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domingo, 9 de mayo de 2010

ANÁLISIS Y RESEÑA SOBRE CARL VON CLAUSEWITZ










Por Carlos Valdés Martín


Campo de batalla: la guerra como entidad neutral de estudio, como lid objetiva (casi mecánica). Carl von Clausewitz (militar prusiano de carrera nacido en 1780 y fallecido en 1831) reflexiona durante una amplia transición de los ejércitos, representada por las guerras “napoleónicas” (a medio camino entre las estructuras feudales y las guerras industrializadas capitalistas), en ese tránsito ocurren cambios trascendentes en la naturaleza de los ejércitos y las guerras. Previamente, el mapa de Europa fue atravesado por las guerras dinásticas, donde los ejércitos seguían los extraños ritmos de sucesiones de reyes, conflictos religiosos y desajustes interminables en torno a las fronteras vagamente definidas. Durante la vida de Clausewitz la modernización de los ejércitos avanzó a grandes pasos, de hecho Prusia protagonizó una reforma para la militarización del ejército y hasta de la sociedad. Parece un error por pleonasmo, ciertamente, ejército y militarización parecen sinónimos, pero planteo una divergencia esencial. Si revisamos la historia de los ejércitos descubriremos sobre el escenario europeo enormes novedades para la conformación de los grupos armados, pasando desde los ejércitos caballerescos, deteniéndonos en los grupos de mercenarios, serpenteando por el reclutamiento forzado, etc. La imagen de una masa ordenada en organizaciones perfectamente compactas, profesionales y permanentes, no corresponde con el pasado lejano de Europa, se engarza con siglos recientes; en el lejano pasado, la actividad militar correspondía a élites aristocráticas, a periódicas integraciones masivas, y desbandadas intermitentes, así que la masa-ejército permanente y disciplinada emerge en una creación relativamente nueva. No soy especialista en historia militar, pero la invención del ejército profesional permanente quizá surge bastante próxima a Clausewitz, pues corresponde a las exigencias desesperadas de reclutamiento masivo de Federico Guillermo I y Federico II (el Grande) defendiendo a su reino de Prusia en contra de alianzas dinásticas de enormes dimensiones, procurando aplastarlo durante campañas sangrientas y sucesivas. La creación del ejército prusiano para su época destaca como excepcional en tamaño y características. Ciertamente, esta imagen de un ejército regular masivo pronto se generalizó, como brillantemente muestran las campañas napoleónicas, y efectivamente, el sistema-ejército debía estabilizarse y generalizarse por esas mismas leyes dialécticas de la mutua determinación y polarización como plantea Clausewitz.
Inexistencia parcial del autor, la obra inacabada. Semejante a varios autores legendarios, Clausewitz no existe propiamente, su existencia emerge mediante el eco de una herencia. Según las fuentes esta obra (el objeto que define al autor) resulta del legado, pues sus textos quedan incompletos, y su viuda se encarga de la publicación después de su muerte. Se publican los libros bajo el título genérico De la guerra y los últimos libros permanecen inacabados[1]. Entre la obra De la guerra y el autor Clausewitz se abre un breve abismo por la acción de su heredera literaria. Podemos creer en la fidelidad de legatario, pero cabría generar interrogantes. Si los traductores han sido considerados traidores ¿cómo evaluar  a los legatarios literarios? Encontramos las situaciones más variadas, nos preguntamos si el destino entre Clausewitz y su viuda resulta semejante al caso de Nietzsche cuyo legado literario fue reconfigurado-desfigurado por su hermana y cuñado para deformarlo como un escritor fascista; o recordando el caso de Ferdinand Sassure, donde los apuntes de devotos alumnos se convirtieron en obra de altos vuelos para fundar la nueva lingüística (¿o los alumnos son los autores, inventando al maestro?); o evocando al capítulo VI inédito de Marx, sus Grundrisse  y sus tomos II y III de El capital tan aceptadas y fidedignas versiones; o desencriptando la existencia de Sócrates enlazada con la obra de Platón (¿cómo distinguirlos?); o dudando de la existencia histórica de Homero; o etc. La solidaridad entre un autor y su obra póstuma inacabada, siempre generará un interrogante, especialmente sobre los matices y las conclusiones últimas de una obra. Este tipo de obras inacabadas (libros finales no terminados) siempre levanta una neblina misteriosa, que invita a los espíritus escrutadores para escarbar hasta alcanzar la verdad final, conservada por el autor.  

Inventando un interlocutor: inteligencia del militar. Los escritos sobre los eventos militares son tan antiguos como el pasado remoto, disfrazados de épica Ilíada o de Historia de Herodoto. Sin embargo, Clausewitz pertenece a una interlocución diferente, ya no es el pueblo ilusionado en la plaza por las aventuras lejanas de Aquiles, ni el Senado de Roma recibiendo las crónicas triunfantes de Julio César, ahora aparece un nuevo tipo de lector. ¿A qué lector destina Clausewitz sus líneas? Efectúa un diálogo con una inteligencia genérica y lúcida sobre la existencia del hecho de la guerra, es decir, se relaciona con el jefe de soldados, una inteligencia capaz de guiar huestes por el difícil tránsito de la batalla. Este interlocutor se puede ampliar hacia el ciudadano lector atento de las realidades militares, que las considere con seriedad, como el neófito lee sobre la botánica. Es un conocimiento teórico, pero de consecuencias prácticas, propone conocer las leyes internas de la guerra, la generalidad de los ejércitos entre los distintos escenarios y situaciones, para extraer las reglas de la conducción militar con cierta validez universal. En ese sentido, rebasa completamente las fronteras nacionales, su afinidad por Federico el Grande y su rivalidad contra Napoleón no lo hacen que los distorsione, más bien a ellos los coloca en el mismo nivel de experiencias lúcidas de la confrontación militar y la correcta conducción de los ejércitos. Claro, Clausewitz no inventa este tipo de discurso, antes debieron aparecer estudios y propuestas para el conocimiento de ejército y sus operaciones, recuerdo que Maquiavelo finaliza El Príncipe con recomendaciones sobre las ventajas de reclutar milicias profesionales para defender los principados italianos. A diferencia del florentino, Clausewitz no resulta moralmente escandaloso, al contrario, resulta sobrio en su referente ético, simplemente trata la guerra con objetividad, y deja los principios morales para que los políticos y los pueblos los definan. Ahora bien, el discurso de Clausewitz es pedagógico y está relacionado con la existencia novedosa de instituciones de educación militar, ya instauradas en Prusia, a las cuales tuvo acceso, como estudiante e instructor. Esto significa: el conocimiento crecía acumulándose en torno al objeto militar y el proceso educativo no es novedoso, pues ya alguna instrucción militar podernos descubrir en el ambiente grecolatino, simplemente conviene anotar que la inteligencia está permeando crecientemente el acontecimiento militar, implicando el paso del simple acto militar hacia el desarrollo del conocimiento militar, así, promoviendo el inicio de una ciencia militar.

