Por Carlos Valdés Martín
Campo de batalla:
la guerra como entidad neutral de estudio, como lid objetiva (casi mecánica). Carl von Clausewitz (militar
prusiano de carrera nacido en 1780 y fallecido en 1831) reflexiona durante una amplia
transición de los ejércitos, representada por las guerras “napoleónicas” (a
medio camino entre las estructuras feudales y las guerras industrializadas capitalistas),
en ese tránsito ocurren cambios trascendentes en la naturaleza de los ejércitos
y las guerras. Previamente, el mapa de Europa fue atravesado por las guerras
dinásticas, donde los ejércitos seguían los extraños ritmos de sucesiones de
reyes, conflictos religiosos y desajustes interminables en torno a las
fronteras vagamente definidas. Durante la vida de Clausewitz la modernización
de los ejércitos avanzó a grandes pasos, de hecho Prusia protagonizó una
reforma para la militarización del ejército y hasta de la sociedad. Parece un
error por pleonasmo, ciertamente, ejército y militarización parecen sinónimos, pero
planteo una divergencia esencial. Si revisamos la historia de los ejércitos
descubriremos sobre el escenario europeo enormes novedades para la conformación
de los grupos armados, pasando desde los ejércitos caballerescos, deteniéndonos
en los grupos de mercenarios, serpenteando por el reclutamiento forzado, etc.
La imagen de una masa ordenada en organizaciones perfectamente compactas,
profesionales y permanentes, no corresponde con el pasado lejano de Europa, se
engarza con siglos recientes; en el lejano pasado, la actividad militar
correspondía a élites aristocráticas, a periódicas integraciones masivas, y
desbandadas intermitentes, así que la masa-ejército permanente y disciplinada
emerge en una creación relativamente nueva. No soy especialista en historia
militar, pero la invención del ejército profesional permanente quizá surge
bastante próxima a Clausewitz, pues corresponde a las exigencias desesperadas de
reclutamiento masivo de Federico Guillermo I y Federico II (el Grande) defendiendo
a su reino de Prusia en contra de alianzas dinásticas de enormes dimensiones,
procurando aplastarlo durante campañas sangrientas y sucesivas. La creación del
ejército prusiano para su época destaca como excepcional en tamaño y características.
Ciertamente, esta imagen de un ejército regular masivo pronto se generalizó,
como brillantemente muestran las campañas napoleónicas, y efectivamente, el
sistema-ejército debía estabilizarse y generalizarse por esas mismas leyes
dialécticas de la mutua determinación y polarización como plantea Clausewitz.
Inexistencia parcial
del autor, la obra inacabada.
Semejante a varios autores legendarios, Clausewitz no existe propiamente, su
existencia emerge mediante el eco de una herencia. Según las fuentes esta obra
(el objeto que define al autor) resulta del legado, pues sus textos quedan
incompletos, y su viuda se encarga de la publicación después de su muerte. Se
publican los libros bajo el título genérico De
la guerra y los últimos libros permanecen inacabados[1].
Entre la obra De la guerra y el autor
Clausewitz se abre un breve abismo por la acción de su heredera literaria.
Podemos creer en la fidelidad de legatario, pero cabría generar interrogantes.
Si los traductores han sido considerados traidores ¿cómo evaluar a los legatarios literarios? Encontramos las
situaciones más variadas, nos preguntamos si el destino entre Clausewitz y su
viuda resulta semejante al caso de Nietzsche cuyo legado literario fue
reconfigurado-desfigurado por su hermana y cuñado para deformarlo como un
escritor fascista; o recordando el caso de Ferdinand Sassure, donde los apuntes
de devotos alumnos se convirtieron en obra de altos vuelos para fundar la nueva
lingüística (¿o los alumnos son los autores, inventando al maestro?); o
evocando al capítulo VI inédito de Marx, sus Grundrisse y sus tomos II y
III de El capital tan aceptadas y
fidedignas versiones; o desencriptando la existencia de Sócrates enlazada con
la obra de Platón (¿cómo distinguirlos?); o dudando de la existencia histórica
de Homero; o etc. La solidaridad entre un autor y su obra póstuma inacabada,
siempre generará un interrogante, especialmente sobre los matices y las
conclusiones últimas de una obra. Este tipo de obras inacabadas (libros finales
no terminados) siempre levanta una neblina misteriosa, que invita a los
espíritus escrutadores para escarbar hasta alcanzar la verdad final, conservada
por el autor.
Inventando un
interlocutor: inteligencia del militar. Los escritos sobre los eventos militares son tan
antiguos como el pasado remoto, disfrazados de épica Ilíada o de Historia de
Herodoto. Sin embargo, Clausewitz pertenece a una interlocución diferente, ya
no es el pueblo ilusionado en la plaza por las aventuras lejanas de Aquiles, ni
el Senado de Roma recibiendo las crónicas triunfantes de Julio César, ahora
aparece un nuevo tipo de lector. ¿A qué lector destina Clausewitz sus líneas?
Efectúa un diálogo con una inteligencia genérica y lúcida sobre la existencia
del hecho de la guerra, es decir, se relaciona con el jefe de soldados, una
inteligencia capaz de guiar huestes por el difícil tránsito de la batalla. Este
interlocutor se puede ampliar hacia el ciudadano lector atento de las
realidades militares, que las considere con seriedad, como el neófito lee sobre
la botánica. Es un conocimiento teórico, pero de consecuencias prácticas,
propone conocer las leyes internas de la guerra, la generalidad de los
ejércitos entre los distintos escenarios y situaciones, para extraer las reglas
de la conducción militar con cierta validez universal. En ese sentido, rebasa
completamente las fronteras nacionales, su afinidad por Federico el Grande y su
rivalidad contra Napoleón no lo hacen que los distorsione, más bien a ellos los
coloca en el mismo nivel de experiencias lúcidas de la confrontación militar y
la correcta conducción de los ejércitos. Claro, Clausewitz no inventa este tipo
de discurso, antes debieron aparecer estudios y propuestas para el conocimiento
de ejército y sus operaciones, recuerdo que Maquiavelo finaliza El Príncipe con recomendaciones sobre
las ventajas de reclutar milicias profesionales para defender los principados
italianos. A diferencia del florentino, Clausewitz no resulta moralmente escandaloso,
al contrario, resulta sobrio en su referente ético, simplemente trata la guerra
con objetividad, y deja los principios morales para que los políticos y los
pueblos los definan. Ahora bien, el discurso de Clausewitz es pedagógico y está
relacionado con la existencia novedosa de instituciones de educación militar,
ya instauradas en Prusia, a las cuales tuvo acceso, como estudiante e
instructor. Esto significa: el conocimiento crecía acumulándose en torno al
objeto militar y el proceso educativo no es novedoso, pues ya alguna
instrucción militar podernos descubrir en el ambiente grecolatino, simplemente
conviene anotar que la inteligencia está permeando crecientemente el
acontecimiento militar, implicando el paso del simple acto militar hacia el
desarrollo del conocimiento militar, así, promoviendo el inicio de una ciencia
militar.
Definición de la
guerra. A la guerra la
define en síntesis Clausewitz como “un acto de violencia encaminado a forzar al
adversario a someterse a nuestra voluntad” p. 9. Con esta definición aparece
tan próximo a un capítulo de Fenomenología
del espíritu de Hegel, precisamente el capítulo relativo a la dialéctica
del amo y el esclavo que causa sorpresa, porque también es un capítulo
memorable. Clausewitz remite la esencia de la guerra a un duelo, pero un duelo
en gran escala, especie de esgrima apoteótica entre Estados. Tenemos una lucha
de voluntades mediante el empleo de la fuerza física, donde el objetivo
inmediato es abatir la capacidad de resistencia del adversario. El medio es la violencia (donde existen
mínimas restricciones bajo un derecho) y el fin es imponer una voluntad, someter a otro(s) a la voluntad propia.
