Por
Carlos Valdés Martín
La
vida es un Examen constante:
La mayoría fracasa por copiar,
al no aceptar que
cada quien
recibe un Examen Diferente.
Aferrar la raíz vigoriza
una evocación material, implica creer que bajo la superficie del paisaje se
esconde una fibra fundadora y que bastará tomarla para resolver el árbol y hasta
vehicular el pensamiento, la existencia o el mundo. Basta tomar la raíz para indicar la actitud radical[1]
y a eso se le llama cavar (un verbo común para filósofos, mineros y
enterradores).[2] ¿Y si no existiera una raíz estricta sino una
indefinida raicilla entonces surgiría el ámbito fantasmal bajo la tierra? Pensé
en las sensaciones blandas y aterradoras que describe con frecuencia Allan Poe
en sus relatos, pero no nos adelantemos. Las consistencias duras nos enardecen
o invitan a la confianza, cuando se nos oponen ellas provocan nuestro ánimo
para superarlas, cuando colaboran con la arquitectura nos invitan a confiar;
las llamamos solidez y hogar. En cambio, algunas texturas son tan ambiguas que
mezclan lo blando con lo resistente, lo áspero con baboso, lo granuloso con lo
húmedo… que su presencia nos desconcierta. En cambio, más allá de la ambigua
raicilla vale imaginar la misteriosa presencia del rizoma.
Las teorías sociales deberían ser luminosas
Aunque los antiguos
griegos eran pensadores poderosos, la teoría social es hija de la ilustración,
pues había que interconectar más estrechamente las sociedades para pensar en
otros términos. Las elucubraciones de Bacon sobre una Nueva Atlántida
no pretendían pautar las dinámicas sociales, su intención era más vaga y
generosa al recurrir a los mitos para abrir perspectivas, pero entre su
publicación en 1626 y las visiones de teoría social ya hay una continuidad, que
atraviesa por Hobbes y Descartes, junto con una pléyade de pensadores. La
primera Constitución moderna, la de Norteamérica, pareciera que no arrastra un
“teorizar” de la sociedad, aunque sí lo arrastra, entre muchas líneas porque
supone que el imperio de las leyes y los derechos conformarán una nueva
sociedad. Hacia el principio del siglo XIX surge una oleada explosiva de
teorías sociales que buscaban transformar las sociedades, claro que había
antecedentes mediante la filosofía, el romanticismo o la economía política,
pero surgió una concepción
directa de transformación de la sociedad, con los ejemplos afamados de
Marx y Comte. Aunque el impulso transformador y el recurso de medios violentos,
llamados revolucionarios eran propios de la segunda mitad del siglo XVIII y la
primera del XIX, la explicación mediante teorías sociales preconcebidas fue un
fruto tardío; el Manifiesto comunista
es de 1848 y el Curso de filosofía
positiva de Comte de 1830 a 1842.
Primer intento
La teoría social del
siglo XX, terminó identificándose con el filósofo de Tréveris —en gran medida—,
quien aseguró que aferraba las soluciones utópicas por la raíz única para escapar de los males del capitalismo, ese
industrial y maloliente que narra Charles Dickens, donde hasta en Londres la
capital comercial e industrial del mundo, la miseria reptaba en los rincones. Sin
embargo, también floreció otra rama diversa y frondosa de las teorías sociales
que se volcó hacia las academias bajo los rótulos de sociología, antropología,
economía, psicología, etc., mientras la rama roja más agitada y militante
siguió los designios del fundador. Bajo cuerda hay sospechas de la maldición de
las dinastías, tal cual a Carlos IV “El embrujado”, los sucesores del filósofo
alemán, en cuanto adquirieron poder rayaron en las aberraciones. Antes de tocar
las mieles del gobierno, entre sus partidarios sinceros fluía la crispación de
nervios y la ambición por un futuro luminoso y absoluto: “Huyamos de las
reformas como si fueran la peste, pues de ellas son las operaciones cosméticas”
ensoñaba Rosa Luxemburgo.[3]
Lenin mostró en la práctica su audacia para asaltar el Palacio de Invierno y
Mao movilizó a millones en una Larga Marcha hasta la Ciudad Prohibida. Otra
variedad de sus seguidores con molicie y realismo prefirieron acelerar el
progreso de Europa se camuflaron bajo el rótulo de “Socialdemocracia”.
