Por Carlos Valdés Martín
El papel multifuncional de la
idea de generación
Esta idea de las generaciones articula su argumentación en torno a las
relaciones cambiantes del agrupo con su mundo[1].
Por medio de la idea de la generación surge un intento para resolver la
antinomia (rígida, esquemática) entre las concepciones opuestas del
colectivista y el individualista, el socialismo y el “privatismo”, el
totalitarismo y el liberalismo. Muchos pensadores precedentes han tomado un
elemento pretendiendo anular al otro, o bien encuentran ambos elementos sin
conexión ni flujo, por lo que el conjunto permanece quebrado. La idea de las
generaciones define un núcleo metódico en el pensamiento de José Ortega y
Gasset, quien en vías de explicar la superación de tal dualidad observa: no
cabe separar héroes de masa, porque la vida histórica es convivencia. En la
superación de esa antinomia está la generación, que concebida como el "compromiso
dinámico entre masa e individuo, es el concepto más importante de la
historia"[2].
Una época de antagonismos generacionales fructificó en esta clase de
reflexiones. En los largos periodos de acuerdo entre abuelos, padres, hijos y
nietos no posee sentido encumbrar una reflexión sobre la especificidad de las
generaciones. El pensamiento tribal y antiguo no tiene amplias reflexiones
sobre la ruptura temporal, sino cristalizaciones de la continuidad entre padres
e hijos, como el culto a los antepasados, ritos iniciáticos de pubertad y la
mitología de los orígenes. Mientras la tradición parezca sagrada y los pueblos
veneren su pasado como la brújula a seguir invariable no se aprecian las
fisuras generacionales. El pensamiento mitológico, según la clasificación de
Eliade implica que el tiempo se desplaza entre fundaciones y emanaciones; primero
un inicio completo del tiempo, sigue su emanación y termina en un agónico final
(modelo biológico) de tal manera que no existe una efectiva acumulación lineal
del tiempo, por más que los calendarios cuenten años transcurridos[3].
En una cronología mítica no existe espacio para observar las variaciones
generacionales, únicamente dioses, avatares y héroes colocan una muesca en la
gran rueda del ciclo cósmico. Ya sea en estructuras tribales, continuidad de
grupos venerando sus costumbres o un tiempo mítico, en ninguna de esas
circunstancias opera con eficacia el desdoblamiento generacional.
Si bien, el fenómeno resulta anterior y acontecieron roces generacionales
entre ciudadanos de las polis griegas
o entre inquietos renacentistas, su efectiva vigencia es posterior. El
principio de siglo XX ya marcó con claridad una época de los antagonismos
generacionales. La Primera Guerra
Mundial ha sido descrita, en un aspecto importante de las confrontaciones
militares, cuando se comenta la frialdad con la que los ancianos mariscales
enviaban a la tumba a las juventudes en base a la necedad táctica de enfilar
cargas de infantería descubierta contra las ametralladoras anidadas en
trincheras. La guerra de trincheras, mandada por los militares ancianos que
sacrificaban alegremente a la juventud de su país contra la del país enemigo, marcaba
la sepultura de la unidad generacional. Esa guerra no era la primera ocasión en
la historia en que los viejos militares sacrifican a los hijos de su patria en
aras de Marte, pero nunca antes aconteció de un modo tan mecánico y absurdo,
donde a eso se agrega una aceleración del tiempo histórico, rasgo significativo
de la modernidad. El sello moderno del presente se modifica en la progenie. Este
modernismo y ruptura de generaciones contrasta con el pasado, aunque exista ya
el fenómeno en semilla, por ejemplo, en la antigua Roma, el mundo de los viejos
generales romanos y el de los jóvenes soldados era uno y el mismo, se acunaba
entre ellos una solidaridad muy profunda; la diferencia mínima entre unos y
otros se reducía a los nuevos cuerpos acuñando en el troquel de una realidad
inalterada. Poco conocidos y reconocidos por la historia, pero sí existieron
conflictos de tipo generacional entre los antiguos romanos según relata Tito
Livio[4],
pero tales diferencias no cristalizaron en grandes pliegues espirituales, en
estrictas generaciones perfectamente delineadas como sucede en la modernidad. Esa continuidad estricta de más de lo mismo (una
generación calcando a la anterior colectivamente) no ocurre en el presente y ya
no volvería a ocurrir.