Comentario a la definición de la
guerra. Ahora
bien, conviene retomar los fundamentos desde donde proviene la contraposición
entre las voluntades, donde emerge la tensión del objetivo de la guerra.
Volvamos al nivel micro, al nivel intersubjetivo. El momento de origen se
supone como una lucha (por la existencia en medio de una escasez según el tono
de Marx, pero motivada por la posición de la autoconciencia limitada en el tono
de Hegel[2]),
donde se impone quien supera su temor a la muerte y se somete quien adquiere
temor a morir y permanece atado a su vida. Pero la oposición se convierte en
permanente y el amo-señor se deviene en quien emplea al esclavo-siervo como un
instrumento a su servicio, obligándolo a trabajar y satisfacer sus apetitos. La
dualidad del señor mandando y el siervo sirviendo se convierte en una oposición
continuada, donde el señor se beneficia con la provisión permanente para su
apetito. El apetito, un núcleo de escasez originario queda parcialmente
resuelto para una parte, para el amo, quien se aleja de su problemática
originaria, ya no sufre la punzada de la apetencia. Esta punzada del apetito para
Hegel ya revela una materialización, porque el mundo natural ya contiene al
espíritu encarnado. El amo devendrá alejado y pasivo respecto de la naturaleza.
El siervo quedará sometido a su temor de caer ante el yugo de la muerte (la
negación del humano particular por la naturaleza), pero permanecerá en contacto
con la naturaleza, como un minúsculo amo, quien la doblega diariamente, para
solventar el aguijón de la necesidad. Sometido a la burda materialidad,
paradójicamente, el siervo despliega el espíritu y mediante su diario trabajo
material crea el mundo de la cultura, en otros términos, este trabajador
sometido levanta el edificio social completo. Por su lado, para Marx en esencia
es lo mismo trabajo que cultura. El trabajo representa la galaxia y la cultura
una región, precisemos que la cultura dibuja un subconjunto importante, pero no
un nivel diferente. Para Hegel, como ilustrado, sí existe un salto cualitativo
entre trabajo y cultura. No arranca Hegel desde un concepto tan universal de
trabajo, sino que ofrece ciertas particularidades dialécticas, porque instalada
al final del camino (como figura existente) emerge la cultura. En el principio
subjetivo coloca al miedo subjetivo, como experiencia de la disolución total de
la conciencia; porque ahí experimenta la muerte como anticipación, y esa
experiencia la convierte en “la fluidificación absoluta de toda subsistencia
(...) la absoluta negatividad”[3]
Pero esto señala una revelación, la muerte le revela a la conciencia su estado
de pura negatividad, su fluidez absoluta. Y esta radicalidad de la condición
subjetiva disuelta bajo el signo de la muerte, ya nos indica que la formación
cultural, le parece a Hegel como un grado cualitativo diverso al trabajo
singular (o al trabajo en relación con la satisfacción de la necesidad, simple
acto material). Esta cualidad afecta al sujeto actuante. Por cuanto durante la
acción hay “apetencia reprimida, desaparición contenida, trabajo formativo”
[4],
que se plasma en el objeto, ofreciéndole a la conciencia trabajadora, un objeto
independiente de sí. Aquí hay un re-encontrarse con el trabajo, que ofrece un “sentido
propio”[5].
Pero lo anterior parecería excesivo a Marx, lo peculiar de Hegel aparece en el
acento del momento del temor y de la formación. Ya dijimos, el temor inicia y
funda, además se mantiene activo convertido en “la disciplina del servicio y la
obediencia”, evitando que el temor solamente permanezca superficial o
momentáneo. Al tiempo, que la formación (emanación del trabajo) le otorga su
lenguaje al temor (la negatividad universal) y al hacer emerger a la conciencia,
la hace para sí[6].
El objeto emanado del trabajo es ya cultura por cuanto la conciencia se hace
para sí misma, y además esa conciencia ya está “contaminada” por ese temor
esencial (la absoluta negatividad, luego negada por el ser humano ha de devenir
en absoluta trascendencia). Esto permite el paso desde la existencia singular,
hacia una “formación universal, concepto absoluto” expresión de la “potencia
universal y la esencia objetiva total”[7].
Ahora
bien, podemos saltar del nivel inter-subjetivo a los grandes agregados, y ahí
en lugar de la confrontación entre una voluntad imponiéndose y otra
doblegándose por su temor a perder la vida, aparecen dos conjuntos, donde la
interrogante de la muerte aparece sobre el destino individual, y no sobre los
conjuntos directamente (sino indirectamente, aunque puede presentarse esta
imagen de la muerte completa del íntegro ejército adversario). Dije que el conjunto indirectamente muere,
porque la pérdida de la guerra es una reducción a la impotencia del grupo
perdedor a tal nivel, como acontece con el destino del siervo sometido, Clausewitz
indica como la finalidad de la guerra que una parte quede sometida a la
voluntad de la otra. Al quedar sometido el grupo perdedor muere su libertad, inmersa
en ese reino del sometimiento y el vasallaje. El grupo perdedor aniquila su
voluntad de seguir luchando, esa parte de su voluntad fallece (además de muchas
personas concretas que integran este conjunto) y entonces se metamorfosea como
perdedor, pasa del papel beligerante a pasividad derrotada. Si bien,
técnicamente no siempre sería preciso afirmar que el grupo perdedor ha
sucumbido por su temor a la muerte (como sucede con el individuo) la decisión
de la claudicación ofrece ese aspecto metamorfoseado, porque ha sido un futuro
terrible (mediante la continuación de la guerra) aquello evitado mediante la
capitulación (dejamos de lado una tregua o cualquier forma intermedia cuando no
decide definitivamente una guerra). Entonces el futuro indeseable o
insostenible de la continuación de la
guerra se evita por la cesación de hostilidades, y en caso más claro genera un
perdedor. Para una paz sólida el lado perdedor ha de manifestar claramente su
voluntad de someterse, de lo contrario, solamente observamos una pausa en una
hostilidad que continuará después. Ese sometimiento a la voluntad del vencedor señala
la novedad más notable del desenlace de la guerra, y donde aparece el
sometimiento entre grupos. Ese sometimiento genera un reconocimiento del
ganador, quien continúa con su libertad soberana y hasta la descubre duplicada:
libre para sí y libre sobre el otro.
El medio de la
violencia militar implica uso del Progreso, pues incluye un uso ilimitado de la
fuerza y por tanto uso del “progreso”
material. El tema a Clausewitz le
parece importante, como segunda definición, porque aquí se rompen barreras
esenciales de moralidad. La ética pretende imponer una minimización de
violencia o de medios para la guerra, pero al autor le parece que esto resulta
erróneo o hasta imposible, pues “prescindir de brutalidad (…) es (…) un error”
p. 10. Esto implica, que el “progreso” también crece con medios de violencia, y
esto se argumenta condicionalmente, indicando su correspondencia con “los
incesantes progresos en el desarrollo de las armas de fuego” p. 12, empleados
para destruir al enemigo. Asume ese concepto deslumbrante del “progreso de la
civilización” p. 12, pero lo relativiza, indicando que no detiene la matanza
militar pues, ciertamente, evita la matanza de prisioneros y el saqueo de las
ciudades, pero no evita la mortalidad misma.
