurái,[34] que articula para radicalizar a la urgencia de una liberación más completa frente a las miserias de la política. Liberar en cada individuo su propio poder es una aspiración tan repetitiva de cada psicología y curso de superación que hay trasfondo; su complemento corresponde a esa ante la prepotencia del gobernante. La valía de la persona y el control democrático del Estado traman un proceso indisoluble. La táctica de un gobierno autoritario implica apropiarse despojar de capacidades a los demás y estigmatizar por algún pretexto a los particulares. El poder positivo fluye con la fuerza de la práctica en la vida, cuando esa dínamo se mantiene al ras del suelo, si evita perderse en las alturas de la enajenación y desplegar cadenas de dominación. El pequeño poder que posee cada mortal es precisamente "pequeño" en la medida que atoró su práctica entre una red de servilismos y enajenaciones. El simple trabajador (el desposeído, el oprimido, el olvidado, el otro…) no liberará su potencial mientras no se desencadene ante el poder y las reverencias abyectas que implica ante un statu quo opresivo.
En la misma tónica, cierto enfoque de Foucault, se pretende elaborar una "microfísica de la libertad",[35] pues las libertades desplegándose en el ámbito privado y público civil se sostienen mutuamente. Aunque como la vida siempre es concreta, la actividad de los individuos es determinante, pues ahí están los vínculos, entonces las prácticas y políticas de la libertad son labores trascendentes. Son asuntos para estudiarse, cuando se pretende conocerlo todo respecto del poder.
Elaborar una "microfísica de la libertad" es pensar en lo que sí podemos y no. Implica un estudio microscópico del gobierno y el no-gobierno revelando sus formas de dominio y de emancipación, sus formas de sometimiento y de sublevación, formas de jerarquía y de igualación, sus formas de dispersión y de alianza, sus formas de jerarquía y de igualación, sus formas de dispersión y de alianza, sus formas de perder libertad y de recuperarla, sus formas de carecer de autoconciencia y de adquirirla. De manera semejante a la existencia de un estudio muy detallado de las cuestiones económicas, en las que se revela la naturaleza de la cotidiana mercancía hasta las complejas crisis, una teoría de la liberación afila su bisturí conceptual sobre la dimensión cotidiana. Ese nivel integra parte indispensable de lo que urge saber del poder. En la medida, en que crece esa clase de conocimientos el gobierno es menos absoluto, porque quienes realizan las prácticas cotidianas cuentan con elementos para no extraviar el espacio político propio. Si cada persona conociera el secreto de porqué su espada personal está en la piedra, entonces cada quien no aguardaría en mutismo por la llegada de una liberación final,[36] sino que confeccionaría al nuevo rey Arturo y a su Merlín.

Epílogo

¿Qué tan sinceros somos cuando argumentamos sobre el saber frente al poder? Uno habla desde la reflexión, asumiendo el acto de pensar, y definiendo una distancia frente al mandato. Aunque cualquier saber implica ya un vínculo con el poder, según el apunte de Francis Bacon, convertido en escándalo por Michel Foucault.[37] Cuando existe una enorme facultad capaz de revelar los más recónditos secretos y guiar las acciones más portentosas entonces pesa una gran responsabilidad. En este caso, descubro lo comprometido de quien pretenda involucrarse, aunque flanqueado por dedos acusadores y metido entre fuegos contrapuestos, incluso en su propia trinchera suenan los petardos. Si el conocimiento en todas sus dimensiones fuera ajeno completamente al poder permanecería en un faro lejano a las turbulencias; si estuviera por entero despojado de atributos mundanos cual anacoreta en su cueva quizá tomaría un partido tan radical que jamás encontraría cabida en el reino de este mundo; sin embargo el conocimiento nace rebozado en fuerzas, ya obrando a nivel discreto o pletórico de interacciones. Si los intelectuales sirvieran al poder en un sentido burdo, como quien intencionadamente vende su alma al diablo a cambio de monedas, entonces la misión se reduciría a denunciar traidores cuando sirven a los amos. En fin, exijamos a este final la sinceridad y dejemos para otra ocasión la relación elemental en la dualidad mando-obediencia con sus amplios significados. 

NOTAS:


