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jueves, 3 de diciembre de 2009

LITERATURA CREANDO NACIONES 1a Parte


Por Carlos Valdés Martín

Nota aclaratoria: esa es la primera parte del ensayo "Como una pampa: la literatura para las naciones". En esta primera parte se aborda el tema de la peculiaridad de las lenguas nacionales, al compararlas con lenguajes de otro cuño, en especial, confrontarlas con el mito de la lengua perfecta.

Prólogo: El lenguaje perfecto opuesto al habla nacional.
El lenguaje literario fermenta la creación de las naciones en su forja interior, ya sea desde la sólida y rocosa fundición de sus intimidades hasta la sutil y aérea de sus elevaciones. El puente de contacto es la lengua, mediante las palabras que convirtiéndose en nacionales, al mismo tiempo, hablan de la nación, abriendo los caminos para el tránsito generador y recreador de las comunidades.
Atravesemos en nuestra mente la arena extensa del desierto egipcio, donde a un Faraón le pareció interesante descubrir cuál fue la lengua original de los humanos. Así este gobernante espléndido mandó a criar un grupo de infantes desde recién nacidos, atendidos mediante unas nanas, quienes tuvieron estrictamente prohibido pronunciar palabras. Tan extravagante crianza silenciosa fue mandada con la esperanza peregrina de que estos niños al crecer pronunciarían espontáneamente las palabras del idioma original de la raza humana. Reza la leyenda, que un infante de manera espontánea pronunció la palabra “becos”, la cual en cierto idioma corresponde a “pan”, por eso la inteligencia regular del Faraón estimó descubierta a la primera lengua humana mediante esa palabra develada[1]. Bajo su cosmogonía religiosa, lo primero en tiempo se identificaba como lo perfecto, por emanar desde una primera simiente divina. En esa visión cosmogónica las primera palabras se acercaban a la simiente de Dios, por eso resultaban más aproximadas a la perfección[2].
También hubo otros Reyes quienes estimaron que entre las atribuciones del Poder se incluía definir el correcto hablar, para imponer su particular criterio de perfección, sin embargo, los Reyes poco pudieron hacer para imponer las modalidades sobre el habla popular, contentándose en cuidar el habla de sus élites cortesanas. Una verdadera gestión de la lengua resulta un fenómeno tardío, gestión que únicamente se hace efectiva mediante las instituciones de educación universal (sincronizada con el ocaso de los Reyes, ya que la educación universal es una institución pro-democrática). Por una contradicción (por lo demás bastante lógica) este atributo de corregir el lenguaje (tarea casi imposible para el Rey) recae (espontáneamente) en el Literato (antaño el juglar de la corte). Por su propia actividad intrínseca, la literatura exalta la belleza de la lengua y hasta la crea eventualmente. La lengua perfeccionada se expresa en la literatura, la cual se establece como modelo de belleza, de tal modo las obras literarias indican el discurso cuando merece repetirse. La lengua mediante el tamiz literario se consagra como modelo de belleza, y es conservada para su repetición, adquiriendo su grado de perfección.
Las acciones espontáneas de la literatura y las pretensiones al estilo del Faraón confluyen desde direcciones opuestas en el fenómeno de cada lengua nacional. Conjugando una primogenitura y eufonías, mezclando la creencia en un origen primario (la raíz nacional) y su belleza (la galanura de la lengua nacional creada y/o consagrada por las obras literarias) aparece el discurso de la lengua nacional, donde los torrentes de palabras merecen repetirse dentro de cada comunidad nacional.
Ahora bien, la lengua nacional existe distante a miles de años luz de una “lengua faraónica”, la cual desconocemos por la lejanía histórica, pero la atisbamos mediante diversos indicios. Las lenguas aristocráticas y las religiosas quedan encerradas dentro de grupos selectos, separados de lo que ahora reconocemos como el cuerpo de la nación. La relación entre la iglesia católica medieval y el latín entrega el ejemplo que mejor conocemos, pues entronca con nuestra cultura occidental pero el fenómeno parece repetido en otras civilizaciones. Esta lengua latina del culto religioso estructura una lengua elevada y separada del vulgo, pertenece a una casta superior de clérigos letrados; y entre ellos se entienden claramente, comunicándose con ese medio lingüístico, pero no esperan comprensión entre los pobladores de sus naciones. Al contrario, ese latín eclesiástico genera una barrera y un signo de separación ante el vulgo, pero de universalidad entre los clérigo; este latín usado como idioma de especialistas funciona como muralla para separar a los clérigos respecto del pueblo. Esto queda claro en el contexto europeo cuando entra en juego la Reforma protestante, un movimiento religioso emergente que recurre a la impresión de la Biblia en lengua vulgar nacional para contraatacar en poderío de la iglesia católica; escribir y publicar en la lengua vulgar de cada región significaba socavar el poder y autoridad de la iglesia, detentadora del conocimiento del latín.
Resultará interesante descubrir el significado social y político de la lengua especial de los sacerdotes egipcios, quienes fueron una casta duradera por siglos. Esta situación social del sacerdocio amurallado por un lenguaje especial otorga mayor significado a la anécdota del Faraón buscando el lenguaje original humano mediante su rústico experimento; y recordemos que cada Faraón encabezaba al sacerdocio. La lengua sacerdotal, obligadamente, pretende acercamiento con el fenómeno de lo sagrado, busca erigir un vehículo de proximidad en el trasmundo, de ahí que cada palabra pretenda convertirse en un mensaje de hierofante.
Los vestigios preservados por la cábala indican una creencia entera en las cualidades sobrenaturales del lenguaje, y que convenía trascender la lengua profana, estableciendo un circuito de palabras codificadas para hablar directamente el lenguaje apropiado de la esfera divina. Esta pretensión alcanza extremos como lo demuestra la creencia en el poder absoluto detentado por el “nombre verdadero”, el cual confería control sobre la persona nominada, incluso sobre los entes sobrenaturales, y hasta sobre los dioses, como atestiguan diversas leyendas sobre el “robo” del nombre secreto. Esta creencia existió entre los egipcios antiguos, una narración indica que Isis alcanza el dominio sobre el dios regente del inframundo al obtener su nombre verdadero. Entonces, buscar las palabras prístinas y originales, las inmaculadas del primer humano, no parece una empresa de curiosidad ociosa o culta de un Faraón, sino un evento religioso y de búsqueda de envestiduras adicionales para el Faraón y su casta sacerdotal. Esto nos conduce a que un “lenguaje perfecto” con pretensiones sagradas no corresponde con el concepto adecuado del lenguaje nacional, en el cual predomina la asimilación de las tradiciones de regiones para integrar en un código cultivado, una especie de intersección entre la masa del habla popular y el refinamiento literario de esta “materia prima”.

