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sábado, 18 de julio de 2020

SACRIFICIO DE ISAAC: LA AMBIGÜEDAD DE LA OFRENDA




Por Carlos Valdés Martín

El fundador mítico del pacto entre Yahveh y un nuevo pueblo fue Abraham, pero resultaba anciano y estéril. Desposado con su amada Sara envejeció sin poder concebir y ante lo avanzado del tiempo le fue permitido seguir una treta al concebir con una criada con el consentimiento de su misma esposa. Se justificaba por ser un patriarca legendario, de esos modelos del “patriarcado” y causa de la moralidad imperante, en sentido de costumbres. Como sea, Abraham seguía mortificado por procrear con su propia esposa, hasta que surgió el mismo Supremo y le señaló que recibiría el don tan ansiado. Así, nació Isaac a quien se amó como heredero legítimo y el consentido de la pareja de ancianos. Hubo otro hijo, que fue con una concubina, Agar que dio a luz, a otro hijo llamado Ismael, pero fueron despedidos del sitio y enviados hacia el desierto.

El nudo dramático
Cuando el niño Isaac crecía sano y alegre surgió un contratiempo que nubló el horizonte y suponemos que el corazón de su padre. Al parecer, los pueblos vecinos, que adoraban a dioses ajenos, eran tan devotos que sacrificaban a sus hijos en ofrenda, mientras los judíos acostumbraban únicamente ofrendar carneros. Un día, la voz de Jehovah ordenó a Abraham que marchara a una distancia de tres días hacia el monte Moriah para hacer un sacrificio, sin llevar un carnero. El relato de Génesis 22 narra que Isaac fue señalado para ese destino y que sería entregado en holocausto, sin embargo, Abraham no reveló ese mandato a su familia ni al propio hijo. Cubierta la jornada, el patriarca deja a sus sirvientes y se hace acompañar únicamente de su hijo, con un cuchillo y fuego para quemar en sacrificio. De las órdenes nadie más escucha —ni la familia ni los sirvientes ni Isaac—, entonces guarda un designio “secreto” y así viajan a lo alto de Moriah. Lo que intrigaba a Isaac es que no suban con un carnero según su costumbre, ante lo cual su padre Abraham respondía “Dios se proveerá”.

Un huracán ético
El relato bíblico no aclara los sentimientos y razonamientos interiores de Abraham, tampoco explica sus palabras tranquilizantes dirigidas a Isaac: “Dios se proveerá el cordero para el holocausto”.[1] Quien abordó a fondo los hondos problemas éticos que se desprenden del relato fue Kierkegaard, el filósofo existencialista y cristiano, quien observó en el pasaje un completo huracán de problemas morales. ¿Debe una persona acatar una orden divina cuando su evidente implicación es la ruptura de las normas éticas elementales que supone provienen de la misma deidad? Porque Abraham no sacrificaba gente y menos a niños, el planteamiento en sí mismo es tan horrible que sorprende la brevedad y el candor[2] del relato. La orden obedecida coloca a Abraham en mitad de un absurdo ético,[3] pues él está a punto de convertirse en un villano inenarrable y un sujeto bestial dispuesto a segar una criatura por entero inocente. En el relato, Jehová se comporta con la astucia de un juicio salomónico, pues le basta la intención demostrada y en la misma medida que resulta impedida limpiamente, hasta el último segundo. A final de cuentas el relato ofrece una desviación fundamental, cuando en lugar de asesinar personas se justifica utilizar animales, asumiendo la parte cazadora como la condición insuperable, con ello el área del sacrificio hace coincidir una voluntad desmedida (la devoción que raya en el absurdo) y el acto restringido (únicamente aplicado al animal). Esto implica el cruce de dos dimensiones: una voluntad sin restricción para conectarse con Jehovah mediante la obediencia (y el temor) y una acción restringida por una ética, que el propio Dios establece para evitar la violencia irracional, la cual sí es una posibilidad de material (la hipótesis ilimitada de morir en cualquier instante, la factualidad limitada de que únicamente se muere una vez).   

