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domingo, 21 de abril de 2024

EL DIENTE DEL QUIJOTE

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

El rostro es la puerta del alma, pero sin sonrisa está extraviada. El Quijote, derrotado por una borregada, se lamenta de la pérdida de sus dientes y señala que debe estimarse más el diente que al diamante. ¿Lo dice el Quijote enloquecido o el que recobra la razón tras quedar abatido y apaleado?[1] Al parecer, esa opinión está en la luz ambigua, entre el reconocer la evidencia del cuerpo y continuar con el delirio caballeresco. Quizá no existe una respuesta exacta, aunque el autor en otra parte, se lamenta que él sufría por su mala dentadura, con piezas faltantes y molestias[2].

Para Deleuze y Guattari el rostro es desconcertante, por más que resulta tan intenso y deslumbrante, como el imán que atrae hacia su magnetismo. El rostro es la clave de la personificación y, mirando al pasado, dibuja el centro obsesivo de la conquista para la religión medieval. Estos filósofos utilizan un término para definir su cualidad, que llaman la “rostridad”, en el clímax de su tercer libro Mil mesetas[3]. El rostro de Cristo se multiplica en la oleada medieval y alrededor de tal acontecimiento estético-cultural los filósofos construyen una curiosa explicación, sobre un tipo de “máquina” que produce la “rostridad”. Esa multiplicación resulta de una producción, que reconduce hacia el uno, la unificación completa mediante una religiosidad obsesiva, que canaliza todas las tendencias, a manera de una neurosis colectiva. Por lo mismo, la rostridad no es un sujeto puro ni la subjetividad deseada, sino un dispositivo que reúne los estratos y los significantes, como cuando se atrapan peces en la red. Estos autores revelan la importancia del rostro en la construcción de la subjetividad, irradiando hacia los distintos niveles. Aquí únicamente nos detendremos en la boca y su gesto, en relación a los dientes.

Estimar más al diente que al diamante de inmediato nos invita a una reflexión sobre la riqueza, pero en el filo ambiguo entre lo indispensable: el alimento (el diente como símbolo del comer) y el lujo (el diamante como representación de la joya). En el “justo medio”[4], elegimos preguntarnos cómo se observa al diente, entonces emerge la sonrisa. La boca sin un diente frontal queda chimuela, lo cual apunta hacia una desgracia patente. La sonrisa chimuela invita a transitar desde el reír con alguien hasta el reír de alguien, por lo mismo, el emblema de la revista cómica Mad, fue un chimuelo sonriente.

Creemos que la sonrisa es un gesto genuino de alegría, aunque desconocemos si hubo pueblos que ignoraron ese gesto, los registros médicos indican que el feto intrauterino ya sonríe. Dada la lentitud con que creció el arte de la odontología, para los siglos anteriores una sonrisa impecable fue altamente valorada. “Comparables son tus dientes a un rebaño de blancas ovejas recién bañadas y trasquiladas. Todas ellas tienen su pareja; ningún espacio dejan vacío.”[5]

Lo que también sabemos es que hay maneras del sonreír han hecho historia en el arte y su interpretación. La sonrisa de la Gioconda[6] ha forjado una leyenda alrededor del talento de Da Vinci y sus claves misteriosas. Un retrato al óleo de Voltaire advirtió que la filosofía ilustrada es un saber sonriente. En ninguna de esas sonrisas icónicas hay carencia de dientes.

Hay bocas mezcladas con sonrisas extrañas, son bocas de jaguar sobre figuras pétreas de los olmecas de Mesoamérica. ¿Risa de felino? Encontramos que la iconografía de los olmecas estableció un criterio para señalar el predominio de un nuevo tipo de guerreros, llamados los “guerrero-jaguar”.[7] Los ídolos olmecas ostentan bocas extrañas, con indudable estilo de felinos, adornando las caras de guerreros y dirigentes de esas sociedades.

Aunque cuando llegaron los conquistadores españoles se admiraron por la calidad de la dentadura de los nativos, aunque los tratamientos dentales registrados indican que sí hubo caries. Los nobles entre los mayas usaron adornos de jade en sus dientes, mediante orificios y luego incrustaciones. No les ponían diamantes, sino piedra jade —para ellos la joya más valiosa.

En otro periodo, los ricos de occidente emplearon el oro para la reparación de sus dientes. En nuestros días, de modo excepcional, algún deportista y cantante excéntrico ha aplicado la ecuación del lujo, para agregar un diamante a su dentadura. Anoto que se aplican unos diamantes “baratos”, las llamadas circonitas, que son piedras artificiales.  

A estas alturas de los tiempos, la nobleza imaginaria de Don Quijote se podría preguntar: ¿Una sonrisa marcada con lujosas circonitas representa algo más que la excentricidad de un alma vacía?

 

 NOTAS:



[1] Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, capítulo XVIII, p. 67

[2] Prólogo a Novelas ejemplares, “la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros”.

[3] Culminación de la serie empezada por Deleuze y Guattari con El anti-Edipo, seguido por Capitalismo y esquizofrenia.

[4] Como Aristóteles, sin carencia ni exceso, se encuentra el sitio de la justicia, en Ética nicomáquea.

[5] Cantares 4:2.

[6] De la mano de Vasari, el talentoso intérprete del arte renacentista. Giorgio Vasari Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos.

[7] Alguna interpretación impropia los llama ídolos de “caballeros tigre”, que son usuales en varias regiones mesoamericanas.

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