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lunes, 14 de diciembre de 2009

LITERATURA CREANDO NACIONES 4a. Parte



Nota aclaratoria: Esta es la 4a. parte del ensayo titulado COMO UNA PAMPA: LA LITERATURA PARA LAS NACIONES, pero como el título es engañoso ya que solamente la parte final se refiere a Argentina, decidí cambiar el título en esta versión electrónica.

Por Carlos Valdés Martín

Dickens en la sensibilización ante la revolución industrial (reformas laboristas y siglo XIX)

Cuando una nación sufre la hondura abismal de una división es una nación en peligro de extinción, es una sociedad al borde de la ruina. En ese sentido, cada proyecto de reconciliación nacional, sea por vía reformista, conservadora o revolucionaria lanza un dramático grito de salvación nacional. El inicio radica en determinar la situación insoportable, adquisición del estado de conciencia sobre lo insoportable. Este inicio está íntimamente ligado con la literatura como estado de ánimo y revelación de una herida o diagnóstico certero de un dolor, aprehensión esencial de los conflictos sociales que amenazan con estallar. Resultan especialmente interesantes los escritores que han moldeado la sensibilidad social a cerca de los delicados temas sociales, como la moldearon Charles Dickens en una vertiente reformadora y Máximo Gorki en una vertiente revolucionaria. En ambos casos, la educación de las sensibilidades anuncia el advenimiento de grandes transformaciones.
Sin considerarme especialista en Dickens conviene indicar que él utiliza el nuevo mundo de la comunicación de masas, empleando ampliamente el periódico y la difusión masiva de los textos. De hecho, él representa un ejemplo clásico de la novela por entregas, una obra enviada por los periódicos para el consumo de una masa de lectores, estableciendo una nueva fase ascendente de la república literaria, porque ahora el destinatario es potencialmente una nación, porque antes la escritura se destina a las élites, intelectuales, aristocráticas o sacerdotales. En este periodo de Dickens, los periódicos están expandiendo el fenómeno de la lectura como nunca antes; el periódico entrega una versión de lectura cotidiana, dedicada a acercar las letras al trajín diario, pegándose al instante del día y ofreciendo el milagro de una simultaneidad social.
No interesa la política personal de Dickens, sino la sensibilidad que recibe y despierta, cuando escribe amplificando el escándalo por la miseria industrial. La miseria industrial del amanecer inglés del siglo XIX implica una manifestación completa de la “miseria artificial”, mientras durante el completo periodo previo de la evolución histórica, la miseria predominante emanaba de una falta absoluta de recursos, ahora sucedía una nueva paradoja. La revolución industrial crea un entorno artificial, emanado de recursos crecientes, aplicaciones técnicas y científicas, alimentado por un comercio mundial pujante, y en ese contexto de riquezas crecientes emerge una miseria atroz. Un nuevo sentido de lo atroz de la miseria emerge al descubrirse con alarma que no viene con la sequía enviada por la Naturaleza o Dios, sino nace de un evento cultivado por las acciones de los seres humanos. Por primera vez queda claro que pudiendo existir muchos satisfactores y riquezas, el reparto injusto crea una nueva miseria, la artificiosa miseria alentada por el desprecio por los productores y los pobres. Esta nueva sensibilidad crea la percepción del problema social moderno y funda las políticas reformistas o radicales desde esa época industrial.
El cuadro de la miseria social inserta la enorme urbe artificial no solamente es telón, sino motivo esencial de esta literatura. Para contraste y conmoción los personajes más significativos resultan ser niños. En esta oposición entre el universo artificial y la naturalidad infantil encuentra Dickens un medio eficiente para desplegar su arte literario, y cautivar una nueva sensibilidad. Esta sensibilidad denuncia la división social entre ricos y pobres de una manera que ofrece la posibilidad de una nueva plataforma, una comunidad en ciernes. Si esa división se alcanza a superar, entonces renacerá la nación. En esta posibilidad (y realidad contemporánea) del nacimiento de una nación moderna se encuentra un medio en la palabra bella, y una sustancia en la emoción noble del lector, redescubriendo un mundo inmediato, sin embargo oculto por la cotidianeidad. Aquí sucede algo apasionante, el lector es contemporáneo o semi-contemporáneo (porque algunos de los rasgos más odiosos de la explotación infantil estaban en retirada durante la vida del propio Dickens) de los eventos relatados, y mediante el relato novelado su propia sociedad es redescubierta, porque acontece la auto-referencia a la Inglaterra contemporánea, y el sentimiento despierto por la novela, ofrece una distancia y acercamiento del lector con su nación, generando tanto una crisis como un descubrimiento. El corazón de Inglaterra, mediante Dickens se reeduca para detestar la explotación infantil y la miseria sin sentido de las grandes ciudades. Esta reeducación sentimental crea una doble posibilidad, abriéndose las vías tanto para una reconciliación posterior o hacia una crisis de ruptura, en términos políticos se abre un periodo de dilema entre reforma o revolución. La posibilidad queda abierta mientras la herida de la miseria social perdure.

