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viernes, 11 de agosto de 2017

LICURGO BIOGRAFÍA Y ANÁLISIS







Por Carlos Valdés Martín

El personaje Licurgo (o Lycurgus) representa un espejo del poder y las leyes; admirado por los antiguos, se convirtió en el modelo del legislador por su efecto sobre la Esparta clásica y, ésta, a su vez, representó la austera comunidad bélica, con el sello de proezas increíbles recordada en la saga los 300 sobre la batalla de Termopilas.
La principal fuente para analizar a este personaje ha sido Plutarco, en sus Vidas paralelas, cuando retoma a Licurgo y lo empareja con Numa, un legendario rey romano. Entre todos los griegos clásicos, el pueblo espartano fue admirado y temido como el paradigma de disciplinada belicosidad, austera unión y obediencia a sus leyes y tradiciones; bajo la consideración que fueron el contrapunto con los atenienses menos disciplinados aunque más intelectuales y cultos, bulliciosos y democráticos. Esa contraposición entre los modelos atenienses y espartanos orienta gran parte de las reflexiones helénicas sobre los prototipos de sociedad.[1] En cierto sentido, el personaje Licurgo encarna las preguntas y respuestas sobre la organización de los espartanos, atribuyéndole el diseño de su organización social y legal peculiar, quizá con exceso.[2] Sin que se haya establecido un acuerdo sobre su nacimiento se estima entre los siglos XII al VII a. de C. Incluso existen conjeturas sobre la existencia de dos personajes, que luego se fusionan en un relato único. Su legado no permaneció en leyes escritas, sino en un conjunto de costumbres convertidas en obligaciones e instituciones, agrupadas bajo la llamada constitución oral de la “Gran Retra” espartana. 
 
El primer engaño
Licurgo queda señalado por el poder, pero entre sus rasgos distintivos es que se niega a acaparar el gobierno, habiendo recibido la oportunidad para ello, con lo cual marca un signo bastante crítico, democrático y reticente a ocupar cargos. La anécdota que lo explica es harto curiosa: el hermano quedó rey, luego al poco tiempo murió; Licurgo recibió la posición de rey por herencia, pero pronto se descubrió que la viuda se encontraba embarazada. En posición de rey, Licurgo se alegró que su hermano contara con descendencia, por lo cual prometió guardar y respetar el trono para su sobrino. La cuñada deseaba deshacerse del embarazo y se interesó por desposarlo; ante tal comunicación, Licurgo fingió acuerdo, sin embargo, fue una estrategia para ganar tiempo[3] y dejar que continuara el embarazo, prometiéndole a su cuñada que al parir terminaría con la vida del infante. Pero esa comunicación era un ardid, así que al nacer su sobrino lo mostró al pueblo y le prometió el reino, además, demostró que estaba haciendo respetar su promesa de ceder el reino. Para evitar sospechas, por si el pequeño moría en tierna edad, decidió alejarse de la ciudad antes del año. Según la historia legendaria, el sobrino resultó falto de luces para regir, por lo que la ciudadanía enviaba periódicamente por Licurgo para que les auxiliara en el gobierno. En este relato, el creador de instituciones y leyes sabias se convierte en una especie de poder tras el trono o especie de sombra al mando, digamos, figurando cual doble metafísico del gobierno oficial.[4]
 
Alejamiento, distancias, viajes de regreso
En el relato de Licurgo son cruciales los datos de su alejamiento y regreso para redefinir la naturaleza misma del poder. La primera virtud que manifiesta es la disposición para alejarse del Poder, con mayúsculas, su capacidad para centrarse en otro lado, en este caso, en la búsqueda de los modelos de buen gobierno, la pesquisa por mejores instituciones y costumbres en tierras lejanas. Anotemos que las comunidades agrícolas eran apegadas a sus familias, clanes, tribus, ciudades y terruños por lo cual el destierro resultaba el castigo más cruel y por eso el viajar resultaba tan llamativo. En Grecia antigua ya se mezclaban la comunidad agrícola (el apego al hogar, la tierra y la ciudad) con actividades mercantiles y de viajes marítimos que daban una tensión peculiar al carácter predominante en ese pueblo. El relato de Licurgo apunta como una gran ventaja el viajar para recolectar las mejores leyes, costumbres e instituciones para adaptarlas a la polis griega, aunque ya establecidas se afirma que él adquirió la posición contraria, para desalentar los viajes de sus conciudadanos.[5] Según el relato, establecida la distancia geográfica al legislador se le añoraba, a modo de un amante perdido por la ciudad espartana: “Los Lacedemonios echaban mucho de menos a Licurgo en su ausencia, y diferentes veces le enviaron a llamar”[6] También se nota que el solicitarle, indica un vacío interno, que algo falta en Esparta misma y, por tal motivación, encarga traer a Licurgo.  
 
