Por Carlos Valdés Martín
El cuento “La moneda falsa” posee una densidad
adherente y, a la vez, con careta ingenua; una densidad el doble de
significativa porque el narrador literario revela al autor que lo creó. Para revelar
los dobleces de su alma, Charles Baudelaire jugó a personificarse en sus textos
y actos, a diferencia de tantos genios literarios que toman distancia y no
aplican una especie de “exhibicionismo”. Y tuvo un sentido puntual de su época
y que ese el siglo XIX era adecuado para representarse a sí mismo como un
artista que experimentaba con París, la moda, el opio, el azar, las
exposiciones, la prostitución o las barricadas, en fin, mezclas complicadas que
sellan la modernidad.[1]
En esta breve narración, el autor junta el ambiente físico y moral de París
para empujarnos hacia un rápido asombro que deleita con un sabor a denso.[2]
Ambiente parisino
Antes de París no había “millonarios”, el término se inventó junto con una burbuja
económica, por una extraña explosión de billetes fiduciarios, que alteró el
ambiente elitista…. ¡Tener mucho dinero! Suena factible y hasta trivial, pero fue
una rareza y sucedió no hace tanto… ¿Contar dinero en la calle mientras se
pasea? No era para los simples mortales, incluso, resultaba un gesto tan
marginal y repulsivo que la Iglesia conservaba leyes contra la usura, para que
no se traficara con dinero, a menos que lo traficara un cura o un paniaguado el
obispo.[3]
Y París cantaba y bailaba cada noche, a la luz de bombillos artificiales,
pero la condena de Cristo contra la ociosidad y el lujo no había desaparecido…[4]
Seguía el susurro de “mercantilistas, traficantes y pecadores”… eso del
dandismo era cosa del diablo, había que pagar la entrada al cielo, mediante una
misa o un crucifijo dorado.
La trama comienza
Son dos amigos que cabe llamarlos “dandis”, por ser personajes privilegiados,
jóvenes y despreocupados quienes disfrutan de la gran ciudad y sus lujos.[5]
Acudir al estanquillo y comprar un vicio ligero, pues entonces hasta el tabaco era
sospechoso de pecado y el recibir dinero, incluso mucho. Y el amigo del personaje
cuenta monedas, muchas piezas, pone unas en una bolsa, y otras en otra, y
todavía hay más… Aparenta un juego, eso de ostentar monedas alrededor del
cuerpo ocioso, sin embargo, irrumpe una densidad
al observa un “«¡Singular y minucioso reparto!» -dije para mí.”[6]
Con la afirmación de que el “repartir” se considera ya extraño, comenzando la
densidad. El reparto debería ser un gesto plano y sin dobleces, en este caso
anuncia algo extraño.
En eso aparece un “personaje antagonista” que es un pobre pacífico con una
gorra extendida y una mirada de súplica… donde “Nada conozco más inquietador que
la elocuencia muda de esos ojos suplicantes”[7]
Por un lado la holgura y en el extremo la miseria, para vincularlas con el
gesto de la “limosna”, un término que hunde la escala del que recibe, para
inventar esa especie de pantano que es la condición del “limosnero”. Que la
caridad se entregue en monedas depende de la presencia del dinero como
categoría: trama de lo cotidiano. Y esa limosna, a la vez que distribuye,
separa en un sentido abismal, pues no establece la ecuación usual de la compra,
bajo el supuesto de que nada entrega quien pide y quien entrega no está
obligado a nada. Esa desproporción abismal nos remonta a la oposición entre el
espadachín una víctima desarmada, donde la separación resulta antagónica y
quien fuese perdonado, recibe mucho pero se mantiene la inequidad de quien amaga
con la violencia. A diferencia de la espada, la moneda pequeña tiende un puente,
sin embargo, la escala diminuta que se asocia al término “limosna” disipa el
efecto del “dar”. En esta narración encontraremos un extremo de la disipación.
El nudo y desenlace de la trama
En el cruce de caminos, ambos amigos dan limosna, sin embargo, el otro
aporta una cantidad en apariencia grande con una única moneda. El narrador
elogia: “«Hace bien; después del placer de asombrarse, no lo hay mayor que el de
causar una sorpresa.»”[8]
De inmediato el amigo responde que dio “la moneda falsa”, y lo hace tranquilamente
como para contrarrestar la impresión de prodigalidad.
