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martes, 8 de septiembre de 2020

BAJO PALACIO. LA NOVELA DEL PODER TRAS EL PODER

 

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

 

 

Con esperanza abre un ojo y ve penumbras donde distingue un charco oscuro de su propia sangre que, enmascarado por la oscuridad, recuerda al petróleo crudo… Respira con dificultad, Aurelio sigue mirando al líquido expandiéndose mientras yace tendido en el suelo, incapaz de moverse. “¡Qué rabia e impotencia haber descubierto los secretos del Poder y morir sin mostrarlos al mundo! —piensa mientras una lluvia de chispas nubla su mirada. Ahí, él había entrevisto lo que deslumbra y por esa misma luz no permite revelar, entonces, al auténtico Poder. Pero morir cuando la solución está al alcance o caer prisionero, en definitiva eso no lo merecía él…

Momentos antes él se deslizaba entre los corredores en penumbra; volteaba en todas direcciones y buscaba no ser sorprendido por soldados; pisaba con cuidado y contenía el aliento para no hacer ruido. Se introducía bajo el mismo edificio señorial y tranquilo que de día es visitado por turistas y ocupado por funcionarios, aunque bajo el manto nocturno adquiere colores y sensaciones inquietantes. En ese sótano oculto, el rumor de la megalópolis se filtraba desde un patio central y, atravesando también hasta el subsuelo una ventisca de frío rozaba sus mejillas y, poco a poco, se colaba hasta los huesos.

Al otro lado de la gran plaza del Zócalo, Dafno Góngora esperaba con ansiedad las noticias de su amigo mientras ocupaba un cuarto en un lujoso hotel. En el ala norte del hotel, esa habitación posee una vista estratégica hacia el antiguo Palacio Nacional.

Dafno dejó la cortina entreabierta para mirar y tomó un binocular recién comprado. Eso de mantenerse oculto tras una cortinilla es una precaución excesiva, él quisiera acompañar a su amigo, pero es imposible. Mantiene el teléfono a la mano, pues Aurelio acordó llamar en caso de peligro. Acosado por nerviosidad Dafno rasca su pierna baldada: un raro caso de poliomielitis juvenil. Enfermó a los 17 años y su extremidad derecha quedó mermada, desde entonces una armazón ortopédica de metal recubre su pierna y él sabe esconderla bajo el pantalón. Detesta la compasión, quisiera más que nada volver a brincar como cuando niño. Ha quedado fuera de la “misión”, sin oportunidad para alcanzar el terreno de la acción.

Además Dafno trabaja; al mediodía visitó a un cliente japonés y el tipo le resultó extraño, no era el típico empleado de portafolio y sonrisa helada. Su cliente, el señor Hiroto le semejó un personaje escapado de la película Rashomon, cual alma en pena resistiéndose a entrar al Averno oriental: ojeras profundas, cabellera cortada a tijeretazos, despeinado, manchas de comida en la camisa y gotas de sudor escapando por las sienes. Por más que intentó captar la atención de Hiroto sobre un proyecto minero, el oriental no le prestaba atención, y a Dafno le urgía ya concretar otra venta de equipos industriales. El japonés desviaba la conversación y preguntaba sobre rituales sangrientos de los aztecas, que si existía un arte marcial prehispánico, la abulia del campesino y otros clisés que leyó sobre México.

Durante el día áreas del Palacio Nacional se abren a un turismo que atrae a miles de personas. Los murales de Diego Rivera son famosos y los turistas los admiran, toman fotos y capturan un breve recuerdo. La enorme construcción alberga distintas dependencias y en la parte trasera hay oficinas para los burócratas de Hacienda. Al interior una zona grande restringe el acceso: abarca un recinto oficial donde el Presidente saluda a embajadores y ministros, áreas de seguridad, oficinas administrativas y hasta sectores para usos no identificados. Según la prensa, esas oficinas del Presidente casi siempre permanecen vacías, pues el viejo Palacio es poco confortable, difícil de climatizar y obligado a demasiadas precauciones, por la zona para visita de tantos los turistas. Los informes hablan de otro sitio, una “residencia oficial” destinada al Presidente, en una colonia distinta. Lo que jamás revelan esos mismos documentos es sobre un aspecto secreto abajo del Palacio. Fuera de la vista del público se ha rumorado de estructuras con usos reservados. Al menos, afirman sobre un búnker destinado al Presidente por si ocurriera un atentado; desde las impresionantes jornadas de la muerte de Salvador Allende atacado por su propio ejército en La Moneda, es evidente la importancia de un refugio seguro y medios de escape en caso de un atentado. De esa clase de precauciones no hay informes verificables ¿Qué sentido tiene un dispositivo clandestino de protección cuando se informa al público? Las precauciones secretas resultan doblemente obligadas, pues la plaza del Zócalo, frente al Palacio es un sitio de manifestaciones frecuentes, siendo unas de apoyo y otras de repudio. En la explanada frontal se alcanzan a reunir más de cien mil personas. ¿Qué sentirá un gobernante cuando escucha la avalancha de voces gritando en su contra o halagándolo?  Una enorme plaza frente al edificio del Poder es un diseño antiguo y quizá fue indispensable antaño, pero ¿ahora el gobernante resiente un abucheo de miles de gargantas? Por eso, alrededor del mundo ciertos recintos oficiales poseen rasgos de fachada falsa. Hacia el exterior levantan un recinto público, pero los jerarcas se alejan para obrar con privacidad.

El plan de Aurelio maduró y creció despacio como una llaga orgánica: milímetro a milímetro arraigando en su alma. El sitio lo visitó siendo niño, tomado de la mano del padre. Un progenitor ausente y un tanto irresponsable, cubano mulato de ojos hermosos y por nombre Iván Velarde. Según decía él trabajaba en una misión clasificada, muy importante y por eso se quedaba en las noches velando en uno de los sótanos del Palacio. Pero Angustias López, su madre, argumentaba lo contrario: le ganó la sangre musical y se contrató en un cabaret de mala reputación, por eso faltaba en las noches y, para colmo, se entendía con las coristas. La versión de la madre prevaleció desde que Aurelio cumplió los siete años, sin embargo, la memoria evocaba otra imagen, pues acudió unas pocas veces de la mano de su padre a Palacio Nacional y traspasó la zona de turistas. Entró por la misma gran puerta frontal donde el acceso es libre, pero Iván lo condujo entre los pasillos interiores y, al pasar, los soldados de guardia lo saludaban con amabilidad. Sin contratiempos se introdujo en un elevador antiguo, ahí también lo saludaba el “elevadorista” (una especialidad ya desaparecida). Luego paseó por varias oficinas, saludó a las secretarias con un piropo, abrió una puerta y le anunció al hijo que entraban a recintos bajo nivel de piso. Iván le explicó un sitio extraordinario:

—Aquí comienza el vedado, lo que los simples mortales no ven, restringido a los jerarcas del país, y usted mi hijo y yo somos privilegiados.

En el nivel de abajo, el ambiente era húmedo y oscuro, y su padre encendió una luz, entonces las paredes mostraron su singular faz: enormes mapas de estilo antiguo, con símbolos prehispánicos donde se asientan las ciudades. En esos mapas de pared se combinaba un estilo de cartografía del Renacimiento y otro de tlacuilo (nombre azteca para designar al oficio de escriba) colocando glifos prehispánicos. Iván agregó más intriga al ambiente al indicar al hijo que pusiera el oído sobre la pared. Tras el muro surgía un murmullo como de aguas en flujo, y entonces indicó:

—Es sorprendente, bajo esta ciudad sigue vivo el antiguo Lago que rodeó Tenochtitlán.

El padre se sintió satisfecho al notar la cara de asombro de su hijo, y luego explicó un par de nociones sobre los mapas y los glifos de ese recinto. Luego anunció:

—Al salón le apodan Maquiavelo y al penúltimo Von Clausewitz; al último, no se le debe designar de ninguna manera.

Repitió los nombres extraños para un niño, procurando que los memorizara y el pequeño preguntó:

—¿Algo que no tiene nombre?

—Está prohibido designarlo, para la gente común no existe; es algo importante aquí, la gente común debe permanecer en la Plaza, ignorando lo que sucede bajo el suelo; aquí se conecta con el verdadero recinto del —bajó la voz y acercó la cara a la oreja del hijo, para susurrar despacio una palabra, letra por letra—p o d e r. —Volvió a tomar la distancia normal y el tono desenfadado, para señalar un punto imaginario y continuó— Ese lugar es como el punto sobre el que se apoya el compás; ese punto no se dibuja, nadie lo mira, pero posee la eficacia suprema, desde ahí se marca el círculo completo; también desde ahí se indica lo imposible de traspasar.

El niño no entendió, pero se aplicó en memorizar.

Cada vez que su madre Angustias López, hablaba mal del padre irresponsable, Aurelio hacía oídos sordos e intentaba recordar esas visitas. La última vez que visitó el Palacio, su progenitor lo introdujo hasta lo que llamaba salón Von Clausewitz, en honor al teórico de la guerra alemán. Era un galerón grande, con techos de cemento reforzados por vigas, un piso de mármol jaspeado sin pulir, algunos aparatos antiguos, como astrolabios y telescopios, aunque ninguno parecía haber sido utilizado en décadas. En las paredes espadas y lienzos al óleo recordando batallas, como del siglo XIX; quizá con homenajes a la guerra patria contra el invasor francés. Al centro una mesa de madera fina con doce sillas a los lados (opacas hechas de cuero burdo lustrado por el uso y madera maciza) y una silla principal destacada (más alta y ancha; pulida y  con materiales nuevos como preparada para encabezar una posible reunión), con un repujado de madera con caras de águilas y tigres entrelazados. Incluso la iluminación se centraba en esa silla principal. A los lados del recinto había algún escritorio de madera y sillas más pequeñas.

En cada una de las esquinas del salón hacía guardia un militar en posición firme y vestido de gala castrense. Su padre lo dejó unos minutos, junto a un rincón y sacó una paleta dulce, para garantizar el comportamiento del menor, mientras él se introducía tras la última puerta con un sobre lacrado. Según el recuerdo, el sobre llevaba un mensaje importante, pues entró hasta el último salón, el que no recibía nombre alguno.

Cuando Aurelio contaba con 9 años, su madre echó a Iván. Juntó ropa en una maleta y la dejó afuera del departamento; además, al señor le expropió las llaves de la casa. Esa noche, Iván gritó y reclamó tras la puerta cerrada. Desde su cuarto Aurelio escuchaba los clamores y las súplicas. Él gritaba que sí la quería y nunca volvería a faltarle; ella le reclamaba que él era un prostituto, un fácil enredado con golfas, incorregible y basura. Tras unos minutos, él lamentaba, quería despedirse de los hijos. Aurelio y sus hermanos escucharon desde el cuarto. No era la primera ocasión que Angustias corría a Iván, pero esa vez el padre nunca volvió.

Al pasar los meses y que éstos fueran años, ella quedó contenta, otro señor rondaba el departamento. Cuando ellos preguntaban, la señora sonreía con ironía y decía:

—Le aplicamos el artículo 33 constitucional a ese mulato cubano, para que no siga engañando más a nadie.

Sin rastro alguno de Iván, sus hijos sospecharon que era cierta esa expulsión del país. Había emigrado antes de la Revolución cubana, sin estudios pero con deseos de triunfar, Iván había recorrido gran cantidad de oficios y trabajos temporales, que se reflejaban en una curiosa habilidad para elaborar pequeños juguetes, que fascinaban a los chicos del barrio y enorgullecían a sus hijos, como resorteras plegables, ballestas armadas de ligas, globos aerostáticos caseros y carritos con ruedas de baleros. El cubano se enamoró de Angustias cuando ella era adolescente y tras el embarazo signó un compromiso inmediato. Entre mil dificultades Iván compró un departamentito en una vecindad próxima Centro de la ciudad. Ese fue el legado del padre, además de los genes mulatos en los hijos. El señor Iván procuraba alejarse del hogar, casi siempre trabajaba fuera, pero se comportaba hogareño los fines de semana según el tradicional código de los machos.

La madre, Angustias era una mestiza oaxaqueña, que emigró de niña a la capital y se enamoró de elocuente extraño que cruzó enfrente de su puerta. Amaba a Iván, pero se sentía frustrada; suficientemente devota para dedicarse a la casa, desde el amanecer se ocupaba limpiando, cocinando, y arreglando; a ratos auxiliaba a un pedicurista y obtenía un ingreso indispensable. Con los años y cuando quedó a la deriva su matrimonio, el oficio de pedicurista le dio sustento.

Tras la ausencia del padre, Aurelio y sus hermanos crecieron educados por el  ambiente del barrio. La escuela daba instrucción pero las costumbres y valores los recibieron en el vecindario, bajo un código de solidaridad elemental, con gusto por las fiestas y el futbol. Al entrar la adolescencia, cada quien tomó un rumbo distinto y los hermanos no se volvieron a reunir. La madre se juntó con un chofer, que venía de “su pueblo”, y recibió una segunda ronda de embarazos. El nuevo marido era celoso y descortés, así que los vástagos del mulato se dispersaron por suficientes motivos.

Aurelio no terminó la carrera de ingeniero en la escuela pública, aunque destacó como excelente estudiante y demostró su amor por los libros. Un disgusto y un arranque de enojo cuando abofeteó a un maestro que insultó a una alumna se volvió un problema. El incidente daba un castigo temporal según dictaminó un “Consejo Técnico”, pero la suspensión temporal implicó dedicarse a trabajar y eso lo retiró de la facultad.  Con un par de años adquirió suficientes conocimientos para arreglar máquinas de distintos géneros, incluso las importadas. Así conoció a Dafno, un abogado inquieto y perspicaz, que jamás se conformaba con medias noticias y soñaba con desenterrar los secretos que duermen bajo la megalópolis. Sin oportunidad para dedicarse, Dafno encontró en los recuerdos de Aurelio una oportunidad para salir de una tensa rutina. La trasnacional Explores Ambush compraba y vendía maquinaria industrial. En su ruta de trabajo, por órdenes superiores era obligatorio, hacer visitas cada semana a distintos puntos del país para atender proveedores del extranjero. Obtenía viáticos generosos y el pago de alojamiento en hoteles de cuatro estrellas o más. Otro hubiera gastado ese dinero extra en mujeres y pachangas, pero Dafno poseían un corazón herido; un coreano lo había flechado y lo mantenía ilusionado con la promesa de regresar. Ese romance contenía algo de parodia funcional, la homosexualidad de Dafno estaba ligada a una deficiencia hormonal; su motivación no era el sexo activo, él era un espectador pasivo, un voyerista de la belleza masculina. En la cama no servía, era un mueble más de la habitación, así quedaba contento con alguna imagen lejana. Su pierna atorada a un aparato ortopédico era explicación suficiente para un quebranto emocional. Además era discreto, un par de golpizas en la juventud lo hicieron precavido, así que ni sus amigos habían confirmado sus preferencias. Se aceptaba de gay de clóset. No estaba por completo seguro si alentar la aventura de Aurelio se debía a una debilidad amorosa o a una simpatía sincera; él prefería explicarse con el argumento de complicidad sincera.

En estricto sentido, Aurelio sí era guapo pero no le importaba presumirlo, incluso le molestaba la idea de ser etiquetado como galán. De ojos aceitunados, pómulos suaves, tez morena, cuerpo de basquetbolista y sonrisa de niño, siempre alguna dama estaba tras sus huellas, pero con un divorcio pesándole en la conciencia era reticente a enamorarse. Amigas cariñosas para gastarse la quincena recién cobrada y nada más, con eso le bastaba. A veces, se preguntaba si su corazón era frío o había fallecido junto con su matrimonio tormentoso y divorcio.

Aurelio vivía en un mínimo cuarto de azotea, sin cocina y con un baño comunal. Le importaba poco, procuraba usarlo nada más para dormir y cambiarse la ropa. Pasaba los horarios laborales entre la oficina administrativa de Explores Ambush y fábricas de los clientes; pero en los ratos de ocio encontraba entretenimiento en la capital. El proyecto de descubrir una ruta para los salones secretos bajo el Palacio Nacional lo fue urdiendo como un juego y de modo episódico armó un rompecabezas mental.

En una ocasión, ocioso en una cantina hojeó una revista de México mágico, que alguien olvidó. Un artículo sobre el Palacio Nacional y sus reconstrucciones el llamó la atención. No tenía dueño y guardó en la chamarra esa revista. Vinieron recuerdos con las imágenes de la magazine: litografías en blanco y negro con la plaza del Zócalo adornada con una estatua ecuestre que ya no está ahí; litografías de personas con trajes típicos vendiendo flores y verduras frente al Palacio Nacional; mapas del periodo de la Colonia…

En otra ocasión, arregló una máquina troqueladora, esa pesaba unas veinte toneladas y era más voluminosa que el cuarto de azotea donde dormía. Lo afortunado fue que el encargado no era ingeniero sino psicólogo y la plática derivó hacia el recuerdo infantil clave; el psicólogo era amable y además atendía pacientes en horas sueltas. Le contó de un dolor de espalda insoportable que sufría un paciente, a quien curó en cuanto recordó una escena de un gato que un hermano mayor mató; el felino había saltado sobre la espalda del hermano y lo arañó, en venganza éste lo finiquitó de un batazo. Tras la sensación desagradable que conservaba del incidente, preguntó Aurelio:

—¿Por qué es importante recordar la infancia?

—A veces, ahí está escondido el secreto de una existencia; hay personas que arrastran un gran dolor y una pérdida, pero permanecen siempre tristes y no encuentran su remedio. Al brotar el recuerdo exacto aparece el alivio o se localiza la zona envenenada dónde curar.

La plática del psicólogo dio vueltas en la cabeza, arrastrando una serie de ideas ligadas con un estado de ánimo triste. Ese invierno le trajo una especie de neblina emocional y hasta abulia. Guardó la revista y se dijo que en esos recuerdos infantiles debería existir una explicación.

En un viernes de llovizna se reunió con dos colegas de trabajo. Se quejaban del sueldo bajo y la falta de incentivos. Al rato vino Dafno, saludó cordialmente y se levantó para dirigirse al baño. En cuanto estuvo a distancia para no escucharlos, los otros dos murmuraron en su contra:

—Ese sí es un rarito, o como dice la Primera Sala de la Suprema Corte con esas palabras que no deben usarse de maricón; aunque nadie le conoce nada y con esos modales tan finos todo se insinúa.

El otro continuó:

—No lo soporto, hasta se me enchina la piel cuando se acerca.

Rieron a coro, pero Aurelio les objetó y levantó la voz:

—Dafno es de lo mejor en esta empresa; no anda jodiendo a nadie y conoce mucho más de lo que la gente ignorante alcanza a comprender.

Roto el encanto de la complicidad, los otros encogieron los hombros y cambiaron de tema. Una ronda de copas después, Aurelio sacó a relucir la existencia de sótanos secretos en Palacio Nacional. Ya había invertido unos minutos en la descripción cuando uno de los compañeros de trabajo se burló:

—Desde niño fumabas mariguana.

Y el otro siguió:

—Tu papá no te llevaba ni a Xochimilco, pero eso sí te introdujo en los sótanos —hizo un bizco irrisorio, esa era la única gracia del colega, en lo demás burdo, y siguió— secretos del Palacio Nacional… huy ¡Qué miedo!

El compañero se carcajeó. Era imposible que el burlón supiera que, en efecto, de niño Aurelio había rogado visitar Xochimilco y que Iván se negó; además esa no era una solicitud de él, sino que también su madre y sus hermanos en varias ocasiones lo pidieron. Como si ese paseo popular en las lanchas llamadas trajineras tuviese algo vedado para Iván. En cambio los paseaba por el bosque de Chapultepec y la Alameda, o a la matiné del cinematógrafo. Ante la burla, Aurelio sintió un golpe en la boca del estómago, era una emoción violenta y agresiva, que lo hizo levantarse de la silla, dudando si respondía a la ofensa con golpes o disimulaba su disgusto.

Dafno hizo un gesto de desagrado y reconvino al empleado burlón:

—Por favor, deje su ironía para otra causa, no ve que está molestando a Aurelio.

Tras una pausa de silencio continuó Dafno:

—Además yo sí sé que bajo el Palacio Nacional existen cámaras secretas. Es un edificio antiguo, se fue construyendo en periodos distintos, con siglos de distancia y un sitio como ese guardar enormes secretos…

Desde esa noche Aurelio sintió gratitud con Dafno y luego, procuró platicar con él en el trabajo cuando había oportunidad.

 

Aurelio visitó varias veces el Palacio Nacional y se acostumbró a sus pasillos y murales, los patios interiores y los recintos de visita turística. Cada visita le renovaba la curiosidad y sensación de que abajo se encontraban secretos importantes. Una ocasión se juntó con un grupo de turistas, para escuchar la explicación del guía. Casi al final del tour de treinta minutos, Aurelio inquirió al guía por los sótanos bajo Palacio Nacional, y la respuesta fue:

—Es un rumor, mucha gente piensa que se oculta un grupo de soldados para resguardar este sitio.

—¿Qué no hay muchos solados que salen y entran diario? Por ejemplo, haciendo el cambio del asta bandera monumental o cuando hay manifestaciones de oposición, que incluso bloquean los accesos. ¿De dónde sale tanto soldado? ¿Se materializan así no más o están acuartelados en algún sitio dentro del Palacio?

El guía bajó la mirada:

—En realidad no lo sé.

Aurelio quedó frustrado.

 

El plan se redondeó cuando conoció a Alfonsina Xochiquetzal, empleada administrativa, quien trabajaba en la parte de atrás, en la zona de Hacienda dentro del Palacio. Con plena intención él fingió mucho interés en ella, incluso se interpretaría como un coqueteo y ella quedó prendada. Le hablaba y lo invitaba a comer. Él se hacía el gracioso, pero buscaba visitarla. Luego, con un pretexto la convenció para obtener una credencial de acceso. Ella podía conseguirla y no se imaginó una treta. En el papeleo para la identificación de acceso puso como pretexto que él era un ingeniero petrolero, que estaba comisionado para un asunto en esas oficinas de Hacienda. Visitó a Alfonsina en diferentes horarios y observó que algunos empleados permanecían hasta altas horas de la noche. Se dio cuenta que sería fácil quedarse como visitante, pretextar la entrada normal y permanecer después de que todos habían salido. Había localizado la antigua instalación del elevador que recordaba. El elevador estaba ya fuera de servicio, pero era el camino posible hacia los sótanos secretos. La parte de atrás en la misma estructura vieja se podía utilizar como una escalera improvisada para descender.

Cuando le platicó su plan a Dafno, éste lo objetó y expresó muchos temores. Si los salones eran un sitio cierto, entonces el plan era arriesgado, porque habría soldados custodiando. Aurelio contestó:

—Seré cuidadoso y prometo no meterme en problemas. Si me encuentro soldados diré que soy un empleado extraviado, para eso tengo la credencial, esa me permite entrar al Palacio.

—Esto me da miedo. No sabes cómo son los poderosos, en el sitio puede haber alarmas o trampas.

—Ninguno de nosotros sabe cómo son los poderosos, en estricto sentido.

No aceptó los argumentos, pero Dafno dijo que era mejor hacer equipo, que él estaría al pendiente y cerca cuando Aurelio efectuara su plan. Ante la oferta de ayuda, Aurelio aceptó, aunque no veía una utilidad, pues él entraría solo y así saldría. Dafno ofreció hospedarse y pernoctar en el hotel con vista al Palacio sin pegar ni un instante los ojos.

También con Alfonsina compartió su plan. Ella era indispensable, pues la vería en Hacienda, y luego se quedaría en su oficina, cuando ya no quedara ningún otro empleado. El amor incondicional no permite argumentos en contra, así que Alfonsina aceptó el plan sin objetar nada.

La fecha pactada, el sábado 22 de febrero de dos mil equis. Cada sábado en la oficina de Hacienda se trabaja  hasta la hora de la comida; en ocasiones algún funcionario se queda… Esa zona la dejan iluminada durante la noche hasta que está por completo sola. Desde afuera la iluminación es espléndida, pues los visitantes deben admirar ese Palacio y también la confluencia de las otras cuadras con la Catedral y el Ayuntamiento. En horas hábiles una rugiente multitud y un flujo enorme de vehículos provocan un rumor que se trasmina hasta el interior. En la noche, ruidos aislados traspasan los ventanales. Arquitectura con enormes aberturas que ambientan la construcción del periodo colonial; formas de óvalo en la cúspide y base plana, semejan un diseño típico pero a escala monumental. Los muros gruesos, superiores a medio metro de espesor en cualquier pared, y en muros exteriores de más de un metro: en parte el diseño es una fortaleza edificada para resistir asedios militares.

Con el sol en el cenit, se reunieron Aurelio y Dafno, en el lobby del Hotel de la Ciudad de México, bajo ese rótulo tan general se conserva una construcción clásica, dominada por un vitral multicolor. El ambiente invoca la magia de siglos pasados, durante años de esplendor cuando el país despertaba al influjo de la electricidad y los automóviles. En el sitio, un sillón cómodo y una copa de whisky en una mesita baja, sudaba su rocío en la orilla del vaso. Dafno más nervioso hablaba bajando la voz y atisbando alrededor como si lo espiaran. A  Dafno los temores lo perseguían y casi suplicaba con los labios temblorosos “No vayas, no quiero perderte”. Ese tono extrañó, como si fuera una novia de pueblo en una telenovela, pero Aurelio desoyó ese exceso, insistió en su osadía y argumentó la coartada prefabricada: que si lo descubrían diría que se quedó dormido en Hacienda, y estaba extraviado en el edificio, pues se apagan las luces interiores. Esa noche saldría una luna llena así que el pretexto tenía fallas, pues muchos pasillos se iluminaban con el reflejo lunar, pero un sótano sí sería una boca de lobo. Además, quizá no encontraría ningún camino franco hacia abajo o no existían ya los pasajes recordados o una remodelación hizo desaparecer los salones Maquiavelo y Clausewitz que memorizaba. En fin, Aurelio creía que el riesgo era superable. Por miedo Dafno le aconsejaba desistir, temía que los guardias de la noche confundieran al amigo con un maleante. Aurelio se defendía:

—No parezco subversivo y voy vestido formal, hasta elegante para que parezca un ingeniero profesional, sin malas intenciones.

En su nerviosismo, Dafno insistió en que permanecería despierto hasta el amanecer, esperando la llamada de Aurelio confirmando que la aventura había triunfado. El celular era un vínculo reservado para una emergencia, si irrumpía una amenaza.

Un simple apretón de manos terminó el compromiso. Aunque en el fondo sentía gusto por la preocupación de ese patrón, no dejaba de extrañarse y le rondaba la curiosidad sobre las preferencias de Dafno.

Recorrió la breve distancia entre el Hotel y el Palacio distrayéndose con la multitud de caminantes. En las esquinas hay puestos de periódicos y lustradores de zapatos. Le vino a la cabeza que durante el último paseo acompañando a su padre, éste se detuvo para lustrarse antes de entrar. Decidió detenerse unos minutos. En el sitio, el lustrador ofrece una silla alta, como un trono a humilde escala con un toldo que protege del sol. El ritual incluye leer un periódico, mientras el trabajador consiente a los zapatos untándoles grasa y tallándola con pericia, hasta rechinar con un trapo que jalonea para sacar un brillo intenso.

Ante la puerta de entrada de Hacienda, Aurelio sintió un sudor en la palma de las manos, signo inequívoco de tensión. Reunió su valor para convertirlo en osadía. Miró el detector de metales, preparado para disimular el equipo de su aventura.  En el llavero usual enganchó hábilmente una linterna diminuta y un desarmador; en la carpeta de mano, traía un plano arquitectónico oficial, donde, por supuesto, no trazaron las construcciones subterráneas que buscaba.

Por el detector de metales pasó sin problemas.

En una oficina del primer piso lo esperaba su amiga Alfonsina. La visitó con calma, aparentado una larga entrevista de negocios y, como ella despachaba trámites atrasados, él sacó un libro y ocupó un escritorio vacío. La oficina donde trabajaba la amiga, quedó desocupada desde temprano. De los cuatro escritorios habituales, solamente ellos dos estaban ocupándolos. Alfonsina, contra su costumbre, se mantuvo callada. La instrucción de no emitir ninguna palabra sobre el plan de Aurelio, resultaba incómoda, así que se concentró en otros temas. Cuando dieron las tres de la tarde se despidieron casi con frialdad, ella dijo:

—Estás en tu casa —mientras le besaba la mejilla en son de adiós— y no resisto decir que amaneciste más guapo que nunca.

Sonrió, guiñó y metió algo en una gran bolsa negra y sacó un sándwich, que dejó en el escritorio. Él agradeció:

—Lo había olvidado.

Alfonsina volvió a guiñar:

—En el pasillo hay dispensadoras de refrescos, espero no hayas olvidado también traer dinero.

Los pasos de la amiga se perdieron en el pasillo. A cada rato Aurelio escuchó más pasos alejándose por el mismo pasillo y, cada vez fueron espaciándose. Después una afanadora pidió permiso para trapear la oficina, cumplió su tarea maquinalmente en dos minutos y se alejó con calma. Aurelio siguió leyendo. El reloj avanzaba con lentitud. A una cuadra la tradición de la Catedral Metropolitana tañía campanas de bronce, y a las seis de la tarde sonaron puntuales. Casi simultáneamente una banda militar retumbó en la lejanía, dando comienzo a la ceremonia para retirar la bandera monumental que domina el Zócalo. La ventana más próxima daba hacia el lado contrario de la Catedral. Salió al baño, recorrió dos pasillos y husmeó hacia las puertas abiertas de las otras oficinas. El sitio casi se vaciaba, aunque todavía miró algún empleado atareado y aburrido, moviendo papeles, mirando una computadora o bostezando. A la distancia un radio indicaba que alguien seguía ocupado. El baño público permanecía vacío; en esa calma se miró al espejo y se preguntó “¿No estoy volviéndome completamente estúpido?” Al voltear la cara le pareció que se dibujaba el perfil del Presidente sobre su rostro. Sintió que era un engaño de sus nervios. “Ahora comenzar a parecerme al Presidente. ¡Qué tontería!” Se alejó dos pasos y luego regresó al espejo para confirmar su incredulidad. Encogió los hombros; todavía quedaban unos minutos para arrepentirse, juntó su valentía y pensó: “Nunca espantarse ni rajarse en la hora decisiva”.

Siguió leyendo su libro. Un volumen gordo que levantó en una “librería de viejo” con título “La orquesta roja”; a primera vista la supuso sobre músicos y resultó una novela sobre el espionaje comunista durante la Guerra Mundial. Le cautivó el tema del espionaje y la astucia para engañar enemigos. Desde hace días se imaginaba en los zapatos de un astuto agente doble que pasaba desapercibido ante el enemigo, incluso, cuando lo atrapaban inventaba una coartada creíble y escapaba ileso.

Pasan las horas, la lectura es interesante y por leer forzadamente le arden ligeramente los ojos. Minuto a minuto la oscuridad se apodera de la ciudad, afuera las luminarias se encienden y un elegante diseño de luces recubre los edificios antiguos. El cuadrángulo del Zócalo recibe una iluminación especial para disfrutar del paseo nocturno. Los reflectores resaltan los frisos barrocos de la Catedral Metropolitana; un juego de luces más tenues, destaca la mole del edificio del Ayuntamiento. Recuerda que el estilo de ese edificio lateral semeja al Palacio Nacional. Cada nivel externo está dotado de un equipo de luces, que contrasta la dura cantera de las paredes y respeta el diseño de grandes ventanas. Desde las nueve de la noche se cierra la puerta principal, entonces el mínimo flujo de personal se controla en las salidas laterales. Adentro, existen tres o cuatro puestos de soldados que cuidan el recinto. Siempre a los lados de la puerta principal existe vigilancia, pero él ignora si hay rondas en la ruta interior que seguirá. Mientras más anochece más intenta escuchar si hay pasos marciales: atisbos de rondas militares. A lo lejos escucha el ritmo de un coro de pasos y supone que es un pelotón de soldados. Mira el reloj y ya son las 10 de la noche.

Asoma al pasillo y ya casi todas las luces interiores están apagadas, aún hay una encendida a lo lejos. Decide apagar la oficina donde está y esperar un rato.

El aburrimiento lo inquieta, se sentía mejor leyendo. Se levanta de la silla una y otra vez a mirar el pasillo. A lo lejos escucha pasos. De nuevo se sienta y mira el reloj. Vuelve a pararse y saca la cabeza hacia el pasillo: la luz de una sola oficina encendida, todavía queda una con señas de actividad.

UNA FALLA Y LO QUE SUCEDÍA ANTES

Al fin la ansiada hora nocturna y silente, cuando la audacia sobreviene. Respira despacio para tranquilizarse y sale de la oficina, pisando con suavidad. Ante el riesgo de quedar interceptado posee su coartada: pretextará trabajos para funcionarios de Hacienda y que él permaneció hasta tarde en aras del deber sacrosanto, luego por cansancio se extravió entre pasillos sin luz.

Mientras avanza despacio, procurando pasos de gato cauteloso, se imagina una y otra vez que lo interrogan y responde con aplomo. El pasillo permanece vacío. Escucha ruidos a la distancia y dobla hacia la izquierda, luego espera hasta que los pasos se alejan por completo y vuelve a su senda. Desciende por una escalera ancha con barandal de piedra y con piso de mármol. Alcanza la planta baja, debe atravesar un patio interior, donde aumenta su temor de que asechen militares. Avanza despacio y luego ojea el extremo final del pasillo. La luna con palidez ilumina el patio lateral y lo observa vacío.  Cruza el patio a paso rápido y con sigilo; al terminar entra a otro pasillo más estrecho, cada vez más oscuro. Evita encender ahí su linterna, pues a la distancia lo detectarían.

Encuentra la instalación del viejo elevador y comprueba que al lado ancló una estructura metálica apta para escalarla. Ahí, sí empleará una linterna: el hueco del elevador descansa por completo en la oscuridad, imposible de guiarse sin esa ayuda. Coloca la pequeña linterna en la boca y coge con resolución el metal oxidado de la estructura.

Para su juventud bajar por un tramado de hierro queda a su alcance y calcula la ruta descendente. La linterna pequeña no da una perspectiva de la estructura, pero facilita el asir cada peldaño con cuidado. Aurelio desciende la distancia de un piso con éxito, luego queda obstruido para descolgarse hacia abajo. A su izquierda una rendija escurre luminosidad, donde hay un estrecho para deslizar el cuerpo al lado del viejo andamio del elevador.

La pequeña linterna ilumina un pasillo abierto hacia una dirección. Las paredes herrumbrosas empatan con su recuerdo infantil y confirma: “Sí, sí existe”.

De súbito apaga su linterna pues percibe otra fuente luminosa al fondo, un mero punto brillante y lejano. No hay suficiente luminosidad para guiar su ruta, entonces extiende su palma para sentir la pared burda. Espera para adaptar la vista, aunque es cautela inútil: la chispa lejana tiembla y desaparece.

Si su recuerdo es correcto, lo separan unos pasos de una vuelta lateral y un corredor con grandes mapas sobre las paredes. Habría de encontrarlo hacia su derecha, adelantando unos pasos. No hay más remedio, así que agita su pequeña linterna. Al avanzar encuentra una puerta estrecha, con una perilla metálica.

Aurelio se detiene y ahoga la linterna entre la palma de su mano, a lo lejos escucha un rumor de pasos marciales y al fondo del pasillo lateral se enciende una hilera de focos.  Tras la puerta hay silencio y hacia el otro lado se acerca el rumor. Él está en el lado oscuro, quizá sea invisible a la distancia o quizá sonó una alarma y vienen tras sus huesos.

Se apresura, gira la perilla de metal y traspasa un umbral; tantea para cerrar tras de sí con un pasador de cerradura pero no tienta alguno. Empareja la hoja cuidando de evitar ruido al cerrar. Con la puerta cerrada a sus espaldas de nuevo usa la linterna y encuentra otro pasillo adornado con grandes mapas, tal como lo recordaba. Su pequeña luz muestra los diseños de cartografía antigua salpicada de signos al estilo códice.

Sigue escuchando pasos tras la puerta que acaba de cerrar. En ese pasillo, se siente un nuevo Colón descubriendo América. Marca con cuidado su teléfono y despierta a Dafno, quien prometió permanecer velando, pero lo había traicionado el alcohol y se quedó dormido sin darse cuenta. Una breve explicación bastó:

—Sí, existe el pasillo de los mapas, ya estoy en el sótano secreto.

Aurelio siente el rumor de otros pasos acercándose y se altera. Al final, tras unos cuantos metros de corredor existe una siguiente puerta que tampoco tiene cerrojo. El sitio entero está polvoso, huellas de lo abandonado por muchos años. De otro lado oscuridad en silencio y atrás pasos.

Antes de atravesar el siguiente umbral mira en dirección opuesta hacia un letrero arriba del dintel que reza “Velo de Maqui”. Si no estuviese tan apurado se habría dado cuenta que encierra un juego de palabras, referente al famoso político florentino. 

Abrió y dirigió la linterna hacia el fondo. El galerón parecía vacío, a lo lejos quedaban unos pedestales que antes sostuvieron estatuas, varios clavos y manchas cuadradas indicaban sitios donde faltaban retratos. Tampoco existían la mesa central ni las sillas que recordaba. Miraba el panorama embelesado, sosteniendo su pequeña linterna y con una mano en la pared. Dio un paso más y no encontró piso en donde apoyarse, perdió el equilibrio y golpeó su cabeza contra el filo de un mueble metálico. El golpe seco lo aturdió y no se dio cuenta se perdió el sentido o la noche hizo un alto. Mientras su cabeza permanecía en el suelo, su ceja sangró hasta formar un charco. Cuando abrió los párpado no se podía mover, pero mirando a un lado de su cabeza le pareció que su sangre semejaba petróleo. Aturdido se le ocurrió que había petróleo bajo Palacio Nacional.

El golpe de la caída sonó seco y recorrió los sótanos vacíos. El pelotón más próximo haciendo rondín se alarmó y tomó rumbo hacia una zona clausurada durante casi 12 años y donde habían comenzado unas obras de remodelación.

Los soldados encontraron a Aurelio tirado, semi consciente y escurriendo sangre por la ceja herida. Cuando colocaron una linterna enorme en su rostro, perplejo Aurelio alteró su guion memorizado:

—Estoy al servicio del Presidente, traigo un mensaje.

Los soldados desconfiaron, pues esa zona prohibía el acceso, y con agilidad lo cargaron en vilo hasta una pequeña enfermería situada en la planta baja, donde lo custodiaron en espera de órdenes superiores. El enfermero a cargo, prestó los primeros auxilios y revisó con cuidado los bolsillos de Aurelio, encontró un celular de modelo caro y lo hurtó. Otros soldados enviaron el comentario a su jefe por el extraño proceder de Aurelio. De jefe en jefe, el mensaje fue subiendo por la jerarquía hasta alcanzar la cúspide.

En la madrugada, ya había un mensaje en la bandeja de los asesores de la Presidencia de la República. Uno receló por un posible atentado y recordó la explosión de gas en la base de la Torre de Pemex; otro apostó por la irrupción de un loco despistado; y el tercero —aunque no lo expuso en términos claros— conjeturó un mensaje de Moctezuma regresando del inframundo prehispánico. El tercero, era el asesor mejor preparado, aunque en esos días quedó marginado por una desventura ahora insulsa. Por protocolo de seguridad, primero se debería interrogar e investigar a Aurelio. En la madrugada, desde la enfermería lo trasladaron en una ambulancia castrense hacia una instalación hospitalaria del Campo Militar en las afueras de la ciudad.

Cuando el teléfono de Aurelio dejó de responder, Dafno temió sucesos terribles. Al día siguiente quedó reportado como persona desaparecida, sin dar los detalles de las circunstancias.

**

Dafno acude con Herminio Blanco —ese no es su nombre bautismal, sino el seudónimo de terapeuta-mago— y comenta bajo el estilo freudiano de una libre asociación de ideas: “Este sufrimiento que traigo arrastrando se debe a Aurelio. Ya sé que me vas a decir que es amor; pero no, es mejor reconocer una amistad sincera como la de Platón por Sócrates; aunque no somos viejitos, más bien Aurelio, sería un efebo griego, porque sí esta joven y bello; pero yo no soy de esas cosas, nada de físico; mi mentalidad es bastante espiritual; ya dije que nadie me ha tocado ni un pelito desde el coreano; a ese ya no lo extraño, porque Corea está lejos y me doy perfecta cuenta en su Facebook que Kim, el coreano, anda de cascos ligeros; bueno no es tan cierto, él es lo que sigue de eso, es más fácil que la tabla del uno; pero yo no soy celoso, eso es para otras mentalidades; yo mismo le dije que corriera libre; que volara como ave; que pusiera su nido y sus huevitos; y perdón por el albur; pero ya sabes así somos los que crecemos aquí; pero yo no tengo idea de lo que pasó; porque desde esa misma madrugada estaba como loco de preocupado; imagínate pasar de esa felicidad de contento, de que Aurelio me llamó para decirme que su sueño de niño, era verdad; con sus propios ojos miraba los mapas, unos curiosos como antiguos que me platicó; y yo quería preguntarle de los salones que llamaba de Maquiavelo y Clausewitz, saber si de veras eran como los recordaba, pero luego-luego me cortó; yo no soy así, pero esa noche me emborraché, pero no del whisky, sino de la preocupación; en ese hotel tan bonito me hospedé, pues por atención y preocupación; además que ahí sí está hermoso y el vitral es maravilloso; que el servicio del hotel es casi una porquería; pero podía poner la estancia en el hotel en la bitácora de trabajo, y anotar la reunión el japonés ese tan raro; y eso era como estar en la aventura, decirle a Aurelio que él era como un hijo, digo es que no se ha muerto; pero la distancia lastima; entonces, que lo esperé y sin mucho qué hacer, porque arreglé mi día para no hacer nada más, sino esperar y esperar; entonces los tragos salieron de control; y cuando me embriago siento un mareo ligero y viene el sueño; subí a mi habitación y miré el Palacio; con los binoculares era mejor; se ven los detalles, la gente en la plaza; el ruido de la televisión hasta me arrulló, y me quedé dormido en una silla; cuando me despertó el ruido del celular hasta brinqué no sé si de gusto o de gusto; y él no me dejó hablar; Aurelio se notaba emocionado, había descubierto un sótano, una parte que está restringida del Palacio; y sí la emoción era mucha; pero no dio mucha información y al rato volví a dormir, ya más tranquilo, recostado en la cama; y como en la madrugada un ruido de ambulancias en la avenida me sobresaltó; desperté y empecé a desesperarme; decidí llamar por teléfono y nada; pasaba el tiempo, despertaba la ciudad; imaginaba a Aurelio capturado, atrapado, torturado; algo como dolor en el pecho me decía que él estaba mal; eso que se dice intuición, aunque no soy así, no me dejo llevar por eso que llaman el lado femenino; y; marqué por teléfono y nada, puro silencio pensaba sin cesar, pero era espantoso seguir en ese cuarto de hotel sabiendo algo y estando seguro de un peligro; hubiera sido ridículo llamar a la policía en ese momento y reclamarles que un amigo andaba husmeando bajo las narices del Palacio Nacional; además que si lo mío eran fantasías, iba a arruinar el asunto; quizá había un chace de que Aurelio siguiera husmeando por los pasillos que dijo; y arruinarlo con la denuncia, pues eso no me lo perdonaría él; así que seguí sufriendo; a las 6 de la mañana un ruido horrible me despertó, porque volví a caer dormido, con todo y lo preocupado que estaba; en realidad no era un ruido, sino la banda militar; sonaba fuertísimo, porque a esa hora casi no había ruido; la banda es parte de la ceremonia cuando ponen de nuevo la bandera nacional en el asta monumental; doce horas antes me pareció un ruido pequeño, y al amanecer pareció uno grande y amenazante; comprendí que el plan de Aurelio contenía un lado estúpido; él se había metido el sábado en la tarde y debería salir hasta el lunes en la mañana, pues las oficinas de Hacienda están cerradas; a menos que pretendiera salir como turista el domingo; comprendí que no me explicó completo su plan; por primera vez en años, me sentí como una doncella de pueblo engañada y esperando al novio; el cuarto del hotel, con todas sus comodidades parecía un balcón que era una prisión; y hablé al lobby del hotel; el encargado de turno indicó que la cocina la habrían hasta las 7, faltaba una larga hora; me entretuve mirando lo lento que despierta la megalópolis; poco a poco instalan los puestos en la calle, llega el olor de tambos con tamales, hasta los perros callejeros comienzan sus rutinas de olisquear; la cabeza dolía aunque ese hotel incluye servibar con muchas aguas; y en el lobby pedí aspirinas y eso sí tenían; me sentí mejor en lo físico, pero lo moral iba cada vez peor; entonces juré no salir del cuarto hasta que mi amigo diera señales de vida; a final de cuentas, esa promesa no fue posible de cumplir, porque Aurelio no dio señales de vida y luego de pasar la noche en el cuarto de hotel, decidí avisar a Robin, un amigo que me hace reír, él si es bien loquita, y eso de citarlo en el cuarto de hotel, requirió de explicaciones, para que captara que no le tiraba el perro; pero Robin es tan adaptable y además está quebrado, no tiene ni dónde caerse muerto; así que aceptó quedarse encerrado, y pedía un coctel combinado de margarita con picante, un martini seco, y cuanta ocurrencia, porque además de simpático para contar chistes, también su garganta es como del Pirata Morgan y capaz de acabarse una cantina; al menos, la preocupación se diluyó ese día, y el estómago hasta me dolió de tanta risa; así nos pasamos encerrados hasta que dio el lunes, y Robin hizo la llamada al servicio de Personas Extraviadas, por sus siglas CAPEA; bueno, no podía amarrar a Robin, entonces yo volvía al trabajo, y a una ciudad indiferente; a nadie podía contarle lo sucedido; pero sí decirle a una asistente a primer hora de lunes que buscara a Aurelio, pues debía hacer un trabajo urgente, que yo inventé la urgencia; como es bastante obvio; pero yo no he sido así, tan de preocuparme; como que siempre dejo que el mundo siga girando, pero no era posible en esa ocasión; y seguí cada vez más amargado esas dos semanas; hasta que apareció Aurelio, pero es como si lo hubieran cambiado por otro; estaba frío y evasivo, no quería platicar nada en concreto de su aventura; parece como que lo amenazaron; solamente dijo que se accidentó y unos soldados los levantaron, que estaba inconsciente y terminó en un hospital militar; —en ese momento Dafno habla más ronco, siente un nudo en la garganta y los ojos nublados, respira hondo y sigue— lo perdí; así de sencillo y de duro, lo perdí; desde que volvió me esquivó; en el trabajo se presentó un par de semanas; cumplió lo mínimo y dejó un mensaje con la recepcionista; o sea, no me dedicó ni un adiós, y creo que yo lo merecía; ¿o eso es pedir demasiado? ¿pedir un simple ‘adiós’, ‘by’ o ‘hasta nunca’?”