La idea ordinaria sobre la generación, resulta un pálido esqueleto cuando
se compara con el fermento que nos regala el razonamiento de Ortega. La
relación meramente reproductiva que confronta a padres e hijos no indica el
ritmo (la música y compás) de la historia, por eso nos señala un hecho y no una
explicación. Se requiere de amplitud de miras para que la generación delinee el
nudo que ata la cuerda entre el individuo y la masa, la minoría y la plebe, el
pasado y el porvenir, el presente y sus posibilidades, la sensibilidad y la
razón, la vida y la cultura.
El arte de la explicación racional, en efecto requiere de atar los nudos de
los polos contrarios, siendo posible mostrar la conexión oculta entre lo que
hace colisión en la superficie engañosa. A través de la generación nos
obligamos a liarnos con el sentido del presente, lo que Ortega llamó "el
tema de nuestro tiempo".
El ciclo de la generación
Ante todo la idea de la generación sirve para revelar un cambio colectivo,
que se presenta simultáneamente. En la superficie, de repente, se presenta un
cambio en la sensibilidad. Al mismo tiempo y como “puestos de acuerdo”, los
hijos muestran distinta sensibilidad, que abarca todos los ámbitos de la vida y
completos a los miembros de cada sociedad, tanto las minorías como a las
muchedumbres. La sensibilidad común entre los pocos y los muchos permite su
entendimiento, en base a un común denominador que el pensador indica como la “altitud
vital”, la disposición a la respuesta ante los desafíos del mundo.
La natural renovación biológica presenta un cambio de personas de acuerdo a
un periodo aproximado de quince años, correlacionando los procesos de madurez
biológica y psíquica. Estableciendo una correspondencia aritmética dividimos los
periodos de vida como sigue:
Infancia 0-15 años
Juventud 15-30 años
Madurez 30-45 años
Vejez 45-60 años
Este cuadro no pretende establecer un ciclo individual de vida, sino
armonizar la base biológica con la idea de que el conjunto de miembros de una
sociedad capta simultáneamente su mundo, estableciendo un lazo sensible frente
a los predecesores y sucesores, frente a los cuales no existe ese lazo horizontal
(sincrónico) sino una conexión frontal (diacrónica). Y por esa conexión frontal
(infancia frente a juventud, madurez y vejez, juventud frente a infancia,
madurez y vejez…) se determinaría una mutua exclusión de vivencias y
perspectivas, por ser el otro corte generacional. Encontramos simultáneamente
varias edades, con distintos momentos biológicos con la convivencia de cuatro
tipos de grupos. Digamos que tal convivencia integra o debe de hacerlo entre
los segmentos, pero contiene un factor impermeable, por ejemplo los niños no
cuentan cuentos de niños; las generaciones mayores poseen nostalgia creciente e
ideas más fijas, etc.
Especulaciones sobre las
divisiones de quince años
Si bien, en la perspectiva moderna tales divisiones en periodos de quince años
suenan a una aproximación sensata, también debemos observar que en otras
sociedades el tiempo de maduración varía enormemente. Observadores de la
historia, la psicología y la sociología notan que el periodo de maduración
varía enormemente. El matrimonio temprano ha sido un factor típico en
sociedades agrarias y esa reproducción temprana se especula como de grandes
consecuencias en la formación psíquica[5].
Se ha anotado que en la Edad Media
al niño se le trata como un hombre pequeño y no se aceptaba un periodo de
esparcimiento y juegos, sino una transición rápida a las responsabilidades
laborales, empezando por casa[6].