Tras ese nudo de la trama, el narrador se intranquiliza, y en silencio
busca explicaciones para lo sucedido. Algunas son hipótesis felices como que la
moneda se cambia por otra buena y da harta alegría al beneficiario, después elucubra
las oscuras como el encarcelamiento del mendigo. La reflexión es interrumpida
por el amigo que parece acordar con el primer argumento: “«Sí, estáis en lo
cierto; no hay placer más dulce que el de sorprender a un hombre dándole
más de lo que espera.»”[9]
El narrador en lugar de conformarse con el acuerdo del amigo, se asombra y
conmociona sin proferir más palabras, mientras comprende: “Entonces vi claro
que había querido hacer al mismo tiempo una caridad y un buen negocio… pero
nunca le perdonaré la inepcia de su cálculo… el vicio más irreparable es el de
hacer el mal por tontería.”[10]
Ahí termina el relato y he saltado breves partes del argumento.
Interpretaciones del final
Ese final pareciera ser claro y contundente, sin embargo, más de uno ha
observado una ambigüedad en ese argumento. ¿Dónde está el escándalo del
narrador contra el amigo? 1) Lo más explícito es su “cálculo”, como para
señalar que una malicia directa es menos perversa que un cálculo que busca sacar
más ventajas, incluso ganarse el cielo. ¿Se condena el cálculo mismo? Para los
siglos posteriores se ha olvidado la condena sobre esa manera de hacer cálculos
de ganancias y pérdidas para sacar ventajas, a menos que se trate de un círculo
parroquial o de una célula comunista; en los siglos siguientes el tráfico
comercial y sus cálculos asociados proliferaron a tal nivel que dejaron de
llamar la atención. ¿Cuánto por una indulgencia del Papa de Roma para ganar el
cielo? Se descree de su efectividad pero ese gesto no resulta tan escandaloso
en sí. 2) La rapidez para causar un mal con completa impunidad, nos regresa al
famoso argumento de Platón sobre el anillo de Giges que volvía invisible al
poseedor, facilitando cometer fechorías sin castigo. El gesto es muy rápido e
implica un bien inmediato el deshacerse de un dinero falso. Dar una pequeña
cantidad falsa sin castigo parece juego de niños, pero si incrementamos el
ejemplo, el tamaño sí importa. Sin embargo esta opción está en relación directa
con un pequeño mecanismo de una ley de la circulación monetaria, que se llama
Ley de Gresham, en honor al pensador inglés que descubrió que en un sistema
monetario con dos monedas, la considerada de mala calidad se mantiene
circulando, mientras la de buena calidad se retira del sistema. Esa es la ley
de la circulación que ha sacado siempre a las monedas de plata y oro, para dar
el sitial a las monedas sin valor intrínseco. 3) Hacer el mal por tontería, que
es la tesis explícita del narrador, pues el amigo va a perjudicar al limosnero
con una falsificación y, simultáneamente, espera que Dios le recompense por
darle una moneda falsa muy falsamente valiosa, como si su gesto fuera oculto a
la mirada “omnipresente”, atributo elemental del Dios cristiano. 4) La
hipótesis del giro posterior, cuando quizá el amigo mintió al narrador, porque
la moneda de dos francos resultaba legítima, pero disimuló su gesto por pudor.
En ese caso habría un giro completo de la narración, que está descartado, sin
embargo, como el narrador no es omnisciente (no es el sabelotodo) sino parte de
la trama, podría quedar engañado.