Definición de la guerra.  A la guerra la define en síntesis Clausewitz como “un acto de violencia encaminado a forzar al adversario a someterse a nuestra voluntad” p. 9. Con esta definición aparece tan próximo a un capítulo de Fenomenología del espíritu de Hegel, precisamente el capítulo relativo a la dialéctica del amo y el esclavo que causa sorpresa, porque también es un capítulo memorable. Clausewitz remite la esencia de la guerra a un duelo, pero un duelo en gran escala, especie de esgrima apoteótica entre Estados. Tenemos una lucha de voluntades mediante el empleo de la fuerza física, donde el objetivo inmediato es abatir la capacidad de resistencia del adversario. El medio es la violencia (donde existen mínimas restricciones bajo un derecho) y el fin es imponer una voluntad, someter a otro(s) a la voluntad propia.
Comentario a la definición de la guerra. Ahora bien, conviene retomar los fundamentos desde donde proviene la contraposición entre las voluntades, donde emerge la tensión del objetivo de la guerra. Volvamos al nivel micro, al nivel intersubjetivo. El momento de origen se supone como una lucha (por la existencia en medio de una escasez según el tono de Marx, pero motivada por la posición de la autoconciencia limitada en el tono de Hegel[2]), donde se impone quien supera su temor a la muerte y se somete quien adquiere temor a morir y permanece atado a su vida. Pero la oposición se convierte en permanente y el amo-señor se deviene en quien emplea al esclavo-siervo como un instrumento a su servicio, obligándolo a trabajar y satisfacer sus apetitos. La dualidad del señor mandando y el siervo sirviendo se convierte en una oposición continuada, donde el señor se beneficia con la provisión permanente para su apetito. El apetito, un núcleo de escasez originario queda parcialmente resuelto para una parte, para el amo, quien se aleja de su problemática originaria, ya no sufre la punzada de la apetencia. Esta punzada del apetito para Hegel ya revela una materialización, porque el mundo natural ya contiene al espíritu encarnado. El amo devendrá alejado y pasivo respecto de la naturaleza. El siervo quedará sometido a su temor de caer ante el yugo de la muerte (la negación del humano particular por la naturaleza), pero permanecerá en contacto con la naturaleza, como un minúsculo amo, quien la doblega diariamente, para solventar el aguijón de la necesidad. Sometido a la burda materialidad, paradójicamente, el siervo despliega el espíritu y mediante su diario trabajo material crea el mundo de la cultura, en otros términos, este trabajador sometido levanta el edificio social completo. Por su lado, para Marx en esencia es lo mismo trabajo que cultura. El trabajo representa la galaxia y la cultura una región, precisemos que la cultura dibuja un subconjunto importante, pero no un nivel diferente. Para Hegel, como ilustrado, sí existe un salto cualitativo entre trabajo y cultura. No arranca Hegel desde un concepto tan universal de trabajo, sino que ofrece ciertas particularidades dialécticas, porque instalada al final del camino (como figura existente) emerge la cultura. En el principio subjetivo coloca al miedo subjetivo, como experiencia de la disolución total de la conciencia; porque ahí experimenta la muerte como anticipación, y esa experiencia la convierte en “la fluidificación absoluta de toda subsistencia (...) la absoluta negatividad”[3] Pero esto señala una revelación, la muerte le revela a la conciencia su estado de pura negatividad, su fluidez absoluta. Y esta radicalidad de la condición subjetiva disuelta bajo el signo de la muerte, ya nos indica que la formación cultural, le parece a Hegel como un grado cualitativo diverso al trabajo singular (o al trabajo en relación con la satisfacción de la necesidad, simple acto material). Esta cualidad afecta al sujeto actuante. Por cuanto durante la acción hay “apetencia reprimida, desaparición contenida, trabajo formativo[4], que se plasma en el objeto, ofreciéndole a la conciencia trabajadora, un objeto independiente de sí. Aquí hay un re-encontrarse con el trabajo, que ofrece un “sentido propio[5]. Pero lo anterior parecería excesivo a Marx, lo peculiar de Hegel aparece en el acento del momento del temor y de la formación. Ya dijimos, el temor inicia y funda, además se mantiene activo convertido en “la disciplina del servicio y la obediencia”, evitando que el temor solamente permanezca superficial o momentáneo. Al tiempo, que la formación (emanación del trabajo) le otorga su lenguaje al temor (la negatividad universal) y al hacer emerger a la conciencia, la hace para sí[6]. El objeto emanado del trabajo es ya cultura por cuanto la conciencia se hace para sí misma, y además esa conciencia ya está “contaminada” por ese temor esencial (la absoluta negatividad, luego negada por el ser humano ha de devenir en absoluta trascendencia). Esto permite el paso desde la existencia singular, hacia una “formación universal, concepto absoluto” expresión de la “potencia universal y la esencia objetiva total”[7].
Ahora bien, podemos saltar del nivel inter-subjetivo a los grandes agregados, y ahí en lugar de la confrontación entre una voluntad imponiéndose y otra doblegándose por su temor a perder la vida, aparecen dos conjuntos, donde la interrogante de la muerte aparece sobre el destino individual, y no sobre los conjuntos directamente (sino indirectamente, aunque puede presentarse esta imagen de la muerte completa del íntegro ejército adversario).  Dije que el conjunto indirectamente muere, porque la pérdida de la guerra es una reducción a la impotencia del grupo perdedor a tal nivel, como acontece con el destino del siervo sometido, Clausewitz indica como la finalidad de la guerra que una parte quede sometida a la voluntad de la otra. Al quedar sometido el grupo perdedor muere su libertad, inmersa en ese reino del sometimiento y el vasallaje. El grupo perdedor aniquila su voluntad de seguir luchando, esa parte de su voluntad fallece (además de muchas personas concretas que integran este conjunto) y entonces se metamorfosea como perdedor, pasa del papel beligerante a pasividad derrotada. Si bien, técnicamente no siempre sería preciso afirmar que el grupo perdedor ha sucumbido por su temor a la muerte (como sucede con el individuo) la decisión de la claudicación ofrece ese aspecto metamorfoseado, porque ha sido un futuro terrible (mediante la continuación de la guerra) aquello evitado mediante la capitulación (dejamos de lado una tregua o cualquier forma intermedia cuando no decide definitivamente una guerra). Entonces el futuro indeseable o insostenible de la continuación  de la guerra se evita por la cesación de hostilidades, y en caso más claro genera un perdedor. Para una paz sólida el lado perdedor ha de manifestar claramente su voluntad de someterse, de lo contrario, solamente observamos una pausa en una hostilidad que continuará después. Ese sometimiento a la voluntad del vencedor señala la novedad más notable del desenlace de la guerra, y donde aparece el sometimiento entre grupos. Ese sometimiento genera un reconocimiento del ganador, quien continúa con su libertad soberana y hasta la descubre duplicada: libre para sí y libre sobre el otro.  