Entonces, siendo un factor variable esa división temporal entre las
generaciones, al menos creo interesante su validación, como una posición. En especial la cualidad
del tiempo de cada una de las edades humanas con su ritmo y significado resulta
interesante en la interpretación de las generaciones. Veamos. Infancia:
cambios rápidos, casi no percibidos, sin acumulación captada, opera en el
presente perpetuo, la eternidad del ahora, sin pasado ni porvenir, pero
engarzada en un ritmo del cambio de ánimo veloz sin transiciones; además
pareciera que no existe una clara autoconciencia, por tanto la alta tasa de
cambios no se acompaña por la percepción clara de los mismos; intensidad
suprema en el ahora, predominio de las emociones sobre los argumentos. Juventud:
cambios rápidos con inicio de conciencia de ellos, donde la conciencia puede
aparecer tan intensa que desconcierta (por ejemplo, vocaciones heroicas
increíbles, el “niño héroe” es un joven heroico; aparición del futuro en la
consideración del horizonte temporal; vivencia clara de los saltos casi sin
continuidad, dramatismo del cambio, el tiempo de las crisis y las metamorfosis;
dominio del presente como urgencia, plenitud del ritmo acelerado, clímax de la vitalidad; surgen sorprendentes
capacidades, nace la proeza. Madurez: estabilización de los cambios como
tendencia, aparición de la percepción de la acumulación; adquisición de la
compleja triple vista sobre el tiempo (la “tri-temporalidad” de
pasado-presente-futuro); primera conciencia del pasado perdido (el paraíso
perdido de la inocencia[7]);
sentido de la normalidad de ese ritmo; rechazo sobre los otros ritmos previos de
la existencia; surgimiento de un estado de plenas fuerzas (el narcisismo del
maduro); la eternidad captada como acumulación o realización presente. Vejez:
entrada en el ritmo descendente o pausado, reducción de la vitalidad; tendencia
extrema hacia la acumulación (la divisa de conservar, guardar, atesorar,
recordar); cambio lento, que se trata de ignorar por resistencia a la muerte;
la eternidad concebida preferentemente como el más allá, anhelo de otra vida;
mirada hacia atrás, dominio de la nostalgia. El conflicto generacional, en
parte, se puede interpretar en base al choque de tales tiempos contrapuestos de
infancia, juventud, madurez y vejez. Cada generación concebida en su conjunto único
la podemos ubicar como un pliegue en el tiempo, una oleada sobre una superficie
de contrapuestos ritmos de vida y percepciones temporales discordantes.
Producción de personas, de
cosas y generaciones
La visión corriente y casi unánime del marxismo se desentiende de la
sutileza de la producción de las personas, porque la misma complejidad de la
reproducción (como nos los permite el idioma español) implica una entidad más
compleja, ya que la objetividad del producir, resulta relativizada por las
intrincadas mediaciones de las biología y la formación de las personas. Si
bien, el tema de la reproducción fue tratado ampliamente por la obra tardía de
Engels, la situación de permanecer centrada en algunos aspectos políticos, como
la creación del Estado y su evolución, así como el énfasis en las instituciones
familiares, dejó de lado el aspecto obvio de la creación de las colectividades
humanas[8].
En ese sentido, la visión ordinaria marxista fue una teoría de la producción de
los sujetos mediante las condiciones de producción (del tipo fábrica, salarios,
nivel de ingresos, explotación…) dejando de lado la reproducción de personas,
tanto en el nivel inmediato (lazos consanguíneos, población) como mediato
(grupos nacionales, idiomáticos, identidades colectivas…). Ese desequilibrio
significó que Ortega y Gasset parece un rival intelectual completamente ajeno a
las visiones del materialismo histórico, pero hecha tal apreciación
comprendemos inmediatamente, que el tema de las generaciones era importante
para cubrir el panorama de la forja de los sujetos sociales, donde la simple
producción de una masa poblacional en un tiempo, recibe una compleja impronta
emanada de la relación entre las edades y la situación social, estableciendo un
proceso productivo doble (el
entorno concreto produciendo las sensibilidades colectivas, y los grupos
produciendo un entorno conforme a sus tendencias). Comprender las generaciones aporta tanto
vitalidad (conexión con un flujo cambiante del acontecer que se liga con las
personas) como agrupamiento (al simultaneidad de un nosotros, desagregado pero
realista) a la comprensión de un horizonte social.
