Por Carlos Valdés Martín
Un cuento breve y con los trazos firmes
del mejor Edgard Allan Poe evoca las terribles epidemias de la peste negra para
el temor y deleite del lector. En el corazón modernista de
Norteamérica, Poe se interesó por los ambientes aristocráticos que le
resultaban lejanos y misteriosos, en este caso presenta a un príncipe medieval
llamado Próspero, repitiendo el nombre del clásico personaje shakesperiano de La Tempestad.
Contexto
histórico
Este cuento fue publicado en el año 1842,
en la floreciente ciudad norteña de Boston, en Estados Unidos. Ahí despertaban
las fuerzas productivas de la sociedad urbana, cuando los efectos de un nuevo
modelo económico se hacían patentes y contrastaban con los ritmos del Sur
norteamericano y las contradicciones europeas, donde los conflictos de la
restauración monárquica se multiplicaban.
El propio progreso de las ciudades, los
largos periodos de paz y el avance de la medicina estaban modificando la
relación entre el ciudadano con la enfermedad y la muerte, que se convertían en
un espectro más terrífico al cual conjurar. Mientras la urbanización y la
asepsia volvían a algunas urbes un sitio más confortable y seguro, mientras
otras ciudades se mantenían bajo las sombras de los siglos anteriores, con sus
cloacas abiertas y mortandad masiva que Poe traducía hacia imágenes
arrebatadoras.[1]
Contexto
narrativo
La literatura florecía en ambos extremos
del Atlántico tensada entre la maduración del estilo de realismo y los efectos
del romanticismo, experimentando hacia nuevas tensiones creativas, donde el
relato de terror era innovado por Allan Poe. Por el tema y ambiente a este
relato se le considera como un “relato gótico”, unido a un fino embate psicológico,
para describir con maestría un terror irónico.
La narrativa realista se interesaba por
reflejar cada vez con más detalle y precisión cualquier aspecto de la
existencia contemporánea, alcanzando grandes exponentes artísticos; de modo
paralelo el romanticismo seguía pugnando por romper los moldes y apelar más a
las emociones para explorar los pliegues más exaltados o retorcidos del alma,
de tal manera que los efectivos relatos de terror abrevaban de ambas
corrientes.
Estilo
de la narración y tema de fondo
Este cuento es un relato lineal que
avanza en una rápida línea de tiempo, comienza dando el antecedente terrible de
la epidemia, marca el dispositivo para evitarla, llevado por el protagonista
príncipe Próspero, y la huella insinuada de su antagonista, la Muerte Roja, que
en el desenlace resulta ya un personaje personalizado. La descripción la
realiza un narrador externo que describe con perfecta elegancia las situaciones
y ambientes sin detenerse en detalles irrelevantes, pero avanzando con un ritmo
que ofrece una tensión hacia el desenlace.
El tema de fondo se centra en la
inevitabilidad de la muerte, incluso para los poderosos, por lo que repite
un tema gustado en el periodo medieval de la fatalidad sobre el monarca. El
predicador decía “vanidad de vanidades, todo es vanidad”[2]
y las leyendas populares confirmaban que el destino del pueblo y su gobernante
estaban ligadas de manera estrecha, incluso hasta la superstición.
El
ambiente
Con breves trazos magistrales Poe muestra
un ambiente medieval y aristocrático, tan señorial y elegante como primitivo y
supersticioso, amurallado mediante un egoísmo de la élite, alejada de su pueblo
azolado por una terrible enfermedad. El argumento posee un sustrato con fuerza
medieval, pues el personaje fantasmal implica una encarnación del mal y un
castigo a la condición de pecadores, lo cual se separa de las nuevas
mentalidades modernistas. Esto implica un curioso ejercicio intelectual,
mediante el cual Poe establece un vínculo entre el pasado y su presente,
sirviendo de puente para el lector.
El ambiente humano está formado
por la despreocupación de la élite, que se agrupa alrededor de su príncipe
dándole la espalda a la población enferma, en una especie de amputación voluntaria.
Separarse mediante murallas y con puertas soldadas para sellar la invasión de
los pobres del país ¿les recuerda algún tema de actualidad? Sin duda la
separación sigue siendo un gran tema y no es una novedad, algunas de las
ciudades más antiguas poseyeron murallas, así que apartarse de otro grupo es
una actividad milenaria.[3]
Bajo la óptica de este relato esta separación pareciera resultar en un festín y
una especie de orgía fundada en esa división. ¿Dividirse para pavonearse en una
élite privilegiada ya es en sí motivo de fiesta? Por desgracia, eso parece ser
un código recurrente, como si excluir a los inferiores fuera hasta un placer en
sí para quienes se creen superiores; al mismo tiempo, para la mentalidad del
siglo XIX (y para la nuestra) esto arrastra una culpa radical.