[1] Y no un simple saber escuálido de anacoreta ni una carcajada en mitad del desierto, pues el aparato mismo del Estado es una organización colectiva de conocimiento. Cf. Nicos Poulantzas, Estado, poder y socialismo.  
[2] Si bien, La muerte de Arturo de Marlory es la narración más clásica, hay una amplia literatura, que conformó el canon de las narraciones caballerescas.
[3] Conectar la adivinación —la tan improbable cualidad de los magos— con la estabilidad del Estado se hace por la conexión que controla un futuro. El “control” define un cambio predecible, para lo cual se adivina o se gestiona una estabilidad. En un extremo queda el mago adivino y en el otro el gobernando que controla. Para Hegel el Estado se define por su determinación estabilizadora, véase Lefebvre su texto Hegel, Marx, Nietzsche.
[4] Incluso en Kafka cabría una alergia casi física a la realización y al Poder, véase incluso el análisis de su última creación literaria, titulado La madriguera o la construcción, según versiones: https://carlosvaldesmartin.blogspot.com/2016/06/resumen-de-la-madriguera-o-la-obra-de.html
[5] Gramsci, Cuaderno de la cárcel, emplea la metáfora del Centauro para resaltar un aspecto bestial, en contraposición con la visión más clásica, que consideró al caballo-hombre como un civilizador, cual un Quirón.
[6] Desde este punto de vista el Fausto de Goethe es uno de los mejores ejemplos literarios para dibujar el drama interior entre el sabio y el poder. La frustración original del Doctor Fausto es su confinamiento solitario dentro de las paredes del gabinete de estudios. El hambre de mundo que se despierta en este personaje, completamente identificable con la biografía de su autor, encuentra la oferta para saciarse en el "poder del mal" donde la figura de Mefistófeles, da un sello mágico, pero la tentación de los hombres del saber se encuentra en las ofertas de los gobiernos terrestres. Es la peculiar facultad del detentador de saber que se puede convertir en un vehículo para lograr otro poder, sobre todo el frío imperio económico y el embriagador mando político. Aunque la mayoría de los seres pensantes no acceda a las cumbres, de cualquier forma, dentro de los íntimos juegos de las posibilidades personales, debe de encararse como tentación o deseo el acceso a la espada.
[7] En cierto sentido, la ingenuidad de desear servir al príncipe y tomar el camino directo de llevar el compendio del saber es la fórmula del fracaso para Maquiavelo. Éste entrega una descarnada obra maestra de ciencia política a César Borgia. El resultado es que el príncipe de carne y hueso ignora el atrevimiento de quien se ofrece como su consejero. Pareciera, en el ejemplo, que el camino directo no es el mejor para transitar.
[8] Rasgando el velo de Isis, el filósofo Ortega y Gasset señala que la esencia del poder está en el gesto de mandar y obedecer, la relación básica.
[9] Véase Armand Mattelart La comunicación-mundo.
[10] Muy conocidas las críticas de Marx contra el aparato de Estado como instrumento de dominación, que habría que desaparecer, cuya pervivencia demuestra la opresión misma. Marx y Engels, Obras escogidas. Incluso Lenin señala con claridad que su objetivo es la desaparición del Estado, que la “dictadura del proletariado” representa una transición.
[11] El caso más paradigmático dentro de la camada de dirigentes comunistas es Trotsky, quien critica despiadadamente la línea dictatorial de Stalin en gran cantidad de textos y muestra sus esperanzas en La revolución permanente.
[12] En muchas leyendas del mandato divino es una constante la presencia de la figura oscura, la deplorable figura del mal gobierno (con usurpadores, tiranos y oportunistas), donde contrasta mejor la grandeza del buen gobernante. Pero la presencia de la mujer como protagonista central de estos dramas del reino remite hacia sociedades anteriores al cristianismo. Retrata un reconocimiento de las facultades políticas de la mujer, pero en un sentido negativo, como subversión del orden del mundo. Eso nos hace pensar en el estigma que acompaña a la condición subordinada de la mujer y la importancia de esa subordinación dentro de la estructura social feudal temprana.
[13] Toda la antigua teorización sobre el Poder comenzaba con recomendaciones éticas, las multiplicaba y culminaba en lo mismo, por eso resultó un escándalo la separación de un saber especializado con Maquiavelo.
[14] De nuevo nos encontramos con que el camino entre el saber y el poder no avanza por la línea recta, en este caso, la unidad eficiente entre el sindicalismo y el gobierno priista pasó por el camino de las confrontaciones. Los sindicatos brotaron desde la oposición para irse integrando en un sistema semi-corporativo. Cf. CORDOVA, Arnaldo, La política de masas del cardenismo.
[15] En los famosos Cuadernos de la cárcel Antonio Gramsci propone esa definición funcional del grupo intelectual, al calificarlo por sus funciones de organización del Estado, por tanto, los soldados, policías, sindicalistas, políticos, jueces y maestros comparten la categoría de intelectuales sin importar que unos empleen pocos conocimientos y otros muchos. A su vez, el término orgánico se refiere a su mayor cercanía con las funciones productivas, no a su cercanía con el proletariado ni a una afinidad ideológica, como luego se alteró en la jerga política.
[16] Al decaer la popularidad del marxismo, gran parte de la interpretación “avanzada” se ha centrado la dicotomía entre resistencia y “estatu quo”, lo cual plantea la interrogación sobre su resolución. 