El siguiente paciente interrumpe tocando a la puerta del consultorio. Herminio se rasca el turbante hindú, color blanco como su magia y aunque no como su corazón, crispado en multicolor, forja de lucha entre principios opuestos. Solicita paciencia al intruso, mira el reloj y se disculpa con Dafno pues han rebasado el periodo de consulta y toma un pequeño block de notas donde traza una receta: Flores de Bach, con rosas para abrir el corazón. Después le dice:

—Esta piedra es para abrir el corazón, tu problema no surge con Aurelio, sino con el amor; no te has abierto para sentir; antes de dormir coloca este cuarzo rosa en el centro de tu pecho, durante cinco minutos, lo retiras y guardas en esta bolsita; colocas el aroma de rosas en el otro extremo de la habitación y duermes sin tomar somníferos ni estimulantes. Aquí, en este frasquito está el aroma, en la noche colocas unas gotas en un platito —hace la mímica de voltear el frasco— y regresas la próxima semana.

Dafno agradece y se retira.

Herminio Blanco recuerda  con nitidez el nombre Aurelio y hace conjeturas. El tipo que relató Dafno debe ser el hijo de doña Angustias y lo conoció en las calles del Centro Histórico, sin trato cercano, aunque para Herminio no existen las coincidencias sino las señales desde el Ordenador del Universo. El subsuelo en la zona del Centro le interesa, pues ha investigado los descubrimientos de las grandes piedras del culto ancestral. El Calendario Azteca y la Coatlicue descubiertas antes de la Independencia; la Coyolxauhqui cuando decae el partido gobernante; anticipa que pronto descubrirán una nueva piedra clave. El rompecabezas del pasado se va armando con las piezas del arte escultórico, para Herminio no cabe duda y, además, las conexiones de los grandes edificios encierran misterios. Desde la Catedral sobrevive un pasaje oculto que conecta con el Templo Mayor. Para un mago-terapeuta el pasado se conserva con respeto y anhela el surgimiento de otro eslabón y aunque teme el arribo de un nuevo Cortés que aniquilará al pueblo. Quizá el elegido está próximo o el nuevo Hernán Cortés se levanta para degollarlos. El sabio novohispano Sigüenza comprendió una parte del mensaje oculto en el Calendario monumental y el novelista Velasco Piña reconoció a la Coyolxauhqui. En su mente hay una conexión, entre padre, madre e hija, de tal modo anticipa que la cuarta gran piedra toca al hijo varón, sin duda debe traer una representación de Quetzalcóatl. Cabría que hubiera sido descubierta ya, por eso se terminó tan pronto el periodo del Partido azul, de tal modo, que se reunieran Coyolxauhqui con Quetzalcóatl en otro ciclo. Concluye que en su hoja de destino encontrará a Aurelio.

Al día siguiente, Herminio interroga a la vecina Angustias, sin suerte pues ha transcurrido mucho sin que ese hijo se reporte. Ella le proporciona un número telefónico, sin embargo está fuera de servicio.

DE CÓMO AURELIO QUEDÓ ENROLADO

Transcurre una semana y Dafno regresa a la sesión de sanación, animado y de buen humor. Prodiga palabras de gratitud a Herminio y dice: “El amor ha vuelto a mi vida; ya no pienso más en mi coreano; era un sueño vacío; me topé con lo que estaba ante mis ojos; no lo vas a creer; bueno, en realidad, sí lo creerás; acepté a Robin; ya sé que es inestable; pero mejor un mexicanito canijo, que el coreanito imposible; además, pues me puse las pilas y decidí buscar a Aurelio para encararlo, y le llamé y llamé; hasta cansarlo y obligarlo a una plática en serio; a los tres días se presentó en la oficina pero misterioso; y dijo que desconfiaba del teléfono; que sí aceptaba verme y platicar, pero en un lugar apartado; puso el sitio y la hora; con condiciones de que me cubriera la cabeza con una gorra, no llevara coche, sino que tomara el servicio público y tampoco trajera ningún celular conmigo; para resumir y no alargar, en definitiva, fue lo nervioso que me puse; pues que nos juntamos Aurelio y yo, entonces me cuenta, pero exigió que no diera detalle a nadie; pero aquí hay confianza —hace una pausa y mira a los ojos de Herminio— y me vas a prometer que nada sale de aquí —el terapeuta levanta la mano en señal de promesa sin interrumpir—;  y para no alargarme, porque tengo prisa, te digo que primero pensaron que Aurelio era un espía, y lo investigaron, lo trajeron de un lado a otro; porque decían que era sospechoso un tipo externo al staff, que resultara sabiendo de los pasadizos y de un saqueo bajo el Palacio Nacional; pasaban los días y lo interrogaban sin parar y lo amenazaban; hasta que, por una suerte supongo, su asunto quedó en manos del tercer Asesor del Presidente; ahí cambió por completo el panorama, de tal manera que dejaron de molestarlo; porque ahí no lo soltaron y lo tomaron como una especie de perito; porque las cámaras si existían y encerraban reliquias históricas y aparatos curiosos, que él vio; el problema es que durante algún gobierno saquearon el lugar y después lo clausuraron para resguardarlo; de las cosas saqueadas no había registro; y un Asesor quiso recuperarlas y hasta restaurar el sitio; de tal manera que tomó a Aurelio bajo su servicio; aunque no le gustó por maltratos y lo vigilaban; claro, compensando las molestias le depositaban cada quincena, suficiente para subsistir, a cambio se alejó del empleo conmigo; entonces caí en cuenta que cambió de estrategia, que Aurelio no era tan suave para someterse al miedo ni tan ingenuo para confesar en manos de verdugos; adivino que inventó una nueva estratagema, y en eso anda; comprendí que era nocivo si me la comunicaba, así, mejor que nadie descubra en qué pasos anda; en fin, hasta me abrazó al despedirse; la verdad, me sentí emocionado; cuando se lo conté a Robin, casi lloramos de gusto, de comprender que Aurelio volvía como un amigo sincero.”

Al terminar, Herminio comentó a Dafno:

—Por tu plática caí en cuenta que conozco a la familia de Aurelio, por el lado de su madre. Y en definitiva sí me interesa el tema de los salones secretos. ¿En otra ocasión me gustaría conocer algunos detalles?

—No sé mucho más de lo que te conté, si quieres detalles, pues el que los conoce es Aurelio, pero seguro que lo traen vigilado, yo que tú no me acercaba —se lamenta Dafno— ni a kilómetros o se vaya a dar cuenta que hablo de más.

Herminio entregó otro remedio aromático y se despidieron.

**

Aurelio ha cumplido con su parte del trato, además de informes inútiles de las actividades de cada día ha hurgado en su memoria. Cada recuerdo lo ha investigado; ha dibujado las cabeceras de las sillas; elaborado sus propios mapas con signos prehispánicos. No es que desee colaborar con el gobierno, pero se siente como una hormiga bajo el microscopio y espera recuperar la vida si cumple con lo solicitado. Desea escapar del microscopio que manipula Raudén, como se denomina el Tercer Asesor, que todos advierten que un apodo, una denominación clave, que significa algo que Aurelio no desea averiguar… por el momento. Piensa: “Saber bien, no es saber demasiado.” Así, que anota con cuidado y busca materiales de ilustración que lo ayuden a sustentar sus dichos. Algunos aparatos viejos son astrolabios y se esmera por investigar. Los dibujos no son su fuerte, empieza por dibujar borradores, trazarlos a lápiz y borrar, una y otra vez.

Ha transcurrido un mes y Raudén lo manda a llamar. Aurelio ha juntado una carpeta voluminosa que decide entregar en propia mano. Como chofer acude un militar vestido de civil, con lentes negros y un Jeep.

Para preocupación de Aurelio el militar toma rumbo fuera de la ciudad, le anuncia que el viaje durará horas. Por más que pregunta, este conductor no informa. Luego de cuatro horas, el Jeep sale de la carretera principal, se enfila a una vía secundaria, luego hacia terracería y hace alto total junto a un arroyo cristalino.

Aurelio se repite que si lo quisieran perjudicar no lo citaban. El conductor y él se apean del vehículo y caminan por una vereda. A lo lejos, divisan un campamento, con tres tiendas de lona verde. Al acercarse Aurelio observa varias zanjas recién abiertas.  En el campamento hay militares armados que reconocen al chofer y saludan desde la distancia.

Conducen a Aurelio hasta una tienda de lona, y adentro está Raudén, quien saluda y le ofrece asiento, además ordena agua para los visitantes. En una esquina de la tienda destaca un aparato antiguo por encima de un montón de objetos. El Asesor le dice:

—Lo traje para que reconociera algunos objetos; por favor mire con detenimiento.

Ese aparato sí se parece a uno de sus recuerdos y Aurelio dice:

—Un astrolabio, de los que usaron los antiguos astrónomos para localizar las estrellas y hacer cálculos estelares, también les servía a los navegantes para orientarse en las noches. Además traje ilustraciones con un estudio más completo en esta carpeta, con dibujos y anotaciones para que sea más claro lo que he visto.

Extiende sus trabajos y agacha la cabeza, como si con eso cumpliera por completo. Otro asistente toma los trabajos ilustrados y los entrega a Raudén quien mientras los ojea demuestra que está complacido.

Lo despide con una promesa de gratificación, entonces con timidez Aurelio suspira:

—Me gustaría que esto ya terminara.

Raudén:

—Va muy bien, usted desempeña mejor de lo que supone; se merece una promoción; incluso compensaré sus molestias, siga esforzándose, siga anotando lo que crea útil de las cámaras subterráneas.

El Tercer Asesor recuerda lo difícil que comenzó para Aurelio ese contacto con el gobierno, empezaron con rudeza, como posible terrorista. Raudén se ha recuperado de tropiezos y en la actualidad mantiene su propia agenda para escalar peldaños y Aurelio encaja de manera providencial con su interés.

Cuando se aleja del campamento Aurelio se siente confortado, aligerado de una sensación de amenaza inmediata, aunque sin perspectivas alentadoras. Queda un camino estrecho que apunta hacia una dirección principal: colaborar y convertirse en mascota de una causa desconocida. Eso es perder la juventud, quedar como engranaje de una máquina invisible que ha prohibido descubrir sus últimas conexiones: al menos imposible para él. Mira por el retrovisor, se aleja y no existe una preocupación. Esto lo asumiría como un reto práctico si no gravitara una sensación de rencor, una herida sobre su integridad. Piensa: “Una cosa es pedir, otra es obligar, aquí encajado quedé como una ratita con la cola prensada en una ratonera.” Tampoco acaricia una escapatoria sencilla, como renunciar alegando pretextos verosímiles o cambiarse de ciudad para ocultarse entre el anonimato, imagina astucias más complicadas sin alcanzar a convertirlas en ningún plan concreto. Le conviene parecer un títere para Raudén, mientras sigue cavilando.

Entra la nostalgia en la cabeza de Aurelio. Su padre quedaría anegado de tristeza si supiera que uno gesto amable que tuvo con su pequeño hijo desencadenaría un mal. Pensar que años atrás la inocencia del país y los mandatarios permitían que allí un padre condujera de la mano a su niño en edad primaria, un periodo de paseos inocentes y tranquilidad, sin indicios de nada grave en las cámaras subterráneas. Pasaron décadas y cambió la situación. Por su misma audacia para entrar en zonas vedadas, entonces lo confundieron por un intruso espiando; con eso de la violencia crecida y del 11 de septiembre, pues ya los gobiernos no andan para juegos y se ponen como locos con una sospecha. Luego lo investigaron y saben que es un joven ordinario, ciudadano X una existencia, sin rumbo y saliendo de deudas en el día a día. No es para tanto. Quizá basta cumplir con el encargo, porque es obvio que buscan recuperar las cosas saqueadas de las cámaras, y con eso podría contentarse el tal Raudén y despedirlo con un apretón de manos. Sin embargo, lo han vigilado como si hubiera una segunda trama con un asunto mayúsculo, como si su existencia cargara un secreto de Estado importante. Su mente salta al rigor, a una especie de protocolo de seguridad, a una vigilancia extrema nacida de un malentendido. Lo más inquietante, que ellos conjeturan alrededor de él algún signo, una predestinación o augurio, que lo compagina con una trama grande y comprometedora. ¿Por qué encadenaron a Prometeo? Él sabía quién derrocaría a Zeus, la venganza y el encadenamiento eterno no fue por regalar el fuego a los humanos; eso era el pretexto.

El chofer lo deja en una pequeña ciudad cercana y Aurelio aborda un camión de pasajeros. Regresa en la noche a su vivienda provisional. Se hospeda en un cuarto de azotea, otro pequeño cubo accesorio, un sitio prestado y situado sobre el departamento de Alfonsina. A falta de opción mejor se refugió ahí. Él sentía que la protegía y así sus destinos estaban ligados. El guardaba pena, ella una devoción romántica. Hay mujeres que se sienten feas, luego aceptan cualquier migaja de cariño, y la cercanía de Aurelio era suficiente para colmar el corazón vacío de Alfonsina. Él la visita casi a diario para desayunar o cenar. En ese rato platican de tristezas, infancia, trabajos y hasta de futbol. Eso es suficiente alegría para ella y lo paga con atenciones sin tregua. En su alacena aparecen antojos y sobre una silla roja aparece la ropa limpia del huésped.

**

EL ENCARGO DE RECONSTRUIR LOS SALONES

En los siguientes días Aurelio refuta a quien pide reportes, afirma que su estatus varió, pues Raudén confía en sus investigaciones y está satisfecho con su práctica. El argumento es cierto en parte. La mujer de las llamadas, aunque desconfía de sus aseveraciones, disminuye su tono de urgencia y arrogancia. Los avistamientos del guardia que lo ha seguido en la calle se hacen esporádicos. Aurelio se dedica con nuevas ideas a reproducir los dos salones y el pasillo de los mapas que conoció,  con nuevo ánimo, repasa el tema. Antes se esforzó, pero se da cuenta que solamente copiaba, entonces su mente funcionaba como una fotocopiadora de información sin preguntarse el qué y para qué, sin indagar los motivos ni los significados. Abre un nuevo expediente para cada una de las tres partes y deja un cuarto para el “ambiente” del Palacio Nacional. Vuelve al tema del salón de Maquiavelo y su letrero separado “Velo de Maqui”, como un juego de palabras. Anota que el salón de Clausewitz UN letrero con lema en alemán. ¿Cómo sabe que es una frase en alemán? Era un letrero que no entendió y todavía no recuerda con claridad. De niño ignoraba el idioma escrito ahí, el idioma implica una suposición. Se compromete para entender y descifrar cada aspecto. Disimulan algo crucial, Raudén le parece un funcionario sumamente perspicaz, y no desperdiciaría sus esfuerzos tras unas baratijas mohosas. Además ¿por qué adecuar esos salones debajo de donde atiende el Presidente de un país? Habrá un nexo entre el poder superior y esos espacios añejos. Reflexiona en las muñecas rusas: una figura encierra a otra; así se devela los misterios, con capas y en cada una se traspasa la incógnita comprendiéndola. En la matrushka ¿a la muñeca diminuta la protegen sus mayores por orden de importancia? Explicarlo así es sinsentido, lamenta no plantearse preguntas más inteligentes para terminar pronto. Para su propia satisfacción intenta el resolver las incógnitas y empieza a sentir mayor curiosidad. La correlación entre él y Raudén marca un paralelismo. El funcionario parece abrazado por la misma curiosidad que él, actuando de otra manera según su naturaleza. Contrasta lo que en un civil es curiosidad sin consecuencias, en el gobernante se interpreta como un acto de voluntad, y para eso sirve la poética de Nietzsche sobre la voluntad de poder.

Aurelio despertaba y las breves lecturas y los fragmentos de la escuela preparatoria le hacían provecho y adquirían sentido. Siguiendo a Nietzsche argumentaba que entonces el político se proyecta en el prototipo de un superhombre y en el extremo aparece Hitler, como una infatuación del líder convertido en tirano despreciable. Cuando el político coge entre sus manos al ciudadano, entonces se asoma la sombra de führer, aunque sea caricatura grotesca. En su mente abundaban las expresiones de la molestia por el acoso previo. En sus argumentos Aurelio no se refrenaba, en su interior tomaba venganza con ideas de ironía y desprecio, el cual callaba y lo sometía a sus nuevos intereses. Mientras más le desagradaban los demagogos y politicastros se esforzaba por comprender mejor los pliegues del Poder. Procuraba entender a Maquiavelo, que fue afamado por eso de “maquiavélico”. Leería el breve texto de El Príncipe, que lo había evitado copiando una tarea escolar, ahora sí. El otro reto era enterarse del estratega de la guerra, Clausewitz, eso tenía relación con el sótano militar, porque las catacumbas sirven para esconder o desplazar tropas, por eso lo agarraron husmeando. Y la desgracia de quedar atrapado, poseía ese otro lado de la moneda, porque detuvieron su sangrado. ¿Y si les debía un favor a sus contrincantes? Según reza el refrán: favor con favor se paga,. De cualquier manera, despertaba molesto y ansiaba su libertad; la cadena invisible de una obligación pesa y ahoga. Del militar alemán investigó que tardó en ponerse de moda, que su texto volvió a las universidades militares luego de ignorado o menospreciado por décadas. Le resultó curioso descubrir que era un contemporáneo de los independentistas mexicanos, y que comenzó su carrera militar a los 12 años, como niño soldado. Lo comparó con los niños héroes del Castillo de Chapultepec. Clausewitz conoció la guerra y no de oídas, la sufrió; su país fue invadido en muchas ocasiones. Además estudioso e lúcido analizó la táctica y estrategia, dejando varios textos que editaron en un único libro. Con su patria invadida debió huir, salir de su tierra y enrolarse con los rusos para combatir a Napoleón, que fue su enemigo, y sobrevivió para ver el final del gran Bonaparte. Décadas después de su muerte, la rueda de la historia siguió girando y el sobrino de ese gran Napoleón, fue emperador de Francia, invadió México y nos mandó al Archiduque Maximiliano. En este país cabría la simpatía y agradecimiento con ese estratega alemán, pues el enemigo de mi enemigo lo considero mi aliado. Vio un paralelismo entre el alemán y Morelos, pero el cura no legó textos de estrategia, aunque los Sentimientos de la Nación son una pieza apasionante. Esos los releería, al fin de cuentas, son unas pocas hojas. El detalle no era irrelevante, pues uno de los cuadros de la cámara Clausewitz representaba una batalla donde Morelos, llamado el Generalísimo, aparece en primer plano y con el típico paliacate rojo cubriendo la cabeza. Además, en las paredes como adorno había espadas, descansando en fundas ornadas con grecas de metal.

Conforme transcurren las semanas, con la mente despejada y una mejor actitud, Aurelio avanza en sus estudios. La información recopilada encaja y siente le sirve para entender. Necesita convencer a Raudén que él ha descubierto datos indispensables. Algunas noches Aurelio se convence que, como dirían los abogados, ha armado un caso impecable pero al amanecer regresa sobre sus pasos, decepcionado porque los resultados se disipan en humo. Cada vez Maquiavelo le resulta más complicado, al principio una serie de relatos sobre traiciones y maniobras de reyes y príncipes lo entretiene. Cuando lo piensa mejor, termina horrorizado. ¿Tanta violencia y delirio por obtener el dominio? Siente ansiedad de que las rivalidades sigan igual de salvajes y entonces justifica el mantenerse amilanado con las amenazas. Revisando referencias topa con un artículo de revista que señala La década de Tito Livio como el máximo tesoro de Maquiavelo.  Consigue ese libro y queda sorprendido por la presentación del  autor florentino, cuando explica que ante un espejo invocaba a los espíritus de los próceres muertos, quienes con complicidad acudían para divulgar sus hechos. Una faz insospechada de médium en Maquiavelo, jamás lo hubiera maliciado. Desde ese ángulo el Poder se ata a un conjuro de magia, no en balde corren miles de rumores sobre los hechiceros aliados con los gobernantes, como López Rega sirviendo a Isabel de Perón. Sin saber el motivo, relaciona la cercanía de la Catedral Metropolitana con el Palacio Nacional, cual parentesco de nigromancias: la beatífica de los sacerdotes ofreciendo el cielo y la operativa de jerarcas terrenales prometiendo bienestar. En la última frontera cuando sus especulaciones husmean lo extraordinario, vuelve pensar en el “salón sin nombre”, ese recinto donde su padre Iván entregó una carta lacrada.

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Recibe una llamada de Raudén anunciando una cita próxima. Para esa reunión Aurelio junta sus materiales, prepara un dibujo mejor, concentra sus argumentos. ¿Qué le interesa a una Asesor sobre el viejo diseño y adornos de esos salones? La respuesta es casi obvia: su nexo con el poder. A ese nivel, el valor comercial de las antigüedades es irrelevante. Queda una última hipótesis, aunque descabellada: atribuir a esos salones una disposición mágica. Habrá quien crea en disposiciones ocultas y de esto no escapa nadie: jefe o peón. La ilusión es como la muerte que nadie ni el poderoso escapan de ella ni siquiera el sabio lo logra ¿cuántos académicos en públicos son científicos y supersticiosos en privado? Cuentan que Newton consiguió polvo de unicornio para detener el paso de las arañas y anotó que falló en detenerlas. Entonces, Aurelio se esforzó por sintetizar su investigación para hacerla elegante y creíble, resumir lo que investigó sobre esos sitios. El foco directo cristaliza poder y un segundo foco conjura las recetas parciales para obtenerlo, esto sugiere un sitio reservado y separado, en el subsuelo que se mantiene a recaudo y lejos de cualquier fisgón. Primero un pasillo, luego una antecámara de poder, luego una de armas y un final reservado al sanctasanctórum. Desde el amanecer de los siglos la arquitectura religiosa, política y militar de los pueblos repite variaciones de esa disposición. Por ejemplo, los patios bardeados demarcan un recinto ligero, mera transición; un umbral externo (a veces antecámara) con una entrada donde se detiene el paso y los dispositivos evitan al intruso; una cámara íntima donde se purifica y alinea al visitante; después una posición central final, donde en exclusiva acuden los elegidos, los jerarcas, los generales o el único: el punto central de un compás, el foco que funda la irradiación del círculo. Un pasillo externo con mapas ¿qué mejor selección sino para representar parcelas del globo terráqueo? No hay más, ese pasillo con mapas indica el planeta o el espacio que representa de modo exterior. El salón Maquiavelo señala al poder, la entrada en ese campo de fuerza, que une y ata a las personas. ¿Por qué son tan distintos Aristóteles y Maquiavelo? El florentino se deshizo de la moral, mostró al poder sin cortesías ni intenciones: el acto desnudo del domino. En cambio, el filósofo griego no le vio sentido al poder fuera de una ciudadanía honorable, más ocupada por la amistad y la justicia que por maniobras descarnadas del gobernante. Y el juego de palabras del letrero “Velo de Maqui”. El “velo” implica un velar y desvelar, el mostrar para obtener. Y “machi” proviene de la máquina, lo que en su adolescencia relacionó con su propia habilidad para arreglar maquinaria. Un término aislado “machi” que oído por un nórdico suena a derivación de “match”, el golpe de fuerza. ¿Quitar el velo al match? Un nombre para la adivinanza. Luego colocarlo en posición para que casi nadie lo entienda aunque lo vea y en el subsuelo se conserve confinado; simultáneamente sirve de escondite y cimiento del recinto perfecto para su reunión. Cuanta un relato apócrifo que Salomón prefería reunir a su consejo en un sótano, para escuchar voces matizadas con el respeto por quienes han partido de este plano terrenal.

Una vez escuchó a la abuela:

—La vida es una cebolla, se van descubriendo capas, mira —y lo dijo mientras jalaba la parte externa entre el dedo gordo y el cuchillo, alardeando de su habilidad manual— la siguiente es más tierna y fresca.

De cuando en cuando, la anciana de tez arrugada repetía su dicho de la cebolla:

—Vas encontrando un problema y lo arrancas, así es la vida como la cebolla, cuando atacas ese problema se hace más chico; pero si te apuras y te acercas, y te la quieres comer cruda la cebolla te hará llorar —lo decía mientras mordía un trozo de cebolla cruda y lagrimeaba sin control— pero no te mata; la vida no te mata, es el aburrimiento. En otra ocasión miró el televisor cuando en un documental mostraban las capas interiores de la tierra y gritó:

—Que sí el planeta entero ahora resulta que es un cebolla —y se rio, mientras repetía— la vida y el planeta son cebollas, la vida y el planeta…

Según las definiciones académicas todo poder político es la concentración de la violencia legítima y su organización eficiente es un ejército. El uso de las armas no es continuo, pero se sostiene una amenaza convincente para someter al enemigo; esa idea de someter al enemigo a la impotencia es la teoría de Clausewitz. Nació a la fama ese estratega germano en su obra cuando descubre principios esenciales para la lucha militar, además de que testificó las épicas guerras de Napoleón, aunque como su contrincante. La violencia desnuda está en la leyenda de la fundación de ciudades, como la de Roma; cuentan que Remo se burló del trazado de la muralla, una rudimentaria muralla levantada para proteger la futura urbe y por eso lo mató su hermano Rómulo.  En una versión, le cortó la cabeza a ese metafórico Abel romano y en otra narración alternativa había ya una cabeza, que encontraron durante la excavación. De ahí proviene el término latino de capital, la cabeza de una región, y esa asociación con un decapitado, adquiere un tinte siniestro. Los romanos establecieron los modelos de gobierno y leyes occidentales que perduran hasta hoy. La idea republicana se conecta con Roma, aunque con una versión distinta, se metamorfosea los romanos eran una sociedad aristocrática. El ejército romano triunfó por profesionalismo y levantarse cual maquinaria ensamblada de capacidad destructora. El ejército profesional mismo habita un recinto, un espacio que se separa del resto, y por su dureza se debe comparar con un tejido óseo. En ese oficio sus aparatos dan claves, por ejemplo para mirar a lo lejos, medir el tiempo, lograr sincronía perfecta en las batallas. Las armas de pólvora son descendientes de la espada, la cual contenía el código completo de las reglas militares.

Del recinto final, Aurelio se quedó casi sin conjeturas: la matrushka más pequeña. El vacío final, un recipiente herméticamente sellado que recibe información, gotas desde el exterior; al término es un embudo, porque tampoco es aceptable el sellado hermético. Un recipiente hermético ya no se refiere al poder mismo, sino a una separación, bajo la modalidad geométrica de las pirámides donde la cúspide implica una reducción del espacio, hasta establecer una plataforma pequeña y elevada. Aquí, habla de un recinto subterráneo, entonces alguien diseña lo contrario a una pirámide, y eso contribuye a una sensación inquietante, como un lado oscuro del alma.

CENA CON ALFONSINA Y LA RUPTURA

La noche anterior a la cita con Raudén, sintió urgencia de comentar. Habían sucedido tantos cambios en su existencia y sin comunicarlos con nadie. Optó por platicar con Alfonsina.

Para la cena ella ofreció unos panes dulces y un chocolate caliente. Él expuso con rapidez las líneas de su pensamiento y concluyó argumentando que convencería al funcionario. Ella desde sus vísceras percibió una oleada ignominiosa y despreció los planes de su amigo y protegido. ¿Qué le enseñaría Aurelio a un Asesor Presidencial, un señor con estudios de altos vuelos? Concluyó:

—Tu defensa es inútil, levantas un esquema tomado de aquí y allá, con datos acomodados que si se interpretan distinto darán otro sentido.

Aurelio quedó contrariado. Era la primera ocasión en que Alfonsina rebatía tajantemente una idea de él. Él intentó defender su esquema con argumentos, mostrando que no improvisaba y se había esmerado al estudiar el asunto.

—No has comprendido la “acción recíproca” en el arte de  la guerra de Clausewitz, así es en todo, las parejas apasionadas  también operan en acción recíproca, los grupos de interés y juegos deportivos. Cuando un equipo de fútbol se coloca a la defensiva obliga al contrario a modificar su estrategia y opera una acción recíproca… Cuando el comandante alemán indica que toda la preparación conduce hacia el “combate” y que cuando se entra en ese momento el escenario cambia, significa que al romper hostilidades es imposible evitar un enfrentamiento para ganar o...

Ella interrumpió la frase, otra vez un gesto inédito:

—Resulta inútil presentar interpretaciones brillantes ante un don chingón; al final, los mandones siempre tienen la razón, te contradicen y obligan a repetir el trabajo; sales regañado y después te mandan a hacer el mismo trabajo; escúchame, es el mismo trabajo, pero dicen que la idea desde siempre fue suya; mejor no quieras pasar por listo ante ese señor; te lo digo por experiencia; los listos terminan mal ante su jefe.

Él retomó su argumento más convincente y enfático, como quien guarda una joya en el bolsillo y la aprieta con la mano, mientras el comprador le insiste que en su bolsillo guarda un simple vidrio y subió de tono:

—La acción recíproca es el argumento clave de Clausewitz, donde demuestra que había asimilado toda la filosofía de su época…

Y siguió argumentando, subiendo más la voz y mientras se agitaba Aurelio, de nuevo ella le interrumpió:

—Los listos terminan sangrando bajo Palacio, luego son vícitmas de sospechas, luego presionados para un trabajo, luego pretenden descifrar los misterios para quedar bien y acaban pisoteados por sus jefes…

Para rematar su argumento Alfonsina se incorporó, cubrió la distancia, le plantó un beso en la mejilla y acto seguido se sonrojó, al darse cuenta que ese gesto indicaba más que amistad. Aurelio se levantó porque buscaba un salvavidas en su travesía solitaria sobre el océano y abrirse a ese afecto inopinado era quedar a merced de otra incertidumbre.

Aurelio intentó alejarse de inmediato, pero Alfonsina lo tomó de la mano y lo retuvo apretándola por unos segundos, mirándolo con ojos de cachorro abandonado. Después de despedirse él comprendió que lo mejor para los dos sería alejarse de ella, en una transición veloz. Comprendió que ella había transitado hacia un enamoramiento ilusorio y que él sin proponérselo se aprovechaba de lo que suponía una amistad incondicional. Su presencia fabricaba falsas expectativas y por más que intentara aclarar el punto, Alfonsina seguiría enganchada, así que alejarse sería lo mejor para encargar su remedio a la ausencia.

**

REUNION CON EL ASESOR RAUDÉN

Raudén lo citó en un café del Centro Histórico, tan solo a unas cuadras de Palacio Nacional. Un sitio tradicional con mucha mesas y parroquianos ruidosos. Aurelio llegó minutos antes para revisar sus argumentos.

El funcionario aparcó una camioneta grande y con vidrios polarizados sobre una calle donde señala prohibido estacionarse. Lo seguía un guardia de civil y lentes oscuros que permaneció ante la puerta del restaurante.

Raudén le pidió al gerente el espacio de un cuarto reservado en la parte superior: un pequeño recinto con una mesa para platicar con privacidad.

Luego de los saludos de rigor, el funcionario:

—Vamos a restaurar esos salones y me interesa tu colaboración. He movido mar y tierra pero no encuentro gente que haya visitado esas cámaras; eran sitios más reservados de lo que creí o a los antiguos ocupantes “los tragó la tierra” —sonrió sin ganas pues se suponía que era una broma—; tampoco te creas indispensable, lo que ganarás está escrito en ese sobre y exijo tiempo completo, full time; además es una labor intelectual, debes mejorar tu redacción; me gustan las ideas de fondo, tu investigación es decente, pero debes dar más para encontrar el hueso a bajo de la carne.

—Tengo un esquema resumido, se lo puedo mostrar.

—No es momento de que me lo presentes. Ponte en contacto con la persona señalada en el sobre y revisará tus esquemas.

—No me gustaría que ese trabajo se prolongara demasiado, quisiera volver a mi vida normal.

—Yo también quiero una vida normal —volvió a sonreír para señalar que era una broma—; hace rato que no sé de una vida normal; además, tampoco quiero que esto se prolongue; no estás para saberlo, pero en cierto sentido mi cuello está en la guillotina, ni te imaginas los problemas que existen en la cúpula, la gente imagina que hacia arriba de la pirámide todo es miel sobre hojuelas —movió la cabeza y suspiró— y no es así; nunca es miel sobre hojuelas.

Una cucaracha barrigona caminó sobre la loza blanca, escondiéndose entre una grieta larga y volviéndose a asomar. Captó la mirada baja de Aurelio, que sintió más tristeza que asco por el bicho, pensando que pronto lo fumigarían. La agitación y el descuido en un viejo restaurante era un paraíso temporal para esos bichos que salen del laberinto del drenaje urbano, un breve edén con migajas frescas por doquier. Cada semana entran los fumigadores para aniquilar a los insectos; él lo sabía con certeza, compuso máquinas para abastecer tanques insecticidas.  

—Entiendo.

—No, no entiendes, tengo prisa. Esos salones deben estar reconstruidos, de preferencia en unos meses. Aunque empezamos mal, cuando te encontraron ya se buscaba remodelar, y fallamos en esa labor, decidimos detener la remodelación.

—Lo que no entiendo es cuál es mi papel, si yo no soy funcionario.

—Te equivocas, ya eres funcionario, con Seguro Social y hasta fondo para el retiro.

Suspiró, sintiendo que se aligeraba su carga:

—Eso está mejor, mucho mejor.

 Raudén estimaba que trepar a los altos peldaños de funcionario era un privilegio, la posición mejor en el mundo, y clavó la mirada en Aurelio, repitió y agitó las manos:

—Cuento contigo, cuento contigo, no me falles.

Aurelio desvió la mirada, no deseaba efusividad, con quien también era una especie de carcelero de lujo, y asintió con sequedad:

—Gracias.

—Me tengo que despedir, viene una reunión urgente.

Se despidió y dejó un sobre de color manila con un teléfono de contacto, breves instrucciones y adentro un pago sorpresivamente generoso, integrado con billetes de alta denominacion. Aurelio quedó meneando la cabeza hacia los lados, con un extraño sabor de boca, con la emoción detenida para no revelar lo que él sentía como un descubrimiento.

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Aurelio casi no durmió esa noche, saltando entre sentirse casi un reo para después percibir el futuro asegurado, de quien medra bajo la frescura del árbol del gobierno. Los lemas de la publicidad de “un futuro asegurado” y el “bienestar para todos” siempre le habían resultado aversivos. Los esfuerzos de conocidos que luchaban para obtener una plaza discreta pero vitalicia le habían resultado incomprensibles. Una existencia se alteraba y no era la de otros, sino la suya: esa única e irrepetible. Desde ya se convertía en un ciudadano privado sin deriva ni azar, ser recluta marcado con un puesto y colocado en un organigrama, obligado a dejar en un pañuelo un beso con un “gracias” como la damisela romántica en mitad de la tormenta cuando recibe el paraguas de un gentlemen.

Los detalles se los aclaró un auxiliar asignado por Raudén: quien le explicó por teléfono que acudiría regularmente a una oficina y recibiría un talón, donde se indicarían sus prestaciones, que lo regularía un área de Recursos Humanos y hasta quedaría afiliado a un sindicato. En fin, su existencia caería bajo la apariencia de la más normal de las normalidades a nivel elitista, aunque arribó hasta ese punto por un camino extraño. Se imaginó como el náufrago arrojado por las olas en un reino pacífico y próspero, cuando los nativos lo confunden y consienten como a una deidad. El sueldo sería alto y con derecho a jubilación anticipada. Demasiado perfecto como para no desconfiar: las trampas para ratones se ceban con delicioso queso.

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LA NUEVA OFICINA

Por fuera descansa un edificio amarillo de tres pisos, sin atributos ni adornos; protegido por un amplio patio y una barda alta. Adentro lo espera su oficina, sitio fijo del nuevo burócrata. Aurelio entra al despacho que le asignaron y ahí lo recibe el Dr. Errequerena con deferencia y amabilidad, por un apretón de manos y mirándolo directo los ojos para descubrir sus mínimas reacciones. Es un funcionario vestido impecable y gordo, el cinturón aprieta y divide las lonjas en dos, su ropa lamentable por incómoda. El cuello de la camisa aprieta, donde su piel deja marcas de sudor sepia en el doblez. La corbata de seda multicolor y los zapatos lustrados reflejan la luz artificial. El funcionario aproxima el cuerpo, lo abraza de lado cual un confidente y acerca su boca al oído, como si revelara el secreto del barrio. Lo suelta del hombre y ambos permanecen parados, cerca uno de otro. Le habla con fuerza y convicción mediante un tono suave y de contenidos amenazantes, recordando al puño envuelto en guante de seda:

—Vas a entender que aquí es la jaula de oro, como la del pajarito preso en su nido. Vas a obtener lo mejor, una existencia holgada. A cambio, viene tu lealtad. No sé cómo, pero ganaste la confianza de Raudén; te ha tratado con dulzura y ahora te premia; pero sus enemigos y los del sistema terminan en las aguas negras del Gran Canal —percibe un gesto de incredulidad y aclara con más énfasis—, esto no en sentido figurado, revisa las noticias del 14 de agosto del 98. Así, que vas a andar con cuidado, aunque no veas nada de riesgo. Aquí hay lealtad y discreción; esto es como enrolarse en la CIA americana, de civil; aquí la confianza es de vida o muerte. Yo estoy moviéndome cual pez en el agua, aunque, mi nombre clave es Esclavo, así reconocerás cuando la llamada sea de inmediato y sin chistar.

Errequerena percibe en la nariz de Aurelio la respiración agitada, la frente arrugada, las pupilas aceitunadas más abiertas… en fin, mira su temor creciendo, por lo que baja de tonos y decide tranquilizarlo:

—No tengas miedo, aquí no vas a matar a nadie; esta es una oficina de investigaciones civiles; nada ilegal, pero sí cualquier asunto es delicado; a cambio de la máxima confidencialidad y lealtad, tu existencia está garantizada de una y mil formas. Recuerda, entras en la jaula de oro. Aquí hay una manguera conectada a la miel, si te premian sale miel a raudales…

Da un paso para aproximarse y continúa Errequerena casi al oído de Aurelio, revelándole que ese puesto quedará garantizado, que su plaza es de carácter federal, con escalafones hacia riba y ninguno hacia abajo. Además etiquetado en el organigrama y su posición es un baluarte, las restricciones de su quedarán removidas, que habrá secretaria a su cargo, archivista, mensajero y en un futuro hasta dispondrá de chofer con automóvil. El nombre correcto de su puesto, desde ese día, es “Subintendente de Proyectos Operativos de Bienes Inmuebles”. Y no se apocará por la partícula “sub”, es una argucia para desviar responsabilidades, no reporta realmente en la línea de su organigrama, en realidad reporta al Tercer Asesor en la órbita de Presidencia. La oficina es tranquila, no se cuelan los ruidos de la calle, separados por un enorme patio y bardas gruesas. Desde ese día tiene flexibilidad de horarios de entrada, salida y comidas. Recibirá prestaciones, vacaciones pagadas, plan de pensiones, seguro de enfermedades y accidentes. La condición indispensable: entregar reportes periódicos y fidelidad a su jefe superior, así como respeto discreto a sus colegas.  Su puesto está definidos en un organigrama, y si siente dudas en su actuar, recibe un Manual de Procedimiento, que en adelante será su Biblia después de las órdenes directas. En la imaginación de Aurelio ese Manual debería ser un libro voluminoso y no es así: unas decenas de indicaciones, donde se dice lo que hacer y lo que no, el modo de hacer lo que sí, y dónde consultar en caso de duda. El funcionario casi flota de felicidad cuando concluye:

—Su existencia está resuelta, incluso aquí se permite una jubilación anticipada, claro que bajo las reglas impuestas.

Aurelio, flamante funcionario, siente la agitación y el mareo de quedar sometido entre amenazas y halagos. De momento, prefiere no pensar hasta alejarse del “Esclavo” no vaya a ser que vuelva a evidenciar sus sentimientos. Errequerena le señala su escritorio, espera a que se siente y entonces se despide con una caravana.

El primer día en una oficina iluminada, sin lujos pero huele a nuevo. La secretaria es una morena añosa, diminuta y servicial, acude con una pequeña libreta en la mano para anotar sus indicaciones; recibe las llamadas y las reseña en breves recados; a cada rato ofrece café caliente; y pregunta:

—¿Se le ofrece algo, señor?

El archivista es alto y desgarbado, con un gañote prominente y lentes de fondo de botella. Se sienta en una silla del fondo y mira hacia la pared más próxima sin interesarse de nada. Cuando lo llama Aurelio da un brinco como caballo dormitando, se aproxima con prisa y ganas de agradar.

El asistente se sienta al lado derecho de la secretaria, un pasante gordo que transmite calma al ambiente; cuidando cada paso avanza para recibir órdenes, y al terminar hace una caravana, insinuando educación oriental.

Unos minutos antes de la comida el equipo se “hace el aparecido” para cuestionar si ya se ofrece algo más, indicación de que ansían alejarse de esas cuatro paredes. Al regreso, acuden al escritorio del jefe para saludar y volver a preguntar lo mismo. En esa etapa Aurelio se requiere de los asistentes al mínimo. El investigar las cámaras del sótano ya se había cumplido y como flamante jefe entiende que su enfoque es repetirlo por su cuenta. Aurelio revisar lo ya comprendido, mientras siente que gira en una noria, sacando la misma agua y con la oportunidad para hermosear lo que descubrió antes.

**

Transcurre una semana entera y Aurelio se encierra en la oficina, encarga emparedados en lugar de conocer los restaurantes vecinos, y no socializa con los burócratas de las oficinas contiguas. El Dr. Errequerena lo llama por teléfono para darle más instrucción sobre su situación. Asignado en el espacio de una burocracia privilegiada, evitará tomarse tan a pecho los horarios para estar sentado, porque tanta abnegación se paga con la salud. La recomendación es emplear tres horas seguidas fuera de la oficina durante cada comida.

—¿Cómo demorar tres largas horas para comer? Eso es muchísimo.

—Entre los jefes es lo normal, el comer de prisa es mal visto; además salimos a las altas horas de la noche, a veces, hay que hacer guardia todavía más tarde; así, que tómate tus pausas fuera de la oficina como tragar medicina, aunque no te agrade; descubrirás algún día que esos ratos afuera se aprovechan con oportunidades insospechadas.

La amabilidad de Errequerena era el preludio para pedirle un préstamo pues se ha enterado que Raudén lo ha sido generoso para retribuirlo.  Conforme es presionado para aceptar, Aurelio mueve la cabeza y tuerce la boca. Cuando terminan Errequerena además tiene el descaro de exigir silencio:

—Nadie se debe enterar, mucho menos nuestro jefe, ya sabes que esto es delicado. Ni una palabra.

Después de colgar y tranquilizarse del enojo que le ha provocado Errequerena, Aurelio reflexiona sobre los alcances de su compromiso. Espera que en los próximos meses afloje sus cadenas, mientras tanto queda obligado a soporta. Luego piensa en su amiga Alfonsina y agrega otro motivo para no comunicarse con ella, ahora su nueva existencia encarna una caricatura de la profesión de ella. A la tensión emocional por el distanciarse, además imaginar explicaciones para esa puesto de funcionario sería desquiciante. Promete cambiarse del cuarto de azotea sin avisar, simplemente dejar las llaves con vecinos y no contestar ninguna llamada de ella. En las semanas siguientes, después de telefonazos sin respuesta, Alfonsina entiende que él no quiere comunicarse, sin embargo, ella asume que fue su imprudencia mezclada con la evidencia de su pasión. Con el paso de las semanas ella sumirá que hubo una “última cena” y sobrevino la ruptura.  

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ENCUENTRO CON HERMINIO

Por teléfono Herminio localiza a Angustias, la madre de Aurelio dice que está apurada organizando planes, que luego le platicará con detalle. Herminio le platica sus actividades y que busca platicar con su hijo sin explica el detalle, a lo que ella comenta:

—Al fin el hijo pródigo se apiadó de su madre, esta vez hasta trajo regalos; dice le está yendo de maravilla; si quieres te doy sus datos.

Esa misma tarde Herminio localiza a Aurelio y organiza una visita. Hermino sabe abrirse paso y superar la desconfianza de la gente. Consigue con facilidad una cita en la oficina de Aurelio y acude sin perder tiempo en preámbulos.

Antes de la hora pactada, ya está Herminio entrando al edificio, dejando sus datos requeridos y acude con la asistente. Lo hacen esperar los minutos de rigor y luego la mujer lo introduce el despacho de Aurelio. Herminio se presenta de manera sencilla y se queda de pie. Aurelio escucha con atención lo que Herminio desea explicar:

—Disculpa mi atrevimiento, pero deseo hacerte un gran bien; soy amigo de nuestro mutuo amigo, Dafno; él te puede confirmar mis intenciones sinceras; he estudiado nuestras auténticas raíces, el flujo interior y milenario de Mexhiko Tenochtitlan; y te has colocado demasiado cerca de las fuentes últimas de poder; el viejo diseño del cuadrado mágico de la capital originaria, no se trazó por casualidad; la sapiencia de los sacerdotes de Quetzalcóatl que guiaban a los gobernantes, se aplicó en ese trazado; entonces ellos pusieron la alineación cósmica para la sobrevivencia de la raza; bien recordemos que la historia oficial dice que nuestros antepasados fueron conquistados y entonces millones de almas cayeron ante quinientos conquistadores; pero es obvio, demasiado, que eso es imposible; el plan ya estaba trazado y el antiguo pueblo debía sacrificarse en masa, venciendo su soberbia para abrir con su sangre generosa la rueda del Quinto Sol, el de occidente; ese Sol que no se encendería en ningún otro lado del planeta, que vino desde el gran Oriente y se desplazó desde Asia a Europa; de tal modo que esas profecías las repiten; indicando que regresaría Quetzalcóatl; aunque se difunde esa leyenda en la historia oficial, no dan con el fondo; era indispensable derramar la propia sangre y vencer el orgullo, para salvar el alma; sin embargo, eso ya fue el desenlace, lo que te atañe a ti, es el trazado original; que hay un trazado único para integrar los cuatro Tezcatlipocas de cada una de las direcciones y controlar las fuerzas cósmicas, protegiendo a la ciudad y al pueblo; de ahí se establecieron cuatro piedras sagradas; las dos primeras surgieron para abrir el portal de la Independencia y son conocidas como la Coatlicue y el Calendario Azteca; la tercera se encontró en las excavaciones del Templo Mayor representando a la Luna; la cuarta nunca se mostró al público; esa existe desde hace más de un siglo, la descubrió la gente de Porfirio Díaz pero la dejaron justo donde la encontraron, al remodelar Palacio Nacional; esa cuarta piedra monumental ahí se ha mantenido y conservado en un recinto subterráneo; por lo que Dafno me contó tu desventura atañe a esa cuarta piedra labrada, la cual representa a Huitzilopochtli, que es el corazón humano y su voluntad”

Lo interrumpe Aurelio:

—En estricto sentido, hay informaciones confidenciales, imposibles de comentar por mi trabajo; debes entender mi posición, así que no sé lo que quieras pedirme.

