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viernes, 7 de junio de 2024

PASTOR ROUAIX: ESPEJO DEL OTRO ABISMO

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

A ti, del otro lado del espejo, te lo digo a ti, el que escucha en silencio, a ti que estás metido en mi pellejo y que descansas al otro lado del espejo… Lo mismo dijo, más o menos, el dueño del teodolito cuando lo vendió en remate, que lo daba con descuento, haciéndose el guasón. Cuando salió de la tienda, la de importaciones alemanas, la de exclusivas el estudiante aplicado y huérfano, Pastor Rouaix, pensó que se llevaba un tesoro completo. Tres largas piernas ajustables y en la cabeza el extraño aparato con un único ojo. Un cíclope tecnológico que se nombra teodolito.

Los paseantes de la ciudad nunca imaginarían para qué sirve ese aparato envuelto en un petate tejido y sogas, para sujetarlo con más comodidad. De ahí directo hacia la provincia de Durango donde había conseguido unos trabajos de ingeniería con los cuales pagar las deudas contraídas, para adquirir ese aparato único.

Hombre tímido y con una curiosa confianza en sus fuerzas, Rouaix ya había imaginado que era capaz de trazar el mapa exacto de todo el estado. Esperaba convencer al gobernador militar que esa era una idea que valía la pena y que el costo era insignificante frente al beneficio.

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Hay una escena después de la guerra, con nopales de espinas quemados, con fogatas aisladas, un tanto agónicas, que humean sin agitación. La batalla ya pasó, el silencio de los muertos no sirve para nada más. Cuando Pastor Rouaix llegó ya había terminado el pleito, pero por una diferencia de jornales miserables, luego una discusión terminó en tragedia. A la distancia se distinguía un jacal aislado, donde quedaba la viuda de uno de los caídos.

Pastor Rouaix había tomado a su servicio a ese peón durante unos meses para recorrer la Sierra. Se acordaba del campesino, joven y ágil, que se levantaba en la madrugada, antes de que cantaran los gallos.

La muerte de ese labriego le dolió a Pastor y trató de llevar algo de consuelo a la viuda y sus huérfanos. Entregó una cantidad que la joven mujer jamás había visto. Le alcanzaría para comer unos 6 meses.

Rouaix conservó lo suficiente para terminar de pagar su teodolito.

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Le susurraba con timidez a una fogata, en mitad de la inmensidad de la Sierra de Durango.

A ti te hablo sin hablar, a ti sin ganas de callar, del otro lado del espejo… Y el cielo oscuro, nublado y manchones de estrellas también silenciosas. Ese cielo que dicen fue el espejo de la tierra, pero se heló de distancias inalcanzables.

Lo acompañaba otro ingeniero, Carlos Patoni que era hábil al apuntar y también conocedor de los cálculos topográficos. De palabras escasas y eso le agradaba a Rouaix.

—Para terminar la cartografía al menos un año sin parar, y eso si no encontramos alguna gavilla de bandoleros. A veces, el hambre empuja a la desesperación, aunque por aquí la gente es buena y dócil, a veces, alguno pierde la cabeza.

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Cada tres meses Rouaix regresaba al Palacio de Gobierno en la capital de Durango para entregar un informe de sus avances y cobrar otra parcialidad. Le alcanzaba para gastos, pero sabía que ser el primero en levantar el plano exacto con la orografía era un gran éxito.

—Hay mineros que podrían financiar su trabajo, que hay tres zonas de la Sierra que creen son propicias a la plata.

Pastor asintió con la cabeza:

—Eso lo puede cobrar el Gobernador y hacer algo bueno por los deudos de la Hacienda de La Rayita. Todavía quedan dos viudas y siete niños.

Cuando remontaba la Sierra, Rouaix pensaba en los abandonados, los expulsados del campo en este siglo aciago, que ya nadie recuerda, ahí siguen sus nietos… Y sus pies son de barro, sus cabezas tostadas por el Sol, siguen esperando algo. Una respuesta del otro lado del espejo, un techo que tape ese sol que lo agobia y calcina al mediodía veraniego.

Imaginaba que, al abrir más caminos guiados por sus mapas, entonces muchos paisanos tendrían una vida mejor. Soñaba que el abismo entre dos montañas se colmaba con un puente de acero. Rouaix imaginaba y soñaba durante días, meses y años.  

Al tercer año, hacia 1905, el equipo de los ingenieros Pastor Rouaix y Carlos Patoni terminaron la primera cartografía con relieves exactos de Durango y las regiones vecinas. Terminaba un esfuerzo de titanes que quedaría fijo en los mapas regionales.

 

 

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