Comentario al
Progreso utilizado por la fuerza.
Ciertamente, Clausewitz vive en el tránsito de las épocas contaminadas por la
tecnología cambiante, por el tiempo acelerado del primer capitalismo. Por lo
tanto, la técnica militar está cambiando desde sus cimientos (armas,
avituallamiento, transporte), con más razón él emplea un método de análisis tomando
en cuenta el cambio. Entonces su ciencia militar ya no se despliega como
comprensión “fija” sino evalúa la intervención del progreso “incesante” de su
sustento técnico, desde las armas mismas. Ahora bien, la guerra se desarrolla
en la mitad de la muerte, en el medio ambiente de la brutalidad, y por lo
mismo, opera como parte-aguas de la fatalidad, el tema mismo obliga al escepticismo
sobre la mejoría humana, entonces el concepto de un progreso siempre quedará
relativizado. Resulta interesante que reconozca la faz del progreso (igual podría
ignorarla) ya que implica una integración de las transformaciones parciales
hacia un orden superior; por tanto conviene indicarlo como Progreso entonces
así, superlativo como una deidad moderna, el optimismo consolador de la transformación
positiva del mundo. Ahora bien, del tránsito entre el progreso (minúsculo
avance) hacia el Progreso (mayúsculo triunfo) no aparece para Clausewitz como
determinado, más bien observando la recaída contenida en el progreso (relativo)
de las armas que apareja la destrucción. Ese pesimismo permite descubrir la
dualidad encerrada en ese periodo capitalista ascendente, en esa alborada del
capitalismo (Clausewitz es contemporáneo de la Revolución Francesa y la
Revolución Industrial) donde tantas promesas aparecieron inscritas en el
firmamento de las esperanzas sociales. Esta alborada pinta un claroscuro de los
avances fulgurantes de “civilización” y contragolpes de “barbarie”,
ciertamente, la inteligencia de Clausewitz no interesa en escarbar demasiado bajo
esta alternativa, prefiere tomar la materia cruda de la barbarie, pero
“neutralizándola” en base a la necesidad evidente de la guerra, la operación de
unos grupos humanos contra otros.
Ley de la acción
recíproca en la guerra.
La guerra la define Clausewitz como un acto de
violencia donde impera “la acción recíproca”. Este autor resulta influido por
la filosofía de Hegel como lo demuestra su alta estima por la interacción y el
movimiento, así como la remisión a la totalidad, la influencia debe ser directa
por la absoluta contemporaneidad y contigüidad entre estos dos autores[8]. Además, también y de
manera importante, esta acción recíproca ya está presente desde la filosofía de
Kant, estableciendo una de las grandes categorías (el polígono de la esencia
del pensamiento filosófico) para la “acción recíproca”, mediante el concepto de
comunidad, pues a este nivel de generalidad (el nivel de las categorías)
establece un sentido de comunidad como “la mutua acción”, la co-determinación.
A reserva de precisar su concepto, resulta cada categoría uno de los pilares
del pensamiento mismo, así un pensamiento sin “comunidad” resulta una
caricatura, en cualquier hecho, circunstancia o legalidad, debe aparecer el
entramado de las categorías (además de las dos dimensiones a priori, del espacio y tiempo) de tal forma universalmente y en
cualquier situación, aparecerá siempre la “acción recíproca”.
Comentario a la ley
de la acción recíproca en la guerra. Ahora
bien, la acción recíproca adquiere un rango de profundidad superior en Hegel,
sin pretender constituir una crítica, en Kant esta “comunidad” de la “acción
recíproca” no posee la importancia esencial de Hegel, ya que Kant la juega en
un esquema mental, en una categoría fundamental de la mente para conocer el
mundo, pero no la establece dentro de la sustancia de los dos campos. Para
Hegel la separación entre el adentro y afuera, esa escisión entre la parte y el
todo, implica una honda ilusión que debe superar radicalmente la filosofía;
solamente se filosofará sobre el conjunto, pues las partes separadas resultan
inútiles para la comprensión filosófica; el conceptualizar consiste en tomar a las
partes falsamente separadas y unirlas en su esencia y apariencia, pues únicamente
mediante el movimiento de desenvolvimiento hacia el todo alcanzaremos la
verdad, conquistando el absoluto. Entonces concebir la guerra en su núcleo como
una codeterminación recíproca de las partes, resulta armónico con el
método hegeliano, especialmente si también la guerra se enlaza con la totalidad
social. De hecho la famosa afirmación de Clausewitz de “la guerra es continuación
de la política por otros medios” corresponde a una integración de la guerra dentro
del campo político, y por esa vía con una totalidad social. Incluso, la aparente
especialidad de una estrategia militar adecuadamente entendida representa una
puerta para captar la integridad social, ya que el estratega excelente debe comenzar
desde (y terminar en) la situación verdadera de la totalidad social. La
cuestión de vida o muerte implicada en la guerra significa que la clave de la
verdad (encerrada en el castillo de la Totalidad) debe alcanzarse, como herramienta
para coronarse con la victoria. Así, la tendencia hacia la fragmentación de la
totalidad dentro del pensamiento especializado resulta revertida dentro del
pensamiento estratégico militar, donde emerge una visión de conjunto para alcanzar
su efectividad práctica. Sin embargo, conviene ofrecer una relativización para
ese acceso del pensamiento estratégico militar hacia la totalidad social;
porque sustancial para la guerra es la muerte, entonces el pensamiento sobre el
tema queda sometido a una conversión inhumana de personas en utensilios (cosificación
y enajenación). Entonces el para un pensamiento estratégico militar (fiel a la
crudeza de su situación) el concepto de sociedad aparece sumamente deteriorado,
descubriendo su lado mortal, pero fácilmente despreciando los potenciales
creativos de la vida social. Y este “desprecio” no implica una caracterización
del militar en su persona, sino una limitación del método del conocimiento,
donde la visión sobre vida social se empobrece.
La acción recíproca
radicaliza la guerra, conduciendo la violencia hasta el extremo. Sintéticamente
planteado por Clausewitz, para la guerra “no existe límite alguno a la manifestación
de esta violencia”, pues la acción recíproca de los adversarios los obliga a
colocarse en los extremos, precisamente en esa violencia ilimitada o al
extremo. Esto expresa el concepto correspondiente con la palabra “escalada” de
violencia, donde las respuestas obligan a alcanzar extremos.
Comentario a la
acción recíproca radicaliza la guerra.
El choque implicado en la acción recíproca de la guerra implica un desplegarse
de fuerzas en oposición que trae aparejada una dinámica. Ahora bien, aquí
emerge un caso particular de la acción recíproca de personas, donde la acción
negativa del mutuo aniquilamiento provoca la irrupción de fuerzas tensadas hasta
el máximo, porque la lucha potencia el arco de tensión de ambos contendientes.