Herminio ha cavilado suficiente antes de esta entrevista, se ha dado cuenta que no es casual el súbito ascenso a funcionario tras su incursión bajo Palacio Nacional, ahí ha surgido la compra y cerco, la estrategia militar de quien sitia una plaza fuerte cuando es incapaz de asaltar las murallas y vencer en un choque frontal; el alma de Aurelio ha quedado asediada.

Herminio toma aire y se incorpora, mirando a los ojos y levantando ligeramente el tono de voz, dice:

—Debo advertir que poseo dones de vidente, por lo mismo deseo favorecer a tu alma; siento peso o presión; —su garganta suena a un eco milenario a caracola retumbando hacia los cuatro vientos— comprendo que evitas cualquier indiscreción; no vengo a pedirte nada; cuando los aztecas caían prisioneros, se encomendaban al dador de vida y usaban un amuleto para no padecer la esclavitud; por su lado, los poderosos cuando concentran el mando y adquieren las armas siempre están en la tentación de convertirse en dictadores y rebajar al pueblo un rebaño de esclavos; eso sucedió con Porfirio Díaz; demasiado mando por demasiados años, pervierte la obra digna en obra villana; la cercanía con el punto central es peligrosa, la geometría del asiento exacto del poder suele convertirse en cautiverio; —sacó el puño del bolsillo y continuó— anda toma este pequeño obsequio y, si gustas, tenlo cerca de tu cuerpo, para proteger de la secreta esclavitud, la sumisión del alma; es importante mantenerse como el águila y nunca caer de rodillas; una cosa es servir y otra es cómplice de lo perverso; el vértice descansa ahí, siempre ha estado ahí; pero un elegido está para domarlo y servir a su raza con honor; existe el lado oscuro, vino Hernán Cortés a destrozar cráneos, por el rencor acumulado de los enemigos de Tenochtitlán; volvamos a lo positivo, el círculo concéntrico es tan atractivo que en escapar es difícil; con este pequeño obsequio te auxiliarás en tu protección ante el imán del círculo concéntrico; el abismo del poder invita a enamorarse de él y convertirse en su cómplice; quien mantiene su alma pura, adquiere la fuerza para no caer y utilizarlo bondadosamente; lo ancestros afirmaban que eso no es sencillo; muchos caen en ese vértigo y quedan atrapados por un torrente de privilegios; cada vez que amanece hay una oportunidad para seguir el camino recto; —suspira y mira al techo como haciéndolo hasta el cielo— pero hablé demasiado y temo que te estoy abrumando, es mejor un gesto noble que un torrente de palabras cuando se pronuncian antes del amanecer del alma; es momento de un acto noble.

Herminio extiende la mano y deja una piedrecilla verde con un glifo grabado. El amuleto, fruto de creencias ancestrales, cabe en la palma de la mano.

Aurelio la examina entre sus dedos, mientras el visitante le explica que el amuleto está ensartado en un cuero corredizo que sirve para emplearse como collar, pulsera o también lo puede ocultar en un bolsillo. Para terminar la plática, Aurelio lo guarda en el bolsillo del pantalón y desliza una frase de agradecimiento convencional. Respira cansado, siente que su interlocutor lo ha llevado por un viaje lejano, un maratón en la breve plática, incluso siente molestia de cabeza y prefiere terminar esa conversación, responde:

—Lo que afirmas suena interesante; de favor, tus datos con la secretaria y si es oportuno ayudarte, con gusto te contactaré.

—Algún día sabrás que lo dado es valioso.

Antes de despedirse, Aurelio manda a saludar a Dafno.

Al despedirse Herminio aprieta con fuerza la mano de Aurelio.

**

REUNION CON DAFNO EN LA CANTINA

Han concertado una reunión Aurelio y Dafno. A la cantina Chópera ha llegado primero Aurelio y se coloca en un sitio con una silla incómoda. El ambiente es fresco, las luces cálidas y hay pocos clientes en el negocio. De entrada pide tequilas dobles y los bebe con desesperación. Está ansioso, quisiera contarle todo al amigo, pero no debe y se entretiene con el decorado antiguo, piensa… “¡No debe de tardar, es buena ideare unirnos; ya lo extraño, eso de enviarme al tipo ese aztecólogo es raro. Siempre ha sido un amigo con algo que ocultar, siempre se adivina bien gay y cree que nadie se dará cuenta: la camisa rosa no pierde detalle y súmale una corbata morada y los puñitos con mancuernillas. Cada vez disimula menos, pero para esos somos lo amigos, para tolerar y convertir lo absurdo en alegría.”

—Hola ¿cómo te va? Estás hecho un dandy. ¿Te volvieron a ascender en la empresa?

Responde mientras se acomoda el cuello de la camisa:

—Solamente una promoción, por ventas a la petrolera.

Las sillas junto a la pared lucen más cómodas:

—Vamos a sentarnos aquí, la vista es mejor.

—No sabes lo bien, que la he pasado esta última semana, y tú también te ves increíble.

—No es para tanto. ¿Se me nota? A lo fino se acostumbra uno rápido. Un departamento enorme en lugar de un cuarto de azotea que me prestaba Alfonsina, no sabía lo rico que se siente la comodidad. Hasta me estoy acostumbrando a bañarme en jacuzzi.

—Estoy ansioso por saber cómo triunfaste— comenta Dafno, mientras lanza un suspiro— Es genial.

—Impresioné al enemigo, un Licenciado quedó lelo con mis descubrimientos, que ya sabes no es prudente revelar; el gobierno es peor que la IP con sus contratos de confidencialidad; aquí la infidelidad se paga con cárcel o la vida; ya ves, la tragedia de la Maestra; cayendo desde el cielo hasta el subsuelo; encarcelada a la de “sin susto”, le encararon dos mil millones de pesos; del dinero que rascaba del Sindicato, para sus compras en Neiman Marcus, la tienda de más lujo; supongo que ni siquiera tu jefe internacional compra ahí.

—Por los rumores y lo que se vi en unas fotos; el jefe CEO de “tuti il mundi” sí compra ahí; nunca se esconden el amor ni el dinero; y tú trasluces el éxito, por más que nunca presumas; diría que de película.

 

—En lo económico, — Aurelio responde al elogio— esto sí reditúa; jamás creí que fuera para mí el dicho de “vivir fuera del presupuesto, es vivir en el error”; y gané la lotería sin comprar boleto.

—Valió tu idea loca de meterte abajo del Palacio Nacional…

Aurelio piensa: “Me alegro con los tequilas recorriendo mis circuitos; se antoja festejar y destornillarme. Emborracharse… ‘solo por hoy’ al contrario de la promesa sensata… y ya había olvidado lo que divierte un rato de irresponsabilidad. ”

—Se me antoja un brindis a lo Hidalgo y no acepto ningún pretexto; ya sabes que entré al circuito cerrado de los jerarcas y sin compromiso; así odio me lleves la contra.

—No inventes, tengo compromisos; pretendo regresar en una pieza.

—No acepto pretextos, tu honor de amigo no permite que me dejes solo; no me abandonarás, no vaya suceder que una chica mala abuse de mi condición.

—Es que —baja a mirada y la clava en el piso, buscando otro pretexto— tengo que…

Levanta la voz y se incorpora de un brinco:

—A brindar a lo loco, hasta escupir tuercas.

Rodea la mesa y enlaza el hombro con el brazo:

—Vamos, sí. Pidamos una botella completa.

Dafno siente que se sonroja y dedica su esfuerzo emocional a controlar ese rubor mientras levanta la mano para llamar al mesero, mientras dice:

—Con una condición, ahora sí me vas a dejar explicarte cómo me fue en ese viaje a Japón y por tu parte dices con más detalle cómo te enredaste con el Gobierno y ahora eres un privilegiado, que a duras penas le llamas a los amigos…

—De acuerdo, con la condición de que brindamos hasta el fondo.

 Así transcurrieron tres horas de anécdotas y confesiones, como se dice soltaron varias “netas”.

 

**

LA LLAMADA URGENTE, PLEITO DE CANTINA Y EL MÁRMOL BRASILEÑO

En su enorme oficina Raudén, el Asesor, se levanta inquieto de su asiento. Recibe la noticia desde Sao Paulo que el cargamento de mármol veteado ha llegado y ya quedó depositado con la gente del área de remodelación. En su archivo electrónico mira el catálogo: “Este veteado, no estoy seguro si sea lo que esperaba. ¿Será lo que pensé? ¿Dónde está el informe de Errequerena? Está en algún lado, sí ese informe que se lo dio ese chico, como mulatito y asustado. ¡Qué susto le dieron por meterse donde no lo llaman! Esto urge”:

—Señorita, de favor comuníqueme con Errequerena, ya no es hora para su oficina, hable directo a su celular o a su casa.

Raudén cuelga el comunicador y mira al techo, luego cambia de página electrónica y mira la evolución del mercado en China, hay rumores de una crisis económica, y si sucede deberá presentar un informe urgente con el Secretario de Hacienda.

—El doctor Errequerena está en la línea.

—Adelante.

—¿Qué se ofrece jefe?

—Acaba de llegar un cargamento de mármol brasileño para ponerlo en el piso de la cámara Maquiavelo y dudo mucho que concuerde con el original, así que tráete a ese chico que está a tu cargo, ese del que te quejaste por bisoño y tacaño; lo necesito para lo de las cámaras subterráneas. ¿El nombre completo?

—Es Aurelio Velarde López.

—¡Tráelo de inmediato! Hoy quiero terminar antes de que los búhos se mueran de insomnio.

—En seguida.

**

Relajado y casi eufórico Aurelio departe con Dafno en la mesa de la cantina. Ha vuelto a levantar su copa cuando suena el teléfono de Aurelio con un mensaje rotulado “URGENTE”. En el texto aparece un nombre clave “Esclavo”, que está tanto en el remitente como dirigido hacia “Esclavo”, dando una fusión entre receptor y emisor.

El texto indica: Presentarse urgente en la oficina del Lic. Raudén.

Aurelio piensa: “Maldita sea, solamente faltaba eso, poner de apodo a Errequerena como Esclavo, y, está arriba de mí, si él es “Esclavo”,  ¿qué soy yo? Menos que esclavo; si él es la chinche; resulto ser la chinche de la chinche, como dijo la abuelita, resulto ser el chiquiscuil.”

Aurelio mira la hora, son las once de la noche:

—Están locos, me llaman para trabajar; eso no se hace; no es decente.

—Es extraño, debe ser una emergencia.

—Nada de emergencia, —sigue con enojo Aurelio— esto lo hacen por joderme; otra vez andarán vigilándome; maldita sea con ese “Esclavo”.

—¿Un esclavo?

—Es una estupidez eso del nombre, pero hay un trasfondo. Debo confesarte, como amigo, que nada más vil que caer bajo los “de arriba”, cuando los de arriba se vuelven soberbios, convertidos en reyezuelos, aunque sea por un instante. Cada peldaño en la escala jerárquica convierte en reyezuelo al de arriba y esclavo al de abajo; hay una presión insoportable y una tirantez extrema, que provienen desde una lejana cúspide. Es humillante quedar tironeado por una cadena anónima y sentirse esclavo; sin embargo, la humillación es una fantasía o una costumbre; por que el gobierno es un trabajo cualquiera, no es una maldición, ni la función de los superiores es humillar a nadie, sin embargo, ese término de “esclavo” me crispa y debo disimular ante mis superiores.

Encarga la cuenta y el papel cobre el triple de lo consumido, la descubrir la estafa entonces Aurelio enfurece y grita:

—¿Qué se creen que me voy a dejar robar así nomás? Pendejos…

En dos segundos se abalanzan cinco meseros en su contra. Aurelio manotea y amenaza, aunque con torpeza pues está alcoholizado, así, entre varios meseros lo abofetean y someten con facilidad, torciéndole los brazos. Le falta algo de aire por un puñetazo en el estómago que vio venir.

Dafno levanta las manos y se aleja con sumisión, arrastrando su pierna, mientras lo empuja un mesero gordo que casi lo derriba.

Caído de bruces Aurelio patalea y luego maldice mientras se incorpora con lentitud. En un pestañeo ya lo arrastran hacia afuera del local, y lo amenazan de propinarle una paliza. Se incorpora afuera del local y se calla la boca en cuanto un guardia le muestra que trae una pistola al cinto.

—Ya cálmate —dice Dafno—mientras lo jala del codo.

Vuelve a sonar un mensaje: “Apúrate, Esclavo”. Lo mira Aurelio y se imagina la cara burlona de Errequerena, sacándolo de una oreja, como a un niño pequeño. Aurelio tira un puñetazo al aire, es un gesto inútil, contra el aire y sin destinatario.

—Son unos hijos de la chingada— refunfuña Aurelio, ya a media voz, alejándose— si no tuviera una reunión urgente ahora mismo llamaba a una patrulla para que cierren este lugar, bola de piojosos. Aurelio sigue furioso y mira a Dafno con rencor mientras  se alejan a recoger el automóvil:

—Te cagaste del miedo en la cantina, nada más vinieron eso ojetes y te abriste.

—Eran varios —se disculpa Dafno—, eran demasiados.

—¡También eres una mierda! No sé para qué te quiero de amigo ni de porrista sirves.

Ofendido por esas palabras Dafno voltea y toma una dirección contraria, arrastrando la pierna lo más rápido posible. Unos pocos pasos adelante y con un nudo en la garganta agita la mano para detener un taxi. Se promete nunca más hablarle a Aurelio, según la “ley del hielo” que aplicaba en la escuela. Aurelio no hace nada por detener al amigo y, al mirarlo cómo entra al taxi con un balanceo torpe, comprende lo estúpido de exigir, disposición de guardaespaldas, a Dafno el lisiado.

Aurelio sigue caminando, manteniendo con la cabeza baja y murmurando insultos. El fresco de la noche y la calle vacía disipan los humos del enojo.

Camina hasta el estacionamiento. Busca su boleto y no lo encuentra, al revisar los bolsillos descubre que no está la piedra de amuleto. Sigue hurgando y el boleto sí aparece, no así la piedra.

Piensa: “¿Qué significa perder el amuleto, la cabeza y un amigo al mismo tiempo?” Se siente molesto con él mismo.

Recibe el vehículo. Sentado en el automóvil golpea con el dorso de la mano el volante y cierra los párpados: “Esto no me puede estar pasando”.

Empiezan a caer chispas de lluvia, el frío arrecia. Vuelve a mirar el mensaje en celular y no lo cree, observa la hora deseando que el reloj lo dispense de esa convocatoria, pero no es así. Repite mentalmente el nombre “Esclavo”. Piensa: “Eso se refiere más a mí, yo soy el esclavo. ¿Qué me pasa? Volviéndome loco por el pago. Hace unos minutos era un juerguista ahora quedé en la burla del cautivo. ¿Qué pretende Raudén de mí? El demostrarme que no soy nada que importe, sino una pieza a su disposición. ¿Me están vigilando de nuevo? Quizá, no sé. No en balde los poderosos Sultanes de Turquía usaban eunucos a su servicio, un eunuco jamás se distrae, siempre está atado a su amo. Y a todo esto ¿cuál es la esencia del Poder?”

En unas horas la megalópolis dormirá, la alegría artificial se apagará y la cara oculta del Poder seguirá despierta. Con cada latido, Aurelio siente que su sangre es más espesa y oscura, tan pesada que descenderá hacia las entrañas de la tierra.

**

Aurelio sabe que está borracho y desarreglado, le urge salirse de la vereda que oscila entre ebrio y enervado. Se mira en el espejo retrovisor y decide buscar un café cargado en alguna tienda de servicio nocturno que en esa zona de la cuidad abundan. Mira los restaurantes y antros saturados con luces multicolores. Se detiene y baja a comprar una taza de café. Marca a Errequerena y éste no le contesta. Le ilusiona que se cancele su cita: “Ojalá esté dormido”. Uno minuto después suena la respuesta:

—No me salgas con que llegas tarde, que esto es delicado; ahí estaré.

—Sí llego, estoy muy cerca.

Corre adrenalina por su sistema y cuelga. Sin fijarse apura el trago de café que está demasiado caliente y que quema la lengua. Escupe sobre el mismo vaso desechable y se maldice en silencio.

Tira ese vaso y compra otro. El dependiente lo mira extrañado:

—¿No le gustó y vuelve a comprar?

—No es nada, no pasa nada.

Beber café la ha aliviado, siente descender la turbación alcohólica, pues no había bebido tanta cantidad en meses. Cambia su mezcla de emociones ahora lo domina la preocupación y responder con tino. Escasea el tráfico y devora la distancia en pocos minutos.

Entra por un estacionamiento grande, lo revisa un policía uniformado y pasa hacia un estacionamiento subterráneo. Mira los lugares vacíos y se coloca ocupando dos lugares de modo intencional: pisar raya es una venganza que jamás había experimentado. Siente rabia con el Esclavo y la reprime mientras se preocupa imaginando lo que le pedirán.

Hay una escalera hacia el recibidor principal del edificio; ahí un guardia apunta sus datos y le requiere de una identificación. Cumplido el trámite Aurelio avanza hacia un elevador metálico y con olor a nuevo que lo conduce al último piso.

En cuanto sale del elevador un asistente civil lo saluda e indica que lo están esperando. Tras un breve pasillo se encuentra con Errequerena quien está parado frente a una puerta de madera, visiblemente ansioso y procurando escuchar lo que sucede del otro lado. Tras un breve saludo explica:

—El señor Asesor te va a preguntar por unos mármoles para el piso de los subterráneos del Palacio. Debes ser conciso y al grano, responde con claridad con un sí o un no definitivo, no le respondas haciéndole preguntas, eso le disgusta. Además anda de malas…

Del otro lado de la puerta se escucha un grito:

—¡Esclavo!

Se despide Errequerena susurrando:

—Te dije que anda malhumorado.

Con paso suave desliza su anatomía voluminosa al otro lado de la oficina sin cerrar por completo. Aurelio escucha con claridad:

—Entiende con un carajo que las puertas de las oficinas se deben cerrar.

En un instante, Errequerena empuja la puerta del otro lado.

Con curiosidad, Aurelio se acerca a la entrada. Está solo, el  asistente se ha retirado de su vista, pero debe regresar en cualquier momento.

Del otro lado se escucha un murmullo áspero y de cuando en cuando más fuerte la palabra “esclavo” y “carajo”. No tarda en abrirse de nuevo la puerta y se presenta ante el jefe.

Tras un escritorio grande y brillante, con visos de rojo caoba, Raudén, agita unas carpetas y las pasa de un lado a otro:

—Las cosas se esconden en el peor momento; carajo.

Revuelve los papeles hasta que se acuerda que ha hecho entrar a uno más de sus funcionarios subordinados. Levanta la vista y señala hacia el extremo de la habitación:

—Dígame, señor Aurelio Velarde López si esa pieza de mármol resultará la equivalencia perfecta para lo que ha visto en el antiguo subterráneo, en una de las cámaras.

Aurelio se sorprende un poco de que lo llame por su nombre completo, aunque se ocupa de resolver la pregunta, entonces señala hacia la pieza de roca metamórfica pulida:

—¿Puedo observarla más de cerca?

Errequerena arquea los ojos con nerviosismo, pero no pronuncia ni una palabra, mientras Raudén se dirige a él:

—¡Con un carajo! Errequerena, por favor explíquele que a él nadie lo tiene amarrado; acompáñelo para que nuestro funcionario se acerque y mire.

La dualidad de actitudes en Raudén le resulta deliciosa a Aurelio, que se divierte con la cara de amargura que disimula Errequerena. Cerca del mármol, Aurelio se agacha y sonríe:

—Es perfecto para la cámara que yo llamo Maquiavelo y se distingue el letrero Velo de Maqui.

—Entonces es perfecto en tipo de piedra… —y continúa Raudén para confirmar— ¿Perfecta en corte, pulido y tamaño?

—En todo es perfecto.

—Entonces ya puede retirarse y hacer el favor de esperar en el pasillo, donde recibirá una últimas a indicaciones que enviaré con Errerquerena.

—Gracias.

—Hasta luego.

Sale Aurelio y permanece en el pasillo unos minutos. Coloca la espalda en la pared blanca mientras desaparecen tensión y preocupaciones, mientras siente que los momentos anteriores le dieron un premio inesperado. De otro lado de la puerta se cuela otro grito y poco después sale Errequerena sudoroso y hasta temblando, para indicar en voz muy baja:

—Vámonos.

Con cara de pocos amigos el gordo Errequerena respirando con dificultad comenta en el elevador:

—Es la crisis China que viene, eso le preocupa y no lo preví; se caerá su mercado interno y estarán más agresivos en las exportaciones, de por sí nuestras aduanas son una coladera para los productos baratos de la tierra de los ojos rasgados; pero debí preverlo, y tenemos tratos comerciales pendientes, y hasta queda en riesgo la operación de Dragon Mart, un desarrollo gigantesco en la costa; los inversionistas estarán furiosos.

Salen del elevador y continúan juntos hasta el estacionamiento:

—Ah, estaba olvidando tus instrucciones adicionales. Vas a involucrarte en supervisar en directo la remodelación bajo Palacio Nacional; ya sabes que es confidencial, es una obra que no está para publicitarse en los medios; ya sabes cómo se ponen con los gastos; nos podría pasar como con el “toallagate” ¿te acuerdas que salió el precio de las toallas y eran más caras que un abrigo fino? —al fin vuelve a sonreír— Como sea supervisarás directo en obra, así que a dejar el traje guardado que ni te gusta usar, ya me di cuenta; desde mañana está el cargamento de mármoles listo.

  **

REMODELACION Y EQUIPO DE ALBAÑILES

No le extrañó que la ruta descendente hacia los sótanos estuviera vigilada, con algunos piquetes de soldados entre el elevador y el acceso a la reconstrucción. En esta ocasión se sentía cuidado y no perseguido cuando recibía los saludos adustos de los uniformados.

El sótano está en penumbra, algún desperfecto dañó del sistema eléctrico así que escasean las luminarias. Encargado de que la fidelidad del proyecto se respetara con escrúpulos, Aurelio acudió muy temprano y lo primero fue buscar el punto exacto de su caída. Imaginó a la diosa Fortuna sonriendo cuando, en un gesto supersticioso, rodeó el punto exacto donde había corrido su sangre en el accidente. Permaneció observando para descubrir alguna mancha que sí fuera el rastro conservado de su sangre. Manchas oscuras pequeñas cual tres granos de trigo sobre el cemento burdo eran el vestigio de su accidente, que sería cubierto con la remodelación.

Saciada su curiosidad, quedó recargado en una pared desnuda, revisó sus apuntes un breve rato intentando adaptarse a la iluminación irregular.  Luego buscó cómo estar más cómodo, avanzó al siguiente salón y observó que el salón final está bloqueado por otro piquete de soldados. A la espalda de tres soldados morenos hay una tapia de madera que bloquea por completo el paso, pero Aurelio sabe que ahí hay otro salón. Se acerca y les pregunta a los militares si hay paso al salón final, y recibe una negativa breve por respuesta. Regresa al primer salón, donde aprovecha una esquina cómoda para observar las obras con perspectiva, ahí dispuso de una mesa rústica abandonada entre escombros y materiales recién traídos.

Aurelio recibió a un grupo de albañiles y un ingeniero, el jefe de la cuadrilla, el grupo suma siete jóvenes, cuidados por un viejo peón. Lo sorprendió la sonrisa del peón viejo tachonada con un diente de oro, bajo un estilo obsoleto tanto por oneroso como por demodé. Amable y servicial insistía en mostrar su incisivo dorado. Intensa en unas zonas y dejando en la sombra otras, la luz artificial ayudaba a que la pieza dental lanzara destellos ocasionales, promoviendo una atmósfera irreal durante las reparaciones: brillaba sobre las paredes cual luciérnaga prófuga. Al reír ese viejo tapizaba de arrugas sus cachetes y frente, miraba directo buscando una rápida aprobación. Robusto y de estatura mediana, al parecer sin achaques y ágil para atender sus tareas; bien dispuesto a supervisar a los más jóvenes, enseñando o corrigiendo según lo ameritara. Su autoridad natural y habilidades aligeraban las tareas del líder formal, el ingeniero de ojos dulces y pelo negro ondulado que hacía un fleco gracioso sobre la frente. El jefe de cuadrilla suplía su inexperiencia con una esmerada preparación de sus tareas, pues el grupo debía cumplir una labor rápida y refinada en una semana, dejando los acabados del salón, para dar paso a la segunda etapa. El ingeniero tenía a mano planos de cada parte, dividiendo sus tareas en capas, de tal modo que se preparaba una salida de plomería y ductos de electricidad, entronques para aires acondicionados y aplanados diversos.

La labor de Aurelio era sencilla, bastaba mirar al inicio los planos de acabados, pues los ductos eléctricos y desagües no eran su incumbencia, de tal manera que el piso correspondiera a su visión. Hubiera podido dejar el sitio después de la primera vista de planos y regresar un rato en los días posteriores, sin embargo, recibió órdenes precisas de nunca descuidar el área, mientras trabajaba la cuadrilla.

Saludó con cordialidad al ingeniero, quien se presentó por su apellido Torres, y le hizo gracia esa conjugación de una profesión con el apellido; pensó “¿Qué hace el ingeniero Torres? Levanta unas torres.” Reprimió una risa en su interior.  Miró los planos impecables y sintió que nada fallaría en el avance de obra, que simplemente tragaría un poco de polvo en un sótano mal ventilado.

De cuando en cuando miraba a los albañiles avanzar y retroceder, guardando una ilusión pueril de que no pisaran la zona de su sangre derramada. Alguno parecía evitar poner el pie en la zona exacta y eso le resultaba extraño, pero no preguntó para no revelar esa anécdota que conservaba bajo su discreción.

Al poco rato, Aurelio notó que el ingeniero se acercaba para preguntar con cualquier pretexto. Era obvio que el joven buscaba charlar para matar el tiempo, más tarde confesó que él evitaba platicar con los albañiles pues sentía perder autoridad con charlas amigables. Con ellos era distante y con Aurelio cálido, eso sin motivo racista sino de jerarquía. Aun así, el trato del ingeniero era de sumo respeto y cordialidad, hablaba con un tono suave y sedoso, procurando explicar que lo ordenado era favorable para el progreso de la construcción y asegurándose de quedar entendido. Cuando alguno de los albañiles era renuente o descuidado en su labor, no lo regañaba directamente y acudía al viejo peón, quien de inmediato se acercaba y hablaba al oído del rejego. Parecía compartir un secreto al oído y sus interlocutores solían reírse, daba la impresión de mezclar chistes durante sus recomendaciones y exhortos susurrantes.

Visto a la distancia el grupo se acoplaba en una maquinaria humana excelente. Tras de breves distracciones y tropiezos, el plan de trabajo marchaba con velocidad y eficiencia, mientras uno preparaba mezclas otro aplanaba y un tercero atendía el detalle. En pocos minutos extensiones de pared dejaban el aspecto burdo y desagradable, para mostrarse cual paños tersos listos a recibir las pinturas o mosaicos.

Ya en la tarde del primer día de remodelaciones, Aurelio empezaba a extrañar su anterior trabajo manual. Al día siguiente perdió la pena y solicitó permiso para practicar e ir aprendiendo operaciones de albañilería. Sorprendidos y alegres los miembros de la cuadrilla se ofrecieron para ayudarlo. Por sencillo que parezca, cualquier acto exige una técnica y habilidades para su desempeño. El batido del cemento o yeso coordina los lapsos de fragua y cantidades de agua exactos. La cantidad de mezcla en la cuchara del albañil resulta proporcional al ritmo de tareas y maniobras. Cuando los movimientos sencillos se repiten durante horas, músculos y tendones protestan por su ejercicio intensivo. Durante la jornada avanzan una fatiga distinta y un entumecimiento molesto que Aurelio podría evitar con tan sólo detenerse a descansar. No lo hace, prefiere distraerse y hacer la prueba de amanecer adolorido por tantas repeticiones.

Con la atención concentrada en colocar las losas transcurre el rato sin sentir. Aurelio hace una pausa para colocar cemento en el punto exacto donde tuvo su accidente. Quiere recordar con precisión el instante en que una nueva capa desaparecerá el rastro sus gotas de sangre. Se imagina cuántas veces se han cubierto pequeños o grandes accidentes entre los enormes muros de las catedrales góticas y sonríe mientras observa la desaparición de unas gotas como granos de trigo oscuro.

Al terminar la jornada surge una calma curiosa y, por contraste, esclarece su ansiedad previa y el cúmulo de preocupaciones por las que ha transitado.

Transcurrida una semana Aurelio ha contribuido para la reconstrucción de los dos salones que ya conocía y nadie le informa quiénes se encargarán de remodelar el último salón.

**

EL RECINTO DE LOS AVATARES AZTECAS

Aurelio ha vuelto a la rutina de la oficina, sin una tarea definida. Aprovecha esas jornadas relajadas para leer mucho, investigar lo que le place; en su tiempo libre arregla el nuevo departamento. Días después cuando el sol calienta el mediodía de la ciudad, filtrándose por un ventanal y él se pregunta qué seguirá,  lo llaman por teléfono de parte del Asesor Raudén. Lo cita para visitar los salones ya remodelados por completo. Siente curiosidad, pues el último salón sigue deparando muchas interrogantes. Esa misma tarde, acude al sitio, el cual lucirá por completo remozado: lo que fue herrumbre y demolición sustituido por un pasillo pulido, con decorados y acabados impecables. El asesor Raudén indicó con claridad que sería recibido por el Presidente mismo, pero lo aguardaba con humor irónico. Tras pasar los controles de seguridad del Palacio Nacional desciende en el elevador y sus pasos resuenan en el pasillo subterráneo ahora sin ajetreo de albañiles ni piquetes de soldados. Raudén lo recibe acompañado por un auxiliar desconocido, al que despide, para reunirse en privado y le guiña:

—Sabrás lo que es el “mismo del mismo” o ¿creíste que le interesas al Presidente en un sentido personal?

En esas palabras hay más misterio que burla y un enigma que se resolverá. Pasan al salón Maqui y luego al Clausewitz. De tan luminosos y lustrosos Aurelio siente como si esa fuera la primera vez que los pisa, por más que la plática recuerda la fidelidad entre la reconstrucción y los recuerdos que él informó con detalle. Recuerda que lozas del lugar fueron colocadas por sus propias manos y se sorprende con ese resultado. Desde la perspectiva de Aurelio se escuchan las palabras cada vez más nítidas:

—Este último salón no lo conoces, queda en reservado y, siguiendo la antigua costumbre, fueron sacrificados los constructores —lanza una risa fuerte y sarcástica—, pues los faraones evitaban testigos de esto; por eso no lo encargamos a tu cuadrilla de albañiles. ¿Te acuerdas?

No hay respuesta con palabras sino una sonrisa de niño en Aurelio aflorando sobre los labios del adulto.

Al terminar el salón Clausewitz, está el acceso al último salón donde dos militares custodian esa puerta y un mecanismo electrónico con lucecitas, como de ciencia ficción, se enciende al acercarse. La puerta se mueve con suavidad y surge otro pasillo pequeño con luces multicolores. El Asesor introduce a Aurelio al breve pasillo y lo conduce hacia una última puerta, idéntica a la primera. Aurelio siente frío, uno que cala los huesos y duele la cabeza, como si recibiera un golpe seco.

Cuando se libera el resguardo final surge una habitación amplia, con luces moradas y un ambiente frío. El aire huele tan filtrado que da la atmósfera de nave espacial y no de una obra arquitectónica. Al centro del recinto descansan dos esferas de cristal artificial empotradas en el piso. Una emite luz blanca y otra negra.  De la esfera blanca se traslucen dos capas interiores cristalinas y un diseño semitransparente, semejante a un laberinto. Y al interior un personaje blanco, aunque no como la piel, sino cual pintura de lienzo; no viste con ropa sino plumas del mismo color apisonan su cuerpo. Posee ojos redondos y expresivos. De la esfera negra, de momento es imposible distinguir nada.

—Es un tesoro artístico y no hay órdenes de mostrarlo al público, mientras los grandes murales de Diego Rivera están arriba a la vista de todos, esta parte se reservó por motivos que algún día entenderé. Y junto con este otro mural de Rivera se resguardan reliquias antiguas, en el contenido de las esferas. Este pasó de abandonado a reservado, y vaya que requería de una remodelación. Y tras remodelarse deberá permanecer… Y no fue ocurrencia del Presidente, sino mía… —Raudén da un traspié lateral y  mueve la cabeza como si estuviera mareado y continúa después de una pausa— que tú tuvieras oportunidad de acceder a este lugar bajo resguardo, lejos de los ojos curiosos. Y de alguna manera tú estás ligado a este recinto. Recuerdo que casi mueres por andar husmeando por aquí…

Aurelio responde con un “gracias” sincero; nota que el asesor Raudén vuelve a dar un traspié lateral y sigue platicando a pesar de eso:  

—Dime que por fin te he sorprendido; confiesa que durante años tuviste curiosidad, pero hasta ahora miras este último recinto, lo que jamás imaginaste.

—Sí, estoy sorprendido, muchas gracias, de veras.

—Te dejo unos momentos, que olvidé un medicamento.

Aurelio, se ofrece a acompañarlo, a lo cual el asesor se niega y se retira apresuradamente. Tras el sonido de la puerta cerrada, Aurelio admira el salón con una estructura antigua, remozada con lozas pulidas, además la atmósfera difícil de describir y se pregunta por los personajes en las esferas. “¿Son ellos?... Compara las imágenes de los libros sobre historia prehispánica, advierte de semejanzas con los códices y las vasijas policromas. Esforzándose por mirar directamente, en la esfera oscura se trasluce a Tezcatlipoca, el espejo negro de los códices antiguos. En la esfera clara ya había recordado a Quetzalcóatl.

Surgió una música intensa, para él agradable y ligera, que confundía más todavía el ambiente del sitio; retumbaban frases de un idioma desconocido con los colores intensos. Flotaban palabras pegadas en esa trama musical, de pronto más confusa y convincente. La intensidad de la luz principal en el salón bajó como ajustada por un mecanismo automático. Siguió descendiendo la luminosidad hasta ser penumbra, la vista de Aurelio se adaptó a la escasa luz del salón. Unas barras moradas en los extremos del recinto daban un nuevo tono, que se mezclaba con la emanación blanca de la esfera del lado derecho. La esfera oscura generaba una irradiación que no se definía como luminosa, sino en flujo magnético. Entre ambas esferas se condensa el aire y rebota la luz morada, como si iniciara un arroyo que cristalizaba en una sustancia negra y lustrosa cual obsidiana aérea, oscura aunque brillante que se hunde en un precipicio etéreo.

La emanación alba del lado derecho atrapa la atención completa de Aurelio Velarde López. Los ojos redondos de la imagen lucen cuajados de compasión y ternura hacia él. Esa mirada lo arropó y le devolvió tranquilidad.

Mientras tanto, del otro lado y desde el salón Clausewitz, la puerta custodiada por soldados se abre ente Raudén, quien entra entra ahí y señala que cierren tras él… Tiene intención de abrir el último acceso, sin embargo se detiene imaginando que mira Aurelio como a un adolescente azorado. No escucha ningún ruido procedente del interior y pierde la noción de tiempo, al otro lado de la puerta cerrada imagina con claridad que mira a su invitado como paralizado ante la contemplación de una galaxia.  Raudén acomoda la espalda en la pared, cierra los parpados sin sentir y sueña con un lago escondido recibiendo el sol del amanecer.

Aurelio, recordando que de niño se quedó a unos pasos de traspasar el umbral, pensó dirigiéndose al Avatar blanco “¿Siempre has estado aquí?”.

La respuesta del Avatar fue: “No siempre, sino cuando los habitantes suplicaron una cuerda para escapar del abismo, cuando los antiguos padecieron extraviados y sin rumbo, entonces invocaron a sus dioses y llegamos nosotros…”

Siguió la explicación de cómo los antiguos pueblos encontraron una cura para cada dolencia, un consuelo para cada desesperanza y levantaron pirámides majestuosas con herramientas rústicas, cultivando el suelo con devoción y doblando la rodilla al mirar el cielo.

Así, siguió el trayecto de los pensamientos viajando por los anhelos perpetuos de la gente, después fue atraído por la esfera oscura y de ahí surgió con una vibración semejante al eco de los pozos sin fondo: “No confíes en el cuento de hadas, tus congéneres nacen hambrientos de Poder, y de uno absoluto para saciar sus pasiones inconfesables; el brazo armado somete sin temor a represalias mientras presume que venció a sus rivales, aunque hay un resquicio que anuncia su caída; junto con el día nace la noche. El secreto está más allá de la fuerza evidente, pues la obligación de decidir a cada instante cristaliza en una única opción, así quien atrapa el instante de la decisión posee el Poder, mientras una inmensa muchedumbre renuncia a sus opciones. Esa única opción realizada la llamamos Poder y las mayorías siguen atrás de esa ruta sin sospechar. Cada decisión muerta abre una ruta, el pasado es inalcanzable”. Lo interrumpió el avatar blanco: “Hay una amorosa excepción, impermeable ante efluvios del Poder y hasta con recursos para saltar sobre el tiempo, la audaz reversión de temporalidades, una exclusión que provoca universos paralelos…”

El avatar negro se quejó: “Es regla no interrumpirse, voy a continuar”. El espíritu de la esfera negra hablaba sin palabras, con tanta firmeza como su contraparte de luz blanca y siguió explicando los conflictos entre los vecinos, las heridas irreconciliables, la dureza de las leyes, las guerras inevitables, sobre la pirámide de jerarquías, el modo en que se delega constantemente el mando, lo pernicioso que es delegar sin darse cuenta... En eso de delegar sin darse ni cuenta hizo un énfasis, luego volvió a explicar la violencia que se desata y conjura, pues el fin de cada guerra es la paz. Cuando la esfera negra terminó de transmitir sus argumentos, Aurelio quedó agotado y agobiado.

El frío viene desde todos los sitios, atraviesa su cuerpo y le taladra los huesos; siente pesadez como si la atmosfera lo aprisionara y su cabeza pesara cual roca, que exige un esfuerzo para moverse.

—¿Le ordenan al gobierno qué hacer?

—No seas ingenuo, es obvio que a los Avatares no nos interesa mandar sobre personas, hay tanto y tanto más allá del Poder en turno con sus mezquindades, siempre queda una persona mandando y otra obedeciendo, así sea un líder y millones atrás de él o resulte un acuerdo de parejas… Sin embargo, quien nos ignore terminará aplastado como un ciego atravesando por las vías de una locomotora. No regreses para consultas, no somos el Oráculo, basta esta manifestación que en el futuro llamaras un milagro; quizá a la próxima consulta asistirás en el juicio de los muertos. Estás vivo y recibes una carga que te sobrepasa y no la rechazarás ni aunque lo quisieras. Nadie está preparado para manejar el Poder y tampoco será tu propiedad inamovible. Cuando regreses quizá nunca nos mostremos a menos que la convocatoria la hagamos nosotros.

—Sé que estas imágenes y palabras resultan confusas, próximas a ensoñaciones, y tu mente intenta borrarnos como si fuésemos alucinaciones, así que vas a esforzarte por recordarlas; la incredulidad turbará el entendimiento, por eso tu primera obligación será comprobar que recibiste un don de mando, así que vas a probarlo sin engolosinarte sin ahogarte. Advertido quedas que tu salud y cordura corren peligro si te atascas entre estos lodos.

**

PRUEBA EL DON DE MANDO

En cuanto cobra conciencia de su presente, Aurelio siente urgencia por alejarse, empezar a pellizcarse para decidir se ha alucinado y es testigo de un milagro inesperado. La luz de recinto ha vuelto se ser normal y siente mucho cansancio y frío. Al salir Aurelio del recinto, el cambio de luces despierta al Asesor Raudén, quien de inmediato comenta:

—En el interior, supongo que permaneciste como azorado ¿qué pensabas ante el mural?

—Tengo frío y pesadez, sospecho de algo, algo en mi cuerpo… ¿Qué? ¿Espiabas desde el pasillo?

—Por supuesto que no —aclara Raudén y se lleva una mano al pecho con un gesto teatral de promesa—, regresé por ti después de mi medicina. Preguntaba qué impresión te dio el mural.

—¿El mural? —Aurelio se da cuenta que prácticamente no prestó atención al magnífico mural de Rivera que domina una pared completa y que en cambio su mente quedó atrapada entre los Avatares.

—El mural secreto de Diego Rivera —Raudén está fresco, descansado y animado, no tiene conciencia de haber dormitado en ese pasillo—, uno que no mostró al gran público y lo dejó como una reliquia bajo Palacio Nacional. En las esferas empotradas hay vestigios del culto ancestral, imágenes de las deidades antiguas, pero son piezas delicadas, por eso conviene que se reguarden tanto. Esa obra ha permanecido oculta, muy pocos la han contemplado. Algunos gobernantes y arqueólogos, además de nosotros la han visto. Dicen que hay una vibra o twist… —se da cuenta que usó inglés, y trata de explicarse con un gesto de la mano girando en horizontal, como si no encontrara las palabras como que gira y como que trastorna a quien la observa demasiado y tú ahora pareces twist.

—Disculpa, es que los personajes dan la sensación de estar vivos, como que hablaran desde una “dimensión desconocida” (utiliza el título de una serie televisiva de hace mucho con intención).

El Asesor acercó la cara y viéndolo de frente dijo:

—Tu mirada es extraña, como si siguieras dentro de un twist mental. ¿Puedo hacer algo por ti? Esta visita es mi responsabilidad y hasta sería responsable si algo te sucede. Con confianza dime…

—Nada, estoy bromeando —Aurelio se da cuenta que Raudén, no escuchó ni vio nada, lo que incrementa la sospecha de una alucinación—, el último salón es hermoso. Con gusto te sigo.

Raudén fue abriendo camino, indicando a los soldados que cerraran bien el sitio. Siguió avanzando amable y solícito, como si escoltara a un diplomático. Aurelio suspiró y observó el techo del salón Maqui y con su imaginación fue más allá como buscando una estrella extraviada:

—Debo despedirme, siento la urgencia de hacer algo, un asunto de la mayor importancia. ¿Puedo tomar el día?

—Sin dudarlo.

Tocó la mano del Asesor y luego sus pasos apresurados provocaron un ligero eco por el corredor subterráneo que se perdió en la lejanía.

**

Aurelio emergió a la megalópolis y esa agitación le resultó extraña. El bullicio de automóviles y peatones corriendo sin orden ni concierto hacia millones de destinos diferentes. Ese exceso de movimiento con camiones, motociclistas y hasta papeles perdidos empujados por el viento le causó la impresión contraria: como una escena de inmovilidad forzosa. El conjunto urbano semejó la maquinaria de un reloj mecánico con engranajes detenidos que mantienen cada movimiento sobre un eje: nada escapaba de un plan. El plan marcado sobre lo caótico era la explicación sigilosa bajo el diseño del Poder, los ejes de los engranajes obligando a que cada paso el diente de una rueda mecánica se engrane contra su semejante. Le pareció que había algo perverso en ese mecanismo formado de personas, si al menos cada quien supiera el guion de su libreto, pero nadie parecía saberlo, ni siquiera lo conocería el director de la orquesta ni el supremo jerarca. Pero él mismo está arriba, como recién nacido mirando desde la montaña, observando el empuje milimétrico de cada esfuerzo. El burócrata que escapa de su oficina fastidiado y olvidando cada detalle de su jornada se engarza con el ama de casa girando un traste y atenta al primer ruido de su bebé que se inquietará cuando suene la bocina otro vecino que regresa enojado a su propio hogar. Las partes ensamblan más allá de esa evidencia, pues bajo las alcantarillas urbanas una cuadrilla de obreros ataja un río de podredumbre y sus actos se conectan con un conjunto de cirqueros ensayando su próximo número. El criminal encerrado en la oscura mazmorra se cree excluido, sin embargo empuja un engranaje, servicial diente para el sacerdote cuando en una homilía alecciona a las viudas sobre la maldad y el pecado.

Él está agotado y siente frío, como si el subsuelo le hubiera transmitido una sustancia pesada que se fijó en su cuerpo, una pesadez que a un cuerpo menos vigoroso le impediría moverse. De modo contradictorio, se desplaza con normalidad, imponiéndose contra la pesadez como una máquina fría que es empujada por una voluntad extraña. Su pensamiento sigue sin decidir si su experiencia en la última cámara bajo Palacio Nacional es verdad o alucinación.

Ha caminado varias cuadras sin darse cuenta, Aurelio se detiene al lado de un minúsculo parque y mira unas columnas con rejas para descubrir un antiguo panteón. Vagó sin rumbo y ha desembocado ante un recinto de la muerte, aunque en esa ocasión nada ahí le resulta siniestro. Mira un letrero en el muro y descubre que es un panteón del siglo XIX, cual botella lanzada por los siglos escondiendo un mensaje: los muertos colaboran con parte del engranaje, incluso son un componente esencial. Un resorte duro del interior de su alma, casi un determinismo mecánico, lo empuja con ímpetu a mirar las tumbas.

El sol ha desaparecido y aún hay claridad entre las altas nubes. Las primeras luminarias públicas ya están encendidas, aunque son superfluas. Cunde una luz indiferente que invita a resguardarse.

Al lado izquierdo de la entrada se avisa de un Museo, pero eso no le interesa a Aurelio. Junto a la puerta hay un guardia uniformado, que sentado hurga una revista ajada y lo mira venir. Cuando Aurelio se acerca el guardia se incorpora, entonces destaca su estatura media y cuerpo rechoncho. A corta distancia el guardián increpa:

—Esta ya no es hora de visitas, señor; este sitio tiene horario —y señala hacia un letrero—; ya no se admiten visitas.

Sin meditarlo Aurelio levanta la voz con un tono especialmente sonoro:

—Usted no me va a impedir el paso; siéntese tranquilo —señaló hacia la silla e hizo un ademán, como si depositara a un muñequito en una repisa—; yo pasaré unos minutos visitando adentro y, en cuanto salga, le saludaré por este mismo sitio; así que siga cuidando la puerta.

El guardia abrió muchos los ojos y, en lugar de objetar para impedir el paso, agachó la cabeza y atinó a decir:

—Como usted diga, señor.

El tono de la respuesta era suave y tembloroso, el mismo que usa un empleado regañado ante su jefe tiránico.

Aurelio quedó sorprendido por ese diálogo, simplemente él ordenó y la persona quedó obediente. Pensó que en eso consiste una de las caras más sencillas del mando, en palabras donde una persona le ordena a otra. Meditó: “Así empezó el Poder en los siglos inmemoriales, con una persona que convirtió un ruido gutural en una palabra que mostraba una orden y otra persona que comprendió ese sonido y acató el mensaje.”

