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domingo, 3 de enero de 2010

OTRO MÁS ALLA DEL BIEN Y DEL MAL



Por Carlos Valdés Martín

NIETZSCHE
La dualidad occidental de la moral cristiana entre cuerpo y espíritu, entre carne y cultura, entre brutalidad e inteligencia se convirtió en un callejón sin salida expresado por la moral típica de la época victoriana, como exageración de la oposición entre la elevación y la caída. En el terreno de la filosofía moral la conciencia más intensa de esa contradicción surgió con Friederich Nietzsche, porque además de pregonar la urgencia de superar esa contradicción, la vivió y murió preso dentro tal desgarramiento. Por momentos él divisó la posibilidad efectiva de rebasar el horizonte del maniqueísmo religioso cristiano, iluminado por una mujer intelectual, Lou de la cual estuvo ardientemente enamorado en la integridad del cuerpo y el espíritu. Pero el encuentro romántico fracasó y la situación personal del filósofo, con los años y luego agravada por enfermedades, se volvió muy penosa. En esa coyuntura de emociones e ideas intensas, Nietzsche atisbó la cercanía de un nuevo mundo, donde propuso interpretar la existencia en base a un nuevo "sentido de la tierra" en contraposición del “sentido del cielo” pregonado por las tradiciones religiosas cristianas, a cuyo interior creció, pues él fue hijo de un pastor protestante y recibió una estricta e intachable educación bíblica. Ese perfil nuevo de un sentido del cuerpo avanzaba dentro de la cultura moderna, mientras se aflojaban las ataduras heredadas que encadenaban las necesidades de las personas con una acumulación económica escasísima y sometían a exigencias del trabajo bajo jornadas extenuantes . Pongo énfasis en la situación cuando las ataduras (culturales, mentales, económicas…) se estaban aflojando y un trascendente "sentido de la tierra" solamente emerge anunciado, perfilado o insinuado mediante rayos o chispazos de inspiración, por eso el discurso del filósofo Nietzsche se centra esencialmente en la transvaloración de todos los valores, en cuestiones morales plantear claramente las consecuencias prácticas, aunque (él lo sabía entonces, nosotros lo sabemos ahora) suceden consecuencias, claro está. Cuando las personas aran exclusivamente dentro del campo moral se revela la situación del individuo aislado , y más acentuadamente moralizante será el discurso mientras el “deber ser” menos coincida con el ser y menos adquiera las herramientas eficaces para aterrizar en el ser (la acción humana y su existencia completa). El más claro alegato del pensador se nos ofrece bajo la figura del discurso literario de Zaratustra, quien se centra en una prédica (con forma de místico y contenido anti-místico) sobre el potencial humano cuando se liberara de la vieja moral enemiga del cuerpo y de la tierra, y esa existencia por nacer configura un nuevo código moral. Curiosamente, describe la figura doble del deber moral de liberarse de un deber moral (deber contra deber), porque la historia del predominio de la moral religiosa había sido el predominio de las obligaciones indeseadas que aplastaban el deseo subjetivo. El camello simboliza perfectamente al sujeto aguantando las cargas que se impone por su propia moral, la aceptación de una serie de deberes contrarios a su deseo, entonces la tarea reside en superar la imagen simbólica del camello. Para Nietzsche el camello simboliza aquello que habrá de quedar atrás y será suplido por la superior fuerza del niño: el querer.
En nuestro presente dentro del Occidente las ataduras se han aflojado tanto que el problema moral del querer se ha convertido en una infinidad de medios concretos. La psicología de Freud, la primera con estimación científica, reveló el profundo contenido del deseo, y esta psicología de hecho reinterpreta al humano en base al papel central del deseo (sexual, agresivo) en la existencia.
Las cuerdas atadas sobre el cuerpo (en su variedad e intensidad) no se han roto. Estamos lejos de coronar a una ciencia de la "deseo-logía"; la situación predominante permanece lejos de la profundidad las necesidades subjetivas e individuales, porque las necesidades enajenadas del mercado (imposición de modelos de consumo, modas de pensamiento) y la política (exigencias de poder, patrones obligatorios) permean los diversos niveles de la existencia. De hecho, esa sería una tarea crucial de la reconstitución de la ética dentro del moderno capitalismo: la distinción sistemática entre las necesidades humanas y las necesidades manipuladas por el mercado. Existen diversos trabajos avanzados en el campo de la sicología y queda mucho por elaborar .