[17] La resistencia popular e intelectual ante el poder político, —sobre todo en el despótico, porque la idea de democracia es apenas la cresta de una breve ola— es un asunto de milenios. Para tomar conciencia del hecho consideremos que la mayor parte de la historia aconteció bajo gobiernos frágiles. Una lectura política de la institución del interregno nos revela que el gobernante debe permanecer bajo amenaza de ser fiel a su pueblo o de lo contrario se le aplicarán los milenarios derechos populares al regicidio. Véase La rama dorada de James Frazer.
[18] Benjamín había adquirido un cuadro de Paul Klee con ese título que le sirvió de inspiración para un famoso fragmento dentro de sus Tesis sobre filosofía de la historia.
[19] Tan claramente denunciado por Orwell con la neo-habla de su novela 1984.
[20] El rey borbón Luis XIV perfeccionó la teatralidad en el ejercicio gobernante, robusteciendo al sistema absolutista. Véase HATTON, Ragnhild, Luis XIV.
[21] Mediante una exageración y hasta inversión de términos, Georges Bataille interpreta a la sociedad humana como fundada sobre la prohibición (también traducida como interdicto), que es la facultad del gobernante para establecer las prohibiciones, lo cual se ligaría estructuralmente con la moralidad. Véase El erotismo de Bataille.
[22] Se comprende que la posición anarquista posee elementos de crítica y un cuestionamiento sobre la hipótesis de una utopía sin Estado. En México, Ricardo Flores Magón expresó tal posición con poética claridad.
[23] Siguiendo a Hegel (donde el Espíritu es tan productivo mediante la dialéctica que lo crearía todo) luego Marx coloca a la producción material como un fundamento radical; pero su acierto se vuelve irónico cuando niega la historia de las ideas, como si desde las ideas científicas no se escondiera la clave de sus afamadas “fuerzas productivas”. Cf. La ideología alemana, que niega una historia de las ideas o del pensamiento.
[24] El marxismo con su énfasis en la producción material como la verdad última, pone mayor acento en la economía y las “cadenas del dinero”, pero irónicamente recomienda concentrarse en el “asalto al Poder” para remediar los males; con lo que demuestra una inconsistencia y, ambiguamente surge otra “estatolotría”, bañada de crítica. 
[25] La secuela histórica del cartesianismo es diáfana en su legado democrático, que por la discreción del filósofo se ha descuidado.
[26] Cierto que es la concepción más moderna, aclarada a partir de El contrato social, antes la justificación más usual era una voluntad de Dios, por tanto, requiere de una religión dominante.
[27] La teoría y práctica de los municipios reconoce que solamente un gobierno al acceso cercano del representado posee un sentido, sin embargo, la escala de los gobiernos suele rebasar cualquier localismo, quedando el gobierno local como un primer escalón.
[28] Por cielo sin nubarrones me refiero al auge del sistema de monarquías absolutistas en Europa.
[29] Existen excepciones de interés como la división de poderes, el sistema legislativo, organismos autónomos y descentralizados, el principio federal, las autonomías locales y hasta las anticuadas ventas de puestos (de recaudador de impuestos o Casa de Moneda).
[30] Claro que la transformación hacia una variante llamada socialista liberal o socialdemócrata sí generó una serie de efectos positivos en varios países, mientras el extremo comunista se convirtió en deificación del Estado, que ha pervivido con pactos para la reutilización del mercado, como en China. Cf. Wallerstein, Después del liberalismo.
[31] La investigación de Marcuse titulada El marxismo soviético se ocupa para demostrar que en la URSS se formó una ideología de Estado, una jerga para justificar la acción del Estado, una monstruosidad desde el punto de vista de un marxista imparcial.
[32] Sus propuestas iniciales parecen de una trivialidad directa, un debate sobre quién debe ser miembro del partido y otro sobre la conveniencia de contar con un periódico centralizado, en Dos pasos adelante y paso atrás, y ¿Qué hacer?, sin embargo, su táctica y operatividad política terminó por imponerse en 1917.
[33] Sin embargo, el “sovietismo” cayó en una ingenua concentración del poder mismo, pues abole la división de poderes y la separación entre directores de producción y factótums de la política; al fusionar ambos niveles, creó una presión autoritaria sobre los obreros sometidos a la presión simultánea de que su dirigente también es su patrón, coronando el autoritarismo.
[34] Masas proletarias contra élites de excelencia se convirtió en un falso dilema, que con elegancia Canetti desnudó al revelar que el fanatismo por la masa resulta más una emoción sociológicamente sustentada que un programa realista en Masa y poder. A su vez, Ortega y Gasset se desliza en sentido contrario al descubrir a las élites que se asquean ante La rebelión de las masas.
[35] Aunque el discurso de Foucault prefiere la desconfianza contra el Poder y lo percibe introduciéndose en el individuo en las sociedades que llama disciplinarias o de control. Vigilar y castigar.
[36] Foucault ofrece al final del texto, en Las palabras y las cosas, una explicación original de porqué la modernidad requiere una perspectiva de una Revolución y su Utopía para embriagarse con una perspectiva ilusoria, en lugar de arreglar cuentas con su presente.
[37] El paso desde la perspectiva renacentista hasta la posmoderna señala una enorme culpa. Cf. Foucault, Microfísica del poder.

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