La fuerzas opuestas provocan una fuerza emergente nueva que se tiende a
aniquilar recíprocamente, sin embargo, también trae unas fuerzas productivas
durante las campañas. En cada caso, la tensión eleva el elemento negativo, la
violencia misma de la guerra, es el negativismo conducido al extremo, donde
rápidamente se alcanza el límite, implicado en la mortandad de la guerra. Elías
Canetti indica que cada guerra se inicia con un único muerto como su primera
justificación[9],
con un simple individuo victimizado, el cual sirve como el gatillo soltando las
fuerzas desbocadas de la destrucción. Conducir la violencia al extremo implica
dos cosas: el esfuerzo militar mismo convertido en extremo (emergencia de las
fuerzas de cada combatiente) y la ruptura de las barreras morales durante la
guerra. Casi de forma automática una guerra desborda los contenedores morales
de cada sociedad, y sistemáticamente una violencia originaria del Otro (o el
pretexto de la culpa) justifica una avalancha de destructividad, como si al
romperse el dique de la moral, las aguas de la destructividad dieran la rienda
suelta a su ímpetu y secuelas. El aspecto positivo de la irrupción de una
potenciación de la acción, queda sometido al aspecto destructivo de la guerra,
solamente conservamos el resabio civil de tal explosión de fuerzas implicado en
tales contiendas, bajo los términos refuncionalizados de la vida civil, como
“campaña” publicitaria, “movilización” política, “batalla” deportiva, “combate”
a la miseria, palabras que indican una intensión positiva de desencadenar las
potencias hacia un fin aceptable.
Sin
embargo, una larga experiencia de conflictos bélicos ha cristalizado en
instituciones dedicadas a la humanización de la guerra como la Cruz Roja
internacional y las Convenciones internacionales sobre la guerra, de tal manera
que la “civilización” también se integra al campo militar, estableciendo
lineamientos de la conducta aceptable, en medio de la mortandad de las guerras.
Pero este “código” moral y legal de las guerras, constantemente queda puesto en
entredicho por las acciones militares mismas. Puede suceder que dependa de
coyunturas muy precisas esta tentación de romper las reglas morales de la
milicia, sin embargo, esto sucede de ordinario entre las diversas guerras
conocidas.
La acción recíproca
de la guerra constituida en tres fases. Para separar las partes alcanzando un mejor entendimiento,
Clausewitz plantea una primera acción recíproca que aparece en el objetivo de
desarmar al enemigo, pues mientras no se le desarma (o se le reduce a entera
impotencia militar) no recupero mi autonomía, pues “No soy dueño de mí mismo,
toda vez que él me dicta su ley como yo le dicto la mía” p. 13. La segunda
acción recíproca indica el paso hacia un máximo despliegue de fuerzas, pues
ante la resistencia del enemigo se opone una fuerza proporcional, la cual varía
de acuerdo a sus recursos y voluntad. Ahora bien, el enemigo debe actuar igual
en sentido opuesto, movilizando las fuerzas suficientes para abatirlos. La
tercera acción recíproca implica la modificación por la realidad, pues el
absoluto del esfuerzo jamás resulta fácil de descubrir, entonces aparecen las
modificaciones emanadas de un entorno, por la conexión con el Estado, la
sucesión de eventos, etc.
Comentario a la
acción recíproca de la guerra constituida en tres fases. La codeterminacion extrema del
acto bélico, donde las partes se determinan intensa y constantemente conviene
separarla en fases, en desplazamientos temporales los cuales nos revelen una
dialéctica de su movimiento. El inicio ya aparece en co-determinación aunque no
exista un enfrentamiento directo, ya a la distancia aparece esta confrontación,
pues el enemigo me impone su ley a distancia, su simple trasfondo crea la
confrontación, y me impone su “ley” (la presión de sus acciones a la
distancia), obligando a preparar cada uno de mis golpes militares en acuerdo a los
movimientos y características de enemigo. Curiosamente, esto implica que cada
rival es una especie de “prisionero” de los actos del contrincante, porque se
imponen rigurosamente su ley.
Esta
mutua presión de cada uno con su ley implica una tensión máxima, obligándome a
una movilización, que (al menos) genere una fuerza proporcional (en sentido de
alcanzar una victoria). Aquí aparece una medida de mi movilización según
la magnitud de los medios del enemigo y el vigor de su voluntad. Ahora bien,
esta medida puede contener un aspecto mesurable por los medios desplegados por
el enemigo, y un lado subjetivo difícilmente mesurable, pero relacionado con
los motivos del enemigo, las causas generadoras de su voluntad. Ahora bien, en
el cálculo de los medios que un contrincante despliega contra el enemigo puede
acertar, entonces así predisponerse para el triunfo, pero el enemigo también
entenderá, y si busca el triunfo también incrementará sus medios de combate. En
este movimiento, ambas partes se lanzan a un potenciamiento de su esfuerzo
bélico.
Esta
lógica de la potenciación del esfuerzo bélico o el “lanzarse al extremo” conduce
hacia unas “modificaciones de la realidad” donde los conceptos no se mueven con
pureza, “con un empeño rayano en el paroxismo” p. 14, sino que los
contendientes existen en un entorno diferenciado, que no permite un simple
desenvolvimiento lógico para potenciar el esfuerzo bélico hasta su máximo
imaginable. Al contrario, cada guerra está integrada por una pluralidad
interior, por la multiplicidad de actos implicados, pues la decisión no irrumpe
en un evento único (al contrario acontecen variedad de enfrentamientos) y su estimación
rebasa la consideración de la guerra, entrañando principalmente motivos
políticos constantes. Ahora bien, este argumento de Clausewitz implica que la
escalada bélica se atempera exteriormente en su dispersión interior (variedad
de eventos y decisiones) y por su contexto, pero me gustaría también aquí alcanzar
la antítesis interna, ya que cada fuerza contiene una contra-fuerza y cada
tesis su anti-tesis, de tal modo una escalada de la movilización se relativiza
también desde su interior: el desgaste interior por la movilización (incluso
autodestrucción del contendiente por motivo de su esfuerzo y sobre-esfuerzo
bélico) y la proximidad del objetivo (el triunfo que conduce hacia la paz).
Así, aparecen los límites interno y externo de la escalada de movilizaciones,
existentes durante la acción recíproca. Ahora bien, el aspecto genérico de la
acción recíproca jamás desaparece, porque contiene la remisión constante a la
totalidad, la fluidez de la existencia.
Complemento de la
determinación recíproca: cambio de reglas por inicio de beligerancia. Cuando
el enemigo recurre al método de las armas, por ese mismo hecho transforma
nuestras acciones, aunque no quisiéramos. Entonces la decisión depende de la
acción de aniquilamiento, así indica Clausewitz a la ley recíproca, p. 54.
Comentario a
complemento de la determinación recíproca: cambio de reglas por inicio de
beligerancia. Uno
de los eventos más claros de la determinación recíproca aparece con la entrada
en hostilidades abiertas, la declaración de guerra (textual, real o virtual).
Con la entrada de uno de los beligerantes al campo de las acciones militares
abiertas, el contrario queda obligado a responder en el mismo terreno; entonces
acontece un salto cualitativo de la determinación recíproca, y ambos pasan al
estatuto de combatientes. La acción recíproca opera constantemente, pero con
este salto cualitativo irrumpe clara y dramáticamente. De hecho este aspecto conviene
destacarse como el gran salto en la determinación recíproca, y viceversa, un
verdadero armisticio degrada la intensidad en la determinación recíproca.
Ni acto aislado ni
un solo golpe de fuerzas.
La guerra se engrana como parte de un conjunto de
eventos, no aparece aislada y súbitamente, para interpretarla requeriremos de
contextualizarla, en especial establecer su dependencia con la política. El
golpe de fuerzas durante la guerra no se concentra en un único evento, repartiéndose
de acuerdo a circunstancias, las batallas se suceden. Con esto Clausewitz nos
conduce hacia el conjunto orgánico interior de la guerra. El conjunto de
acciones de combate son “campañas” p. 85.
