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lunes, 2 de marzo de 2020

ANÁLISIS DE “LA MÁSCARA DE LA MUERTE ROJA” DE EDGAR ALLAN POE





Por Carlos Valdés Martín

Un cuento breve y con los trazos firmes del mejor Edgard Allan Poe evoca las terribles epidemias de la peste negra para el temor y deleite del lector. En el corazón modernista de Norteamérica, Poe se interesó por los ambientes aristocráticos que le resultaban lejanos y misteriosos, en este caso presenta a un príncipe medieval llamado Próspero, repitiendo el nombre del clásico personaje shakesperiano de La Tempestad


Contexto histórico
Este cuento fue publicado en el año 1842, en la floreciente ciudad norteña de Boston, en Estados Unidos. Ahí despertaban las fuerzas productivas de la sociedad urbana, cuando los efectos de un nuevo modelo económico se hacían patentes y contrastaban con los ritmos del Sur norteamericano y las contradicciones europeas, donde los conflictos de la restauración monárquica se multiplicaban.
El propio progreso de las ciudades, los largos periodos de paz y el avance de la medicina estaban modificando la relación entre el ciudadano con la enfermedad y la muerte, que se convertían en un espectro más terrífico al cual conjurar. Mientras la urbanización y la asepsia volvían a algunas urbes un sitio más confortable y seguro, mientras otras ciudades se mantenían bajo las sombras de los siglos anteriores, con sus cloacas abiertas y mortandad masiva que Poe traducía hacia imágenes arrebatadoras.[1]  


Contexto narrativo
La literatura florecía en ambos extremos del Atlántico tensada entre la maduración del estilo de realismo y los efectos del romanticismo, experimentando hacia nuevas tensiones creativas, donde el relato de terror era innovado por Allan Poe. Por el tema y ambiente a este relato se le considera como un “relato gótico”, unido a un fino embate psicológico, para describir con maestría un terror irónico.
La narrativa realista se interesaba por reflejar cada vez con más detalle y precisión cualquier aspecto de la existencia contemporánea, alcanzando grandes exponentes artísticos; de modo paralelo el romanticismo seguía pugnando por romper los moldes y apelar más a las emociones para explorar los pliegues más exaltados o retorcidos del alma, de tal manera que los efectivos relatos de terror abrevaban de ambas corrientes. 


Estilo de la narración y tema de fondo
Este cuento es un relato lineal que avanza en una rápida línea de tiempo, comienza dando el antecedente terrible de la epidemia, marca el dispositivo para evitarla, llevado por el protagonista príncipe Próspero, y la huella insinuada de su antagonista, la Muerte Roja, que en el desenlace resulta ya un personaje personalizado. La descripción la realiza un narrador externo que describe con perfecta elegancia las situaciones y ambientes sin detenerse en detalles irrelevantes, pero avanzando con un ritmo que ofrece una tensión hacia el desenlace.
El tema de fondo se centra en la inevitabilidad de la muerte, incluso para los poderosos, por lo que repite un tema gustado en el periodo medieval de la fatalidad sobre el monarca. El predicador decía “vanidad de vanidades, todo es vanidad”[2] y las leyendas populares confirmaban que el destino del pueblo y su gobernante estaban ligadas de manera estrecha, incluso hasta la superstición.


