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domingo, 5 de julio de 2020

LA CURIOSIDAD DEL MONJE BERTOLD SCHWARTZ





                                                                                                              Por Carlos Valdés Martín

La leyenda del monje curioso

Hay una narración sobre un inventor europeo de la pólvora[1] o, al menos, de su aplicación para proyectiles, el monje Bertold Schwartz. Un lindo relato surge bajo el supuesto de su curiosidad, incluso tal irrefrenable curiosidad lo empuja para desobedecer a su superior en el convento.
Ubiquemos el relato en la Edad Media, que está madurando para dar paso al Renacimiento. Los monasterios son instituciones bien establecidas, amuralladas y protegidas legalmente con fuertes privilegios y convenios entre los reyes y la Iglesia católica monopolio de la fe en Europa. Periodo de grandes guerras y azolado por plagas, con transportes lentos a paso de carreta de bueyes y un territorio de fronteras interiores, donde el campesino está atado a la tierra y obligado por la condición de siervo. Es la plena época de la intolerancia y la persecución a brujos y a quienes levanten la mano señalando a la Iglesia. Quien no pertenece a la aristocracia no posee derechos sino simples condiciones y además la población es iletrada, siendo que el refugio del conocimiento está en algunos monasterios y los burgos —ciudades prósperas por lo común amuralladas, aunque pequeñas si las comparamos con las modernas.
Los monasterios están rigurosamente regulados por una disciplina religiosa. Son sitios para alejarse del mundo profano y violento que imperaba en los feudos europeos. Las reglas monásticas de San Benito imponen horarios y actividades de manera rigurosa.

La anécdota de Schwartz

Volvamos a Bertold ¿Un monje tan curioso que desobedece a la autoridad monástica? Pareciera una contradicción, pues los monasterios fueron desarrollados para retirar a los varones de la tentación mundana y voltear la mirada hacia las sagradas escrituras, entonces nada de investigaciones y curiosidades. La ficción de El nombre de la rosa, nos recuerda que la inquietud mental se oponía al estilo conventual, por más que los monjes fuesen personas con inteligencia unida a la devoción.
Unos rasgos de ese relato del curioso Schwartz indican que investigaba con pasión los materiales que tenía a mano, que aplicaba una alquimia práctica, que resultaba en una química. Los superiores del monje, por principio no estaban de acuerdo, aunque toleraban sus tendencias por una mezcla de utilidad práctica de sus actos y la expectativa de corregirlo con el paso del tiempo. Tampoco se suponga que los conventos estaban por completo ajenos a las actividades productivas, pues los internos con frecuencia debían manufacturar productos de campo para convertirlos en textiles, vino, cerveza, etc.  Además de las estrictas ordenanzas morales de San Benito, los conventos florecieron en toda Europa porque se adaptaban al entorno y funcionaban como unidades productivas que complementaban a su vecindario. Así que no únicamente los rezos y los ejemplos moralistas se prodigaban, pues había intercambios comerciales en la Edad Media.
Como fuese el relato del monje Schwartz señala que él había conseguido y perfeccionado la pólvora. Debido a que China era un sitio demasiado distante para mantener comercio regular y ni siquiera noticias.[2] Entonces para efectos del relato la pólvora era el invento de Bertold. Con esa capacidad el monje obtuvo su emancipación, debido al espanto que causó este “invento” entre los superiores del convento. Con el secreto oculto entre sus posesiones, Schwartz se volvió un tipo de fortuna cuando le dio una utilidad militar, al colocarla dentro de tubos de bronce y comenzar la confección de la primera artillería europea. Con tales innovaciones se revolucionó el arte militar y los campos de batalla cambiaron por entero, entonces poco a poco, los arreos de la caballería armada dejaron de tener eficacia y comenzó un nuevo tipo de milicias.

La condenada curiosidad

Fue la ideología tradicionalista y añeja que ahogaba la curiosidad, repitiendo consejos como “La curiosidad mató al gato” y otros adagios. Tantos refranes señalan la condena popular contra los curiosos y algunas fábulas lo refuerzan. El temor se refuerza en el “ni le busques”, o la advertencia “el que busca encuentra”, insinuando que son problemas.  Sin embargo, ahora la curiosidad se acepta como un impulso sano de la infancia que luego va muriendo cuando se insiste en castrarlo continuamente.
Y casi obvio, que los garantes del pensamiento “prudente” en el sentido de medroso, eran los monjes, las personas dedicadas en cuerpo y alma, que se retiraban del “mundanal ruido”. Que en ese relato sea un propio monje el paradigma de una curiosidad explosiva es, cuando menos, gracioso.


NOTAS:


[1] No el primero, ni el único, parece que su contribución más bien se enfoca su utilización en la balística. Se cree nació en 1318 y murió en 1384.
[2] Recordemos que los viajes de Marco Polo representan una hazaña sin comparación, aunque sí existía la Ruta de la Seda la cual conectaba a las regiones de Medio Oriente con China, pero el paso hasta Europa ya resultaba indirecto y un reto tremendo. Marco Polo, El millón o El libro de las maravillas o Viajes de Marco Polo.

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