LA MILAGROSA PASTILLA
En este tiempo no estamos más allá de bien y del mal, las antiguas imágenes de los valores pesan mucho, como gravita todavía un mundo tradicional. Las grandes posibilidades del deseo están fuera de esos dos extremos, emergiendo en contradicción con tales modelos. Tratemos de dar una figura concreta a esta idea. El bien tradicional para el deseo sexual sería delimitar el sexo dentro de la santidad del matrimonio, pero como sometimiento del sexo a las tareas de reproducción. Hace seis décadas un grupo de científicos naturales (sin intenciones desmoralizantes o intenciones de revolucionar el sistema de psico-social) descubrió la forma de aislar testosterona y nació la famosa "pastilla". Por primera vez en la larga historia de la humanidad se pudo controlar seria y fácilmente la natalidad sin apelar a la contención moral . En ese sentido económico la castidad se volvió un lujo, en el sentido de procedimiento casi inútil. ¡Por primera vez! La castidad quedaba en un terreno puramente de ética, pues desaparecía la consideración del embarazo. Rápidamente grandes empresas farmacéuticas comercializaron la pastilla y el horizonte práctico de la sexualidad se revolucionó.
No es tan significativa esta revolución si la consideramos como una condición completamente externa, metálicamente económica, de la vida emocional, sexual y moral. En este punto me interesa la lucha interior que implica. La tradición encerraba una necesidad lógica económica (evitar embarazos descontrolados), estableciendo diversos tabúes sobre la actividad sexual y emocional. Resulta importante mencionar una contracorriente, favorable al placer sexual entre los pueblos primitivos y las culturas paganas, esas contracorrientes siempre existieron, pero resultaron minoritarias al extenderse el monoteísmo entre las grandes civilizaciones e imperios. En general, con muchas variaciones al respecto, podemos decir que los antiguos nómadas y primeros agricultores poseían un poderoso sentido del cuerpo impregnando su cultura y su religión , lo cual todavía tuvo gran importancia entre los diversos pueblos paganos politeístas.
La cultura occidental interpretó ese sentido del cuerpo como una inocencia original, como una bondad natural no pecaminosa, situación “edénica” antes de la caída. Esta bondad se ligaba en un conjunto de cualidades y forjó la imagen mítica del “buen salvaje” tan difundido desde Rousseau.
Ahí tenemos dibujado plásticamente el programa de “más allá del bien y el mal”, de tal modo no se cae en la degeneración moral, sino en una forma de convivencia con la naturaleza interior más placentera, una manera de vivir más acorde a las necesidades básicas, esas siempre pegadas al espinazo (comer, dormir, aparear). La posibilidad abstracta de este desafío ante las autoridades establecidas (interiormente ante las tradiciones grabadas en el inconsciente), dibuja una eventualidad con fundamento parcial, pues acontece el espacio para separar completamente la procreación respecto la libre relación amorosa de pareja, donde ambas situaciones se liberan (se procrea por decisión no por casualidad, se desea sin exigencias ni temores de procreación). Esta situación resulta única y privilegiada, donde nuestra época inaugura la nueva pauta de comportamiento (un escalón revolucionario dentro de una aceleración de proceso de cambios humanos), aunque también se vale entenderlo como un enlace entre la muy antigua ética de comunidades pre-clasistas y se dibuje poéticamente la figura de una rueda regresando al mismo sitio sobre un nivel más elevado, la espiral del cambio.