De un momento a otro
parecía que aplicar teoría social era fácil aunque doloroso, como si beber el líquido amargo
(casi un veneno) de la Revolución fuese la condición suficiente, pero después
de las revoluciones sucedieron los fracasos, las dictaduras, las
falsificaciones, las calumnias, las monstruosidades… donde el radicalismo
devino en la caricatura del pensamiento único. Con el triunfo en las barricadas
y las agitaciones la generación de rebeldes idealista cayó, cuando el
estalinismo y sus derivaciones (maoístas, albanesas, camboyanas, norcoreanas,
castristas…) mostraron que la rueda de la historia no había avanzado con un
asalto al cielo, sino que se había hundido un escalón hacia la barbarie.[4]
Y después se normalizó una injusticia de los burócratas privilegiados que
argumentaban en nombre del proletariado, mientras actuaban como una élite
aristocrática que fosilizaba el tiempo y dilapidaba su poder absoluto.
Cuando el final del
silgo XX despertó el dinosaurio del capitalismo seguía ahí, mientras el
comunismo realmente existente se recostaba en un lecho de muerte. Claro, la
dialéctica revela la súbita desaparición de las banderas rojas en una Europa post-marxista
obliga a su regreso por la puerta trasera de la nostalgia y de sus caricaturas
como el chavismo en Venezuela. La desmaterialización del sueño comunista le
otorga un último prestigio y la opción de contar con la amnesia. En otras palabras, la seductora raíz que cocinaron los
sucesores de la Internacional se pudrió al establecer dictaduras contra el
proletariado, cuando los líderes rojos engrosaron a los nuevos magnates e
incluso —mucho peor— los nuevos aristócratas.[5]
Segundo intento
Asir a las raicillas, las cuales ya no son
fácilmente atrapables provoca escalofríos. Esa realidad profunda, bajo tierra,
se ha convertido en más sutil y hasta
más etérea. Bueno, ya no se trata de arrancar una raíz única de una sola vez,
el paradigma de una revolución social
para saltar los tiempos se ha descartado. Entonces viene una medicina, llamada la fantasía simplona del progreso y la civilización,
bajo tal supuesto bastaba mejorar la economía y producir riqueza para
restablecer el bienestar, bastaba expandir el sistema educativo formal para
crear la civilización y bastaba la Enciclopedia
con su Ilustración para deshacernos de las tinieblas del oscurantismo
religioso. Hubo avances con la aplicación de la ciencia y la tecnología, mejoró
la educación… pero una solución global parece lejana. A eso se llamó el
progresismo, que sí rindió frutos; a eso se llamó la ciencia occidental que ha
aportado bienestar y se requiere más.[6]
Supongamos que se extrajeron las raicillas de la tierra en una cosecha de
progreso, pero también parecen podrirse cuando la barbarie emplea la misma
tecnología para la guerra o para difundir el fanatismo por vía de las telecomunicaciones. Los alquimistas decían
que la raíz de la mandrágora, con su figura de humano, caminaba bajo la tierra,
que por eso no era fácil de atrapar. Además a la mandrágora se la debía atrapar
en luna llena, de lo contrario su molestia haría que en lugar de sanar
provocara intoxicaciones. No hay una mano firme para atrapar una raíz única y
definida, la sustituyen unas esponjosas y crepitantes raicillas, que no se
dejan atrapar, que cuando se las saca debajo de la tierra se desvanecen con el
sol.
Existe la creencia de
que el radicalismo se inventó con la Era de las Revoluciones, esa que comenzó
en el Siglo XVIII con EUA y Francia, para seguro con la oleada Latinoamericana,
las Socialistas del principio y las anticoloniales de la mitad del s. XX. Sin
embargo, los siglos lejanos tuvieron sus radicalismos, si no ¿qué es la
alborada de la filosofía sino la búsqueda infatigable de dónde agarrarse para
siempre como Parménides con el Ser o Platón con la Idea, Sócrates con su
diálogo infinito o Aristóteles alcanzando su punto medio, los judíos con un
Dios sin nombre y sin ícono, etc. ¿Algún radicalismo puede demostrar que tomó
en definitiva la raíz del hombre? Sobre eso únicamente hay ardides dialécticos,
la prueba habría terminado las discusiones por anticipado. Y la discusión
estaría resuelta a menso que suceda como con el nombre de divino para el
cabalismo que no permite pronunciarlo, entonces la mano que atrapó la raíz del
hombre deberá mantenerse bajo tierra y disimular sus alcances. De cualquier
manera, la raíz se volvería en su contrario, la raicilla porosa y sin vínculo
con el árbol.