El panteón era fresco y tranquilo. Pequeños grillos afinaban su corro tras la cortina de ruidos urbanos. Las columnas de cantera imitando los esplendores de Grecia se combinaban con motivos cristianos de las elegantes tumbas. El área completa resulta discreta para un panteón cuando se compara con las grandes extensiones a cargo del municipio o la iglesia, aunque este lugar quedó colmado de tumbas monumentales del siglo antepasado. Al centro se enseñorea el monumento de la tumba de Benito Juárez, adornado con una gran escultura de mármol blanco de prócer recostado y protegido por una sábana, mientras es llorado por otra estatua que representa a la Patria doliente. Esa tumba central está protegida por una reja alrededor, la cual insinúa una mínima precaución ante el bando derrotado hace siglos. Esa posición tuerce un eje de los engranajes que observa Aurelio, es un eje fijo donde convergen varias líneas atadas a una órbita. El maestro rural de una alta montaña de Chiapas recorriendo una vereda solitaria para abrir una humilde escuela pública, donde un puñado de niños indígenas tirita por hambres y ventiscas: está engarzado hasta este sitio. Millones de hilos conectan y sus tensiones quedan engarzadas y ligadas por soldaduras invisibles del filo temporal. El mármol blanco de las esculturas recuerda su revelación de Quetzalcóatl dentro de una esfera; aunque una pared contigua, dominada por la oscuridad del ocaso, esconde la emanación opuesta de Tezcatlipoca. Las dos fuerzas chocan y se mezclan en el viento refrescante del atardecer, tan suave como irresistible semeja una liberación.

A lo lejos, suena la música de un salón de baile y lo arranca de sus meditaciones. La oscuridad se ha cernido sobre la ciudad. La pesadez y el tufo sepulcral de almas perdidas contagian el ánimo de Aurelio y cuelan partículas gélidas hasta sus huesos. La molestia es soportable mientras él está apasionado persiguiendo respuestas y su mente vuela. Lo inquieta un ruido exterior semejante las campanadas de un reloj público. Afuera el caos de los vivos lo atrae y siente urgencia por alejarse, pues permanecer en ese panteón sería un anacronismo, incluso hasta un delirio gótico. Al salir se despide con un ademán de “gracias” y del vigilante le responde con vehemencia:

—¿Se le ofrece algo más, señor? Diga usted.

A él nada se le ofrecía. El tono de la respuesta, casi suplicante, lo intriga, entonces por bromear se le ocurre:

—A ver, deme su arma, supongo que es de contrabando.

Contristado el guardia comienza a buscar algo entre su ropa, meneando las manos con torpeza, tocando su pecho y cintura como si hubiera olvidado dónde la escondió, entonces Aurelio insiste:

—Ande, ya démela.

Con un gesto de quien suplica piedad, el guardia mete la mano a la cintura y escondida bajo el pantalón, extrae una pistola muy pequeña. Se mueve con lentitud y la acaricia para despedirse del arma:

—De favor quiérala, ya una vez me salvó la vida.

La curiosidad despierta es suficiente para detener la petición y arrepentirse:  

—Si lo ha salvado, en ese caso, puede conservarla.

Se despide con un gesto paternal y palmea el hombro del guardia, quien murmura elogios, un tanto sin coherencia:

—Es usted un gran hombre, quedo agradecido hasta la eternidad… pídame lo que sea… si está en mis manos…

La broma y la respuesta resultantes a Aurelio lo devuelven al huracán de un dilema: ¿fue una alucinación o un milagro? ¿si fuera una realidad que ha malentendido? ¿si no está preparado? ¿si fue una trampa de Raudén? ¿si se engaña entonces qué…? El tipo lo ha obedecido como un cachorro amaestrado. ¿Qué está sucediendo? El cuerpo le comienza a doler y prefiere calmarse, respirando despacio conforme se aleja del panteón. Decide andar con lentitud,  avanzar con tranquilidad y respirar aire con calma, simulando que ese es un anochecer ordinario, no juzgar sus impresiones y procurar despejar su mente, ya que la hipótesis de una alucinación le parece terrible. 

El aire se oscurece a cada paso y la ciudad le parece más sonriente y confortable. Los sitios parecen cantar una melodía suave a sus oídos, las personas parecen sonrojarse en su proximidad y agachar la cabeza.

Las marquesinas de los comercios se encienden y los focos artificiales compensan la oscuridad.

Sin intención levanta la mano y un automovilista se detiene para cederle el paso de la acera. Baja la mano y el vehículo sigue su curso. Se da cuenta que, de cualquier manera, esa misma noche la hipótesis de un don de mando quedará demostrada o refutada. En su fuero interno prefiere no haber alucinado y no estar enloqueciendo, prefiere que los Avatares sean una condición extraña y auténtica. Por probar vuelve a levantar la mano y varios vehículos hacen alto para dejarlo cruzar la calle.

Avanza intrigado y observa a un grupo de tres mujeres, que por sus vestidos y ademanes deben ser prostitutas fumando y bromeando entre ellas. Una de ellas lo mira acercarse y comienza ofrecerse:

—Le daré una noche de placer.

Las otras dos la interrumpen y regañan:

—Respeta al caballero, seguro es un dignatario  importante, no le ofrezcas nada hasta que él te dirija la palabra… Usted disculpe caballero.

—Claro, están disculpadas —y por bromear responde—, pero la disculpa sería más sincera si hicieran una caridad.

Responde la más alta de las tres, una morena adornada con peluca rubia y una falda roja que no deja nada a la imaginación:

—¿Cómo cuál?

A unos metros de distancia sobre la acera hay un borracho recostado en la banqueta, sumido en el sopor etílico, con la camisa parcialmente desabotonada y con un zapato a medio salirse del pie:

—Ese no ha recibido cariño —mientras señala al borracho que recostado sobre el suelo en una zona oscura a unos metros de distancia— o quizá jamás lo conoció.

La prostituta alta de inmediato corre y se agacha hacia el borracho, le alisa el pelo y le susurra al oído, luego dice en voz alta como para sí misma “Fue cliente”, mientras hace un gesto como llamando a Aurelio.

De improviso él recuerda que una atención intensa será fuente de dificultades desconocidas. Se concentra para no responder ni seguir mirando la escena, entonces da la espalda a la mujer que intenta levantar al caído. Cubre sus oídos con las manos y sigue su camino. Mientras se aleja, duda del efecto de sus palabras, que parecieran volverse órdenes.

**

Tras vagabundear otro rato, Aurelio especula con la condición de autoridades y objetos de deseo, extremos típicos del sistema, donde distintos hábitos disfrazan al guardián y a la prostituta, quienes están acostumbrados a recibir órdenes o dinero; a final de cuentas personas-instrumento que sirven para tareas básicas: satisfacer instintos, atemorizar en instantes precisos. Cualquier ciudadano debería mostrarse más reticente a aceptar órdenes inesperadas, sobre todo las de un desconocido. Sin embargo, la incoherencia y el absurdo son consistentes con las visiones bajo Palacio Nacional.

Sigue caminando por la acera, junto a una avenida principal. Con más resolución siente que ya es momento de efectuar una prueba más definitiva de que sí fue tocado por el destino. Regresa al ensayo de levantar la mano y, de inmediato, se detiene una camioneta lujosa junto a él, la conduce una señora con apariencia de madre. El cabello es rubio teñido y reluciente con corte de salón. Tras el vidrio lo mira con curiosidad y una sonrisa amplia, aunque usa gafas oscuras. Un detalle de gafas oscuras en la noche indica inseguridad, motivos para ocultarse o las pretensiones de una actriz frustrada. Despierta curiosidad la combinación del rostro oculto y la cabellera cuidada. Música popular dentro del automóvil traspasa el cristal. 

Él agita la mano con suavidad, en sentido horizontal imitando el descenso del cristal lateral. La conductora baja una mínima rendija el cristal y mira demostrando la sorpresa de haberse detenido, junto con la inquietud de que no haya alguien más asechando.

—Se podría bajar las gafas, por favor, se me hace conocida.

Ella no sigue esa instrucción, baja otro poco la mínima rendija de su ventana automática y responde:

—No le escucho bien, ¿qué me dijo?

—Que se baje las gafas…

—Ah, claro, en seguida.

Baja las gafas de su cara, guarda los lentes un estuche de marca Armani, apaga el sonido en su automóvil y pregunta:

—¿Así está bien?

Se aproxima más al vehículo:

—Gracias es usted amable; creí que era una actriz de televisión.

—Una vez fui extra en una serie de televisión, ningún papel importante; no creo que me reconozca de eso, sin embargo, su cara y voz me dicen algo; no sé qué.

—Tal vez nos conocemos, ¿sería tan amable de llevarme a mi casa?

Ella arquea sus cejas, como sorprendida:

—¿Así nada más?

—Es que voy lejos y no quiero utilizar mi coche.

La mujer mueve la cabeza negando una vez, detiene el giro de negación, luego mira la hora en su celular, suspira y termina diciendo:

—Bueno, iré rápido a donde me indique porque llevo la cena para mis hijos.

Ella acciona el mecanismo para liberar los seguros de las puertas. En Aurelio crece cada vez más una sensación como de dolor y frío en el cuerpo, al mismo tiempo que se percibe más anestesiado. Fluye otra curiosa contradicción entre un cuerpo frío, como de moribundo y su mente bulliciosa y sorprendida. Sube al vehículo, le resulta divertido idear peticiones más absurdas para comprobar que ella obedece. Surge una suspicacia:

—Lo de comprar la cena para los niños fue un pretexto, dígame la verdad, ¿qué estaba haciendo?

—¡La verdad! —ella hace un gesto de desagrado— La verdad es tan difícil saberla; sí, engaño al marido y no soporto la rutina familiar, en un futuro quisiera divorciarme pero me suicidaría antes que permitir que mis hijos se enteraran de lo que hago ahora. Es difícil de explicar en pocas palabras, la gente no lo comprendería…

Mientras ella explica sus motivos, los ojos de Aurelio se pasean por el interior mullido del vehículo, que huele a nuevo. Al cruzar la vista mira un diminuto retrato familiar pegado en el tablero del vehículo. La sonrisa de dos niños angelicales censura sus ocurrencias, siente una punzada en el estómago ante la facilidad de arruinar una reputación o provocar el caos entre personas inocentes. Decide que no le interesa invadir la existencia de la señora; de inmediato decide bajar y se disculpa:

—No sabía que estaba ocupada, no vaya a ser que se atrase en casa, mejor me bajo aquí.

—Lo puedo llevar, en la casa me esperarán, siempre lo han hecho.

—Prefiero imaginar que usted es una madre excelente y que nada ni nadie se interpone entre usted y sus niños.

Él se apea y sigue caminando: “En cuanto solicito algo, la gente concede. Falta tomar en cuenta la otra evidente fuente de poder”

De nuevo levanta la mano y un vehículo lujoso se detiene. Es compacto y deportivo, desde el interior sale una música estruendosa y un joven de pelo engominado mueve la cabeza siguiendo el ritmo. Aurelio hace una seña con la mano de bajar el volumen. El joven apaga el radio y baja la ventanilla:

—Hola, ¿qué… qué?

—Deberías ayudar a una causa noble, sospecho que esta noche no tenías intenciones de ser muy generoso con los niños que sufren de cáncer, pero sería hermoso que lo hicieras.

El joven saca unas monedas el bolsillo y las ofrece, pero Aurelio objeta con un gesto de asco:

—No has entendido; no soy un limosnero nocturno, tú debes ayudar en serio… Seguramente estarás de acuerdo en que vayamos a un cajero automático y envíes una buena cantidad a los niños con cáncer.

El joven se rasca el mentón y responde:

—Suba rápido y vamos al cajero automático; luego voy a una fiesta, si gusta después de apoyar generosamente a los niños con cáncer se divierte conmigo, me acompaña a la fiesta, usted me cae con madres y todos mis amigos deberían ayudar a los niños.

Esa mezcla de estar adolorido y anestesiado le inquieta, le molesta suponer que se irá de juerga como caifanes.

—Acabo de acordarme de un encargo urgente, quizá en otra ocasión requiera de tu generosidad. Sería lindo que hagas tu buena obra, no necesitas de una nana para ir al cajero y hacer una donación generosa, el letrero con los datos para donar está en todos los bancos.

El joven saca un bolígrafo y anota en un pequeño ticket su teléfono:

—En cuanto requiera ayudar más a esos niños con cáncer, por favor, me puede llamar y explicar más.

Extiende la mano por la ventanilla. Aurelio agradece y lo despide con un gesto. Sonríe y piensa: “Probaré con un pretexto más inverosímil, antes de que termine esto que es un sueño.”

Levanta la mano y se detiene un vehículo modesto, con raspones en su portezuela que han provocado ya óxido. Lo conduce un tipo obeso, vestido en un traje gris de aspecto ajado.

—Estoy colectando dinero para viajar a observar los vitrales de Notre Dame y no se preocupe en buscar monedas en su bolsillo, porque necesito volar en primera clase.

—No creo que me alcance para pagar su viaje, no tengo ahorros aunque intentaré un crédito en el banco para usted.

—Usted parece desempleado, no creo que le presten suficiente para ese viaje.

—Ahora no tengo trabajo, aunque mi historial de crédito está limpio, espero conseguir lo que usted pide. ¿Exactamente de cuánto está hablando?

—No se preocupe en hacer cálculos, el dinero se lo pediré a alguien a quien le sobre. Siga su camino y no ande ofreciendo dinero a desconocidos que se encuentra en la calle.

—Como usted diga, seré más cuidadoso.

Tras la docilidad demostrada por desconocidos, Aurelio siente un mareo como de embriaguez, un eco lejano le recuerda la marcha de las legiones romanas y el emperador pasando revista a la multitud. Un dolor súbito en el abdomen le advierte que la ironía es convertirse en lo que uno detesta. Piensa: “¿No detesto lo suficiente a los tiranos? “ Duda que él mismo no se convierta en alguna especie dictador sin escrúpulos. Vuelve a respirar despacio y a sospechar que está sufriendo efectos de la más vívida de las alucinaciones. Poco a poco el fresco aire nocturno le quita ese breve mareo, mientras el dolor corporal queda compensado por la anestesia. Camina más de prisa, respira hondo y se pellizca el brazo para comprobar que no sueña.

**

NOTAN ALGO EN LA VOZ Y EL AMOR RESISTE

Convencerse de la autenticidad de sus impresiones le resulta difícil. La inusual sensación de frío que repercute hacia cada célula y no lo molesta confirma que su estado mental sigue sin volver a la normalidad, aunque se va acostumbrando a esa sensación. Los huesos hacen eco del frío, como amplificadores y anestésicos a la vez. Sigue caminando y piensa: “Son las emanaciones de Tezcatlipoca y Quetzalcóatl que arrastran mi cuerpo, cada vez son más definidas y luego salen por mi boca, también el sonido que escucho distinto”.

Se detiene ante una pareja de jóvenes estudiantes que caminan abrazados de los hombros, más como hacen los amigos que los comprometidos y les pregunta:

—¿Notan algo singular en mi voz?

Abordados  sin advertencia, se sorprenden. Al detenerse los jóvenes se sueltan y miran uno al otro antes de contestar. Ambos estudiantes de una escuela nocturna en busca de un sitio tranquilo donde prodigarse caricias o confesarse alguna dificultad. Los rostros de los jóvenes desprenden la discreta luz de complicidad más que otro signo. Él semeja un borreguito manso, ella parece casi fastidiada; él está enamorado y, la imagen indica, que ella se aburre o lo tolera. Él responde:

—¿En su voz? Su voz como que es algo normal… sí como seria y firme, aunque preferiría que no...

—Su voz es bonita, como de locutor de radio— Ella lo interrumpe y sonríe con timidez.

—Sí, como de locutor — el estudiante asiente torciendo la boca—, un locutor.

—¿Cómo de locutor? ¿Eso es todo?

—No, no es todo, siento como que es agradable escucharlo, me gustaría tenerlo en lugar de mis profesores, nada más para escucharlo— detalla la chica y guarda silencio.

—Y ¿no te gustaría que también esta voz murmurara? —Aurelio se detiene, aunque siente curiosidad sobre lo que resultará.

—Diga—. Sonríe la chica.

Aurelio avanza un poco para acercarse, gira el cuerpo en una dirección frontal y se dirige en exclusiva hacia ella:

—Que te murmurara cositas al oído.

El chico emite un sonido gutural indicando disgusto y planta sus zapatos firmes en el piso, mirando con hostilidad y sin moverse, diciendo entre dientes:

Preferiría que no

Habla con palidez y casi extraviado cual un Bartleby encarnado. La chica aparta con el brazo al novio, lo deja a sus espaldas y se aproxima con paso firme hacia Aurelio, luego sonríe sin rubor:

—Eso me encantaría.

A Aurelio no le gusta el giro de la conversación y siente pena por el chico, de súbito abandonado que mira como un cachorro a su chica alejándose y como león enjaulado al súbito rival. 

—A mí no me encantaría ni interesa, lo dije en sentido figurado, sobre calidad de la fuerza de la voz, y no tengo más interés en esta plática.

Observa al chico con los ojos enrojecidos por la furia y apretando los puños como si estuviera listo a saltar en su contra, Aurelio da la media vuelta para alejarse rápido. Al apartarse escucha a la joven amagando a su pareja:

—Mejor te calmas, te pones celoso muy fácil.  

—Oye, ¡qué te pasa! Si te traes algo con ese señor, preferiría que no...

—Ni lo conozco, no seas tan celoso, siempre andas con tonterías…

Luego se alejan en dirección opuesta y se pierden esas voces discutiendo entre la molestia y reconciliación.

**

Al avanzar Aurelio piensa que quizá el verdadero amor posee alguna clase de protección, el chico enamorado parecía dispuesto a la pelea, sin mostrar reverencia por la voz de mando. Intenta recordar si algún mensaje está relacionado, sin embargo, no resulta tan fácil enviar su mente al momento de la revelación e intentar recordar todos los detalles. Anota en su mente que el amor convirtió al chico en un Bartleby impermeables a cualquier sugestión. La chica, desde la distancia, se notaba que no estaba enamorada. ¿No será el poder una clase de amor invertido y por eso se repele con el amor puro y cándido? Un equivalente al sencillo principio naturalista clásico de que “dos cuerpos no ocupan el mismo espacio”.  

**

“El sonido en sí, es vehículo del Poder mismo, esa fuerza de mando que está entrando y saliendo por mi cuerpo en gestos y palabras. ¿Llegó para quedarse? ¿O se escapará? Cual un influjo momentáneo, un préstamo por contacto que se acabará en las próximas horas o minutos, quizá dure más, aunque no sea permanente. ¿O lo es? ¿No será que un Fidel Velázquez se acercó a ese recinto y fue tocado también por Tezcatlipoca y Quetzalcóatl? El líder sindical permaneció como cacique por siempre hasta su muerte; él influía y seguía inmutable como una momia viviente. En cambio, la mayoría de los políticos se somete al calendario sexenal, sus dones de mando caducan en una fecha predeterminada. Si este don es pasajero y no lo aprovecho rápidamente me arrepentiré por no utilizarlo. Si este don se desgasta como la “piel de zapa” debería cuidar de no malgastarlo. Si este don desaparece de modo súbito y jamás regresa quedaré llorándole hasta el final de mis días. Es obvio, que este don surgió desde el último salón bajo Palacio Nacional y todavía no sé cómo considerar esto si visión, destino o milagro. La alucinación la desecho a menos que todavía siga alucinando o soñando, que siguiera despierto. El Asesor parecía espiar pero le creo que no oyó nada y los sentí con palabras tan reales. Este don debe depender de Ellos, de Avatares vigilantes ancestrales y para conservarlo deduzco que debo mantener y reforzar un vínculo de gratitud, seguir los designios obvios o velados de ellos, que no parecer contener nada perverso aunque incluyan a la oscuridad de Tezcatlipoca, al contrario son los guardianes de nuestro pueblo, como expuso Quetzalcóatl. Sería más fácil si recordara con precisión y llevara mi mente para reproducir ese momento, sin embargo algo me detiene y no recuerdo el mensaje completo, único y definido. Hasta ahorita he jugado para probar… dudé mucho que estuviera sucediendo, pero sí, esto sucede…“

Aurelio siente un impulso orgánico, ansiedad que brota desde su vientre y luego sonríe, como harían los triunfadores: “Será sencillo llamarle al Presidente, pero no al de México, sino al más importante del planeta, al Americano; bastarán unos minutos y me colocará a su diestra; después seguirá mis órdenes.”

Luego tiene un gesto adusto, el frío se agita dentro de él, se expande y contrae, siente un calambre dentro del corazón con dolor y desazón: “¿Y qué le diré? ¿Cómo enderezar a la humanidad? ¿No sé cómo hacerlo? Luego bastará cualquier movimiento de mis labios y quizá caerán las economías o se detendrán las guerras; un gesto y se liberarán las fronteras; abriré escuelas y cerraré manicomios. ¿Y si al siguiente segundo se termina el efecto? Si esta fiebre de poderío perdura un instante y se termina como las oleadas en un estanque tranquilo. ¿Si estoy enloqueciendo y contagio de mi estupidez a los gobernantes? “

Intenta disipar sus temores y especula buscando explicaciones: “La ciudad es el laberinto humano, reflejo fiel del laberinto mental, justo al encontrar la palanca que mueve todas las palancas la mano queda rígida, atrapada entre el temor y el deseo, cuando descubre que su propio espíritu es una palanca atorada entre millones de palancas; cuando la solución final parece tan sencilla se enreda en esa facilidad; el chasquido de los dedos expresa la voluntad y el eco de ese chasquido perdiéndose en el infinito laberinto regresa al punto de partida…”

Camina sin rumbo fijo, mientras la urbe se disfraza de somnolienta. Gira en una esquina que le resulta conocida y al avanzar por la calle los letreros le son ajenos. Conforme se acerca a las paredes siente que éstas se alejan y se inquieta. Conforme el viento frío recorre su entorno, siente que no lo toca y una emoción indefinida lo contiene. Mientras se acercan transeúntes ya no quiere interrogarlos ni gastarles más bromas. A la distancia mira un perro bajo el flash blanco de un reflector. Lo observa es un labrador. Aurelio agita la mano, como invitando al animal para acariciarlo. Fuera del área del flash, la oscuridad no oculta su tono claro, pero conforme él se acerca va oscureciéndose el can. A la distancia parecía manso y al acercarse lo nota tenso, huraño con una mirada inyectada por un veneno desconocido. El perro retrocede hacia donde las sombras de los árboles lo oscurecen y se pinta de negro por las penumbras. El animal se detiene a unos metros de distancia y gruñe como en la presencia de una bestia peligrosa. Retrocede conforme Aurelio se acerca.

“Ahora me tiene miedo; los perros no se equivocan, distinguen a la gente mala; quizá no sea yo, sino una sombra siniestra que me sigue”

Mira de lado y siente una oscuridad, un vacío, el filo de un laberinto inexplicado. Permanece parado y sospecha de una presencia indefinida a sus espaldas, como si ya supiera alguien más que él no es ese mismo ciudadano privado, sino un mensajero de los Avatares y especie de rey sin corona, uno tocado por un designio. Voltea la cara y son calles que se conectan unas con otras, un rosario atado de casas y comercios, paseantes indiferentes que se mezclan y alejan. Su mente se distrae cuando busca una presencia distinta, alguna que esté conectada con él y es inútil. Gira el cuello, la oscuridad sigue creciendo en la urbe, mientras nuevas luces artificiales se encienden. Hace un ruido amable buscando atraer al can, mientras él se distraía el animal se había alejado y perdido rumbo a un callejón oscuro.  

**

LOS ÍDOLOS AVATARES DELIBERAN

Frente al mural secreto, los ídolos discuten:

—Apenas el reloj ha avanzado y ese novicio ya abreva de vértigo, sueña que dictará sus caprichos a los Presidentes del Orbe y que el planeta se arrodillará a su antojo.

—Hoy es difícil encontrar almas justas para confiarles el don del Poder.

—Sin embargo, todavía no comete ningún atropello, simplemente ordena y juega; es infante que se sorprende ante su palabra de mando y tiembla por incredulidad.

—Por eso dudé tanto para traerlo.

Tezcatlipoca desde su oscuridad murmura:

—Se hundirá en su propia tibieza; por eso respeto a espíritus templados en la lucha, tu consentido resultó blando casi cera entibiada entre pañales.

—Su corazón ha mostrado bondad —una palabra que repite Quetzalcóatl— bondad, su inteligencia está hambrienta y ansía saber más; la terquedad de su destino lo fue arrastrando hacia nosotros.

—La bondad poco sirve para aferrar el Poder entre las manos, sin temple interior se escurre como agua.

—Pudiste rechazarlo.

—Tampoco lo hiciste tú.

—No había pasado todas las pruebas.

—Por eso los siglos producen ungidos inexpertos que son vicarios de dudosa calidad.

—Este novato sería uno más entre tantos detentadores inexpertos; y bebió demasiado de este influjo: el sediento se volverá a ahogar. Ahora se hundirá en su torbellino interior.

—No lo preveo fracasado, flotará como pétalo de flor sobre un río.

—Otro candidato urdirá trampas y él no se ha preparado para evitarlas, será un ratón en el laberinto mientas titubea al no asumir el destino.

—Él posee facultades claves, ya juntó piezas del rompecabezas. No lo subestimes, a la fecha nuestra vicaria Damaris se mantuvo discreta y sin excesos. Ella aprendió paso a paso, tropezón a tropezón, se esforzó mientras el cuerpo aguantó. 

—La excepción no marca la regla, que la devota Damaris cumpliese no garantiza la fórmula fénix: inocencia con inteligencia natural no alcanzan.

—Cuando la balanza se inclinó hacia tu regla de voluntad templada en la lucha resultó que el elegido a su vez confió ciegamente en un Santana, quien trajo caos y ruina. Con López de Santana fueron once presidencias fallidas en un único títere.

—El turno de otra inocencia sin garantías.

—¿Con eso ha bastado en el pasado?¿No terminaron épocas pacíficas con el odio que sembró un líder inocente aunque vanidoso? ¿Las religiones no se volvieron fanatismo cuando un supremo sacerdote blindó los corazones de sus fieles inocentes y puso la semilla del odio? ¿No cayeron los mayores imperios en la cumbre de su poderío en cuanto un inepto gobernó y lo siguió otro peor? ¿El libertador no termina por volverse tirano cuando manda sin freno y sin medida? ¿Bastan pistas y piezas cuando la mente es inmadura y el corazón no está colmado con amor y justicia? ¿No se enmohece la razón cuando el confort del líder se vuelve regla de vida? ¿Cuántas pistas y piezas son suficientes para defender al gobernante del asedio de sus propios seguidores, en especial los aduladores?

—Cada moneda tiene dos caras: ¿No ha bastado desde el tiempo del inocente cavernícola por más que mereciera mejor destino? Al final ¿qué no regresó la paz por más que un líder vanidoso la perturbó? ¿Las religiones no volvieron más mansos a sus inocentes seguidores por más que los sacerdotes brindaban ante el filo de las espadas? ¿La hora de la caída no es demasiado pronto ni demasiado tarde? ¿El libertador que escapa de su ruta deja una patria más grande que donde nació esclavo? ¿El confort no es una regla de las especies de la cual el humano no se escapa? ¿La casualidad se conjura cuando faltan pistas y piezas para escapar de la derrota propinada por los propios partidarios? 

—¡Cuán grato sería una correa atada al cuello del elegido para jalarlo antes de cualquier desatino! Luego golpearle las orejas para que escuche y deje de abusar de esa voz de mando, antes de que esté extraviado y catatónico. Desde el nivel subterráneo, aquí está nuestro propio wu wei: mientras menos contacto con los humanos, siempre es mejor, en cambio ellos siguen con su astra per áspera.

—Confesemos… funciona así, cerca de la punta de la pirámide: un sapiens aletea más que un pájaro, aletea más aunque él no controla esa agitación de ave cuando la atmósfera enrarecida araña sus pulmones. Allá arriba él no despega los pies y su cabeza vuela, incluso si conquistara la punta de la pirámide descubrirá que el cielo es inalcanzable. La suya no es ascensión de niño ni de sabio, las que dan felicidad risueña, sino hermanada a una euforia por drogas tempestuosas, con esa embriaguez por el traspié en el peldaño.

 

**

EL PORDIOSERO ENDEREZADO Y DUDAS

Cuando abrió los ojos, Aurelio se descubrió y sintió inquietud creciente: ese rumor que escuchado desde afuera llamamos una singularidad en el sentido cuántico, al alcanzar un borde donde finalizas las leyes físicas y se suspende el entendimiento. Recordó su jornada por la noche laberíntica del Poder y luego de su silencio autoimpuesto, encontró a otro pordiosero de quien evidenció que fingía. El pordiosero era un varón delgado, ataviado con notoria pobreza y suciedad, con una figura lastimosa que arrastraba un pie torcido, mantenía la espalda doblada y los brazos arqueados con un gesto de idiotismo. En el trayecto, superando las dolencias y confusiones, recuperada la calma Aurelio recuperó la agudeza mental y entonces intuyó que en aquél personaje contrahecho todo resultaba una farsa. Vuelve a mirar: un pie ladeado al extremo que arrastra una punta mientas camina, la espalda tan próxima a una joroba hace un muelle movimiento, el brazo arqueado y los dedos plegados cual engarrotados de horror, incluso la boca deslizada hacia un costado para dar a sus palabras un sesgo de idiotismo. Mira detenidamente: el pie cambia de posición, la espalda sube y vuelve a arquearse, los dedos torcidos alternan funciones y el brazo arqueado se turna derecho con izquierdo. Su intuición de descubrir a un farsante se convirtió en enojo. Con ágiles zancadas cubrió la distancia que lo separaba del contrahecho y se plantó cerca, así que lo increpó, como si clamara desde el púlpito de una iglesia de milagros:

—Detente y escucha bien. Desde este momento, —el pordiosero volteó la cara poniendo su completa atención—, vas a dejar de fingir tu enfermedad y vas a andar derechito, sin malos pasos ni dar lástima de mentiras —respiró hondo y continuó—, vas a andar de-re-chi-to y sin mentiras.

El tipo chueco se enderezó en un instante como si un resorte se sublevara dentro del cuerpo y empujara cada tendón y músculo. El pie se alineó con la pierna y dejó de arrastrase, la espalda quedó como sujeta a una vara de acero, el brazo se estiró y sus dedos se juntaron en un puño cerrado. La cabeza en perfecta vertical y la boca perfilada en un sentimiento de completa sorpresa.

Aurelio se regocijó del resultado instantáneo, pensó para sí: “Se logran linduras con este don de mando, ahí va un hipócrita desenmascarado, que roba el espacio de lo que sí requieren de la caridad”. Contento con el resultado:

—Si quieres ruégale a Dios que te vuelva un lisiado verdadero, que estás descubierto y no mereces ni la mínima compasión.

El pordiosero miró su pie y comprendió que no se dejaría torcer, levantó el puño y extendió la palma, que no giró crispando los dedos como acostumbraba. Lo intentó un par de veces y mostró un gran desconcierto. Miró con ojos de asombro al desconocido que lo maldecía condenándolo a una sinceridad que arruinaba su modus vivendi sostenido en una estafa, entonces volteó la mirada como rechazado por un imán. La sorpresa dio lugar a una desesperación, entonces empezó a gritar al cielo:

—¡Dios mío! ¿Ahora de qué voy a vivir? Si la gente mira a un tipo sano me escupirá antes que entregarme limosna. ¡Dios mío, conviérteme en un lisiado!

Y el limosnero empezó a sollozar, pidiendo al cielo devolverle su existencia de falso tullido. La desesperación era auténtica y las lágrimas corrían por sus mejillas. No duró mucho su llanto, trocó en sollozos y se calmó. De la tristeza pasó a un enojo indefinido que calentaba sus vísceras, de buena gana habría golpeado al extraño, pero su ímpetu era rechazado por una fuerza oscura que le impedía ni siquiera mirar hacia esa dirección. Miró sus piernas, fuertes y el río de vehículos que corrían a pocos metros. La furia crecía mientras golpeaba el pavimento con sus talones, como si ensayara un baile regional. Intentó que sus manos torcieran la pierna sin lograrlo, desde afuera eran gestos absurdos, mientras su rostro se enrojecía empujado por las vísceras que intentaban con desesperación retorcer su cuerpo otra vez. Cruzó por su cabeza una idea desesperada, cerró los ojos, hizo un signo con la mano de persignar. De modo inesperado el limosnero anónimo miró la proximidad de un camión, de súbito convirtió los taconazos inútiles en siete grandes zancadas que lo separaban de arroyo vehicular y se arrojó bajo las enormes ruedas. El camión avanzaba a una velocidad moderada, aun así resultó imposible para el chofer frenar y fue un golpe seco que lo hizo reaccionar. El desenlace perturbó los transeúntes, quienes se aproximaron a comprobar si el hombre seguía vivo, lo cual se afirmaría porque se retorcía dando alaridos, aunque con las extremidades extrañamente rígidas, derechas como si tuviera tablas atadas alrededor de brazos y piernas.

La escena del pordiosero sangrando y lamentándose llenó de estupor a Aurelio, que se alejó dando traspiés. Cuando terminó ese breve desconcierto y andar sin rumbo definido había menos personas y vehículos en las calles en la misma zona de la ciudad, entonces no tuvo ánimos para seguir dando órdenes según sus ocurrencias. Sin embargo, esto lo condujo hacia una idea honda… ¿para qué mandar a los otros si no se manda uno mismo? ¿Me mando a mí mismo de un modo tan radical como sucedió con el pordiosero? ¿Arrastro la existencia con una versión degradada de mí mismo? ¿Será dado que me mande y diga simplemente: conviértete en la mejor versión imaginable de ti mismo? Si quien manda es una versión mediocre o hasta nefasta, entonces lo que mandaré serán estupideces. Resultará como desenmascarar al falso tullido: él no lo aceptó y mi orden fue estúpida. Si la existencia completa es una mala versión, una mediocridad de mí mismo ¿de qué sirve el Poder? ¿Repartiré mediocridad y destrucción por el planeta si uso el Poder de modo estúpido? ¿A final de cuentas, me convertiré en un Hitler si malgasto el don?

Siguió cavilando y descubrió que el mundo se divide entre dos clases de personas, entre guerreros y diplomáticos. A su vez estas dos clases únicas divididos entre los guerreros inútiles, que solamente arrastran el escudo ajeno de mala gana y nunca arriban al sitio de batalla a tiempo, y combatientes reales. No se conformó y encontró otra especie: los verdaderos “monjes” quienes buscan y encuentran su interior. Para eso pensó en las leyendas tibetanas, del monje que permaneció un siglo mirando una pared blanca hasta que alcanzó la iluminación de su espíritu. ¿Cómo se esconderá tanto la mejor versión de sí mismo obrando como el Rey Balerión que cambiaba de cuerpo para jugar a las escondidillas? ¿Cómo se ocultan tanto las potencias positivas? ¿Cómo se oculta eso que los griegos llamaban virtud y luego los sacerdotes cristianos transformaron en una culpa suave que nos impulsa a ser tibios y escuchar misa los domingos?  Si esa voz de mando funcionara con él mismo sería el paso para alcanzar la mejor versión de sí, una versión capaz de utilizar para bien esa facultad.

Sin embargo, recordaba su dolorosa falla y decidió avanzar con cautela. Probó ordenarse a sí mismo un acto sencillo pero que no hubiese aceptado sin una compulsión externa. Comerse unos ostiones crudos le pareció una prueba interesante. Pensó y se dijo en voz alta:

—Ahora, te vas a comer unos ostiones crudos.

La visión de unos ostiones babosos y aguados, con sabor a cieno marino le repugnó, y supuso que serviría para demostrar su hipótesis.

En el laberinto urbano pronto encontró una tienda abierta 24 horas y miró el producto. Sin fijarse solicitó que el encargado de la tienda le regalara los ostiones junto con unas pastillas analgésicas. En un pestañeo los productos estaban entre sus manos. Sin pensarlo se tomó una dosis extra de pastillas analgésicas, pues le regresaban el desagradable frío en el cuerpo y el dolor de cabeza entrando por la nuca.

Luego miró el contenido gris y viscoso del frasco con ostiones y su voluntad flaqueó. Su orden fueron palabras al viento y comprendió que estaba facultado para ordenar en otros, pero no ganaba el título de soberano de sí mismo: “Resultaría una incongruencia lógica, que exista un soberano respecto del soberano; un truco eso de mandarse a uno mismo; el efecto se pierde. Voy a ordenar a los demás pero no a mí mismo, y desconozco si sea decepcionante o motivo para alegrarse.”

La noche había doblegado a la ciudad con su carga de sueño. Ya pocos vehículos transitaban por las avenidas. El cansancio se apoderó de las piernas y los ojos de Aurelio. Los analgésicos alejan las dolencias, aunque no ahuyentan el frío y entonces surgió otra preocupación: “¿Y si este don como vino rápido, igual se escapa muy veloz? ¿Si basta un sueño para aniquilar este privilegio?...”

Salió de la tienda y sintió más ganas de pasear en la noche. Intentó mantenerse más despierto, después de unas cuadras entró en un negocio de café nocturno. El anuncio de neón le generaba algún guiño de confianza. Entró y pidió una taza de expresso cargado, luego se acomodó en un asiento. Puso la cuchara cargada de azúcar en el interior de la pequeña taza. Cerró por un instante los ojos y desfilaron imágenes de reinos antiguos, ensoñaciones con ejércitos dispuestos bajo el mando de su general; de un lado los cartagineses, capitaneados por Aníbal, flanqueado por enormes elefantes, al lado contrario, los centuriones romanos, guiados por Escipión. En el mediodía onírico de África se respira tensión: los romanos golpean sus escudos con las espadas para provocar un gran estruendo, los cartagineses tensan los arcos. La mano de Aníbal se levanta para señalar el avance; Escipión sonríe confiado en su maquinaria militar. Se inicia la batalla y las huestes enemigas se trenzan en una monumental carnicería. Los alaridos de los soldados moribundos compiten con los de las bestias heridas. En trascurso de minutos largos como eones, los cartagineses agotan su ímpetu, sus escudos flaquean y sus elefantes van cayendo uno a uno. Al final del sueño en el campo de batalla queda un valle de agonías y desesperación para Cartago.

Aurelio se despierta cansado con la cabeza doliendo de nuevo y los ojos pesados. Bebe el expreso de un sorbo largo pues ya no está caliente. El tenue clarear de la madrugada avanza, Aurelio lo siente como un presagio: otro augurio en un bosque de señales cumplidas y por vaticinarse. Recuerda su don y se pregunta si se modificará en el transcurso de su existencia. Se cuestiona si desaparecerá como el cuento de la lámpara maravillosa que concedía solamente tres deseos. Hasta ese instante no ha hecho nada provechoso, quizá está desperdiciando órdenes sin ningún sentido. Conservar el don y no exponerlo, es el propósito de su nueva agenda. El impulso por utilizarlo de inmediato, la incredulidad y aplicarlo fallidamente en su personal lo ha refrenado. Recuerda que el pordiosero enloqueció y se volvió suicida cuando le ordenó enderezar su vida, para evaluar su primera jornada con don de mando el resultado es ridículo. Se justifica de inmediato: el prójimo no desea ser corregido y si multiplica el mal ejemplo entonces el mundo entero es refractario. Supone que los gobernantes están complacidos siendo ellos los mandones y entonces el despertar de un nuevo elegido les cause alarma y hasta lo maten.

El cuerpo está entumido por el rato del ensueño sentado, una pierna le hormiguea. Al incorporarse siente frío, uno hondo que cala los huesos. Mientras se aleja del café intenta disipar ese nuevo temor: desde países lejanos los gobernantes conjurarán para aniquilar a un pretendiente que no fue invitado a su banquete. Supone que si llegara un emisario con órdenes para eliminarlo eso se evitaría, pues él sería capaz de doblegar su voluntad. Sin embargo, el legendario Ulises se tapó los oídos para no escuchar el canto de las sirenas, entonces un sordo y resultaría invulnerable a una contra-orden.

Lentamente la claridad es mayor. Deambulo sin preocuparse por el rumbo. Estira las piernas para resolver el hormigueo. A esa hora hay pocos transeúntes. Se detiene a descansar y observa a un barrendero que empuja hojas secas sobre el pavimento; ese movimiento es mecánico y el gesto de resignación. Piensa: “Tantas vidas sin un propósito definido, un simple ir jalando la los dispositivos automáticos de la existencia, apretando botones de on y de off; ¿le convendrá una orden para cambiar de rumbo? ¿una orden para convertirse en paladín o dejar su modo de vida, al que está acostumbrado y solamente sueña vagamente en abandonar? ¿si sigue una orden luego estará satisfecho o terminará aburrido tras un escritorio como sirviente de una oscura dependencia con prestaciones y dinero para irla pasando? Hay quien mataría por dar ese salto hasta una oficina cómoda, aunque hay a quien nunca le importará esa diferencia.”

Prefiere descansar y contar con algún plan antes de volver a emplear el don, entonces decide tomar un taxi. Aurelio levanta la mano y sonríe ante la diferencia imperceptible entre un servicio cotidiano y el don adquirido. El primer vehículo no es de servicio público y se detiene para ayudar a un desconocido, pero él rechaza el “favor” del desconocido servicial y lo despacha.

Al poco rato aparece un taxi. Lo conduce un joven cordial que busca entablar plática. Aurelio está cansado, elude la conversación; además empieza a cabecear, los ojos pesan y se cierran sin proponérselo, aunque no se duerme. Va dando indicaciones en el trayecto, lucha con el cansancio y una sensación de inquietud, como si la corriente del rio empujara al salmón en dirección de un oso, corpulento y feroz abriendo el hocico, junto a una gran piedra donde la afluente se estrecha. Casi siempre se representa en el salmón y unas cuantas veces dentro del oso pardo que está hambriento. La repetición de un flujo de imágenes vívidas lo inquieta y preferiría pensar por completo en cómo afrontar su situación, mientras la inquietud crece.

REGRESO A CASA

El taxi lo ha conducido al sitio indicado: la entrada de un edificio lujoso en una zona exclusiva de la ciudad. Encuentra referencias conocidas: la misma puerta, una calcomanía sobre los cristales señalando el cumplimiento de un censo y la inspección de una oficina sanitaria. El portero del turno lo saluda con descuido mientras ojea una pequeña revista con dibujitos. Es el mismo empleado desde hace un mes cubriendo doble turno. El sitio conocido y la cara familiar del portero sirven para tranquilizar su inquietud. Recuerda sobre psicóticos que, al despuntar una mañana, alucinan que el gobierno gira a su alrededor o que el propio Jehová los ungió como Mesías. La urge rechazar esa hipótesis de la combinación de circunstancias engañosas, así Aurelio reconoce el edificio y encontrándolo ya familiar, comprueba que habita en la realidad. El saludo es automático y a unos pasos aprieta el botón de elevador. Dentro del elevador, el cubo metálico le provoca más frío y pesadez de cuerpo, aunque lo atribuye al aire acondicionado. El ascenso transcurre en un suspiro y al salir es la misma puerta, la suya. La abre y su departamento desprende un olor de rosas mezclado con matices conocidos; lo percibe demasiado fragante y de inmediato abre la puerta corrediza del balcón. Entra una ligera brisa que refresca esa madrugada acercándose al amanecer. Vista de manera mecánica el baño y luego bebe medio vaso de agua de una jalón.

Los sillones color marfil de la sala todavía desprenden un olor a nuevo: uno mullido es el sitio ideal para asentar el torbellino de experiencias y emociones. En una mesita de roble junto al sillón hay una pila de libros.

Cansado y somnoliento pero sin ganas de dormir, no se dirige a su recámara. Se acomoda en el sillón y la textura tersa del material artificial le recuerda una pradera africana que miró en una película. Busca más calor y se acomoda una cobija sobre las piernas. Enciende un reproductor con música suave, un modelo que finge estilo antiguo con chapas imitando madera. No quiere dormir todavía, le urge comprender mejor su extraña situación. El sillón neutraliza el frío y las molestias en el cuerpo.

Comienza a ojear los libros apilados. Arriba está una biografía de Napoleón y abajo El príncipe de Maquiavelo. El texto sobre Napoleón no lo había leído, lo abre y salta de página en página. Cerca del final lee: “Bonaparte estaba convencido que su insuperable capacidad de mando había sido disipada por algún acontecimiento que los antiguos romanos identificaban como la buena estrella. Mientras él mantuvo su buena estrella se levantó de las derrotas y descalabros, manteniendo la adhesión entusiasta de los franceses. Cuando desembarcó en su regreso triunfal de los 100 días, las tropas del rey no se atrevían a dispararle y sin pensarlo se rendían en su presencia; las multitudes abandonaban las poblaciones para vitorearlo y seguirlo en su regreso triunfal. Pero ese magnetismo irresistible se derrumbó en algún instante y después de Waterloo todo fue distinto, ya nadie quedaba magnetizado en su presencia. De ese magnetismo irresistible quedó una especie de estela, como la cauda de un comenta que se aleja hacia el cosmos infinito. Permaneció la nostalgia y la leyenda que supo aprovechar un sobrino, quien no cejó hasta coronarse como Napoleón III.…”

Coloca el libro abierto sobre la cara y cierra los ojos. Las piernas están cansadas y los zapatos le aprietan: la noche fue larga. Imagina al ejército enemigo, reclutado entre franceses también, mirando sorprendido a Napoleón adelantarse en solitario y dirigirse hacia ellos. Miles de soldados apuntando sus armas contra un Napoleón solitario, regresando del exilio y aventurándose a rescatar su imperio arrebatado. Los soldados se maravillan y perturban ante su presencia; los oficiales flaquean y los comandantes enmudecen. Bastaba la presencia de esa leyenda viviente para doblegar al contrario. La anécdota se ha intentado explicar por el ascendiente de Napoleón sobre la tropa francesa y el recuerdo de los días de gloria. Sin embargo, para Aurelio hay otra explicación mejor, pues el magnetismo del Poder se había fundido con el mítico general. Ese extraño efluvio que hechizaba a sus compatriotas, le seguía perteneciendo por entero durante las jornadas de los 100 días, cuando recuperó el mando con increíble facilidad. Sin embargo, pronto terminó el romance entre Napoleón y el Poder. Después de la batalla de Waterloo quedó derrotado y luego exiliado de un modo definitivo. Transcurrieron pocos años hasta su muerte el 5 de mayo de 1821. El relato apunta que el mando desaparece un día y se aleja sin despedirse. La idea de ese desvanecerse sobresalta a Aurelio por un instante y, acto seguido, la somnolencia regresa.

Deja el libro de lado y el cansancio le va ganando. Relaja los músculos y cierra los ojos.

En la madrugada, el cansancio frío y una gran pesadez lo rodean, dando paso a visiones oníricas de intensa nitidez. Observa a Napoleón cabizbajo y derrotado por completo, paseando por un sendero en la isla prisión de Santa Elena. En un sendero sobre una pequeña ladera, es seguido por dos carabineros y metros atrás por una sombra. La isla queda en mitad de un Océano Atlántico inmensamente gris, y él está mirando la inmensidad, con la nostalgia por la tierra perdida de su gloria. Una nube de brumas desciende y, milímetro a milímetro, envuelve al general exiliado y a sus acompañantes. La nebulosidad termina siendo completa. Dentro del sueño Aurelio quisiera atrapar algo físico entre la sombra que persigue a Napoleón. Sus manos oníricas no agarran nada, el humo condensado se escapa de inmediato y unos ruidos que no corresponden a ese siglo se filtran entre la bruma.