El medio de la violencia militar implica uso del Progreso, pues incluye un uso ilimitado de la fuerza  y por tanto uso del “progreso” material. El tema a Clausewitz le parece importante, como segunda definición, porque aquí se rompen barreras esenciales de moralidad. La ética pretende imponer una minimización de violencia o de medios para la guerra, pero al autor le parece que esto resulta erróneo o hasta imposible, pues “prescindir de brutalidad (…) es (…) un error” p. 10. Esto implica, que el “progreso” también crece con medios de violencia, y esto se argumenta condicionalmente, indicando su correspondencia con “los incesantes progresos en el desarrollo de las armas de fuego” p. 12, empleados para destruir al enemigo. Asume ese concepto deslumbrante del “progreso de la civilización” p. 12, pero lo relativiza, indicando que no detiene la matanza militar pues, ciertamente, evita la matanza de prisioneros y el saqueo de las ciudades, pero no evita la mortalidad misma.
Comentario al Progreso utilizado por la fuerza. Ciertamente, Clausewitz vive en el tránsito de las épocas contaminadas por la tecnología cambiante, por el tiempo acelerado del primer capitalismo. Por lo tanto, la técnica militar está cambiando desde sus cimientos (armas, avituallamiento, transporte), con más razón él emplea un método de análisis tomando en cuenta el cambio. Entonces su ciencia militar ya no se despliega como comprensión “fija” sino evalúa la intervención del progreso “incesante” de su sustento técnico, desde las armas mismas. Ahora bien, la guerra se desarrolla en la mitad de la muerte, en el medio ambiente de la brutalidad, y por lo mismo, opera como parte-aguas de la fatalidad, el tema mismo obliga al escepticismo sobre la mejoría humana, entonces el concepto de un progreso siempre quedará relativizado. Resulta interesante que reconozca la faz del progreso (igual podría ignorarla) ya que implica una integración de las transformaciones parciales hacia un orden superior; por tanto conviene indicarlo como Progreso entonces así, superlativo como una deidad moderna, el optimismo consolador de la transformación positiva del mundo. Ahora bien, del tránsito entre el progreso (minúsculo avance) hacia el Progreso (mayúsculo triunfo) no aparece para Clausewitz como determinado, más bien observando la recaída contenida en el progreso (relativo) de las armas que apareja la destrucción. Ese pesimismo permite descubrir la dualidad encerrada en ese periodo capitalista ascendente, en esa alborada del capitalismo (Clausewitz es contemporáneo de la Revolución Francesa y la Revolución Industrial) donde tantas promesas aparecieron inscritas en el firmamento de las esperanzas sociales. Esta alborada pinta un claroscuro de los avances fulgurantes de “civilización” y contragolpes de “barbarie”, ciertamente, la inteligencia de Clausewitz no interesa en escarbar demasiado bajo esta alternativa, prefiere tomar la materia cruda de la barbarie, pero “neutralizándola” en base a la necesidad evidente de la guerra, la operación de unos grupos humanos contra otros. 

Ley de la acción recíproca en la guerra. La guerra la define Clausewitz como un acto de violencia donde impera “la acción recíproca”. Este autor resulta influido por la filosofía de Hegel como lo demuestra su alta estima por la interacción y el movimiento, así como la remisión a la totalidad, la influencia debe ser directa por la absoluta contemporaneidad y contigüidad entre estos dos autores[8]. Además, también y de manera importante, esta acción recíproca ya está presente desde la filosofía de Kant, estableciendo una de las grandes categorías (el polígono de la esencia del pensamiento filosófico) para la “acción recíproca”, mediante el concepto de comunidad, pues a este nivel de generalidad (el nivel de las categorías) establece un sentido de comunidad como “la mutua acción”, la co-determinación. A reserva de precisar su concepto, resulta cada categoría uno de los pilares del pensamiento mismo, así un pensamiento sin “comunidad” resulta una caricatura, en cualquier hecho, circunstancia o legalidad, debe aparecer el entramado de las categorías (además de las dos dimensiones a priori, del espacio y tiempo) de tal forma universalmente y en cualquier situación, aparecerá siempre la “acción recíproca”.
Comentario a la ley de la acción recíproca en la guerra. Ahora bien, la acción recíproca adquiere un rango de profundidad superior en Hegel, sin pretender constituir una crítica, en Kant esta “comunidad” de la “acción recíproca” no posee la importancia esencial de Hegel, ya que Kant la juega en un esquema mental, en una categoría fundamental de la mente para conocer el mundo, pero no la establece dentro de la sustancia de los dos campos. Para Hegel la separación entre el adentro y afuera, esa escisión entre la parte y el todo, implica una honda ilusión que debe superar radicalmente la filosofía; solamente se filosofará sobre el conjunto, pues las partes separadas resultan inútiles para la comprensión filosófica; el conceptualizar consiste en tomar a las partes falsamente separadas y unirlas en su esencia y apariencia, pues únicamente mediante el movimiento de desenvolvimiento hacia el todo alcanzaremos la verdad, conquistando el absoluto. Entonces concebir la guerra en su núcleo como una codeterminación recíproca de las partes, resulta armónico con el método hegeliano, especialmente si también la guerra se enlaza con la totalidad social. De hecho la famosa afirmación de Clausewitz de “la guerra es continuación de la política por otros medios” corresponde a una integración de la guerra dentro del campo político, y por esa vía con una totalidad social. Incluso, la aparente especialidad de una estrategia militar adecuadamente entendida representa una puerta para captar la integridad social, ya que el estratega excelente debe comenzar desde (y terminar en) la situación verdadera de la totalidad social. La cuestión de vida o muerte implicada en la guerra significa que la clave de la verdad (encerrada en el castillo de la Totalidad) debe alcanzarse, como herramienta para coronarse con la victoria. Así, la tendencia hacia la fragmentación de la totalidad dentro del pensamiento especializado resulta revertida dentro del pensamiento estratégico militar, donde emerge una visión de conjunto para alcanzar su efectividad práctica. Sin embargo, conviene ofrecer una relativización para ese acceso del pensamiento estratégico militar hacia la totalidad social; porque sustancial para la guerra es la muerte, entonces el pensamiento sobre el tema queda sometido a una conversión inhumana de personas en utensilios (cosificación y enajenación). Entonces el para un pensamiento estratégico militar (fiel a la crudeza de su situación) el concepto de sociedad aparece sumamente deteriorado, descubriendo su lado mortal, pero fácilmente despreciando los potenciales creativos de la vida social. Y este “desprecio” no implica una caracterización del militar en su persona, sino una limitación del método del conocimiento, donde la visión sobre vida social se empobrece.