El temblor de Abraham
Cuando el ángel detiene la mano dispuesta al filicidio sobre Isaac, el hijo inocente, y entonces Abraham cambia su condición radicalmente de asesino en potencia a un sacrificador ritual, salta de la tragedia por obediencia hacia la santidad por la misma obediencia. El ángel cuando transmite la contraorden explica el perdón a Abraham: “porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único.”.[4] De ahí el título de Kierkegaard, que reza: Temor y temblor. El otro giro del relato implica que se termina el silencio de Abraham, quien actuó en secreto respecto de su familia, asistentes e hijo, pero que deberá regresar con una narración sobre lo sucedido, de lo contrario no existiría el relato. Aquí el secreto funciona como facilitador, evitando tropiezos y obstáculos, sin embargo acarrea consecuencias morales, porque Abraham pareciera asumir completa responsabilidad, mientras su voluntad está por completo puesta en su Señor. El secreto genera una dimensión de completo aislamiento de Abraham, la que llamo la “soledad del líder”, pues provoca que la preparación del sacrificio de Isaac pese por entero en sus hombros, y con ningún ser humano la está compartiendo. Separarse de todos para entregarse a Jehovah ¿implica responsabilidad o la completa elusión al colocarlas en su fe imperiosa? Lo segundo resulta más lógico, pues justifica romper cualquier orden ético por la obediencia, lo cual establece una jerarquía donde Dios está por encima de cualquier responsabilidad, operado cual soberano para disponer de las vidas y la honras.

El último momento: a punto de asestar el golpe, o la estructura del dramatismo   
Con todo y su brevedad, este relato alcanza un clímax dramático porque Abraham ya preparó todo para sacrificar a su propio hijo. Lo ha colocado en la impotencia completa, sobre la leña donde será quemado después de morir. El padre ha empuñado el cuchillo de los sacrificios y el movimiento está completo para que nada humano interfiera en el desenlace. La aparición del ángel para detener el desenlace funciona como intervención providencia, una operación a la que nos acostumbran las películas y series de aventuras, aunque se refieren a la presencia de lo extraordinario. La salvación en el último segundo convierte los sucesos en más extraordinarios, a la vez, que disuelve la tensión y las sombras ominosas; en ese mismo instante desaparece la amenaza y se instituye un “orden natural”, por el cual las personas son preservadas de la violencia del altar y se confirma que las cabras serán el vehículo del sacrificio. Sin embargo, se confirma una equivalencia entre el objeto sustituto y la existencia humana. ¿Qué es la existencia entera sino una larga lucha por alejar el desenlace final? La conciencia de la fugacidad de la vida debe darle a ésta misma un carácter más sagrado: hacer sacro algo, es la etimología evidente de la palabra “sacrificio”.[5]

