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domingo, 12 de junio de 2022

GALLEROS CLANDESTINOS EN SANBONOZ

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

El gallo embravecido voló por encima de los espectadores. Una pareja junto al improvisado vallado brincó hacia atrás derribando una botella de wiski a medio servicio. Desde la puerta un guardaespaldas apuntó una pistola hacia el gallo por si el animal salía de control, aunque el guardia nocturno (este sí empleado oficial del Sanbonoz) no notó ese gesto. El guardia miró su reloj de pulsera (un anticuado, herencia de su abuelo) que daba su tic tac con cuerda mecánica. El asistente del gallero con un certero manotazo empujó al avechucho brincador hacia adentro del palenque. El pájaro rival ya estaba herido y sangraba de un ala; era un ejemplar anaranjado y negro. La suerte de la pelea ya estaba echada así, que el árbitro levantó su sombrero texano para indicar la finalización. El dueño del espectáculo, apodado Bladerunner, llamó a una hostess para reclamar la escasa asistencia. La interpelada es Gina, ella murmuró que en unos minutos esperaba más invitados, otros que sí son apostadores, que la mayoría de los presentes no pasan de ser curiosos. El gallero contrincante, Leviatán, se lamenta de haber ya perdido dos aves valiosas en rondas sin utilidad, como de pura exhibición. La Gina toma un micrófono y su voz melosa empieza a dar explicaciones de la hermosa tradición de las peleas en palenques, agrega que su patrocinador, tequila Agave Azul, le regalará una ronda, siempre y cuando haya apostadores para el próximo gallo negro. Un chico de lentes oscuro se levanta animado a coquetear con Gina y su primer argumento es un fajo de billetes para apostar. Gina sonríe y llama a una mesera, para que atienda mejor ese grupo de jóvenes.

El gallero recuerda que su hermano carnal está escondido dentro de un tinaco de agua, acomodado con un ingenio para que una tarima de plástico lo mantenga seco y que el agua no suba hasta donde él está oculto. Extraña manera de esconderse del Bladerunner, quien es un mafioso de temer, al que nadie se atreve a llevarle la contraria. El gallero trabaja para el Bladerunner, por más que quisiera dejarlo y escapar junto con su hermano, pero no ha llegado su oportunidad. El entrenador prepara al nuevo animal de pelea, sin embargo, es un gallito dañado, está dopado para bajar su rendimiento; ese debe perder.

En las oficinas corporativas se recibe una información inquietante donde se indica que dos Sanbonoz son utilizados en las noches para peleas clandestinas de gallos. ¿Cómo su cadena comercial es ocupada por una banda del crimen organizado? El menor de los millonarios Ztyn tiembla de coraje, una sensación extraña en él, una persona ecuánime, que desconoce la adversidad. Que en su empresa el crimen organizado sea capaz de entrometerse y organizar un espectáculo bizarro altera al joven Ztyn. Manotea por nervios cuando marca a la Gobernadora, quien de inmediato enlaza con el Secretario de Seguridad; éste, a su vez, en el acto convoca a sus mandos y golpetea nudillos en su escritorio, exigiendo resultados urgentes.

—Peleas de gallos clandestinas en Sanbonoz y nadie lo había notado ¿en toda la corporación policiaca? A ver, que Mijangos rastree en toda la corporación, a ver quién se estaba callando esto. Y si no tengo resultados hoy, hoy, hoy… Le cuesta encierro y su jubilación.

A su vez, Mijangos manotea y gesticula. Después de tres horas de gritos y amenazas, encuentra una pista. Un capitán policíaco intenta explicar que —contra las apariencias— él no protege al mafioso sino que lo asecha, pues la traza sobre Bladerunner implica una pista sobre un feminicidio. A las 2 de la madrugada los policías implicados están presentes en la oficina de Mijangos.

Mientras tanto, el gallo del contrincante brincó sin control y la cuchilla alcanzó a rozar el brazo de una mesera del Sanbonoz. El Bladerunner gritó:

—¡Llévensela, que si chilla arruina la noche!

La mesera, seguía espantada por la sangre que escurría su brazo. Un guarro condujo a la mesera hasta el área de urgencias en una clínica. El conductor obligado le había amarrado una cinta de tenis en el antebrazo y la sangre escurría menos. Él estaba molesto por imaginar que limpiar la sangre no resulta sencillo en una vestidura.

—Tienes que decir que fue con un vaso, un accidente de trabajo, que si dices otra cosa te metes en problemas.

El guarro no se quedó a acompañarla. En la puerta ya estaba un pariente de la mesera con los documentos para el hospital público.

Había pasado menos de media hora cuando el Bladerunner recibió una llamada de otro contacto en la policía:

—¿Cómo que te espere?

Ante las explicaciones poco precisas de su contacto, el Bladerunner sospecha y ordena retirarse con sus escoltas, dejando a los operadores seguir con la pelea de gallos. Queda el gallero, la animadora, el corredor de apuestas, un camello, cinco asistentes, las meseras, garroteros, cocineros, de limpiezas, una cajera, el gerente y un guarro. En unos minutos el Sanbonoz queda rodeado por patrullas y decenas de policías. Ninguno escapa.

Han pasado demasiadas horas sin comer ni avisos, así que el hermano del gallero sale de su escondite dentro del tinaco. El teléfono no responde, después las indagatorias con una amistad le señalan que vea los noticieros. En un telediario la autoridad capitalina anunció que desmanteló a la banda que organizaba peleas clandestinas en Sanbonoz.

 

 

 

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