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viernes, 16 de septiembre de 2022

ENSUEÑO HÚMEDO DE GORBACHOV

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

El presidente Gorbachov soñó que carecía de una pierna y le era indispensable cruzar un río turbio, aunque poco hondo. Del otro lado del río su país sufría de hambre y frío. Se dispuso a remangar su camisa para superar el estado tiquismiquis ante una urgencia por alcanzar la otra orilla. En sus espaldas pretendía cargar un letrero de Pizza Hut, de plástico impermeable y ligero sobre su espalda. En ese sueño la ausencia de su extremidad derecha la asumía con naturalidad, aunque su ánimo estaba aturullado.  

La tarde empezó a ennegrecer compensada con una luna creciente; el murmullo de la otra orilla lo atraía cual abalorio giroscópico. Respingó cuando se acercó un ciego que mostraba musculatura. El ciego era un poco calvo, aunque su corpulencia era de un joven; movía con nerviosismo un palo que arrastraba frente a sus pies, según la costumbre de los invidentes. Imposible definir la edad por unos lentes oscuros con forma de gota (al estilo de deportista o agente del servicio secreto). Los anteojos provocaron desconfianza, que se agudizó cuando el desconocido lanzó un puntapié contra un perro acurrucado junto a orilla. El animal escapó con un aullido chillón como si lo hubiera despertado el mismo diablo, mientras el humano lanzaba un venablo que unía la maledicencia con una amenaza contra quien le estorbe.

El presidente Gorbachov desconfió por un momento del extraño y pensó que algunos discapacitados compensan sus frustraciones con agresiones inexplicables. Siguió prestando atención a lo revuelto de las aguas, que tornaban cafés de estercolero y oscuras de abismo. Antes las había cruzado y sabía por experiencia que el nivel no rebasaba la estatura de una persona normal. Comenzó a descender a las aguas y sintió que su muleta single se resbalaba en el lecho del río turbulento. Recordó que cuando había atravesado ese sitio contaba con ambas piernas; lisiado quizá sería imposible atravesar.

Miró con detenimiento el letrero plastificado, desenrollándolo despacio. El anuncio era una simulación, pues entre las imágenes comerciales se ocultaban algunos letreros con fórmulas infalibles que llamaba perestroika y glasnost. Al otro lado del río se escuchaba el griterío de personas descontentas, donde Gorbachov esperaba presentar un remedio.

—Este río ha de ser el de la estación —carraspeó el de las gafas oscuras— hacia Finlandia.

—Ja, ja… —se carcajeó y, al instante, se reprimió— ¡Vaya que no mirar es un problema!

Luego explicó que del otro lado estaba Leningrado, la antigua capital de Pedro el Grande, que antes de la Revolución de Octubre se llamaba San Petersburgo. Por su parte, el ciego replicó que esa fue su ciudad natal, que preferiría vivir allá, que en este lado de la orilla como Caín exiliado del segundo paraíso. Lo de Caín inquietó al soñador por la marca en la frente, recordó que alguna vez le dolió y se burlaron de que ese lunar dibujaba un gran mapa, le apodaron “cartógrafo”. Gorbachov pensó “el mapa no es el territorio”.

El ciego se acercó suplicante para solicitar la colaboración del presidente en la ardua tarea de cruzar las aguas. Comenzó con una confidencia: “Una vez llegué hasta Finlandia, y un falso amigo me regaló un hámster con su jaula; decían que para un débil visual sería lindo criarlo. Resultó que era una zarigüeya, la cual tuvo crías. Mi abuela se horrorizó con el engaño, que no es lo mismo un animal que otro, así que decidí ahogarlas en el excusado. Me sentí orgulloso de dale esa lección al falso amigo.”

Que el ciego sintiera orgullo por ahogar a unos marsupiales diminutos resultó repulsivo, aunque pensó que su presencia le sería útil para cruzar. El frío de las aguas era desafiante, un cuerpo débil llega a colapsar a los cuatro grados y más con la salida del cuerpo húmedo, por la ventisca que da el efecto de congelación.

