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lunes, 18 de agosto de 2025

IMPOSIBLE ENTRE LOS FILÓSOFOS

 

 

Por Carlos Valdés Martín

 

Lo imposible ha perdido prestigio, para caricaturizarse como cáscara frágil frente a un estímulo para la superación personal. La motivación repite hasta el cansancio que lo imposible no existe, frase que es fruto de un siglo de avances científico-tecnológicos. Cada imposible material se rebasa con nuevos resultados, así que creemos que continuará la línea. Sin embargo, comencemos recordando que lo imposible fue bien considerado como la condición universal, donde únicamente el milagro operaba para superarla.

Al principio fue una poesía

Para pensar hizo un poema Sobre la naturaleza, donde Parménides asentó las primeras reflexiones filosóficas sobre lo imposible. Al definir al Ser, lo hace desde la operación lógica que establece una imposibilidad. Para Parménides: lo que es, es, y lo que no es, no puede ser. El “no puede ser” resulta una condición fuerte, que veta por entero la irrupción de nuevas realidades y cierra el paso a las fantasías. En su texto, lo imposible es una contradicción lógica, que se rechaza definitivamente. Para Parménides lo imposible consiste en intentar concebir lo que no es, entonces el mundo del Ser resulta una esfera plena[1], que jamás será penetrada por el no ser.

Uno de los primeros presocráticos, Anaximandro, pensó sobre un cosmos ordenado, donde creyó que el universo está guiado por el Ápeiron (lo ilimitado), pero las cosas concretas surgen de un equilibrio de opuestos regulado por normas naturales. Lo imposible es aquello que transgrede el orden cósmico, como la creación o destrucción absoluta de algo. Su visión implica que lo imposible físico aparece donde contradice las leyes que estructuran el universo.

Dualidad del imposible

Platón en La República y Fedón señala una imposibilidad clave y dinámica, que relaciona el mundo material, interpretado como una copia, frente a las ideas de una esfera superior. El mundo sensible está limitado por percepciones, y conocer plenamente las Ideas perfectas (como el Bien, la Belleza y la Justicia) resulta imposible. La misma condición humana limita la percepción y la concepción mental. Para Platón, lo imposible consiste en que este mundo sensible nunca alcanza completamente al espacio inteligible (ideal, solar, celestial). Surge un ansia perpetua por alcanzar la eternidad para el alma y conquistar la idealidad para la mente. De otra manera elegante, Kant conserva la separación entre la cosa para sí (concebida por el sujeto pensante) y la cosa en sí (el nóumeno) que representa (en Crítica de la razón pura) una esencia inalcanzable.

Una solución dialéctica

Las dos imposibilidades anteriores las resolvió Hegel en el terreno filosófico con su sistema dialéctico[2]. Un sistema capaz de resolver contradicciones, que asombró a naciente siglo XIX al plantear un sistema filosófico lógico para abarcar todo lo conocido. La imposibilidad lógica y la contradicción las superó planteando una audaz integración de los contrarios en el corazón de la misma lógica, para convertirla en completamente dialéctica[3]. Su Ciencia de la Lógica comienza señalando que la pureza del Ser se convierte en un vacío, que significa una Nada, que, al pasar entre uno y otro, aparece un devenir, para comenzar un movimiento perpetuo. Además, ya había refutado con elegancia la dualidad entre el pensar y el ser de la cosa en sí, indicando que esa distinción era obra propia del pensamiento, en su Fenomenología del espíritu, y además de la refutación lógica, se pone a explicar cómo se desarrolla, paso a paso, la conciencia humana, desde las fases más rudimentarias hasta su despliegue más completo[4].

Existencia ante la angustia

El corazón humano está pletórico de imposibilidades aparentes que han sido canalizadas o neutralizadas en su despliegue. Kierkegaard encontró algunas imposibilidades habitando en la existencia misma, por ejemplo, considera que lo imposible emerge en la paradoja de la fe. En Temor y temblor, el patriarca Abraham enfrenta la orden divina de sacrificar a su hijo Isaac, algo que contradice la ética y la razón. Para Kierkegaard, lo imposible está en la contradicción lógica entre la exigencia de Dios (sacrificar a Isaac) y la promesa de que Isaac será su heredero. Este "absurdo" lógico no se resuelve por la razón, sino mediante la fe, que trasciende al entendimiento y sus argumentos. Lo imposible, entonces, está en el salto de fe que desafía la razón.