El ambiente
Con breves trazos magistrales Poe muestra un ambiente medieval y aristocrático, tan señorial y elegante como primitivo y supersticioso, amurallado mediante un egoísmo de la élite, alejada de su pueblo azolado por una terrible enfermedad. El argumento posee un sustrato con fuerza medieval, pues el personaje fantasmal implica una encarnación del mal y un castigo a la condición de pecadores, lo cual se separa de las nuevas mentalidades modernistas. Esto implica un curioso ejercicio intelectual, mediante el cual Poe establece un vínculo entre el pasado y su presente, sirviendo de puente para el lector.
El ambiente humano está formado por la despreocupación de la élite, que se agrupa alrededor de su príncipe dándole la espalda a la población enferma, en una especie de amputación voluntaria. Separarse mediante murallas y con puertas soldadas para sellar la invasión de los pobres del país ¿les recuerda algún tema de actualidad? Sin duda la separación sigue siendo un gran tema y no es una novedad, algunas de las ciudades más antiguas poseyeron murallas, así que apartarse de otro grupo es una actividad milenaria.[3] Bajo la óptica de este relato esta separación pareciera resultar en un festín y una especie de orgía fundada en esa división. ¿Dividirse para pavonearse en una élite privilegiada ya es en sí motivo de fiesta? Por desgracia, eso parece ser un código recurrente, como si excluir a los inferiores fuera hasta un placer en sí para quienes se creen superiores; al mismo tiempo, para la mentalidad del siglo XIX (y para la nuestra) esto arrastra una culpa radical.   
La fiesta cortesana descrita con brevedad magistral, se desenvuelve en un baile de máscaras, donde el juego del anonimato empuja a una diversión más allá de lo normal y un emblema del lujo en movimiento. El simple baile se insinúa en un desatrampe orgiástico que sobrepasa lo ordinario, motivo de escándalo moral y fuente que señala hacia la perdición moral. En lugar de la fiesta normal se insinúa un acto oprobioso por más de una razón: por jolgorio egoísta opuesto al mundo y por la licencia insinuada por la clase aristocrática. En algunos rasgos se colocan las sospechas de oprobio colectivo con “los convidados en las salas de orgía”[4] Asimismo, ese signo negativo no resulta tan definitivo, sino matizado por una extrañeza motivada por los disfraces, los cuales son señalados como “Veíanse figuras de arabesco, con siluetas y atuendos incongruentes; veíanse fantasías delirantes, como las que aman los maniacos.”[5] Recordemos que la multitud es uno de los temas literarios de Poe —que aparece también en otros relatos, como “El hombre de la multitud”— ante la cual mezcla brillantez y repugnancia. La masa misma resulta tan polisémica que sus efectos no alcanzan a ser resueltos por los signos de la escritura, pues su naturaleza múltiple corresponde al desbordamiento.
El ambiente arquitectónico implica un sitio privilegiado, una especie de palacio cortesano al cual se le atribuye función original de “abadía”, pero convertido en un asilo cortesano, para el goce y disfrute de una masa ociosa. La descripción se centra en unos pocos aspectos, el exterior señalado por murallas inexpugnables y por puertas selladas mediante la fuerza del hierro. De manera marginal sabemos que hay torres con almenas, lo cual es un detalle adicional de seguridad bélica para la construcción.
El mayor detalle corresponde a la descripción de la galería para fiestas y bailes que conecta a siete salones, que se despliegan en curva, lo cual anota Poe debe considerarse un diseño sorprendente pues lo esperado es trazar una línea recta. La suposición incumplida de la línea recta permitiría que el príncipe Próspero alcanzara con la vista de un lado a otro, como un atributo del poder observando hasta el extremo, por tanto, dominándolo.[6]
Asimismo, el desbordarse los salones unos con otros corresponde con un código de lujo, donde el desbordamiento y el ocultarse hasta a la mirada del príncipe marca ese sello de lo “exclusivo”. Simultáneamente, el lugar rodeado por la peste roja implica que la simple sobrevivencia ya implicaría un lujo, pero la élite no se conforma y con su baile insulta a los excluidos: ese es el código del lujo, el disfrutar dejando a tantos afuera, relegados ante lo inalcanzable.[7]
El número siete pareciera adquirir algún significado en este contexto, en primer lugar, dando una sucesión de los colores, los cuales están asociados con estados de ánimo, en especial, al horror por lo correspondiente al rojo (de sangre, herida, derrame) y al negro (de muerte y noche) unidos como dos polos oscuros de un mismo drama. Los siete colores —casi por evidencia— corresponden con el arcoíris reinterpretado en clave de horror, mientras el arco celeste brilla con esperanza, esta diadema de colores anota una condena.
El mobiliario del sitio es altamente simbólico integrado con reloj, trípodes y ventanas que dan la tónica al relato. Al principio, las ventanas generan una facultad de correspondencia por la coloración, pero cambia el sentido, cuando al salón negro le corresponde una ventana roja para dar una evocación terrorífica al último espacio, pues el salón de fondo oscuro se adivina ensangrentado, al final, por el simple juego de colores combinados. Los trípodes representan una salida elegante y misteriosa al remplazo de las luces, sirviendo para equilibrar el ambiente entre un filtro por los ventanales y la contraposición para un tipo de luz artificial poco común. Además los trípodes sirven para señalar de manera elegante el final: “Y las llamas de los trípodes expiraron.”[8]
El gran reloj de ébano posee una potencia metafísica de pauta e interrupción, con una evocación perturbadora y profética. Por su mecánica directa, el gran reloj de ébano funciona como una contraparte con el conjunto humano, pues su representación del tiempo también establece la irrupción de la ley natural y la presencia de lo finito. Colocado en el salón negro, su funcionalidad evoca siempre la presencia del término y, poco a poco, va apuntando en esa dirección. El efecto explícito de su potente sonido trae la confusión perturbadora que obliga a una breve pausa entre los bailarines, especie de anuncio del cruel Cronos con su afán de devorar a sus hijos. 


