Música


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viernes, 6 de marzo de 2020

ORFEO ANTE EURÍDICE Y SU IMPOSIBILIDAD



Por Carlos Valdés Martín

“¡Evohé!, gritaron los heraldos en las cuatro esquinas del templo…”
Eduard Shuré, Los grandes iniciados.



Orígenes
El gran Orfeo fue una divinidad de segunda generación, es decir, no aparece en Hesíodo ni Homero que son las fuentes más antiguas de Grecia, por lo mismo, Shuré y otros lo relacionan con una importación desde Tracia[1]. También se atribuye su estirpe a un rey (Egaro de Tracia o hasta al dios Apolo) y una sacerdotisa[2]. Con Orfeo resulta razonable sostener su naturaleza de semidiós con condición mortal, para comprender la narración del descenso al Hades.

Algunos hacen énfasis en el papel de Orfeo como vínculo con la iniciación de Samotracia o de Egipto. Se cree que Orfeo recuperó esos misterios religiosos para el pueblo de Tracia, a partir de lo cual regeneró el sacerdocio. Siendo lo anterior implícito, abundaré en otras facetas del personaje. 

Dionisos y Apolo
El atributo principal de Orfeo fue la música mediante la lira[3] y la cítara, por lo que está ligado al dios solar y cultural Apolo. Su aspecto festivo quedó vinculado a Dionisos (también llamado Baco), divinidad del vino y la exaltación, pero dividido en dos bajo la perspectiva de Shuré.[4] Por tanto, Orfeo es el semidiós que une al culto Apolo y al festivo Dionisos en la armonía, juntando la razón musical con el sentimiento inconsciente y natural.

Tres breves relatos de Orfeo
El viaje de los Argonautas tras el vellocino de oro, lleva de acompañante a Orfeo pues su música es un arma para conjurar peligros. En una versión alternativa a la clásica de Odiseo[5], es Orfeo quien neutraliza el “canto de las sirenas”, y domina otras bestias, para facilitar la captura del codiciado vellocino.
El descenso al Hades para rescatar a su amada Eurídice se interpreta también en el sentido de la iniciación antigua. El arte musical y la elocuencia de Orfeo le permiten traspasar la aduana de Cerbero y convencer a los reyes del inframundo para regresar a su amada. A Orfeo se le permite redimirla a condición de jamás voltear atrás (semejante al escape de Lot y Edith desde Sodoma) para mirar a su amada durante la travesía. El semidiós resiste, pero en el último tramo voltea los ojos cuando Eurídice mantiene un pie todavía en el Averno, por lo que ella se disuelve entre las sombras. Subrayemos que el error recae en el héroe que voltea un instante antes de lo pactado, mientras que el relato bíblico, señala a Edith volteando hacia la ciudad destruida.  
Un relato posterior, según otras explicaciones, indica que Orfeo fue destrozado por las Bacantes,[6] por un motivo sobre el cual no hay consenso. Las interpretaciones varían: en una renegó del culto a Dionisos y favoreció a Apolo; en otra, las desairó repetidamente; o bien, enloqueció de amor por Eurídice y profanó sus misterios báquicos.

Por la mujer y contra ella
Una característica repetida en la figura de Orfeo señala el conflicto frente a la mujer. En las versiones más extremas sobre su final, la furia de féminas desenfrenadas es la causa de su destrucción. También en algunos relatos las bacantes destrozan y decapitan a Orfeo, en clara alusión a la castración psicológica por la derrota ante el sexo opuesto. En el relato con las sirenas, su triunfo indica cómo el varón supera la sensualidad implícita y espontánea del elemento femenino-acuático. En la narración clave del descenso al Hades, la amada resulta el motor exclusivo y radical del varón, al mismo tiempo, que se declara inalcanzable. En este punto, anoto que la mitología grecolatina escaseó en romances, y en ese sentido esta narración es notable, anticipando la devoción del amor monógamo que proliferaría siglos después.

Sueño, embriaguez y muerte: las fronteras
Los relatos de Orfeo revelan importantes lecciones sobre los límites significativos de la existencia y ante los cuales ocurre un enfrentamiento crucial. El sueño es la frontera natural, entre la vigilia y lo onírico, que se traspasa casi sin notarlo y de modo benéfico al dormir. Sin embargo, hay una fuerte contraposición entre la vida despierta y el sueño, pues, a veces, el individuo ¿No se convierte en soñador inútil? ¿Qué es el visionario sino el soñador con voluntad que modifica lo etéreo en nueva realidad?
La embriaguez no siempre fue un vicio para los grecolatinos, más bien detonaba una dualidad: capaz de despertar el “entusiasmo” (el deus interno) o caer en el precipicio de la borrachera. De ahí su culto cauteloso, respecto del cual semeja la actitud tradicionalista náhuatl de respeto hacia hierbas y hongos psico-estimulantes.
La muerte levanta el imposible definitivo, pero la lección de Eurídice también argumenta sobre el recuerdo y el tiempo irrecuperable: de modo constante el universo pasa ante nuestros ojos. Quien se descuida y “voltea la cara” queda atrapado por el fantasma del recuerdo; pues quien añora el pasado habita en el país de los muertos.
¿Hay algún milagro capaz de desenredar esa triple frontera de sueño-embriaguez-muerte? El heroico Orfeo sugiere una vía de escape. El sueño como velo de fantasía; la embriaguez como sometimiento a los sentidos y la muerte cual secreto revelado sobre la inmortalidad. ¿Qué héroe real lo traspasa?

