Por Carlos Valdés Martín
Para sentir la
emoción infantil de jugar con la espada, recordar su versión de madera y compararla con la de
adultos, siempre es sublime… Un primer
recuerdo fue la leyenda de Perseo y Medusa donde el héroe recibe
una espada para alcanzar una hazaña, la misteriosa e inexplicable victoria
sobre una mirada que petrifica y contra una cabellera convertida en nido de
serpientes. Ahí la espada representa una fuerza contundente, aunque sin excesos
ni malicias, siempre dispuesta a restablecer el orden cósmico y la armonía entre los mortales. Perseo representa el despertar juvenil que se enfrenta a un
monstruo, donde ya no hay rastro de la mujer —pues Medusa fue bella mujer antes
de tornarse en horror—, sino la cabeza mítica de las fuerzas oscuras del
inframundo.
La espada
infantil y juvenil representa un despertar de las fuerzas propias con la
superación de los miedos castrantes, en esa proyección de espejos imaginaria
donde lo temido aparece en un momento extraño.[1]
Mientras los personajes antiguos deben mantener su apego a la dureza y
perfección de la espada, los modernos nos alegramos con la metamorfosis marcada
del idioma inglés al pasar de “sword”
a “word”, de la espada a la palabra.
Pero eso ya era evidente desde los pueblos antiguos que se mantenían indecisos
entre el pretor y el tribuno, el primero hábil en las armas y el segundo
diestro en la retórica.
En algunas
ocasiones, la excelencia de una espada es tan apreciada que adquiere un nombre
propio y su leyenda, según sucedió con Excálibur, predestinada para el Rey
Arturo. Cierto que en la Edad Media fue el periodo cuando más se apreciaron las
espadas pues sí eran las armas del poder y en esos siglos las batallas se
decidían bajo su filo, por tanto los héroes legendarios poseían una con
personalidad. El Cid tuvo un arma personal llamada Tizona y, por su parte, el
héroe de Roncesvalles, el famoso Roldán a su Durandarte. El rey más
destacado de Europa en su siglo, Carlomagno poseyó su distintiva espada llamada
Joyeuse.
En el Japón imperial, una katana llegó a representar el poder del gobierno y se
llamó Honjo Masamune, aunque quedó desaparecida en el siglo XX.
La espada de
Perseo segó el cuello de Medusa y, aun así, no alcanzó un sello personal en ese
relato. No basta con que la espada sepa cumplir una hazaña, la leyenda requiere
un paso más adelante, hasta alcanzar lo extraordinario. Con el debido sigilo,
cada quien recordará las imágenes infantiles cuando se emplearon las espadas (o
sus reemplazos de juguete) para los fines más alegres y juguetones, cual un
Perseo infantil escuchando el batir de las alas de un Pegaso.
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