El sitio donde radica el poder: carisma, organización…
La persona de Licurgo presenta esa reflexión sobre dónde radica el verdadero Poder y él se alejaba para visitar comarcas vecinas, pero los mismos gobernantes lo invitaban a regresar sin recelar de él: “porque en los reyes no advertían que se diferenciasen en otra cosa del vulgo que en el nombre y los honores, y en aquel se descubría un ánimo superior, y cierto poder que atraía las voluntades.”[7] Ese audaz párrafo, con un ánimo republicano, establece la igualdad entre los reyes y el vulgo, para establecer una diferencia en el líder auténtico, que denomina “un ánimo superior, y cierto poder que atraía voluntades”. En este discurso, se afirma que es el individuo superior donde está el “ánimo superior”,[8] especie de tautología que el texto no explica demasiado, sino que se contenta a la misma historia, pues cuando Plutarco comenta ya habían transcurrido siglos que preservaban la leyenda de Licurgo y sus antiguos espartanos, por lo que el relato repercutía desvanecido por la distancia de siglos. Ese efecto disolvente favorece a las leyendas: adquiere más volumen el arquetipo eterno y se disuelve el detalle de la carne. Mientras en una narración ordinaria el hecho de que un rey no regrese a gobernar, en este caso comprueba lo contrario, que su carisma (el misterio de su personalidad divina) se sobrepone al hecho de que abandona el gobierno. Luego se asume que esa organización del gobierno acepta las propuestas que va importando Licurgo, hasta configurar la peculiar legislación de Esparta. Mientras que los reyes de Esparta representan la actualidad del gobierno su contraparte en Licurgo expresa la aparición súbita o misteriosa de nuevas instituciones legales, en particular, el muy elogiado Senado, calificado como moderador de los reyes y del vulgo. Además esas instituciones espartanas perduraron siglos y fueron efectivas, por lo cual se afirma que una fuerza que recorre el tiempo se manifestó en Licurgo; mientras los reyes desaparecen con su sangre, las leyes correctas permanecen; mientras los caprichos del vulgo se desvanecen con cada cambio de ánimo, las instituciones justas sobreviven. En última instancia, la leyenda nos remite hacia un origen extraterreno pues Licurgo acudió a Delfos “la Pitia le llamó caro a los Dioses, y dios más bien que hombre, y le anunció que, consultado sobre buenas leyes, el dios le daba e inspiraba un gobierno que se había de aventajar a todos”[9]. En ese sentido, en la retrospectiva legendaria la fundación de las leyes humanas reciben la atribución divina, por tanto el ánimo republicano se desliza hacia la explicación religiosa, donde la evidencia se convierte en ambigüedad al deslizar la institución representativa (Senado)[10] a una base de culto (el oráculo de Delfos divinizando la ley). Y, con lo extraño que nos resulte, esa ambigüedad funcionó durante más de un milenio.
 