La acción recíproca radicaliza la guerra, conduciendo la violencia hasta el extremo. Sintéticamente planteado por Clausewitz, para la guerra “no existe límite alguno a la manifestación de esta violencia”, pues la acción recíproca de los adversarios los obliga a colocarse en los extremos, precisamente en esa violencia ilimitada o al extremo. Esto expresa el concepto correspondiente con la palabra “escalada” de violencia, donde las respuestas obligan a alcanzar extremos.
Comentario a la acción recíproca radicaliza la guerra. El choque implicado en la acción recíproca de la guerra implica un desplegarse de fuerzas en oposición que trae aparejada una dinámica. Ahora bien, aquí emerge un caso particular de la acción recíproca de personas, donde la acción negativa del mutuo aniquilamiento provoca la irrupción de fuerzas tensadas hasta el máximo, porque la lucha potencia el arco de tensión de ambos contendientes. La fuerzas opuestas provocan una fuerza emergente nueva que se tiende a aniquilar recíprocamente, sin embargo, también trae unas fuerzas productivas durante las campañas. En cada caso, la tensión eleva el elemento negativo, la violencia misma de la guerra, es el negativismo conducido al extremo, donde rápidamente se alcanza el límite, implicado en la mortandad de la guerra. Elías Canetti indica que cada guerra se inicia con un único muerto como su primera justificación[9], con un simple individuo victimizado, el cual sirve como el gatillo soltando las fuerzas desbocadas de la destrucción. Conducir la violencia al extremo implica dos cosas: el esfuerzo militar mismo convertido en extremo (emergencia de las fuerzas de cada combatiente) y la ruptura de las barreras morales durante la guerra. Casi de forma automática una guerra desborda los contenedores morales de cada sociedad, y sistemáticamente una violencia originaria del Otro (o el pretexto de la culpa) justifica una avalancha de destructividad, como si al romperse el dique de la moral, las aguas de la destructividad dieran la rienda suelta a su ímpetu y secuelas. El aspecto positivo de la irrupción de una potenciación de la acción, queda sometido al aspecto destructivo de la guerra, solamente conservamos el resabio civil de tal explosión de fuerzas implicado en tales contiendas, bajo los términos refuncionalizados de la vida civil, como “campaña” publicitaria, “movilización” política, “batalla” deportiva, “combate” a la miseria, palabras que indican una intensión positiva de desencadenar las potencias hacia un fin aceptable.
Sin embargo, una larga experiencia de conflictos bélicos ha cristalizado en instituciones dedicadas a la humanización de la guerra como la Cruz Roja internacional y las Convenciones internacionales sobre la guerra, de tal manera que la “civilización” también se integra al campo militar, estableciendo lineamientos de la conducta aceptable, en medio de la mortandad de las guerras. Pero este “código” moral y legal de las guerras, constantemente queda puesto en entredicho por las acciones militares mismas. Puede suceder que dependa de coyunturas muy precisas esta tentación de romper las reglas morales de la milicia, sin embargo, esto sucede de ordinario entre las diversas guerras conocidas. 

La acción recíproca de la guerra constituida en tres fases. Para separar las partes alcanzando un mejor entendimiento, Clausewitz plantea una primera acción recíproca que aparece en el objetivo de desarmar al enemigo, pues mientras no se le desarma (o se le reduce a entera impotencia militar) no recupero mi autonomía, pues “No soy dueño de mí mismo, toda vez que él me dicta su ley como yo le dicto la mía” p. 13. La segunda acción recíproca indica el paso hacia un máximo despliegue de fuerzas, pues ante la resistencia del enemigo se opone una fuerza proporcional, la cual varía de acuerdo a sus recursos y voluntad. Ahora bien, el enemigo debe actuar igual en sentido opuesto, movilizando las fuerzas suficientes para abatirlos. La tercera acción recíproca implica la modificación por la realidad, pues el absoluto del esfuerzo jamás resulta fácil de descubrir, entonces aparecen las modificaciones emanadas de un entorno, por la conexión con el Estado, la sucesión de eventos, etc. 
Comentario a la acción recíproca de la guerra constituida en tres fases. La codeterminacion extrema del acto bélico, donde las partes se determinan intensa y constantemente conviene separarla en fases, en desplazamientos temporales los cuales nos revelen una dialéctica de su movimiento. El inicio ya aparece en co-determinación aunque no exista un enfrentamiento directo, ya a la distancia aparece esta confrontación, pues el enemigo me impone su ley a distancia, su simple trasfondo crea la confrontación, y me impone su “ley” (la presión de sus acciones a la distancia), obligando a preparar cada uno de mis golpes militares en acuerdo a los movimientos y características de enemigo. Curiosamente, esto implica que cada rival es una especie de “prisionero” de los actos del contrincante, porque se imponen rigurosamente su ley.
Esta mutua presión de cada uno con su ley implica una tensión máxima, obligándome a una movilización, que (al menos) genere una fuerza proporcional (en sentido de alcanzar una victoria). Aquí aparece una medida de mi movilización según la magnitud de los medios del enemigo y el vigor de su voluntad. Ahora bien, esta medida puede contener un aspecto mesurable por los medios desplegados por el enemigo, y un lado subjetivo difícilmente mesurable, pero relacionado con los motivos del enemigo, las causas generadoras de su voluntad. Ahora bien, en el cálculo de los medios que un contrincante despliega contra el enemigo puede acertar, entonces así predisponerse para el triunfo, pero el enemigo también entenderá, y si busca el triunfo también incrementará sus medios de combate. En este movimiento, ambas partes se lanzan a un potenciamiento de su esfuerzo bélico.
Esta lógica de la potenciación del esfuerzo bélico o el “lanzarse al extremo” conduce hacia unas “modificaciones de la realidad” donde los conceptos no se mueven con pureza, “con un empeño rayano en el paroxismo” p. 14, sino que los contendientes existen en un entorno diferenciado, que no permite un simple desenvolvimiento lógico para potenciar el esfuerzo bélico hasta su máximo imaginable. Al contrario, cada guerra está integrada por una pluralidad interior, por la multiplicidad de actos implicados, pues la decisión no irrumpe en un evento único (al contrario acontecen variedad de enfrentamientos) y su estimación rebasa la consideración de la guerra, entrañando principalmente motivos políticos constantes. Ahora bien, este argumento de Clausewitz implica que la escalada bélica se atempera exteriormente en su dispersión interior (variedad de eventos y decisiones) y por su contexto, pero me gustaría también aquí alcanzar la antítesis interna, ya que cada fuerza contiene una contra-fuerza y cada tesis su anti-tesis, de tal modo una escalada de la movilización se relativiza también desde su interior: el desgaste interior por la movilización (incluso autodestrucción del contendiente por motivo de su esfuerzo y sobre-esfuerzo bélico) y la proximidad del objetivo (el triunfo que conduce hacia la paz). Así, aparecen los límites interno y externo de la escalada de movilizaciones, existentes durante la acción recíproca. Ahora bien, el aspecto genérico de la acción recíproca jamás desaparece, porque contiene la remisión constante a la totalidad, la fluidez de la existencia.

Complemento de la determinación recíproca: cambio de reglas por inicio de beligerancia. Cuando el enemigo recurre al método de las armas, por ese mismo hecho transforma nuestras acciones, aunque no quisiéramos. Entonces la decisión depende de la acción de aniquilamiento, así indica Clausewitz a la ley recíproca, p. 54.
Comentario a complemento de la determinación recíproca: cambio de reglas por inicio de beligerancia. Uno de los eventos más claros de la determinación recíproca aparece con la entrada en hostilidades abiertas, la declaración de guerra (textual, real o virtual). Con la entrada de uno de los beligerantes al campo de las acciones militares abiertas, el contrario queda obligado a responder en el mismo terreno; entonces acontece un salto cualitativo de la determinación recíproca, y ambos pasan al estatuto de combatientes. La acción recíproca opera constantemente, pero con este salto cualitativo irrumpe clara y dramáticamente. De hecho este aspecto conviene destacarse como el gran salto en la determinación recíproca, y viceversa, un verdadero armisticio degrada la intensidad en la determinación recíproca.