EL EMISARIO SE PRESENTA

Hasta el sueño se filtra la música ambiental y los sonidos de la calle despertando, que atraviesan el balcón abierto. En medio de la neblina oscura se aproxima más la presencia de otro personaje. La misma presencia que Aurelio sintió de modo súbito, cual sombra siniestra, mientas deambulaba por el laberinto de la calle. Bajo la opresión de una somnolencia que no se disipa, escucha que alguien abre la puerta de su departamento y con claridad los pasos se acercan: el cuerpo encarnado ocupa la plaza de la sombra onírica. El intruso comienza a dar explicaciones no pedidas:

—No me he presentado, soy el Emisario, el mensajero de las otras Potencias; que se han enterado de su reciente potestad… es decir, su facultad carismática para ordenar; usted ya se ha dado cuenta, por lo que presento amplias disculpas y le suplico no me mande nada hasta que escuche con cuidado; al final de cuentas soy el Emisario, traigo el mensaje y soy desechable, por la cuenta regresiva puedo morir y en ese supuesto seré remplazado; por lo que le suplico no ordene ninguna agresión pues interrumpiría esta delicada misión…

Una especie de fuerza de gravedad acentuada sobre Aurelio no le favorece hablar ni levantarse. A pesar de la situación comprometida, diríase inerme, no se alarma, pues percibe que el visitante está atemorizado y dispuesto a huir cual libélula ante una amenaza. Sí está sorprendido, decide simular y estar atento; entorna los ojos y vuelve a abrirlos grandes. Esboza una sonrisa y dibuja un gesto atento con la mirada; mueve la cabeza con un gesto invitando al Emisario para continuar.

—… Esto es importante, pues reflexione que si intenta expandir —habla despacio con el acento de un emigrante que ha memorizado algunas líneas y palabras precisas para transmitir su mensaje— su mando allende de sus fronteras, confrontará a fuerzas opuestas refractarias a obedecerle y que lucharán gallardas hasta anular su magnetismo; sin importar el costo ni el desgaste empleado… ni las vidas que cueste; usted no está sujeto al chantaje como amenazan criminales a funcionarios menores con el dilema o plata o plomo; usted dispondrá ríos de dinero, aunque sí considerará los daños colaterales de comanders muy capaces; con la tragedia que confrontarse a ambos lados causará. Por favor, no se le ocurra adelantárseles ni atentar contra la existencia de mis dignidades, porque ellos son cabezas de una hidra inmortal, cada vez que las cortan se multiplican; sería una tontería repartir ordenes de exterminio en su contra, eso become stronger; le recomiendo el pacto de caballeros aunque le parezca que allá está el lado oscuro; en especial, porque de negarse el costo será altísimo para todos.

Conforme sigue la explicación, la pesadez se aligera y con el dorso de la mano frota la comisura del párpado para retirar una lagaña. Con suavidad controlada y evidentemente molesto salen las palabras de Aurelio:

—Tengo una idea mejor, donde no pacto con ninguna potencia clara ni oscura; además es demasiado temprano para negociar; ni siquiera he tomado un cargo y ya estás advirtiendo; te comportas con descortés osadía y ahora se me antoja mandar que te pares encima del barandal del balcón y ahí hagas equilibrio.

—Claro que me pararé en el barandal —argumenta mientras avanza hacia el balcón— pero ruego no ignore mis palabras, yo soy un simple Emisario y no debería obligarme a hacer algo peligroso, aquí está alto...

—Anda hazlo y desde ahí te escucharé con más agrado.

El Emisario avanza la corta distancia hasta el balcón y se yergue sobre el barandal. Es un barandal metálico negro, con un filo superior de unos centímetros de ancho suficiente para colocar solamente los pies, sin moverse.

—Está bien, ya me he subido, pero es mejor que escuche brindando su atención; tengo mensajes y mis palabras saves… —se dá cuenta que usó una palabra en inglés y rectifica— ahorran un tortuoso y largo preguntar.

Por la pesadez Aurelio no se levanta ni siquiera ha volteado la mirada, se contenta con sentir la voz del Emisario que se ha alejado en dirección del balcón:

—Nada me indica que seas alguien especial, excepto que usas un apodo misterioso y que irrumpes en mi hogar trayendo un mensaje perturbador y, en el fondo, dictas una amenaza de la cual quisiera deshacerme; así que sigue hacia el balcón.

—Ya estoy en el borde de la cornisa del balcón, puede mirar; incluso estoy dispuesto para saltar, aunque repito que ahorrará un largo camino de preguntas sin respuesta si se apiada de mí; en el pasado fue profesor de historia y guardabosques, nunca fui cirquero; tengo miedo a las alturas, no soy capaz del equilibrio por largo time… tiempo...

Aurelio abre los ojos y observa un foco, luego desplaza la cabeza y mira de reojo la figura del emisario a través de la puerta-ventana corrediza que separa el balcón. Es un tipo extraño, con una gabardina larga y negra, con un sombrero fuera de época y una cadena gruesa con un colguije que no alcanza a distinguir. Intenta distinguirlo con más nitidez. En la cara una barba a medio crecer y ojos rodeados de párpados oscuros, una negrura natural que resalta una chispa brillante en las pupilas. Se suele suponer que las pupilas brillantes denotan inteligencia, alegría o maldad; en este caso, es imposible que sea alegría.

—¿Miedo a las alturas?

—Sí, es la enfermedad de las alturas; estar aquí me altera.

—Ahora, me siento como el nuevo rey tribal zulú a quien le enviaban dos mensajeros anunciándole su entronización; su deber ritual era perdonar la vida de uno y mandar la ejecución del otro; no debía matar a los dos ni perdonar a ambos, —en su diálogo interior Aurelio piensa que él no tendría corazón para mandar a matar a ninguno delos dos emisarios, por más que esa fuese la costumbre— porque el rey bárbaro así anunciaba que reinaba sobre la vida y la muerte… y con ese dominio se instaura un Poder absoluto.

Mientras pronuncia la palabra “absoluto” el Emisario brinca. Al ver el movimiento brusco de un salto, Aurelio se espanta y ensombrece. De inmediato se escucha un golpe seco de las suelas de sus zapatos, que incluyen algún casquillo metálico.  Por fortuna, el Emisario no ha saltado hacia el vacío sino al interior y cae dentro del piso del balcón. Sonríe el visitante:

—Cada Poder encuentra un contra-Poder, quizá mis señores aflojaron el magnetismo un instante o simplemente bajó su guardia por un segundo —sonríe y se agacha, mira como un gatito tierno y sigue hablando—; le reitero mis disculpas y suplico no me vuelva a obligar al balcón, eso perturba demasiado; considere que la gracia del Poder se adorna con la gracia de la piedad para los súbditos.

—Está mejor que no te pares sobre la cornisa, los vecinos se darán cuenta y alguien se alarmará. Al menos no quiero que te acerques, no confío en ti y quizá vienes armado.

—Sí estoy armado, pero es para defenderme en este país peligroso; no me atrevería a tocarle a usted ni un cabello, no soy estúpido; recuerde que soy Emisario y no vengo a decidir ni al daño. Mi caso sí de los mensajeros de la tribu, y yo respect en presencia de un monarca recién coronado. Aunque no hay ceremonia de coronación este país es una república y supongo que casi nadie tiene noticias de ti. El principio es difícil en un cargo y no por adquirir un don hay un sabio para utilizar… Le mostraré mi arma con delicadeza y la depositaré para ser patente… —levanta ambas palmas de las manos para mostrar que su movimiento es suave y pacífico— no soy malo, la dejaré en el piso con cuidado.

Con lentitud baja la mano para sacar de entre la ropa una pistola de escuadra, detenida con las yemas de dos dedos y la deposita en el suelo. Sigue mirando como si solicitar piedad y modula la voz hacia un tono más suave:

—Estoy indefenso y siempre lo he estado, aunque la gente me teme, eso es el lado externo; para vivir en los barrios se requiere de sobrevivir con una apariencia rugosa.

La palabra “rugosa” le extraña a Aurelio, que recuerda la consistencia de la ladera por la cual caminaba Napoleón exiliado; hace un gesto para silenciar al Emisario:

—Entiendo que vienes a traerme una información valiosa y a proponer un pacto; no estoy listo para pactar, anticipo que quienes te envían buscan una ventaja, consistente en obtener un convenio cuando todavía desconozco de lo que seré capaz; no me interesa precipitarme en un pacto; es de madrugada y estoy cansado aunque quiero saber más.

—El cansancio se combate con un buen desayuno acompañado de café expresso; el servicio de desayuno espera abajo —mueve la mano señalando—, señor Aurelio Velarde López, y voy a subir o hacerlo esperar.

—Sabes mi nombre y no debería extrañarme; tú has investigado.

El Emisario mueve la mano derecha lateralmente para negar, agacha su cuello y clava otra mirada ensayada de gatito desvalido:

—No hay nada malo; yo no soy espía de profesión y nunca lo he investigado; mis señores… ellos sí están informados, están awake… listos y son su iguales en Poder, así que no malinterprete mi cometido; no he venido por un mal. Me disculpo, sí esto es de modo precipitado, pero así es este asunto; en algún momento usted asumirá de lo delicado y urgentes… son las voluntades del Poder.

—De cualquier manera no probaría bocado traído por un extraño que sigue los mandatos de no sé qué lords del país vecino, a quienes acepto son mis iguales, porque recibieron este don… supongo… ¿O no?

—Del desayuno no se inquiete, lo mandé a comprar en el restaurante próximo, a una cuadra de aquí, si gusta verificarlo; la cuestión es que estuviera fresco y era previsible que nadie smart listo negocia con el estómago vacío, no es recomendable.

—Quiero saber más de tus señores y sí tengo hambre…

—Entiendo si no confía en mí, es fácil encargar a cualquier persona su desayuno, y el conserje sigue abajo.

—De momento, no caeré en excentricidades, me conformo con pagar el restaurante a domicilio.

—Si permite yo marcaré desde mi teléfono móvil para traer su desayuno anoté el número del restaurante.

—Eres listo.

—Así, debe serlo un Emisario, el servicio es exigente.

—También lo he sentido.

—¿La dificultad?

—De alguna manera, aunque no es momento para platicarte de mí, sino para que des informes. Dime algo interesante: ¿Quiénes son esos señores a quienes sirves? De momento tuve la impresión de que eran villanos. Aclara a ¿quiénes sirves?

—No, sabría decirlo. Usted bien adivina que los propietarios últimos de tal don no se presentan tan fácilmente y saludan a cualquier empleado diciéndole: “Hola, yo monopolizo el mando aquí, soy capaz de ordenar al país y obligarlo a volar si place, en suma, mis palabras… mis órdenes”. Ellos son cuidadosos y, al menos en el Norte se colocan atrás del Presidente y del Multimillonario para actuar como les dicta su capricho o su conciencia, según la tengan.

—No viajaste por casualidad. Ellos se comunican a través de alguien confiable, diría que se comunican mediante su vicario o representante o diplomático o em… —se contiene prefiere pronunciar después la palabra—. Y el asunto está claro, mandan mensajes, tienen representante o mandan al ¿Emisario?

Extiende el brazo y con la palma señala al visitante intruso, que agacha la cabeza de nuevo en gesto medido de humildad y responde:

—Me sobrestima.

BUSCO RESPUESTAS, LA GEOMETRÍA DE PODERES

Desde el sillón y con un tono de voz un poco más elevado, continúa Aurelio:

—Busco respuestas, pues si alguien te envía con suficiente jerarquía yo debo cerciorarme de quién te facultó, no resultes un comediante —se da cuenta que esa palabra ofende y rectifica—, no de comedia sino un actor profesional, enviado para medir mi ingenuidad con su discurso ensayado. Es bastante obvio que su vicario máximo es el Presidente, aunque está el dueño y señor del mando él mismo cuando quisiera…; aunque los puestos oficiales resultan cansados, casi agotadores, así que un privilegiado evitaría meterse en un corsé.

—Usted quizá tenga mejores pistas.

—Sin embargo, alguien te envió y voy a saber quién.

—No estoy autorizado para revelar esa información, una indiscreción se paga carísima.

—Lo vas a decir, ya despertaste mi curiosidad.

—Me envió alguien que representa, no el top jefe, siendo una conection.

—Ardo en curiosidad y lo dirás.

—La prudencia no lo aconseja.

—Pero lo vas a confesar, como el creyente se coloca junto al confesionario y goza con la tranquilidad que le otorga el “secreto de confesión”. Esto será entre tú y yo nada más.

El visitante mira al cielo, hace un gesto de desagrado y responde:

—Está bien diré quién ordenado venir, será con recato para no desatar su enojo. Un enojo resultaría peligroso para mí, por este encargo —deletrea arrastrando las palabras como si hablara una lengua desconocido que no sea inglés ni español: Suarz-en-Perez.

—¿Shwarzenepeces? —hace pausa y sonríe por el nombre distorsionado— a ese no lo hubiera adivinado.

Da un aplauso para sí mismo, felicitándose por ganar ese pequeño envite. De inmediato suena el timbre en la puerta. Aurelio levanta la cabeza y dice al Emisario:

—Si me excusa yo iré para abrir.

Tras la anuencia de Aurelio, el Emisario avanza unos pasos, abre la puerta, recibe una charola de plástico y la examina. Luego sonríe torciendo la boca, sin definir si es por alegría o una conexión mental retenida para no evidencia algo más:

—El café está caliente y aromático.

Mientras desayuna, Aurelio sigue interrogando al Emisario. En resumidas cuentas el Emisario expone su visión de que existe un detentador del Poder en California y otro en Washington. Cada potentado funciona como un eje magnético fijo, por lo que no traslada su poder lejos de su punto focal, pues al alejarse va menguando hasta desaparecer; además al entrar en el radio de acción de otro eje del Poder, su magnetismo se paraliza y el Emisario desconoce si ese fallo sea temporal o definitivo. Al parecer las capitales de los principales países están relacionadas con esos detentadores del mando. Quizá en siglos pasados sí conocían la manera para heredar ese don de padres a hijos, por eso fundaron dinastías; luego eso dejó de funcionar y el don de mando ha saltado sin parentescos. Además llega súbitamente y entonces quien recibe el don no percibe a cuenta cabal que ha recibido y,  según su temperamento, lucha por gobernar un país hasta conseguirlo o bien se acerca con cautela para controlar al gobernante o bien huye escapando de esa responsabilidad. Cada respuesta arrastraría una consecuencia distinta de conmociones bélicas o pacificación súbita. 

Aurelio especula sobre la historia de México:

—Esa interpretación resultaría absurda para un personaje como Santa Ana, quien gobernó once veces al país; la existencia de un don de mando implicaría que se desvanecía y regresaba alternativamente.

El Emisario defiende su opinión:

—Ese personaje se refugiaba en una hacienda de Veracruz, quizá ahí reshift su don o convencía al dueño para volver a favorecerlo. Si un rústico paisano lo poseía, entonces sus efectos eran inestables y episódicos. Estoy convencido de que algunos nunca ejercen su don, ya sea porque así lo deciden o ni siquiera se enteran que lo recibieron. A lo largo de la historia de los países habría demasiadas opciones imaginables y reacciones alternativas. Como sea un súper-poder equivale a una ausencia enorme en su entorno.

—Un exceso de Poder es un exceso de opresión también. No quiero prestarme para pisotear la dignidad de mis semejantes; quitarle su decisión es opresivo. ¿Qué herida en el orgullo percibir que está rendida la voluntad propia para con otros? Si uno queda humillado y ofendido con un mote, por algo tan simple; ahora, imagina perder la voluntad.

El Emisario pregunta sobre el mote humillante y Aurelio evade:

—No es momento de recordar ese viejo tema… viejísimo; mejor sigamos con lo que sabes, porque hay más de lo que pretendías en un inicio. Como sea, sigamos… —hace una pausa, busca su idea y continúa— un exceso del Poder implica un entorno débil; los soberanos absolutos se rodeaban de súbditos, el país entero languidecía en una especie de esclavitud; eso significa que para una gran potencia se corresponde un entorno de gran debilidad; eso es una balanza de desequilibrios, si colocas demasiado en un extremo en el otro se lo quitas. En siglos lejanos el panorama era terrible, el exceso de privilegios de los reyes se complementaba con un entorno de opresión. El rey al declararse gobernante absoluto, sometía a todos a nivel de súbditos, carentes de mínima libertad. Lo que gana la cúspide, se pierde en los demás y pensar en una tiranía como designio natural repugna. En este momento, me recuerdas a Mefisto tentando a Fausto, para que abuse de los conocimientos recibidos. Me gusta creer que el mundo es más equilibrado. ¿Qué opinas de ese vacío alrededor?

—He pensado mucho en eso y estimo que el don queda en una operación inmediata. En el pasado el dueño del poder se coronaba como rey y convertía en súbditos o esclavos a los demás, pero quizá todo ha evolucionado y hoy son aceptables modelos legales, donde el mandamás se somete a la ley y no abusa de la debilidad. Quizá sea alguna virtud moral del jefe o quizá también el abuso atraía castigos y pienso en la hemofilia de los monarcas. De cualquier modo, también me gusta creer que soy libre, aunque lo dudo bastante. Además, ya dije que el dueño del mando está limitado en el espacio. Una palabra directa es muy potente e impone, mientras a la distancia es menos efectiva; si el mandamás envía un mensaje por internet o televisión el efecto será mínimo; quizá no traspasará un  perímetro de influencia. Supongo que Hitler se interesó en la televisión imaginando que cautivaría a larga distancia del mismo modo que en persona sobre la plaza de Berlín, cuando las damas hasta se orinaban ante sus arengas. Creo en un perímetro geográfico; cuando el detentador viaja pues quizá si cautiva de momento a quienes lo tratan, pero ese efecto se anula con rapidez, y más cuando hay otro detentador en esa zona. Los dueños son como antenas de radio que poseen un alcance máximo, fuera del cual son anulados. Sucedió con Napoleón, él era uno con ese don, pero su eficacia se perdía conforme se alejaba de Francia.

—Pero la campaña en Egipto fue exitosa.  

—La efectividad con el ejército cambia, tratándose de una organización acostumbrada al mando y cada soldado está obligado a obedecer. No soy especialista, pero la campaña en Egipto funcionó por la superioridad militar pura de las armas europeas, sin que pesara el carisma que ejercía Napoleón; en cambio su campaña en Italia sorprendió y con escasos soldados logró maravillas. Y, por último, su fracaso estrepitoso en Rusia, siempre se ha atribuido al invierno, pero ¿no habrá sido que él cayó en pánico al avizorar que su don se evaporaba? Ordenó abandonar Moscú en condición desastrosa, obligando a sus tropas a huir entre nevadas sin comida ni abrigo, cuando lo conveniente hubiera sido invernar, en Moscú bajo techo y cobijo. En esa huida irracional murieron unos 700,000 franceses, que obedecieron en una retirada suicida.

—Tu explicación resulta interesante y un relato plausible que deja otras interrogantes. También la armada de Hitler sucumbió ante Rusia.

—Es verdad, él permaneció en Alemania, lejos de las operaciones militares; de manera similar, la moral de las antes invencibles tropas del Reich decaía conforme se acercaban a Moscú y Estalingrado… La suerte militar languideció cuando estiró demasiado la liga y el perímetro del líder se esfumaba.

—Sin embargo, Inglaterra está bastante más cerca de Alemania que Rusia.

—Por alguna razón, el Canal de la Mancha es una barrera a las influencias externas, de tal manera que cayó la Armada Invencible española, Napoleón nunca cruzó y Hitler se permaneció en su lado enviando sus bombas V-2 y aviones sin aventurar su ejército.

—Tu narración europea es intrigante; vayamos a  lo que me interesa más: México y algo que contradice el descubrir  ¿cómo se apoderaron tan fácilmente los norteamericanos de la mitad del país allá por el siglo XIX?

—Imagino que existió un evento correspondiente a la región tomada con esa facilidad. Por lo que sé en California existe un detentador de Poder diferente al de Washington; el país entero es una sola organización, mientras hay diferentes fuerzas en cada extremo del país; quizá existe un acuerdo para integrar la superpotencia.

—Entonces por eso hablas de tus señores en plural, pero ¿representas a dos señores y nada más? ¿No sucede lo mismo en los demás países? Cabría que sean dos detentadores de Poder, uno blanco y uno negro, no en el sentido de razas sino como representación de las fuerzas básicas del universo, el yang y el yin orientales.

—Hasta donde me es permitido revelar, vengo como emisario desde California, pero existe acuerdo completo con Washington. La firma sería una única.

QUIÉN MANDA Y UN ACUERDO CON ULTIMÁTUM

Surge la pregunta evidente:

—¿Y en Washington quién manda?

—El Presidente de Estados Unidos.

—¿El mismo Presidente posee el don?

—No dije eso, únicamente expuse el puesto de quien gobierna por ley; el verdadero detentador del mando no me resulta conocido.

—Al menos debes tener una fuerte sospecha de quién es.

—Por lo que me ha dicho la gente de Schwarz el verdadero detentador está atrás del Gobierno formal, una rienda muy cerca, pero allá no rubrica ningún papel oficial.   

El Emisario se calla unos segundos y observa alrededor, incluso a su espalda como si alguien lo escuchara:

—Le suplicaría evitar este proceso inquisitivo, responder en exceso compromete mi papel; no es correcto negociar con un póker abierto.

Aurelio suspira:

—Mi juego de póker lo conocen tus señores, desde mi punto es absurdo firmar sin saber con quién. Esto es nuevo para mí y bastante extraño; y entre las cuestiones más raras está la rapidez con que tu jefe se enteró de mi adquisición del mando, como dicen ahora adquirí el “empoderamiento” y luego de una noche tú apareces.

—Mi superior debió recibir una clara advertencia.

—¿Quién se la dio?

El Emisario mueve la cabeza:

—Arriba o debajo de nosotros existe un orden, un trasmundo, quizá el mismo Dios mueve los hilos de esta extraña madeja del Poder; también hay quien sospecha de los extraterrestres o de una conspiración, —suspira y mira al techo— ahora temo que usted solicita demasiado, no soy capaz de desenredar la madeja completa. Diré que recibí una orden urgente y con dirección precisa; la orden fue contactarle con urgencia.

—Ahora especulas en lugar de responderme.

—No tengo una respuesta directa, tampoco no sería extraño que le estuvieran vigilando desde años atrás o desde el día del nacimiento. Tengo la impresión de que México quedó sin dueño del Poder algún tiempo. Quizá el anterior envejeció o murió; luego este espacio o corona quedó vacío, como una pausa, con eso vino una “transición democrática”. En los años del anterior régimen se hablaba de un gobierno monolítico, signo de que había un mandamás definido. Son simples deducciones de un partido único y sistema controlado.

—Alguna idea de quién fue el detentador del Poder en México antes.

—Imagino que era el anciano líder sindical al que reverenciaron durante décadas, no recuerdo bien el nombre…

Aurelio le interrumpe:

—¡Fidel Velázquez! La momia del sindicalismo, parecía una momia eterna y sí, encaja con lo que dices, pues se mantenía tan cerca del círculo del gobierno y era inamovible. Según la tradición él destapaba al candidato a Presidente cada seis años, lo cual es más que sospechoso.

—Y cuando se murió el sistema político del país se debilitó hasta que se vino abajo.

—El sistema simplemente cambió a una versión más moderna, una democracia imperfecta.

—Como usted diga.

Aurelio se pone serio:

—De cualquier manera odio ser espiado, dile a tu jefe que dejen de seguirme.

—Con gusto se lo diré, pero él no me recibirá una llamada inoportuna, habrá que esperar a que él llame y eso será en el transcurso del día; aunque eso de permanecer vigilado es una ventaja en un país tan peligroso. Quizá lo han librado de un problema sin que usted se entere.

Aurelio comenta con ironía:

—Entonces tu jefe es mi ángel de la guardia... —recuerda una rima— “angelito, angelito, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día”.

El Emisario mira con curiosidad. Continúa Aurelio:

—Eso me obligaban a recitar de niños, aunque a mi padre no le gustaba. Regresando al tema, preferiría controlar mi propia seguridad.

—Eso opinan en las altas esferas, hasta donde sé; bueno, no lo sé a ciencia cierta, pero eso creo.

Entonces Aurelio siente otra clase de pesadez:

—Y lo más importante, si alguien manda debería de saber mandar; bastante he investigado del asunto, aunque estoy todavía lejos del arte de gobernar, y eso se requiere; todavía tengo conciencia y no estoy tan contento con este don; los viejos le llamaban “sacarse un tigre en la lotería”… ganar lo que parece un premio, pero arrastra problemas; adiós a mi paz, adiós a mi tranquilidad.

—Creo que muchos dueños del Poder se mantienen a la penumbra y, supongo yo, algunos han evitado ejercer su don.

—Si nunca cursaste medicina ¿te atreverías a hacer operaciones a corazón abierto? Hace unas horas intenté enmendar a un pordiosero y enloqueció con el cambio que le ordené; para mí era levantarlo a la dignidad y para él no resultaba.

El Emisario busca una solución mirando al techo:

—No operaría a corazón abierto, aunque sí contrataría a un especialistas; los especialistas están en el gobierno y en las universidades; con buen tacto no creo será difícil rodearse de especialistas en los temas de gobierno, o de administración del país, o de lo que sea…

—Ya estás hablando de modo sensato, —hace una pausa y regresa al punto— aunque permanezco muy intrigado con tus jefes o lo que sean. ¿Cómo se enteraron tan rápido de mi nueva situación? Todavía no lo sabe ni mi madre y ya están enterados no sé qué mandones allende de las fronteras. Quién sabe cuánta gente está estudiando mi caso, sopesando los pros y contras de esta súbita facultad. Alguno estará preocupado y otro contento… eso no lo revelas, así que no te lo pregunto y voy adivinando.

Afuera la megalópolis ya ha tomado su ritmo normal, con millones de oficinistas y obreros llegando a sus trabajos, el transporte público vomitando multitudes; la gente se apura y pone seria al acercase a las fábricas y oficinas; millones de zapatos sonando contra el suelo; millones de respiraciones cada minuto; miradas que acarician indiferentes el concreto y cristal que domina la urbe. El día semeja a cualquier otro y ningún cometa en el cielo ni temblor de la tierra indican que algo inquietará su futuro. El frío matinal se ha disipado y un día tibio se extiende hacia las cuatro direcciones cardinales. El anfitrión se levanta, mira por el balcón, regresa al sillón y continúa platicando:

—No estoy en disposición de negociar, pero escucharé tu propuesta. ¿Existe algo en concreto?  ¿Existe una barrera que no debo traspasar?

El Emisario busca un cartucho cilíndrico y adentro hoja doblada entre sus ropas. Extrae la hoja que está amarada con un moñito, como arreglada por una tienda de regalos, quita el moño y desdobla la hoja, la cual pugna por regresar a su posición circular, torciéndose desde los extremos. Deteniendo con ambas manos los extremos del pliego, el Emisario lee: “Excelente y libérrimo señor Aurelio Velarde López, me permito congratularme de su nueva condición de plenipotenciario de un singular Poder de mando; del cual ya se habrá dado cuenta, antes de leer este comunicado. La persona que le entregará personalmente este envío diplomático es nuestro Emisario especial, quien tiene amplia facultad para ponernos en contacto, sin embargo, no queda facultado para modificar ninguno de los términos de este acuerdo. Una vez leído este comunicado, usted recibirá un “teléfono rojo” mediante el cual obtendremos línea directa para casos de suma necesidad o urgencia. La petición de pacto que le hacemos es sumamente sencilla: 1) Usted elegirá una residencia dentro de un perímetro de mil doscientos kilómetros considerados desde el Centro de la Ciudad de México; evitando los viajes prolongados que rebasen ese perímetro. Para rebasar dicho perímetro se requerirá de un acuerdo temporal de partes, determinando el motivo e itinerario permitidos. 2) Usted evitará perturbar y ordenar a personas que provienen de nuestra zona de influencia o de cualquier detentador de Poder ajeno, cuando viajen o residan legalmente dentro de su territorio. 3) Después de quedar en posesión del personal gobernante e instituciones políticas dentro de su área perimetral mantendrá relaciones de buena vecindad y, en lo posible, de cordialidad con el personal gobernante e instituciones políticas que nosotros mantengamos dentro de nuestros perímetros. 4) En lo posible, usted evitará acciones que resulten oprobiosas para la población dentro de su perímetro o redunden en hostilidades externas posteriores.

A cambio de estos límites tan razonables, le ofrecemos reciprocidad: 1) Respetaremos sus decisiones y órdenes dentro de su perímetro; evitaremos viajar dentro de ese espacio y en caso de necesidad justificada, acordaremos el itinerario y un posible encuentro. 2) Evitaremos perturbar a las personas que provienen de su zona de influencia, cuando viajen legítimamente a este territorio. 3) Mantendremos relaciones de buena vecindad y, en lo posible, cordialidad con su personal gobernante. 4) Evitaremos conspirar contra usted y, por el contrario, le informaremos de inmediato sobre cualquier sedición en su contra que ocurra dentro de su perímetro, y esperamos reciprocidad en este punto. Para cualquier asunto no acordado explícitamente nos guiaremos por las leyes y tratados internacionales vigentes, así como las estructuras políticas imperantes, esperando que por su parte siga esa misma regla.

En su soberanía, están disponibles el cielo sobre su cabeza y el infierno bajo sus pies y ahí están para traspasarlos, por lo que no es prisionero sino libre entre los libérrimos. Por simplicidad y armonía, basta una firma bilateral y se entenderá que surte efecto con las demás regiones del planeta, que se manifestarán rápidamente conformes y amistosas ante su Poder.

Evitar mutuas hostilidades es crucial así que hemos establecido una costumbre entre nuestros pares; según la costumbre usted enviará a un pariente consanguíneo para residir dentro de nuestro perímetro en prenda, lo cual será correspondido por nuestra parte. Cordialmente. Siguen firmas ilegibles.”

—¿Eso es todo? No parecen peticiones en demasía y ya me tratan como si fuera el nuevo Presidente. —Aurelio haca una pausa y vuelve a una idea importante— Insisto en que no resulta justo que desconozca a mi contraparte. Quien te envía sabe bien quién soy, por mi parte desconozco. En justicia, si lo escrito supone que somos iguales, entonces conviene que se revele con más franqueza.

—Disculpe que comente algo, que suena a contradecir —hace una pausa el Emisario y sonríe en son triunfal—, ya que en estos tiempos a diario hacemos contratos sin conocer al dueño. ¿Quién conoce al dueño de la telefónica, las compañías de gas y electricidad? Cada simple compra implica un contrato. Cada cuenta de banco y de seguros es un contrato, si los clientes exigieran tratar personalmente con el dueño del negocio, el mundo estaría paralizado.

Aurelio señala:

—Es un buen punto, aunque esto no es una simple compra, no se generan contratos que comprometen el destino de un país a cada rato y se acude a la ventanilla para cambiar de país vecino si no te gustó el trato. Como sea… Una firma suele ser implícita, no se requiere de una firma real cuando hacemos compras digitales o cuando convivimos con una mujer varios años se asume que es un matrimonio. Así, que cuando las voluntades se encuentran y hay una buena fe no se requiere de firmas y contratos, al revés, cuando se firma un documento legalmente inválido también la firma pierde su validez. Como sea… —hace una pausa— me estoy desviando. El detalle que no me gusta es el “intercambio de prisioneros”. Yo no mandaría a un pariente como garantía ante conflictos potenciales. Es como dejarlos prisi…

—¿Prisioneros?

—Sí es como el intercambio de prisioneros recíprocos de las tribus antiguas.

—No lo había entendido así —anota el Emisario.

—Ese punto no está en la negociación; les vas decir que eso no lo acepto.

El Emisario cambia el tono de voz, con un giro que pretende dramatismo, dice:

—Nada está a negociación, es un pacto escrito de todo o nada; se toma completo o me revocan el mandato, mis jefes son terribles cuando se falla… ¡Qué bueno que nunca serán los suyos!

—Si no acepto, entonces ¿qué pasa?

—Esto se pone feo.

—¿Feo?

—Sería un fracaso mío y en la frontera una especie guerra.

—No estoy declarando ninguna guerra, yo quiero más tiempo, pensarlo mejor.

El Emisario se encoge de hombros:

—Tengo hasta después del atardecer para obtener su respuesta.

 

 

El sillón está tan mullido y agradable aunque continúa el frío desde el interior de su cuerpo. El desayuno tampoco ha calentado el estómago, además Aurelio siente dolor en la cabeza, como un golpe que ha permanecido ahí durante demasiado tiempo. De nuevo la pesadez en el cuerpo que no lo deja moverse y, ahora se suma el frío que cala los huesos. Aurelio se preocupa y le pregunta al Emisario:

—¿No sientes un frío atroz que te cala los huesos? El amanecer debería estar calentándome y no es así.

El Emisario no responde con palabras sino con la cabeza, con la cual niega enfáticamente. Luego se levanta del piso y camina hacia el balcón, quiere respirar el aire fresco de la mañana. El cansancio lo agobia, le tiemblan las piernas al caminar. Aurelio imagina que el Emisario caerá si se vuelve a asomar, que sucederá un accidente y le previene:

—No te asomes por el balcón, no vaya ser que te pase como al tonto del pueblo que “se cayó por asomarse”.

Esta vez el Emisario no le hace caso y avanza buscando aire fresco. Entonces Aurelio insiste:

—Que no vayas al balcón.

El Emisario parece no oír y sigue unos pasos más hasta alcanzar el balcón. Ahí respira hondo, absorbiendo el oxígeno que le urgía y desde afuera responde:

—Sin oxígeno suficiente pierdo el sentido, dejo de escuchar o mejor dicho oigo sin entender. Piense usted que quizá el poder depende de un centro y origen más de lo que suponía. Mis señores se desplazan cientos de kilómetros y alcanzan fronteras donde se desvanece su mando, donde comienza la diplomacia con sus vecinos. Sin embargo, quizá su naturaleza sea distinta y ese gran Poder sea flor de un momento, breve cual “Sueño de una noche de verano”.  

Que el Emisario lo haya ignorado le generó intriga y hasta ansiedad. Atemorizado y dudoso de haber extraviado tan pronto su don, Aurelio despide al Emisario:

—Es momento de que te retires, quiero estar solo y pensar las gentiles propuestas de tus señores. ¿Dejarás el escrito para examinarlo?

—Claro, es justo que lea y relea esa misiva ya que es la carta que marcará el resto de su destino. No vaya a suceder que algún enemigo gratuito lo envenene o que los jugos gástricos de las entrañas del Poder le dañen.

El Emisario sonríe y parece contento mientras silba una tonada. El Emisario saluda con un gesto de manos mientras cierra la puerta del departamento con cuidado.

Aurelio siente el sillón mullido y cómodo, aunque su cuerpo esté tan frío, como bajo una loza de piedra.

 

ALGUIEN EN QUIEN CONFIAR: EL PODER CORROMPE

En cuanto desaparece el Emisario, Aurelio sabe que el tiempo apremia para hablar con alguien de confianza y comienza por disculparse con Dafno:

—Por favor disculpa mis ofensas; fue un imbécil de cantina, mi actitud fue por completo idiota; no sé qué me sucedió, pero lo que haya sido es poco ante lo que confesaré y el enorme problema que tengo encima.

El amigo Dafno estaba justamente ofendido:

—Y nada más me hablas así como si nada, te portaste... cerdo.

—Reconozco mi error, mis muchos errores, pero ya sabes los malos consejos del alcohol; ya sabes que te quiero —Aurelio supone que esta frase final posee un doble sentido que conmoverá— lo digo con sinceridad, te quiero como amigo.

—Sí, ya como amigo… el mal amigo que bebe y luego se pone loco y ofende.

Las disculpas se reiteran hasta que el oído y el ánimo de Dafno están dispuestos a escuchar.

—Lo que revelaré es tan importante que nos debemos ver a la cara, para que me creas; después de que no separamos sucedió algo increíble.

En tono de regaño y alarma Dafno objeta:

—No me digas que te metiste en problemas por malacopa, mataste a alguien, pretendes que pague una fianza para sacarte de la cárcel.

—Nada de eso… ni maté a nadie ni estoy encarcelado; al contrario, soy del tipo más libre en esta tierra, tan libre… no lo creerás; además mereces una disculpa en persona.

Muy intrigado, Dafno accede a salir de inmediato para reunirse. Mientras se dirige hacia el departamento por su cabeza transcurren conjeturas: “¿Habrá salido del clóset y por eso entró en una fase tan agresiva? También una declaración de SIDA pone a la gente algo loca y homofóbica; eso parece más lógico; si fuera la enfermedad me daría mucha tristeza; espero que no haga una locura, la medicina avanza, será mejor que no se suicide…“

Después de colgar, Aurelio suspira y se relaja. El sillón donde se ha sentado está más mullido que el efecto de la tela y acolchados internos. Piensa que ha sido correcto no acercar a Alfonsina, pues el punto de que ella siga enamorada de él sin ser correspondida la convierte en un factor explosivo. Mantenerla lejos evita un entramado de potencial daño, es mejor no comunicarse con ella, ni en pensamientos invocarla hasta que esté resuelto su destino. Acaricia el brazo del sillón y acomoda mejor el cuerpo en la superficie, sus músculos y tendones desde el interior claman por descansar más. Una especie de nubecilla de “pneuma” imaginaria escapa del siguiente suspiro tal cual Aquiles exhalaba tras la batalla definitiva, así durmieron los aqueos alejándose de Troya tras el incendio. Nada más queda un silencio, donde no hay búsquedas ni intensiones; lo extraordinario de un don se esconde tras la cortina de la indiferencia. El olor a viandas desconocidas flota hacia su nariz mientras cierra por entero los ojos y afloja los hombros contra el respaldo. Los sonidos caóticos de la enorme megalópolis se deslizan por el balcón y no lo inquietan. Sospechar que el Emisario, tras de sí ha dejado vigías hostiles no le interesa; en rápida sucesión irrumpen los Tezcatlipoca-Quetzalcóatl y ejecutan una danza, que burbujea con fragmentos de sus explicaciones. Mientras se va hundiendo en el sopor matinal piensa: “Cualquier realidad posee un origen; cada eslabón en la cadena de existencia nos lleva hasta un punto especial; los actos más insignificantes nos empujan hacia una senda, que los antiguos llamaron Destino y, una vez encarrilado, no hay marcha atrás. ¿Mi día de nacimiento señaló para encontrarme con ellos? El privilegio de mandar también arrastra una carga… el evidente precipicio de los gobernantes que se van quedando solos, rodeándose de lambiscones y cayendo en la ambición desmedida, hasta sacar el rostro horrible de la tiranía… ¿Gobernar absolutamente no es también esclavizar? En ese caso yo sería el primer enemigo; sin haber recibido nada ya me comporté tan mal con Dafno y empecé a jugar y manipular desconocidos de la calle como fichas de dominó…”

Visualiza una ficha que crece enorme cual edificio con ventanas negras y redondas; la ciudad queda en silencio y duerme profundamente. Descansa cuando debería aprovechar su jornada, agotado por las agitaciones y un torrente de impresiones que no ordena en su mente. Transcurre el sueño hasta que lo despierta el timbre. Se incorpora menos cansado, aunque con los miembros tensos y con los tendones de las pantorrillas cual ligas duras que le molestan.  Abajo timbró Dafno:

—Qué gusto, claro, sube de prisa hay mucho que platicar.

Se mueve con lentitud hacia la puerta, usa la mirilla central buscando a secuaces del Emisario y parece que no hay nadie en el pasillo. Abre la puerta despacio y mira alrededor, el sitio está vacío, de reojo brillan los números del elevador que indican subir. Espera hasta que el amigo sale del cubo metálico y lo abraza efusivamente.

—¡Qué bueno que te disculpaste! Hubiera sido una pena terminar una amistad así.

Siguen algunas disculpas más y los cumplidos para reiterar el mutuo afecto. Mientras el anfitrión sirve un refresco, Dafno se ha sentado y pasea la vista por el sitio. Entonces descubre en el piso un arma, da un traspié involuntario y pone cara de susto:

—¿Eso es lo que creo que es?

—La ha dejado un tipo, aunque deduje que ni siquiera tiene balas o, como sea, no se ha usado; al menos el tipo prometió no usarla a menos que…

Dafno lo interrumpe alarmando y pregunta si anda en malos pasos, él responde:

—La verdad es más increíble de lo que te supones y tengo que platicarte paso a paso, lo que sucedió después de que nos separamos…

Le resulta difícil explicar qué son y cómo son ellos, con sus ondulaciones alrededor y un aire milenario. La mañana se ha terminado, comienza el sol vertical del mediodía, el calor se acompaña de briza desde el balcón.  Explica y lucha contra la incredulidad del amigo quien, de cuando en cuando, acota:

—Quisiera creerte, resulta tan raro lo que dices.

El anfitrión sabe que la prueba es sencilla en extremo:

—Si el relato es cierto tengo la capacidad para obligarte a que hagas algo que te resulte repugnante.

Vuelven a argumentar:

—Claro, si me obligas a comer una cucharada de mostaza que es repugnante y jamás la he tolerado.

Mientras se levanta Aurelio explica:

—Para que tenga más valor de prueba objetarás que es asquerosa y jamás aceptarías comerla, ni dormido ni estando loco.

—Así es, no me la comeré.

Regresa con un frasco amarillo y una cuchara, se acerca mirando de frente:

—Si no ha sido una gran alucinación o estoy desatinando lo que sucederá a continuación es te pediré de la manera más simple que comas pequeñas cuchadas de esa, para ti, repugnante sustancia.

—Ni creas.

Aurelio extiende las manos y da los objetos:

—Primero debes abrir el frasco, si no es imposible comerlo.

En silencio Dafno empuja la tapa y jalonea hasta que suena un “flap” y se libera la rosca. Mira con extrañeza y olfatea el contenido, dice “Agh” con disgusto.

—Y te la vas a comer, es una simple orden directa, que te resulta imposible de rechazar.

El invitado ensarta por entero la cuchara, la colma de pasta amarilla y la mira su cubierto repleto. Hace una mueca de disgusto y abre la boca; mueve la cuchara con velocidad y engulle el contenido, mientras expele sonidos desagradables “Agh… más argh”.

—Sabe horrible y no lo creo, sí lo hice.

Saca la lengua como suplicando algo a Aurelio.

—Te voy a dar refresco y haces buches mientras te explico qué pasa. Ya ves, no estoy enloquecido; esto sucede desde ayer; te voy a explicar la visita de un Emisario.

Conforme avanza el relato el amigo se tranquiliza al comprender el origen de la pistola tirada; sin embargo, se queja de náuseas; el anfitrión sugiere que no lo haga, aunque el desenlace es inminente y Dafno termina yendo al baño para vomitar.

Cuando regresa se sonríe:

—No lograste evitar que vomitara.

—No pretendo el papel de Dios ni mandar sobre los reflejos biológicos; ahora soy el primero en preocuparse y temo terminar enloqueciendo; siento que no consideras tan serias consecuencias que vienen.

—Esto me rebasa. Al menos te estás desahogando y ya sabemos que no estás loco ni orate… por el momento.  

—Hay algo más que desahogo; este don es peligroso desde el principio y no hay que esperar a que uno se engolosine.

—Si fueras un tipo malo lo sería…

—No es que sea malo o busque serlo; pero hay otros iguales y por eso el Emisario urge un trato… Que quizá valdría hacerlo, simplemente por ganar tiempo, aunque entregar a la familia de rehén es horrible, incluso escalofriante. Y suponiendo que no tenga por ahora más salida, tomo el trato, pero hay más de fondo. Siento que uno estaría contaminando.

—¿Contaminar?

—Me refiero a que pronto cualquier gente estaría complaciéndome y engañándome, porque sin querer les estaría ordenando; al rato me gustará rodearme de aduladores y lambiscones; en poco tiempo estaré rodeado de nulidades, una especie de esclavos.

—Entonces habría que alejarse de ti, como sucedió con el Rey Midas.

Aurelio recordó vagamente un capítulo blanco y negro donde un Rey Midas comenzaba alegre a convertir en oro sus árboles y cojines, después la película se volvía dramática conforme tocaba a sus alimentos y se quedaba sin comer, terminaba en tragedia cuando, sin querer, rozaba a su esposa e hijos. En el horizonte pensó un resultado de estatuas sin vida o… en el fondo autómatas sin voluntad:

—Entonces alrededor quedarían “autómatas sin voluntad”.

:

—Sería feo —convino Dafno— tanto como pegarle al Niño Dios.

—Es horrible, quizá la humanidad entera está así desde sus inicios, esto si creemos en lo revelado por ellos; una tribu inmensa de autómatas conforme se aproximan a centros vivos de poder, lo que se llamaba las majestades.

—Mientras pensamos esto con cuidado, tengo una idea. Sería pertinente almorzar, así me quito la impresión de la mostaza.

—Yo ya había desayunado; pero te acompaño.

Los amigos salen a paso lento del edificio, cerca está un pequeño restaurante que abre desde el amanecer. Mirar la calle bajo un sol intenso otorga un sentido de estado ordinario a la jornada. Aurelio se admira de que el entorno siga funcionando igual:

—Siguen en sus tareas cual si nada sucediera, pero a cualquiera que detenga aceptará una orden mía sin chistar.

—¿Cualquiera?

—Excepto los enamorados.

—Entonces lo mío ¿no es amor? No contestes, no quiero saberlo, vayas a salir que eres la adivina del zodiaco y Kalimán en el mismo paquete.

El restaurante está vacío, una mesera morena y delgada entrega menús plastificados. Aurelio pide café para los dos y que cierre la puerta de entrada. La mesera obedece y la cajera le reprende, se acerca a la mesa a preguntar si es cierto que alguien ordenó no dejar pasar a más clientes:

—Yo lo pedí, porque he visto a un tipo sospechoso en la proximidad; mejor déjelo así, no vaya a ser.

—Está —la cajera tartamuedea, como si no enocntrara palabras, hasta que termina—muy bien, mientras no llegue el patrón, lo que usted diga.

—¿En verdad hay un sospechoso? —Se inquieta Dafno— ¿En serio?

—Tengo la impresión de que nos ha seguido gente del Emisario.

Aurelio tranquiliza al amigo, explicando que no supone peligro, pero sí es preferible mantener distancia. El almuerzo consiste en un par de huevos fritos y el amigo está animado, bien dispuesto a adaptarse a esa nueva realidad:

—Es importante descubrir los peligros potenciales, ya sabes que la gente fácilmente odia a los políticos, entonces sí se enteran de que adquiriste facultades de rey tendrás más enemigos de los que te imaginas.

—Por eso apareció el Emisario armado.