Igualdad y comunidad
Varios de los ejes nodales del legado de Licurgo corresponden a la preponderancia de la comunidad, así como perpetuar una igualdad estricta. Según el relato, el cimiento fue el establecimiento de una asamblea presencial, sin arquitectura alrededor como el área para la toma de las decisiones cruciales. La propuesta ante asamblea los reyes o senadores la entregaban, pero se sometían al pueblo, sin más temas en la agenda.[11] Esa asamblea democrática se complementaba con varias instituciones de cuño igualitario, sostenidas sobre la esclavitud.[12] La tierra fue repartida en modo equitativo, mediante un sorteo universal, para que todos los libres obtuvieran lo esencial y sin alcanzar un exceso; como si fuese un prorrateo entre hermanos consanguíneos, aunque con el transcurso la tierra terminó concentrándose.[13] El trabajo manual queda estigmatizado, conforme a la institución esclavista, despreciándose cualquier arte mecánica con excepción de la misma guerra.[14]
El hurto, el robo,[15] el rapto y el asesinato eran permitidos y hasta alentados bajo ciertas condiciones, incluso formando parte de la educación infantil y juvenil. Resultaba celebrado que los chicuelos y jóvenes robaran su comida mediante astucia y agilidad, siendo castigados cuando eran atrapados, pero no por causa del hurto, sino por su torpeza de quedar atrapados. Tales rapacerías quedaban integradas en sus sistemas de educación y se alentaban, precisamente, al no dárseles alimentos suficientes y esperando que lograran aventajar a los esclavos que custodiaban los productos o hasta los mismos ciudadanos. Esto implicaba respecto de los bienes una especie de permiso de circulación sin pago ninguno, bajo el supuesto de una vulneración de propiedad, y simulación juvenil permanente sobre el estado de guerra, cuando el botín es el resultado directo. El rapto formó parte del ritual matrimonial, delimitado a la sustracción forzada de la doncella, empero la relación sexual era sujeta a posteriores formalidades, por lo que no equivale a una violación en el sentido moderno, sino etapa del proceso “matrimonial” peculiar de los lacedemonios. Asimismo, el asesinato de esclavos estaba permitido para los jóvenes según las peculiares condiciones de la “Criptia” según se describe adelante.
Entre los espartanos se restringió el empleo de la moneda de oro y plata, con ello se limitó el comercio y se abatió la presencia de artículos de lujo.[16] Una institución de sumo interés antropológico resultan los banquetes diseñados para compartir y mantener la cohesión,[17] eran una costumbre que también entre otros pueblos, pero en Esparta se le dio un sentido más político para mantener la igualdad presencial entre los ciudadanos, a manera de obligación diaria[18].
Evita la legislación escrita en favor de las costumbres, las cuales deben poseer la firmeza para transmitirse mediante la educación de los niños y jóvenes, dentro de lo cual interviene la comunidad.[19] De modo explícito Plutarco estima que el corazón de la legislación oral residía en la educación para transmitir costumbres “No dio Licurgo leyes escritas, y artes era ésta una de las llamadas retras; porque creía que lo más esencial y poderoso para la felicidad de la ciudad y para la virtud estaba cimentado en las costumbres y aficiones de los ciudadanos, con lo que permanecía inmoble, teniendo un vínculo más fuerte todavía que el de la necesidad, en el propósito firme y seguro del ánimo y en la disposición que produce en los jóvenes para cada cosa la educación preparada por el legislador (…) porque todo el negocio de la legislación lo hizo consistir en la crianza o educación. Era, pues, una de las retras, como se ha dicho, no usar de leyes escritas.”[20]
El espíritu comunitario, se concreta en la consideración de los niños “Porque en primer lugar no miraba Licurgo a los hijos como propiedad de los padres, sino que los tenía por comunes de la ciudad”[21]. Aseveración extrema que irradia hacia las elucubraciones de la República de Platón o del joven Marx en sus Manuscritos económico-filosóficos e Ideología alemana, que incita a preguntarse si ante la comunidad bélica, el individuo sistemáticamente se convierte en objeto utilitario y desechable, ya sea infante, mujer o hasta varón al separarse de su servicio militar.[22]
El rigor educativo se señala en un pasaje de Jenofonte, antagónico a nuestras creencias pedagógicas actuales: “Licurgo, en vez de dejar a cada cual en particular la libertad de dar esclavos, como pedagogos, a sus hijos a encargado la educación de éstos a uno de los ciudadanos, al que se reviste de la más alta magistratura: se le llama el pedónomo. Le ha dado amplias facultades para reunir a los niños, vigilarlos y castigar severamente sus negligencias si el caso lo requiere. Le hace acompañar por jóvenes provistos de látigos, para infringir los castigos necesarios. Y así es como en Esparta se consigue mucho respeto unido a mucha obediencia”[23] Se observa, que el educador es un maestro y guía miembro de los ciudadanos, y lo criticable resultaría encargarla a un esclavo. La rudeza agrega un ingrediente del exceso (horror al látigo, destinado a someter al esclavo), pero no ajeno a sociedades militaristas, ya que el relato proviene de un contemporáneo del siglo V a. de C. Lo cual se complementa con las anotaciones sobre la noción de niños bajo custodia en común a partir de los siete años. 
 