Ni acto aislado ni un solo golpe de fuerzas. La guerra se engrana como parte de un conjunto de eventos, no aparece aislada y súbitamente, para interpretarla requeriremos de contextualizarla, en especial establecer su dependencia con la política. El golpe de fuerzas durante la guerra no se concentra en un único evento, repartiéndose de acuerdo a circunstancias, las batallas se suceden. Con esto Clausewitz nos conduce hacia el conjunto orgánico interior de la guerra. El conjunto de acciones de combate son “campañas” p. 85.
Comentario a “Ni acto aislado ni un solo golpe de fuerzas”. Ya que la guerra se escenifica en un evento colectivo múltiple, de masas de personas, entonces su estudio implica integración, relación, sucesión, estudio de sus fronteras, su alimentación, etc. Con justicia, aquí se diferencia la guerra frente al duelo. Cada fuerza militar ya incluye una totalidad en sí, además la acción recíproca de su lucha agrega complejidad, y constantemente se retroalimenta con la complejidad del cuerpo social donde cada ejército implicado es un trozo (Clausewitz no lo relaciona tan claramente como entroncado a una sociedad, sino a sus “medio político”). Esta complejidad, incluso también acarrea, la perplejidad, porque una realidad tan enorme y en movimiento (enorme semoviente) resulta difícil de conocer; variadas reflexiones de Clausewitz se relacionan con la dificultad de conocer y reconocer esa realidad.
Entonces la evolución de una guerra no depende del evento aislado exitoso, sino de “campañas”, depende de acciones sucesivas, engarzadas hacia el fin del triunfo. Entonces resulta interesante el término campaña, por cuanto implica la continuación de los eventos, su coordinación en el tiempo.

Relación con la política. Este autor ha gustado a destacados líderes políticos, quienes lo citaron aceptando sus teorías. Clausewitz indica que existe subordinación de la guerra al objetivo político, ese es el “móvil inicial” p. 20. La guerra es la continuación de la política “por otros medios” p. 31.
Comentario a la relación con la política. Este aspecto donde la guerra expresa la continuación de la política por otros medios lo cita Lenin, aprobando enfáticamente su contenido[10], por lo que Lenin un político revolucionario aplaude a un militar burgués en una extraña coincidencia. Curioso resulta que Clausewitz un autor de tema militar no absolutice a su propio elemento (la guerra), sino que le reconozca un nivel superior a la política, como motivo de inicio y posiblemente de final. Ahora bien, verdaderamente importante es establecer, el paso entre los ámbitos, ya que la guerra misma ubica un ámbito extremo, una aparición que moviliza a la sociedad, en un sentido definido. Este efecto de la guerra sobre-determinando temporalmente la vida civil de las sociedades resuena llamativamente, por lo que debemos recordar su dependencia con los demás planos de la existencia social. Resalta este aspecto de “desembocar en guerra y salir de la guerra” los dos extremos de su fenómeno temporal, pero el conjunto siempre domina, por eso conviene preguntarse sobre el conjunto de niveles de existencia social que repercuten en la guerra.
Ahora bien las dos citas planteadas ofrecen un matiz diferente. La referencia a la “continuación de la política por otros medios” indica el primado casi absoluto de la política sobre la guerra, la otra referencia indica una especie de dominancia en el borde, para entrar en guerra y para indicar que su objetivo se ha cumplido. Parece que la opinión de Clausewitz no es tan cercana al primado de la política, casi por obvias razones le interesa más la dialéctica interna de la guerra.
Ahora bien, en afán de “enmendar la plana” me pregunto si la citada “continuación de la política por otros medios” no resulta, esencialmente, una delimitación del concepto. Ciertamente, que el poder Ejecutivo del Estado conduce la guerra desde el terreno de la política, pero la presencia de “guerras privadas” y demás, nos indica que cada guerra representa la continuación del lado extremadamente conflictivo de las sociedades, pues la guerra revela una expresión negativa del ser social, no solamente de su “política”, aunque la institución armada esté ordinariamente conducida por políticos. De ahí el concepto marxista de “ley de sobrepoblación” aplicada a las masas enroladas en un ejército[11], entonces la guerra también revela la continuación de la economía por otros medios, y siguiendo la línea del argumento, también la guerra revela la continuación de la cultura por otros medios (recordemos el culto militar del fascismo, enardecido y amenazante mucho antes de iniciar la segunda guerra mundial), y finalmente, la guerra revela la continuación de la moral por otros medios (observemos la moral vulgar del héroe colonialista, tan a tono con el intervencionismo militar de Bush, incluso con tientes de caricatura).

Móviles para la pacificación. La guerra debe terminar por un triunfo o un armisticio, ya sea porque una parte doblega el poder de resistencia de la otra, o bien la continuación de la guerra resulta demasiado costosa para continuar con el esfuerzo bélico. Para Clausewitz dos elementos conforman móviles de paz: imposibilidad de resistir y “el precio excesivo” p. 41-42. La imposibilidad de resistir nos conduce al rendimiento de una parte, y el precio excesivo de seguir conduce hacia el cese de hostilidades. Cuando el desgaste sea “tan grande” entonces habrá de “firmarse la paz” p. 42.  
Comentario a los móviles para la pacificación. La guerra termina, ese es el hecho, un desenlace inevitable, que sobre-determina el proceso mismo, se dirige hacia esa finalidad de pacificación. Ya sea que un bando logra su cometido de doblegar la voluntad de su oponente, ya sea que ambas partes estiman un “precio excesivo” de su esfuerzo bélico. Este segundo aspecto, puede contener una fase intermedia, que es en apariencia lo mismo, pero representa solamente un respiro, durante el armisticio temporal, donde las partes esperan “momentos mejores” para reiniciar su lucha.
La pregunta de fondo es dónde está el momento dominante si en la paz o la guerra. Me inclino a pensar que la paz es la finalidad, el momento determinante, y que la guerra es una irrupción temporal. Quizá un filósofo pesimista estimará que la paz es una interrupción de la guerra, habría que indagar en un Hobbes, Nietzsche, Schopenhauer, Bataille o Ciorán, para encontrar el argumento preciso de tal pesimismo (equivalente a la fundamentación negativa). Si la paz es expresión de la vida, y la guerra la actualización de la muerte, entonces la muerte (organizada, encausada a lograr objetivos políticos, etc.) es solamente un evento episódico.  Bajo este argumento tan general, indicando que el fundamento aparece en la paz, entonces la pacificación no requiere de “móviles específicos”, como causas particulares que irrumpan para finiquitar una guerra, sino que aparecen desde un inicio, sostienen la acción y triunfan finalmente. Particularmente interesante resulta la casi universal declaratoria de pacifismo de los grupos contendientes, al menos en la historia moderna, como justificación ante sus naciones los gobiernos se declaran “arrastrados a la guerra”, como inocentes buscadores de la paz. Parece que el argumento de la pacificación remonta hasta una antigüedad enorme, nos conduce (al menos) a los romanos quienes pregonaban haber impuesto su pax romana[12].  Es decir, el discurso de la paz mediante la piel de cordero esconde al lobo de la guerra, pero la relación me parece más profunda, porque la muerte en juego es para imponer o mantener un sistema de vida, entonces regresamos al signo de la paz. 