DECISIONES DIVINAS
Uno de los más ricos problemas sobre la moral está en su origen mismo. La antigua tradición creía surgió desde un mandato surgido desde la completa trascendencia, pues Dios mismo establecía un código superior. La idea de los mandamientos de Moisés indica perfectamente este origen divino de la moral, que por lo mismo se convertía en ley. Sin embargo, la palabra del mundo celestial aparece escasa (mínima si únicamente aceptamos mandamientos, más extensa si se cree en el libro sagrado, Biblia, Corán, e, incluso si abundara, esa palabra celeste habrá de pasar por la interpretación terrestre. Unas pocas altas reglas de ética parecen tan evidentes en su generalidad y las comparten diversas religiones y cultural, cuyo ejemplo supremo queda plasmado en la llamada "regla de oro" la cual se repite en los confines del planeta: "trata a los otros como quieres que te traten" o "no hagas a otros lo que no desees para ti" o "trata al prójimo como a ti mismo". Y en torno a esta idea básica de la relación humana equitativa o civilizada o regla general del bien se pueden tejer otra serie infinita de preceptos. Además es interesante ligar con esto a la divisa suprema del humanismo o su piedra miliar desde los tiempos romanos: "soy humano y nada de lo humano me es ajeno". Una frase expansiva para cobijar a la humanidad entera, el dicho favorito de Marx , y resulta indispensable entrecruzar ambos conceptos, porque si la universalidad de considerar al otro como a ti mismo no se expande hacia humanidad entera (nadie me resulta ajeno) entonces nos quedamos encerrados en un “tribalismo” o racismo (solamente aplico la ética con mis próximos entonces resulta una parcela ética rodeada de un mar basto donde no se aplica regla moral alguna). Como también es evidente este eje de la ética designa a la relación interpersonal, la existencia en sociedad. Sin embargo, una breve regla revelada debe pasar a su aplicación y entonces se sujetará a la interpretación de personas particulares, por lo mismo debe sufrir la alteración, paso a la mutación particularizante y a la prueba práctica. El caso de graciosa ironía para cuestionar esto lo tenemos con el sadomasoquista quien honestamente considera extender el sufrimiento y el dolor propio y regalárselo también al prójimo por eso su “deber ser” incluye padecimiento y hasta envilecimiento; el bien personal del sadomasoquista consistirá en causar dolor y recibirlo. El sadomasoquista para seguir escrupulosamente la regla de oro entonces violará las demás reglas de la moral, porque quisiera recibir maltratos y por lo mismo los prodiga. Simplemente significa que la "regla de oro" pasa a la interpretación y entonces quien interpreta es quien decide, entonces la letra hipotética de la divinidad está a merced de cada intérprete terrenal. Y debemos reconocer que finalmente el intérprete terrenal, la persona concreta, re-elabora la moral recibida (venga del párroco, la familia, la escuela, los amigos…), re-elabora en su cabeza y manifiesta en acciones su código personalizado.
Si damos un paso más allá y ponemos en duda que sea la divinidad quien le proporcionó directamente el gran código general a la humanidad, entonces la decisión queda en manos de los intérpretes. Las reglas religiosas serían un resultado de tradiciones, un glosario de sabiduría, casi siempre anónima. El motor de la moralidad sería entonces personas comunes en base a sus condiciones de existencia deben decidir constantemente qué es lo mejor y en base a eso crean su ética . Pero decidir a profundidad y plenitud (de acuerdo a las reflexiones existencialistas ) resulta en una dificultad, y decidir conscientemente requiere de un esfuerzo importante, entonces estorboso el “decidir” en cada pequeño gesto de la vida. Por eso se forma el código moral, condensado por los moralistas religiosos o laicos de cada época, como un sistema sencillo de reglas, útiles pues evitan las angustias de las decisiones libres. El nivel tan abstracto de muchas reglas morales permite a las personas seguir una inercia de decisiones impensadas, pero con tranquilidad de conciencia, por ejemplo existe la institución de la confesión católica, donde después de la acción pecaminosa invita a una reflexión de descarga, una disculpa moral a cambio de una pequeña penitencia. Además el nivel tan abstracto de muchas reglas morales o rasgos de confusión (muy propios de sistemas religiosos) facilitan que las personas tomen decisiones diversas o antagónicas al código moral sin preocupaciones, sin fricciones.
En este punto de la claridad de la decisión implicada en cada acto ético, también se puede elaborar una apología del transgresor moral, porque la violación de una regla indica la libertad subyacente, tal como lo planteó el marqués de Sade . La decisión del transgresor repite, aunque con un signo opuesto y negativo, el acto originario de la moralidad: una decisión libre. Por lo mismo, existe en muchas religiones la noción de que el transgresor de las reglas posee u obtiene una naturaleza divina o casi-divina , y esto bajo el esquema mítico donde los dioses son entes libres y los humanos están sometidos a las reglas decididas por los dioses.