Para Kierkegaard, lo imposible habita dentro de la existencia individual, arraigando en su naturaleza más esencial que se hace evidente en la angustia y la desesperación que surgen al confrontar la libertad de un "yo" ante Dios. El yo individual y finito está obligado a elegir libremente ante su Dios infinito. En El concepto de la angustia (1844), lo imposible está en la paradoja de la libertad: el individuo es libre, pero esta libertad lo enfrenta a la posibilidad de elegir lo finito (pecar, desesperar) o perseguir lo trascendente en la fe. Lo imposible define un horizonte existencial donde el ser humano vive atrapado entre su finitud (la mortalidad pecadora) y su anhelo de infinito (vida eterna).

La libertad supera

Para Sartre, el ser humano mismo es una imposibilidad trascendida, por eso enfatiza la paradoja: "El hombre es un ser que se hace ser lo que no es y que no es lo que es."[5] La imposibilidad, vista en su sentido interior, no es tanto un hecho, sino lo que dibuja la libertad sobre su mundo. En Sartre, lo posible no es un conjunto fijo de opciones determinadas por el mundo, sino un horizonte que se expande mediante la acción libre. De existir una acción que determina dónde se termina su capacidad, para ahí colocar lo imposible. Quien corre a cierta velocidad, el límite de su velocidad pone el rótulo de lo imposible.

Lo imposible también es una condición ilusoria sobre la conciencia para desafiar permanentemente al proyectarse hacia diferentes y nuevas posibilidades. La actitud es capaz tanto de disolver la frontera entre lo posible y lo imposible, como consolidar una jaula mental. En el extremo, un prisionero pierde por completo su libertad, sino que enfrenta a sus barrotes y paredes cuando elige cómo confrontar su situación, cambiando hacia la resignación, la rebelión, el disimulo, el aplazamiento, la desesperación, etc.

Epílogo irónico

En un breve ensayo sobre Lo imposible, Bataille subraya lo inviable que sería pensar a fondo la estricta imposibilidad, porque no se alcanza a comprender. Ante una imposibilidad superlativa, más allá de evidencias, surgiría una especie de metafísica de lo que nunca se piensa. Por eso bajo el rótulo de “imposible” más bien pensamos en lo extremadamente difícil. Afirma retadoramente: “La libertad no sirve si no se vive al borde de los límites donde toda comprensión se desintegra”[6]

Sucede algo semejante a la creencia tradicional en la posesión del nombre inefable de Dios. Algunos talmudistas le atribuyeron tal potencia a ese nombre, que supusieron que su búsqueda era una quimera que enloquecería al pretencioso en conquistarlo. Por tanto, sería inalcanzable y, en caso de suceder la ilusión de obtenerlo, resultaría inefable, en el sentido que la criatura humana finita, es incapaz de imitar al Creador infinito. 

Conforme el pensamiento acertado (filosófico, científico, técnico...) se convierte en acción, la barrera entre los posible y lo imposible se desplaza. Lo que desde el siglo XVII se denominó "filosofía moral" contribuyó para una liberalización de la condición ciudadana y ampliar sus derechos. 

 

NOTAS:

[1] Esta dureza imagina en el Ser pleno ha provocado curiosidad y reflexiones.  

[2] Rene Serau, Hegel y el hegelianismo.

[3] En especial, los filósofos marxistas daban tal reconocimiento a Hegel, señalando un “defecto” cuando termina el Espíritu Absoluto con las instituciones de su época. ¿Debería poseer una bola de cristal para adivinar el futuro? Por ejemplo, Marcuse en Razón y revolución.

[4] Para Hegel la verdad es sistema, por eso, importa el recorrido completo de las etapas del Espíritu hasta formar la máxima consciencia, de ahí la estructura dialéctica y progresiva en Fenomenología del Espíritu.

[5] Sartre, El Ser y la Nada, Parte II, capítulo 2, p. 97.

[6] Bataille, Georges, Lo imposible, p. 47, Ed.Fontamara.

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