La diferencia entra ataque y defensa, privilegio estratégico de la defensa. Diferencia entre ofensiva y defensiva resulta esencial en Clausewitz p. 46. Al teórico de la guerra le parece la modalidad de defensa “más vigorosa” p. 25 que el ataque. Establece el desgaste como una estrategia defensiva esencial, donde se reducen los objetivos (los más modestos posible), implicando un destrucción de la fuerza enemiga tal, que el enemigo se vea obligado a renunciar a sus intenciones. Manifestado en tiempo, la resistencia defensiva implica buscar una prolongación de la acción, un desgaste mediante la “duración” de la acción, donde la prolongación de la acción va a favor de la parte inicialmente débil p. 45. El objetivo más pequeño posible para fijarse es “la resistencia pura y simple” p. 46. La pérdida en eficacia del combate “tiene que recuperarlo a lo largo del tiempo, es decir, mediante la duración del combate” p. 46. Finalmente, la diferencia entre ofensiva y defensiva “impregna todo cuanto hace referencia a la guerra” p. 46. Y de forma, por demás históricamente real, nos conduce hacia los casos donde “el más débil tiene que ofrecer resistencia al más fuerte” p. 47, mediante el agotamiento del enemigo, la duración de combate, tal como lo ejemplifica mediante un caso tan cercano a Clausewitz, el combate de Federico el Grande en la Guerra de los Siete Años.
Comentario a la diferencia entra ataque y defensa, privilegio estratégico de la defensa. El simple distinguir ambas situaciones entre defensa y ataque, ya introduce un nuevo campo de complejidad en la guerra, y como nos refiere a sus modos de conducción, ya abarca un “arte de la guerra”. Mientras la guerra consiste en la decisión de fuerzas, la apariencia indica que a mayores fuerzas de un lado y proporcional debilidad del contrincante entonces el resultado desemboca completamente fatal e inevitable. Sorprendentemente esto no siempre ocurre. Los hechos de la historia indican, que el rival débil también vence al fuerte, alcanzando su triunfo objetivo a despecho de una correlación de fuerzas desfavorable. Clausewitz se refiere a la experiencia cercana de la guerra defensiva de Prusia ante una coalición imponente, cuando tras siete años salió airosa en una prolongada guerra defensiva, en la cual no ocurre una victoria militar en el terreno de las fuerzas ofensora, sino perpetrar suficientes pérdidas al ofensor para decidirlo a terminar sus hostilidades. El tema incluye una “justicia poética” donde, repetidamente, el enemigo pequeño colocado en situación defensiva resulta el ganador final, ejemplificado desde tiempos inmemoriales, donde la sobrevivencia de los pequeños pueblos y Estados se repite consistentemente.  Este resultado se revela tan excepcional como arquetípico, pues se unen los extremos de lo posible contra lo imposible. De hecho, las narraciones interesantes sobre combates repetidamente indican al enemigo pequeño agigantado durante la lucha para lograr el triunfo, casi podría hablarse de un arquetipo de situación para la humanidad, consagrado desde las confrontaciones individualizadas (David contra Goliat) hasta las confrontaciones políticas (el signo de Vietnam)[13]. Estas narraciones interesantes implican también la irrupción de lo imposible, el suceso extraordinario y afortunado, situaciones que traen la gloria a la tierra, es decir, un evento celestial por parecer imposible, rayano en lo milagroso. Y dejando de lado tal consideración, también aparece pletórica y desbordante la complejidad de la guerra, por cuanto deja cualquier elemento de simple resultado cuantitativo (la acumulación directa de fuerzas) para irrumpir en los temas cualitativos (la conversión de la fuerza en su contrario, y viceversa la conversión de la debilidad en fuerza). Entonces, mediante la posibilidad de la parte débil tornándose en la ganadora, la estrategia aparece como un juego de inteligencia, un extremo donde desde lo posible nace lo imposible. Incluso el estratega y líder de la defensa resulta creador de ese aparente imposible, por cuanto pudiera convertir al débil en ganador de la guerra. 

El único medio es el combate, el resto resulta complemento; el corolario indica que la decisión por armas es la verdadera decisión de la guerra. Para establece la unidad del concepto Clausewitz nos indica que entre los medios de la guerra solamente existe verdaderamente uno “el combate” p. 48. El combate es un todo organizado. La decisión por las armas es como el pago metálico final de las transacciones financieras.  Entonces la destrucción de fuerzas enemigas es el medio supremo, ante el cual todos los demás medios se esfuman o eclipsan. En guerra la ley suprema “la decisión por las armas” p. 57.
Comentario al único medio es el combate, el resto resulta complemento; el corolario indica que la decisión por armas es la verdadera decisión de la guerra. Entre los medios de guerra conviene establecer la unicidad de su materia, donde la “hora de la verdad” está en el combate, por lo mismo, se desestiman sus condiciones (precedentes) y consecuentes. La formación de unidades de combate (las fuerzas militares mismas) solamente resulta un accesorio, respecto de su “hora de la verdad en el combate mismo”, por tanto la utilización de fuerzas implica que las fuerzas no utilizadas, finalmente, es como si no existieran o desaparecieran, únicamente cuentan las fuerzas empleadas en el combate.
Esto lo relaciono directamente, como correlación y metáfora, con el acto de venta en el mercado, el resto son los componentes, la creación del objeto, pero solamente en la venta se determina la valía del objeto, adquiere su realidad económica efectiva. Entonces la venta es “el día de juicio final” del mercado, asimismo el combate es el “juicio final” de los ejércitos y su entera logística acompañante (junto con el arte y ciencia de la guerra).
Ahora bien, de acuerdo a lo ya planteado el combate consiste en un conjunto organizado, donde el filo del combate (la confrontación armada misma, el choque) marca el terreno. El ejército combatiente en sí mismo forma un conjunto organizado de unidades, que se estructuran con vistas a ese choque. Hacia el mando supremo los vínculos son denominados “hilos”, dichos vínculos el mando debe integrarlos, para estructurar las fuerzas orientadas al “choque”.
El corolario, resulta evidente, ya que el choque es la verdadera moneda de la guerra, entonces la decisión en tales choques implica la decisión de la guerra. El resultado de las batallas, decisiones por armas, indica la balanza de la guerra. Antes de la batalla todo es posibilidad, los ejércitos son posibles vencedores y vencidos, únicamente este choque armado determina su existencia real de vencedores y vencidos.