El pueblo de Germinal como microcosmos nacional (siglo XIX)La obra literaria de gran aliento se convierte (porqué no) en un espejo de microcosmos nacional, opera como una nación completa agitándose apretada dentro de una simple novela. Algunos de los autores naturalistas y realistas aceptaron el reto de encerrar a una nación contradictoria dentro de los estrechos límites de una narración novelesca, y un método adecuado consiste en acotarse al confín de un único y solitario pueblo. Bajo ese esquema un único pueblo se convierte simultáneamente en microscopio y telescopio de una nación entera. Este enfoque triunfa en la novela naturalista de Emilio Zolá, por ejemplo en su Germinal[1]. En esa narración dibuja el conjunto de habitantes de un pueblo alrededor de una mina de carbón, y aparecen enteras las clases sociales (locales representando a las nacionales), y hasta los hilos económicos y de gobierno municipal entrelazados con los lejanos centros de poder nacionales. La parcela de espacio de imaginación dentro del pueblo minero de Germinal incluye un microscopio donde se observa entera a la Francia contemporánea del siglo XIX. Esa sociedad-pueblo aparece detalle a detalle, trozo a trozo, con cada característica profesional, familiar, generacional, económica, hasta armar el cuadro de conjunto apretado, donde se enmarcan las posibilidades de acción para las personalidades concretas. En este esquema se forja un realismo de situación donde las posibilidades concretas de acción del individuo se acotan con una precisión pasmosa, se establecen las pautas psicológicas y los resultados en la acción, por lo que cada personaje aparece con una veracidad sorprendente. Lo que funciona con cada personaje, también funciona con el conjunto, el pueblo entero opera bajo pautas sociales perfectamente definidas, y ofrecen un tramado creíble al momento de divertirse en una taberna o de acudir a una lavandería, desplegando las instituciones sociales a nivel particular, como gobierno local, sindicato local, lavandería local, etc.
Pero lo que interesa de una nación vital es su imagen de conjunto, así que Germinal ofrece el panorama entero de una tragedia en progreso. Un mal día la mina de carbón se derrumba, los trabajadores mineros quedan atrapados, abriendo un capítulo dramático de cárcel subterránea y peligro inminente. El signo siniestro de la naturaleza maltratada por la ambición humana pone su cuota de mortandad, y entonces la crisis toca fondo. El conflicto se desenvuelve en torno al tema de vida-o-muerte, de tal manera que el dilema entre sobrevivir o hundirse emerge y permanece presente. La naturaleza hostil puede justificar las desgracias, pero un excelente autor como Zolá supera esa perspectiva, para mantenerse en el cuadro de las relaciones personales y sociales, el drama no lo crea directamente la naturaleza y se eleva de tono con la aparición de una huelga la cual tensa las fuerzas del pueblo hasta el paroxismo. Entonces el conflicto esencial no emerge de la naturaleza sino de las disposiciones humanas: pasiones individuales e instituciones sociales entrelazándose.
Ahora bien, la continuidad de existencia para una comunidad se integra con muchos olvidos y un camino que continúa, el proceso de la existencia avanzando a pesar de las injusticias y las atrocidades. Ante tal “estado de cosas” salpicado de “injusticias y atrocidades” también se educa otro aspecto de la sensibilidad evidente en el lector: interés por la intervención. En ese ambiente enrarecido del pueblo minero, las posibilidades de una intervención política, y la acción humana en múltiples niveles son evidentes, mientras en un macrocosmos (la Nación) las oportunidades de transformación parecen canceladas por la inmensidad de la tarea, en un microcosmos (el Pueblo, la nacioncita) las posibilidades de transformación desesperan precisamente porque no aparecen canceladas por la pequeñez de su escala, sino como “al alcance de la mano”. Mientras la gran escala invita a la resignación, la pequeña escala desafía a la acción; invita al paso desde imposible a realizable. Aparece una metáfora directa, entre las desesperación del encierro bajo tierra sufrido por los mineros, evocando las posibilidades de la vida procurando emerger, mientras están atrapadas en un drama humano. La lucha política se muestra en un gran calibre humano, porque la pugna de los mineros y sus familias solicita condiciones mínimas de existencia; la gravedad de la situación justifica el descontento de los desposeídos y anuncia un gran movimiento social. Estamos ya en el terreno de una nación dividida por intereses, sin embargo, queda abrazada dentro de una integración suprema, casi al modo de una fatalidad o destino. El mismo discurso de esta novela, indica un desplazamiento hacia espacios mayores, el personaje central Esteban, sale del pueblo para dirigirse a la capital, a París para darle un sentido superior a sus aspiraciones, demostrando la continuidad de una división para desplegarse en un teatro superior, el escenario de la gran sociedad.
El germinar de Germinal: brotar desde la entraña terrestre aprisionada hasta alcanzar angustiosamente el pleno aire de la existencia. La entera metáfora de esta novela indica el movimiento desde la oscuridad hacia una claridad, desde la negra noche y la honda boca de mina, hasta perseguir las extensiones de las praderas, y sin que esto implique un nacionalismo estrecho del autor, señala un tipo de movimiento, un desplazamiento hacia espacios superiores.

NOTAS:
[1] ZOLA, Emilio, Germinal, Ed. Guernica

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