Valor de la oralidad y palabra lacónica
Contrario a la tendencia predominante e innovadora de utilizar la letra escrita para fijar las leyes en códigos claros, la respuesta de Licurgo selló una ley oral, denominada Gran Retra que era breve.[24] Esa valoración máxima de la palabra, va conforme a los juramentos y a los adagios, mediante la búsqueda de otorgar el premio supremo a lo bien dicho, para que corresponda con una realidad.
De modo consistente, la recomendación para ese pueblo correspondía a la brevedad y sustancia en la palabra, desde esa antigüedad se han conservado algunas sentencias o adagios. A esa palabra sintética y afilada, se atribuyen las siguientes respuestas ingeniosas, conformes al gusto de los griegos desde tiempos de Homero: “cuando a uno que deseaba se estableciese la democracia le respondió: “Establece tú primero democracia en tu casa.” Y en cuanto a sacrificios, que respondió al que le preguntaba por qué los había ordenado tan ligeros y de poco precio, “para que no nos quedemos algún día sin poder ser piadosos” (…) Corren también respuestas suyas de esta especie por cartas, como a los ciudadanos: ¿de qué manera nos libraremos de incursiones de los enemigos? —“si sois pobres y no podéis más uno que otro”; y acerca de las murallas, que “no está sin muros la ciudad que se ve coronada de hombres, y no de ladrillos”.”[25] Ahora bien, dicha brevedad lacónica no es ajena al pensar intenso (o el filosofar), sino que la fama espartana buscaba destellos de intensidad y así lo elogia Plutarco.[26]
Más allá del ingenio, cuando la palabra resulta ley, entonces implica la diferencia entre vida y muerte, entonces esa valía y claridad del mensaje adquiere su máxima intensidad.[27] Además, según la estructura política espartana las decisiones se tomaban sobrepuestas, unificando legislativo, ejecutivo y judicial, conforme se advierte en la institución de los Éforos,[28] pues la interpretación de una ley no escrita, también implica su creación, aunada a su ejecución; es decir, interpretar la ley oral implicó simultáneamente legislar y ejecutar, efecto cuestionable desde Montesquieu cuando clarificó la importancia de la separación de poderes. En cambio, el ambiente bélico (y Esparta entera mantuvo su cariz de un campamento) exige la unificación de mandos, que sistemáticamente neutralizó la misma organización espartana (diarquía, senado, éforos, asamblea).  
 
Singularidad de la mujer espartana
Según las afirmaciones recabadas, Licurgo “acostumbró a las doncellas a presentarse desnudas igualmente que los mancebos en sus reuniones, y a bailar así y cantar en ciertos sacrificios en presencia y a la vista de éstos. (…)Y en esta desnudez de las doncellas nada había de deshonesto, porque la acompañaba el pudor y estaba lejos toda lascivia…”[29] Dicha mezcla de desnudez con honestidad representa una evocación que permaneció por siglos provocando inquietudes, ensoñaciones o escándalos, según sea el contexto.[30] De las damas espartanas se afirma su fortaleza física, promovida con intención pues: “Ejercitó los cuerpos de las doncellas en correr, luchar, arrojar el disco y tirar con el arco, para que el arraigo de los hijos, tomando principio en unos cuerpos robustos, brotase con más fuerza; y llevando ellas los partos con vigor”[31]
Esa situación de la mujer tenía cruciales efectos en su posición social, que las distinguía de sus congéneres griegas, con ventaja por un mayor “empoderamiento” en Esparta y provocaba rechazo para Aristóteles.[32] Aunque ellas no ocupaban cargos, se afirma que dominaban al varón espartano, por ejemplo recordemos esta respuesta de una reina: “el hablar y pensar como de Gorgo, mujer de Leónidas, se refiere, porque diciéndole, a lo que parece, una forastera: ‘¿Cómo vosotras solas las Espartanas domináis a los hombres?’ ‘También nosotras solas —le respondió— parimos hombres’.”[33] Por ello la dificultad de encuadrarlas bajo el típico dominio patriarcal común entre griegos y romanos; en ese mismo sentido, Plutarco y Aristóteles suponen que las “intenciones” (siempre imposibles de evaluar) de Licurgo no se cumplieron con el género femenino. 
 
Cristalizar en leyes e instituciones complejas mediante el sacrificio
Ahora bien, el tránsito hacia la determinación de las buenas leyes, no se perfecciona sino por su permanencia, pues la organización humana no pretende cristalizar cual flor de un único día, sino por la permanencia. Los romanos de la época clásica se consideraron a ellos mismos como herederos del esplendor de la civilización griega y, en su fase militarista, admiraron especialmente a los espartanos y macedonios, manifestaciones cimeras del poderío material.
El sistema espartano resulta complejo en retrospectiva. Su constitución, denominada “Gran Retra” no conservó testimonio escrito (incluso se duda que hubiera un texto) combinaba elementos de todos los sistemas políticos de su tiempo: monarquía (con la peculiaridad de dos reyes), senado republicano (asamblea de mayores), democracia de asamblea, poderes dictatoriales temporales, separación de la religión, esclavitud, reclutamiento…
El carisma especial de Licurgo se relaciona con el sacrificio para cristalizar tales leyes, mediante su abnegación[34] y muerte final. Según la narración clásica, Licurgo consultó por última vez al oráculo de Delfos, quien le reveló que las leyes establecidas por él para Esparta eran magníficas, que su respeto garantizaría la grandeza del Estado y la admiración universal. Antes de salir de la ciudad Licurgo había hecho prometer a sus ciudadanos que no cambiarían en nada hasta su regreso, por tanto él “resolvió no dejar libres a sus ciudadanos del juramento (…) Quitóse, pues, la vida con no comer”[35]. Resurge, entonces, el sacrificio voluntario como la suma de virtudes, con esta “huelga de hambre” el personaje adquiere un rasgo apoteótico que transmite al sistema de leyes, por tanto, la legalidad adquiere ese carisma de herencia del “padre de la patria” bajo los propios paradigmas de la Grecia clásica. 
 
