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lunes, 14 de diciembre de 2009

LITERATURA CREANDO NACIONES. 2a Parte


Por Carlos Valdés Martín

Nota aclaratoria: Esa es la segunda parte del ensayo publicado bajo el título de COMO UNA PAMPA: LA LITERATURA PARA LAS NACIONES. En esta parte el tema es la imaginación de los antiguos griegos en sus grandes epopeyas y (sorprendámonos) los oráculos como literatura de una comunidad.

La Iliada y Odisea en la afirmación-conformación de un ingrediente psico-cultural del pueblo griegoDe manera insistente y consistente la obra literaria de Homero reitera que el carácter típico del griego es de tramposo ingenioso. La guerra de Troya se termina decidiendo mediante un ardid de fingir la retirada y dejar un monumental caballo embarazado de soldados, y el ardid es significativo por cuanto establece el instante culminante para esa guerra. Y los ardides se repiten incansablemente en la historia de Ulises, incluso varios de los pasajes que no parecieran tan “tramposos”, cuando los repasamos van a adquirir ese tinte: el capitán amarrado y tapados los oídos para evitar que el canto de las sirenas los atraiga hacia los escollos fatales, sigue siendo una variación de trampa contra los dioses marítimos. Podemos creer que este ingenio tramposo únicamente perteneció al reino de la fantasía, sin embargo, las anécdotas históricas también apoyan el punto.
También Herodoto insiste en esa característica de sus paisanos, notable resulta la anécdota sobre el cuidado de un monumental puente elaborado con embarcaciones de los marinos griegos para cruzar desde Asia sobre el mar del estrecho del Bósforo. Sobre un puente formado por cientos de embarcaciones griegas cruzó un enorme ejército persa capitaneado por Ciro el Grande para hacer la guerra a los pueblos escitas y conquistarlos. Como los marineros griegos a cargo de los barcos estaban indecisos sobre el destino de Ciro, el rey persa, y si convenía mantener su lealtad con él, al ser interpelados y cuestionados por sus parientes escitas recién invadidos por Ciro, entonces los marinos deciden hacer un levantamiento parcial del puente. Con el levantamiento parcial del puente engañan y hacen creer a los escitas en tierra que los marinos les están apoyando. Pero si regresaba Ciro con sus fuerzas persas victoriosas de la guerra, los marinos griegos procuran disimular su simpatía por la causa escita y para que no fuera a sospechar Ciro en una traición, cuando efectivamente pretendían consumar una traición pero mantenerla disimulada, entonces conservaban la mayor parte del puente de embarcaciones. Como Ciro regresó con sus huestes todavía numerosas y el puente estaba levantado parcialmente, pero en condiciones de volverse a tender, los marinos griegos pudieron engatusar al rey persa haciéndole creer que obraban como sus salvadores, pues los inventaron que los escitas amenazaban con destruir ese paso, y ellos por precaución únicamente habían retirado una parte del puente para preservarlo. Entonces según el padre de la historia ambos, los escitas y los persas, fueron engañados por los griegos.
El engaño ingenioso, al menos en potencia, contiene el germen de la disolución completa de una comunidad. Mientras el engaño sea de grupo contra grupo, el colectivo engañoso se preserva, y posee un arma para la victoria. Los ejemplos anteriores implican que el grupo griego engaña a sus enemigos, sin embargo, si el engaño se consigue arraigar en el corazón del individuo, y entonces la vida comunitaria se hace añicos en uno de sus códigos comunicativos clave, pues la ley de la simulación subvierte a la ley de la convivencia. Alabando su capacidad de engaño los griegos juegan con fuego disolvente sobre su unidad interna, pero paradójicamente este ingenio tramposo se mantiene como distintivo colectivo. Pero, independientemente de si el carácter ingenioso tramposo se vuelve en contra de su comunidad, especialmente bajo la figura del gobernante (con la gravedad de consecuencias mostradas en el amplio relato de Maquiavelo sobre las prácticas principescas entre los reyes y tiranos griegos plasmadas en El príncipe y La década de Tito Livio), nos interesa preguntarnos si el relato literario, tan difundido y consagrado, pasando de la recreación a la vida cotidiana ha contribuido para ampliar o perpetuar un rasgo psíquico, que de otra manera permanecería soterrado como anecdótica intrascendente. Solamente porque mantenemos el legado literario griego podemos hacernos una idea próxima de la importancia de este rasgo, y una vez que tomamos nota, también podemos preguntarnos si existe un bucle de refuerzo, desde el campo imaginario y emotivo del relato literario, para integrase en la realidad de un pueblo. La narración de la Ilíada y Odisea se ha conservado y repetido, resonando como un eco en las mentes de las generaciones de los griegos. Al paso de milenios ya nos semeja una lejanía sin efecto, pero en su momento, la repetición consabida de que los griegos actuaban tan ingeniosos y tramposos, debía ser un modelo a imitar o reprobar. De cualquier manera, una vez establecido el patrón marca una influencia: asumirlo o rechazarlo indica la tarea de cada nueva generación. Si durante generaciones los griegos se regocijaron con los relatos homéricos es porque no los consideraban una ofensa a su ego colectivo, aceptaban su parte del papel, el resto lo dejaban a la fantasía; lo mismo se puede afirmar sobre Herodoto.
Ahora bien, el ingenio traicionero de los griegos parece haber sido más que un colorante literario y un tema intrascendente. Maquiavelo utiliza el “ingenio” de los tiranos y reyes griegos (así como romanos) como ingrediente esencial para ilustrar sus interpretaciones sobre la ausencia de moral dentro de la operación política. No lo estimo en tanto este ingrediente como para caracterizar verdaderamente a ninguna nación, ni como elemento para integrarlo dentro del esquema de la evolución histórico universal de la mancha oscura de la “ilustración” al estilo de Adorno y Horkhaimer en su Dialéctica de la ilustración. Este ingenio traicionero prefiero colocarlo, un poco arriba de lo anecdótico, y matizarlo con el claroscuro, entre lo productivo (porque el engaño produce efectos útiles como ganar una guerra o cumplir un viaje) y lo disolvente, una de las manera en que las cualidades humanas salen del control, divagando en esa zona ambivalente, entre la ventaja y la desgracia. De cualquier manera, al quedar plasmada en la obra literaria, y asignarse como cualidad típica del un pueblo, este rasgo permanece como ideal y anti-ideal por lo que pervive, como un interrogante, sobre la forja de un pueblo bajo las banderas de su propia imaginación. La literatura para los griegos antiguos moldeaba un cofre imaginario, con el cual establecían signos de identidad, algunos podían resultar tan desconcertantes y efectivos como el mismo Oráculo de Delfos, el cual, por cierto, constituyó el eje de la unidad política helénica durante los siglos clásicos.

