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lunes, 14 de diciembre de 2009

LITERATURA CREANDO NACIONES. 3a Parte



Nota aclaratoria: Esta es la tercera parte del ensayo titulado COMO UNA PAMPA: LA LITERATURA PARA LAS NACIONES, donde se aborda el tema del Antiguo Testamento y la Enciclopedia, como modalidades de cohesión nacional muy diferentes.


Por Carlos Valdés Martín


Del Éxodo a la recuperación de Israel
El caso más conocido de maridaje perfecto entre un texto sagrado y un pueblo aparece en la relación de los judíos con sus libros sagrados. Particularmente en el Antiguo Testamento la narración desde el Génesis la Éxodo implica una épica acta de nacimiento de un pueblo. Esta acta de nacimiento implica la sobrevivencia como acto heroico colectivo, bajo el mandato de un Dios y la guía de un profeta. Dejando de lado el contenido religioso, me interesa destacar que un pueblo cuando “atraviesa el mar y el desierto” destaca como una vocación de sobrevida entera, configurando la colectividad de sobrevivientes. El mar atravesado recuerda el nacimiento, especialmente tratándose de un Mar Rojo como la sangre. El desierto implica cruzar por la frontera de la muerte, porque desierto implica una tierra muerta, o al menos bajo la amenaza constante de muerte. La tercera fase de las travesías conduce hacia una “tierra prometida”, que implica el sustento material entero, la tierra comprendida como el conjunto de elementos necesarios para la vida, con los cuales un pueblo florece y se reproduce. La tierra además se debe entender como el conjunto del fundamento económico material del pueblo para mantenerse vivo, corresponde con el cimiento de la existencia productiva.
Sin embargo, claramente, el pueblo judío queda expuesto a los avatares de la historia, expulsado de una región clave, precisamente zona clave por representar una encrucijada de civilizaciones y una ruta comercial significativa; de tal modo que la unidad entre el pueblo (su vinculo de existencia contigua) y su fundamento terrestre (su economía fundamental) permanecen rotos, durante siglos incluso. Esta separación hacia regiones lejanísimas y entre poblaciones diversas, solamente se remonta mediante una unidad cultural-religiosa, que mantiene vitales los lazos entre los judíos. En esa diáspora, el sostén de los libros sagrados manteniendo sus tradiciones religiosas para ellos, y su recuerdo en una historia dramática, han sido un lazo esencial de existencia. Sin sus convicciones y la escritura que los alió durante siglos, el pueblo judío podía disolverse entre las comunidades que los asilaron transitoriamente durante el rodar de los siglos. En este caso, los libros establecen un vínculo evidente y de potencia extraordinaria, para el sostenimiento de una nacionalidad, atravesando dificultades y el riesgo de su disolución. Sin embargo, en este caso particular la importancia de los libros resulta tan enorme, que rebasa la estimación típica de la importancia de la literatura para la forja de naciones, ya que son textos asumidos como sagrados por una comunidad. En este caso, la creencia entrega suficiente testimonio para indicar la trascendencia del libro hacia la integración de una comunidad. Interesa redondear la visión, dirigiéndonos hacia relaciones menos trascendentales, que no impliquen el tema religioso, para establecer el vínculo regular entre la literatura y las naciones.