Desacuerdos inevitables alrededor infantes y esclavos
Para redondear el brillo de esta leyenda, hay que anotar el reiterado desacuerdo sobre las costumbres, leyes e instituciones espartanas atribuidas a Licurgo. Su revisión por los próximos, combina una reverencia con un desacuerdo, como quien habita junto a un fisiculturista a quien admira pero también afirma tajantemente que eso de dedicarse al gimnasio más de 8 horas no es lo suyo ni lo será. Esto sucede porque Esparta misma, con sus éxitos y fracasos, fue el espejo de Licurgo o viceversa[36] y, cual comunidad militarista, que no heredó las precisiones de la escritura (como Atenas o Roma) deja suficientes lagunas para la conjetura. Dos costumbres suelen dejar espacio al comentario. La primera es la muerte de los infantes defectuosos, que está ligada al recio carácter de la mujer espartana, complemento del guerrero varón. Esa primera eugenesia mítica, deja un temblor sobre la paternidad común, por cuanto los progenitores (y más las mujeres) amamos a nuestros hijos sin importar sus defectos, incluso amamos especialmente algunos de su defectos. Así mismo, la eugenesia se ha convertido en un oprobio a partir del racismo y la praxis fascista, por tanto ese pasaje resulta difícil de mirar con neutralidad, cuando la visión actual marca que no existen los “infantes defectuosos”. La segunda es una curiosa institución de violencia casi ciega, llamada “Criptia”,[37] en la que jóvenes durante su preparación militar se retiraban de la urbe, pero que cual testimonio de su habilidad militar, únicamente armados de una espada atacaban por sorpresa a los esclavos en los campos, sin someterse a las reglas de la justicia ni de la civilidad ni de la racionalidad económica directa.[38] Esa institución practicada entre los jóvenes espartanos en su etapa de aprendices militares, recibía condena por sus contemporáneos y, Plutarco no creía que perteneciera a la doctrina pura de Licurgo,[39] sino que resultaría por un injerto extraño a sus enseñanzas. 
 
Impresión sintética del Ser espartano
Entre tantos relatos históricos, literarios o anecdóticos, que dibujaron el legado del pueblo espartano y sus instituciones queda una silueta final, mezcla de bravura extrema y ascetismo disciplinado. Esa mezcla precisa se mantuvo por milenios cual ideal de la actitud bélica, donde el filo mortal se une con alguna justificación mediante una disposición virtuosa o abnegada. Entre los griegos clásicos fue motivo de admiración y aplauso, según se nota en Herodoto; probación repetida por los romanos republicanos o imperiales. Entre los modernos, cabe señalar la peculiar atracción del pueblo espartano entre los comunistas (en el poder) y los fascistas (en especial alemanes); sin embargo, no resulta exclusiva pues el eco de las hazañas espartanas se ha diseminado por todo el orbe, ya ellos señalan la peculiar referencia hacia una sociedad organizada alrededor de la guerra y con un marcado sentido de pertenencia.[40]
A modo de redondeo sobre ese perfil espartano, la figura de Licurgo debió amoldarse mediante su sacrificio y provocar una irradiación, de tal manera que establece una mixtura entre el lado mortífero (su vocación bélica) y el lado vital (defendiendo a su propia comunidad, la anécdota de proteger el sobrino que ocuparía el trono) hasta mostrarse como ejemplo de honorabilidad y virtud. Ese amoldarse entre moralidad y vitalidad estableció el balance preciso para ese periodo, marcado por las divisiones entre ciudades Estado y reinos, que favorecía las guerras continuas, con lo cual Esparta funcionaba cual eje pacificador y democrático entre los helenos clásicos.[41]
 