Del oráculo délfico a los Libros Sibilinos en la continuidad de Roma
Dicen que existió una serpiente Pitia, enorme y descomunal, cuyo paso podía crear enormes cavernas, la cual fue muerta por el dios Apolo, para tranquilidad de la raza humana[1]. El rastro místico de esta serpiente reaparece en los cultos oraculares, donde los dioses mandaban mensajes mediante las pitonisas. Doncellas taumaturgas eran seleccionadas para darle voz a una interlocución con el más allá. La narración nos indica que el oráculo de Delfos lo ubicaban sobre una peligrosa gruta, donde emanaban gases tóxicos; en cerradas en ese insalubre ambiente, las pitonisas entraban en su trance, y realizaban la profetización. Las preguntas eran entregadas por sacerdotes y las respuestas aparecían mediante frases enigmáticas, pero siempre certeras según los propios griegos. Por un lado frases oscuras, del otro un absoluto convencimiento universal de la corrección de las profecías, tal como lo manifiesta abiertamente el propio Herodoto, quien no encuentra falla ninguna entre las palabras de las pitonisas. Resultaba tan importante esta consulta al oráculo, que la estimaron como la institución principal de unidad entre los griegos, pues a este culto fue a donde acudieron siempre en los periodos de mayor peligro, como durante las invasiones de los persas, y siempre creyeron las palabras de este culto. Incluso después de la prueba de los hechos, los griegos siempre estimaron que los dichos del oráculo resultaban ciertísimo, pero difíciles de desentrañar, pues cabía la posibilidad de obtener interpretaciones iniciales opuestas o incoherentes, pero luego de los hechos ocurridos siempre resultaba claro y comprensible el mensaje inicial.
Característico del oráculo de Delfos fue que no generó una sistematización escrita de sus profecías, en cambio el pueblo romano presumió que su historia futura yacía encerrada en unos pocos libros transcritos desde las visiones taumatúrgicas de sus grandes magas, llamadas las Sibilas. También en los periodos de mayor peligro para la república romana se creyó indispensable consultar a los Libros sibilinos, porque ahí estaba encerrada la respuesta para la sobrevivencia del pueblo romano. Ahora bien, estos libros no estaban al alcance del pueblo, se conservaron en secreto, por lo que simplemente se convierten en una amplia interrogación sobre la hipótesis de que el libro escrito se convierta en visa descrita de una nación. Ciertamente, nos encontramos en un espacio del libro sacro, no existe una relación con la escritura profana, la usada para la vida cotidiana. En el tema de los Libros sibilinos descubrimos una correlación directa con la función manifiesta de los grandes libros de las religiones más importantes. Para el creyente el libro sagrado contiene el origen y destino, quizá sin detalles, pero sí como la estructura del destino de humanidad, naciones y personas. En este aspecto la creencia en la predestinación implica la convicción de que “todo está escrito”, y entonces un libro sagrado es infalible, por lo mismo sería viable que el destino nacional ya quede marcado en unas líneas de texto. El escepticismo que recae sobre cualquier profecía se redobla en este caso al no existir testimonios suficientes y porque el legado sibilino carece de partidarios. Por tanto, argumentar sobre la importancia de estos libros para la cohesión de los romanos es andar sobre terreno pantanoso, y exclusivamente podemos captar una visión indirecta si estimamos y reconsideramos la relevancia de los textos sagrados para el pueblo judío.

NOTAS:
[1] OVIDIO, Las metamorfosis.

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