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sábado, 14 de diciembre de 2024

ANALIZAR “UN DIAMANTE TAN GRANDE COMO EL RITZ” DE F. SCOTT FITZGERALD

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

Esta narración de Fitzgerald despliega el encanto narrativo en un pasaje de crecimiento vital, mediante la aventura del joven protagonista John T. Unger. Las relaciones con la riqueza y el enfrentamiento de generaciones marcan los dos ejes de esta narración. El protagonista Unger conduce un viaje de crecimiento que se representa de manera espacial, desde su ciudad natal, llamada Hades, pasando por la escuela privada en Boston, luego visitar el misterioso hogar de su amigo Percy Washington, enclavado en un paraje estrictamente aislado de Montana. En ese paraje aislado Unger descubre la riqueza más desbordante, así como autoritarismo, soberbia y su primer amor. Según el título lo indica, el tema central está en la riqueza llevada al nivel superlativo y lo demás queda opacado frente a esa dimensión, según veremos.

La riqueza descomunal

El joven Unger siente el influjo de la riqueza desde varios ángulos, que en este relato aparecerán agigantados. El protagonista no es pobre, sino por comparación, se muestra en la otra orilla frente a la riqueza. Como estudiante proveniente de una ciudad provinciana es capaz de encajar en una escuela de hijos de ricos, en Boston, titulada como una leyenda, la St. Midas[1].

Unger establece una intensa amistad con Percy Washington, quien presume de una riqueza tan superior a sus compañeros de colegio, que suena a mera fantasía de adolescentes. En estas revelaciones de amigos es cuando surge la afirmación de que el padre de Percy posee un diamante tan grande como el enorme edificio Ritz, entonces un referente de lujo y enormidad, que en la actualidad se desconoce. La impresión de fantasía de esa afirmación clave se disipa en el viaje hacia Montana donde se esconde el hogar de esta familia Washington.

En cuanto los jóvenes viajeros abandonan el tren y son recibidos por un vehículo entonces surgen los signos de una riqueza que rebasa las fantasías usuales. El vehículo que los recibe ya está tapizado de oro y joyas, a partir de lo cual cada detalle señala los más asombrosos signos de riqueza material.

El lujo de la residencia familiar rebasa los niveles de los castillos más fantasiosos, por sus decorados y servicios que alcanzan niveles de relato fantástico, cuando desde la cama se desliza el invitado hacia una alberca interior, cuajada de joyas y amenidades[2].

Una disertación sobre el origen de la fortuna

Una parte del relato se dedica a explicar de dónde surgió esa fortuna, apuntando a que el diamante tan grande como el Ritz no es una metáfora, sino un hecho que se oculta con rigor por los efectos dañinos que tendría su difusión. Desde los ancestros, los Washington únicamente han usado una parte insignificante de diamantes, para levantar un imperio económico que se mantiene oculto a los ojos del mundo.

La disertación sobre la conversión de joyas en metales y el resguardo de un valioso elemento químico “radio” en cajas fuertes repartidas en los Bancos del orbe, refleja las creencias ahora anticuadas sobre los patrones metálicos de la moneda y el mito urbano de cajas de caudales inmensos.

En el eje de esa disertación yace la afirmación que el diamante descomunal debe de permanecer enterrado, pues su explotación destruiría el mecanismo económico del planeta y esas joyas resultarían despreciadas cual bisutería[3]. Esa explicación refuerza el argumento por el cual la familia Washington ha levantado un complejo mecanismo que los protege de los curiosos, incluso con artillería militar.

Sobre el aislamiento artificial

Siendo que el estado de Montana está en el centro de Estados Unidos, entre planicies fáciles de atravesar, entonces la argumentación sobre el aislamiento extremo de la localización requiere de sobrecargarse[4]. Los Washington durante generaciones se han ocupado de alterar mapas, sobornar censores, desviar caminos y engañar a políticos, con tal de que nadie alcance su hogar. Este rigor para aislarse conlleva la disposición hasta [5]el fratricidio, señalando que uno tío ha sido sacrificado porque se emborrachaba y soltaba la lengua.

Aunque el paraje permanece aislado, ya hay rumores y personas que siguen la pista de ellos. La máxima expresión de la tensión está en los cañones antiaéreos y las incursiones de aeronaves, cuando en alguna noche se presencian enfrentamientos entre aviones y artillería para mantener la reserva en secreto.

El desenlace conlleva que el aislamiento resulta profanado por una invasión aérea, que provoca el colapso. Ante la caída en manos ajenas, el sitio posee un dispositivo secreto para electrocutar completamente las maravillas y destruir hasta los vestigios.

