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miércoles, 15 de junio de 2022

TANTO TONTO INTENTA TANTEAR TORMENTAS

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

Al grupo de reclutas le mandaron un general malencarado desde Moscú. La expectativa y la tensión eran evidentes, ellos reunidos en silencio y cansados de los ejercicios de ese día. Ese lugar es una gran bodega adaptada para actividades gimnásticas, con un techo de lámina y paredes grises sin adornos, rodeada por un amplio patio. El general Atarantosky frunció el ceño al confirmar que citaron únicamente a reclutas novatos, mientras sus mercenarios Wagner no habían llegado, cuando alguna oficina de pasaportes obligó al retrasó. Los reclutas están de pie, serios y nerviosos ante el superior mirando alternativamente sus medallas, su gesto hosco y la cacha de su pistola. Sin embargo, no hay tiempo para esperar, entonces el general grita:

—¡Acuartelados hoy! Habrá ronda de ejercicios militares urgentes. Se quedan a dormir acuartelados. Esa tarde ejercicio de tiro con fusiles y no avisen a sus casas, que eso está penado en este ejército. Pero, estén tranquilos, es un ejercicio de rutina y a los mejores los vamos a premiar con una bonificación y zapatos nuevos. Comiencen por entregar sus celulares, con el cabo Cabocorrientesky. Y no se rían de él que así se llama. Ese chaparro del fondo que está muy risueño va a hacer doscientas sentadillas. Y si se queja hará otras quinientas sentadillas.

El más bajo del fondo quedó en posición de firmes, saludando y sin pestañear; sabiendo que si se descuidaba el castigo sería insoportable. Los demás reclutas quedaron en completo silencio y posición de firmes, mientras el cabo avanzaba con una bolsa de tela para quitarles los teléfonos a todos los obligados.

Mientras el cabo recibía el celular, pegaba una cinta adhesiva y le extendía una pluma al dueño para que colocara su nombre y número de matrícula.

—Van a salir en grupos de 17 reclutas en la madrugada. No es requisito que desayunen mañana, el trabajo es rutinario. Se quedan acuartelados para dormir. No pregunten la hora de salida, ya mañana se les indicará. Me han dicho que en esta generación abundan los de lento aprendizaje y los tontos de capirote. Entonces espero… ¿Alguna pregunta que no suene a un asno en brama?

Dimitri levanta la mano con timidez y se le concede:

—Señor general, se me acaba de terminar el medicamento para la enfermedad de la tiroides. ¿Puedo ir al pueblo a comprarla y regresar? No tomará más de una hora.

—Los medicamentos están a disposición para los ejercicios. Instruiré a cabo para que consiga en nuestra farmacia el bromuro ese y si no está de inmediato disponible, se lo entregarán directamente en el destino pasado mañana.

Cuando el general se había retirado y los reclutas se dirigían hacia los dormitorios del lugar, comenzaron a disputar sobre el día siguiente.

—Me encanta la idea, por fin algo fuera de la rutina.

—El tantear tormentas no me agrada mucho.

—Al menos deberían darnos de desayunar, por más que la sazón de esa cocina sea una asquerosa tortura.

Sus palabras invocaron una tormenta real. El cielo nocturno de febrero comenzó a resonar en relámpagos.

—Apuesto mi cobija a que en un minuto se escuchan al menos cinco rayos.

Objeta Dimitri que no hay celulares, Volodia pregunta por alguien con reloj de pulso y Cabocorrientesky responde. Dimitri objeta que sean cinco rayos, opina que un minuto es demasiado. Akaki dice que él apuesta si Dimitri no acepta, pero que solamente cuentan los rayos que se vean centellear como culebras epilépticas. El cabo se acerca al grupo de quienes discuten y los escucha malhumorado, entonces los interrumpe y con autoridad les recuerda que el reglamento prohíbe las apuestas. Al terminar su regaño, el cabo extiende la palma hacia arriba en señal de esperar una dádiva. El primero que entiende el predicamento (de cooperas o caerá mi bota en tu cuello) es Volodia quien saca dos cigarros del bolsillo, que el superior arrebata con rapidez. Por su parte, Cabocorrientesky no demuestra voracidad, mientras esconde lo ganado en un bolsillo, sonríe y con la mano hace una señal que significa satisfacción por dos cigarros. Con un siseo les indica que hablen en voz muy baja si no quieren que los castigue.

La apuesta termina interrumpida por la insistencia de Akaki para colocarse al aire libre, pues el cabo sospecha (en un chispazo de paranoia súbita) que el recluta quiere escapar. Sin mayor advertencia señala que Akaki quedará encerrado, en el pequeño cuarto de castigo; un cuadrilongo de lámina, un poco más grande que un sarcófago. Ningún novato reclamó el castigo (al contrario, suponen que el cabo sigue benevolente) y apresuraron en silencio su ingreso a los dormitorios.

Al ingresar al cuarto de castigo, Akaki encuentra una manera para acomodar el cuerpo y comienza a sollozar, lo más quedamente posible. No entiende por qué llora y se acuerda de su abuela en la aldea siberiana, cuando ella cocinaba y lo sentaba en la orilla opuesta de la habitación para contarle cuentos populares. La abuela pensionista era la presencia constante en casa, pues la madre era soltera y doblaba turnos en la fábrica de ladrillos. Cabeceando de sueño, él solloza y se pregunta si algún día estará en una auténtica guerra. La falta de espacio en el cuarto de castigo no permite recostarse, nada más una especie de sentado parcial, en cuclillas. Conforme intenta dormirse recuerda los cuentos de la abuela. Finalmente, mientras las horas transcurren, el cansancio lo adormece acuclillado.

En la madrugada, bajo la orden de salida masiva todos se olvidaron de Akaki, quien sintió el olvido en un sitio incómodo y frío, donde pernoctaría sentado. Cuando esa tarde lo sacaron del cuarto de castigo preguntó inútilmente por los demás reclutas. Un soldado veterano le respondió:

—El tonto intenta tantear tormentas mientras tanto contento…

Cuando ocurrió la histórica retirada de Kyiv, Akaki se enteró que los otros reclutas no volverían jamás a su hogar.

 

 

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