La mirada de Dafno chispea y mira al horizonte, se desinteresa por la comida del desayuno tardío:

—El Poder es un juego peligroso y más un novato, para quien no está preparado para jugarlo; saber sobre los grandes autores de ciencia política es distinto a enfrentarse al ring de boxeo, con golpes bajos.

Aurelio siente un tono extraño en la voz del amigo y éste responde:

—Esto parece el efecto Rey Midas alterando el ambiente; como sea, prefiero regresar al departamento, me basta con un pan de dulce para el camino.

Al caminar de regreso Aurelio continúa explicando sus preocupaciones:

—Para quien sufre el efecto de mi voz de mando es una situación por entero injusta; bastaría que reciban una orden disparatada para arruinar su existencia.

—Quizá la gente ha recibido esa clase de órdenes absurdas desde niños, por eso tanta infelicidad; ya vez tantas personas enredadas entre miedos y preocupaciones; eso viene desde la infancia. ¿La mala educación no es eso? Sí, mala educación son órdenes absurdas que arruinan de por vida, por eso hay tantas terapias psicológicas diferentes.

—Si los errores y horrores los han cometido otros no me preocupa tanto como yo cometer los errores por todos.

—Si ya lo sabes, entonces guardas silencio y evitas equivocarte.

—Existe esa alternativa, de alguna manera lo expresó el Emisario, y recuerdo la tradición de mutismo y autocontrol de algunos gobernantes, así debería hacerlo el Dalai Lama, el jerarca religioso tibetano, que no es el único caso: educar al rey es amarrarlo y afinarlo antes de que cometa desatinos.

Regresan al departamento y sobre la puerta está un pequeño papel pegado con un recado: “Sea considerado. No es escape. Estaré puntual al anochecer para su respuesta.”

Dafno opina:

—Aunque des una respuesta positiva y hasta firmes convenio o lo que sea, lo recomendable es más cautela; le dejas un recado y un teléfono para tratar sin enfrentarlo.

—Vaya que te estás volviendo sagaz; nada más paso al baño y le llamo a Herminio.

Al salir del baño, Aurelio explica su plan que consiste en aplazar la firma del pacto propuesto, mientras tanto buscar a Herminio, quien le dio un amuleto que perdió.  Dafno sugiere esconder el arma y separarse durante el resto de la jornada.

REUNIÓN CON HERMINIO Y SUEÑO DE SUBLEVACIÓN

Por teléfono Aurelio explica que le urge reunirse y que le gustaría que llevara otro amuleto igual al extraviado:

—Tengo cosas extraordinarias que platicarte.

Herminio responde atento:

—Me interesa escucharte, aunque conseguir lo que quieres no es sencillo.

Conciertan verse en un café de chinos en el Centro de la ciudad.

Antes de salir, Aurelio decide probar una nuevas pastillas ansiolíticas y, de una vez, una dosis doble. Decide que esa es la manera para relajarse y aguantar la presión que vendrá. El frasco no señala contraindicaciones, son pastillas rojas. Espera que un relajante profundo lo librará de la ansiedad que se agita alrededor, además que sería un exceso seguir consumiendo más analgésicos, sin descartarlo por completo. Se acomoda en el mismo sillón y encima una manta. Y en cuanto cierra los ojos, un sopor se extiende incontenible…

Con un ánimo optimista imagina que se incorpora y sale corriendo de su edificio, que ha cambiado de transporte tres veces para cerciorarse de que no lo sigan: taxi, colectivo, subterráneo, colectivo y taxi. El café tradicional ocupa un local modesto, inclusive algo sucio; huele a madera vieja y a trapos húmedos que han repasado miles de veces la duela del piso. El dependiente posee rasgos chinos y modales hípsters; mantiene la vista clavada en un periódico deportivo y es poco atento con los comensales. La entrada la franquea una abatible de doble hoja, al estilo cantina del viejo Oeste; los muelles chirrían cada vez que se agitan las hojas. Herminio había llegado antes, permanecía sentado y girando ociosamente la oreja de una tasa blanca, decorada con signos rojos de caligrafía oriental.

—Tendrás que creerme que ha sucedido lo que temías sucedería.

Herminio levanta la bebida humeante a manera de un brindis:

—Espero felicitarte y no darte el pésame.

—A veces se camina sobre el filo de la navaja, entre dos riesgos; lo bueno también resulta en un mal; lo extremadamente favorable se convierte en una desgracia y tú intentaste advertirme cuando me diste un talismán…

Aurelio expone un relato breve de lo sucedido y Herminio solicita detallar la visión de ellos:

—¿Te han parecido seres terrestres o estelares?

—Ellos fueron vistos y oídos, aunque la gente ordinaria no los ve.

—Preferible evitar visiones; esas son propicias tras la muerte; no creo que sea mi momento ni era el tuyo.

—No estaba listo para ellos ni para recibir un don tan denso que es como el don del Rey Midas.

Herminio se queda pensativo:

—Imposible encontrar lo perdido de una manera rápida; ahora tú deberás ser tu propia protección; requerirás más paz interior y amor del que te imaginas, de lo contrario sí serás un títere de tus apetitos y caprichos; porque lo sabes… el poderoso se convierte en déspota con facilidad… Eres peligroso para quien se aproxime con inocencia pues tu mando se roba las voluntades sin pedir permiso. De ahí al precipicio moral hay un trecho pequeño.

—¿Tú qué me recomendarías para no corromperme?

—Recomiendo aislarse de la ciudad, refugiarse en un Centro Ceremonial Azteca, donde te purifiques alejado de las malas influencias lo suficiente…

Aurelio lo interrumpe:

—Este don no sirve, trae más problema que alegrías.

—Opinar a la ligera es equivocarse; si ellos expusieron que hay motivos para que exista, entonces debe haber motivos suficientes, incluso inconfesables….

Aurelio pierde atención a la explicación, cierra los ojos con fuerza y mira la imagen del dueño del local cuando eleva el volumen de las noticias:

—Se pide a los ciudadanos permanecer en sus casas; varios batallones militares, al parecer, se han sublevado; la agitación parece estar centrada en la Escuela Militar… En un minuto nuestro corresponsal, con imágenes exclusivas de tanquetas moviéndose hacia el Palacio Nacional.

—Eso sucede cerca de aquí, —Herminio se agita— pronto habrá soldados en estas calles; es mejor alejarse de esta zona; temo un Golpe de Estado sangriento y, nada es casual, está ligado con lo que te ha sucedido.

Aurelio se incorpora de la silla y se toca el estómago; rodea la mesa, se acerca al televisor y mueve las palmas de la mano hacia abajo en gesto de calmar algo; gira la cabeza y clava la vista en un horizonte imaginario. 

—Bastará charlar con el líder golpista y quedará bajo mis órdenes; si es correcto lo que nos imaginamos los soldados han percibido que en este gobierno no hay nadie con don de mando; porque de modo instintivo el brazo armado del Estado busca liderazgo y no lo ha encontrado. ¿Qué opinas?

—Hace unos momentos dije que lo mejor es alejarse del ambiente corrupto y refugiarse en un centro ceremonial; precipitarse sería convertirse en títeres y hacérselo a otros.

—Es demasiado tarde para huir; ya salieron los soldados de los cuarteles y se enfrentan leales e insurrectos. La oportunidad pertenece a los audaces, aunque un bala perdida esté aguardando, no asumo que ese sea mi destino.

—Es precipitado usar un don del que desconoces alcances y consecuencias… Además tú no aspiras a dictador ¿o me equivoco?

—Correcto, no aspiro a nada malo; pero sonó la hora de la audacia, dejar de lado cualquier temor, quizá con unas cuantas llamadas cambie una tragedia. Si he sido víctima de una ilusión terminaré temerariamente con el engaño. Más vale un minuto de gloria que una existencia parapetado en la cautela… ¿qué sucede si los soldados bombardean el Palacio Nacional?

Aurelio asume que su destino está fundido con esos Avatares de la cámara secreta. Recuerda la historia del país y tiene la impresión de que ese edificio jamás ha sido seriamente bombardeado desde que se construyó: las revoluciones y asonadas le reverencian sin que sea evidente. Delibera con Herminio la prudencia de involucrarse o no.

—Por la irresistible fuerza de este don de mando ambos bandos accederán, se doblarán como pequeñas ramas ante un huracán. De inmediato llamaré.

Herminio mira con seriedad, arruga el ceño, su gesto silencioso denota desacuerdo y en su fuero interior quiere huir a un santuario espiritual para preservar a Aurelio de sus inclinaciones descontroladas, incluso maligna.

El dueño del sitio, con mirada perruna, acerca el teléfono antes de que se lo soliciten, de inmediato marca el número de un cuartel militar próximo y explica con ánimo alegre:

—Sin duda ahí nos contactarán al líder de los militares, busco al general de más alto rango.

Aurelio asiente, aunque piensa, que su propia voz será la única efectiva para lograr la comunicación. Mientras espera la comunicación, se distrae con más imágenes televisadas de soldados marchando y máquinas bélicas. Unos segundos después el enlace se logra:

—Esperaban su llamada…

Con sorpresa Aurelio toma el auricular de un viejo teléfono de plástico negro y escucha:

—El general acepta su llamada... De inmediato lo comunico.

Mientras una música ligera indica la espera del conmutador telefónico, al sitio entra un soldado pateando la puerta y lo siguen varios más, vestidos de color verde manchado, al estilo camuflaje. Las personas en el sitio cesan cualquier actividad y observan pasmados la entrada de diez militares que cargan fusiles en sus manos, azotan sus botas en el suelo y se colocan al centro. Un evidente líder los guía al frente, es prieto con evidente ascendencia indígena, estatura media y pómulos prominentes; que al plantarse en el centro recorre la mirada y descubre a su interlocutor, por lo que levanta la voz:

—Que el señor se entregue —mientras señala con el brazo en dirección de Aurelio, sentado a unos pocos metros de él.

—¿Cómo me voy a entregar? —objeta de inmediato, con voz temeraria, a pesar de lo tenso del ambiente— Estoy para mandarlos.

El líder de los soldados es moreno y de quijadas angulosas; agita una metralleta negra y le clava la mirada, un gesto ancestral con ecos de guerras de exterminio y campos de refugiados:

—Mandar, ni qué tanates; está detenido, usted y todos sus secuaces; hay corte marcial y los vamos a fusilar.

Un tono de teléfono despierta a Aurelio, las imágenes vívidas se disuelven junto la mirada inyectada del soldado. De inmediato reconoce su mismo departamento y alarga la mano hacia el teléfono y escucha la voz de Herminio que se disculpa porque está retrasado; Aurelio le reclama con desgano y agotado:

—No sabes, estoy muy cansado ¿podrías venir acá? Sí más tarde, de alguna manera urge ya... ¿hasta qué hora vendrás? Como sea trataré de descansar otro rato.

Cuelga el teléfono, siente una sed de diablo desértico, avanza con desgano hasta el refrigerador donde lo espera una jarra helada de agua que vierte en un vaso traslúcido. Bebe de prisa y se lleva otro vaso al mismo sillón. De nuevo sentado quiere seguir durmiendo y se acomoda. La pesadez de cabeza y un súbito oscurecimiento del ambiente se alían de modo raro.

PACTO DE SANGRE

Entre ensoñaciones han transcurrido muchas horas, para Aurelio la tarde se vuelve por completo oscura y se pregunta en un nuevo sueño “¿Y si resulta tóxica  esta mezcla de pastillas?” Y lamenta haber sido confiado; luego supone que es natural quedar cansado y sentir frío tras jornadas de milagrerías y amenazas, agitaciones y sorpresas sin treguas. El aire alrededor pesa cada vez más. Imagina lo que sucede ayudado por la letra de una canción: “Entre dos tierras estás y no dejas aire que respirar”. Sin abrir los ojos su cuerpo descansa y la mente se entrega a la somnolencia.

De pronto siente una brisa que acaricia las mejillas, quizá una puerta que se abre. ¿Regresó el Emisario? Sí, ha entrado de nuevo el Emisario, sigiloso y triste ya que lleva una condena en el bolsillo: su sangre a cambio de amparar a su familia, a su tercera familia y a los demás. Saca de la cartera el retrato de una joven, recién salida de la adolescencia, con pelo negro y largo, que posa frente a una casa en los suburbios de Los Ángeles. Una vida de ensueño comprada con la fidelidad a una causa. Ahora el Emisario deberá demostrar su fidelidad y la seriedad de sus palabras con su sangre. Trae la carta que justifica al suicida, y por eso repite el comienzo ritual “No se culpe a nadie de mi muerte”. Desde que entró escucha el ligero ronquido de Aurelio… Eso es una señal, y con sigilo el Emisario se dispone a preparar el escenario perfecto para su suicidio.

A Aurelio, acomodado en su sillón por el momento no le importa nada, sino descansar. El cansancio acumulado desciende en agua de un arroyo cristalino limpiando la sangre intoxicada. El frío de la noche regresa cada vez más anestésico; siente la densidad del aire y no tiene fuerzas para abrir los ojos. El ruido exterior mezcla la lejanía, desde una enorme Plaza donde se ha congregado una multitud con el rumor que se transmite desde una gran distancia y suena a sordina del subsuelo, desde donde se filtra en la proximidad un recitar de “No se culpe a nadie de mi muerte y Todo el poder al pueblo”. En lugar de despertarlo el ruido externo lo sumerge en la zona más honda de su ensoñación. Su mente onírica proyecta el famoso túnel que muestra la completa existencia ante los ojos, esta vez no ha viajado al cielo sino al pasado. El recuerdo viaja por los instantes desde la noche que despertó en el vientre maternal hasta el momento cuando la muerte lo sopesó en la balanza, ese momento en que se desangraba a unos pasos del recinto más recóndito del Palacio, cuando respira con dificultad e incapaz de moverse, suplica una prórroga para revelar los secretos del Poder… Y sus pasos regresan al recinto subterráneo y se pregunta ¿quiero escuchar a Quetzalcóatl que es lo mismo que el Cristo de su madre y el Buda de los lejanos orientales? Con la cabeza archivando datos y relatos de Maquiavelo o Clausewitz, ignora tanto para manejar las riendas del Poder sin perder su alma en el intento y a la primera oportunidad pide gestos absurdos a un guardián del panteón y a un pordiosero. Al reconocer su incapacidad una voz dulce que supone bienhechora le aclara: “Sigue el camino de lo correcto, que la ruta está llena de trampas.” La voz de su conciencia al fondo reitera “el camino de lo correcto”. La frase repetida suena a recuperar el talismán perdido.  

El emisario prepara el escenario de su despedida. Husmea en el departamento, mira las pastillas ansiolíticas cerca de la mano de Aurelio. Encuentra su propia pistola que había dejado en el suelo y conjetura sobre las huellas dactilares de Aurelio. Saca dos cartas, una con su escrito firmado con su nombre auténtico y  apodo juntos para dejarlas sobre la mesita al centro de la sala, otra con más explicaciones dirigidas a Aurelio y después coloca una pequeña cámara sobre un trípode dirigido hacia el balcón.  

Aurelio dormido murmura: “…el camino de lo correcto”.

De momento el intruso se sobresalta, guarda silencio y mira. Escucha por segunda ocasión la frase y se convence de que Aurelio sigue dormido. Regresa el sonido de un leve ronquido. Piensa en apurar sus preparativos, que fueron convenidos con anticipación. Comprueba que la cámara ya trae la videograbación de una declaración suya que explica: “—Un pacto se sella con sangre, pero esa sangre no es la de los mandamás, así que será la de este simple Emisario.” De manera breve y elocuente él recuerda cuando quedó parado en el filo del balcón, y agradeció la merced de que Aurelio no lo obligara a saltar. Ese instante de perdón fue una prórroga, él seguirá su Destino. Y su turno final sellará un pacto donde su sangre será la garantía. Mientras Aurelio siga dudando el pacto es imperfecto. Una firma en papel importa, sin embargo, cabe anularla con otra firma, en cambio lo tinto en sangre nunca se olvida. ¿Entiende de los sacrificios floridos de los antiguos? El intruso acude para ello, será su garantía y aval, sumado a una culpa que no le correspondía. Y termina su videograbación: “¿Inocente? ¿El detentar es inocente? Si revisa las antiguas leyendas, cualquier rey se entronizaba después de desafiar a muerte al anterior, ahí tomaba el trono, sobre el hueco caliente del anterior. Sirva esto como despedida.”

A la videograbación previa se añade la nueva, que ese preciso instante comienza el Emisario. En una mano toma la pistola y con otra se alisa el cabello, para acercarse a la cámara, y listo para correr hacia el balcón si Aurelio se despierta antes de tiempo. Comienza a susurrar:

—Esta locura es por mi voluntad, aunque hay una deuda que no soporto ante Aurelio. Ciertamente, de las manos de su madre Angustias López recibí el dinero para comprar la residencia para mi joven esposa. Aunque con anterioridad él no sabía nada de esa operación, ese dinero en realidad resulta fácil trazar el rastro hasta —hace una pausa para recordar el nombre completo— el señor Aurelio Velarde López. Y en fin, las ambiguas pistas que tramadas son que hoy no tengo capacidad de cumplirle a esa señora, así que siguiendo esta trama complicada entonces el seguro de vida de la empresa donde trabajo incluye cobertura por suicidio y ese será el único modo para saldar ese deshonor que se ciñe sobre mí y compromete el patrimonio familiar. Esto lo digo para el mundo, por si Aurelio desea hacer pública mi coartada. Lo que sigue es personal. No me arrepiento de lo que he hecho. Mis días estaban ya contados, morir por propia mano no deshonra cuando hay una causa suficiente. Tengo motivos hasta de sobra y el sellar el pacto entre países vecinos, para evitar que haya guerra para mí resulta suficiente. Sé que esto nunca lo comprenderá mi familia y cargaré con ese peso. Mi suicido marca un “pacto de sangre” con la garantía de que a Aurelio no buscan dañarlo desde afuera. Eso es todo.

El Emisario acomoda la cámara y aprieta con fuerza la cacha de la pistola. Recorre el breve espacio hasta el balcón y se levanta sobre el pretil. Después se agacha hasta colocar el pecho equilibrado sobre el pretil y que las piernas cuelguen hacia el vacío, mientras una mano aferra con fuerza el pretil y la otra con la pistola hacia su cabeza. Cierra un instante los ojos, respira y repasa sus últimos segundos. Vuelve a respirar hondo convencido de que no olvidó ningún detalle. Reúne su decisión y grita repetidamente hasta conseguir que el cuerpo del sillón se incorpore:

—¡Despierta! ¡Despierta!

Aurelio se incorpora por los gritos, sus músculos lo incorporan cual resorte sin claridad de qué sucede, sobresaltado aunque lejos de un estado de conciencia. En la penumbra no divisa desde dónde proviene la voz ni quién la emite.

En cuanto el Emisario lo mira levantado empuja su propio cuerpo hacia el vacío y aprieta el gatillo.

El estruendo de la explosión y el brillo del fogonazo hacen que Aurelio brinque sobre sus pies. El corazón agitado y su mente intentando dar una explicación de gritos y un trueno que no atina a comprender si comienza una terrible tormenta o están dinamitando una construcción próxima. Varios vecinos escuchan el estruendo y comienzan a asomarse tras cortinas, ventanas o puertas para descubrir qué sucedió. El conserje después de la explosión bajo el edificio percibe un crujir de ramas entre los arbustos y, por evidencias, descubre al visitante intruso.

Aurelio se descubre agitado y alarmado, parado en la sala y recordando, un tronar precedido de gritos despertándolo. Da un paso suave, se toca las manos y la cara. Escucha el silencia en el sitio y los murmullos desde la calle. Da otros pasos, prende la luz y confirma un olor a pólvora, entonces recuerda la pistola dejada por el Emisario que prometió regresar esa jornada. Huele algo agrio en la atmósfera y voltea con agitación hacia distintas direcciones, descubre un bulto en el suelo —es una maleta que dejó el intruso— y sobre una silla una cámara acomodada con una lucecita que indica encendido. Descubre el humo en el balcón y de inmediato sospecha lo que sucedió. Se acerca y observa manchas rojas en el barandal, piensa en sangre fresca y que no debe tocar ahí.  Escucha los sonidos de la calle que arrastran palabras bajo su departamento. Decide no asomarse en dirección de la agitación y regresa para investigar qué más hay adentro. Abre la maleta y no descubre nada de sospechoso sino una torta a medio comerse, camisetas y suéteres usados, varios cables y un teléfono encendido.

Descubre el escrito sobre la mesa y a primera vista nota que abajo firma “Edward Scott del Moral” y su alias “el Emisario”. Deja la lectura para después y supone otra parte de lo sucedido. Cambia d parecer para asomarse por el balcón y comprobar su sospecha, para distinguir unos pocos curiosos mirando un cuerpo recostado entre los arbustos. Distingue al conserje y pregunta gritando:

—¿Qué pasó?

—¡Sé cayó!

—Bajo a ver.

Aurelio se pone un suéter y desciende por las escaleras, intenta correr, aunque va despacio y dando tumbos hasta alcanzar la calle. En cuanto abre la puerta el conserje brinca para acercarse a él desde su derecha, y se planta frente a él:

—¿Qué hacemos?... Todavía respira.

—Pues la Cruz Roja o al 911, a quien llegue más rápido.

Aurelio comprende que lejanas fuerzas lo seguirán presionando hasta el extremo y que urge interpretar lo que sucede, inclusive su reacción lenta o torpe costará más vidas. ¿Está muerto? Lo más probable es que sí, aunque si Aurelio anticipa que si él se involucra en engorrosos trámites y desgarradoras consecuencias como compadecer a los familiares caerá en un círculo de parálisis o de trampas. Por eso Herminio recomendaba tan enfáticamente alejarse, sin embargo, el plazo para firmar está agotado. ¿Qué sigue después de un suicidio sospechoso en su balcón? ¿Luego viene un atentado? La prudencia le urge rubricar la paz con quien sea y de inmediato. ¿A cambio dejar de rehén a un familiar? Aunque sus hermanos están lejos y quizá ni siquiera se darían cuenta de una invitación a migrar a Estados Unidos con todos los gastos pagados, a una vida tranquila y sin preocupaciones. Quizá alguno agradecería con gusto cumplir ese trato.

UN CÍRCULO CONCÉNTRICO: AMENAZA, PACTO…

Aurelio prepara una jarra de café y la bebe para eliminar los efectos del somnífero, requiere de la máxima claridad mental. De lo sucedido hace unos instantes sospecha es un mecanismo preciso, el llamarlo trampa disminuye sus dimensiones, ya que mezcla de amenaza, promesa, pacto, culpa… Lo acontecido fue armado con tal precisión que se descubre vulnerable. “No implica la muerte, encontrarán más formas de acorralarme.” En su mente busca medidas para sentirse más protegido.

Comienza a leer las dos cartas del Emisario y escucha la sirena de la ambulancia que llega. Se asoma con cuidado y mira la maniobra del personal, eso significa que sigue vivo. De alguna manera lo alegra, aunque asume que el suicida frustrado morirá pronto, pues lo urdido es irreversible. El montaje del suicidio no fue para dejar un lisiado, la hipótesis de que el Emisario reaparezca le parece absurda. El resultado fatal lo ejecutará algún cómplice o un veneno adicional. Una trama tan temeraria nunca se deja al azar. Mira con curiosidad hasta que se aleja la ambulancia y entonces le marca al conserje, quien le explica:

—Una señora dijo que lo conocía y se fue en la ambulancia.  

Ante las preguntas el conserje no sabe confirmarle si el cuerpo recibió un balazo, aunque lo supone cierto por el ruido y el sangrado.

La evidente imprudencia o complicidad del conserje por franquear el paso del intruso no la hace evidente. Aurelio cuelga, se siente para volver a leer las cartas del Emisario. Lo interrumpe una llamada por teléfono. Mira la hora, es más de la 1 pm, el número justo suena cuando escucha una patrulla policial afuera. Del otro lado reconoce de inmediato la voz de Raudén, aunque el tono tan amable y preocupado no lo había escuchado antes:

—Discúlpeme mucho que lo despierte a estas horas, pero algo extraño está sucediendo, que “planten” cadáveres, es preocupante. Su operación, la de usted, debe conservarse confidencial, me refiero a la secreta, que la parte pública es pública. Y disculpe la redundancia.

—Se refiere al intento de suicidio ¿sabe si está muerto?

—Lo supongo por la combinación de arma de fuego y una caída de las alturas, pero lo confirmaré a la brevedad.

Aurelio piensa que debe hacerse la víctima y pedir algo de protección:

—Supongo que fue un atentado contra mí y estoy desprotegido de favor, ¿me puede conseguir protección policial permanente, pero que sea discreta, un par de guardias personales que sean de la entera confianza, como esos que cuidan al Presidente?

—Esas decisiones son poco frecuentes, pero por usted moveré lo que sea necesario para lograrlo.

Entonces Aurelio comprende que su superior se comporta como subordinado y entonces le pide más y más:

—Requiero una especie de vacaciones pagadas, requiero de tiempo para algo importante… —hace una pausa, espera la respuesta positiva y sigue— También el mejor aumento de sueldo que esté en sus manos conseguirme…

A todo Raudén le da una afirmativa y parece sincera la respuesta.

En cuanto se despide su jefe, Aurelio comprende que pide bagatelas siendo cierto que en su palabra despertó el Poder del país entero y ya lo acosan las auténticas potencias extranjeras para pactar… De hecho lo obligarán a pactar por cualquier medio.

Duda antes de marcarle a su madre por lo que está encontrando en los escritos. ¿La implicó el Emisario? ¿El pacto diplomático la incluye a ella? Mientras lo piensa le llama a Dafno y le exige que acuda de inmediato a acompañarlo por un periodo aún indefinido.

—Trae ropa, mira mejor te quedas a dormir aquí, parece que es demasiado sencillo irrumpir en este departamento durante la noche.

Debe encontrar cómo cuidarse de trampas y asechanzas, descubrir qué alcance ganó su influjo y también las intenciones de los jefes del Emisario, aunque por encima de las amenazas… ¿cuál es el verdadero don que recibió o será una maldición? De su boca salen palabras que doblegan voluntades y eso pareciera que hasta traza los mapas de las naciones en un juego planetario, aunque sea el juego serio de los adultos del mundo, un juego raro en el cual se muere con facilidad. Para comenzar ya está siendo sitiado desde una capital desde la distancia y hasta lo cercan con la amenaza de que resulta tan fácil enviar un asesino furtivo mientras duerme y que también él parece un asesino que lleva sangre en su conciencia. ¿Un pacto de sangre? Esa visión que se desprende de las cartas lo escalofría y agobia. Regresa al mismo sillón para releer con más calma las cartas y como si su cuerpo tuviera una memoria, acude la somnolencia, en una pequeña batalla entre las píldoras soporíferas y la cafeína para despertar.

Fue un cabezazo de sueño que por un instante lo alejó de la preocupación, mostró un refugio donde la existencia es tranquila, cuando lo sobresalta ruido de una sirena de policía colándose por el balcón. De inmediato Aurelio supone que murió el Emisario, si siguiera vivo el asunto se queda con los paramédicos, si ha muerto… pero ¿si la trampa organizada con detalle implica que el Emisario simule un cadáver sin importar que sea verdad? De momento no imagina al tipo tan enérgico y astuto suicidándose por órdenes superiores y justificándolo por una hipoteca. Avanza hacia el interfono para prevenir al conserje:

—Dígales a los señores de la policía que no deben molestarme.

Al contrario de sus esperanzas de tranquilizar la noche, llegan otras dos patrullas. El asunto del intruso se complica, quizá Raudén lo ayude. Le marca y su jefe contesta de inmediato:

—Haré hasta lo imposible, aunque a estas horas quizá no encuentre a los jefes del sector policíaco para sacarlo de inmediato. Prometo que haré más que lo posible.

Por más que crece la confianza de Aurelio en el don también se imagina la complicación de enfrentar cargos por asesinato y que policías de investigación vean la cámara, las cartas… eso movería al aparato de Estado en su contra y lo obligaría a combatir contra los límites de lo legal. Anticipa las repercusiones desagradables de que su familia y conocidos miren en las noticias acusaciones de ese calibre en contra de él. Teme que su don sea ineficaz ante las adversidades de investigación policial cuando él sea culpado de un crimen. Ha observado que los enamorados están como inmunizadas, entonces ¿qué sucede si lo juzga un juez enamorado? ¿y si los policías que vendrán son “soldados del amor”? Es mejor conjurar un problema cuando es pequeño.

El conserje por el interfono lo busca y él le responde:

—Esa ocurrencia de que sospechan que la persona se cayó desde mi departamento es un disparate, no me deben molestar, estoy ocupado y soy un funcionario en una misión especial.

El policía de la voz acepta retirarse y un par de minutos después escucha que se retiran las patrullas, sin embargo, una permanece. El conserje vuelve a marcar y le dice:

—Una policía insiste en subir a verlo.

Aurelio reacciona pensando que debe ocultar la cámara, la maleta y las cartas. Le toma un instante guardarlas en una gaveta abajo del mueble que sirve de cantina. Mientras lo hace piensa que si investigan ese gesto parecerá incriminatorio: esconder la evidencia y dejar sus huellas digitales en la cámara. Ante la insistencia piensa que hablando más cerca logrará influir mejor al uniformado:

—A ver, que suba para terminar esto lo más pronto.

 

ENTREVISTA CON LA POLICÍA Y CONCIENCIA CULPABLE

Decide dejar la puerta emparejada como si eso fuera un signo de inocencia que compense el ocultar las pertenencias del Emisario. Regresa al sillón y toma una vieja revista con la sensación de que le dará un aire de inocente desenfado cuando llegue la autoridad.

Una patada en la puerta lo sobre salta. Tras el portazo se ilumina la figura de una mujer empuñando una pistola que nerviosamente señala en varias direcciones.

—Estoy solo y desarmado, tranquilícese, por favor.

La mujer trae un uniforme azul, insignias y lanza una mirada feroz. Atrás de ella está el conserje que mira con espanto la escena y un gesto de suplicar perdón sin palabras. Por respuesta ella indica silencio con un dedo y con pasos ágiles hace una revisión de las puertas para comprobar que no haya nadie más en el departamento y después de ello guarda su arma. Cuando la luz del departamento la define perfectamente, Aurelio anota que ella posee rasgos atractivos, una brillantez de mirada y el arco de las cejas, el tono preciso de las mejillas. Un conjunto armónico que lo invita a fantasear que ya se conocen.

—Parece que sí está solo.

—Le estoy diciendo, oficial, que estoy aquí solo, aunque espero que pronto venga una persona.

—¿Su abogado?

—No. No es mi abogado, ¿por qué habría de necesitarlo?

—Reportan un muerto, pero para ser un suicidio hay datos extraños: disparo y caída. Cualquier departamento de esta hilera es sospechoso, pero únicamente dos cuentan con un balcón y el conserje confirma que el otro departamento está deshabitado. Como sea, tampoco lo estoy inculpando, pero así como que me llamo Lídice, aquí hay un ligero aroma de pólvora.  

Aurelio intenta aplicar su don:

—Mire es noche y supongo que está cansada, así que quizá mañana mirará las cosas de otra manera. Sus colegas policías se retiraron por un buen motivo, la mejor idea es que me deje descansar.

Las pupilas de la mujer policía son verdes y su voz enérgica:

—No se da cuenta que este sitio podría ser la escena de un crimen.

—¿Sería tan amable de retirarse y dejarme descansar? Mire soy un funcionario con una misión delicada, creo que sus compañeros se retiraron de aquí por buenos motivos, si usted se retira lo agradeceré.

Aurelio hace un gesto de incorporarse y ella lo detiene con otro:

—Siga sentado, que vamos aclarar algunas cuestiones —ella parece molesta, aunque no con él— que por eso este país cada vez resulta más un cochinero. No sé qué tan importante sea su puesto ni cuantas conexiones tiene, pero al amparo de los privilegios no se vale violar la ley. Allá afuera quedó un muerto y no sé si usted sea culpable, porque la cara la tiene de gente decente, sin embargo, esa persona fue muerta y eso es un crimen.

—Me dicen —la interrumpe Aurelio— que fue un suicidio.

El conserje que se ha quedado junto a la puerta escuchando responde:

—Eso dicen, como que sí se suicidó.

La mujer responde:

—También escucharon una detonación y ese sería un suicidio extraño… que no lo descarto: pegarse un tiro a la orilla de una azotea, ventana o balcón para caer garantizando que no se salvará… hay suicidas muy decididos, no se imaginan ustedes de lo que son capaces. Para continuar preferiría que nos dejara solos...

Se dirige a conserje que pregunta con la mirada a Aurelio y él le responde asintiendo con la cabeza. Ella se entretiene comunicándole por radio a su compañero que la situación está controlada, que procederá a hacer unas preguntas.

—Usted no es un policía típico.

—¿Por ser una mujer?

—Parece de nivel muy alto: su tono de voz y su pronunciación tan fluida, supongo que estudió con título honorífico.

—Psicología y filosofía, la última carrera trunca, hasta comencé un posgrado, pero vengo de familia en estos menesteres.  Y no estoy aquí para que me conozca ni para intimar ¿Entendido?

—Y además es guapa, supongo que eso es un reto en el ambiente machista de la corporación de seguridad.

—No me quedé para confidencias ni para que se gane mi confianza. Ya le dije que no tiene cara de culpable, pero sí lo veo alterado, hay algo extraño en su voz como si fuera un profesor de hipnosis aplicando, junto con el nerviosismo de quien ha presenciado un crimen, no de quien lo ha cometido.

—Como soy inocente me dejará descansar, se lo suplico.

—Le dije que este sitio parece la escena del crimen: huele a pólvora.

Aurelio piensa que es una fortuna que no haya husmeado en el balcón donde se alarmará con las huellas de sangre y confirmará el olor a pólvora, que él no lo notó pues no está acostumbrado, pero ella sí insiste en ese olor desde que llegó, ha de ser su olfato más educado.

—Y si esto no fuera tampoco un suicidio sino una trampa… una trampa —repite la palabra despacio— para hacerle la vida imposible a un funcionario que en estos momentos trae entre manos la más delicada misión que se imagine.

—¿Qué misión es más importante que aclarar un crimen o la libertad de un inocente? —responde la policía y clava la mirada verde en mitad de la cara de Aurelio, como buscando el mínimo pestañeo para una pregunta ética que define la frontera entre las personas inocentes y los criminales— ¿Una misión tan importante que no se la revela a nadie de la cual depende incluso el futuro de la humanidad o la paz mundial?

—Está siendo irónica y eso no van con sus lindos ojos.

—Está siendo coqueto y eso no vale conmigo. Volvamos a lo importante. ¿Tiene idea de quién era la persona que se suicidó?

Ella vuelve a clavar la mirada para captar cualquier gesto. Él lo percibe como si aplicara la típica linterna sobre la cara y se da cuenta que desvía la mirada, que se tarda en responder, que los segundos que de silencio para elaborar una respuesta evasiva lo están acorralando; entonces Aurelio decide no evadir la verdad de que sí conoció al suicida:

—Lo acababa de conocer… —Hace una pausa, sabe que habló demasiado, lo más cómodo era negarlo todo e insistir para que se retirara la oficial, apelar a su derecho para no ser molestado en su domicilio sin una orden judicial.

La mujer casi brinca y sin fijarse lleva la mano hacia la pistola que está en el cinto. Aurelio continúa:

—Sabe que puedo apelar a mis derechos y exigirle que se retire hasta que venga con una orden judicial. La estoy invitando a pasar de una manera amigable, supongo que usted prefiere llenar un informe fiel y entregar buenas cuentas a sus jefes. Si dejé la puerta abierta no tenía sentido patearla y lo demás… Como sea.

Ella se relaja y, por experiencia sabe, que si él no está armado, perfectamente puede sacarla del lugar, así se perdería la oportunidad. En ocasiones memorables ella ha logrado la confesión directa de criminales y eso le apasiona: extraer la escoria de la sociedad derrumbando la barrera de la culpabilidad, esa careta de inmunidad y la pretensión de que una muerte ajena no importa.

—Disculpe —respira hondo, sonríe y aleja la mano de la cintura—; no lo estoy acusando ni acosando, en todo instante respeto sus derechos, aquí estoy más bien por su seguridad. Noté que sospecha de una trampa y quién mejor que un oficial para cuidar de usted ante el asecho. ¿Podemos continuar en un plan amistoso?

—Adelante.

—¿De qué conocía al occiso?

—Eso no es fácil de explicar, él se presentó aquí mismo con una serie de planteamientos absurdos y pretensiones que me hacen suponer algún desequilibrio mental. Presumió que era un agente o funcionario del otro lado de la frontera con contactos al más alto nivel, que tenía una deuda pendiente con mi familia, cosa que no lo sé de cierto. Se presentó aquí muy insistente, argumentaba cuestiones vagas de política mundial y de relaciones internacionales, de poderes ocultos y de misiones secretas. Supuse que él era excéntrico o de plano algo desequilibrado, pero usted se da cuenta que soy una persona muy decente y lo dejé que hablara, tratando de llegar al punto donde insinuó había una relación con mi familia. No alcancé a comprender de manera cierta qué traía. De manera insistente se hacía llamar Emisario, así que no sé si el nombre que me dio era real, Edward Scott del Moral y dijo venía de Los Ángeles.

—¿Algún dato exacto de su domicilio, de cuándo se internó en el país, de la línea aérea en que viajó?

—Creo que no dijo nada específico, aunque creo que tenía una esposa joven y una deuda hipotecaria. De hecho no sé si tenía hijos, espero que no, supongo que sería terrible pensar que su padre —una emoción repentina sube a la cabeza de Aurelio que imagina varios huérfanos desesperados ante un ataúd y suspira— se suicidó.

Suena el interfono, y el conserje anuncia:

—Su amigo, el señor de Góngora.

—Horas extrañas para recibir visitas —dice la mujer policía visiblemente contrariada y muestra la hora 3:33 pm.

Aurelio le pide al conserje que lo comunique con su amigo:

—Disculpa Dafno, tengo la visita de la policía en el departamento y todavía vamos a platicar un rato, el sillón de la recepción allá abajo es cómodo; por favor, espérame.

Entonces continúa el interrogatorio:

—Que apenas conoció al occiso en circunstancias inusuales, que lo visitó aquí mismo y que hoy apareció el Emisario muerto al pie de su edificio. Quizá él saltó desde su balcón; otra opción es él pudo trepar hasta la azotea y lanzarse desde ahí, aunque aquí hay un olor a pólvora; ni que limpie a profundidad una autopsia forense descubrirá la verdad… Volviendo a lo que sí me gustaría aclarar ¿usted le dijo algo que provocara el impulso suicida? 

Ella repite la mirada incisiva y la pausa para descubrir algún gesto nervioso, de nuevo lo sabe Aurelio, su tardanza ya indica culpabilidad:

—La gente que lo conozca le confirmará que él era una persona extraña, insinuaba cosas inverosímiles y como que había recibido encargos secretos, quizá tomó a mal cualquier frase suelta. Le digo que nunca antes lo conocí y me tomó por sorpresa que argumentara una deuda con mi familia. Y adelanto que desconozco que eso sea real.

—¿Le importaría que su dicho haya provocado la muerte de ese desconocido? Por ejemplo, a un lunático alguien sin intención le señala una pistola, después éste se pega un tipo. Hay una culpa. El descuido nunca será juzgado. Si a un depresivo alguien le explica que su existencia apesta y después lo invita a mirar un balcón para escupir sobre la pequeñez y mediocridad de cada paseante anónimo, también estaría presionando en sentido irresponsable.  

—La vida de cualquier persona me importa, aunque no la conozca. Y como sea lo vi, platiqué con él, comprenda que a mi manera estoy en shock.  Digo, no es mi familia para llorar por él ni un enemigo para alegrarme, ese desconocido fue un ser humano… un poco extraño.

—¿Y si por un descuido mayor en lugar de que haya un cadáver resulta que son varios?

—Sería una tragedia —la mira con tristeza— una gran desgracia.

—No me refiero al hecho objetivo, sino a que si por sus palabras descuidadas le costara muchas vidas —hace una pausa para subir el tono de voz— y de su más simple gesto costara la existencia a no muchas sino a millones de desconocidos, como acceder al temible “botón nuclear”.

—No veo ese escenario sensato ni razonable.

Aurelio huele el aroma de otra trampa, aunque la mujer es enfática, intensa en su sinceridad y no da la sensación de hipócrita. Ella continúa: 

—Vayamos a algo más real, las personas no se responsabilizan de sus pequeños compromisos, evaden las consecuencias, odian la responsabilidad… Si de mantenerse despierto la noche entera despendiera la integridad de un desconocido, la mayoría de la gente terminaría dormida; solamente una madre sería capaz, como que los varones suelen evadir las responsabilidades.

Con rapidez Aurelio ata cabos en su mente y siente que la mujer no encaja tan bien en la escena, pues no es una policía ordinaria ni actúa de manera ordinaria, supone que ella representaría como actriz otro engranaje de la trampa montada con el suicidio del Emisario, entonces dice:

—Ya entiendo, usted no está por casualidad.

—Nada es casual.

—¿Es usted policía de verdad?

—Mire mi placa.

—No me refiero a eso, exteriormente usted es la… —utiliza una sonrisa en lugar del sustantivo— perfecta, aunque es imposible que en todo el Ministerio haya otra tan astuta, que sea psicóloga y muchas linduras más; desde ahora adivino que usted está enamorada y se sigue que —sube el tono de voz— invulnerable a cada influjo.

Ella lo nota alterado y procura bajar la tensión:

—Volvemos al tema sentimental, está bien soy madre divorciada, amo a mi hijo; pero no estoy disponible al primer testigo que se siente galán —sonríe y finge que no percibe la alteración de su sospechoso— es usted demasiado coqueto, pero como sea le voy a dejar un número donde localizarme y usted va a descansar.

Con una reacción impulsiva (y absurda vista desde afuera, aunque con el empuje retador de quien comienza a creer en un Destino) Aurelio pregunta:

—No es indispensable que se vaya todavía, ¿no quiere revisar a detalle el balcón?

Ella mueve la cabeza en negativa mientras explica que alterar de manera intencional una escena del crimen sería un delito. Saca una libreta diminuta donde dibuja una carita sonriente, el nombre Lídice y un número telefónico.  

—La acompaño a la salida, voy por mi amigo que dormita en la entrada del edificio.

VULNERABLE Y RESPONSABLE

Al subir con Dafno el amigo se lanza hacia un sillón en signo de su agotamiento, Aurelio le explica precipitadamente antes de que el otro caiga dormido:

—Los que están en el exterior “saben demasiado” así que no debo pelear con ellos. Son capaces de cosas terribles, como sacrificar a su Emisario y apuntar los filos de la culpa hacia mí. Además no estoy listo para mandar a los demás, por más que la mayoría de las personas quizá están destinadas a ser guiadas, como sea ahí está el aparato del Estado. Pero lo inquietante es si algo se alteró aquí mismo y quienes detentaban el Poder aquí están amenazados o no aceptan perderlo. Esa noción me obliga a creer más en esa propuesta alocada de un pacto con los de afuera y eso implica que debo contar con protección en el sentido armado. Ya sé que esto suena a paranoia, ya hasta pedí protección de guardias y quizá me quedé corto con mis peticiones. Es más márcale tú a Raudén para exigirle que se apuren con mi protección, porque hay mucha agitación en el ambiente y no me gusta que apunten su pistola hacia acá. Por más que no sentí miedo con la policía, siendo ella una “enamorada”, que es lo mismo que insensible a mis dones, entonces si fuese un sicario… acaba conmigo. No lo hizo, no tuve miedo de ella en ese sentido, al contrario, es agradable la mujer, sospecho que no es una auténtica policía, sino parte de los juegos de trampas y engranajes alrededor. Que esos de las trampas y engranajes no te lo explico porque tampoco lo entiendo.

Dafno le marca a Raudén desde el teléfono del amigo. El funcionario dormía y acepta la llamada por venir de Aurelio; en cuanto percibe otra voz se desconcierta y enoja, regaña… Entonces interviene éste para señalar que acepte a Dafno como si fuera él mismo y que le urge recibir protección, que en la última hora otra vez le apuntaron con un arma, aunque era una policía.

—Entonces también enviaremos protección de policía normal, juntar dos tipos de guardias no está de más.

—¿Y soldados?

—No se me ocurrió porque sale de mis atribuciones, pero conseguiré autorización.

Dafno pregunta si van a la guerra y Aurelio le contesta que espera evitarla, que para eso firmará una carta de convenio diplomático.

Después de explicar lo sucedido, Aurelio comenta sus preocupaciones para el futuro:

—Para el exterior dan por sentido que ya poseo el Poder del país, pero aquí quien debió buscarme sería el propio Presidente… Lograré aclarar eso con los seres ancestrales, los Avatares conocidos como Quetzalcóatl y Tezcatlipoca.

Dafno agitado dice:

—Hay que acudir con la máxima jerarquía.

—Entonces los ancestrales y juntamos a Herminio, quizá el me ayude a interpretar lo que me digan. De una vez márcale, aunque esté dormido, él entenderá la importancia.

En cuanto Hermino responde el teléfono objeta a la visita con los Avatares ancestrales:

—Es mejor prepararse en el Gran Chamán del Centro Ceremonial Azteca.

Aurelio le explica con brevedad los últimos acontecimientos, ante lo cual Herminio se agita y levanta la voz para abrir lo que para él es un arcano:

—Cuando el espíritu no está listo para el Poder provoca ruina y destrucción; el peso aplasta a los espíritus débiles; lo mejor es apurar el cáliz pasar el desierto que diferencia al oro de la ganga; hay una prueba de peligro y muerte que cada candidato a recibir el Poder debería de atravesar, tal como intentó Judas con Jesús, al enfrentarlo con Pilatos y la Plebe; en este caso no eres el Mesías; con muchas más razones hay que —Hermino levanta la voz, como si hablara de una cumbre hacia otra— atravesar el más terrible riesgo y mostrar que eres digno de un sitial entre los benefactores de la humanidad…

La mente de Aurelio se ha extraviado entre la potencia que Herminio imprime a sus palabras, no alcanza a comprender que es un mensaje serio y percibe una exageración, como una teatralidad que le desagrada; piensa que él está en condición de obtener una solución más allá de las curiosas ideas que acaba de escuchar  y entonces le exige:

—Eres tú el que vas a hacer caso. Ya hay poco tiempo. Nos bañamos para refrescarnos y nos vemos en el Zócalo a las 7 am, al fin que todo está muy cerca, una visita y otra al Presidente.

El pronombre “tú” toma por la garganta a Hermino, como si lo apretara y lo arrastrara un centímetro invisible. En su interior siente que la situación está a punto de salirse de control y que un deber imperioso lo llama, aunque para una mentalidad ordinaria sus actos sean incomprensibles.  

—Ni siquiera vamos a dormir, tenemos tiempo para bañarnos.

UN ESTRATEGA DE CAFÉ

Dafno se queja en el camino que desfallece por el hambre y Aurelio disimula el temor de acercarse al recinto donde todo comenzó y hacia otra posible prueba definitiva. Concede desayunar para “ganar tiempo”. Al acercarse a dos cuadras del Zócalo se detiene en un café llamado de chinos, por más señas un letrero blanco indica “La popular”. Adentro una charola con pan recién horneado es la primera tentación para el estómago.