Mascarada y disfraz perfecto
El relato entero corresponde a un estudio sobre el disfraz extremo que cambia tanto al ser humano se forma un resultado indescifrable. La máscara que insiste demasiado termina por suplantar al rostro y bajo tal acierto, este cuento comienza con la creencia absoluta en ciertas mascaradas sociales, como es la superioridad del príncipe y sus amigos, convertidos en cortesanos. El príncipe Próspero juega a su máscara como su propia realidad, de tal manera que separa radicalmente su territorio de todo otro territorio. Ese proyecto del egoísmo no es tan excéntrico en la historia de la humanidad, y más de un príncipe ha intentado separarse radicalmente de su entorno. ¿Qué tiene de relación ese amurallarse con la mascarada? En este relato son dos caras de la misma moneda, pues la clausura del exterior implica colocar un manto sobre los espejos indiscreto (el prójimo) de tal manera que el príncipe Próspero se inventa a sí mismo en máscaras que salen de su propia imaginación.
En el baile carnavalesco todos los rostros han mutado en una multitud de máscaras, de tal manera que se olvide el origen del rostro y se cree un espacio de fantasía grotesca, que permite el arribo de una excepción siniestra: un desconocido que pareciera haber convertido la máscara en rostro descarnado, por tanto, girando las pretensiones alegres del príncipe para volverlas en siniestras. Con la introducción de una máscara distinta y espantosa se genera una singularidad, pues a la serie de las máscaras se ha agregado una que sale de la órbita legal, para carecer de una ley a la cual someterse. Ante esa extraña máscara rebelde el príncipe se enfurece e intenta asesinar a quien supone un burlón, sin embargo, no es un burlón sino el fantasma de la muerte por enfermedad, por tanto es la irrupción de la Ley que se suponía excluida por las murallas de la abadía. La Muerte Roja ha creado un disfraz perfecto, el que no es disfraz sino fantasmagoría. 


Tiempos y ritmos
El cuento está armado en base a tiempos y ritmos. Por ejemplo, hay una espera original pues tras seis meses de encierro se organiza un gran baile. A su vez, separar a los cortesanos del pueblo implica un intento de detener el cronómetro fatal. El baile se organiza mediante la música, que toca fluyendo, pero cada hora aparece una turbación por efecto del reloj de ébano.
Las doce campanadas más que amplificar la turbación ritual de las anteriores interrupciones, implica el hito definitivo de la medianoche, cuando encarna el fantasma, cuyo rostro se confunde con una máscara.
Cuando muere el príncipe de inmediato los mil cortesanos fallecen en cascada, ofreciendo un ritmo de ráfaga, para terminar con la agonía y silencio finales, representados por el apagarse de los trípodes luminosos. 


Secreto psíquico de la claustrofobia
Este relato incluye una claustrofobia disfrazada de su contrario, porque encerrarse frente a una epidemia pareciera la más obvia de las soluciones, siempre que no se considere un secreto asco y miedo por el encierro. Recordemos que Poe es el maestro para describir los encierros involuntarios, donde lo oculto y guardado se convierte en una tumba o una cava convertida en sepulcro, como en El barril de amontillado y La caja oblonga.   Bajo tales perspectivas la alegría se torna en escalofrío y la fiesta se convierte en funeral. ¿A qué le teme el claustrofóbico? Para este trastornado el encierro es más que una muerte, es su extremo de inmovilidad y oscuridad que lo atenaza, no sólo del cuerpo sino hasta la hondura del espíritu, aniquilando cualquier vestigio de vitalidad.
En este caso, empieza con un encierro colectivo y voluntario, donde pareciera comenzar con una ventaja, para salvarse de un mal. Además resulta un encierro en compañía lo cual parecería diferente del enclaustramiento, pero la narración revela que eso es un encierro, que la aparente alegría y liberalidad del baile esconde el terror a la muerte, la cual siempre descifra cualquier cerradura y desnuda cualquier máscara.  


Poder absoluto y su contrario
Este príncipe Próspero nos ofrece una encarnación más del poder terrenal sin límites, de quien controla a su entorno y a su capricho somete. En cierto sentido, con su desinterés este gobernante había condenado a su pueblo o, al menos, había contribuido a su condena colectiva bajo una epidemia. Salvarse a sí y a sus amigos pareciera cumplir con el designio del monarca, pues se abroga la faculta de otorgar la vida. Cuando se enoja muestra su otro atributo: puede dictar sentencia de muerte.
Mientras este gobernante anuncia con alegría que él es responsable de un carnaval, al mismo tiempo, decreta asesinar a quien él cree que se burla de sus designios. Por ironía propia del relato, esa prepotencia del príncipe termina convertida en impotencia, pues la Muerte termina ganando la partida.

 NOTAS


[1] Un ejercicio paralelo aparece en el cuento anterior de Poe, titulado “El Rey Peste”.
[2] Eclesiastés 1.
[3] Asimov, Isaac, La tierra de Canaán.
[4] Poe, Edgard Allan, “La máscara de la Muerte Roja”.
[5] Poe, Edgard Allan, “La máscara de la Muerte Roja”.
[6] Recordemos a Foucault en Vigilar y castigar.
[7] Baudrillard, Jean, La economía política del signo.
[8] Poe, Edgard Allan, “La máscara de la Muerte Roja”.

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