Hipótesis ley de Gresham
De las cuatro hipótesis me agrada más el imperio de la ley de Gresham como
un resorte automático que obliga a lanzar a la circulación cualquier moneda que
se descubrió de mala calidad, y con mayor razón si es falsificada. Una moneda
falsificada implica un riesgo, una transgresión y hasta un delito, sin importar
que la porte un dandi. El transito juguetón entre los bolsillos deja la esfera
de lo íntimo, para ser propulsada por una especie de fuerza física natural; el
deshacerse de una moneda falsa resulta irresistible para quienes gravitan en la
esfera del mercado, por más que no tengan plena conciencia de ello. Hay que
reconocer que el cuentista se contrapone a los rigores de una ley económica,
pero los plasma en el hecho ficticio. Hay leyes donde el acontecimiento aislado
pareciera contradecir al enunciado, a la manera de contraposiciones. El cuento
nos dice que el dandi se comportó de una manera singular, que no sería fácil de
repetir; la ley de Gresham indica que la abrumadora mayoría de personas se
desharán de las monedas de mala calidad y con doble razón de las falsas. La ley
económica no contraviene a los artistas, sin embargo, se mantiene opaca frene a
la cotidianeidad, pues si los hechos aislados fueran directamente diáfanos
hasta la ciencia saldría sobrando. Imaginemos que el fantasma de Thomas Gresham
se aparece al personaje narrador para esclarecerlo y le explica:
—Ha sido una fuerza casi física como la aceleración de la caída física la
que obligó a tu amigo, no hay mucho cálculo ni bondades fingidas, los dilemas
morales déjalos para Hamlet, pues el repeler las monedas falsas es un impulso irresistible.
Quedaría un final aséptico y sin brillo. ¡Qué alegría que Baudelaire nunca
tropezó con el espectro de Gresham!
La densidad de un objeto:
moneda falsa
Pese a su sencillez, cualquier moneda carga con la completa historia y
tejido económico. ¿Hasta dónde es aceptada? Depende del tejido de intercambios,
casi siempre solapado por el poder de
un Estado[11] o
por una cadena de aceptaciones comerciales, con agentes económicos convencidos
de su validez (de ahí el término misterioso de fiduciaria). Depende de una
historia donde se han tasado precios y aceptaciones, para definir en concreto
cuánto vale esa moneda, no por su sello legal (en el cuento dos francos), sino
por cuánto se adquiere con eso “dos francos”.
Si bien con los orígenes de la moneda surgió la falsificación y hasta hay
economistas que la consideran una especie de manía de los príncipes, para una
ciudad cosmopolita la presencia de una falsificación resulta un pequeño
escándalo. Conforme hay un Estado fuerte y una capital esplendorosa en París,
la presencia de una mácula en una moneda, entonces hay un escándalo con la
moneda. El escándalo personal aparece en el miserable y en el objeto es esa
objeto metálico falso. En el relato, los personajes se vuelven cómplices del
escándalo, aunque ¿qué más le queda al ciudadano pretencioso —el dandi— pero finalmente
sin más peso específico que otro pequeño engranaje de la trama? En la trama esa
moneda falsa funciona como un ladrón móvil, que además es visto pero genera un
guiño de complicidad para moverlo más hacia adelante, hacia un habitante más
desprotegido. El cuento también revela otro dato, que el potencial explosivo de
la pequeña moneda, pues si el pobre es descubierto circulándola, “¿No podía
llevarle asimismo a la cárcel? Un tabernero, un panadero, por ejemplo, le
mandarían acaso detener por monedero falso, o como a expendedor de moneda
falsa.”[12]
Una sensibilidad literaria contemporánea a la trama de Los Miserables, donde un pequeño delito de un pobre
arrastra hacia una cadena de horrores.[13]
Ahora bien, una moneda falsa es un objeto ambiguo tanto por su ser, que si
resulta eficaz no será notado, por tanto desaparecería la frontera. La moneda
circula y esa es su naturaleza, por tanto la pieza de metal que ya no está en
tus manos ¿es falsa o no? El pasar a unas segundas manos la hace menos falsa
para ti y si ha recorrido una cadena de transacciones lo ha dejado de ser en
absoluto. Conforme exista una falsificación eficaz, es decir, que no es descubierta
y apartada, funciona como una moneda sin más. Y hay una paradoja: esa moneda falseada es más eficiente
según la ley de Gresham, pues circula más y más rápido. Anotemos que la
falsedad es un criterio, no una intención de la moneda, las piezas no poseen
intenciones.
Pero una “buena falsificación” será indistinguible y por tanto funcionará como
dinero sin objeción, siendo esa la intención
del falsificador. En ese caso la mentira circula con fluidez, lo cual se
repite en la Era de la Red, conforme las Fakenews de escándalo o miedo circulan más rápido que la Verdad.