Tercer intento
Ya que las raicillas,
hijas del pantano y la ambigüedad no funcionan, ahora cazamos rizomas, los cuales por definición son
imposibles de atrapar.[7]
Se busca la sutileza del cambio y el nivel nuclear del individuo en su
formación psíquica, en su textura superficial o su recóndito potencial
placentero y creativo. Si empleamos la metáfora de la “revolución sexual”
estamos lejos de la precisión, quizá porque lo subjetivo elude definirse con un
simple salto entre la etapa previa y la sucesiva. Estamos en un terreno
incierto, arrancamos el follaje selvático y no aparece algo concreto bajo el
término rizoma; su supone que deberíamos buscar con microscopios mientras
siguen moviéndose esas unidades que devienen y dejan de ser para crearse en
algo distinto. Viene la perplejidad de la integración de las ciencias y la
ampliación de las terapias psíquicas, quizá nace la explosión múltiple de la subjetividad. Esa
perplejidad y actitud suelen resultar muy benéficas cuando son guiadas por una
inteligencia sobresaliente, lo cual es poco común.[8]
¿El rizoma es la versión
filosófica de la mandrágora renacentista? Cuando la teoría social
pareciera dejar de ser tan general, para particularizarse a través de operación
de “biopolítica”, que particulariza bajo la fachada de universalizar, buscando
más la excepción que la regla.[9]
Cuando la psicología y lo motivacional se multiplican para provocar su propio
ecosistema mental, como si se elaborara un arrecife de felicidad impermeables a
las alteraciones mundanas. En algún, no-lugar debe estar creciendo el rizoma
como esa mandrágora que se escapaba bajo la tierra y solamente era sana si la descubrías
bajo la luz de la luna llena.
El espacio fantasma
Las visiones futuristas
poseen una consistencia fantasmal, a veces, no siempre. En 1816 el verano no
llegó al Norte del mundo y las heladas azotaron sin piedad, bajo tan tremendo
ambiente cuatro amigos invocaron al más allá y parece que lograron sacar los
más aterradores monstruos del alma romántica. Durante una vacación en Suiza, se
juntaron los talentos de Bayron, Shelley, Polidori y Mary Godwing (de Shelley)
para dar a luz a los
prototipos del terror moderno con El
Vampiro y Frankenstein.[10]
Por su parte, dos “hegelianos de izquierda” conmocionados por los sucesos
revolucionarios de la Europa continental, advierten que deambula el “fantasma
del comunismo”.[11] Aunque
desde el periodo romántico muy diversos fantasmas han acosado las mentes del
Occidente, mientras el Continente intenta volverse racionalista. En el otoño
del siglo XX, el filósofo Lyotard anuncia que están desapareciendo los grandes
relatos y la narrativa de lo portentoso que son pareja de esos relatos
fantasmales.[12] En
muchos sentidos la posmodernidad estaba cavando la tumba de los paradigmas de
los dos siglos anteriores, rompiendo antiguas certezas y desgajando el
melodrama de los epopeyas; cuando parecía que el decálogo de la globalización y
el mundo sin fronteras avanzaba sin demasiados tropiezos… entonces sonaron
rayos y hubo crujir de relámpagos. Subió la marea de las redes sociales, la
retórica se saturó de tremendismo y vino la gran pandemia del siglo XXI. Dijo
un historiador que los siglos (entidades colectivas vivas de largo plazo) no
suelen terminar ni comenzar en el calendario, en el sentido de que el siglo
XVIII se despidió hasta las convulsiones revolucionarias y napoleónicas del
siglo XIX; asimismo, ese siglo XIX no se despidió hasta que surgieron las
revoluciones y Primera Guerra Mundial.[13]
Algo semejante pareciera surgir con la epidemia, como si esta convulsión
señalara la diferencia de las agendas, este momento un colapso y la impotencia
colectiva, pero después de eso la realidad hablará el auténtico lenguaje del
siglo XXI. En ese sentido, la
pandemia Covid19 es el último gran fantasma del siglo XX, apurando con
gritos la llegada del nuevo siglo, el auténtico siglo diferente, y no un simple
siglo calendario.