Ventanales grandes, mesas cubiertas de plástico y gabinetes acolchonados, con los aromas a comida traspasando la puerta de la concina. Aurelio está excitado y sin alcanzar a decidirse si debe intentar un asalto frontal al Palacio, jugar a un pacto, bajar más su perfil, purificar su alma antes de perderla… El abanico de posibilidades es tan grande que lo está mareando y a su favor cuenta su decisión de apurar el vaso de la responsabilidad antes de que lo atoren con nuevas tretas y lo dejen en una posición más débil. Mientras platica animado devora una ración de bisquets famosos en esos restaurantes. Come más que Dafno, mientras le explica la técnica del Golpe de Estado en la historia.

—Cuando el Presidente se vuelve tan vulnerable ¿es viable darle un Golpe de Estado? No es correcto pero la técnica, por principio no resulta tan complicada, es una especie de campaña relámpago. Basta controlar los servicios clave de comunicación, tomar las dependencias claves y contar con suficiente fuerza para neutralizar a los efectivos militares encargados de la defensa inmediata de los puntos neurálgicos. Para Malaparte representa una especie de carrera alocada de velocidades o un ajedrez relámpago… Lo cual es propio de jugadores afectos a la adrenalina y, en cambio aquí, la tarea será demostrar un don con efectos del relámpago.

Las objeciones obvias de Dafno se van desgranando:

—Entonces no requieres de guardaespaldas ni nada de armas.

—No para la gente, pero resulta que hay excepciones y hay rivalidades. Los del Norte afirman que no van a detenerme, al contrario me respetan, sin embargo colocan trampas —guarda silencio, intentando escuchar un rumor en la calle y continúa—. Lo del suicidio del Emisario fue una celada para hacerme sentir culpable… o encierra otros sentidos que omitiré por ahora.

Vuelve al silencio y de un momento a otro los músculos de la cara se relajan, baja la mirada, parece lánguido y cansado, entonces Dafno pregunta:

—¿Tú te sientes de esa manera?

—¿Culpable? Pues sí… ¡Qué persona normal no se conmociona! Ha sucedido un crimen a unos pasos mientras duerme, pudo matarme en cambio cumplió órdenes estrictas. Supongo que el mundillo del Poder es más rudo de lo que imaginábamos antes, encierra códigos mortales. Creí que solamente en Japón sucedían esos suicidios.

Con la mano pide silencio y saca su teléfono, donde aparece un mensaje de Raudén, donde indica que debe verlo. Aurelio responde que lo alcance en una esquina del Zócalo, que arregle su cita con el Presidente. Ante la respuesta se alegra, brinca en el asiento, con los dedos señala que lo logró y sonríe. Después mueve la cabeza y agrega una pregunta: “¿El Poder verdadero lo tiene nuestro Presidente?” Aurelio vuelve a preguntar y pide más precisiones, mira a Dafno y aclara:

—Raudén dice que no… o no lo sabe.

—¿Ya mandó los guardias que quieres? 

Vuelve al texto y comenta:

—Ya le dije que los mande para acá.

—¿Debemos andar con temor?

—Nunca se sabe —Aurelio levanta los hombros y repite— nunca se sabe. Aunque se me ocurren muchas ideas y si el horizonte quedó tan marcado como señalaron desde el Norte entonces nada que temer, sin embargo, yo creo hay de dos: o será sencillo alcanzar el objetivo o sencillamente imposible. Lo sencillo indica directamente tocar para abrir las puertas, para guiarnos hacia las correctas vendrá Raudén. Si el camino se vuelve imposible será porque los anteriores contrataron a enamorados para bloquear nuestro camino, con enamorados armados…

Dafno puja, apura un bocado y hace cara de que no entiende. En seguida la respuesta:

—Hay una regla: quien está enamorado no hace caso del Poder. Así, como lo escuchas de simple y extraño, deben ser polos opuestos; sin embargo, hay matices que no he averiguado. Y mientras más cerca está uno más influye la fuerza y posiblemente bajo Palacio está el epicentro de fuerza desde donde surgió esto. No sé, por el momento conviene que sepas demasiado, pues tampoco lo sé a ciencia cierta.

—¿Y si el Presidente de la Nación está enamorado? Se resistirá y hará que nos apresen.

—Por lo que parece, al recibir el don nadie me tocará ni un pelo, como sucedió con el Emisario. El problema es que no sé de qué va el mandar, ahí es donde su suicidio es una advertencia… La gente siempre se queja de los políticos y de lo mal que hacen todo ¿y si es muy difícil gobernar? Me siento un niño al que dejan manejar un avión y no hay nadie más para conducir. ¿Entiendes que nadie me ayuda en realidad? Quizá haya alguien, uno tan dispuesto como tú que sí eres mi amigo y por algo estás involucrado desde antes que supiéramos hacia donde empuja el Destino. Y con esta precipitación y sintiendo que falta prepararme asumirá una estratagema, que se atribuye a Gatopardo “que todo cambie para que todo siga igual.”

—Eso suena absurdo, “… que todo siga igual”; no, la gente quiere cambiar, el cambio es popular.

—Como que no he explicado bien que este relajo vino de unos seres ancestrales, que permanecen incambiados, fuerzas originales que estuvieron antes de que naciéramos y seguirán por los siglos. Aurelio mira su teléfono y dice que es hora de irse. Por experimentar pide a la mesera que traiga al patrón en su presencia, éste es de baja estatura, malencarado y gordo. El jefe se aproxima con un gesto de molestia y murmurando quejas. De inmediato le desagrada a Aurelio, quien lo incita:

—Lo mejor que va a hacer hoy es invitarnos la cuenta para mostrarse generoso y va a bailar encima de la mesa para alegrar a sus clientes… —levanta la voz y se incorpora— Eyy, escuchen, el dueño quiere alegrarles el día, —todos los comensales voltean a mirar— él va a bailar un rato sobre la mesa, siempre que le aplaudan, vamos no sean tímidos. Y le invitará la cuenta a la mesa que más aplauda. Los asistentes comenzaron a dar palmas, y el dueño como un niño tras el flautista fabuloso, agitó el cuerpo, brindó arriba de una mesa y comenzó a dar unos brinquitos que remedan un baile, mientras grita:

—¡Los invito! 

Aurelio en voz baja le indica a Dafno que pague y hasta deje propina, pues no se va aprovechar.

En la calle un río de gente avanza gritando. Miles de personas se dirigen hacia el Zócalo.

 

¡ZÓCALO, ZÓCALO!

Aurelio jala a Dafno cerca de sí:

—¿Sabes que no me agrada tanta gente cerca? Eso de apretarse… —hace un ruido gutural— grrr y señala su cuello. Pero ¿sabes? Deberé acostumbrarme, aunque… o no me acostumbraré, al contrario, viviré más alejado.

En su mente simpatiza con las máquinas, que por complicadas que sean poseen utilidades definidas y comportamientos predecibles, en cambio la multitud carece de propósitos, igual que las marejadas espumosas junto a los acantilados marinos.

Caminan dos cuadras en silencio, adaptados al avance lento de Dafno y su pierna ayudada por su prótesis metálica bajo el pantalón. En la última cuadra la gente empieza a gritar como enloquecida “¡Zócalo!” y a repetirlo como un mantra, arrecian su paso colectivo como un trote de alegría.

—¿Qué les alegrará al llegar? Se supone que están inconformes contra algo.

Raudén se acerca trotando rodeado de cinco auxiliares de trajes negros y gafas oscuras, su ropa es económica y desprende una formalidad engañosa. La gente marchando en desorden percibe al grupo compacto en sentido contrario y Aurelio teme una hostilidad. Un anónimo desde la multitud grita:

—¡Son provocadores!

Un auxiliar de traje de improviso es jalado por un manifestante gordo, la mano gorda jala la solapa y la respuesta inmediata del interrumpido es que suelta un bofetón que no atina su destino. Luego un giro del brazo del auxiliar separa el agarra de solapa y lanza otro golpe y el gordo lo bloquea con el brazo. Ambos contrincantes quedan encarados a corta distancia listos a golpearse. Comienzan unos gritos de mujeres y hombres, manos agitadas sin dirección precisa.

—¡Vamos a calmarnos! —grita Aurelio—, debemos seguir concentrados, ya está el Zócalo ahí enfrente, vamos a seguir.

La multitud retoma su camino, mientras dos mujeres se quedan increpando al de traje que extiende las manos.

Raudén alcanza a Aurelio y lo jala mientras se queja del incidente, y dice:

—Que aprenda a no meterse en problemas.

En el camino hacia Palacio, Raudén explica que ese personal es el que consiguió de momento para cuidar a Aurelio y le explica:

—Algo extraño sucede, el primer asesor me citó con el Presidente, quizá sospecha ya.

—No le veo sentido a posponer la cita, vamos con el Presidente de una vez.

La multitud se concentra en la plancha de la plaza principal del país, el Zócalo en su amplia perspectiva. El grupo compacto se dirige hacia la Catedral y avanza hasta encontrar en la esquina a Herminio, a quien abraza y le explica:

—De inmediato vamos a sacar cita con la cabeza del país.

—Te dije que esperaras a purificar tu corazón —Objeta Herminio—.

—Eso supongo que te tocará a ti, un alma más noble para que ayude a purificarse y a no cometer estupideces. Vamos a forzar la cita ¿me acompañas?

—Me estás arrastrando contigo.

Cuando llegaron a la puerta lateral, custodiada por soldador fue como su los estuvieran esperando. Raudén no tuvo dificultad para introducir al grupo, incluso a los guardias armados omitieron la revisión del detector de metales. Raudén es el guía y los conduce por el laberinto de escaleras y elevadores:

TRAS EL CRISTAL, LA CITA

Frente a una puerta de cristal blindado el Asesor comenta:

—Hasta aquí se quedan los acompañantes, al traspasar ese cristal es… —busca la palabra— diferente, pronto lo verás. El protocolo de seguridad es complicado… requiere de anunciarse, huellas dactilares.

Al traspasar el cristal destaca el aire acondicionado y aromas herbales, la atmósfera cuenta con un mecanismo de oxigenación. Una elegante fuentecita tintinea y regula la humedad mediante un dispositivo de rayos infrarrojos que incrementan la evaporación. Los recibe una edecán con jabón líquido y toallitas húmedas, ella sonríe y saluda con  reverencia. Desde los techos una música ambiental suena a armonía prefabricada. La edecán pregunta por el acompañante de Raudén y le acerca un dispositivo para tomar una huella digital en su dedo índice. Ella recomienda que tomen asiento t el Asesor le objeta que ya los esperan:

—Al menos a mí.

—Un instante regreso —dice mientras llama a otra asistente que les ofrece café y dulces durante la espera.

A Aurelio la cara de ella le resulta conocida.

—Disculpe, se parece tanto a alguien.

Ella sonríe:

—De noche resuelvo suicidios en los departamentos del Sur.

Aurelio  nota el tono festivo y cae en cuenta que sí ella es la misma. En cuanto ella se aleja, él susurra al oído a Raudén:

—Sabían de mí.

Raudén sin comprender responde:

—En un momento lo sabrá el Presidente.

La misma edecán de día y policía de noche regresa:

—Sr. Raudén, cuentan con 7 minutos, después quedó en agenda el ministro de Hacienda y no imagino que se atrase, es puntual.

Tras la primera puerta que parece blindada hay dos soldados con grandes armas largas. Al final del pasillo otros dos.

Tras la última puerta el cuarto es muy oscuro para una auténtica oficina. La única lámpara central lanza una luz amarilla, más propia de una funeraria abandonada que de la oficina presidencial. En cuanto traspasan la puerta una voz vibrante saluda desde atrás de un escritorio de madera muy grande:

—No digas que fallaste y te justifiques trayendo a alguien como coartada de tus fallas.

—No, señor Presidente, resulta ahora que quien creía un engranaje de la trama ahora es la respuesta a las preguntas; en él está la última respuesta a sus preguntas más preocupadas. Y recuerde que Errequerena intentaba pisotearlo.

El sitio trashuma un toque a aire húmedo y el zumbido de varios motores indica que el aire acondicionado no es nuevo. Desde un rincón se adivina el aroma de incienso oriental.  

—Tus quejas sobre ese subordinado fueron oídas y está exiliado, pero escasean los minutos. ¿Qué respuesta trae tu amigo?

—La respuesta definitiva al desequilibrio del Poder.

—Con eso, de resultar verdad, hasta suple a Damaris en esta etapa agonizante. A menos que ella haya guardado silencio para siempre, lo cual explicaría tantos disturbios. Como ella dejó órdenes estrictas de nunca molestarla, tengo las manos atadas. A menos que se precipite una ruptura, que se rumoraba.

—El rumor venía del Norte, allá se enteraron antes que nosotros mismos, y eso desconcierta.

—Y la cabeza del Estado lo descubriría antes que una potencia extranjera si tuviera el mejor equipo de funcionarios. Entonces si el Norte se adelantó ¿para qué cité al Ministro de Hacienda? Mejor que traigan al de Relaciones Exteriores, urgente… sí, urgente.  

Hay una edecán con un uniforme negro en el extremo derecho del cuarto y se acerca para apuntar y le repite: “Al de Relaciones Exteriores, en lugar del de Hacienda. Eso urge.”

El Presidente desde su penumbra habla hacia la izquierda hacia un asistente alto en uniforme blanco:

—Por favor ilumina un poco a nuestro invitado, sin deslumbrarnos.

El de la izquierda dirige una luminaria tenue en dirección de Aurelio. En cuando el rayo de luz descubre la figura, el Presidente comenta:

—Su talante recuerda al prócer Vicente Guerrero ¿Se lo han dicho antes?

—Alguna vez, sin embargo, —respira hondo Aurelio— vengo a demostrar algo, que a su manera Raudén ya sabe y usted todavía no cree.

—Si es la demostración que espero, mandaré a rezar unas misas por la dama de Puebla. ¿Saben? Se lo merecerá, ella era devota, por eso nunca quiso ocupar un cargo oficial, prefería mantenerse lejos de los escenarios y las decisiones amargas.  Pero disculpe mi descortesía… Adelante —su figura delgado y oscura se levanta aún resguardada por una penumbra—… dije que adelante, siempre estoy presionado por urgencias y términos.

Aurelio en tono suave y firme:

—Señor Presidente solicito que tenga la gentileza de pararse encima de su escritorio.

—¿Qué? ¿Encima del escritorio? Pide que suba a mi escritorio como prueba irrefutable de que ha adquirido el don de mando ¿Eso es todo?

Empuja su silla hacia un lado y comienza a reír con insistencia. Mueve el tronco y su cabeza por instantes sale de la zona oscura y una luz refleja algún mechón de pelo.

Los demás lo miran con seriedad y Aurelio permanece inmóvil y frustrado mientras continúa la risa se pregunta: “¿Él es invulnerable al influjo? ¿Si le presta demasiada atención lo empodera? ¿Está preparado con algún antídoto como la oscuridad y la humedad para eludir su don?

—Disculpen, que ría tanto, en mi caso la prueba inicial fue lanzarme de cabeza contra una vidriera y robarme un vestido de novia. ¿No le platicaste a tu amigo cómo conocí a Damaris? En una fiesta casual platicó a la concurrencia su tristeza porque su sobrina quería un vestido de novia resguardado tras la vitrina de la mejor tienda del pueblo, pero que no se lo vendieron porque estaba aparatado. Sentí que ella había ordenado que debía conseguirlo de inmediato y prisionero de un furor extraño corrí hasta el sitio, rompí la vidriera con la cabeza y desafié las leyes que prohíben el robo para hacer feliz a la sobrina. Entonces la dama de Puebla descubrió que sería un fiel servidor… pero lo demás no lo contaré. ¿Te gustó mi historia?

—Sí, bastante —responde Aurelio cavilando si hay algún truco— y supongo que habrá muchas anécdotas interesantes que platicar mientras sube al escritorio.

Responde el Presidente:

—He de confesar que me agradas y hasta empiezo a sentir ganas de subirme al escritorio, pero tu amigo Raudén no te contó de mis secretos porque no los sabe. Hay fuerzas que son peligrosas y se deben contener, así sucedió con Nobel… ¿Sabes por qué ganó su premio?

—Por la dinamita —responde de inmediato Aurelio.

—Perdón es una broma con mis subordinados, no es que lo ganara, Nobel lo inventó. Me refiero a que él descubrió como reducir la explosividad del TNT y lo redujo para inventar la dinamita. Una fuerza excesiva es peligrosa para todo mundo, causa demasiadas desgracias así que hay maneras de contenerla, al menos un poco.

—Entonces encontró la manera de contener mi don.  

—Únicamente mitigar su fuerza imperiosa, en realidad ya tengo ganas de subirme al escritorio.

—Entonces suba.

El Presidente sube una rodilla al escritorio pero el resto de su cuerpo se resiste. Se balancea hacia adelante y atrás sin decidirse. Entonces protesta:

—Vamos por favor, no me ponga en una situación un tanto ridícula y comprometida. Supongo que desconoce el alcance ¿o no?

Aurelio guardia silencio.

El Presidente en esa posición de una rodilla en el escritorio continúa:

—Su condición es única y no llega con un manual, lo sé porque he investigado, y con la confianza de su antecesora he aprendido algo. Por eso adivino que desconoce el alcance de sus facultades…

—Sí desconozco.

 —Es mejor que las sepa por mi boca —mientras el  Presidente se sigue balanceando ridículamente con una rodilla sobre el escritorio.

Aurelio un poco más confiado por esa victoria parcial de la rodilla del Presidente sobre el escritorio, se relaja pero advierte:

—No va a intentar nada violento ni nocivo en mi contra, y volverá a la comodidad de su asiento.

El Presidente se incorpora y coloca en la silla, que es mullida con un gran respaldo decorado por el Escudo Nacional en tonos grises.

—Lo que voy a mostrar no es nada agresivo ni violento.

Mueve una mano bajo el escritorio y con habilidad apaga por completo la luz del sitio. Aurelio se molesta y grita:

—Raudén, ¡Saque su arma!

—No se preocupe, Aurelio reforcé el campo magnético que debilita sus efluvios de poder. Eso ocupó el completo sistema eléctrico y eso nos protege a todos. Incluso lo protejo de usted mismo. Escuche por unos momentos Balzac dice en ¿La Piel de Zapa? Que mientras más se desea se acorta la existencia, la medida de la existencia se reduce enormemente, eso me lo reveló Damaris y mostró gran inteligencia al reducir al mínimo sus alardes. No desgaste sus años de vida solicitando demostraciones inútiles. En un arranque perderá más de lo que imagina. Por favor, no se preocupe, lo serviré hasta que acabe mi mandato, que ya falta poco más de un año. 

Aurelio reclama:

—Demuestre que dice la verdad.

—Con mucho gusto, en este momento lo primero será explicar que la dama de Puebla cargaba a un representante suyo, para que la voz de esa otra persona fuera obedecida, de esa manera su propio tiempo quedaba menos comprometido. Es como beneficiarse de un sustituto.

Pregunta con sagacidad Aurelio:

—¿Usted quiere ese privilegio?

—Eso no parece funcionar conmigo, yo solamente soy una cara exterior, una especie de maniquí para un propósito. No sirvo para recibir el don de mando en sí. La dama de Puebla lo dejó en un oscuro sindicalista que le era leal por completo, se llamaba Fidel; la delegación del mando se transmitió tan completa que él nombraba personalmente a los Presidentes. Aunque eso ya no me tocó a mí.

—Preferiría un poco de más luz.

—Raudén puede encender la linterna de su teléfono, es más fácil que ajustar los campos magnéticos.

—Ya oyó.

El Asistente enciende una luz pequeña que tranquiliza a Aurelio.

—Pero señala hacia allá.

En cuanto la luz baña al Presidente, él levanta las manos y las agita en son de paz:

—Mira no estoy armado, no aproveché la oscuridad para tramar nada, simplemente es para que esté más relajado y él cuide de sus propias fuerzas. Incluso si nos sentamos en los sillones laterales, la plática será más amena. Y tú Raudén conoces perfectamente este sitio, puedes mostrarte más atento. Y que el edecán traiga una lámpara autónoma.

NEGOCIACIÓN

Los tres se sientan, el Presidente y Aurelio frente a frente.

—Si la dama de Puebla falleció tengo entendido que ya no hay nada que te detenga, a menos que ella haya urdido un plan para definir otros herederos… Una situación que sería extraña a nuestras idiosincrasias, ya sabes que eso de los reyes y marquesados después de la Independencia no prendió nunca aquí.

—¿Cómo me cercioro?

—Deberás ir personalmente a Puebla, descubrir donde está refugiada o a colocar flores sobre su tumba. Si ella está viva pero débil entonces para acercarse no hay manera de sustituirte.

—¿Y si no quiero viajar allá?

—Puedes hacer las cuatro pruebas alquímicas, las de tierra, aire, agua y fuego, siendo que la primera entiendo que ya la hiciste.   

Aurelio frunce el ceño para dar a entender que algo le molesta o no entiende bien, entonces Raudén anota:

—La prueba de aire supongo que la cumplió, afuera vi cómo callaba a una multitud belicosa.

—Y dos señores se quedaron discutiendo.

—Eso no importa, basta que tu palabra domine al auditorio. Las pruebas de agua y fuego no son tan sencillas.

—¿Cuáles son las pruebas de agua y fuego?

El Presidente se pone gracioso:

—Si me dejas una carta para negociar lo agradeceré, porque sí quiero un par de mercedes a cambio de mis servicios. Pido dos, son menos que con el genio de la lámpara —guiña del lado izquierdo y sonríe— aunque quizá basta con que me dediques suficiente atención. La simple atención empodera. Lo que ruego es terminar mi mandato y que no mortifiques ni persigas después de terminarlo.

—Y ¿por qué iba a perseguirte si vas a ser sincero y servicial?

—Porque la sangre de un joven hierve y tendrás ganas de remover de arriba para abajo al país, te darás gusto haciendo cambios y un cambio sin un gran sacrificio es un caldo sin sal.

El Presidente se calla y Aurelio mira al techo, donde observa una trama de placas metálicas que semejan ramadas y adivina la conexión de una maquinaria compleja. ¿Cuál es la respuesta correcta? Su don llegó por los Avatares y no sabe aún cuál es la línea de conducta correcta.

—La verdadera respuesta llegará cuando muestres tu sinceridad, por el momento tu truco magnético no me agrada. 

El Presidente suspira:

—Debo insistir que este dispositivo maquinal no se fabricó para mi beneficio, sino por encargo de la dama de Puebla. Como sea ella supo que aplicar su don conforme se acerca al centro del Poder también es fuente de un desgaste terrible y como ella prefirió una larga vida… Hay que aplicar estratagemas para no abreviar tu vida. Si de momento quito el efecto de contención y, por ponerte un ejemplo, en un ataque de euforia decretas una constitución completa o declaras la guerra a un país vecino, quizá hayas gastado un tercio de tu vida en unos meses. ¿Está claro que resulta un beneficio que evites aplicar ese torrente de ideas que fluyen por tu cabeza en cuanto recibes ese don? Además, el capricho con don de mando provoca desgracias que no te imaginas. ¿No has notado desgracias en los días recientes?

—Anda, comentar lo que sabes Raudén.

—Hubo un misterioso suicidio en su departamento, recién sucedió.

—Pero él era un Emisario del Norte.

—Si él está tan preparado como servidor, imagínate lo que suele suceder con personas ordinarias. De ahí los cuidados.

Aurelio piensa en Dafno y, por un instante, se preocupa. El Presidente continúa:

—Puedes avanzar al ritmo que gustes, soy incapaz de detenerte. En este instante es como si platicaras con tu títere, aunque es mejor si no tomas los hilos.

—Y coger los hilos es morir un poco… En una medida sí suficiente, conforme dejo salir el ímpetu también se va el “mo-yo”.

Se detiene Aurelio y piensa que buscar a la dama de Puebla no le gusta, lo inquieta como si fuera a encontrar una fiera herida y dispuesta a combatirlo con sus últimas fuerzas de leona vieja. 

—Esa dama ¿alguna vez te ordenó matar a alguien?

—No me gustaría responder de manera directa esa pregunta, pero argumentaré a mi favor que no poseo una naturaleza violenta. Desde esta silla es mala idea presionar el gatillo, hay que seguir las reglas y esquivar en lo posible, navegar sobre lo imposible.

Aurelio descubre su cansancio y apura:

—Para sellar el acuerdo es momento que demuestres tu confianza en mí y quites ese magnetismo que me neutraliza… Envíame los planos de su maquinaria, incluyendo sus especificaciones y circuitos, a cambio de ello aceptaré que termines tu gobierno sin interferir. A cambio pido que tengamos un número para que me respondas de inmediato, ante cualquier circunstancia; además medios de vida más cómodos, y tiempo libre para adaptarme a esta nueva situación.

—Sigo esperando que no haya represalias después.

—Nietzsche dice que quien promete se ilusiona con que controla el futuro, un pretensión más absurda… la cual me dispondría a omitir.

El Presidente se incorpora y luego se agacha tras su escritorio, mientras continúa:

—Ciertamente, con un año bastará para ganarme las más amplias indulgencias y tú también Raudén, que no sé si merezcas el afecto del señor Aurelio, porque Errequerena entendí que al contrario. Ahora sí pídame que suba al escritorio y que fusile a Errequerena.

Aurelio se sonríe, supone que el final es una broma:

—Un favor más, hay una edecán que dobla turno en la policía, quisiera que le mantenga una custodio discreta, dándole trabajo con paga cuádruple en una ciudad lejana; me desagradó su descaro para acercarse.

—Ha de ser enamorada y obsesiva —se ríe el Presidente—, cualidades que unidas dan la especie más rebelde, por más que ella disimule bajo la disciplina.

—Trátela con tanta dulzura y benevolencia que ella sospeche de un ángel anónimo cobijando su futuro. Y ahora me hace favor de subir al escritorio, antes de cerrar un trato. 

El Presidente alcanza a murmurar antes de dar el paso:

—Lea La piel de zapa, ahí lo entenderá.

REGRESO AL DESPACHO, CONDENA DE ERREQUERENA, EL RIESGO DE LAMBISCONERÍA Y LA MADRE EN EL NORTE  

En cuanto salen por la puerta del despacho presidencial, Aurelio siente un agotamiento súbito que le cae encima y Raudén comenta:

—Un mechón de pelo blanco adorna su frente.

—Algo sentí al salir… un cansancio inesperado… el pasar de los años, en un instante. ¿Hay algo más que notes?

—Arrugas alrededor de los ojos.

Aurelio necesita un espejo y no quiere regresar con el Presidente, pues supone que hay una conexión entre ese envejecer y su entrevistarse. Supone que el magnetismo podría afectar y marca por teléfono en el número rojo, de contacto inmediato con el Presidente para ordenar que desactive su sistema de magnetismo hasta que él se lo ordene. Al regresar al laberinto de pasillos pide que únicamente Raudén y Herminio lo acompañen para buscar a los Avatares ancestrales, pero antes quiere visitar un baño, pretende un momento de soledad. Se siente invadido, ansía un rato de silencio y lavarse la cara, mirar en un espejo el cansancio y la vejez que le anunciaron. Sigue un pasillo, avanza unos metros, dobla por un corredor y alcanza un baño solitario, donde una luz automática se incrementa al entrar. Respira hondo el ambiente de silencio y de intimidad, mira el lavabo doble y un espejo grande que le regresa su imagen. Por su rostro se creería que ha envejecido años: el mechón de pelo blanco unido a unas arrugas alrededor de los ojos. En lo demás se siente cansado pero inalterado, se pregunta si su interior envejeció también. ¿Cuántas semanas durará con este ritmo de envejecimiento? Piensa “Cuestión de semanas que son años.” Así que intenta recordar las recomendaciones para no decaer tan rápido: evitar ordenar y desear a lo tonto,  no ordenar a lo tonto y tomar distancia. Piensa: “Solamente faltaba eso, ganarse un cacho de lotería y no cambiarlo jamás”. Concluye en que importa no desperdiciar la fuerza ganada, quizá es como un globo, que con cada esfuerzo suelta un gas y se pierde para siempre. Imagina a la dama de Puebla, evitando contacto con este Presidente, con el anterior, el anterior del anterior, y así durante décadas. ¿Cuánto tiempo transcurrió? Quizá ochenta años. Desea salir corriendo y también sentarse en el baño, tantos minutos hasta que sus amigos se preocupen y lo busquen. Él también es capaz de idear trampas.

Piensa en marcarle a su madre, para cerciorarse de una idea que le ha pasado por la cabeza. Sí, lo que reveló el Emisario, a ella la debieron comprometer dándole una casa o algo. Mira el teléfono celular y observa si hay señal, al parecer excelente. Marca y de inmediato le contesta Angustias con alegría:

—Mi niño, qué gusto, tengo tanto que contarte…

Ella confirma el argumento del Emisario, y el engaño tramado. Ella no sospecha nada y él no quiere revelarle el suicidio para culparla, en cierto sentido. Ella está tan contenta y quiere compartir las noticias sobre qué ha sabido de los hermanos.

—Por el momento estoy ocupado, pero sí me resulta importante saber sus teléfonos actuales, porque creo que alguno será invitado a salir de país por una oportunidad muy buena.

—Pues yo misma tuve esa oportunidad de negocios y no te imaginas desde dónde te estoy marcando, desde California, desde Los Ángeles. 

Aurelio piensa molesto en el sistema de rehenes. Como no tiene pensado enfrentarse con los del Norte, su madre no queda bajo riesgo. Piensa en voz alta:

—Preferiría que uno de mis hermanos ocupara tu lugar.

Su madre se desconcierta por el giro que toma la conversación, Aurelio no le muestra el fondo. Por el momento no le explicará y tampoco intenta darle una orden directa, él se contiene.

—Mi negocio llevará unas semanas y mientras paseo —comenta con entusiasmo— con los gastos pagados, me han adelantado del negocio; incluso se me antoja quedarme a vivir acá y hasta tomar esta nacionalidad norteamericana.

Tocan la puerta del baño, es Dafno que lo ha estado buscando.

—Espera un momento, estoy hablando —continúa respondiendo a la madre— Mira madre, por favor, evita tomar cualquier decisión importante sin consultarme.

—Me gusta que te hayas vuelto tan acomedido.

Aurelio se despide cariñosamente de su madre. Y decide regresar al despacho del Presidente.

Raudén lo está esperando en el mismo sitio donde se despidió. Recorren la ruta de regreso y superan los mismos controles sin dificultad.

El despacho de nuevo está con el magnetismo encendido.

—¿Estás seguro que tu aparato ese no me envejece?

—Juro que no, es lo contrario aunque si gustas lo apago.

El Presidente se precipita para accionar un botón y luego incrementa las luces del sitio.

—Tengo buenas noticias, ya me deshice de Errequerena. El bribón fue una pesadilla para ti, así que ya nunca tendrás noticias de él.

Aurelio mueve la cabeza en sentido negativo:

—No me diga que… —hace una pausa y una mueca de desagrado— no salgas con que…   

—Estoy acostumbrado a adelantarme, incluso a cumplir órdenes que nadie pronuncia sino que depende del contorno de las nubes de tormenta, descifro el vuelo de los pájaros antes de que alguien lo pida y ese hombre era terrible. Es más, mejor no preguntes, una persona en su sano juicio no a querer cargar con la responsabilidad. Y ya sabes que perder años por arrebato no lo recomiendo. Recuerda: ojos que no ven, corazón que no siente. Provoca enfermedades enterarse de tantos trastes sucios del Poder. Por la plática anterior asumo que requieres un periodo y espacio para acostumbrarte a tu situación y…  soy el primer interesado en colaborar. Si en esta ocasión al adelantarme he sido precipitado, supón que hay súbdito de un emperador que tan ansioso por agradar, intenta cumplir pequeños caprichos del emperador antes de que él los tenga en mente. El sirviente entregará un desayuno en la cama aunque no lo solicites. En cambio, pronto descubrirás al adulador quien se adelanta al deseo y pretende moldear anticipadamente… Dicen que Nerón, en realidad era más un artista aburrido que prefería la música y las tablas gimnásticas que la política de Roma, así que se alejó de la ciudad. Mientras disfrutaba del arte en Grecia llegó un comisionado para indagar sus deseos, Nerón se manifestó desdeñoso y una expresión de hastío dirigida a la hoguera que aplacaba las molestias del invierno; el gesto de descuido fue interpretado. El comisionado interpretó el gesto de Nerón en el sentido de quemar la capital. Al regresar el emisario organizó el incendio de Roma argumentando que era el designio de la mano del emperador al señalar la hoguera, y convenció a la Guardia Pretoriana y atemorizó al Senado que él recibía órdenes directas del esquivo emperador. Después del incendio hubo una revuelta y Nerón regresó con un ejército para masacrar a los rebeldes. La población viendo la secuencia de hechos culpó a Nerón por el incendio, descartando las explicaciones oficiales. Él no lo ordenó, fue un exceso de celo que donde se desliza la sutil frontera entre lo sublime y lo ridículo, incluso lo catastrófico…

—En este caso deseo que regrese mi madre que voluntariamente fue al Norte, fue ella por su voluntad así que no ordenaré nada; ella acudió allá en un engaño, tramado por una especie de intercambio de rehenes. Lo cual estoy obligado a no alterar, por el momento, al menos.

El Presidente explica que el Norte es inaccesible, sin embargo, razonable y mantienen buena diplomacia. En un minuto se comunica con el embajador del Norte, le habla en inglés y recibe una explicación:

—Dice que usted recibió una propuesta para firmar.

—Diles que sí, que voy a firmar de eso no deben tener duda. Es más lo haré de inmediato, sin embargo no quiero que mi madre se quede en el Norte, prefiero que sea uno de mis hermanos.

Continua la conversación telefónica con el embajador en inglés, que el Presidente coloca en “manos libres” para que todos lo escuchen:

It’s correct Mr. Ambassadeur. This country will sign, but there is a condition

 El embajador dice que está de acuerdo, que informará de la propuesta de inmediato.

Cuando cuelga el embajador, Aurelio encara al Presidente:

—Espero que Errequerena esté sano y salvo, no quiere cargar más muertos en mi conciencia, con lo sucedido al Emisario resulta… hasta demasiado.

 

REGRESO A LOS SALONES Y SILENCIO DE LOS AVATARES, EL SISMO Y ALEJARSE

 

Al salir del despacho del Presidente, Aurelio propone a Herminio que vayan a los recintos históricos del subterráneo para buscar a los Avatares, pero aquél sigue objetando:

—No es una buena idea. Ya envejeciste hoy, ahora arriesgas más buscando un encuentro como cita de oficina, lo que fue una aparición fantasmal o un milagro.

—Entonces me conformaré con mirar otra vez el sitio, entre los presentes únicamente Raudén lo ha visto. Sin embargo, para ti, Herminio, el observar y percibir ese lugar debería despertar el máximo interés… Con tus antecedentes...

—De hecho no me gusta estar aquí, demasiado en el Centro —responde el interpelado— menos en Palacio Nacional. ¿Sabes que bajo nuestros pies están las pirámides, los restos del Templo Mayor, donde se cumplieron decenas de miles de sacrificios? ¿Han escuchado el bramido de una catarata precipitándose junto a su oído? Espero que no lo escuchen.

A Aurelio no lo convence la resistencia a descender al recinto de los Avatares y presiona más, a lo que Herminio responde:

—Estoy obligado a servir de guía de turistas y señalar si existe un punto al que no entrar, como sucedía en el sanctasanctórum que únicamente el Sumo Sacerdote judío entraba, incluso él acudía con una soga atada al tobillo por si fallecía al interior, arrollado por las energías del Arca de la Alianza.

El grupo avanza en silencio por los pasillos del Palacio y toma el elevador que desciende hacia los salones remodelados. Herminio camina más silencioso y mira con seriedad en varias direcciones como si algo hubiera atrás de alguna pared, parece controlar sus miedos pues un ligero sudor asoma en su frente como si hubiera corrido y en algún pasillo dice:

—Percibo algo fuerte, si es peligroso les diré.

Raudén aprovecha un descuido y con las manos le indica a Aurelio que sospecha de la cordura de Hermino. Luego avanza al frente y franquea los pasos vigilados y habla:

—De hecho, sí escuché que murieron personas en la remodelación… —hace una pausa y busca con la mirada a Herminio, buscando su reacción—no confirmé si es rumor, hay tantas leyendas urbanas y la gente ignorante se deja llevar por rumores; en su momento confirmaré con el encargado de obras y mantenimiento, mi nivel de tareas en gobierno es distinto.

Dafno atrasa al grupo con su paso lento y pide separarse, para encontrarlos en la salida del edificio, cuando terminen su recorrido. Su amigo asiente y él se retira despacio. Continúa el recorrido que parece más largo, como si los pasillos se multiplicaran o un cansancio previo obligara a un paso más lento.

Sin decidir entre los temores de Herminio o la tranquilidad irónica de Raudén, Aurelio recomienda cautela al acercarse al último tramo:

—El último salón… se mantiene cerrado por buenas razones. Podría suceder como con la llamada maldición de la tumba de Tutankamon. Raudén me acompañará para abrir la última puerta y nada más.

Las cabezas se mueven en afirmación. Mientras encara la primera puerta de los salones, Aurelio afirma en voz alta como para tranquilizar a Heminio y a sí mismo:

—En estos salones trabajé con una cuadrilla de constructores y la pasamos bastante entretenidos, fueron unos días que disfruté.

Herminio pregunta:

—¿Se cansaban menos de lo normal?

—Ahora que lo preguntas, así era. El trabajo no parecía agotar, yo entré a la faena sin obligación y lo disfruté. Mi tarea fue cuidar la remodelación, que estuviera acorde a conservar el sitio. Sin embargo, tuve el antojo de meter mano a los materiales y le entré.

Después Aurelio antes de dejar a los demás en el pasillo, les explica someramente que son tres salones, el señalado con Maqui, por Maquiavelo, el de Clausewitz y el último donde hizo un mural Diego Rivera y están las dos esferas con vestigios prehispánicos, lo cual entrelaza el punto de contacto. Por su parte Raudén confirma que él jamás vio nada sobrenatural aunque que sí sintió algo extraño al adentrase en esos salones.

—Al entrar debemos avanzar despacio, muy des…pa…ci…o, buscando pensamientos puros y pedir al Ser Supremo que nuestro corazón esté colmado de las mejores intenciones. Los peregrinos daban un paso adelante y dos pasos atrás para avanzar lentamente al sitio de su devoción, es una metáfora, pero es conveniente evitar la línea recta cuando no hay un “pasaporte al más allá”.

En cuanto entran al primer salón Aurelio comienza a explicar el sitio como si fuera él un guía de turistas, y en la primera pausa Herminio suplica:

—Hablar lo mínimo es mejor y si es posible reducir las luces al mínimo.

Aurelio se contagia de la tensión de Herminio y accede a las peticiones, entonces Raudén sale a reducir las luces, mientras avanzan lentamente Aurelio y Herminio, con un paso de tortuga que marca el chamán. Están terminando de atravesar el primer salón cuando se apagan las luces por completo. ¿Oscuridad total? No, eso tampoco es conveniente y se detienen a esperar el regreso de Raudén.

—En un minuto lo arreglo.

En el siguiente minuto regresan unas luces laterales que iluminan dos paredes.

—Esa luz está mejor.

Pasan al siguiente recinto mientras Aurelio señala el letrero sobre la puerta. Raudén se une al avance lento. Herminio hace el gesto de caravanas y junta las manos.

—¿Sientes algo?

—Sí, como un torrente y supongo que no lo perciben.

Raudén contesta que a él le hormiguean las manos. Aurelio extiende la palma de la mano como indicando que no importa. Siguen avanzando con lentitud. En voz baja, como un susurro, suelta Herminio:

—Siento que si sigo avanzando… algo terrible me sucederá.

—¿Ves peligros?

—No en este instante, sino que el bramido como de una catarata terminará por arrastrarme.

—¡Me dejarás solo! —levanta la voz Aurelio, sin proponérselo y luego se calla, aprieta la mano como si fuera un niño que dejó la mano de su padre, mientras voltea a mirar el gesto de Herminio por su exabrupto, y vuelve al tono mesurado— Como sea debo buscar un sentido a todo esto, soy el pez que mordió una carnada y que está siendo jalado por el hilo más increíble. Para mí es inútil escapar, ya lo intenté y no resultó.

Guardó silencio y se preguntó si la vida del Emisario estaba predestinada a cargarse en su alma culpable. ¿Cuánto más estará destinado a soportar?

Como Herminio guardó un silencio difícil de interpretar, Raudén intervino con una chispa de ingenio:

—Nacemos solos y morimos solos; el dirigente está destinado a una soledad más abismal que el común de las personas —y entonces pensó en sí mismo— y para un Asesor lo mejor es calmar esa ansiedad solitaria del líder con el arsenal de las bibliotecas y un sinfín de remedios.

Una discreta hostilidad hacia Rauden traluce en Herminio:

—Si estoy aquí es por muchos motivos, debo pisar con cuidado y cuidar que el avance sea lento. El cazador de los siglos ancestrales estaba a merced del jaguar, el animal dominaba su selva; había una pequeña oportunidad de ganar mientras el cazador fuera tan sigiloso como la bestia. Si silenciamos un diálogo irrelevante estaremos en mejores condiciones de enfrentar lo inesperado.

Raudén no está convencido y como sea él deberá abrir la última puerta. A los ojos de Raudén el chamán es cada vez menos agradable. La distancia a recorrer no es ningún obstáculo, simplemente que Herminio insiste en que avancen más despacio. Raudén percibe una vibración desde sus pies:

—¿Lo notaron?

—El suelo fangoso transmite las vibraciones con facilidad, basta el paso de un camión.

—Yo estoy acostumbrado a este Palacio, he pasado tantos días y noches en diversos sitios, eso no me pareció un camión; cuando un remolque pesado está en la cercanía es como una sucesión de tres oleadas continuas. Esto fue como un empujón único.

—Sí, lo sentí, pero ya pasó.

Continúan avanzando con lentitud y se detienen frente a la puerta con dispositivo de seguridad. Con presteza y agilidad Raudén franquea el paso. Desde adentro sale una iluminación intensa y el suave zumbido de un aire acondicionado que también extrae el exceso de humedad para conservar en óptimas condiciones el mural. Sin necesidad de que se lo pidan, Raudén se retira con pasos ligeros para moderar las luces interiores.

—Después de tí.

—La experiencia cuenta —y Aurelio comienza a avanzar con premura.

—Despacio es mejor.

Aurelio ya está adentro y sus ojos se acostumbran a la luz intensa. Mira el salón sin ondulaciones ni impresiones desconcertantes. La pared del mural de colores intensos y muda en sus expresiones, un tropel de personajes de la historia de México, con gestos poco usuales. El estilo un poco de caricatura del muralista aquí da lugar a giros novedosos, las miradas señalan preocupación e intensidad y se dirigen hacia un vértice enfrente de ellos. La confluencia señala hacia el punto exacto donde antes percibió esa turbulencia: el vértice de las fuerzas antagónicas. Vuelve a revisar las direcciones de las miradas, y confirma que van hacia un mismo punto. Luego intenta distinguir a los personajes del mural: un indígena anónimo que representa al primero entrando al Valle de México, Moctezuma con el penacho impresionante y Tlacaelel con el bastón de mando, Hernán con su armadura y la Malinche, el virrey Gálvez con las casacas ridículas y los bordados en las ropas, Hidalgo con su prototipo, O’Donojú con un letrero, Santa Anna, una mujer que no acierta a adivinar, el inconfundible Benito Juárez, Ignacio Ramírez, Porfirio Díaz, Elías Calles, Cárdenas, y al final una adolescente, casi una niña (¿la dama de Puebla? se pregunta)… Debajo de ellos hay unas grietas, desde las cuales unos espíritus ansiosos miraran el panorama, también dirigiendo los ojos hacia el mismo sentido. ¿Qué o quiénes son los espíritus entre las grietas? Son unos ojos expresivos, intencionados y trazados a mayor detalle, por el fulgor de una gorra a la que se agrega una pluma sombría y escarlata, supone que es el florentino, el propio Maquiavelo atormentado por aconsejar a los príncipes hacer el mal sin remordimientos, y en otro rincón la mirada verde y enfática seguida por el brillo de una charretera, con la insinuación de una discreta cruz patada, la propia de Prusia, supone que es Clausewitz; una mirada mixta de infancia robada y bravura para combatir… Los otros espíritus entre las grietas semejan sean griegos o romanos, babilonios o de un occidente más moderno según un destello de ropas oscurecidas al fondo de su guarida.

Pintados en el mural, una serie de edificios en el horizonte, de izquierda a derecha comenzando por chozas, pirámides, iglesias, casas de cantera, de ladrillo, edificios… Las trazas arquitectónicas del avance de los siglos. Más lejos el panorama del Valle dominado por los volcanes y sol emergiendo por el rumbo de Amecameca.    Un barandal impide acercarse a la pintura. Y a un par de metros están las dos esferas.

Sin fijarse Aurelio ha seguido avanzando mientras Herminio aún no alcanza la puerta de la entrada. Se inquieta y vuelve la cabeza al sentir que también una legión de miradas lo observan en ese momento.

Las esferas no son como las recordaba: ahí están tranquilas y silenciosas, sin esa emanación interior. Adentro de la esfera más cercana una figura de textil entretejida con plumas albas, una maravilla de conservación que representa al Avatar blanco. Casi no existen textiles conservados del periodo prehispánico. Un pequeño letrero al frente señala a la divinidad y un mínimo relato. De la otra figura, la oscura que la primera vez no logró observar, su material es una impresionante pieza de obsidiana negra con tonos irisados, adornada con piedras pequeñas verdes y rojas. Es un ídolo completo representando al dios, con un espejo en el pecho pulido por el mismo cristal oscuro e irisado. En un museo, cualquiera de las dos piezas sería celebrada, de las que requieren a un especialista para anotar su excepcionalidad.

Raudén se frena al alcanzar a Herminio, quien acababa de atravesar la entrada del recinto y se quedó detenido abriendo y cerrando los ojos con lentitud.  

Aurelio los observa como niños espantados entrando al cubículo del director de escuela. Aunque Raudén ya ha estado antes ¿Importa saber cuántas veces? La frecuencia no lo hace inmune ni más perceptivo ante una maravilla. Los Avatares ya habían advertido que aceptaban consultas, pero ¿y si se dañan las reliquias contenidas en las esferas se perderá la conexión? La idea de perder a los Avatares inquieta a Aurelio, su nuevo horizonte que el espanta y le empieza encantar ¿podría derrumbarse a golpe de marros o por un sismo que sepultase ese recinto? Hay suficientes preguntas sin respuesta y prefiere disipar su preocupación. A pesar de la inquietud se siente revitalizado, el cansancio ha desaparecido.