A manera de conclusión: desmaterializar a Licurgo
De cualquier manera, el balance sistemático de este personaje arroja una parte oscura, imposible de asimilar desde la perspectiva actual del lector o, incluso, desde los contemporáneos griegos. Para la investigación histórica tales claroscuros resultan sumamente interesantes, ya que provocan el interés para descubrir la naturaleza de la grieta o empujar sobre las partes incongruentes o inverosímiles. Esa presión sobre el pensamiento también nos obliga a señalar, un común denominador en ese aspecto oscuro: el ataque al sujeto débil (infante enfermizo o esclavo desprevenido) cimenta una comunidad militarizada, lo cual complementa el discurso antiguo de la violencia.[42]  Planteado de una manera más general, el legado de Licurgo se adaptaba a los tiempos de guerra, pero no perfeccionaba un legado para tiempos de paz, por lo que Esparta tampoco resultaba en un modelo adecuado para convivencia fuera de los periodos bélicos, según cuestiona Aristóteles repitiendo una objeción de Platón.[43]
Para sellar una variedad de apoteosis (no la estricta la deificación sino la conversión en leyenda) del personaje Licurgo, el relato señala el final de su progenie y la cremación de sus restos con lo cual redondea su desmaterialización. Los espartanos levantaron un monumento sin lujo, sobre el cual cayó un rayo, dando signo de prodigios. Procreó un único hijo, el cual murió sin descendencia, así no dejó linaje con aspiración al reino. Además de quemar sus restos, la narración indica que fueron esparcidos, para que su cuerpo jamás regresara a su ciudad y siempre se mantuviera la promesa de conservar sus leyes. Desaparecida la huella material, se abre paso y cristaliza en memoria inmaterial la leyenda de Licurgo.  

NOTAS:



