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lunes, 21 de diciembre de 2009

LA DESESPERACIÓN DE LOS PRÍNCIPES MONGOLES



Por Carlos Valdés Martín

Dicen las crónicas de los reyes mongoles hindúes, que dichos reyes eran demasiado longevos para las aspiraciones de sus hijos, los príncipes. A lo largo de cada reinado floreciente de los mongoles, el único grande y verdadero problema fue que los reyes vivían demasiado para el gusto de los hijos.
“Si se contempla globalmente la historia dinástica del imperio Mongol, se percibe un cuadro sorprendentemente uniforme. El tiempo de su esplendor dura 150 años; en ese periodo no gobiernan más que cuatro emperadores, uno hijo del otro, cada uno de ellos tenaz y longevo y prendido con todas las fibras de su corazón al poder. Sus periodos de gobierno son de notable duración: Akbar gobernó 45 años, su hijo 22, su nieto 30 y su bisnieto 50 años. Comenzando por Akbar ninguno de los hijos aguanta el tiempo de espera, cada uno de los que más tarde llega a ser emperador se levanta como príncipe contra su padre. Estos levantamientos terminan de diversas maneras, Yahanguir y Shah Yahán son derrotados y agraciados por sus padres. Aurangzeb toma preso a su padre y lo depone. Su propio hijo más tarde muere sin éxito en el exilio. Con la muerte de Aurangzeb mismo el poder del Imperio Mongol desaparece. En esta longeva dinastía todo hijo se levantó contra su padre y todo padre hizo la guerra contra su hijo” .

El asunto resulta completamente desconcertante desde el punto de vista histórico, pues esta regularidad de las sublevaciones principescas no había existido en otras latitudes. A favor de los sicólogos freudianos viene una apelación al complejo de Edipo, que como leyenda fundacional del psicoanálisis ya implica el parricidio. El parricidio existe en el inconsciente como una tendencia, una emanación de la competencia del amor del niño por la madre, desplazado a un plano simbólico; pero el parricidio real o la lucha a muerte entre progenitor y vástago son sumamente poco frecuentes. Por un lado se acepta la universalidad afirmada para este complejo psicológico, pero hay pocos eventos sangrientos resultado de este antagonismo mental entre padres e hijos.
El tema particular adquiere un cariz más extraño si recordamos que uno de estos emperadores Shah Yahan es el patrocinador de la maravilla del mundo denominada Taj Mahal. Ese maravilloso mausoleo es un monumento a la mujer del rey mongol, Mumtaz, prematuramente fallecida. Pero la inversión de una fortuna y de años de titánicos esfuerzos en su construcción, también encierra una clave secreta. El Taj Mahal está diseñado en base a una fórmula secreta para ascender al cielo, plasmada en un bello poema sufí, que contiene dicho secreto. En la arquitectura está integrado el diseño celestial, acorde a la cultura árabe madura, y contiene las ecuaciones para abrir las puertas del cielo. La leyenda histórica indica que el celo del rey era tal extremo con esta su magna obra, que cegó o mató a los arquitectos conforme avanzaba la obra para que no fuera posible repetir sus secretos de confección en ningún otro lado.

Cualquier desesperación es cruel, pero la ansiedad por acceder al poder absoluto debe quemar más que cualquiera. Conocedores de lo difícil que es la espera, incluso, por mera precaución, se sabe que algunos reyes antiguos evitaban tener hijos y hasta los mataban en la cuna, de ahí la legendaria matanza de los infantes promovida por Herodes.