El dandi: la densidad de un “ser”
El dandi y el dandismo parecen más una fantasmagoría que una definición,
aunque sin duda han existido, hay dificultades para su precisión. Acompañando
a la urbanización, la expansión del comercio, revolución industrial y el
derrocamiento de las monarquías se abre paso la figura del dandi. Representa
una actitud centrada en la apariencia (fue el vestir distinguido, codearse con
élites, adquirir cierto brillo ante los ojos ajenos…) con lo que implica de
seducción y, por tanto, caer bajo su seducción o reírse de su
vanagloria. ¿Sirve analizar al bufón? A su manera, la figura del dandi es la de
un bufón sin profesionalismo, pero también anuncia al artista moderno en su
variante de cómico involuntario. Y si queremos complicarlo, es un preludio del
artista de revista y telenovela, un personaje del cotilleo urbano, el que
provoca un coqueteo y un suspiro. Con esa superficialidad, sin embargo hay reveladoras
tendencias nuevas, que importan mucho en sí mismas. Para complicar el
panorama, el propio Baudelaire fue un ejemplar del dandi francés, por tanto un
cómplice y uno de sus creadores, siendo su misma personalidad un modelo del
siglo XIX.
En este cuento, la condición de dandi aparece como ya naturalizada, sin
pretender una nota de atención, ubicada en una simple compra y un paseo.
Después adquiere densidad como inquietud y dilema moral, como gesto privado y
consecuencias imaginadas. Para la sensibilidad de los curas y del socialismo
(con el cual coqueteó Baudelaire) bajo cada fortuna se esconde una gran crimen,
considerándolo como un prejuicio y cimiento de ideologías muy influyentes.[14]
Este cuento sin condenar del todo al dandismo sí abre el espacio para la
sospecha y el asombro.
Conclusión
Este relato de Baudelaire demuestra una densidad notoria, tanto
dramática como de moral y época; así, hay un extraordinario enfoque que provoca
explicaciones más extensos que el cuento mismo. Para una lectura superficial,
éste sería un relato banal sobre la trivialidad del mal de un dandi que circula
una moneda falsa. Más a fondo, su revisión revela las épocas y
las actitudes, los pliegues de la inmoralidad y la estulticia, el ambiente
parisino y la irrupción de la modernidad… muestra un sinfín de matices significativos
de un mundo naciendo, todo lo cual se entrega bajo la faz de una anécdota
verosímil y cotidiana.
NOTAS:
[1] Benjamin afirma
que Baudelaire resultó un poeta sistemático de la modernidad, la suya es una
literatura elaborada con intención y con esmero W. Benjamin, "Sobre
algunos temas de Baudelaire", en Ensayos
escogidos, Ed. Sur, Buenos Aires, 1967, p.39.
[2] Los
sentidos, cuando los estiramos con la intención, por ejemplo, se truecan de
sabor en “buen gusto”. Baudelaire inventa una densidad literaria muy adecuada
el género del cuento por su brevedad. Lavagnini, Manual del compañero masón.
[3] Las leyes
eclesiásticas contra la usura fueron una fuente de enriquecimiento para la
Iglesia, por paradójico que parezca.
[4] Así se interpretaban
los pasajes evangélicos donde se condena la riqueza y se observa, por ejemplo,
la expulsión de los mercaderes que invadían el Templo de Jerusalén.
[5] Varias teorías de la
modernidad hacen notar la contribución de Baudelaire a su concepción y
expresión, para lo cual aspectos como el “ambiente parisino”, la notoriedad del
personaje dandi, las actitudes ante el dinero y la pobreza son determinantes. Walter Benjamin, "Sobre algunos temas
de Baudelaire", en Ensayos escogidos,
Ed. Sur, Buenos Aires, 1967. Marshall Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire, El siglo XXI.
[11] Es una excepción
cuando una moneda no la controla el poder del Estado. Antes fueron situaciones
primitivas, fundiciones privadas donde importaba el metal contenido en la
moneda y ahora el fenómeno del Bitcoin regresa a esas prácticas donde los
privados apuntan hacia una moneda. John Keneth Gailbraith, El dinero.
[13] Para más detalle esa
sensibilidad ante la miseria es sucesora de Dickens y otras visiones
literarias, generan una temática e interpretan un ambiente.
[14] Marx sirve tanto de ilustración como analista. Ilustración máxima en El capital de una paranoia para la cual todo dinero es fruto de un
crimen (aunque sea muy pequeño) y analista de qué es la ideología en su Ideología alemana.
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