El objeto del deseo: diamante, mansión-castillo o hija

¿Cuál es el objeto del deseo de este relato? En principio, es ese diamante que representa la riqueza en su más descabellada expresión. Que el diamante en bruto exista como un edificio colosal, señala un agrandamiento monstruoso. Aquí el tamaño sí importa y la riqueza tan crecida conduce hacia una ironía, pues el surgir destruiría al mundo, es más su atractivo sí termina destruyendo a sus poseedores. Resulta interesante el pasaje del relato donde analiza con seriedad los efectos del exceso de diamantes sobre la economía.

El segundo objeto del deseo y el más convincente está en la mansión castillo del relato[6], pues su descripción es tan deslumbrante que convence. Las descripciones de sus paredes, pisos o cuartos de baño desbordan el aspecto realista para describir un edén artificial, que se levanta hasta la intensidad de la ciencia ficción en sus detalles. La narración señala que tal portento arquitectónico fue ideado por una mente cinematográfica y recursos financieros ilimitados. Su final sucede una electrocución épica que no deja ningún rastro, efecto planeado de autodestrucción, mientras huye el patriarca Washington y su séquito que ha adquirido la figura del antagonista malo.

El tercer objeto del deseo es la hija Kismine, ante quien cae rendido John Unger. Sin embargo, ella misma queda relativizada por su cuna de riqueza que la separa de la sensatez y los sentimientos más auténticos. El desenlace del relato implica la destrucción hasta los cimientos de la mansión-castillo, la permanencia bajo tierra del diamante gigante y que Kismine se convierta en una chica normal.

El patriarca como antagonista

El antagonismo del patriarca Braddock Washington se va dibujando paso a paso, debido a que comienza siendo un anfitrión espléndido, que consiente al invitado de su único hijo varón. El aspecto despótico y hasta siniestro va surgiendo poco a poco hasta revelarse en la escena de los prisioneros y el descubrimiento que los invitados terminan siendo sacrificados. La situación del anfitrión espléndido que termina revelándose como carcelero tiene su antecedente famoso en la maga Circe de la Odisea. La frase “cruel magnificencia” describe bien al personaje, el cual no se excede en sus arranques, sino que mantiene un perfil funcional a su condición del guardián de su fortuna y familia. La narración insinúa que es la riqueza desbordada lo que orilla el comportamiento del patriarca.

El desarrollo de este personaje culmina con la escena donde intenta con toda seriedad sobornar al mismo Dios con una ofrenda carísima, más costosa que catedrales o pirámides. La petición de restaurar la situación previa a la invasión es absurda por su contenido, casi cómica por sus pretensiones. Al reclamo del magnate no hay ninguna respuesta divina, el silencio del amanecer disuelve la pretensión. Al final, él queda derrotado y simplemente escapa con una parte de su familia y dos sirvientes, tras la destrucción de su sueño.  

Opresiones y oprobios

La familia blanca de los Washington es atendida por un nutrido grupo de esclavos negros, quienes desconocen que la esclavitud fue abolida[7]. Si bien, en el relato predomina la faz de esclavitud idílica, pues los servidores no perciben su condición, funcionando como una especie de máquina colectiva adherida a la mansión edénica. Donde surge la crítica al despotismo del rico emerge en una escena donde el patriarca Braddock Washington discute con el grupo de los prisioneros blancos, formado por aventureros y vagos que han atravesado sus defensas, por tanto, capaces de escapar. El contraste de los prisioneros hacinados en un hoyo bajo el suelo frente al lujo descomunal del amo Washington revela la crudeza que trae el exceso de poder. Sin pretender ninguna crítica socialista hacia los capitales, esta narración sí muestra una paradoja trágica entre el exceso de riqueza y la deshumanización de todo lo demás.  

El segundo componente del oprobio es el destino fatal de los invitados. Al avanzar la trama queda descubierto que Unger, siendo invitado como amigo, está destinado a perecer en cuanto pretenda alejarse o su tiempo haya terminado. Esta revelación provoca en Unger los más intensos temores y la intención de escapar cuanto antes.

Esta combinación de oprobios apunta a cuestionar el vacío de la riqueza por la riqueza misma, utilizando la fuerza de las escenas descritas, las cuales se redondean con el intento de chantajear a Dios.

El vano intento de chantajear a Dios

En la parte final del relato, la mansión está siendo conquistada por los fuereños en aviones y, ante la inminente caída, el patriarca Washington sube a la montaña, cual parodia de Moisés, para levantar una ofrenda. Esta parte del relato representa el eje trágico que muestra la impotencia del más rico del planeta.