CAER EN TENTACIÓN
Incluso quien sigue escrupulosamente la regla moral más concretamente elaborada, digamos como quien sigue un recetario, tiene la posibilidad de fallar, de caer. La falla moral no es una equivocación material de quien comete errores, sino que se trata de un criterio interior. La posibilidad presente de caer en tentación es el sustento del valor permanente que se asigna a mantenerse dentro de la moralidad. De lo contrario la moral se adquiriría como los terrenos en el cementerio: a perpetuidad. Por lo mismo, con la llegada de la era racionalista desde las luces del renacimiento los filósofos interesados en la moral plantearon sistemas y reglas para dirigir el espíritu en cuestiones éticas y hasta formularon el campo moral del sistema filosófico. Obras tan ambiciosas como la Etica nicomaquea se arrinconaron en los estantes de las academias como una especialidad del espíritu intelectual. La misma complejidad de las obras de filosofía moral, buscando ofrecer una medida de infalibilidad en la guía de la conducta moral, sufren por su mismo refinamiento, porque entonces la decisión queda abandonada al sentido ordinario (la improvisación) de los sujetos, a las decisiones de los legos, quienes difícilmente esclarecen su conciencia en cada dilema moral de la existencia. Las conciencias ordinarias abandonadas a su primer impulso, así no tendrían otro remedio que caer en tentación.
Un caso especialmente interesante en esto de la moralidad es el marxismo, que se convirtió en la doctrina política más influyente hacia la mitad del siglo XX. El sentido de "más influyente" encierra salvedades imposibles de abordar completamente aquí, pero el proceso revolucionario de Rusia y China daba a esta filosofía laica un impacto extraordinario en la práctica cotidiana de cientos de millones de hombres y mujeres en el mundo. Aunque los fundadores del materialismo histórico no se preocuparon demasiado en moralizar a los pueblos y no se detuvieron demasiado en el asunto, su sentido moral resulta bastante preciso. En el corazón de la doctrina aparece clara la exigencia de justicia para los desposeídos, así el sentido de la utopía reinterpretado por una ciencia de la historia es precisamente justiciero, y hasta demasiado espléndido. La promesa comunista enarbolada como "de cada quien según su capacidad y a cada quien según su necesidad" no contiene una sencilla fórmula de distribución económica, sino implica una revolución en la moralidad pública y privada, porque plantea de forma nueva lo solicitado y ofrecido, la vinculación material entre individuo y sociedad, por lo tanto en la idea (y si se cumplía, entonces realidad) de aquello definido como el “bien social”. La misma definición de socialismo y comunismo implica una relación distinta entre individuo y sociedad, diversa de la pregonada por el utilitarismo liberal, por eso el sentido de bien moral impregna los deberes sociales, pero también de la importancia del individuo . Completamente ligado a este orden de ideas aconteció la política práctica del movimiento revolucionario y en sus actitudes típicas como la lealtad a la clase oprimida, su incitación a la revolución armada y la lucha abnegada por la misma. La política práctica del marxismo contiene, digámoslo así, implicado su catecismo moral. La importancia otorgada por Marx y Engels al papel del trabajo en la conformación humana y centro productor de la vida (la totalidad del ser humano) aparece pletórica de ramificaciones morales. Entre esas ramificaciones morales menciono desde la dignidad percibida por el proletario, simple trabajador manual, hasta el curioso rebote histórico de los "héroes del trabajo" en el régimen estaliniano. El concepto del trabajo como eje aglutinador de la moral socialista en muy raras ocasiones ha sido cuestionado, aunque existe una interesante apelación contraria de Marcuse .