La existencia del soldado solamente tiene un fin. El soldado se recluta, viste, alimenta, etc. solamente con vistas a un momento, el momento del combate, “a combatir en el momento y lugar oportunos” p. 49.  El sujeto convertido en soldado, el proletariado refuncionalizado y el cognitariado próximo.
Comentario a la existencia del soldado. Aparece una reducción de la persona en torno a una función, la integración a un papel definido y preciso. ¿Esto es el resultado de un acontecimiento histórico o ya resultaba una noción corriente desde mucho antes de Clausewitz? Una anécdota biográfica, medida en la escala actual, me estremece ligeramente, Clausewitz inició su reclutamiento a los doce años, a los trece o catorce ya estaba participando en acciones bélicas, y jamás abandonó su vida militar. La misma existencia del soldado se ha convertido en estrecha y delimitada para el fin militar, posiblemente convenga compararlas con las consideraciones militares de la Antigüedad y la Edad media, donde pueden encontrarse las apariciones de lo inespecífico, lo no militar. Por el lado de la utilidad y la funcionalidad, la afirmación de Clausewitz resulta sólida e incontrovertible, pero desde el humanismo resulta estremecedora y desde la filosofía resulta carente de profundidad. Sólido: el soldado solamente existe en función del combate, cualquier otra consideración sobra. Además esta existencia se debe demostrar en una oportunidad de espacio y tiempo: acudir al lugar del combate. Unicidad de la formación del sujeto soldado para que cumpla su función de combatiente, luego su organización para que acuda en el espacio-tiempo justo, alcanzando el puesto de combate. El soldado es una creación desde afuera, controlado desde la entidad político-social (el ejército), inculcándole una disciplina, que lo encausa completamente, y permanece arropado (uniformado) por su existencia funcional: “El soldado es reclutado, vestido, armado, instruido; duerme, come, bebe y marcha únicamente con vistas a combatir en el momento y lugar oportuno” p. 49. Conviene hacer el parangón con el vendedor, quien solamente es reclutado con una finalidad, por eso cobra a destajo y no recibe más pago que cuando realiza el momento cumbre de la venta. La simpleza resulta atemorizante, la entera existencia del soldado forjada para aparecer durante el instante del combate, y en la polaridad de su situación, es lícito decir que solamente vive para enfrentar la muerte durante el combate. Fuera del combate la existencia entera del soldado implica preparación. En esta frase escueta emerge un verbo sintético y pletórico de contenido, que revela la nueva naturaleza del soldado mostrada por Clausewitz, la palabra es “reclutado”. Con este término se sintetiza la entera novedosa fábrica de creación de militares. Indicábamos arriba la novedad histórica de Prusia, instituyendo un servicio militar universal, de tal forma una masa enorme de la población se integra regularmente a la milicia[14]. Esa enorme masa de reclutas, en un periodo de constantes guerras salpicadas de tremendas mortandades, indica un acontecimiento económico, la existencia de una sobre-población candidata a morir, lo que representa una “ley específica de sobre-población”, es decir, exceso de vida convertido en exceso de muerte. Ahora bien, esta existencia unidimensional del soldado no resulta ajena al genérico destino humano, donde la muerte siempre finaliza la corriente del río de la vida, de tal manera el soldado individual encuentra su sentido, en base a la terrible misión individual que encara y cumple. De variadísimas maneras, cualesquiera ideologías se enfrentan al tema de la finitud de la vida, de tal manera la adaptación a la finitud resulta universal, incluso esto lo sacraliza una vertiente existencialista[15].
Ahora bien, comparando la integración del proletario (o campesino, pero ya compatriota) a un ejército desde el siglo XVIII hasta el XX, con las variaciones más recientes, percibo que sí existe una tendencia hacia el cambio. El paulatino paso desde un proletariado (trabajo manual predominante) hacia un cognitariado (predominio de lo tecnológico intelectual en el trabajo) parece que está desmasificando al ejército y especializando más al soldado. Si bien, el sometimiento del soldado a su institución sigue siendo una ley inherente, ahora la preparación va adquiriendo nuevos matices, y el ejército mismo cambia su figura. La pregunta es si el sujeto desde el cual se forja la sociedad, el cognitario, por su naturaleza alterará radicalmente la figura del soldado, todavía predominante en el siglo XX, al menos la figura externa del soldado parece que ya está modificada[16]

La totalidad organizada y el control. Como el combate es una totalidad organizada, el mando busca hacerse con todos los hilos, p. 49.
Comentario a la totalidad organizada y el control. El ejército combatiente es un conjunto, pero formado por partes, por unidades de combate, las cuales deben coordinarse para encausar al esfuerzo bélico, entonces un mando requiere de un “tejido” de “hilos”. El texto no ahonda sobre la naturaleza de tales hilos, y aprovecho para remontarme a los mitos iniciales de la comunicación, donde la diosa-araña teje los hilos del destino. Ahora bien, el medio para lograr grandes ejércitos es alcanzar grandes tejidos, enormes organizaciones, por lo que el “hilo” representa una complejidad de relaciones mediante las cuales los soldados están enlazados con un mando superior, estas relaciones pueden aparecer sencillas pero son complejas (flujo económico, de cultura, de comunicación, de emociones, etc.). De ahí, que los grandes ejércitos por regla requieren de facilidades espontáneas para grandes tramados de esos hilos, por eso las masas de Naciones, ya integradas en su hilo comunicativos, son una plataforma extraordinaria para crear grandes ejércitos[17]. Además, cualesquiera métodos de comunicación resultan elementos constitutivos para el buen funcionamiento de los ejércitos, de ahí el interés de la milicia por acaparar o controlar los avances en las comunicaciones[18]. Ahora bien, en la operación defensiva también los ejércitos desestructurados, en situaciones excepcionales, son muy efectivos, tal como lo demuestra la historia de Vietnam y de otros casos colocados bajo el rubro de “guerrillas”. La imagen del enjambre de abejas o avispas en apariencia muy desorganizado atacando a un toro resulta una lección ejemplar; la dispersión organizativa se compensa cuando existe unidad de voluntades y de propósito. La desorganización del defensor también puede servir como un argumento para empantanar y desgastar a la fuerza ofensora.  

El retraso de la acción. El método que excluye la efusión de sangre no es el natural a la guerra, y su prolongación solamente lleva al “retraso de la acción” p. 56.
Comentario al retraso de la acción. El método de elusión de las batallas, de armisticios reiterados, y similares le parece a Clausewitz que no es el natural de la guerra, y por eso de poco sirve al fin militar. En ciertas apariciones, le parece una posposición, por lo mismo un desperdicio. En contra de su opinión, existe un caso afamado de esta táctica, también denominada táctica dilatoria, que es del general romano Fabio, quien eludió sistemáticamente el enfrentamiento contra Aníbal el cartaginés de los elefantes, procurando su desgaste en exceso. Luego el nombre de este general romano fue motivo de inspiración para un movimiento laborista reformista inglés denominado “fabiano” importante en su escenario político. La evaluación de tales métodos guerreros escapa a mis intenciones, pero resulta significativo este método con las pretensiones humanistas de evitar derramamientos de sangre, evidentemente a Clausewitz le interesa más la eficacia de los métodos militares, y la evitación de batallas no parece alcanzar la efectividad final[19].
La motivación humana más grande. De todos los grandes sentimientos “ninguno es tan poderoso y constante como la apetencia de honores y de gloria” p. 71. Conviene hacer un parangón con la motivación de deportistas, y preguntarnos sobre la esencia de tales honores.
Comentario a la motivación humana más grande. Me pregunto si representa una característica profesional de los soldados de carrera, quienes se han acostumbrado a la búsqueda de honores y gloria de sus congéneres. Diferentes disciplinas aceptarán otras motivaciones como la necesidad (los intereses materiales) de la economía, el placer (de la psicología) y la salvación (de la religión). Respondo que, ciertamente, el generalizar la idea del “reconocimiento” es importante, comenzando con esta modalidad militar de tal reconocimiento plasmada en los honores y gloria[20]. Conviene tomar en cuenta el contenido positivo de esta retribución de honores y gloria, ya que los soldados lo arriesgan todo, y en el mundo civil y cotidiano la conquista de honores y gloria resulta tan escasa. Esa rareza de la gloria cotidiana y civil también motiva que las justas deportivas hayan sido acogidas con tanto entusiasmo por las masas, pues en el deporte se otorgan reconocimientos y una alabanza glorificadora. Mientras el deportista es recompensado, inventando al héroe comercial, también la masa de aficionados gana su gratificación. Por simple proyección el deporte permite que el aficionado comparta las migajas de los honores, cuando grita emocionado desde las gradas de un estadio o sentado ante un televisor: “ganamos”. 