La ofrenda que conduce Braddock Washington a lo alto de la montaña es un enorme diamante, fragmento representativo de lo que atesora bajo tierra. En una caricatura de ritual religioso, el patriarca clama a los cielos para ofrecer al altísimo, más riquezas nadie en el pasado. Este pasaje del rico intentando sobornar a mismo Dios ha acaparado la atención de las reseñas. El personaje argumenta con una elocuencia que raya en lo demencial que tantos antes han ofrendado lo más valioso a Dios, quien parece complacido en muchos relatos religiosos con tales ofrendas, por tanto, él está facultado para entregar algo más costoso y obtener lo que desea, que es conservar su status quo, antes de que la invasión se consume. La divinidad no escucha ni se manifiesta, en el relato, Dios no acepta el soborno multimillonario.

El primer amor

Debido a que el romance es un tema secundario para el relato, entonces no se alarga en ese aspecto, aunque sí es pieza indispensable de la trama y la solidez de la narrativa. La figura de Kismine, la hija menor de la familia, tarda en aparecer, para encausar el aspecto romántico de la trama. El joven Unger se está acostumbrando a la opulencia del lugar, cuando ella irrumpe como la figura femenina de máxima perfección y bien dispuesta al romance. En ese terreno, ambos personajes son inocentes y ella está dispuesta a experimentar una relación. La pureza e intensidad de este amor queda sometida a la súbita revelación de que Unger terminará siendo sacrificado, como los demás amigos que han visitado el sitio. Esta revelación desinfla las ilusiones de Unger, pero no corta su romance, pues Kismine está dispuesta a escapar junto con él del sitio.

El escape

Sin que exista un plan de escape definido, los acontecimientos se precipitan, pues los invasores aéreos atacan la mansión. Primero Unger supone que ha llegado la hora de su muerte, pues el mismo patriarca ya lo habría sentenciado; luego comprende que la invasión es su oportunidad. En el fragor y la confusión del ataque, el protagonista pacta con Kismine la huida y, se une su hermana, Jasmine. A la amada le recomienda que llene sus bolsillos con joyas antes de huir. En la ruta de escape contempla Unger la citada escena del chantaje a Dios y después es testigo de la autodestrucción del lugar por un dispositivo eléctrico misterioso.

Liberados del peligro, Unger señala hacia su propio hogar en Hades, como destino conjunto. Cuando Kismine hace evidente que ella se ha llevado bisutería barata, Unger les señala que entrarán a la vida modesta, la cual no le hace ninguna ilusión. La hermana Jasmine manifiesta que su vocación es lavar ropa. Con ese tipo de declaraciones, se evidencia que el mundo fantasioso y de grandes riquezas se disipa y que el regreso al mundo ordinario es su destino.

A manera de conclusión

El relato de Fitzgerald no aburre y va deslizándose desde el crecimiento personal de un joven con aspiraciones proveniente de un pueblo cualquiera, hacia un relato de lo fantástico y las implicaciones de la riqueza extrema. Sin caer en un relato moralizante, muestra los límites imaginarios del exceso y los deslices emocionales que giran alrededor del tema. Algunas de sus escenas son memorables y en particular el intento del patriarca para sobornar a Dios deja un sabor de boca agridulce, por sus implicaciones. Además, el relato está salpicado con descripciones de maestría en el lenguaje que no defraudan al lector.

 



[1] La estructura del relato posee una parte del mito del rey Midas, y el autor lo sabe perfectamente. Ese rey fue el más rico, pero moriría de inanición pues hasta su comida se volvía oro; entonces el exceso implica una tragedia.

[2] El objeto de la mansión castillo se levanta hasta el nivel del arquetipo, desbordando cualquier referencia concreta.

[3] Este pasaje resulta interesante para ilustrar la economía a nivel popular, por más que no resuelve el fondo de la pregunta ¿qué sucede cuando lo que asumimos como más valioso resulta sobreabundante? Véase Martin Krause, La economía explicada a niños.

[4] Mientras en los relatos, el recurso más sencillo fue colocar el portento en una isla o en tierras lejanas, aquí la narración lo coloca en el corazón mismo del país de Fitzgerald. Lo cual exige muchas explicaciones para mantener algún tono realista. Ulises vaga hacia islas fantásticas, De Foe ubica su relato en una isla perdida; ese recurso es muy lógico, pero aquí está una magnífica excepción. Cf. Deleuze, Lógica del sentido.

[5]

[6] La mansión de El gran Gatsby es un pálido reflejo de la magnificencia fantasiosa de esta mansión-castillo sin nombre. La ciencia ficción o los relatos de fantasía son los únicos que rivalizan con la magnificencia de esta idílica construcción.

[7] Carlos Gamerro, en su Prólogo a los Cuentos selectos de F. Scott Fitzgerald, señala las continuas referencias al esplendor sureño y la referencia esclavista en los relatos. Con frecuencia el negro se vuelve esa transición entre lo humano y lo animal, que se manipula a placer.

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