Pero volviendo a la tentación, digamos que los marxistas (y seudo marxistas) de éxito como Lenin, Stalin y Mao con esa moral implícita y explícita proporcionada por su formación ideológica, rápidamente se encontraron en el filo de la tentación. Dispersando el argumento resulta esta consecuencia: a mayor éxito crece la tentación. Colocarse en la cúspide de una máquina estatal heredada de milenios de opresión y obediencia coloca infinidad de correas de transmisión del mando en poquísimas manos. De pronto el mundo de los deseos más secretos se pone al alcance del revolucionario encumbrado; y también las tentaciones y los temores nocturnos asechan a quien se ha revelado como el triunfador, porque ninguna cúspide resulta segura, la altura del gobernante también incluye una opción a la caída, y el temor se apodera intensamente de quien antes creyó que nada podían perder. El revolucionario marginado creyó firmemente que nada tenía por perder, pero el revolucionario gobernante sabe todavía más firmemente que su poder extremo se puede perder. La moral personal del revolucionario queda presa del vértigo. Las tentaciones de los nuevos gobernantes bolcheviques las ilustró en detalle Trotsky, y tomando un detalle casi trivial, nos recuerda que muchos dirigentes revolucionarios empezaron a tomar como sus mujeres a damas de la nobleza o de la burguesía, porque ellas les resultaban las más atractivas, las más deseadas, el modelo de belleza y refinamiento . De pronto el antiguo proletario y luego amo del gobierno se vuelve, no cabe duda, atractivo a la dama de origen aristocrático o burgués. Luego sobreviene una situación de choque de costumbres, de exigencias de la mujer acostumbrada a un estilo de vida completamente opuesto a las promesas de un revolucionario marxista que ha asaltado el poder, y finalmente, la tentación de reventar la “moral socialista” habita en casa, en la vida cotidiana. La formación moral de los bolcheviques en el sentido político había sido estricta, presionada por la misma persecución zarista su actividad rayaba entre lo heroico y la convicción de que luchaban por un mundo mejor, de justicia para los oprimidos lo alentó a persistir. Pero las mieles del triunfo presentaron tentaciones ante las cuales respondieron de manera desigual. No pretendo reducir la compleja historia del ascenso del estalinismo a una única línea de explicación de la corrupción moral, pero resulta interesante señalar el dilema íntimo durante ese proceso.
Me parece que el lado más sórdido de la tentación fue la misma constitución de un poder omnipotente y paranoico, que violaba los elementales principios democráticos (poder del y para el pueblo proletario) marxistas mientras afirmaba que los sostenía. La tentación irrumpió casi insensiblemente, pero no sin resistencias, y una somera revisión de la resistencia de comité central bolchevique, la crema y nata de la revolución de octubre, nos indica que únicamente Stalin vivió, mientras Lenin moría prematuramente de enfermedad pero los todos demás cayeron víctimas del terror estalinista. Uno tras otro los miembros del comité central bolchevique fueron cayendo ejecutados y asesinados, ninguno sería asimilado a la parodia grotesca de una sociedad post-revolucionaria comandada por un tirano como Stalin .

ESTRUCTURA GENERAL DE LA ETICIDAD Y LIBERTAD
Si existe una definición fundamental es la de libertad, porque a partir del ser libre queda definido completo el esquema moral, pues únicamente actúa éticamente un ser que decide y proyecta, las acciones maquinales y obligadas, sin decisión ni ideación salen del campo de la ética. Esto significa que únicamente bajo una perspectiva de libertad humana existe el campo de consideraciones éticas de fondo; en cambio, en la superficie aparecen las consideraciones de moral por costumbres, tan sujetas al viento de las circunstancias. En condición de libertad existe la decisión, y sobre esta estructura se genera una comparación entre los objetivos ideales (los valores) y las acciones humanas, bajo esta estructura de la ética perfectamente correspondiente con la estructura general práctica del ser humano es que aparece la ética. Ahora bien, la libertad no se define mediante un juego ilimitado de caprichos sin condiciones ni objetivos, en el juego de las decisiones están sus restricciones por la situación y por la misma elección de los deberes, por aquello que el ser humano considera elevado y adecuado a sus perspectivas.
Bajo la óptica religiosa se entregan completas las tablas de la ley para los seres humanos, se trata de una entrega directa desde el más allá. Pero las tablas de la ley moral fundadoras de la legalidad judaica fueron obra de un dios-sujeto absoluto, que puede definir la fundación eterna de tal sistema de moralidad. Y el dios encierra la definición límite de la libertad, su llegada al absoluto, porque se ha creado a sí mismo y es omnipotente. Una libertad divina tan absoluta no tiene otro remedio que limitar las libertades parciales, las decisiones humanas. La divinidad soberanamente impone unas reglas morales, que al ser promulgadas se convierten en obligación y son mandamientos. Ahí está una definición absoluta entre el bien y el mal, de este lado de la prohibición "no matarás" se encuentra el campo del bien y del otro está el mal. Bajo esa demarcación es imposible un más allá del bien y el mal, porque dios mismo ha expropiado la capacidad humana para establecer los axiomas básicos de la moralidad. Los mandamientos son axiomas morales, no se requiere de demostraciones, no son resultado de deducciones, aparecen como obras completas y como sostenidas desde una eternidad.
