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viernes, 4 de octubre de 2024

DOLCE VITA ENTRE FIESTAS


 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

Dando un giro afortunado a su carrera, Fellini propone su película Dolce Vita —estrenada en 1960— como una serie de escenas, donde predominan las fiestas. La impresión es una sucesión de alegría colectivas y arrebatos, que dejan un fuerte sabor. El protagonista Mastroianni logra una caracterización impecable del periodista de sociales que persigue celebridades, mientras juega al galán. Este filme de tono simbólico y realista transmite un estado de ánimo despreocupado y entusiasta, producto del boom de la posguerra. Esa Italia expresa su interés por los autos deportivos y el glamour de la alta sociedad, escaparate de opulencias y desequilibrios.

El protagonista, enganchado con una pareja posesiva, no pierde oportunidad de darle vuelo a la diversión. Mientras su mujer tiene arranques suicidas, él mantiene la oportunidad de alejarse y coquetear con las más bellas damas. La protagonista llamada Silvia (Anita Ekberg) encarna la ilusión por la más hermosa diva; que resulta un sueño inaccesible, irradiando encanto entre sus correrías. La escapada de Ekberg y Mastroianni en la fuente de Trevi dibuja la escena más recordada de este film.

En la película, todos los personajes manejan evidentes frustraciones, pues las alegrías sucesivas no implican felicidad consolidada. Las fiestas escenificadas son búsquedas de diversión y romances, juegos de alegría y escapadas a la frustración.

En el siglo XX, conforme la secularización de Occidente se consolidó, entonces al antiguo carnaval casi ritual le sucedió la nueva fiesta informal. Al terminar, la 2ª Guerra Mundial, el ánimo festivo recupera más fuerza. En vez de las rituales celebraciones del “santo patrono” y las procesiones se popularizan toda clase de festividades profanas y privadas. La mayor disposición de bienes económicos, permite más consumo para celebrar, el derroche de viandas y licores. Hay contratendencias, para volver a un estilo más puritano, con leyes contra el alcohol en EUA, que fracasan estrepitosamente. En Occidente el licor y el tabaco se vuelven símbolos de estatus, que bajan hasta abarcar a la extensa población. Se multiplican los pretextos para festejar, aunque algunos ya eran tradicionales: bodas, funerales, cumpleaños, santos, bautizos, primeras comuniones, quince años, Navidad, Pascua, divorcios, entrada y salida de clases, apertura de negocios, jolgorios locales como ferias de la uva o la naranja, guateques musicales, giras de músicos famosos, festivales de cine, inauguraciones de exposiciones artísticas, campañas políticas, el triunfo de un equipo deportivo, el cobrar la quincena o la llegada del fin de semana… se multiplican los motivos para hacer fiesta.  

Siendo tal la proliferación de las fiestas ¿por qué no centrar una película en la fiesta y con ella interpretar la vida entera como una fiesta? De alguna manera, desde la Antigüedad se previno contra tales excesos. La divinidad de Dionisos se alertaba como altamente peligrosa. La juventud romana fue reprimida cruelmente para alejarla de las refriegas desbocadas, por más que una parte de ese pueblo también mantuviera sus festividades en el corazón de Roma. Y, de cualquier manera, la Dolce Vita es muy romana, aunque alegando su vínculo con la religiosidad cristiana. El pueblo crédulo desea prodigios religiosos y se congrega en una algarabía espontánea para atrapar la milagrería que prometen dos niños.

Aliada con la noche y el desenfreno, una larga fiesta implica su resaca, como cansancio en la playa. Así, finaliza la Dolce Vita, con la resaca de la playa, con asombro ante un monstruo marítimo, que es arrastrado, inerte y sin vida en un signo de misterio.

 

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