Cuando Gorbachov le explicó su intención de cruzar, por respuesta afirmativa el ciego le suplicó que lo llamara Sergey, con familiaridad, y para convencerlo de que sería de utilidad afirmó: “Ha cruzado a nado un río de Siberia, lo más peligroso es que llegue la ventisca helada cuando sale uno mojado.” Comenzaron a platicar sobre el efecto de vientos gélidos, cuando una tía perdió las orejas por no cubrirlas, cuando el padre del poeta nacional Máximo Gorki murió tras la broma de lanzarlo a las aguas heladas.

El imaginar los peores escenarios animó más a Gorbachov que era imperativo sumergir el cuerpo entero y caminar. Cuando le dijo a Sergey que no sumergirse con rapidez era actitud de pelagatos, le quitó lo melindroso y en un pestañeo ambos estaban con el agua fría hasta el cuello. Para Gorbachov la molestia del frío se compensaba con la ligereza del cuerpo bajo el agua, así que para avanzar se abrazó hombro con hombro.

Sentir el desafío del agua fría estimuló a Gorbachov que entró en un ánimo bromista y risueño. Comenzó con un chiste picante del borracho que confunde a su esposa con una prostituta, al cual replicó Sergey con una risa exagerada y forzada que era una mezcla entre relinchar y ladrar. El acompañante mostró que el humor no era su virtud, luego en su turno intentó responder con un chiste de borrachos en un baño, pero confundió el final. Entre chistes y chanzas Sergey presumía de que era valiente, que había estudiado judo y artes marciales para defenderse de los rapaces de su liceo.  

Gorbachov recordó una chanza práctica y señaló hacia unas hojas flotando mientras gritaba:

—¡Cuidado una anguila eléctrica!

Sergey giró la cabeza en dirección donde señalaba el brazo hacia las hojas flotando, imaginó un peligro y gritó:

—¡Hay!

No solamente gritó también resbaló. Gorbachov que estaba preparado mantuvo tenso el cuerpo y aguantó el equilibrio mientras el cuerpo de Sergey se encorvaba y lo cubrían las aguas oscuras. De inmediato el presidente comenzó a reír y el acompañante entendió que había caído en una broma. En su rostro el caído mostraba un enojo turbio, lo cual agradó más a Gorbachov, que pensó “Me sirve muy a su pesar, no me entiende, pero lo he descubierto, y él no es un ciego.”

—Tu vista se ha recuperado, viste en la dirección de mi brazo y notaste la alimaña que se acercaba.

Sergey se sintió descubierto, así cambió de la molestia hacia una obsequiosidad servicial.

—Disculpe mi torpeza, me acomodaré para que sigamos en el camino abrazados, como buenos camaradas; yo aprendiendo de su sapiencia y su extraordinario humor.

La primera respuesta del presidente fue reír a mandíbula suelta y volver a los chistes, mientras evaluaba la utilidad del falso ciego, concluyendo que sería un asistente útil mientras no mostrara sus debilidades.

—Mejor carga tú el letrero, verás que la multitud nos recibe con alegría.

En efecto, en la orilla se recortaba una línea discontinua de una muchedumbre que coreaba “glasnost”. Cuando Gorbachov indicó a Sergey para que escuchara lo que murmuraba la masa en la orilla, éste respondió que quizá el viento distorsionaba, que el alma rusa es inescrutable. A continuación, comenzó un elogio sobre la audacia y astucia mostradas para cruzar ese rio turbulento.

Gorbachov estaba acostumbrado a los asistentes lambiscones, así no se sintió incómodo con la genuflexión del espíritu que contemplaba. Por su mente pasó idea de que los más agachados cuando alcanzan la cima son los abusadores.

 

 

 

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