La fiesta cortesana descrita con
brevedad magistral, se desenvuelve en un baile de máscaras, donde el juego del
anonimato empuja a una diversión más allá de lo normal y un emblema del lujo en
movimiento. El simple baile se insinúa en un desatrampe orgiástico que sobrepasa
lo ordinario, motivo de escándalo moral y fuente que señala hacia la perdición
moral. En lugar de la fiesta normal se insinúa un acto oprobioso por más de una
razón: por jolgorio egoísta opuesto al mundo y por la licencia insinuada por la
clase aristocrática. En algunos rasgos se colocan las sospechas de oprobio
colectivo con “los convidados en las salas de orgía”[4]
Asimismo, ese signo negativo no resulta tan definitivo, sino matizado por una
extrañeza motivada por los disfraces, los cuales son señalados como “Veíanse
figuras de arabesco, con siluetas y atuendos incongruentes; veíanse fantasías
delirantes, como las que aman los maniacos.”[5]
Recordemos que la multitud es uno de los temas literarios de Poe —que aparece
también en otros relatos, como “El hombre de la multitud”— ante la cual mezcla brillantez
y repugnancia. La masa misma resulta tan polisémica que sus efectos no alcanzan
a ser resueltos por los signos de la escritura, pues su naturaleza múltiple
corresponde al desbordamiento.
El ambiente arquitectónico implica
un sitio privilegiado, una especie de palacio cortesano al cual se le atribuye función
original de “abadía”, pero convertido en un asilo cortesano, para el goce y
disfrute de una masa ociosa. La descripción se centra en unos pocos aspectos,
el exterior señalado por murallas inexpugnables y por puertas selladas mediante
la fuerza del hierro. De manera marginal sabemos que hay torres con almenas, lo
cual es un detalle adicional de seguridad bélica para la construcción.
El mayor detalle corresponde a la
descripción de la galería para fiestas y bailes que conecta a siete
salones, que se despliegan en curva, lo cual anota Poe debe considerarse un diseño
sorprendente pues lo esperado es trazar una línea recta. La suposición
incumplida de la línea recta permitiría que el príncipe Próspero alcanzara con
la vista de un lado a otro, como un atributo del poder observando hasta el
extremo, por tanto, dominándolo.[6]
Asimismo, el desbordarse los salones unos
con otros corresponde con un código de lujo, donde el desbordamiento y
el ocultarse hasta a la mirada del príncipe marca ese sello de lo “exclusivo”. Simultáneamente,
el lugar rodeado por la peste roja implica que la simple sobrevivencia ya
implicaría un lujo, pero la élite no se conforma y con su baile insulta a los
excluidos: ese es el código del lujo, el disfrutar dejando a tantos afuera,
relegados ante lo inalcanzable.[7]
El número siete pareciera adquirir algún
significado en este contexto, en primer lugar, dando una sucesión de los
colores, los cuales están asociados con estados de ánimo, en especial, al
horror por lo correspondiente al rojo (de sangre, herida, derrame) y al negro
(de muerte y noche) unidos como dos polos oscuros de un mismo drama. Los siete
colores —casi por evidencia— corresponden con el arcoíris reinterpretado en
clave de horror, mientras el arco celeste brilla con esperanza, esta diadema de
colores anota una condena.
El mobiliario del sitio es altamente
simbólico integrado con reloj, trípodes y ventanas que dan la tónica al
relato. Al principio, las ventanas generan una facultad de correspondencia por
la coloración, pero cambia el sentido, cuando al salón negro le corresponde una
ventana roja para dar una evocación terrorífica al último espacio, pues el salón
de fondo oscuro se adivina ensangrentado, al final, por el simple juego de
colores combinados. Los trípodes representan una salida elegante y misteriosa
al remplazo de las luces, sirviendo para equilibrar el ambiente entre un filtro
por los ventanales y la contraposición para un tipo de luz artificial poco
común. Además los trípodes sirven para señalar de manera elegante el final: “Y
las llamas de los trípodes expiraron.”[8]
El gran reloj de ébano posee una
potencia metafísica de pauta e interrupción, con una evocación perturbadora y
profética. Por su mecánica directa, el gran reloj de ébano funciona como una
contraparte con el conjunto humano, pues su representación del tiempo también
establece la irrupción de la ley natural y la presencia de lo finito. Colocado
en el salón negro, su funcionalidad evoca siempre la presencia del término y,
poco a poco, va apuntando en esa dirección. El efecto explícito de su potente
sonido trae la confusión perturbadora que obliga a una breve pausa entre los
bailarines, especie de anuncio del cruel Cronos con su afán de devorar a sus
hijos.