Las deficiencias en la visión
de generaciones empíricas
Esto significa que la visión de las generaciones es una aportación
importante al conocimiento social, pero esta aceptación de entrada no significa
que siempre las interpretaciones sociológicas en base a generaciones sean
teórica y empíricamente correctas. Varias descripciones empíricas pecan de
localismo (proyectado sobre el mundo) junto con agregados empíricos sin
conexión alguna, por ejemplo las definiciones de “Baby Boomers”, “Generación X”
y “Y”, no están centradas en la entidad colectiva, la autodefinición (la
producción al interior del colectivo) del grupo humano en el tiempo, sino por
eventos de su entorno o rasgos
demasiado generales (hasta cortes de fechas arbitrarios), sin especificidad
para su generación. En definitiva y
en descargo de tales visiones empíricas, el medio más sencillo para clasificar opera en base a eventos empíricos, pues su
existencia parece incuestionable (sucedió esto y aquello en tal fecha), pero un
evento histórico está relacionado indirectamente
con la población, depende de la interpretación. En ese sentido, no es tanto la
guerra o el terror sino la experiencia
masiva de las mismas de acuerdo al “ser de la generación”, lo que importa;
depende del contexto humano (la tesitura de sensibilidad colectiva) que esa
guerra sea posible y el modo de su interpretación. Las guerras de intervención
extranjera para la opinión pública de Estados Unidos parecían irrelevantes
(enfoque pacifista anterior) o heroicas (enfoque belicista previo), hasta que
se modifica la sensibilidad de la generación, y surge un repudio intenso contra
el imperialismo norteamericano surgido en la juventud; entonces en esa
coyuntura observamos la nueva sensibilidad de una generación. A través de la
contextura interna de la generación se define el evento (Guerra de Vietnam)
como el hito que relaciona una generación en su experiencia colectiva.
Y en particular, cada generación debe ser descubierta como actor de su historia, pues no existen
más protagonistas (las cuatro generaciones entrelazadas) a los cuales recurrir.
Ahora bien, las generaciones son otra manera de entrelazar la entidad colectiva, pues también están presentes las
otras dimensiones como la producción material, los fenómenos sociales de otro
tipo como lo nacional, cultural, bélico, etc.
El sándwich del tiempo
En esta perspectiva el aspecto que importa más es la sucesión de
convivencia de los grupos humanos, quienes comparten una lucha en tres tiempos:
pasado, presente y futuro. El grupo de los nacidos en un periodo simultáneo
cuenta con su propia espontaneidad, forjada sobre el terreno de su situación
colectiva no repetible, lo que de inmediato define su sensibilidad (explosiva y
rebelde, retraída y conservadora, sutil y elocuente, aguerrida e irreflexiva,
etc.) Se vive como en un sándwich entre lo que: “ya fue”, “es” y “será”.
Brotando desde la semilla del pasado reciben un legado, sobre el cual establecen
su continuidad o ruptura.
En general, toda la historia humana es una relación entre premisas y
proceso productivo, entre condiciones recibidas por la naturaleza y el trabajo
previo, llamado trabajo muerto[9]
y las finalidades presentes de los sujetos, que modifican el mundo material.
Esa relación general entre trabajo muerto como la premisa del trabajo vivo es insuperable
para la historia, pues define su condición misma de posibilidad; es decir, el
trabajo pretérito resulta la premisa sine
qua non[10].