Desesperación principesca
Esta clase de impaciencia debe ser muy singular, porque el príncipe es un convidado del cielo terrestre que armaban los reyes a su alrededor. Estos grandes reyes mongoles, por ejemplo, eran sublimes enamorados de los lujos, procurándose un manjar distinto cada día; trayendo para sus gustos las más finas ropas, los perfumes y las joyas disponibles de reino entero, y hasta de los reinos vecinos. Esta vida del gran lujo se extiende a la corte y, más todavía a la familia real. El conjunto de privilegiados que rodeaban al rey eran tratados como dioses vivientes, y tenían a su disposición los recursos del reino para su concupiscencia, sus mínimos gustos se debían cumplir.
El mimo y los lujos para la familia real son más que sobrados, demarcando un círculo selecto donde resulta imposible acceder a los simples mortales. ¿De dónde nace el malestar de los príncipes, de una forma tan extrema para osar el desafío ante los padres? Mientras Edipo, además de ignorar su genealogía, era un extranjero completamente excluido quien desafía y mata a un extraño, pero aquí encontramos a príncipes privilegiados, disfrutando de un reino a sus pies, y también saben perfectamente quién es su padre. La situación parece difícil de explicar en términos de riesgo y beneficio, siendo extremos los riesgos, mientras el beneficio no resulta tan significativo, aunque un trono, siempre atrae con su imán.
Podríamos pensar en los príncipes excluidos, cuando el rey tiene muchos hijos y solamente habrá un sucesor, quedando los demás hijos fuera del gran premio. Sin embargo, resulta difícil imaginar que los demás sucesores serían perdedores absolutos ante un hermano. En ese caso, también podrían entrar otras consideraciones, como el caso de príncipes de segundo rango, como el caso de las múltiples concubinas del emperador celeste de China, donde estos príncipes secundarios quedaban demasiado marginados del verdadero poder y esplendor cortesano. Este no es el caso, pues los sublevados mongoles son los sucesores naturales, simplemente ya impacientados por la longevidad del padre. Debemos aceptar una simple hipótesis de que la exclusión hace la pérdida enorme y el ansia de obtener el poder completo. En lo más íntimo del círculo del poder las motivaciones de Edipo se pueden agigantar, aunque no hubiera un interés directo. La paciencia desaparece, la sucesión no se corona por simple efecto del tiempo.


La cruel guerra familiar
La guerra nos lleva a la confrontación absoluta, entonces el único desenlace es la ruina del padre o del hijo. La sangre que se derramará en este tipo de guerra, en última instancia, es la más próxima. En este conflicto nos encontramos ante unos de los interdictos más severos de las civilización, el derramamiento de la sangre de al familia. La desesperación de los príncipes causa el derramamiento de la sangre de la familia, el asesinato final entre los más cercanos. Pocas cosas pueden ser tan aborrecibles ante el sentido espontáneo de la moral, difícil suponer conflagración más horrible. Estamos en el terreno de las más agudas representaciones de la tragedia humana, donde cada triunfo desemboca en una derrota moral. Puestos en el trance de la lucha entre padres e hijos al final el reino completo temblará en sus cimientos morales, y ante cualquier resultado siempre estará implícita la derrota ética. Para des-dramatizar un poco, en esta historia particular, algunos hijos triunfadores no mataron a sus padres, sino que los sometieron bajo un arresto benigno, como hace Aurangzeb, con su padre el constructor del Taj Mahal. Y también, los padres que derrotaban a los hijos llegaron a perdonarlos, para que postreramente obtuvieran el trono.

La rueda de la vida
De un príncipe emerge un rey, de éste un príncipe. Nos encontramos en el movimiento de una rueda, donde de un rebelde exitoso se hace un gobernante y de éste un rebelde. La rebelión armada, reiteradamente, resulta fuente de poder, y este dibuja un esquema de historia social. Pero aquí lo encontramos convertido en una historia familiar, pues el círculo resulta mínimo: el círculo de la familia gobernante. A cada rey le siguió un vástago sublevado y cada nuevo gobernante resulta fruto de un levantamiento. Entonces como la rueda gira demasiado rápido el reino debe terminar con prontitud. Son cuatro generaciones para el ocaso: de Akbar a Aurangzeb. El paso del abuelo al nieto ya marca el recorrido completo del esplendor de los mongoles en la India, para acceder a su decadencia final. ¿Tuvo importancia esta cadena de sublevaciones para que los reinados mongoles languidecieran de debilidad y arribara el dominio de los ingleses? Ciertamente, el reino mongol se hundió alentado por las guerras intestinas, como un anochecer irreversible. Quizá los príncipes se desesperaban porque sentían que su reino se hundiría pronto en el olvido, por eso intrigaban urgidos de un esplendor absoluto, tan soberbio como el brillo del más grande de los diamantes sobre una corona reflejando el última rayo de sol durante el ocaso. Su desesperación evoca la tristeza del Taj Mahal, el esplendor de un mausoleo único. 

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