La función de la literatura y el periódico para crear las naciones, mediante la condensación-creación del tiempo simultáneo: sobre Benedict Anderson
Corresponde mérito a Benedict Anderson por hacer una descripción del rasgo temporal de la conciencia nacional moderna a partir de varios de sus aspectos manifiestos en relación con las múltiples funciones de la lengua. En la literatura del periodo de las naciones emergentes ubicado a desde fines del siglo XVIII la estructura de la yuxtaposición de eventos permite que se imagine la comunidad entre los diferentes actores mediante un drama de ficción; y además si leemos una novela relatada en términos de sucesos presentes también se permite la percepción de la contemporaneidad completa entre el lector, autor y los eventos relatados. Por su parte los periódicos (cuyo antecedente está en las revistas holandesas del siglo XVII, pero su difusión europea ocurre hacia el siglo XVIII) son un objeto moderno especial, adecuados a la conciencia de la simultaneidad perfecta. "La obsolescencia del periódico al día siguiente de su impresión (...) esa ceremonia masiva extraordinaria: el consumo casi precisamente simultáneo ("imaginario") del periódico como ficción"[3]. Escapando de la costumbre que nos hace aceptarlo como un hecho de la vida diaria, el rápido destino del periódico hacia su obsolescencia inmediata resulta sorprendente. Para Anderson resulta aleccionador el evento evanescente de un público lector masivo que “recibe” el pulso de su realidad por unos minutos, y así se satisface al establecer una “comunidad imaginada” durante esos momentos y luego desaparece de su lectura fugaz.
Este ceremonial de la lectura del periódico sería inconcebible sin una vigorosa causa material, y la interpretación viable me parece reside en la dependencia universal mediada, correspondiente a una co-dependencia económica inmediata expresada por ejemplo en Marx como la ley del valor trabajo. Por ese lado, la condición de posibilidad de la moderna conciencia nacional radica en la modificación histórica del modo de apropiación del tiempo inaugurado por el capitalismo mercantil, pero revelando un modo de apropiarse del tiempo ya prefigurado en la mera existencia de la división del trabajo previa, pues una economía de división de trabajo implica una co-dependencia entre las personas. La interpretación de Anderson implica la creación del espacio tiempo nacional moderno mediante esa “espacio-temporalidad” de la novela moderna.
Esta afirmación de la importancia de una apropiación del calendario en sentido de simultaneidad para definir la conciencia nacional podría excederse hasta desmeritar la conciencia de las sociedades previas. En las sociedades previas sí existe conciencia de la simultaneidad y existen pruebas, sin embargo, no resulta tan apremiante y trascendente. La simultaneidad aparece ya en los relatos antiguos, cuando el personaje principal cumple sus aventuras y resulta que “mientras tanto”, tal como Ulises se perdía por los mares de Grecia, “mientras tanto” Penélope tejía y destejía su tela. Únicamente vemos una acumulación de cantidad, el “mientras tanto” de la antigüedad es más sencillo y menos apasionante, no resulta tan denso como en la conciencia y vida modernas. El mismo ejemplo del periódico resulta ilustrativo, porque el tiraje del periódico signa la unificación del día, colocando en el mismo recipiente de información cualquier tipo de eventos relevantes y no tanto, unidos únicamente por la novedad, atados porque suceden ese mismo día. Para la unidad del periódico el día moldea el recipiente perfecto, con lo cual en cada día se establece la simultaneidad, donde lo diario vale por sí mismo. El lector compra su periódico, precisamente, para enterarse de lo acontecido ese día; y quizá no lee entero el diario, pero mantiene a la disposición ese rompecabezas armado por la simultaneidad, donde coloca su propia existencia.