[1] Aunque el genio de Platón plantea un “más allá” de esos modelos fácticos para pensar en un ideal, según lo muestra en su utópica República. Por su parte, Aristóteles resulta más reticente y crítico sobre Esparta, en su Política.
[2] De ahí Plutarco considera el rumor de que existió más de un Licurgo para explicar la amplitud de lo atribuido y cuán contradictorio es reunir leyes y costumbres contrapuestas. Además, otra parte de las instituciones espartanas también se han supuesto obra de un personaje legendario: Quilón o Chilon. Los historiadores modernos no han alcanzado un consenso sobre la existencia de este personaje.
[3] Recordemos la importancia que daban los griegos a la astucia y al engaño como parte esencial de su carácter y sus proezas de buen gobierno. Aquí, Licurgo engaña a su cuñada para evitar un sacrilegio de matar al sobrino, pero finge que sí lo hará, eludiendo una confrontación familiar, mientras ella se resigna a tener al hijo.
[4] La posición de “poder tras el trono” está sujeta a una amplia ideación y fantasía popular, que intenta explicar torpemente la complejidad de la institución gubernamental, que posee una naturaleza compleja, desbordando la persona del gobernante, aunque también cualquier Poder está personalizado, tampoco flota en el aire. Entonces los grandes gobernantes se rodean del nimbo que los refiere a un “doble mágico” o “poder tras el trono”, que entretiene sobremanera, aunque indica un acierto de fondo: hay algo más.
[5] “No le agradó, por tanto, que cualquiera saliese de viaje o anduviese por otras tierras, para que no trajeran costumbres extranjeras, usos de gente indisciplinada y diferencia de ideas sobre gobierno; y aun dispuso que se mandara salir a los extranjeros que sin objeto útil se fuesen introduciendo en la ciudad” Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XXVII.
[6] Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte V.
[7] Entonces “hallándose presente (Licurgo), la muchedumbre se contendría en su insolencia”, Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte V.
[8] Se nota que hay “ánimo” republicano, pero no una claridad sistémica en ese sentido, pues no se parte del supuesto de la “soberanía radica en el pueblo”, como afirma el principio democrático; sino que la fundación remite al personaje legendario, casi divino.
[9] Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte V.
[10] La discusión greco-latina sobre el Senado espartano (lacedemonio) se enfoca hacia la cantidad, en una especie de numerología, al reflexionar sobre cuántos definió Licurgo, si 30 o 28 a los cuales sumar los 2 reyes y su fundador da 30 o 32 o 33, y esto: “acaso por la calidad del número siete multiplicado por cuatro, y porque, igual en sus partes, después del seis es perfecto”. Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte V.
[11] Plutarco lo señala como el primer paso “Tomó Licurgo con tanto cuidado este primer paso, que trajo de Delfos un vaticinio, a que se da el nombre de Retra y es de este tenor: “Edificando templo a Zeus Silanio y a Atenea Silania, conviene que tribuyendo tribus, fraternizando fratrias, y creando un Senado de treinta con los Arqueguetas, tengan éstos el derecho de congregar según los tiempos a los padres de familias entre Babica y Cnaquión, de tratar con ellos, y de disolver la junta.” Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte VI. El extraño giro de “tribuyendo tribus, fraternizando fratrias” se refiere a la conversión del sistema tribal original consanguíneo puro en uno posterior, a modo del Moisés y otros relatos, en el intermedio desde la consanguineidad hacia una agrupación proto-nacional.
[12] El sostén de la esclavitud es tan universal, que no se cuestiona entre los griegos, como en Aristóteles: “Si hay un punto que exige laborioso cuidado es ciertamente la conducta que debe observarse con los esclavos.” Aristóteles, Política, Libro segundo, Capítulo VI, “Examen de la Constitución de Lacedemonia”. Tomado de la versión de Patricio de Azcárate, Obras de Aristóteles, Madrid, 1873, tomo 3, páginas 67-73.
[13] “Además, las mujeres poseen las dos quintas partes de las tierras, porque muchas de ellas son herederas únicas o se han constituido en su favor crecidas dotes.” Aristóteles, Política, Libro segundo, Capítulo VI, “Examen de la Constitución de Lacedemonia”.
[14] En el balance, afirma que hubo mucho tiempo disponible para el ciudadano espartano, pero “no permitiéndoles que se dedicasen en ninguna manera a las artes mecánicas” Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XXIV.
[15] Plutarco hace énfasis en la asignación del hurto o robo con astucia como parte de la educación infantil y juvenil espartana. Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XVII-XVIII. Así, “se cuenta de uno (muchacho) que hurtó un zorrillo y lo ocultó debajo de la ropa, y despedazándole este el vientre con las uñas y con los dientes, aguantó y se dejó morir por no ser descubierto”.
[16] Aunque el pasaje de Plutarco presenta algunos detalles poco verosímiles (grandes monedas de hierro, tan pesadas que requieren bueyes para transportarlas), resulta acorde con las quejas clásicas sobre la moneda, la usura, etc. Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte IX.
[17] El banquete espartano incluye un rasgo de secrecía: “A cada uno le decía al entrar el más anciano, mostrándole las puertas: “Fuera de éstas no ha de salir palabra.” Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XII.
[18] “Queriendo perseguir todavía más el lujo y extirpar el ansia por la riqueza (…) que todos se reuniesen a comer juntos los manjares y guisos señalados, y nada comiesen en casa, ni tuviesen paños y mesas de gran precio” Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte X. Además, en el relato, tales banquetes obligatorios provocaron el motín de los ricos donde pierde un ojo Licurgo, que luego se logró solventar. Sin embargo, Aristóteles cuestiona el modo de organizar, ya que cada quien aportaba, por lo que los más pobres evitaban el banquete común por no tener su aportación. Aristóteles, Política, Libro segundo, Capítulo VI, “Examen de la Constitución de Lacedemonia”.
[19] Templarse ante la burla fue una educación para los jóvenes, que se proveía durante los banquetes comunitarios, incluso en detalles como aprender a bromear y tolerar los chistes: “A estos banquetes asistían también los muchachos, llevados a ellos como a escuelas de templanza, donde oían conversaciones políticas, y bajo la enseñanza de preceptores libres, se acostumbraban a chancearse, a usar de burlas sin chocarrería, y a sufrirlas, si se chanceaban con ellos; porque se tiene por muy propio de Lacedemonios saber sufrir las chanzas, y el que no las llevaba tenía que declararse ofendido, cesando entonces el que se chanceaba.” Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XII.