Sin embargo, en las sociedades de escasez (digamos todas lo han sido[11])
esa relación se convierte en una pesadilla de continuidad involuntaria, una
pesadilla donde el pasado domina sobre el presente. Esa doble relación fue
puesta como paradoja por Marx ante el fenómeno más llamativo del siglo XIX: las
revoluciones burguesas. Cuando los líderes de las revoluciones burguesas están
acelerando las condiciones de vida social "conjuran temerosos en su
auxilio los espíritus del pasado", pero cumplieron la misión de su tiempo,
por lo que "En esas revoluciones, la resurrección de los muertos servía,
pues, para glorificar las nuevas luchas". En términos de Ortega esas son
las épocas de heterogeneidad, incluso aparecen como lobos con disfraz de
cordero, donde la inestabilidad en las respuestas marca cambios constantes,
donde se presenta un dominio de los jóvenes que rechazan lo establecido, ponen
a la moda lo antiguo pero es un disfraz y se vuelven modernizadores.
En otros casos, el mismo movimiento social repercute en la situación de
esterilidad, de dominio completo del pasado sobre el presente, cuando los
muertos dominan como una pesadilla el cerebro de los vivos y no los dejan
existir. Ese fue el caso del segundo Napoleón enseñoreándose sobre la nación
francesa, por lo que "no hizo más que dar vueltas el espectro de la
antigua revolución(...) Los franceses(...) no podían sobreponerse al recuerdo
napoleónico(...) No sólo obtuvieron la caricatura del viejo Napoleón, sino al
propio viejo Napoleón en caricatura"[12].
En ese caso la repetición de la historia, la compulsión por repetir es
perniciosa, mera caricatura o fantasmagoría, mostrando el predominio de una fe
historicista y burla del calendario cíclico[13].
En términos de Ortega se trata de épocas de homogeneidad donde el modo de
asimilación es repetitivo, de estabilidad, con el consiguiente dominio social
de los adultos-viejos y esos son periodos seniles donde se adora la repetición
y el objetivo global social pretende la restauración y consagración del pasado[14]
.
En particular del 68 mexicano
Estos trazos sintéticos sobre el aspecto generacional del 68 mexicano no
agotan la densidad del tema, es un esbozo sencillo donde el evento (movimiento
político-social) muestra la situación generacional en México. Resultado de un
periodo de urbanización y auge en el desarrollo capitalista (atrasado, con
enormes deudas sociales) emerge una nueva generación, los jóvenes de 16 a 18 años en las escuelas
preparatorias, y de 19 a
23 en las licenciaturas. Si sobre ese eje tomamos como centro los 20 años,
hacia atrás tendremos los estudiantes del final de la escuela primaria o inicio
de la secundaria (13 años) y hacia delante encontramos a los profesionistas
jóvenes, muchos colocados en el mismo aparato educativo y los escalones más
bajos del gobierno, hasta los 27 años. El tema del corte entre los años para
considerar la generación resulta difícil y polémico, no creo exista un consenso
para definir un corte temporal, cuando también existe una exigencia por
lograrlo. En este caso particular, la cresta de la ola (el evento del año 1968)
nos facilita el análisis al colocar la
cresta de la ola, un punto más alto, en torno al cual actuaron los jóvenes
de diversas edades, igualándose en el mismo movimiento.
A nivel sociológico, además de una sensibilidad común de los jóvenes
urbanos (gustos musicales, tendencias anímicas, preferencias deportivas, entretenimiento,
moral espontánea…), concentrados en la ciudad de México (epicentro absoluto del
movimiento del 68), pero secundado por casi toda la educación superior (paros y
huelgas en las demás universidades), se suman procesos de intensa convivencia.
Además de la juventud común los universitarios y politécnicos mexicanos tenían
dispositivos de intensa convivencia, con comedores y cafeterías universitarios,
internados para los estudiantes de cada provincia, equipos deportivos y
estadios de las grandes escuelas, federaciones estudiantiles… en fin una trama
de convivencia e identificación del estudiantado[15].