Comentario a “Ni
acto aislado ni un solo golpe de fuerzas”. Ya que la guerra se escenifica en un evento
colectivo múltiple, de masas de personas, entonces su estudio implica
integración, relación, sucesión, estudio de sus fronteras, su alimentación,
etc. Con justicia, aquí se diferencia la guerra frente al duelo. Cada fuerza
militar ya incluye una totalidad en sí, además la acción recíproca de su lucha
agrega complejidad, y constantemente se retroalimenta con la complejidad del
cuerpo social donde cada ejército implicado es un trozo (Clausewitz no lo
relaciona tan claramente como entroncado a una sociedad, sino a sus “medio
político”). Esta complejidad, incluso también acarrea, la perplejidad, porque
una realidad tan enorme y en movimiento (enorme semoviente) resulta difícil de
conocer; variadas reflexiones de Clausewitz se relacionan con la dificultad de
conocer y reconocer esa realidad.
Entonces
la evolución de una guerra no depende del evento aislado exitoso, sino de
“campañas”, depende de acciones sucesivas, engarzadas hacia el fin del triunfo.
Entonces resulta interesante el término campaña, por cuanto implica la
continuación de los eventos, su coordinación en el tiempo.
Relación con la
política. Este autor ha gustado a destacados líderes políticos,
quienes lo citaron aceptando sus teorías. Clausewitz indica que existe subordinación
de la guerra al objetivo político, ese es el “móvil inicial” p. 20. La guerra
es la continuación de la
política “por otros medios” p. 31.
Comentario a la relación
con la política.
Este aspecto donde la guerra expresa la continuación de la política por otros
medios lo cita Lenin, aprobando enfáticamente su contenido[10],
por lo que Lenin un político revolucionario aplaude a un militar burgués en una
extraña coincidencia. Curioso resulta que Clausewitz un autor de tema militar
no absolutice a su propio elemento (la guerra), sino que le reconozca un nivel superior
a la política, como motivo de inicio y posiblemente de final. Ahora bien,
verdaderamente importante es establecer, el paso entre los ámbitos, ya que la
guerra misma ubica un ámbito extremo, una aparición que moviliza a la sociedad,
en un sentido definido. Este efecto de la guerra sobre-determinando
temporalmente la vida civil de las sociedades resuena llamativamente, por lo
que debemos recordar su dependencia con los demás planos de la existencia
social. Resalta este aspecto de “desembocar en guerra y salir de la guerra” los
dos extremos de su fenómeno temporal, pero el conjunto siempre domina, por eso
conviene preguntarse sobre el conjunto de niveles de existencia social que
repercuten en la guerra.
Ahora
bien las dos citas planteadas ofrecen un matiz diferente. La referencia a la
“continuación de la política por otros medios” indica el primado casi absoluto
de la política sobre la guerra, la otra referencia indica una especie de
dominancia en el borde, para entrar en guerra y para indicar que su objetivo se
ha cumplido. Parece que la opinión de Clausewitz no es tan cercana al primado
de la política, casi por obvias razones le interesa más la dialéctica interna
de la guerra.
Ahora
bien, en afán de “enmendar la plana” me pregunto si la citada “continuación de
la política por otros medios” no resulta, esencialmente, una delimitación del
concepto. Ciertamente, que el poder Ejecutivo del Estado conduce la guerra
desde el terreno de la política, pero la presencia de “guerras privadas” y
demás, nos indica que cada guerra representa la continuación del lado
extremadamente conflictivo de las sociedades, pues la guerra revela una
expresión negativa del ser social, no solamente de su “política”, aunque la
institución armada esté ordinariamente conducida por políticos. De ahí el
concepto marxista de “ley de sobrepoblación” aplicada a las masas enroladas en
un ejército[11],
entonces la guerra también revela la continuación de la economía por otros
medios, y siguiendo la línea del argumento, también la guerra revela la
continuación de la cultura por otros medios (recordemos el culto militar del
fascismo, enardecido y amenazante mucho antes de iniciar la segunda guerra
mundial), y finalmente, la guerra revela la continuación de la moral por otros
medios (observemos la moral vulgar del héroe colonialista, tan a tono con el
intervencionismo militar de Bush, incluso con tientes de caricatura).
Móviles para la
pacificación. La guerra debe terminar por un triunfo o un armisticio,
ya sea porque una parte doblega el poder de resistencia de la otra, o bien la
continuación de la guerra resulta demasiado costosa para continuar con el
esfuerzo bélico. Para Clausewitz dos elementos conforman móviles de paz:
imposibilidad de resistir y “el precio excesivo” p. 41-42. La imposibilidad de
resistir nos conduce al rendimiento de una parte, y el precio excesivo de
seguir conduce hacia el cese de hostilidades. Cuando el desgaste sea “tan
grande” entonces habrá de “firmarse la paz” p. 42.
Comentario a los
móviles para la pacificación.
La guerra termina, ese es el hecho, un desenlace inevitable, que
sobre-determina el proceso mismo, se dirige hacia esa finalidad de
pacificación. Ya sea que un bando logra su cometido de doblegar la voluntad de
su oponente, ya sea que ambas partes estiman un “precio excesivo” de su
esfuerzo bélico. Este segundo aspecto, puede contener una fase intermedia, que
es en apariencia lo mismo, pero representa solamente un respiro, durante el
armisticio temporal, donde las partes esperan “momentos mejores” para reiniciar
su lucha.
La
pregunta de fondo es dónde está el momento dominante si en la paz o la guerra.
Me inclino a pensar que la paz es la finalidad, el momento determinante, y que
la guerra es una irrupción temporal. Quizá un filósofo pesimista estimará que
la paz es una interrupción de la guerra, habría que indagar en un Hobbes,
Nietzsche, Schopenhauer, Bataille o Ciorán, para encontrar el argumento preciso
de tal pesimismo (equivalente a la fundamentación negativa). Si la paz es
expresión de la vida, y la guerra la actualización de la muerte, entonces la
muerte (organizada, encausada a lograr objetivos políticos, etc.) es solamente
un evento episódico. Bajo este argumento
tan general, indicando que el fundamento aparece en la paz, entonces la
pacificación no requiere de “móviles específicos”, como causas particulares que
irrumpan para finiquitar una guerra, sino que aparecen desde un inicio,
sostienen la acción y triunfan finalmente. Particularmente interesante resulta
la casi universal declaratoria de pacifismo de los grupos contendientes, al
menos en la historia moderna, como justificación ante sus naciones los
gobiernos se declaran “arrastrados a la guerra”, como inocentes buscadores de
la paz. Parece que el argumento de la pacificación remonta hasta una antigüedad
enorme, nos conduce (al menos) a los romanos quienes pregonaban haber impuesto
su pax romana[12].
Es decir, el discurso de la paz mediante
la piel de cordero esconde al lobo de la guerra, pero la relación me parece más
profunda, porque la muerte en juego es para imponer o mantener un sistema de
vida, entonces regresamos al signo de la paz.
La diferencia entra
ataque y defensa, privilegio estratégico de la defensa. Diferencia entre
ofensiva y defensiva resulta esencial en Clausewitz p. 46. Al teórico de la
guerra le parece la modalidad de defensa “más vigorosa” p. 25 que el ataque.