Dramas interiores de Abraham
Arriba comentamos que el silencio que mantiene Abraham y su “pocker face”, la cual oculta sus intenciones y obvio dolor, son un ingrediente indispensable del relato. Curiosamente, se toma ese silencio y disimulo sin tanta sorpresa, únicamente algunos pocos filósofos y pensadores descubren un dolor paternal bajo la discreción del patriarca. Quizá el propio relato bíblico, donde el mismo personaje ha atravesado por situaciones dolorosas sin chistar, como los exilios y entregar a su esposa Sara (que en esa parte del relato se llama Saraí) a los gobernantes locales. Al entrar en Egipto, incluso la táctica parece una ocurrencia de Abraham, quien reconociendo la belleza de Sara supone que a él lo matarán para quedársela, por eso él inventa la mentira de que ella es su hermana y le pide a Sara que lo divulgue. ¿Sufre el esposo de celos al saber que su mujer ha sido arrebatada y que estará siendo enamorada por el gobernante extranjero? Cualquier suposición elemental señala que debió arder en celos y lamentar sus astucias. Que haya recibido regalos abundantes del faraón duplican ese martirio interior, pues el bálsamo de los regalos apunta hacia la herida. Sin embargo, la simpleza del relato regresa a la esposa con rapidez como si no hubiera sucedido ningún contratiempo, pues la divinidad intervino para “plagar” al faraón, quien sí cedió y con rapidez devolvió a Sara con Abraham.
El gran drama interior de Abraham permanece desconocido bajo el pasaje de Isaac. La búsqueda de un descendiente legítimo está en el corazón mismo del relato y el mandato de Yahveh para sacrificarlo estaría aniquilando esa esperanza. Si el hijo único[6] muere se derrumba la continuidad del pacto y la expectativa postrera, por tanto el tiempo del mandato debería representar una carga enorme sobre la conciencia de Abraham. La literatura y la filosofía se han intrigado muy poco sobre ese drama interior, pues el mismo relato bíblico no está diseñado para ello, el mismo final feliz es un antídoto contra las dudas del proceso. Lo tenebroso que contiene el pasaje de aceptar y cumplir la orden asesinar al hijo se disuelve en el final feliz, sin embargo, implica el terreno mental para asumir la vileza imaginando que Dios la ordena, como supondría el “ajusticiamiento” de Cristo.[7]
El clímax del drama de Abraham debería suceder en la cumbre del Moriah donde ata a su hijo y lo coloca sobre la leña. Ahí está separado de las demás miradas, únicamente los ojos de su inocente a quien habrá de aniquilar, un único par de pupilar aterrorizadas al comprender que su propio progenitor está listo para darle final. Algunas pinturas religiosas captaron emociones propias de ese instante, en una de sus representaciones Caravaggio muestra el dolor del hijo reducido a la impotencia, mirando con horror el cuchillo que se aproxima, mientras oculta con una sombra el rostro del padre —quizá no encontraba una respuesta ante la pregunta ¿qué transitaba por la mente de Abraham? Para la argumentación religiosa cabría un sinfín de respuestas: desde el gozo del santo que cumple el mandato divino hasta el arrepentido a quien le asalta el escrúpulo, pues acaba de comprender que Dios mismo no infringe el más elemental principio ético, y por ello lo que escuchó fue la voz del Adversario, entonces… Caben tantas interpretaciones bajo este tipo de argumentos que Caravaggio optó por dejar en la sombra el rostro de Abraham.[8]

Dramas interiores de Sara e Isaac
Sara en los relatos del Génesis aparenta una dureza y maleabilidad extremas, únicamente accesible a un celo postrero ante Agar, la concubina consentida. Consecuencia del viaje a Egipto y una argucia Sara es tomada por el faraón egipcio, quien colma de regalos a Abraham creyendo que se congracia con el hermano. En la perspectiva, del siglo XXI ella resulta un objeto de cambio para provecho del varón, un argumento que para el contexto de los pastores bíblicos carece de sentido, pues la rudeza del ambiente no se escandaliza con tales trueques con mujeres. Que el marido deje a Sara en manos de los egipcios para que hagan con ella lo que les apetezca, en el Génesis no pareciera insinuar ningún escándalo ni ella mostrarse dolida por las visitaciones del faraón y sus cortesanos.  Debemos asumir que Sara transita como ausente por los acosos en manos de un rey y sus secuaces, para volver alegre y sin resentimientos al lado de Abraham. El segundo relato donde ella cae en manos de otro rey, Abimelech sí especifica que en realidad no fue tocada, pues Jehová se apareció en sueños e impidió que ella fuera tocada.[9]  
En el relato, siendo Sara la única esposa de Abraham y elogiada por su belleza, eso no impide que le conceda a su sierva como concubina, siendo propuesta de ella que él cohabite con Agar.[10] Después de que Agar concibe y Sara sigue estéril ocurre el único desplante, pues la sierva le desprecia y eso aflora un resentimiento. Después pare al hijo propio, Isaac, dando la alegría completa, cuando Sara se realiza como madre en un milagro, por la visita encarnada de Jehová y ángeles. El relato bíblico señala que Sara desconoce por completo las órdenes de Abraham para sacrificar al vástago por lo que no manifiesta agitación. El relato ella lo sabe después, donde valdría interrogarnos por las imágenes de amenaza y pérdida subyacentes, pues ha sido engañada y mantenida en la ignorancia por su amado Abraham, como si él debiera cargar en solitario con la devoción y sus consecuencias.  
La brevedad del sufrimiento de Isaac y su inocencia ha dejado también fuera de las reflexiones, pues es hasta la modernidad que se ha dado voz literaria a los menores, encontrando argumentos que parten desde la inocencia. Las argumentaciones quedan para la existencia de Isaac como adulto, bajo el signo de que Yahveh sería capaz de cambiar de opinión, abandonando las promesas al patriarca y a su descendencia; pues la gracia es condicional a mantener lo ordenado, así se establece la obligación religiosa. Conforme sí sobrevivió un pueblo judío religioso, descendiente de Isaac suponemos que hubo un drama interior para sostener las promesas anteriores y cuidarse de nunca dar pie a una nueva presentación del Jehová de ceño amenazante.