Frente a esas tablas se sublevaba el Zaratustra de Nietzsche, que pretendía encontrar nuevas tablas, dar su escandalosa “buena nueva” de que dios había muerto y entonces surgía la posibilidad de recrear la ética y moral. Pero el papel de dios fundador, en cierto sentido se repite con el concepto de un superhombre elitista. Si antes la divinidad había definido cuales eran los preceptos axiomáticos que separaban el bien y el mal, ahora Zaratustra afirma un avance más allá. Pero esta trascendencia no es asunto de simples mortales, porque la plebe le horroriza a Nietzsche, sino que es tarea de unas figuras superdotadas, que estén más allá del horizonte humano actual. Si la plebe no puede refundar la moral, entonces la minoría ultra selecta (el mismo superhombre) debe hacerlo y al hacerlo sale del círculo mismo de la humanidad. En ese sentido, Nietzsche repite el error teológico, dejando la fundación ética fuera del campo de la acción humana, con lo cual la prédica del sentido de la tierra pierde su eficacia y no plantea un resultado práctico.
Frente a esta concepción de revelación selecta de la moral, podemos contrastar la idea general del materialismo histórico, teoría que considera a cada moral dada (el conjunto de normas aceptadas) como una ideología adecuada de una sociedad. Encaminemos que moral no es cualquier ideología y pude jugar un papel crucial en los diversos campos, incluso en la acción política. Un ejemplo es lo expresado en el Manifiesto Inaugural de la Primera Internacional de los trabajadores, donde se propone como sustituto de las relaciones de opresión internacionales el empleo de las "sencillas reglas de la moralidad" . Pareciera, por esa expresión que con ante la moral presenciamos algo demasiado sencillo, pero históricamente jamás ha sido simple.
Si la ética esencialmente depende entonces de las condiciones sociales, entonces existe una cierta estructura de la creación de la ética, donde incluso la libertad misma para crear valores está limitada por la estructura de la sociedad. En lo general, a nivel de las normas más generales, la ética se mueve relativamente poco y la producción mucho, por eso sus determinaciones éticas axiomáticas se adecuan a la estructura ontológica de la humanidad, a su ser social general. Por lo mismo, la imaginería de Nietzsche sobre un individuo superior capaz de inventar completo el nuevo código ético resulta fallida . De la misma manera la ética (y moral) cristiana no emerge como un invento o revelación personal de Cristo, porque la estructura de sus “nuevos” mandamientos estaba ya implicado en muchas otras interpretaciones religiosas, como lo demuestra un breve rastreo de la regla de oro: “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Esa misma regla de oro aparece en muchas variantes, y siempre se refiere a que en el fondo existe una vida interpersonal o comunitaria, a pesar de la contradicción de intereses individuales. En este esquema el único espacio de creación para otra ética general sería la metamorfosis esencial de la estructura ontológica de la humanidad. Solamente sobre ese trasfondo tendríamos ese terreno adecuado para la intervención de nuevos creadores estructurales de la ética. Ahora bien, en el detalle las costumbres cambian, por tanto la moral partícula varía incesantemente, y pareciera que han acontecido al menos dos saltos de evolución en los ejes axiológicos de la humanidad en dos pasajes fundamentales, el paso de las comunidades politeístas al sistema de las grandes religiones monoteístas, el arribo de la tolerancia religiosa con un sistema de civilización relativamente democrático, y establecimiento de reglas de moral sexual más diversas y relajadas, algunas parecidas a las tribales o paganas. Estas tres formas básicas no se explican por un cambio en la estructura ontológica de la humanidad, sino de cambios en otros planos extremadamente importantes como la integración de un mercado como metabolismo económico-social predominante, cambios en el sistema de comunicación planetario, revolución industrial y científica, etc. ¿La historia de la sociedad mercantilizada explica suficientemente estos cambios? ¿La evolución del sistema de propiedad privada modifica el horizonte? ¿Los procesos mundializadores resultan irreversibles y alteran esa perspectiva? Dejo las preguntas abiertas, esperando que la investigación arroje en su momento respuestas precisas.

NOTAS:

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