Establece el desgaste como una estrategia defensiva esencial, donde se reducen
los objetivos (los más modestos posible), implicando un destrucción de la
fuerza enemiga tal, que el enemigo se vea obligado a renunciar a sus
intenciones. Manifestado en tiempo, la resistencia defensiva implica buscar una
prolongación de la acción, un desgaste mediante la “duración” de la acción,
donde la prolongación de la acción va a favor de la parte inicialmente débil p.
45. El objetivo más pequeño posible para fijarse es “la resistencia pura y
simple” p. 46. La pérdida en eficacia del combate “tiene que recuperarlo a lo
largo del tiempo, es decir, mediante la duración del combate” p. 46.
Finalmente, la diferencia entre ofensiva y defensiva “impregna todo cuanto hace
referencia a la guerra” p. 46. Y de forma, por demás históricamente real, nos
conduce hacia los casos donde “el más débil tiene que ofrecer resistencia al
más fuerte” p. 47, mediante el agotamiento del enemigo, la duración de combate,
tal como lo ejemplifica mediante un caso tan cercano a Clausewitz, el combate de
Federico el Grande en la Guerra de los Siete Años.
Comentario a la
diferencia entra ataque y defensa, privilegio estratégico de la defensa. El simple distinguir ambas
situaciones entre defensa y ataque, ya introduce un nuevo campo de complejidad
en la guerra, y como nos refiere a sus modos de conducción, ya abarca un “arte
de la guerra”. Mientras la guerra consiste en la decisión de fuerzas, la
apariencia indica que a mayores fuerzas de un lado y proporcional debilidad del
contrincante entonces el resultado desemboca completamente fatal e inevitable. Sorprendentemente
esto no siempre ocurre. Los hechos de la historia indican, que el rival débil también
vence al fuerte, alcanzando su triunfo objetivo a despecho de una correlación
de fuerzas desfavorable. Clausewitz se refiere a la experiencia cercana de la
guerra defensiva de Prusia ante una coalición imponente, cuando tras siete años
salió airosa en una prolongada guerra defensiva, en la cual no ocurre una
victoria militar en el terreno de las fuerzas ofensora, sino perpetrar
suficientes pérdidas al ofensor para decidirlo a terminar sus hostilidades. El
tema incluye una “justicia poética” donde, repetidamente, el enemigo pequeño
colocado en situación defensiva resulta el ganador final, ejemplificado desde
tiempos inmemoriales, donde la sobrevivencia de los pequeños pueblos y Estados
se repite consistentemente. Este
resultado se revela tan excepcional como arquetípico, pues se unen los extremos
de lo posible contra lo imposible. De hecho, las narraciones interesantes sobre
combates repetidamente indican al enemigo pequeño agigantado durante la lucha para
lograr el triunfo, casi podría hablarse de un arquetipo de situación para la
humanidad, consagrado desde las confrontaciones individualizadas (David contra
Goliat) hasta las confrontaciones políticas (el signo de Vietnam)[13].
Estas narraciones interesantes implican también la irrupción de lo imposible,
el suceso extraordinario y afortunado, situaciones que traen la gloria a la
tierra, es decir, un evento celestial por parecer imposible, rayano en lo
milagroso. Y dejando de lado tal consideración, también aparece pletórica y
desbordante la complejidad de la guerra, por cuanto deja cualquier elemento de
simple resultado cuantitativo (la acumulación directa de fuerzas) para irrumpir
en los temas cualitativos (la conversión de la fuerza en su contrario, y
viceversa la conversión de la debilidad en fuerza). Entonces, mediante la
posibilidad de la parte débil tornándose en la ganadora, la estrategia aparece
como un juego de inteligencia, un extremo donde desde lo posible nace lo
imposible. Incluso el estratega y líder de la defensa resulta creador de ese
aparente imposible, por cuanto pudiera convertir al débil en ganador de la
guerra.
El único medio es
el combate, el resto resulta complemento; el corolario indica que la decisión
por armas es la verdadera decisión de la guerra. Para
establece la unidad del concepto Clausewitz nos indica que entre los medios de
la guerra solamente existe verdaderamente uno “el combate” p. 48. El combate es
un todo organizado. La decisión por las armas es como el pago metálico final
de las transacciones financieras.
Entonces la destrucción de fuerzas enemigas es el medio supremo, ante el
cual todos los demás medios se esfuman o eclipsan. En guerra la ley suprema “la
decisión por las armas” p. 57.
Comentario al único
medio es el combate, el resto resulta complemento; el corolario indica que la
decisión por armas es la verdadera decisión de la guerra. Entre los medios de guerra
conviene establecer la unicidad de su materia, donde la “hora de la verdad”
está en el combate, por lo mismo, se desestiman sus condiciones (precedentes) y
consecuentes. La formación de unidades de combate (las fuerzas militares
mismas) solamente resulta un accesorio, respecto de su “hora de la verdad en el
combate mismo”, por tanto la utilización de fuerzas implica que las fuerzas no
utilizadas, finalmente, es como si no existieran o desaparecieran, únicamente
cuentan las fuerzas empleadas en el combate.
Esto
lo relaciono directamente, como correlación y metáfora, con el acto de venta en
el mercado, el resto son los componentes, la creación del objeto, pero
solamente en la venta se determina la valía del objeto, adquiere su realidad
económica efectiva. Entonces la venta es “el día de juicio final” del mercado,
asimismo el combate es el “juicio final” de los ejércitos y su entera logística
acompañante (junto con el arte y ciencia de la guerra).
Ahora
bien, de acuerdo a lo ya planteado el combate consiste en un conjunto
organizado, donde el filo del combate (la confrontación armada misma, el choque)
marca el terreno. El ejército combatiente en sí mismo forma un conjunto
organizado de unidades, que se estructuran con vistas a ese choque. Hacia el
mando supremo los vínculos son denominados “hilos”, dichos vínculos el mando
debe integrarlos, para estructurar las fuerzas orientadas al “choque”.
El
corolario, resulta evidente, ya que el choque es la verdadera moneda de la
guerra, entonces la decisión en tales choques implica la decisión de la guerra.
El resultado de las batallas, decisiones por armas, indica la balanza de la
guerra. Antes de la batalla todo es posibilidad, los ejércitos son posibles
vencedores y vencidos, únicamente este choque armado determina su existencia
real de vencedores y vencidos.
La existencia del
soldado solamente tiene un fin.
El soldado se recluta, viste, alimenta, etc.
solamente con vistas a un momento, el momento del combate, “a combatir en el
momento y lugar oportunos” p. 49. El
sujeto convertido en soldado, el proletariado refuncionalizado y el
cognitariado próximo.
Comentario a la
existencia del soldado.
Aparece una reducción de la persona en torno a una función, la integración a un
papel definido y preciso. ¿Esto es el resultado de un acontecimiento histórico
o ya resultaba una noción corriente desde mucho antes de Clausewitz? Una
anécdota biográfica, medida en la escala actual, me estremece ligeramente, Clausewitz
inició su reclutamiento a los doce años, a los trece o catorce ya estaba
participando en acciones bélicas, y jamás abandonó su vida militar. La
misma existencia del soldado se ha convertido en estrecha y delimitada para el
fin militar, posiblemente convenga compararlas con las consideraciones
militares de la Antigüedad
y la Edad media,
donde pueden encontrarse las apariciones de lo inespecífico, lo no militar. Por
el lado de la utilidad y la funcionalidad, la afirmación de Clausewitz resulta
sólida e incontrovertible, pero desde el humanismo resulta estremecedora y
desde la filosofía resulta carente de profundidad. Sólido: el soldado solamente
existe en función del combate, cualquier otra consideración sobra. Además esta
existencia se debe demostrar en una oportunidad de espacio y tiempo: acudir al
lugar del combate. Unicidad de la formación del sujeto soldado para que cumpla
su función de combatiente, luego su organización para que acuda en el
espacio-tiempo justo, alcanzando el puesto de combate. El soldado es una
creación desde afuera, controlado desde la entidad político-social (el
ejército), inculcándole una disciplina, que lo encausa completamente, y permanece
arropado (uniformado) por su existencia funcional: “El soldado es reclutado,
vestido, armado, instruido; duerme, come, bebe y marcha únicamente con vistas a combatir en el momento y lugar oportuno” p.