Aurelio se divierte viendo que sus amigos se pasman mientras él está avispado, como revitalizado. Recuerda una broma juvenil, saca una moneda pequeña de la bolsa y se las lanza para que la atrapen:

—¡Ey, agárrame esto!

Ninguno de los dos alcanza a reaccionar. Lo que intenta Raudén es cubrirse la cara como si lo amenazara un objeto grande. Herminio voltea al suelo para seguir con la mirada la moneda que corre por el piso. Después pone el dedo en la boca para pedir silencio. Aurelio supone que el chamán escucha algo y quiere salir de dudas.

—¿Oyes algo? ¿Miras algo?

—Eeee… no.

Le da la impresión de que en unos momentos empezará a dormir o a desmayarse. Da unos pasos para indicarle a Raudén al oído que tome del hombro a Herminio.

—Parece que va a desfallecer.

Raudén hace caso y Herminio parece distraído como ausente, mientras el Asistente lo toma del hombro con firmeza. Aurelio se aleja dos pasos, luego da la vuelta alrededor de las esferas y mira desde varios ángulos las reliquias. Toma distancia para observar con más detalle el mural. Apunta a los ojos dibujados entre las grietas, un par le resulta familiar.

—Ya sé que el reglamento prohíbe fotografías en este sitio, lo cual no importa, así que supongo que tu cámara toma mejores fotografías que las otras.

Con la mano libre Raudén saca su teléfono con cámara y lo entrega. Aurelio se entretiene buscando las mejores perspectivas, para no perder detalle. Platica con Raudén sobre la restricción de accesos al sitio:

—Incluso el acceso será más riguroso, ni siquiera el Presidente accederá libremente a este sitio. Y busca un registro de dónde vienen los contenidos de las esferas.

Se dirige exclusivamente a Raudén, pues Herminio está como perdido con los ojos abiertos y después lo interroga directamente:

—Oye Herminio ¿Entiendes qué es esto?

Herminio se sorprende, parpadea con la breve agitación de quien acaba de despertar:

—Hay una presencia indudable, que no alcanzo a comprender. Sucede como cuando un perro entra en una iglesia y comienza a ladrar, hay un eco y atrás de eso hay un “egregor”, que se agita con el perro que le responde a sus ladridos. Algo agitó tanto mi mente que abandoné este plano. Para mí eso es un signo inequívoco de una manifestación…

Mientras el chamán queda en silencio, Aurelio está revitalizado y ansioso de actuar. Decide que es conveniente salir de ahí y cerrar el sitio. No ha dicho la primera palabra para retirarse cuando una bocina lejana ulula y se acompaña de las palabras “Alerta sísmica”.

—Vámonos rápido.

Jala del otro brazo a Herminio, que como desganado pareciera no comprender el peligro. Las palpitaciones agitadas y los sentidos alertas de Aurelio y Raudén se apiadan de Herminio que parecería resignado a que sus pies no se muevan. Con alguna dificultad logran coordinarse para ir apurando su escape. Mientras atraviesan la puerta hay agitación en el piso y un crujido en las paredes. El balanceo no es tan intenso que los obligue a dar traspiés. El trío compacto cruza el primer salón, mientras irrumpe otra oleada y sus crujidos. Las luces se pagan por un instante y de inmediato regresan. Al avanzar por el pasillo de salida Herminio camina por sí mismo y alcanzan rápidamente el elevador, mientras continúa el ulular y la advertencia sísmica desde algunas bocinas.

Mientras esperan que abra el ascensor, Raudén advierte:

—Es contra las reglas tomar un ascensor durante un sismo, con facilidad se atoran o algo peor… se desploman.

Cesan las bocinas antes de que aparezca el cubo del elevador.

—Si se terminó como sea no quiero permanecer aquí.

Raudén se acuerda:

—No he cerrado el recinto. ¿Me permite regresar?

—Como gustes —aunque Aurelio no está de acuerdo, prefiere no discutir—, nos vemos afuera.

Aurelio le exige al chamán que lo siga corriendo, que deje esa calma:

—Entonces, sígueme de prisa.

Con pasos apresurados Aurelio busca la salida, con la agitación confunde las direcciones y vueltas correctas en los pasillos oscurecidos que parecen interminables. Se guía por los sonidos de gente que sale de oficinas y encuentra las escaleras. Desplazándose por la planta baja se sienten más tranquilos que en los sótanos. Después se da cuenta que los oficinistas no abandonarán la construcción. Por las bocinas suena la instrucción que se concentren en las señales pintadas de protección civil. Aurelio reconoce un pasillo de salida y mira los letreros, así que toma un rumbo diferente a los oficinistas que se mueven por el Palacio. Al llegar a la salida exterior un soldado les indica las instrucciones de permanecer en ese recinto y Aurelio con premura aplica su don para que haga una excepción. Señala a Herminio que viene detrás:

—Y él también sale conmigo.

En cuanto salen, afuera Dafno agita una mano y cuando lo alcanzan, pregunta:

—¿Hubo más trampas?

“Nada es casualidad todo es sincronía”, piensa  Aurelio, en lugar de responder comienza a reír con el aliento agitado, ante lo cual Dafno responde intentando una risa tímida y cómplice.

RESUMEN Y EL INTERCAMBIO DE REHENES

 

Hay miles de personas al centro de las calles, mirando hacia los edificios y los postes, observando con desconfianza por si viene lo más fuerte del sismo. Aurelio se dirige a Dafno:

—Se suponía que nos esperabas en un restaurante cercano.

—Me desesperé y al llegar acá tembló; ya no dejaban entrar ni salir al Palacio Nacional, entonces me quedé esperando, muy preocupado. Las señales de teléfono se interrumpieron.  

Aurelio entonces recuerda que cuenta con un número directo para llamar al Presidente y cavila por un segundo que si el gobernante fuera tan leal y con más sentido de la nueva situación le debería haber buscado de inmediato. Mira el teléfono y le indica que no hay señal. Entonces piensa que no hay nada que juzgar del gobernante.

—Todo está controlado allá a adentro, nada más siguen en sus protocolos de protección civil. Y volví con demasiada hambre. Disculpa que nos apuremos, Dafno.

Toma del brazo a Herminio y se pone a interrogarlo:

—Te quedaste como perdido en el salón ¿qué fue?

—La fuerza que hay allá abajo afectó.

Herminio vuelve a mostrarse desconcertado y temeroso.

—Vamos a requerir ayuda.

—Para esto no hay manuales.

—Maquiavelo dijo que él invocaba a los personajes del pasado.

—Eso se llama leer libros.

—Lo he hecho más de lo que te imaginas.

Recorren la distancia hacia el restaurante convenido con rapidez, mientras observan cómo con lentitud la gente se dispersa.

Aurelio está lúcido y urgido de precisar sus decisiones:

—La facultad del Poder me la entregaron, yo no la he pedido. El motivo de esa designación la desconozco. No sé cómo utilizar bien el Poder, pero hay la opción de que no lo ejerza uno personalmente. El Presidente parece dócil aunque astuto. Él o no sé si algún antecesor instaló un dispositivo para no dejarse influir, es un aparato raro. No sé si vale que destruya ese aparato o sirve de algo. Trató de convencer que si uso liberalmente este don me consumiré como una flama —toma con los dedos su mechón de pelo recién encanecido—, lo cual sería una desgracia, como cualquiera quiero disfrutar muchos años. Dicen que delegar el Poder sirve para no utilizar el don tanto que pierda mi sustancia vital, como ha sucedido. Raudén será un enlace para controlar al Presidente y su gobierno, puede convertirse en un Secretario de Gobernación o su Asesor en Jefe, o mejor volverse en nuevo Fidel Velázquez. Un problema adicional es que el Presidente termina su mandato en un año y si no voy a intervenir demasiado, bastará con comunicarme con el candidato que va a ganar…

Mientras Aurelio hace una pausa, Herminio siente un impulso de interrumpir, de gritarle que habla de politiquería, que se hunde entre el lodazal de las ambiciones y la bajeza ordinaria, pero se contiene. Continúa Aurelio:

—A estas alturas ya se sabe quién ganará. Y desconfío del gobierno en unas solas manos, son capaces de interpretarme como el ayudante de Nerón y quemar al país, es mejor dividir el mando, pero eso ya lo había propuesto Montesquieu con la división de poderes, sin embargo, en la práctica los diputados y jueces suelen someterse al Ejecutivo. De la anulación de facultades únicamente sabemos que el amor vuelve inmunes a las personas, aunque la mayoría de las personas resulta que no están enamoradas lo suficiente para inmunizarse; el efecto de la frontera y ese aparato magnetizador que está instalado. De hecho esperaba que tú fueras de más utilidad, y conocieras un poco más de esto, en fin. Habría más excepciones, aunque no debería preocuparme porque no pretendo emplear demasiado ese don. Supongo que minimizar su utilización es la clave para no morir joven. Te ruego que prometas serás discreto…

Herminio se sorprende pues levanta la mano sin pensarlo como adelantando un juramento.

—Baja esa mano no es necesario, confío en tu integridad.

—Te quiero decir que recordé una situación de los antiguos habitantes, la narración de Tlacaelel —comenta Herminio, con más viveza en la mirada— se adapta a lo que dices.

Mira en la distancia que se aproxima el amigo.

—Ven Dafno, aquí estamos. Bueno, prosigue…. soy todo oídos.

—Las narraciones indican que tras el gobierno azteca permaneció el sabio Tlacaelel. Los reyes morían y surgían sucesores, pero Tlacaelel era longevo y permanecía.

Suena el teléfono, es una llamada de Raudén:

—Estoy con el Presidente, acaban de volver las señales, pregunta si estás bien y dice que no logró que regresen de inmediato a tu madre, porque...

—¡Qué le sucede a…!  —Aurelio se contiene para no lanzar una grosería contra el Presidente, respira hondo y mueve la cabeza en sentido negativo— ¿Qué esperas para pasarlo a la línea? Y dile que salga del perímetro de su aparato si no quiere problemas.

—Un momento ahorita lo convenzo de salir.

—Prometiste que a ella la iban a regresar…

—Me acaban de hablar, haré una protesta formal, pero llamó directamente el Gobernador de California, señalando que sus hermanos consanguíneos a usted no le importan nada. Que él en cambio ya envió a su hija para presentarse con usted, que de hecho ya lo está buscando, para permanecer en México. Y el Gobernador en persona garantiza que su señora madre recibirá un trato de reina y que ella está por su voluntad propia, que dice que le agrada ese país para quedarse a radicar.

—Entienda que no voy a dormir tranquilo sabiendo que mi madre es un rehén.

—La señorita norteamericana ya está en la recepción de Palacio. Lo más adecuado es que tome la llamada directa con California. El Gobernador allá tiene la palabra.

—Supongo que él sí manda, no como usted —señala Aurelio con ironía.

El Presidente promete conseguir el enlace de llamada a la brevedad. Aurelio le dice a Dafno mientras ordena su primer platillo:

—Vas a servir de traductor ni más ni menos que con el Gobernador de California, el hombre más poderoso al Norte.

—Sin problema.

Aurelio vuelve a explicar cómo ve su situación y repite la explicación anterior con otras palabras, ahora dirigida a Dafno. Con la comida servida suena una llamada de Raudén:

—El Gobernador insiste en que únicamente tomará a llamada desde el teléfono de su hija, así que no tardo en llevarla a donde estés.

—No te preocupes, hasta Dafno arde en deseos de conocer a una señorita de tanto abolengo. Y localiza a tus guardias armados que regresen a cuidarnos, prefiero no recibir más sorpresas, al menos por este día. 

Aurelio cuelga y explica a los presentes lo que sucederá en unos minutos, mientras recibe un jugo y una carne asada. Sigue repitiendo a Dafno lo que entiende de su situación y especula sobre el futuro.

Pocos minutos después Aurelio distingue a una cabellera rubia cubierta con un sombrero, lentes oscuros, camiseta anaranjada de tirantitos y pantalones shorts también naranja avanzando tomada del brazo del Asesor. Piensa “Es una figura hermosa desde lejos”. Después de las presentaciones de rigor, Aurelio solicita la llamada, Dafno sonríe con timidez:

Please, the call. 

La chica parece contrariada, como si esperara pasear y platicar primero, aunque de inmediato llama:

Hello, Dady, the mexican guy, about his mother.

El Gobernador de California parece eufórico al saludar, habla como gritando, y se dirige con confianza a Aurelio, como si fueran amigos desde la infancia. Sin embargo, es terminante en que conservar a un pariente cercano en manos del país vecino define un requisito indispensable que se acepta en el planeta entero. Aurelio no está convencido, cuando el interlocutor apela a la Ley:

What law?

Since the Bible it self.

Y el Gobernador se ríe mucho como si citar la autoridad bíblica fuera el mejor chiste de la semana. Por más que Aurelio intenta argumentar, la contraparte repite que es imposible cumplir su petición. Insiste cada vez:
No way.

 Después el extranjero le explica que tiene derecho a mandar a personas para verificar que tratan con mimo a su madre y que no la amenazan bajo ningún concepto, al contrario, ella prefiere permanecer allá. ¿Cómo dudar de la garantía con su propia hija? Y ella es un personaje público, basta ojear en revistas y la red la identidad. Él convence a Aurelio que el engaño resulta imposible. De manera unilateral, el californiano afirma:  

It’s a deal.

Con la promesa de que enviará a alguien de confianza a supervisar que su madre está contenta allá, termina la negociación. Cuelgan ambos y Aurelio le pregunta a la chica:

—¿Te gusta este país para vivir?

Dafno traduce y ella responde que no hay elección, que ya se hizo a la idea. Aurelio le pregunta a Raudén cómo la van a cuidar a ella. Raudén explica que el Presidente ya encargó el servicio de seguridad para ella, que se duplica con personal de la embajada, que también está asignado. Aurelio suspira imaginando un lío de cuidados superpuestos y regresa su mente hacia la metáfora del pez que ha mordido una carnada.

—Pues díganle a la señorita que por hoy puede pasear y divertirse mientras nosotros platicamos. Por ahora no interesa ella, aunque eso sea rudo.

Dafno comienza a traducir y ella le interrumpe:

—Estudié español, lo entiendo.

Ella se retira los lentes oscuros y se dirige a Aurelio de frente:

Usted luego me habla, quiero plática en persona, sin tantos testigos. Plática privada. Después. Después.

Acerca la cara para despedirse con un beso en la mejilla. En cuanto ella se aleja, Dafno opina:

—La veo muy coqueta, va enfilada directo sobre tus huesitos, Aurelio.

—Eso creo. En los reinos antiguos una costumbre fue la “alianza matrimonial”. Si nos casamos, la unión entre los reinos queda garantizada. Suena a un premio, aunque sigo sintiendo más cedazos y carnadas alrededor nuestro.

Herminio rompe su mutismo y opina que desde esa perspectiva el intercambiar rehenes no es abominable como sonó antes.

Aurelio se propone explicar por tercera vez su situación con Raudén. 

AMENAZA Y PROTECCION: CORONA DE LATA

 

Todavía no termina de la explicación de Aurelio, cuando se levanta Herminio, hace un gesto de que lo esperen un momento y entra en la cocina del restaurante donde escuchan una vieja melodía: “¿Qué pasará? ¿Qué misterios habrá? Puede ser mi gran noche…” Una melodía de moda hacia medio siglo, interpretada por el divo Rafael, cantante español. Es una pieza más en la inquietud del chamán, que ha recuperado el ánimo combativo y las fuerzas luego de permanecer pasmado bajo Palacio. Esa canción que le gustaba a su madre incluye un trasfondo dramático, de una tensión tremenda, de la misma manera que el alma de Aurelio está bajo máxima tensión, sometido a la responsabilidad del país que ha caído sobre sus hombros. Y Herminio concluye: “¿Cómo se alivia la carga? Repartiéndola entre muchos; si alcanza a formar un dream team para el manejo del país, entonces el asunto quedará resuelto. O al contrario se pasa una prueba donde despierta el héroe, una prueba de fuego.” Se siente inspirado y comenta:

—Una salida es repartir la carga, el peso abrumador del gobierno entre muchos; el peso completo abrumará al más fuerte, será soportable cuando se reparta.

Aurelio responde de inmediato:

—De alguna manera lo estoy pensando, recuerda que he repetido “la división de poderes”.

—Me refiero a los equipos que integran un gobierno con sus secretarías y ministerios.

 —Para eso está Raudén, para eso están ustedes y, claro, juntaré a personas capaces y honorables.  Sin embargo, estamos en una carrera contrarreloj pues no sé y sospecho que haya contendientes para ocupar mi posición. ¿Qué opinas de esa idea? —lo pregunta dirigiéndose a Raudén— Quizá también es nueva para ti, aunque en el círculo gobernante alguien debería anticipar un pleito de contrincantes, tal como son la elecciones y el pueblo elige, también acuda más de un sucesor y haga pasarela de concurso, los que peor responden son eliminados y quién se comporte a la altura será el sucesor. 

—Un don que nadie sabe que existe, quizá es una leyenda como la del Rey Arturo con su Excálibur… Supongo que si no es conocido, no hay quien lo ambicione… Queda como leyenda urbana.

—De inmediato lo supieron en el Norte, incluso lo sabían desde antes para tenderle una trampa a mi madre y engatusarla con una oportunidad en Los Ángeles; lo sabe el Presidente aunque sin precisión, y los técnicos para su aparato ese magnetizador que se supone neutraliza. Hay conocimientos rondando por ahí, que nosotros seamos novatos no resta riesgo proviniendo del otro lado. El mensaje de respeto del Norte, con su trato y el intercambio de rehenes no es para dormir entre laureles. Hay que ubicar una posición sin abusar, mi salud va en prenda. Se requiere de velocidad y soluciones. Su tarea es protegerme en sentidos sutiles, las trampas las he adivinado y tampoco ustedes que no las miran venir, hay que estar más atentos al punto ciego y aprender rápido…

Dafno levanta la mano y con una voz tímida señala que ellos a su vez requieren de protección, él argumenta ser el personaje de huevo (Humpty Dupty), tan frágil para quedar destrozado. Al exponer se le quiebra la voz:

—Esta vida a veces es un tormento y hay quien no mira lo que se pierde y pisará a cualquiera con tal de conseguir la cumbre.

Comienza a sollozar, sin que su discurso sea tan desgarrador. Raudén opina que parece borracho. Dafno no argumenta más y sigue sollozando. Aurelio lo invita a calmarse, que han pasado demasiadas tensiones en dos días.

Entre los caminantes indiferentes de la acera, sin ser requerido se desprende un pordiosero: andrajoso, sin varios dientes, la ropa y los zapatos sucios, algunas costras de mugre en el cuello, el pelo hirsuto y entrecano; delgado por enfermedad o hambre, aunque sonriente. Agita un círculo de hojalata con la mano derecha:

—Jefecito, le traigo su corona, deme algo por ella.

Avanza con lentitud y agita su mano con la hojalata. Dos auxiliares se aproximan para detener su avance. Aurelio indica que lo dejen aproximarse y ellos lo escoltan en su acercamiento. Los presentes se miran extrañados y Aurelio dice:

—Hay trampas que nadie prepara, simplemente están ahí. Hay millones de miserables en el país y su desesperación los arrastrará por instinto hacia donde atiendan sus llagas. Y no es porque yo lo vaya a remediar. Sí conmueve al corazón mirar a alguien en la desgracia. La desesperación por repartir felicidad, otro hilo atado a una caña de pescar.

El pordiosero se planta frente a la mesa para congraciarse:

—La cuidé para usted, jefecito, por allá —señala con la misma mano que sostiene la rústica corona— me la querían quitar y no los dejé.

—Gracias, te vamos a recompensar —dirigiéndose al pordiosero—, y por favor Herminio consigue una bolsa estéril para recibir esa corona, no debemos tocarla, por el momento.

Aurelio encarga a Raudén que recompense con generosidad al pordiosero, quien busca un billete y lo ofrece mientras da unas sencillas instrucciones. Cuando el pordiosero se retira al Asesor le pregunta en voz baja:

—¿Qué tanto lío sería que lo mantengas vigilado? Y no porque imagine que él sea malo, sino que esté enganchado en alguna trampa. Me ha simpatizado, con esa mirada de perrito que busca un dueño. Quiero ayudarlo y junto con él a todos los miserables de este país y, en fin, si estuviera en mi mano a los del mundo entero. Entonces sucede como con el Emisario que viene su desgracia y me cargan con la culpa, que es una trampa pero voy mordiendo el anzuelo, y en lugar de sacar sentimientos nobles y caritativos caigo en pánico. Porque si hay quien mande ¿qué costaría dejar limpios y más o menos decentes a los países, en lugar del cochinero que se mira por doquiera? Sería fácil ahora con tanta ciencia y tanto dinero rondando por el planeta ¿o no? ¿Qué me dicen?

Herminio responde:

—El mundo es misterioso pero está en equilibrio el día y la noche se siguen, el invierno y la primavera se siguen… Hacer caridad no siempre es como nos lo imaginamos a nivel familia para favorecer a cada hijo. Si esa fuera una solución de los árboles ya crecerían billetes en lugar de hojas… recuerda que repartir dinero no arregla las almas…

Aurelio mueve ambas manos y con los gestos invita a acercarse. Con voz baja comenta mientras señala alrededor:

—Nos sentamos aquí, en una mesa exterior en este restaurante casi vacío; han pasado unos minutos y este lugar ya se ha llenado por completo y todavía no es hora de comer. Las protecciones alrededor de los árboles la gente las usa como sillas, cada vez más se acercan a nosotros y, entre casualidad y fatalidad, comienzan a mirarnos con insistencia. Supongo que la actitud de la gente alrededor surge de mi condición, algunos ya prestan atención dispuestos a cumplir una orden. Preferiría que nos colocáramos en un sitio más privado. ¿Alguna sugerencia?

Dafno propone el hotel que ha ocupado ocasionalmente para atender clientes cruzando el Zócalo, el mismo desde el cual seguía la primera incursión furtiva al Palacio Nacional. El sitio es muy cercano.

—Incluso tengo un descuento, pueden darnos un salón privado como un comedor o si alguien gusta bañarse pido una habitación.

Acuerdan que dirigirse de inmediato. Raudén paga esa comida y salen caminando para recorrer la distancia. Mientras avanzan Herminio insiste en que Aurelio no está preparado para el don de mando, aunque dejar los acontecimientos venideros al acaso sería aún más terrible.

—¿Por qué?

—Los vacíos de Poder son episodios de violencia gratuita, feroces orgías de destrucción, precipitan a la desgracia.  

—Por eso mismo debo actuar rápido.

—Entre los politólogos a esa fase se le llama interregno, aunque con más precisión —advierte Raudén— se teme que si hay un fraude electoral correrá la sangre. Aunque eso del fraude es tan relativo.

—Si mucha gente cree lo mismo deja de ser falso, cuando tantos lo creen abandona el tema de verdad y error, para volverse asunto de pasión y de a ver quién gana. Al final gana quien empuje más fuerte, a menos que haya una rienda invisible que detenga la marea.

—Esa rienda será Aurelio.

—De nuevo siento demasiadas miradas alrededor.

Herminio supone que una ligera paranoia afecta a Aurelio y que quizá después vaya aumentando, lo ahora son impresiones en el futuro saldrá de control y recuerda remedios para calmar el miedo. Aunque también él observa miradas alrededor…

Cuando el recorrido de la Calle 5 de mayo termina en la orilla del Zócalo suena una banda militar y los soldados están arreando la bandera monumental que adorna el sitio.

Raudén de inmediato argumenta:

—Todavía no son las 6 pm, algo curioso que estén arriando la bandera, faltan horas para la ceremonia.

Es cierto, el reglamento militar señala que cada atardecer a las 6 pm se debe quitar la bandera monumental del asta que domina la plaza. La bandera monumental de tres colores rebasa la longitud de veinte personas y se mece con cada oleada de vientos, como si poseyera un alma misteriosa, que baila con el ritmo plácido de las nubes lejanas. Mientras una banda militar interpreta himno hay un pelotón completo que cumple la maniobra marcial del descenso.

—¡¿Estás seguro?!... —mientras Raudén responde con la cabeza en sentido afirmativo, Aurelio señala en sentido de avanzar— Entonces vamos ya, aunque sea otra carnada.

Aurelio trota para cruzar rápido la gran explanada y alcanzar la maniobra de los soldados antes de que la terminen. Conforme se acerca vocifera:

—¡Que el jefe detenga esto!

La banda musical se detiene, el grupo que está bajando la bandera se paraliza, mientras uno de los músicos da un brinco hacia un lado, guarda su trompeta y saca su fusil para apuntar. Al extremo el militar que con más adornos y, por ello, más rango, deja una mano levantada.

Aurelio no distingue que el soldado le apunta hasta que está cerca y se frena en seco presa del peligro. Deja el cuerpo quieto y mira la amenaza. Los demás van corriendo atrás de él, excepto Dafno que se quedó al otro lado de la calle. Al detenerse Aurelio el jefe de los soldados reacciona diciendo que todos esperen sus órdenes y hace un gesto al de la trompeta para que baje su fusil. Desde unos pasos atrás Raudén grita:

—¡Teniente González! Son amigos.

El aludido saluda moviendo la mano hacia la cabeza. El soldado apuntando el rifle se da cuenta que son amistosos y en un segundo guarda su arma, y vuelve manipular la trompeta girándola con habilidad, como si no existiera su fiereza previa.  

Aurelio respira tranquilo y se da cuenta que nada más Raudén notó la amenaza que se ha disipado. Respira para calmarse mientras se acercan los demás. Cuando Raudén está junto a él le señala:

—Dile que no es hora de arrear la bandera.

Raudén sigue trotando hasta alcanzar al militar y lo saluda con familiaridad. En unos segundos mueve la mano indicando que los demás se acerquen. El jefe militar saluda con sequedad a los desconocidos y explica:

—Viene una manifestación y adelantando la hora se evita el conflicto de cumplir nuestra ceremonia. Se calcula que la gente empieza a inundar el sitio comenzando en media hora.

—¿Son contrarios al régimen? —pregunta Aurelio.

—Así es, por eso evitamos cualquier roce.

—Le presento a Aurelio, una persona importante para nuestro gobierno, lo que pida tómelo en cuenta.

Los demás no terminan de comprender la reacción de Aurelio y él no la explica.  Cuando se retiran rumbo al hotel frente a la plaza, Herminio que notó la amenaza y comprende que el soldado que apuntó era uno amoroso.

—Con un descuido y esto se acaba, debes andar más cuidadoso.

—Para eso están ustedes. Lo que no entiendo fue mi impulso, como un resorte desconocido. Se supone que evito lo que llamo trampas. Aquí yo solito me enredé, quizá porque la bandera simboliza a la patria y sentí que la iban a arrebatar. No era sensato ir corriendo y gritar, bastaba preguntar un poco. ¡Qué importa que bajen la bandera antes de la hora! Habiendo asuntos tan delicados en el país, actué como un adolescente. Juro que sentí algo delicado en ese adelanto de la hora, como si estuviera en juego una humillación a la patria, visto en perspectiva suena absurdo.

Pregunta Herminio si por la proximidad de una multitud siente amenaza:

—¿Será que viene la multitud?

—Eso quizá sí me altera. Siento las manos sudorosas… Mejor vamos a tomar el hotel como refugio, sigo sintiendo demasiadas miradas, prefiero ver sin ser visto desde arriba del nivel de piso.

EL MIRADOR Y LA MULTITUD

 

En el Hotel de la Ciudad de México alquilan una recámara y un comedor pequeño con servicio. Únicamente Herminio va al cuarto para bañarse argumentando que le resulta indispensable y espera que el agua caliente sirva para despejar por completo la impresión del sótano bajo Palacio. Él se compromete a avisar cuando llegue la multitud pues se mira la plaza desde esa habitación.

Los auxiliares se apostan en los pasillos del hotel. En el pequeño comedor un amable mesero les sirve cervezas para los adultos y agua para Dafno, repite su explicación Aurelio, dando un giro inesperado:

—La facultad del Poder, ya lo saben, unas entidades blanca y negra me la entregaron, yo no la he pedido. No estoy preparado lo suficiente y todo indica que ejercer abiertamente la facultad me desgastará y el tiempo transcurre tan rápido que me está alterando, estoy más sensible a temores y acosos. A cada rato surgen distintos anzuelos, así que debo tomar distancia del centro del Poder mismo, para actuar desde una lejanía. Lo mejor es alejarse del Palacio, eso espero se cumpla hoy mismo. Me quedé para mirar si es verdad que el opositor ganará las votaciones, cuestión que antes no me interesaba. Quizá sería viable alterar el curso de las votaciones, sin embargo, está en peligro mi salud y el ejemplo de la dama de Puebla perdurando muchos años es para seguirse. Tampoco abandonaré el Gobierno, sino que daré unas directivas de mejora, para ello requiero de asesorías de calidad, según hace rato señaló Herminio, un equipo de trabajo de máxima calidad para acercarlo a los niveles adecuados. ¿Qué opinan?

Dafno responde primero:

—Lo que me preocupa es tu espíritu, es vital cuidarte que no seas presionado y atrapado por emanaciones de un “bajo astral”. Supongo todos vieron el Señor de los anillos, el Golum cayó bajo el influjo del anillo. La presión que percibes implica un torsión que los demás no resistiríamos. Mi opinión es que alejarse del Palacio.

—¿En términos de distancia?

—Cuando menos fuera de la capital de la República. 

—¿Y tú Raudén?

—Esto es nuevo para mí. La prudencia que sugiere Dafno es digna de elogio. El gobierno mismo sí es mi materia, tengo tantas opiniones por verter y explicaciones sobre los mecanismos legales y las instituciones, que estimo resulta indispensable conocer. Lanzar órdenes sin fundamento provocaría un desorden legal y por más que me rinda ante la evidencia del don de mando eso no significa que recomiende acciones caprichosas, eso es demasiado ilógico. Las manos de la casualidad serían una lotería de infortunios. 

Aurelio pide que guarden silencio pues ha sentido la presencia de la multitud. Antes la aglomeración de personas le resultaba indiferente, cuando atravesaba los ríos de peatones en las calles saturadas ni lo notaba. En este trance su piel adquiere lo que vale llamarse una hipersensibilidad.

—Siento un agobio, incluso en la piel, una rozadura quemante.

—¿Físico?

—Sí es físico, aunque supongo que es una impresión controlable. Ahora la multitud despide un fuego seco.

Dafno pregunta si consigue analgésicos y Aurelio acepta aunque supone que es mejor alejarse pronto del Zócalo y la manifestación.

—Vamos al cuarto por Herminio y no retiramos.

En la  habitación alquilada descubren que Herminio puso una tina de agua tibia y está dormitando con placidez. Una ventana abierta permite escuchar el rugido de una multitud que colma la plaza del Zócalo y hacia un costado un templete con sonido hace pruebas para los oradores. 

—¿Alguna vez has presenciado en vivo al candidato?

—No, evitaba la política.

—Por mi trabajo sí, es parte de permanecer siempre actualizado y con los hilos del gobierno.

—¿Ahora ganará?

—No hay manera de que pierda, de hecho el Presidente ya negoció una transición suave, sin importar que sea el opositor. Eso fue antes de que entraras en escena, puedes cambiar esas negociaciones.  

—A mí no me da confianza —objeta Dafno.

—Si ya va a ganar no hay más que verle —afirma Aurelio— pues guste o no con él me las arreglaré el próximo año.

Desde el fondo del baño sale la voz de Herminio que ya ha despertado con la plática:

—Será si no pierdes tu don, que de seguirlo desperdiciando en arranques y gestos temerarios desaparecerá sin pena ni gloria, más valdría morir que traicionar.

Aurelio piensa “Tan mal estoy actuando desde para único con perspectiva espiritual en este cuarto. No le veo sentido a refutarlo. Lo mejor será tomar distancia, antes de que aparezca la próxima trampa.”

Los analgésicos hay hecho efecto. Más allá de la ventana la multitud vitorea y se agita, rompiendo el hilo de pensamientos de Aurelio, que se asoma y alcanza a mirar una figura diminuta en la distancia de la plaza. El personaje está parado en una plataforma, micrófono en mano y platica con lentitud, como el mago que ensaya relajar a su auditorio. Desde la ventana se esfuerza por captar la voz y el sentido de las palabras de un futuro interlocutor. En la distancia y con la multitud correando resulta difícil entender algo más que el tono. Atrás del personaje se levanta el Palacio Nacional, macizo e imponente, matizado con tonos más grises. Ha caído la tarde y el cielo pierde sus últimos resplandores luminosos y su color ya se debe a la Luna, la antigua diosa derrotada entre los aztecas. Aurelio procura enfocar su atención y lo logra, observa con cuidado la diminuta figura al otro lado de la plaza, con su camisa blanca y cabeza que pinta canas. Transcurre un lapso que parece eterno, hasta que recuerda que una atención prolongada delega un don de mando hasta sin quererlo. Luego de un rato reacciona:

—Es hora de salir de la ratonera, tomemos rumbo —Aurelio lo duda, por un instante y supone que si lo aconsejara Tezcatlipoca entonces se dirigiría a Atlacomulco, el sitio de los pozos profundos— vamos al Oriente, la dirección de Quetzalcóatl.

 

LA DESPEDIDA DE LA DAMA

La habitación grande y soleada, levantada sobre materiales tradicionales de tabique rojo y vigas de madera para sostener el techo. Ahí coincidían los detalles de las familias antiguas como un ropero en lugar del clóset y un baúl habilitado como silla frente a la cama. Las cortinas de tela corriente pero colorida y el piso de grandes cuadros de barro cocido. Las ventanas de hierro forjado y puertas pintadas de negro. Un único cuadro colgado en la pared: un óleo viejo que debía representar a sus antepasados. Un radio viejo y un teléfono celular en un buró junto a la cama completaban el cuadro de una existencia rústica, con la comodidad suficiente.

En el patio ladraban un par de perros criollos, que exigían intermitentemente comida o cariño.

La anciana permanecía recostada, con dos almohadas sirviendo de cabecera. Su rostro pintaba arrugas sobre arrugas. Su pelo hirsuto y por completo blanco, contrastaba con el rostro moreno. En una mano detenía un rosario de madera negra y en la otra sobaba el lomo de un libro grueso como una biblia que reposaba en su regazo. En cuanto atravesó la puerta supo que él era Aurelio Velarde López:

—Quería conocerte antes de entregar las cuentas al Creador. Eres tan joven y ¿de qué quejarse? Conmigo sucedió también, no estaba lista y desconocía lo que vendría: una avalancha que arrastra la existencia. Antes aprendí a estar lo suficientemente quieta y, como sea, no lo resolví. Y quedé tan abrumada, hasta que recibí el libro. Una mula cargada con demasiados bultos se resiste a seguir hasta que entiende dónde bajar tanta carga. Y el libro espero despertará tu curiosidad y salvará tu existencia, permitiendo que intervengas desde la distancia. En cuanto lo termines de leer sabrás cómo anticipar exactamente el día en que habrás de morir, como me sucede, y en el futuro notarás que las fuerzas te van a abandonando paulatinamente, hasta que surge en alguien más. Aunque nadie obliga a rendir cuentas con tu sucesor, en mi caso soy Damaris Peralta Blas. Mejor conocida como la dama de Puebla, aunque aquí esta humilde casa es Tlaxcala.

—Gracias, qué amable.

—Si no dejo algo de orden, lo poco positivo que hice se derrumbará. Y acércate más que cuesta hablar. Te puedes sentar en la cama, con confianza que no escondo nada…

Aurelio cruza el breve espacio y busca una orilla para acomodarse. Lo hace e invita a seguir.

—Hay poco tiempo. Lo que servirá descansa en ese libro. Y no es la Biblia, nada más lo forré para disfrazarlo así por si apareciera un curioso. Los inoportunos no se roban una Biblia pequeña y desvencijada. Hay presentes para ti, adentro.

La anciana lo acerca y Aurelio toma el libro entre sus manos para contemplarlo.

—Ábrelo con cuidado, anda —dice ella, con su vocecilla de anciana que cada vez es más suave— con cuidado.

Él observa que hay un broche y lo retira. Es una caja conteniendo algo brillante y un libro más pequeño. Al abrir las tapas surge un reflejo doble: el chispear de un diamante y de la hoja metálica de un puñal. La hoja está decorada con una alusión a tres granos de trigo.

—Ahí está lo que aprendí: violencia, riqueza, evitar perder la cabeza y matrimonio. Ya verás que está relacionado que “Matrimonio y mortaja del cielo te baja”. En algún momento entenderás mejor y serás más prudente al actuar. Y el libro de apuntes: Maquiavelo y Jesús, Clausewitz y Aristóteles… El Presidente refirió que eres animoso y algo desorientado, por eso facilité este encuentro. Faltan pocos días para abandonar este sueño.

Aurelio siente urgencia de llegar directo al grano:

—¿El don se pierde?

—Mírame, cerca de la muerte, cuando las fuerzas están al extremo te abandona y se posará en algún otro. Es justo ese abandono, una mano que tiembla demasiado hará temblar al país y no sería conveniente. Eres tan joven que no lo comprobarás sino dentro de mucho… En cambio, la mayor parte del tiempo no vas a utilizar ese don, también me contó de tu mechón blanco. Eso ya lo entendiste, y también hay otra manera más corta de perderlo. A veces alguien inmune a tu influjo te mata, eso es como un riesgo de trabajo, y a veces consecuencia de que algunos elegidos terminan enloqueciendo, por sus excesos o sus temores, no soportan y primero se engolosinan y luego se extravían en la locura ¿Todavía no te das cuenta?

Espera una respuesta, Aurelio únicamente asiente con la cabeza. Tras una pausa, ella continúa:

—Los mechones de canas son un efecto y sé que eres joven.

—Lo noté, no es agradable—hace una pausa mientras imagina temeroso que sus canas también entraron a las circunvoluciones cerebrales y han arrancado trozos de su vitalidad mental— y evitaré envejecer.

—No es únicamente la salud, que el reloj interior avance demasiado rápido, sino que lo más conveniente es intervenir lo mínimo, por más que ansía uno meter la mano y corregir lo que nos parece mal. Y sin darte cuenta vas a compartir tu don de mando con desconocidos, sin alcanzar siquiera a darte cuenta. Te cuento que me sucedió con el profesor rural Lucio Cabañas, sin querer lo impregné con el don. Uno siente que controla esa situación, pero la única manera de evitarlo es restringir las visitas. Una mirada demasiado afectuosa y un relato con demasiada simpatía empuja el don, les da poder incluso a los desconocidos. Además es triste repartir un tanto sin proponértelo, la persona agraciada no lo percibe sino con lentitud y a través de actos torpes, que no los convierten en mejores personas ni líderes, sino que van sinuosamente. Y, en tantos casos, el advertirles no sirve y hasta guardan un rencor cuando les abres los ojos. Siendo algo delegado también desaparece su don súbitamente o si lo entregas a alguien más, entonces quedan compitiendo o sometidos a otro influjo y si ya son soberbios exigen obediencia y viene un desastre en sus relaciones. La mayoría de las veces uno desconoce, por eso evité presentarme tanto. Por eso dejé décadas a un encargado, Fidel hasta que murió, encargado del despacho, de todo. Últimamente resultó Presidente uno que me era devoto, que conocí por una casualidad; en fin, la casualidad pareciera estar asechando. Para un buen cristiano es el Adversario que nos tienta no el azar, que ya te imaginarás. Recomiendo tanto evitar meterse, mientras se aprende, mientras se entiende. Rezando en la mañana y al mediodía, antes y después de comer para que un arrebato de voluntad o tragedia no derribara al país. Muy seguido, sentí que yo era un titán Atlas; cargar el planeta no es fácil, cuando se quiere estornudar nadie que cargue el planeta ni un rato. Entonces, lo difícil es contenerse mientras se aprende… Y los años pasan, hasta que logré distanciarme al máximo…

Aurelio se distrae de la explicación y medita: “Palabras de vejez, supongo que no aprendió mucho, de origen una persona escasa de cultura; aunque haya dedicado años al estudio; como siempre cuando la semilla es débil el árbol no alcanzará las nubes. Algo hay que cambiar, por más que sea cauto y el diseño de esto impida intervenir como se desea, entonces hay que perfeccionar el arte de las acciones exactas y contundentes. Nombrar a un mediocre y dejarlo a cargo, entonces hundirá al país en mediocridad. Aspiro a más…” Ella lo toma con su mano fría y débil, lo que provoca su sobresalto y volver la atención. Lo mira a los ojos y continúa:

—Lo que requieres está en ese libro. Y lo primero, quitarte una falsa impresión. Cuando comienza el don la capacidad de influ ir es arrasadora y con el tiempo se modifica, para desaparecer al final. Al debilitarse habrá que esforzarse cada vez más para enfocarla hacia algo, así que si no dominas tu atención y voluntad, rápidamente desaparecerás en el torbellino de tus anhelos… Esa es otra razón mayor para alejarte del centro del Poder, las ganas de intervenir te arrastrarán con más facilidad. Los lambiscones te acosarán y una inundación de “como usted quiera” te perderá. Y ahora hay otra tentación con tantas comunicaciones, así que mejor si te desconectas de las noticias… En fin, y si no aprovechas lo que te digo, peor para ti, peor para el país. Mejor haz caso y será mejor tu vida.

Cuando ella hace una pausa, Aurelio pregunta:

—¿Cómo supieron de mí en el Norte? Es como si se enteraran antes de que sucediera.

Damaris responde:

—Fue por mi enfermedad, en este día estoy mejorada, pero cargo ya demasiados males, así que les debía avisar a los vecinos, ellos hicieron lo misma años antes. Es importante que sepan en las otras regiones, pues si intentan acordar con quien súbitamente se volvió polvo entonces sobrevendrían problemas. He durado suficiente y antes he recibido avisos del extranjero, así que estoy en contacto. Tuve unos desmayos para avisarme que mis días están contados y entonces surgió un vacío, así que al recuperarme empecé a ordenar. Es de una cortesía elemental avisar…

—Pero no es cortés que se lleven con engaños a tu familia. ¿Dejaste a un pariente de rehén en el Norte?

—Mi único hermano, que luego tuvo dos hijas, una se quedó allá y tuvo dos nietos. Y de ellos siempre hubo gente acá, hay un equilibrio en eso. Un sobrino se fue a Cuba. Con eso fue bastante. ¿Y tu familia?

—Mi madre en el Norte se fue engañada, con tretas aunque la escucho contenta allá y eso del dolo no me gusta. Ellos enviaron a una chica, un tanto empalagosa y hasta acosadora. Como sea hecho está, dime más sobre las dificultades de mi situación.

—Cuídate de los serviciales, de los agachados y que a todo dicen que sí. El don los obliga a obedecer, aunque no a mentir, así que aprende a preguntar y aleja a los lambiscones y convenencieros, ellos son las moscas que oscurecen al mismo Sol. De por sí conviene limitar reuniones o encontrar la manera de que no tengan consecuencias… me entiendes la clase de consecuencias, o eso espero. Sería largo explicar, hay demasiados asuntos, para eso te dejo esto.

Señala la cajita y suspira. Cierra los ojos y guarda silencio.

—Lo primero que encontré fueron trampas…

—Si pedí entrevistarte no es para que cuentes tus historias, resulta inútil que me cuentes. Aún siguen más trampas, debes atravesar al menos atentado… El elegido que no atraviesa por un atentado para empezar, no está graduado.

Ella toma una pausa, lo mira directamente y no dice más. Él se pregunta cuánto falta para ese atentado. La respuesta está en la siguiente curva, más allá de la casa donde es la entrevista.

—Se supone que quien se aproxima a asesinarte cae en pánico y es incapaz de matar a un elegido, conforme se acerca a ti le tiembla la mano. A veces el elegido no es capaz de soportar las presiones y desde su interior surge un anhelo suicida. Abandonar tantas responsabilidades, así que acepta un rápido final antes que cargar sobre sus hombros su responsabilidad.

Aurelio se pregunta mientras la mira con fijeza si es otro ardid para desistir. Mueve la cabeza en sentido negativo para disipar cualquier temor, mientras Damaris continúa:

—Es inútil preocuparse, si eres elegido atravesarás el fuego y demostrarás tu audacia cuando el peligro aseche, aunque tampoco aconsejo para el descuido ni la temeridad. Mira, pronto entregaré cuentas al Creador. Ahora tú posees el don, aunque requieres de consejos no harás caso rápido. Con el don llegan la soberbia, el miedo y la soledad. Si sorteas las trampas serán lecciones. Mira en el librito al principio está la metáfora del granjero y su guijarro, la piedra parlanchina que presumía que flotaría en el aire si la soltaban en la boca del pozo. El granjero la reprendía y la guardaba pues no quería perder a su piedra parlanchina. Pero ella insistía en que maravillaría a todos al flotar por los aires sobre la boca del pozo más hondo. Insistió tanto y convenció al granjero de colocarla en ese sitio absurdo. Sucedió lo evidente y el ruido en el fondo del pozo terminó con la ilusión. El campesino se lamentó haber sido convencido por un guijarro, aunque la piedra sí aprendió una lección.

—¿Y volvió a salir del pozo?

—Que no te importen los guijarros tontos, sólo los astutos.

Bostezó y volvió a cerrar los ojos mientras obsequiaba:

—Mira bien el anillo, prueba si te ajusta en el anular, es el más adecuado.

Aurelio lo desliza en la mano izquierda y le acomoda.

—Úsalo o guárdalo, como más te plazca. De cualquier manera te enseña y te sirve. El puñal es demasiado pequeño no es para defensa. También enseña y la leyenda dice se empleó en los sacrificios, que...

Aurelio se acuerda del amuleto que no ha vuelto a conseguir Herminio y siente una tensión en la boca del estómago. Tocan la puerta de la habitación, llama uno de los auxiliares que llegaron con Aurelio.

—Señor, comenzó una insurrección indígena en Chiapas. Mire es urgente tomar acciones...

La dama interrumpe:

—Para no perder tus años en minutos, sería indispensable que actúen a quienes hayas encargado…. El arte de la distancia se explica en la palabra wu-wei, es china, está en una nota de Lao Tse. Pero regresando… Tengo entendido que ya encargaste el Poder… —Aurelio hace un gesto con la mano como si fuera a responder lentamente, pero ella se apresura a terminar—. Como sea, estoy agotada y es mejor despedirnos. Cuando aprendas del vacío estarás a salvo. Y despídete con un beso, será la última vez que te vea.  

Aurelio supone que la anciana habló por experiencia, aunque se rebela interiormente y comienza a tramar planes para actuar sin intervenir vía protocolos, normas o leyes para que las cumpla un plenipotenciario. Al salir de la casa observa que el sol poniente tras la montaña, mientas escucha el informe completo del asistente y su mente vuela buscando un refugio, un equilibrio exacto entre su anhelo y la cadena vacía del extraño mecanismo del Poder. En la próxima curva, una partida de sicarios guiados por Herminio toma sus posiciones alrededor de la única salida del pueblo, una sombra siniestra adquiere densidad entre ellos y un imperceptible temblor de manos comienza en más de uno.

 

 

 

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