Mascarada
y disfraz perfecto
El relato entero corresponde a un estudio
sobre el disfraz extremo que cambia tanto al ser humano se forma un resultado
indescifrable. La máscara que insiste demasiado termina por suplantar al rostro
y bajo tal acierto, este cuento comienza con la creencia absoluta en ciertas
mascaradas sociales, como es la superioridad del príncipe y sus amigos,
convertidos en cortesanos. El príncipe Próspero juega a su máscara como su
propia realidad, de tal manera que separa
radicalmente su territorio de todo otro territorio. Ese proyecto del
egoísmo no es tan excéntrico en la historia de la humanidad, y más de un
príncipe ha intentado separarse radicalmente de su entorno. ¿Qué tiene de
relación ese amurallarse con la mascarada? En este relato son dos caras de la
misma moneda, pues la clausura del exterior implica colocar un manto sobre los
espejos indiscreto (el prójimo) de tal manera que el príncipe Próspero se
inventa a sí mismo en máscaras que salen de su propia imaginación.
En el baile carnavalesco todos los
rostros han mutado en una multitud de máscaras, de tal manera que se olvide el
origen del rostro y se cree un espacio de fantasía grotesca, que permite el
arribo de una excepción siniestra: un desconocido que pareciera haber
convertido la máscara en rostro descarnado, por tanto, girando las pretensiones
alegres del príncipe para volverlas en siniestras. Con la introducción de una
máscara distinta y espantosa se genera una singularidad, pues a la serie de las
máscaras se ha agregado una que sale de la órbita legal, para carecer de una
ley a la cual someterse. Ante esa extraña máscara rebelde el príncipe se
enfurece e intenta asesinar a quien supone un burlón, sin embargo, no es un
burlón sino el fantasma de la muerte por enfermedad, por tanto es la irrupción
de la Ley que se suponía excluida por las murallas de la abadía. La Muerte Roja
ha creado un disfraz perfecto, el que no es disfraz sino fantasmagoría.
Tiempos
y ritmos
El cuento está armado en base a tiempos y
ritmos. Por ejemplo, hay una espera original pues tras seis meses de encierro
se organiza un gran baile. A su vez, separar a los cortesanos del pueblo
implica un intento de detener el cronómetro fatal. El baile se organiza
mediante la música, que toca fluyendo, pero cada hora aparece una turbación por
efecto del reloj de ébano.
Las doce campanadas más que amplificar la
turbación ritual de las anteriores interrupciones, implica el hito definitivo de
la medianoche, cuando encarna el fantasma, cuyo rostro se confunde con una
máscara.
Cuando muere el príncipe de inmediato los
mil cortesanos fallecen en cascada, ofreciendo un ritmo de ráfaga, para
terminar con la agonía y silencio finales, representados por el apagarse de los
trípodes luminosos.
Secreto
psíquico de la claustrofobia
Este relato incluye una claustrofobia
disfrazada de su contrario, porque encerrarse frente a una epidemia pareciera
la más obvia de las soluciones, siempre que no se considere un secreto asco y
miedo por el encierro. Recordemos que Poe es el maestro para describir los
encierros involuntarios, donde lo oculto y guardado se convierte en una tumba o
una cava convertida en sepulcro, como en El
barril de amontillado y La caja
oblonga. Bajo tales perspectivas la
alegría se torna en escalofrío y la fiesta se convierte en funeral. ¿A qué le
teme el claustrofóbico? Para este trastornado el encierro es más que una
muerte, es su extremo de inmovilidad y oscuridad que lo atenaza, no sólo del
cuerpo sino hasta la hondura del espíritu, aniquilando cualquier vestigio de
vitalidad.
En este caso, empieza con un encierro
colectivo y voluntario, donde pareciera comenzar con una ventaja, para salvarse
de un mal. Además resulta un encierro en compañía lo cual parecería diferente
del enclaustramiento, pero la narración revela que eso es un encierro, que la
aparente alegría y liberalidad del baile esconde el terror a la muerte, la cual
siempre descifra cualquier cerradura y desnuda cualquier máscara.
Poder
absoluto y su contrario
Este príncipe Próspero nos ofrece una
encarnación más del poder terrenal sin límites, de quien controla a su entorno
y a su capricho somete. En cierto sentido, con su desinterés este gobernante
había condenado a su pueblo o, al menos, había contribuido a su condena
colectiva bajo una epidemia. Salvarse a sí y a sus amigos pareciera cumplir con
el designio del monarca, pues se abroga la faculta de otorgar la vida. Cuando
se enoja muestra su otro atributo: puede dictar sentencia de muerte.
Mientras este gobernante anuncia con
alegría que él es responsable de un carnaval, al mismo tiempo, decreta asesinar
a quien él cree que se burla de sus designios. Por ironía propia del relato,
esa prepotencia del príncipe termina convertida en impotencia, pues la Muerte
termina ganando la partida.
NOTAS
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