49. Conviene hacer el parangón con el vendedor, quien solamente es reclutado
con una finalidad, por eso cobra a destajo y no recibe más pago que cuando
realiza el momento cumbre de la venta. La simpleza resulta atemorizante, la
entera existencia del soldado forjada para aparecer durante el instante del
combate, y en la polaridad de su situación, es lícito decir que solamente vive
para enfrentar la muerte durante el combate. Fuera del combate la existencia
entera del soldado implica preparación. En esta frase escueta emerge un verbo
sintético y pletórico de contenido, que revela la nueva naturaleza del soldado
mostrada por Clausewitz, la palabra es “reclutado”. Con este término se
sintetiza la entera novedosa fábrica de creación de militares.
Indicábamos arriba la novedad histórica de Prusia, instituyendo un servicio
militar universal, de tal forma una masa enorme de la población se integra
regularmente a la milicia[14].
Esa enorme masa de reclutas, en un periodo de constantes guerras salpicadas de
tremendas mortandades, indica un acontecimiento económico, la existencia de una
sobre-población candidata a morir, lo que representa una “ley específica de
sobre-población”, es decir, exceso de vida convertido en exceso de muerte.
Ahora bien, esta existencia unidimensional del soldado no resulta ajena
al genérico destino humano, donde la muerte siempre finaliza la corriente del
río de la vida, de tal manera el soldado individual encuentra su sentido, en
base a la terrible misión individual que encara y cumple. De variadísimas
maneras, cualesquiera ideologías se enfrentan al tema de la finitud de la vida,
de tal manera la adaptación a la finitud resulta universal, incluso esto lo sacraliza
una vertiente existencialista[15].
Ahora
bien, comparando la integración del proletario (o campesino, pero ya
compatriota) a un ejército desde el siglo XVIII hasta el XX, con las
variaciones más recientes, percibo que sí existe una tendencia hacia el cambio.
El paulatino paso desde un proletariado (trabajo manual predominante) hacia un
cognitariado (predominio de lo tecnológico intelectual en el trabajo) parece
que está desmasificando al ejército y especializando más al soldado. Si bien,
el sometimiento del soldado a su institución sigue siendo una ley inherente,
ahora la preparación va adquiriendo nuevos matices, y el ejército mismo cambia
su figura. La pregunta es si el sujeto desde el cual se forja la sociedad, el
cognitario, por su naturaleza alterará radicalmente la figura del soldado,
todavía predominante en el siglo XX, al menos la figura externa del soldado
parece que ya está modificada[16].
La totalidad
organizada y el control.
Como el combate es una totalidad organizada, el
mando busca hacerse con todos los hilos, p. 49.
Comentario a la
totalidad organizada y el control.
El ejército combatiente es un conjunto, pero formado por partes, por unidades
de combate, las cuales deben coordinarse para encausar al esfuerzo bélico,
entonces un mando requiere de un “tejido” de “hilos”. El texto no ahonda sobre
la naturaleza de tales hilos, y aprovecho para remontarme a los mitos iniciales
de la comunicación, donde la diosa-araña teje los hilos del destino. Ahora
bien, el medio para lograr grandes ejércitos es alcanzar grandes tejidos,
enormes organizaciones, por lo que el “hilo” representa una complejidad de
relaciones mediante las cuales los soldados están enlazados con un mando
superior, estas relaciones pueden aparecer sencillas pero son complejas (flujo
económico, de cultura, de comunicación, de emociones, etc.). De ahí, que los
grandes ejércitos por regla requieren de facilidades espontáneas para grandes
tramados de esos hilos, por eso las masas de Naciones, ya integradas en su hilo
comunicativos, son una plataforma extraordinaria para crear grandes ejércitos[17].
Además, cualesquiera métodos de comunicación resultan elementos constitutivos
para el buen funcionamiento de los ejércitos, de ahí el interés de la milicia
por acaparar o controlar los avances en las comunicaciones[18].
Ahora bien, en la operación defensiva también los ejércitos desestructurados,
en situaciones excepcionales, son muy efectivos, tal como lo demuestra la
historia de Vietnam y de otros casos colocados bajo el rubro de “guerrillas”.
La imagen del enjambre de abejas o avispas en apariencia muy desorganizado
atacando a un toro resulta una lección ejemplar; la dispersión organizativa se
compensa cuando existe unidad de voluntades y de propósito. La desorganización
del defensor también puede servir como un argumento para empantanar y desgastar
a la fuerza ofensora.
El retraso de la
acción. El método que excluye la efusión de sangre no es el natural a la
guerra, y su prolongación solamente lleva al “retraso de la acción” p. 56.
Comentario al
retraso de la acción. El
método de elusión de las batallas, de armisticios reiterados, y similares le
parece a Clausewitz que no es el natural de la guerra, y por eso de poco sirve
al fin militar. En ciertas apariciones, le parece una posposición, por lo mismo
un desperdicio. En contra de su opinión, existe un caso afamado de esta táctica,
también denominada táctica dilatoria, que es del general romano Fabio, quien
eludió sistemáticamente el enfrentamiento contra Aníbal el cartaginés de los
elefantes, procurando su desgaste en exceso. Luego el nombre de este general
romano fue motivo de inspiración para un movimiento laborista reformista inglés
denominado “fabiano” importante en su escenario político. La evaluación de
tales métodos guerreros escapa a mis intenciones, pero resulta significativo este
método con las pretensiones humanistas de evitar derramamientos de sangre,
evidentemente a Clausewitz le interesa más la eficacia de los métodos
militares, y la evitación de batallas no parece alcanzar la efectividad final[19].
La motivación
humana más grande. De todos los grandes sentimientos “ninguno es tan poderoso y
constante como la apetencia de honores y de gloria” p. 71. Conviene hacer un
parangón con la motivación de deportistas, y preguntarnos sobre la esencia de
tales honores.
Comentario a la
motivación humana más grande. Me
pregunto si representa una característica profesional de los soldados de
carrera, quienes se han acostumbrado a la búsqueda de honores y gloria de sus
congéneres. Diferentes disciplinas aceptarán otras motivaciones como la
necesidad (los intereses materiales) de la economía, el placer (de la
psicología) y la salvación (de la religión). Respondo que, ciertamente, el generalizar
la idea del “reconocimiento” es importante, comenzando con esta modalidad
militar de tal reconocimiento plasmada en los honores y gloria[20].
Conviene tomar en cuenta el contenido positivo de esta retribución de honores y
gloria, ya que los soldados lo arriesgan todo, y en el mundo civil y cotidiano
la conquista de honores y gloria resulta tan escasa. Esa rareza de la gloria
cotidiana y civil también motiva que las justas deportivas hayan sido acogidas
con tanto entusiasmo por las masas, pues en el deporte se otorgan
reconocimientos y una alabanza glorificadora. Mientras el deportista es
recompensado, inventando al héroe comercial, también la masa de aficionados
gana su gratificación. Por simple proyección el deporte permite que el
aficionado comparta las migajas de los honores, cuando grita emocionado desde
las gradas de un estadio o sentado ante un televisor: “ganamos”.
