Por Carlos Valdés Martín
Quien no cultiva la Retórica asemeja al mudo que predica en
el desierto. Hay dos maneras básicas de entender la Retórica según su “para qué”.
La mala manera es la del aspirante a manipulador, usando afirmaciones bellas y
encantadoras para engañar a quien las escucha. La buena manera de la Retórica sirve
para transmitir la Verdad con los bellos ropajes de la elocuencia y despertar
el corazón para incitar a seguir la senda virtuosa.
En la actualidad, la Retórica por tantos avances técnicos es audiovisual, combinando palabras e imágenes en un discurso poderoso. Una de las más urgentes tareas es despertar ante la mala Retórica que fluye en un río interminable de mensajes inclinados a envilecer mente y corazón.
La buena Retórica requiere de adquirir destreza, antes que nada, en la Gramática y la Lógica, junto con su más preciado retoño, la Verdad. Sin dominio suficiente de la Lógica, entonces la más elegante de las Retóricas se convierte en un concurso de vanidades. La Retórica sin manipulación entrega los más altos valores de la civilización.
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