En la obra Historias (o Los Nueve libros de Historia) de Herodoto, a su manera lejana especie de periódico atrasado del pueblo griego, reiteradamente aparecen los eventos en la sincronía del “mientras tanto”. La importancia de la simultaneidad resulta indispensable y evidente durante los sucesos militares, así cuando se relata la invasión de los persas, varios eventos están presentes y duran “mientras tanto”, porque la conexión final genera el evento militar mismo. Mientras un ejército espartano toma una posición fortificada en el desfiladero de las Termópilas, el otro ejército persa avanza; mientras los refuerzos se rezagan, el general decide establecer una pausa en su movilización. La simultaneidad está presente en el evento de las guerras entre griegos y persas, no resulta permisible imaginar el evento sin incluir el ingrediente de simultaneidad. Sin embargo, la simultaneidad temporal opera un salto cualitativo con el advenimiento del capitalismo. La existencia del diario comparado con la narración de la saga de Herodoto resulta convincente, para argumentar que la simultaneidad lanza un salto cualitativo, y en el nuevo periodo se coloca en el corazón de la asimilación del tiempo.
Ahora bien, esta conciencia de la simultaneidad contiene su fundamento firme en la división social del trabajo, evento económico que genera la universal co-dependencia hasta un nivel extremo. Desde las sociedades primitivas existe división del trabajo, pero la complejidad de la interconexión alcanza un nivel superior por medio del mercado, y luego, con el capitalismo. Pasamos de la cantidad hasta la calidad. El simple acudir al encuentro de alguien ya implica conciencia de la simultaneidad, así la actividad de los cazadores más primitivos encerraría una operación de encuentro mediante la simultaneidad, especialmente cuando rastrean u siguen manadas huidizas a distancias muy superiores a su alcance visual.
El argumento de fondo de Anderson repetidamente consiste en que la imaginación (otra manera de indicar la conciencia) del individuo moderno ha alcanzado una percepción de la simultaneidad, para insertarse en una comunidad compleja, a la cual estima y acepta como su nación. Con ese sentido del tiempo simultáneo a la distancia se establece una comunidad con miles o millones de individuos a quienes ya no vemos. Una vez establecido ese vínculo en esa aprehensión del tiempo[4] es factible que las personas se asuman y piensen dentro de una nación. Entonces la novela y el periódico desde el siglo XIX (como ahora lo hacen los medios electrónicos) mediante un influjo que se mide en millones de eventos educan sobre la densidad de la simultaneidad. Importa detenerse en el diferencial entre la continuidad y la novedad del asunto, de manera importante Anderson remarca el acento en la novedad radical de la conciencia nacional, aportando interesantes pruebas, y de hecho parece no interesarle la aprehensión simultánea del tiempo desde la pre-modernidad[5], sino sus rasgos más intemporales (la cosmogonía, la jerarquía del tiempo, etc.), pero por mi parte quiero destacar la continuidad. Sin embargo, por principio metódico resulta casi evidente esta afirmación: el tiempo no se inventa sino se apropia; las interpretaciones sociales predominantes sobre el tiempo están sostenidas sobre la apropiación completa de la vida (producción y reproducción esencial de la vida humana), por lo que dentro de la ruptura existe continuidad en el fundamento. Esto implica que la cualidad de simultaneidad temporal se densifica, incluso la homogeneidad del tiempo tampoco se inventó recientemente y únicamente se radicalizó, la división del tiempo en segmentos homogéneos no se creó con el capitalismo, la novedad acontece dentro de las posibilidades técnicas para medirlo y sobre su intensidad.

NOTAS:
[1] HERODOTO, Historias.
[2] Cfr. ELIADE, Mircea, Tratado de historia de las religiones y El mito del eterno retorno. Cierta estructura religiosa cree firmemente que los tiempos se van degradando porque se alejan de la fuente de la emanación divina, así el tiempo sufriría de una enfermedad progresiva y mortal, hasta morir para regresar a su fuente.
[3] ANDERSON, Benedict, Comunidades imaginadas, p 60.
[4] Desde otra perspectiva, Kant propone que para pensar se requiere, como precondición, el esquema espacio temporal, las condiciones de posibilidad el pensamiento. Cf. Crítica de la razón pura.
[5] Esto no implica crítica a Anderson, quien reconoce que las visiones pre-nacionales contienen elementos de simultaneidad al estudiar las novelas de varios autores, Comunidades imaginadas, p. 46-56.

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