(Presentación: De nueva cuenta, nuestro invitado estrella hace de las suyas, con un tema de alto impacto ecológico y sentido de tolerancia religiosa.)
Por Juan Lomas Jr.
El viento helado y sus pausas de silencio fueron sus regalos; agotados, recibían el panorama que disfrutan los privilegiados de la escalada, mientras la nieve virginal atenazaba sus tobillos fatigados. Los tres alpinistas del primer grupo pisaron la cumbre nevada del Cayambe. Tras medio año de preparativos; dos semanas en territorio ecuatoriano; cuatro días de campamentos de montaña, y el tremendo esfuerzo final por lograr la cúspide. Por la ladera oeste se vislumbra el lejano valle salpicado de vegetación verde y rocas monumentales; hacia los costados del volcán flotan nubes que dibujan un ribete dorado intenso, causado por el sol pegando desde arriba. Por unos instantes se quitaron los lentes oscuros para admirar mejor la alfombra blanca, perfecta y sólo turbada por dos hileras de huellas frescas. Fue delicioso apreciar la vista y recuperarse del cansancio, sumergidos en una pasividad deliciosa, donde unos minutos gratifican los años de preparativos junto con los días de transpiración y escalada.
El guía líder, Nacho, subió con el último grupo, cuidando a los integrantes menos diestros de la expedición. El equipo anterior ya había tomado la ruta de regreso. La pausa de admiración sobre el horizonte se había terminado. Y dispuesto para descender, Nacho descubrió entre la nieve virginal un objeto inusual, junto a las huellas. Se sorprendió al descubrir un pedazo de plástico en el suelo. Tomándolo rápido con la punta de los dedos de su mano izquierda, pensó molesto: “¿A quién carajo se le ocurre ensuciar la cumbre nevada con una estampa de plástico?” La miró de cerca y mostraba una imagen de la Virgen de Guadalupe, una representación venerada en México, pues la leyenda dice que surgió por un milagro. Preguntó a los dos compañeros de travesía: “¿Quién carajo ha tirado esto?” Era regaño más que interrogante. Las respuestas fueron negativas y lacónicas: “Yo no… ni yo”. Entonces guardó esa ilustración para después arrojarla hasta un lejano bote de basura tras bajar del volcán. Siguió pensando: “Miles de años de una cumbre pura, para que la primera expedición ensucie. Es increíble la inconciencia de las personas, si cargan sus amuletos los deben de cuidar. Ya antes les he repetido: cuidar el entorno natural y no dejar basura.”
Para aligerar su carga, Nacho recomendaba dar regalos a los lugareños. En el camino de regreso, por una vereda polvorienta junto a un farallón de rocas, se acordó de una señora que les cocinó bocados en un fogón al aire libre y decidió dejarle unos regalos. Al pasar por el pueblito dejó un paquete para la señora y entre los trastes entregados, también incluyó la imagen de plástico. Repitió un lema ecologista: “Es mejor reciclar que tirar.”
Dos meses después un participante de la expedición, Juan Dorantes, presentaba una conferencia ante el auditorio del Colegio Católico. Mostró las imágenes del ascenso, los campamentos intermedios; colocó las fotografías de los alpinistas y del equipo de investigadores que lo acompañaron. Elogió con orgullo a los profesionistas integrados en esa aventura, pues aportaron estudios del terreno, la orografía y las características del glaciar al pié de la cumbre. En la colindancia de la montaña está el punto planetario más alto del mundo que atraviesa el ecuador terrestre. Nunca antes una expedición formal y testimoniada había establecido tal recorrido y hecho la certificación geodésica de ese sitio sobre el ecuador. Una rareza que antes no se hubiera certificado ese punto. Y claro, aprovecharon la oportunidad para alcanzar la cima del Cayambe, que está a tres kilómetros sobre el mismo camino, pues ese volcán representa la máxima cubre próxima a la línea del ecuador.
Entre el público asistente, Nacho escuchaba el relato, cuando Dorantes comentó un detalle nuevo por entero. Ante el giro inesperado de la conferencia, con sorpresa el guía estiró el cuello un centímetro en dirección del estrado. El expositor reveló un aspecto distinto del ascenso: “En especial, para este auditorio de creyentes y en presencia del director del Colegio me resulta grato señalar un gesto humilde. En el largo viaje me hice acompañar de una pequeña imagen que dejé como una ofrenda personal, era una imagen de la Virgen de Guadalupe para depositarla en lo alto del Cayambe. Me hubiera gustado transportar una representación de tamaño original, pero con las dimensiones de casi dos metros, eso es imposible. Coloqué una pequeña imagen, pues para mí representa…” En ese punto, Nacho, con sorpresa entendió el origen de la estampa sobre la cúspide. Y pensó: “Ahora entiendo la aparición entre la nieve. En la próxima junta de escaladores, no se salvará. No debemos dejar basura. Y si en esa junta Dorantes invoca a sus santitos le diré que, por un milagro esa cima sigue limpia.”
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