Inconcluso
En este espacio, para
salir de la perplejidad conviene mantener los recursos del gesto hacia la raíz: una
decisión fuerte (según se popularizó en el paradigma de la Revolución), una
orientación activa y productiva (la luz de la ciencia señalando la dirección del
Progreso) y una vitalidad subjetiva práctica (al modo de la terapia
alternativa, el pensamiento vivo que no se detiene en las especialidades).[14]
Recapitulo ese triple gesto que junta el impulso fuerte por cambiar, la
actividad productiva y enarbolar la vitalidad. Y al final, ese agarrarse de
algo se disuelve, porque el bajo tierra se ha movido; a la mandrágora le
salieron pies y la raicilla era un amasijo de contradicciones… queda un rizoma,
más fugaz que la raicilla, pero preñado de unos colores jamás antes visto, tan
productivo que un su textura microscópica refleja galaxias lejanas. El rizoma se aferra y desliza (latín: contradictio in terminis) entre a las
concavidades de lo fenomenológico y persigue su carrera a ras de piel, proliferando
en lo múltiple y flexionándose sobre la textura de los cuerpos cambiantes.[15]
Mientras el fantasma se disuelve en la impotencia, la conexión entre ese mega
espacio (la tradicional definición de la teoría social, abarcando un Todo) y la
mónada (individual de apariencia cerrada, pero disolviéndose en interacciones)
se despliega la chispa del rizoma para ofrecer productividades inusitadas.
NOTAS:
[1]
Karl Marx, Crítica de la Filosofía del
Derecho de Hegel (1844).
[2]
También lo alquimistas especulativos señalaban el descenso a las entrañas de la
tierra, mediante las siglas VITRIOL, paso importante para descubrir la piedra
filosofal.
[3]
El debate de Reforma o revolución con
Kautsky ejemplifica de manera claridosa el argumento revolucionario que no se
conforma bajo ninguna reforma del sistema, pues siempre busca un salto al
cielo, por una impulso cualitativo.
[4]
Un recuento de las barbaries del bando comunista se encuentra el Claudín La crisis del movimiento comunista.
[5]
La definición precisa y definitiva de
la naturaleza de clase de los nuevos amos ha resultado un dolor de cabeza para
los marxistas sinceros cuando han analizado el engendro del estalinismo.
Trotsky, La revolución traicionada.
Rudolf Bahro, La alternativa.
[6]
El pensamiento de Lyotard mantiene una interesante crítica al progresismo y sus
paradojas, un tanto siguiendo la tradición marxista, en La posmodernidad (explicada a los niños).
[7]
Conceptos típicamente Deleuze y Guattari en varias obras, aunque es más una
línea de avance que un concepto definitivo, que requiere remitirse al “sistema”
de tal pensamiento. Cf. Deleuze, El rizoma.
[8]
Sin una inteligencia sobresaliente es posible resbalar hacia una nueva
escolástica, como la impresión que, a veces, causan los exégetas de Foucault
mismo, que parecen enredarse en aclaraciones sin aportar nada relevante.
[9]
Derivada de Foucault, pero con ramificaciones importantes hacia Agamben y sus
fantasmas.
[10]
William Ospina, El año del verano que
nunca llegó.
[11]
Reflexión tributaria de la agudeza de Jacques Derrida en sus Espectros de Marx.
[12]
Lyotard La condición posmoderna
(1979).
[13]
Perry Anderson, Las antinomias de Antonio
Gramsci.
[14]
Si notamos, esta triple conclusión implica voluntad, pensamiento y
sentimiento-imaginación; reconociendo la complejidad de la subjetividad, aunque
esta tricotomía quedó presenta con claridad desde Platón en La república.
[15]
Gilles Deleuze, La lógica del sentido.
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