En esa coyuntura de unificación de la generación estudiantil urbana se
perfila el movimiento político social, cuando en México: “El autoritarismo
acapara el futuro para una elite detentadora, y esa clausura del juego de las
posibilidades futuras resulta más resentido entre la generación nueva, los
jóvenes desean el “dejar hacer” de un modo más radical que los adultos, y una
hambre de futuro aparece en algunas coyunturas. Para la juventud a nivel
mundial el año 68 marca hambre de futuro; entre cualquier situación emergieron
contingentes protestando en contra de su estatus quo, rebelándose contra pautas
establecidas, para cambiar el rumbo incluso por el mero gusto de cambiarlo (…)
La imagen planetaria del 68 señala un desplazamiento hacia la izquierda, pero
debemos respetar la diversidad de signos posibles, tan heterogéneos como el
pelo largo y el sindicalismo, como la marihuana y las marchas masivas, como las
consignas y la libertad sexual. En su complejidad, el 68 mundial indica un
cambio de sensibilidades y de intereses para una enorme generación, variando
desde gustos musicales hasta expectativas económicas, la alteración acontece
colosal. Pocos visionarios preveían tal efervescencia y despertar de tendencias
nuevas entre esa generación”[16]
Además, en este evento el término “ruptura generacional” adquiere una fuerza
tremenda, pues la crisis de ruptura ha sido reforzada con la sangre de un
martirio colectivo y ataque bárbaro contra una población indefensa. La
heterogeneidad de la generación del 68 se convierte en un salto cualitativo,
convertido en afán de separación, alejamiento del pasado encarnado en un
gobierno autoritario. Y en este caso particular, el acontecimiento político
social (un hecho) repercute sobre la sensibilidad y le otorga una robustez
especial; la juventud pasa desde una sensación hasta un drama colectivo, así,
la “suerte está echada” en un trance sin regreso.
Generaciones modernas
Cuando se definen ideales modernos entonces se ambiciona mantenerse a la
altura del tiempo presente. Sin duda, Ortega y Gasset pretendió escalar a la
altura de su época, fundirse con sus contemporáneos y encontrar una mira
adecuada a su propia sensibilidad. Un individuo, por una vocación o necedad
podría remar contra la corriente de su época, contrariando a sus semejantes, y entonces
su gesto caería en el vacío o quedaría como profecía precursora para las lejanas centurias. El gesto de rechazo y
rebeldía adquiere el rango de acontecimiento político y social de primera
importancia cuando lo hace el grueso de una nueva generación, cuando el gesto
sublevado lo practica el relevo de una sociedad. El motivo de un rechazo
colectivo contra una sociedad previa no siempre es evidente, sobre todo causa
sorpresa cuando hasta las minorías privilegiadas participan en la tarea
negativa. Ese es el rasgo típico de la rebelión juvenil, una negativa al
pasado, percibido como un fardo, el peso de la tradición muerta. El movimiento mundial de 1968 (paradigma de la
rebelión juvenil) indicaba la irrupción de una etapa más heterogénea, donde el cambio de personas abarcaba la
sustitución de sensibilidades, sin embargo, la reproducción nacional me parece
pone fronteras a la formación de generaciones, las cuales no flotan entre el
espacio mundial directamente, sino engarzadas dentro de su colectivo nacional.
Tanto el aspecto mundial como la diversidad nacional son notables, y justamente
la singularidad de las acciones políticas colectivas es su simultaneidad
mundial, efecto que no se ha repetido
a pesar de una mayor globalización de los mercados y las comunicaciones. Son
los tiempos del extravío, donde se rompe el entendimiento generacional (incluso
en el seno familiar, incluso dentro del mismo individuo), el porvenir reclama
sus posesiones al presente (ambos disfrazados con ropa de jóvenes), los
palacios se convierten en tumbas y los profetas creen servir como activistas de
vanguardia.