La Enciclopedia, el discurso ilustrado y el proyecto Republicano.
La Enciclopedia propone un nuevo tipo de literatura, aunque existen tentativas enciclopédicas anteriores, encontrándose ejemplos medievales. Las diferencias también son notables, pues con el proyecto de la Enciclopedia se propone una república de la razón, un encuentro de las mentes iluminadas de los confines europeos, poniendo al alcance del pueblo lector las conquistas del saber. Antes de esta tentativa de Ilustración, la regla fue esconder el saber dentro de cada grupo que lo poseía, como tesoro inaccesible. Así, el saber prefirió confinarse a claustros, a círculos escondidos y casi místicos, alejados del vulgo; significativamente los curas se encerraban tras el dominio exclusivo del latín, renuentes a comunicarse con la plebe; los alquimistas con sus fórmulas esotéricas resultaban incomprensibles, incluso para la mayoría de ellos mismos; los gremios de cada oficio encerraban su saber técnico, convirtiéndolo en secreto profesional. En fin, incluso con el avance renacentista de difusión de las artes y oficios, el pensamiento científico siguió siendo escaso y poco difundido. La Enciclopedia se convierte en un emblema tanto científico como político, representa un momento claro cuando el avance del saber queda hermanado con las proclamas políticas, ya que el proyecto mismo sirve como el fermento del liberalismo político ascendente del siglo XIX. La integración de los enciclopedistas como Diderot y D’Alambert a la distancia nos alcanzaría a parecer superficialmente un evento fortuito, por el resultado de una empresa comercial particular, pero va más allá y trasciende la anécdota: encierra el sentido de los tiempos, el paso de una época hacia la siguiente. En este fenómeno se cumple el criterio de Ortega y Gasset: el avance de los tiempos se anuncia y dibuja en el pensamiento[1]. Esto significa, que acorde al fondo del proyecto mental de la Enciclopedia luego viene la oleada práctica política y social consiguiente. Antes del enciclopedismo predominaron en la realidad y la imaginación los textos de autor, donde el autor es autoridad, ya sea persona o ente sagrado. La Biblia fue la gran colección que dominó la Edad Media, pero no influye en calidad de un texto de colaboración entre iguales (personas), sino como evento de la Revelación, emisión de lo sagrado sobre la palabra escrita (donde el apóstol es vehículo de lo divino y no habla a nombre personal). En ese sentido, no existe una “democracia de autores” en la Biblia, sino que un Concilio (a nombre directo de Dios según pretende) establece la pertenencia de los textos para la eternidad. En cambio, la Enciclopedia implica una asamblea permanente de mentes en nivel de igualdad, cada artículo sostiene el mismo derecho para ser leído, cada aportación queda en equidad, por lo que el orden de exposición evita las jerarquías entre autores (de importancia) para seguir un principio de orden más simple, empleando la sucesión mediante el orden de las palabras. En este proyecto democrático, de república de las letras, la única superioridad podría recaer en el editor, como principio de coordinación general, pero el editor se oculta en la sombra, dándole su lugar a cada discurso, sin sobresalir en la facturación misma. Recordemos que la creación de la Enciclopedia aconteció en medio de la jerarquía social y política estricta del Absolutismo, situación donde no existían efectivos derechos políticos, sino una especie de salvoconductos o intersticios bajo la gracia de su Majestad el Rey.
Las naciones modernas a diferencia de las antiguas poseen una estructura de tipo República, donde la vida individual se coloca sobre una existencia pública, con un nivel de igualdad abstracta. El concepto mismo de “nacional” implica una igualdad esencial entre todos los con-nacionales, existe igualitarismo de base. El enciclopedismo ofrece una plataforma de igualitarismo mediante una oferta de acceso universal al conocimiento, reforzando la (entonces mera) hipótesis republicana.
Este enciclopedismo ilustrado está empotrado con el universo mental cartesiano, donde el discurso emana una luz abarcando cada objeto, sin encontrar ninguna resistencia opuesta. Descartes elocuentemente convenció a las generaciones futuras (a él) engrosando la ilustración (sus herederos) que el mundo se integra con partes “claras y distintas”, por lo mismo se elabora un discurso racional sobre el mundo sin trabas, viable para engarzar desde cualquier parte y para alcanzar el punto final. A su manera epistemológica y suspicaz, Foucault hace énfasis en el tipo de conocimiento que emana de un “discurso” como el cartesiano, para atrapar en palabras a las cosas vistas[2]. Entonces la nación (entonces futura) imaginada a partir de la ilustración se desliza por el terso carril de un discurso republicano, enérgico y cohesionador, que unifica a la nación por abajo, sin el concurso de Rey ni Dios; pero sin esto significar que el entero (o explícito) discurso ilustrado fuese anti-realista o ateísta, sino la coherencia se mueve con fluidez desde el racionalismo haciendo su discurso, sin exigirse ya la justificación superior (del Rey o Dios) y por tanto en un espacio de libertad esencial. A mi parecer, el discurso racionalista se mueve en el sentido de una red, la retícula del conocimiento atrapando incansablemente cada pedazo del mundo sin conquistar, para armar horizontalmente un saber, por lo mismo su manera de difusión ofrece una “república de las letras”, una figura de comunicación y de pensamiento que a la larga se acabó contraponiendo con la monarquía política y rebasándola. Luego cuando el discurso racionalista, bajo manera planteada desde Descartes, es republicano, entonces también resulta fraternal ante sus objetos del conocimiento, porque también los sujetos del saber (los seres humanos) son sus objetos del conocimiento; con esto me contrapongo ahora con las visiones e interpretaciones de que el cartesianismo resulta un filosofar frío y cosificado, las cuales yo mismo sostuve en el pasado. Al contrario, si observamos el mismo viaje intelectual de Descartes observaremos que en el eje de sus atenciones aparece el humano vital, y con sus problemas emotivos y morales, tal como lo aborda en su tratado sobre Las pasiones del alma[3]. En ésta su última obra, se observa un resultado importante del acontecer filosófico, pues tratando la ética revela su perspectiva política y social, pues abordar lo general siempre conduce hacia la problemática social y política, aunque pueda aparecer su discurso colocado únicamente en el nivel de la problemática individual, porque la ética (repetidamente) constituye una premisa de la política (o de la perspectiva de una reconstrucción social), y entonces el discurso sobre la ética no solamente resulta por un efecto de la desesperación del individuo aislado, tal como interpreta equivocadamente Lukács[4]. Ahora bien, la horizontalidad del proyecto republicano, emergente en la Ilustración, levantará con el transcurso del tiempo una plataforma para la horizontalidad radicalizada de los proyectos socialistas desde el siglo XIX en adelante.

NOTAS: 

[1] ORTEGA Y GASSET, José, El tema de nuestro tiempo, Ed. Revista de Occidente.
[2] FOUCAULT, Michael, Las palabras y las cosas, Ed. Siglo XXI.
[3] DESCARTES, René, Las pasiones del alma.
[4] LUKACS, George, Historia y consciencia de clase. Esta autor, en tantos niveles brillante, eleva la primacía de la acción social por medios estrictamente políticos hasta el Absoluto, por lo que cualquier espacio de acción (parcialmente) de espaldas a la política le parece una huida, una renuncia, y el dominio del capitalismo o la contrarrevolución política. Por lo mismo, cualquier planteamiento de la ética individual a él le parece representar la impotencia o una derrota. Incluso, termina torpedeando la plataforma de la filosofía pre-marxista al interpretar que las visiones anteriores sobre la “totalidad” son radical y completamente fallidas, pues no alcanzan el concepto exacto (el suyo heredado de Marx) de la “totalidad concreta”. En ese sentido, su evaluación de Descartes y muchos pensadores resulta empobrecida, sin embargo siempre interesante.

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