Eurídice
El relato apunta que ella se había comprometido en matrimonio con Orfeo, pero que un pretendiente enardecido la persiguió para impedir su boda, y durante la huida, ella fue mordida accidentalmente por una víbora, que le provocó la muerte. Ante la tragedia el novio inconsolable termina obteniendo el acceso al inframundo, convenciendo a los guardianes como Caronte y Cerbero entre sus ruegos, música y elocuencia.
En el confín de lo deseado, Eurídice representa el amor más puro,[7] y en pos de su rescate Orfeo lo arriesga todo, bajando al inframundo. El Hades que también es el Caos, representa plásticamente la destrucción y la nada irremediable, mientras el desvanecimiento de Eurídice nos alerta sobre el paso del tiempo y lo irremediable del cronómetro. La búsqueda de Orfeo en el Averno nos recuerda, más allá de la imposibilidad, la tarea clave de recuperar la vida ante su derrumbe definitivo, en fin, manejar el secreto de la trascendencia. Esa pureza que merece un amor más allá de lo humano, representada por Eurídice (un modelo de pasión para recuperarse a partir del movimiento romántico) es el imán que arrastra a Orfeo a traspasar las fronteras y sublimar su esfuerzo. ¿Cuáles son las armas del encantador Orfeo? Son elocuencia y música, los atributos para embellecer cualquier atmósfera, de tal modo que destraba las fatalidades con la armonía unida de la naturaleza (el sonido en sí) y el pensamiento (su palabra elocuente).

La culpa de Orfeo y su propia catástrofe
En la leyenda, el semidiós sufre una segunda pérdida y ésta resulta la más dramática, pues falla al punto de alcanzar su milagro de rescatar a Eurídice del reino de los muertos. En esa falla de la mirada hacia atrás acontece el nudo del relato. Mientras Hércules cumple con 12 trabajos, el infeliz Orfeo falla en el único rescate importante. Él es el caballero fallido, el canto del fracaso de la alegría de vivir ante la fatalidad misma. Y el suponer, bajo hipótesis realistas, que su tarea de antemano resultaba imposible, el mismo relato la convierte en viable, por tanto fracaso es tan lamentable. La causa del fracaso es un simple gesto prohibido, una obligación de “no mirar atrás”, que incumple el paladín acicateado por un simple descuido.
Perder dos veces a la amada Eurídice es motivo suficiente para hundirse en la tristeza y que el representante de los cantos dulces, el encantador de fieras, quede hundido. Su castigo resulta irrelevante, pues él lo debería suplicar, ya que ser muerto por las bacantes es más el remedio para regresar al Hades que una condena.

La tensión y la armonía del desenlace
Ya señalé que Eurídice vale cualquier proeza, sin embargo, buscando un aspecto unificador de la figura mítica de Orfeo se destaca la tensión (lucha entre géneros y entre divinidades siendo opuestos) y el uso de la armonía que supera esa tragedia,[8] aunque no siempre en desenlaces felices, al menos, anuncia a la solución mediante tal armonía sublime. En tal sentido, la armonía musical representa la esencia del espíritu que soluciona la trágica lucha de contrarios,[9] sin embargo, siempre sometido a las rigurosas leyes del tiempo y la muerte natural.  

NOTAS:


[1] Región balcánica al norte de la zona tradicional griega. SHURÉ, Edouard, Los grandes iniciados.
[2] En otras referencias también se atribuye a la musa Calíope patrona de la poesía o Clío musa de la historia.
[3] “¿Sabes lo que es la Lira de Orfeo? Es el sonido de los templos inspirados. Ellos tienen por cuerdas a Dios. A su música, Grecia se armonizará como una lira, y el mármol mismo cantará en brillantes cadencias, en celestes armonías.”  SHURÉ, Edouard, Los grandes iniciados.
[4] SHURÉ, Edouard, Los grandes iniciados.
[5] HOMERO, Odisea. En ese relato, el famoso marinero se amarra al mástil y tapa las orejas con cera para esquivar el encantamiento mortal de las sirenas, así controla sus sentidos con astucia.
[6] A las seguidoras de Dionisio se les llamaba “bacantes”, se consideraban sacerdotisas irregulares, que hacían reuniones en sitios alejados, porque se exaltaban de ánimos hasta los furores, que podían atacar a quien se atravesara en su ruta. Leyenda que se refleja en la tragicomedia de Eurípides Las bacantes.
[7] Esta ninfa, Eurídice, fallecida antes de consumar su pasión es un modelo de la virgen inaccesible, que tanto atraía al romántico; dibuja a la perfección al objeto del deseo frustrado por la adversidad. En la religión pagana, ella no está prohibida por el pecado sino por la fatalidad natural, que no permite el retorno.
[8] La referencia a la lira como el instrumento musical también conecta con el pitagorismo por el descubrimiento de la escala musical, la cual se logró a establecer la relación geométrica y matemática de las notas musicales.
[9] Con este tipo de planteamientos se anticipa a la religión del arte que proclama el romanticismo, como en Schelling.

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