Las Meninas como parálisis de
la generación
Dentro del afamado retrato de Diego de Velázquez, Las Meninas, emerge pleno el efecto de parálisis generacional en la
perspectiva barroca. El paso del tiempo se detiene ante la majestad de los
monarcas, el tiempo se ha torcido sobre sí mismo, y no existe una visión del
evolucionar, sino una complejidad del movimiento, una perplejidad donde las
curvas sucesivas contienen las líneas de fuga. El barroco ya resulta hijo del
Renacimiento, periodo de suyo revolucionario y desafiante, pero encapsulado por
potencias resistentes, un efecto de freno colosal, capitaneado por dos
instituciones implacables: religión y reino. En ese periodo se perfila la
unidad de dos frenos coronando el sistema político social europeo, en fiero
combate de ideas (la
Contrarreforma) y el sometimiento de las libertades en un
diseño de Absolutismo (ahogamiento de las libertades de los señores
aristócratas, los feudos aislados y las ciudades). Si bien, el cambio social y
cultural resulta imbatible, la tentativa de su coacción resulta más portentosa,
y las monarquías en crescendo (en cantidad y calidad autoritaria) procuran
expulsar tales tendencias hacia los confines del extranjero, como continuación
de las empresas de conquista mundial y como sofisticación domesticada de las
artes. En este sentido, el estilo barroco expresa la colisión de dos tendencias
imbatibles: la rigidez de un nuevo medievalismo y el dinamismo de un
renacimiento recargado. En la confrontación, surge un estilo, un quiebre (en el
sentido de desviación perpetua) de espíritu, un aliento deslizándose entre las
grietas.
Tras la prohibición (ilusoria en el fondo) de permitir las rupturas, las
oleadas de ascenso se disfrazan de continuidades, y las explosiones se embozan
de alientos de implosión. El genio de los artistas permite darle figura al tal
complejidad de imposibles, entre la paralización última y una selva en
crecimiento, así se inventan las imágenes más complejas, que entregan de
contrabando cualquier contenido, incluso bajo la mirada inquisitiva de los
propios soberanos. En efecto, al ampra
de los soberanos Diego de Velázquez prospera y entrega sus invenciones
pletóricas de sentido. En particular, el cuadro de Las Meninas de 1656, retratando a la familia de Felipe IV, ha
permitido un torrente de interpretaciones, y en este caso, nos invita a
observar el tramado de las múltiples generaciones y un trato de las relaciones
entre infancia, juventud, madurez y vejez escondidas en un único espacio
artístico. La desconcertante afición por los enanos en la corte Habsburgo de
Madrid, nos indica un juego irónico en contra del paso de las generaciones,
pues el enanismo es crecimiento físico detenido, y simultáneamente representa
una contraposición con la majestad absoluta de la casa monárquica, oposición
desgarradora entre la desgracia natural y el encumbramiento “naturalizado”.
Digo, en contra del paso generaciones, pues el enanismo es parálisis del
testimonio biológico ordinario de la naturaleza, la estatura como indicador
evidente de generaciones renovadas, de tal manera el sistema monárquico
encuentra una primera prueba contra el paso del tiempo. La segunda prueba es la
infanta, como muñeca de su familia, señal inequívoca de que la monarquía significa
perpetuidad, gobierno que no admite un desafío (de persona ni de calendario),
sino que esa niña-muñeca habrá de seguir una línea inquebrantable que otorga
perpetuidad al reinado; esa niña (muñeca-reina) ofrece la garantía contra la
caducidad y contra el cambio, es el espejo encarnado de la inmortalidad de los
reyes. Entonces la infancia ya está ganada (pues no importan millones de niños
en el reino, súbditos miserables en distinta escala); esta primera edad no
exige de una tensión interior; la infancia (fantaseada en una hija propia) ya
es complicidad absoluta con el rey absoluto; la corona se ha salvado de
antemano y la sucesión está garantizada (en un sentido simbólico aunque no en
un sentido legal, pues es una mujer). La juventud, ese periodo típico de las
rebeldías, es el eje de la sumisión, porque eso son las meninas, las ayudantes