La visión-olfato de
conjunto evita la confusión. La complejidad de los elementos que inciden en la guerra, estima
Clausewitz, implica que sin “olfato” para percibir la verdad de conjunto, se
caiga en la confusión, p. 86.
Comentario a la
visión-olfato de conjunto evita la confusión. El principio de la totalidad que
parece tan filosóficamente elevado y ajeno a la práctica, aquí se revela como
enteramente útil para el desempeño en las batallas. Un aliado esencial de las derrotas es la
confusión, entonces la claridad es ingrediente de victoria. De hecho, la entera
teoría de la guerra que nos ofrece Clausewitz es una apelación constante para
captar el conjunto, superar los accidentes y entender perfectamente la relación
del evento particular en una perspectiva global correcta, ahora el tema
reaparece en el punto decisivo de la acción bélica misma. En cuanto a la conducción
de la guerra, el general-conductor requiere una capacidad para el
desciframiento inmediato de la situación (la batalla misma) porque la
multiplicidad de informaciones presentes genera un cuadro caótico de conjunto,
por lo mismo una cualidad natural de los grandes conductores de guerras es ese
“olfato” para moverse en el conjunto sin perderse en los detalles. Clausewitz
cita aprobando a Napoleón, su gran enemigo, quien indicó que el “problema
matemático” del campo de batalla puede exigir del talento de un Newton o un
Euler para resolverlo.
Epílogo: la
velocidad del conjunto y una película. Recuerdo una cita donde descubre
que “un ejército marcha a la velocidad
de su hombre más lento”, esta es una importante lección para indicar el
encadenamiento de la cooperación entre los grupos humanos, y suele suceder que el elemento más lento desea imponer su
ritmo de marcha al equipo, y estando de acuerdo con esa afirmación, me remonto
a pensar que los pensamientos lejanos siguen conservando sus granos de verdad.
No es casualidad que Clausewitz se siga enseñando en las escuelas militares, así,
en una película reciente, el comandante ante los reclutas cita Clausewitz, cuando
dice que si continuas con tu misma táctica el enemigo se adaptará a ella. Un
concepto lanzado en un contexto tan lejano y distante como 1830 reaparece en
escenarios tan lejanos y casi absurdos, como las imaginerías sobre la guerra de
Afganistán. Los granos de verdad se conservan a la distancia, aunque se hayan originado
en regiones distantes y realidades tan diversas. Entonces los disparos
distantes sobre Clausewitz lo reviven en vez de acabarlo, cada tiro certero lo
levanta, muestra su talento y buen juicio, indicando la posibilidad de engarzar
el pensamiento sobre la guerra en el conjunto de las demás ciencias humanas.
Ciertamente, la guerra en esencia es una desgracia para la humanidad, una
comprobación del fracaso de la sociedad, sin embargo su estudio revela
múltiples facetas de la existencia social e individual, su atento estudio permite
aproximaciones al gran bosque del saber.
NOTAS:
[1] Este estudio se basa en una
versión parcial de la obra, la versión inglesa de De la guerra definitiva consta de 580 páginas. Me baso en la
edición de Editorial Grijalbo, con el título de Arte y ciencia de la guerra.
[2] HEGEL,
G.W.F., Fenomenología del Espíritu (en adelante denominada como FE), p.
116, “El individuo que no ha arriesgado su vida puede sin duda ser reconocido
como persona, pero no… como autoconciencia independiente. Y del mismo, modo
cada cual tiene que tender a la muerte del otro, cuando expone su vida…” Es
decir, el motivo del enfrentamiento entre señor y siervo no es la escasez (como
en Marx, El capital, capítulo V y Grundrisse) sino la estructura de la
autoconciencia durante una fase limitada de sus realización.
[3]Fenomenología
del Espíritu, p. 119. “En efecto, esta conciencia se
ha sentido angustiada no por esto o aquello, no por este o aquél instante, sino
por su esencia entera, pues ha sentido el miedo de la muerte, del señor
absoluto. Ello la ha disuelto interiormente, la ha hecho temblar en sí mismo y
la ha hecho estremecerse cuanto había en ella de fijo. Pero este movimiento
universal puro, la fluidificación pura de toda subsistencia es la esencia
simple de la autoconciencia, la absoluta negatividad”.
[6]Notemos
que la teoría de Hegel pone el acento en una enorme dificultad de la conciencia
humana para encontrar su espejo adecuado, la conciencia continuamente se pierde
y no encuentra la imagen correcta para reconocerse o realizarse.
[8] La
cercanía temporal es asombrosa, incluso mueren en el mismo año de 1831 con dos
días de diferencia. Y su nacimiento tiene poca distancia de una década. Ambos
hijos de Prusia, Estado de geografía discreta pero de importancia estratégica.
Claro que las andanzas del militar son más azarosas, y lo conducen al exilio y
la prisión en el extranjero.
[9]
CANETTI, Elías, Masa y poder.
[10]
LENIN, Vladimir I., La guerra y la
revolución, en conferencia de 1917, en Entre
dos revoluciones, p. 192-195.
[11]
MARX, Karl, Grundrisse para el
concepto económico de la ley de sobrepoblación y KORSH, Karl, Escritos políticos para la aplicación
política de la ley de sobrepoblación en la guerra.
[12]
Cf. NEGRI, y HARDT, Imperio.
[13]
El rival pequeño agigantándose está pletórico de referencias psíquicas, desde
las narraciones infantiles donde el pequeño es la representación del niño en
crecimiento. La otra estructura interesante de la batalla son los contendientes
parejos, cuyo equilibrio de potencias le otorga el atractivo a una lucha sin
decidir, sino hasta su desenlace. El tercer caso, de un contendiente gigante
que triunfa no posee ningún atractivo literario.
[14]
Cf. ANDERSON, Perry, El Estado
Absolutista, Transiciones de la antigüedad al feudalismo, y Las antinomias de Antonio Gramsci. En
estas obras también subraya la imposibilidad de la masificación del
reclutamiento en la época feudal por el antagonismo entre aristócratas y los
siervos, por lo que no fue aceptable el reclutamiento masivo de siervos en el
ejército, al contrario resultaba común la contratación de mercenarios
extranjeros para engrosar los ejércitos. Así, la formación del
soldado-aristócrata medieval es ajeno a las tesis de Clausewitz.
[15]
HIEDEGGER, Martin, El ser y el tiempo,
enaltece la importancia del enfrentamiento con la muerte para convertirlo en el
eje de la autenticidad existencial, indicando que solamente encarando a la
muerte se alcanza la autenticidad en la existencia.
[16]
Cf. TOFFLER, Alvin y Heidi, El cambio del
poder.
[17]
ANDERSON, Benedict, Comunidades
imaginadas. En sentido contrario, Herodoto se sorprendía de que los grandes
ejércitos de Darío fueran tan heterogéneos.
[18]
MATELLART, Armand, La comunicación-mundo.
[19]
También las cautelosas recomendaciones de Sun Tzu para evitar confrontaciones
no buscadas, van en sentido contrario.
[20]
En buena medida, la dialéctica de la relación entre los sujetos plasmada en la Fenomenología del espíritu gira en torno al
reconocimiento sucesivo, sin embargo, esta palabra también enlaza un progreso
del conocimiento y una revelación sucesiva de la profundidad de los sujetos.
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