La piedra de los sacrificios
Las antiguas religiones sabemos que estuvieron pobladas de piedras comprendidas como centros de poder, a manera de manifestación de una dureza supra-natural. Y ara significaba simplemente “piedra” en sentido etimológico, y el ara también se utilizó como piedra de los sacrificios.
Considerando otras latitudes el ser humano ha ofrecido ofrendas para mostrar a la divinidad su buena disposición de entregar lo mejor de sí, ya sea en vida o bienes. De ahí nace la costumbre universal de los sacrificios, y encontramos que ofrendar animales fue generalizado y, de manera excepcional, encontramos las de personas.
En el Génesis de la Biblia encontramos una impresionante huella de tales sacrificios humanos en la narración de Abraham e Isaac, el único hijo del patriarca. La costumbre se llamaba holocausto por el quemando a la víctima después de matarla. En la cima del monte Moirah,[11] Abraham se dispuso a cumplir la fatídica orden de sacrificar a su propio hijo, y preparó un altar donde colocó la leña y amarró a su hijo colocándolo en el altar sobre la leña. A Dios le bastó la intención de Abraham, quien no rehusó a su hijo, su posesión más querida. Al momento, se apareció un carnero, con sus cuernos trabados en un zarzal, el cual sí fue dado en holocausto. Esto indica que, entre los judíos antiguos, el sacrificio de animales y la circuncisión reemplazaba al de personas.

Palabra cumplida
Contrastando, desde la sensibilidad antigua hay una división de sensibilidades entre quienes asumen y quienes repugnan ante los sacrificios humanos. La línea dominante del Antiguo Testamento es rechazarlos, sin embargo, quedan casos de ofertas consumadas, como la oferta de Jefté para sacrificar en holocausto a quien primero le recibiera si derrotaba a sus enemigos por la bendición de Yahveh, luego resultó que fue su hija única la que lo recibió quedando obligado a matarla.[12] En ese drama bíblico ninguna voz angelical detuvo la mano de Jefté que debió cumplir su promesa. Conforme han transcurrido más siglos, se rechaza de manera definitiva este tipo de ofrendas bárbaras, y para el cristianismo, el Mesías fue el último sacrificio carnal permitido.
En el relato de Abraham su palabra sí queda honrada en la medida que aceptemos que el ángel fue quien detuvo su mano, con lo cual queda inalterada la seriedad del juramento.

Sacrificio en sí
Vale interpretar el sacrificio en sentido etimológico de volver algo sagrado, por su segunda parte que es “ficio” derivado de “facere” que significa hacer. Entones es la actividad que convierte en sagrado y, recordando al inocente Isaac, ¿la vida de un niño inocente es sagrada en sí o no? La respuesta inmediata es que sí. El gesto final del relato es no matarlo, sino cuidarlo, y ese apartarlo representa el gesto sacrificador, el sustituir al carnero en lugar del humano: una simple simbolización en el animal en lugar de la persona vulnerable.

Interrogamos la anécdota de Abraham, aunque aceptamos la intención profunda del sacrificio contenida en esta historia bíblica. El gesto del patriarca al obedecer implicaba arrancando dramáticamente su mayor afecto filial. Ahora, paradójicamente, las personas ordinarias amamos a nuestros vicios y debilidades como si ellos fueran auténticos hijos nuestros. Este amor irracional a los vicios lo demuestran el alcohólico y el drogadicto, quienes arriesgan su salud y hasta vida antes que alejarse de sus placeres efímeros. Este principio del sacrificio ético bien entendido ataca y disuelve lo dañino cuando se enfoca. Imagina la posibilidad de hundir en pozos sin fondo a los vicios, entonces no regresarían.