La visión-olfato de conjunto evita la confusión. La complejidad de los elementos que inciden en la guerra, estima Clausewitz, implica que sin “olfato” para percibir la verdad de conjunto, se caiga en la confusión, p. 86.
Comentario a la visión-olfato de conjunto evita la confusión. El principio de la totalidad que parece tan filosóficamente elevado y ajeno a la práctica, aquí se revela como enteramente útil para el desempeño en las batallas.  Un aliado esencial de las derrotas es la confusión, entonces la claridad es ingrediente de victoria. De hecho, la entera teoría de la guerra que nos ofrece Clausewitz es una apelación constante para captar el conjunto, superar los accidentes y entender perfectamente la relación del evento particular en una perspectiva global correcta, ahora el tema reaparece en el punto decisivo de la acción bélica misma. En cuanto a la conducción de la guerra, el general-conductor requiere una capacidad para el desciframiento inmediato de la situación (la batalla misma) porque la multiplicidad de informaciones presentes genera un cuadro caótico de conjunto, por lo mismo una cualidad natural de los grandes conductores de guerras es ese “olfato” para moverse en el conjunto sin perderse en los detalles. Clausewitz cita aprobando a Napoleón, su gran enemigo, quien indicó que el “problema matemático” del campo de batalla puede exigir del talento de un Newton o un Euler para resolverlo. 

Epílogo: la velocidad del conjunto y una película. Recuerdo una cita donde descubre que  “un ejército marcha a la velocidad de su hombre más lento”, esta es una importante lección para indicar el encadenamiento de la cooperación entre los grupos humanos, y suele suceder  que el elemento más lento desea imponer su ritmo de marcha al equipo, y estando de acuerdo con esa afirmación, me remonto a pensar que los pensamientos lejanos siguen conservando sus granos de verdad. No es casualidad que Clausewitz se siga enseñando en las escuelas militares, así, en una película reciente, el comandante ante los reclutas cita Clausewitz, cuando dice que si continuas con tu misma táctica el enemigo se adaptará a ella. Un concepto lanzado en un contexto tan lejano y distante como 1830 reaparece en escenarios tan lejanos y casi absurdos, como las imaginerías sobre la guerra de Afganistán. Los granos de verdad se conservan a la distancia, aunque se hayan originado en regiones distantes y realidades tan diversas. Entonces los disparos distantes sobre Clausewitz lo reviven en vez de acabarlo, cada tiro certero lo levanta, muestra su talento y buen juicio, indicando la posibilidad de engarzar el pensamiento sobre la guerra en el conjunto de las demás ciencias humanas. Ciertamente, la guerra en esencia es una desgracia para la humanidad, una comprobación del fracaso de la sociedad, sin embargo su estudio revela múltiples facetas de la existencia social e individual, su atento estudio permite aproximaciones al gran bosque del saber.

NOTAS:

[1] Este estudio se basa en una versión parcial de la obra, la versión inglesa de De la guerra definitiva consta de 580 páginas. Me baso en la edición de Editorial Grijalbo, con el título de Arte y ciencia de la guerra.
[2] HEGEL, G.W.F., Fenomenología del Espíritu (en adelante denominada como FE), p. 116, “El individuo que no ha arriesgado su vida puede sin duda ser reconocido como persona, pero no… como autoconciencia independiente. Y del mismo, modo cada cual tiene que tender a la muerte del otro, cuando expone su vida…” Es decir, el motivo del enfrentamiento entre señor y siervo no es la escasez (como en Marx, El capital, capítulo V y Grundrisse) sino la estructura de la autoconciencia durante una fase limitada de sus realización.
[3]Fenomenología del Espíritu, p. 119. “En efecto, esta conciencia se ha sentido angustiada no por esto o aquello, no por este o aquél instante, sino por su esencia entera, pues ha sentido el miedo de la muerte, del señor absoluto. Ello la ha disuelto interiormente, la ha hecho temblar en sí mismo y la ha hecho estremecerse cuanto había en ella de fijo. Pero este movimiento universal puro, la fluidificación pura de toda subsistencia es la esencia simple de la autoconciencia, la absoluta negatividad”.
[4]Fenomenología del Espíritu, p. 120.
[5]Fenomenología del Espíritu, p. 120
[6]Notemos que la teoría de Hegel pone el acento en una enorme dificultad de la conciencia humana para encontrar su espejo adecuado, la conciencia continuamente se pierde y no encuentra la imagen correcta para reconocerse o realizarse.
[7]Fenomenología del Espíritu, p. 121
[8] La cercanía temporal es asombrosa, incluso mueren en el mismo año de 1831 con dos días de diferencia. Y su nacimiento tiene poca distancia de una década. Ambos hijos de Prusia, Estado de geografía discreta pero de importancia estratégica. Claro que las andanzas del militar son más azarosas, y lo conducen al exilio y la prisión en el extranjero.
[9] CANETTI, Elías, Masa y poder.
[10] LENIN, Vladimir I., La guerra y la revolución, en conferencia de 1917, en Entre dos revoluciones, p. 192-195.
[11] MARX, Karl, Grundrisse para el concepto económico de la ley de sobrepoblación y KORSH, Karl, Escritos políticos para la aplicación política de la ley de sobrepoblación en la guerra.
[12] Cf. NEGRI, y HARDT, Imperio.
[13] El rival pequeño agigantándose está pletórico de referencias psíquicas, desde las narraciones infantiles donde el pequeño es la representación del niño en crecimiento. La otra estructura interesante de la batalla son los contendientes parejos, cuyo equilibrio de potencias le otorga el atractivo a una lucha sin decidir, sino hasta su desenlace. El tercer caso, de un contendiente gigante que triunfa no posee ningún atractivo literario.
[14] Cf. ANDERSON, Perry, El Estado Absolutista, Transiciones de la antigüedad al feudalismo, y Las antinomias de Antonio Gramsci. En estas obras también subraya la imposibilidad de la masificación del reclutamiento en la época feudal por el antagonismo entre aristócratas y los siervos, por lo que no fue aceptable el reclutamiento masivo de siervos en el ejército, al contrario resultaba común la contratación de mercenarios extranjeros para engrosar los ejércitos. Así, la formación del soldado-aristócrata medieval es ajeno a las tesis de Clausewitz.
[15] HIEDEGGER, Martin, El ser y el tiempo, enaltece la importancia del enfrentamiento con la muerte para convertirlo en el eje de la autenticidad existencial, indicando que solamente encarando a la muerte se alcanza la autenticidad en la existencia.
[16] Cf. TOFFLER, Alvin y Heidi, El cambio del poder.
[17] ANDERSON, Benedict, Comunidades imaginadas. En sentido contrario, Herodoto se sorprendía de que los grandes ejércitos de Darío fueran tan heterogéneos.
[18] MATELLART, Armand, La comunicación-mundo.
[19] También las cautelosas recomendaciones de Sun Tzu para evitar confrontaciones no buscadas, van en sentido contrario.
[20] En buena medida, la dialéctica de la relación entre los sujetos plasmada en la Fenomenología del espíritu gira en torno al reconocimiento sucesivo, sin embargo, esta palabra también enlaza un progreso del conocimiento y una revelación sucesiva de la profundidad de los sujetos.

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