de la infanta y se dedican a su servicio, son la encarnación de una vitalidad
devota con el reino y sus atributos; la homogeneidad se ha logrado. La madurez definida
como plenitud de fuerzas aparece en los atributos del artista y de los reyes;
si bien, los códigos y aspiraciones sociales de los reyes representan una entidad
superior a cualquier madurez. Los monarcas aspiran a una meta-madurez
convertida en majestad (casi la divinidad en la tierra), y contra la cual no
existe una efectiva madurez individual (en el reino nadie posee plenitud de
fuerzas contra el monarca porque es su súbdito, sometido incondicional); sin
embargo, en contra de tal supuesta inexistencia de madurez de los súbditos
(pues si fueran maduros existiría una república de iguales) aparece
deslumbrante el mensaje del artista, el mismo genio artista (la mega madurez)
que se ha colado como el sublime portavoz de una realidad suprema, dando orden
y sentido a una complejidad desbordante. De ahí, en fuera los demás adultos son
simples espectadores, cortesanos sometidos al múltiple magnetismo de la
monarquía y sus reflejos (la infanta, sus meninas, sus enanos, sus cortesanos, su
artista), como los múltiples adornos que se ciñen en torno a una corona. Y, la
final, por la ironía de la pintura y el tiempo, haciendo el juego con un espejo
al fondo, emerge el espectador sustituyendo la posición del monarca en el
espejo pintado; entonces el espectador vivo de hoy reemplaza al monarca muerto
hacia siglos y nos dice que la mirada presente define al único regente de la existencia y el eje subjetivo de cualquier
interpretación. Es decir, el espectador presente se convierte en la medida de
todas las generaciones, maravillado ante el espectáculo complejo de ese evento imposible,
convertido en obra de arte: ese intento por cristalizar al cronómetro humano
dentro de un orden perfecto.
NOTAS:
[1] Cf. ORTEGA Y GASSET, José, El tema de
nuestro tiempo, La rebelión de las
masas, España invertebrada, La deshumanización del arte, Kant, Hegel, Dilthey. Y FERRATER MORA,
José, Ortega y Gasset.
[2] ORTEGA Y GASSET, José, El tema de
nuestro tiempo, Ed. Revista de Occidente, 13a. ed., 1958, Madrid, p. 7.
[4] En sus Anales Tito Livio
describió el cruel conflicto entre jóvenes rebeldes y la autoridad romana; los
jóvenes dionisiacos, greñudos y amantes de la música estridente parecieron una
amenaza al orden público. Cf. VALDÉS MARTÍN, Carlos, Revista Generación, Num. 5, p. 25.
[8] ENGELS, Friedrich, El origen de la
familia, la propiedad privada y el Estado. Pocos marxistas como Jorge
Veraza y Luis Arizmendi, han corregido el descuido metodológico de ignorar el
aspecto reproductivo.
[10] Esta relación no es un invento de Marx, ya aparece en la economía política
clásica por ejemplo, RICARDO, David, Principios
de economía política y tributación, y también existe en la perspectiva filosófica
por la relación entre premisas y desarrollo en la dialéctica, por ejemplo,
HEGEL, G. W. F., Fenomenología del
espíritu, incisos “el yo y la apetencia”, “dialéctica del señorío y la
servidumbre”.
[12] MARX, Karl, El 18 Brumario de Luis
Bonaparte, en Marx, Engels, obras
escogidas, en un tomo, Ed. Progreso, URSS, p. 95-97.
[13] La visión cotidiana también se ha ido alejando de esa visión circular,
adquiriendo carta de ciudadanía la visión lineal, se observa que los términos
de Marx son una burla contra quien pretende repetir la presencia de su
antepasado Napoleón I.
[14] La temporalidad incluida en la generación es muy rica en sugerencias. La
lectura sobre un comentario de la escuela de los Annales, nos permite
alguna especulación prometedora. Braudel distingue al menos tres tiempos: 1)
individual, inmediato, cronológico, de corto plazo y político, 2) social,
mediano plazo, social, económico, cíclico, y 3) de largo plazo, histórico, de
gran repercusión.
[15] ZERMEÑO, Sergio, México: Una democracia utópica, el movimiento
estudiantil del 68.
[16] VALDÉS MARTÍN, Carlos, La forja de
una nación en la historia. Desde el mediodía nacional de 1960 hasta la apertura
del milenio, 3ª parte, p. 14.
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