La ley del tiempo, permutada por la eternidad
El gesto candoroso alrededor de este relato significa que la vida está sometida a la ley del tiempo y de la mortalidad. Entonces muere el anciano y hasta el niño, aunque al segundo se le procuran tales cuidados como si la muerte nunca fuese a alcanzarlo. La ley del tiempo finito para cada vida la impuso un destino superior, que para el creyente se atribuye a Dios mismo. La eternidad misma como oposición conceptual a la legalidad del tiempo es una de las mejores promesas de la religión, que sustituye la mortalidad biológica por una esperanza en el espíritu (o alma) inmortal. El gesto sacrificial da una alegoría sobre la expectativa de inmortalidad bajo condición de reconocerse mortales, mientras la amenaza contra el inocente acentúa el carácter paradójico del relato.

NOTAS:

[1] Génesis, 22.
[2] Resulta difícil colocar un único calificativo para este aspecto: el relato es tan sencillo que resulta candoroso y simple (de “simplicidad” en sentido moral), pues no genera ninguna alerta por las consecuencias. La obediencia de Abraham parece el gesto rústico que no comprende las consecuencias, sin embargo, lo mantiene en una especie de secrecía.
[3] El absurdo es un gran tema del existencialismo, que lo sistematizó Camus, en La filosofía del absurdo.
[4] Génesis, 22.
[5] Conviene refutar a Bataille quien ha difundido el desatino de que lo valioso se desprende del interdicto, como si lo prohibido fuese la fuente de lo sagrado, cuando lo sacro está formado por un dispositivo de significados para rebasar lo temporal y lo limitado, hacia lo eterno y universal. Cf. Bataille, Lo imposible. En cambio, concuerdo con Eliade: “A través de la experiencia de lo sagrado, el espíritu humano ha captado la diferencia entre lo que se revela como real, poderoso, rico y significativo, y lo que está desprovisto de estas cualidades, es decir, el flujo caótico y peligroso de las cosas, sus apariciones y desapariciones fortuitas y vacías de sentido” Mircea Eliade, La nostalgia de los orígenes.
[6] Este carácter único de Isaac posee la ambigüedad del trato hacia su herma Ismael quien es expulsado junto con la madre Agar, la sierva y concubina, que señala no era legítimo, aunque posee también la bendición y cuidados de Jehová. De enorme importancia histórica por considerarse la estirpe de los árabes y la raíz del islam.
[7] Los sacerdotes y el pueblo que condena a Cristo se comportan bajo la misma faz de un rigor misterioso, repitiendo el gesto de Abraham, pues su conciencia les indicaba que ese Hijo estaba de sobra y que su propio pacto don Jehová les permitía asesinarlo. Y como no se aparece el ángel para detener la mano asesina, cumplen la negra condena sobre Cristo.
[8] El pintor Andrea del Sarto sí logra mezclar una expresión de dolor y sorpresa de Abraham cuando está listo para la ejecución y se aparece un ángel para detenerlo.
[9] Génesis 20, Jehová dirigiéndose a Abimelech, rey de Gerar, otra región: “y así no te permití que la tocases. Ahora, pues, vuelve la mujer a su marido; porque es profeta…”
[10] Génesis 16: “Y Sarai, mujer de Abram no le paría: y ella tenía una sierva egipcia, que se llamaba Agar. Dijo, pues, Sarai a Abram: Ya ves que Jehová me ha hecho estéril: ruégote que entres a mi sierva; quizá tendré hijos de ella. Y atendió Abram al dicho de Sarai.”
[11] Para el fenomenólogo de las religiones Mircea Eliade todos los lugares para rituales simbolizan una montaña sagrada, en el sentido de un sitio central que une la tierra con los cielos. Tratado de historia de las religiones.
[12] Jueces 11:31-40.

1 comentario:

Unknown dijo...

Es muy importante para poder hacer una introspección de nuestra forma de a actuar Felicidades por la aportación