[20] Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XIII.
[21] Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte
[22] El escenario bélico representa la cúspide de la escasez, concepto crucial para el paradigma histórico de Marx, según anota Sartre en su Crítica de la razón dialéctica.
[23] Jenofonte, La república de los Lacedemonios.
[24] A Carilao, el sobrino de Licurgo, preguntado acerca de lo pocas que eran las leyes de éste, respondió que ‘los que gastan pocas palabras no han menester muchas leyes’.” Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XX.
[25] Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XIX.
[26] Merece una acotación el humor que se desprende en este laconismo, porque las líneas de la risa se desprenden en sentidos diversos, que aquí aparecen ni hacia la ironía del filósofo Sócrates ni hacia la carcajada del pensador cínico. Este humor lacónico es cortante, más próximo al soldado burlón que se “salió con la suya”. Cf. Gilles Deleuze, Lógica del sentido. “El humor es este arte de la superficie, contra la vieja ironía, arte de las profundidades o de las alturas.” P. 14. (…) el humor es el arte de las superficies y las dobleces, (…) toda significación, designación y manifestación quedan suspendidas, toda profundidad y altura abolidas.” P. 118.
[27] Esa perspectiva griega compartió el sueño de la “lengua perfecta” de los exégetas bíblicos y renacentista cuando elogiaban la lengua de Adán. FOUCAULT, Michel, Las palabras y las cosas, p. 42.
[28] Además resultaban notables los cinco Éforos (jueces con poderes) que se duda fuesen instituidos por Licurgo. Los jueces Éforos, por su nombre grecolatino que significa "el que mira las estrellas", se conjetura que tal denominación provenían desde alguna función astronómica y religiosa, reconvertida en política. Institución de los Éforos fue cuestionada por Aristóteles, ya sea por su origen entre gente pobre, su venialidad o sus vicios. Aristóteles, Política, Libro segundo, Capítulo VI, “Examen de la Constitución de Lacedemonia”.
[29] Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XIV.
[30] Incluso, la vivencia de la sexualidad en Esparta se aproxima con los demás griegos que toleraban la homosexualidad dentro de su comunidad. “Con todo de ser entre ellos tan recibido esto de tener amadores, que aun las mujeres de mayor opinión de bondad tenían doncellas a quienes amaban, no había celos ni envidias, sino que solía ser esto mismo principio de amistad entre sí en los que amaban a uno mismo”. Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XVIII.
[31] Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XIV.
[32] “El relajamiento de las leyes de Lacedemonia respecto a las mujeres es a la vez contrario al espíritu de la constitución y al buen orden del Estado (…) sobre todo cuando los hombres se sienten inclinados a dejarse dominar por las mujeres, tendencia habitual en las razas enérgicas y guerreras.” Aristóteles, Política, Libro segundo, Capítulo VI, “Examen de la Constitución de Lacedemonia”.
[33] Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XIV.
[34] Semejante a la leyenda de Odín, en el relato pierde un ojo durante un disturbio, ante lo cual no pierde su buen ánimo e incrementa su prestigio.  Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XI.
[35] Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XXIX.
[36] A falta de testimonios más precisos para aclarar esta ecuación de identidad, se permite suponer que el reflejo colectivo de Esparta, victoriosa ante sus vecinos, fue modelando la efigie de su legislador legendario.
[37] Descrita con los términos “criptia”, “cripcia”, “caza de Hiloles” o “caza de esclavos”. En inglés es “Cryptia”.
[38] Siendo los esclavos el sostén económico del mundo antiguo, el dispendio de una costumbre que permite un asesinato desmedido incita a mirar las cuestiones en sentido invertido, cual lo aplica Bataille, cual si el gasto sacrificial regresara el valor al esclavo o en sentido simbólico, cual lo aplica Baudrillard, como si su dispendio implicara su consumo suntuario. Jean Baudrillard, El espejo de la producción.
[39] Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XXIX. Dice el romano: “Si la llamada Criptia  hubiese sido una de las instituciones de Licurgo, como dice Aristóteles, ésta habría sido la que a Platón desagradó por el mal concepto que formó de aquel gobierno.”
[40] El exceso de esa tendencia la subraya Plutarco con una metáfora de insectos: “acostumbró a los ciudadanos a no querer ni aun saber vivir solos, sino a andar como las abejas, que siempre están en comunidad”. Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XXV.
[41] El aspecto de un poder ético de Esparta irradiando hacia los griegos clásicos, es ampliamente elogiado por Plutarco, afirmando que propugnó por el bienestar común de las ciudades Estado, abatiendo la tiranía y favoreciendo la convivencia. “esta ciudad, con sola una escítala y una mala ropilla, dominando a la Grecia muy según su grado y voluntad, deshizo autoridades injustas y tiránicas que se habían introducido en los gobiernos, decidió sobre guerras y sosegó tumultos, muchas veces sin ni siquiera mover un escudo, sino con sólo enviar un mensajero, al que todos acudían para hacer lo que se les mandaba y ordenaba, como las abejas cuando la reina se presenta: ¡tanto era lo que prevalecía en buenas leyes y en justicia!” Plutarco, Vidas paralelas; “Licurgo”, parte XXX.
[42] Erich Fromm en El corazón del hombre señala el rasgo del pensamiento autoritario proclive a la violencia, que termina deificando a la muerte, a modo de un nihilismo que pretende la aniquilación del débil por su condición de debilidad. Tendencia nihilista por entero antagónica con el humanismo moderno.
[43] “Se puede hacer al sistema en conjunto del legislador el mismo cargo que Platón le ha hecho en sus Leyes: el de tender exclusivamente a desenvolver una sola virtud: el valor guerrero.  (…) Lacedemonia, que se ha sostenido mientras ha hecho la guerra, ha perdido el poder por no saber gozar de la paz y por no haberse dedicado a ejercicios más elevados que los de los combates.” Aristóteles, Política, Libro segundo, Capítulo VI, “Examen de la Constitución de Lacedemonia”.

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