Por
Carlos Valdés Martín
Para
comprender cómo nos afecta la posverdad notamos que hay una condición
llamada la Verdad (sí con mayúscula al principio) a la cual aspiraron las
generaciones previas, pues en ella se educaba a grupos esclarecidos, como en
las actividades académica y científica. La posverdad proviene de debilitamiento
de la racionalidad,[1]
cuando el discurso no requiere de hechos, pues la posverdad se permite
afirmaciones cada vez más arbitrarias, que no requieren de comprobarse con la
realidad ni contrastarse con la razón. La Verdad es fruto de la unión entre la observación,
el rigor y la Razón, donde su mejor modelo es la ciencia natural y se expande a
muchos ámbitos de la existencia. La posverdad pertenece a otro ambiente y el meme (caricatura, cartón o viñeta) humorístico
es el modelo de este enfoque, con el meme
simplemente da un impacto y surge la risa. Imaginemos una escena de un chico
cayendo con torpeza y profiriendo tonterías, al cual se le agrega la cara de un
personaje político ¿Importa que la cara pegada a uno que se tropieza sea la
cara de un Presidente? Para el meme
es mejor que haya un personaje conocido del cual burlarse. Nunca sucedió el
hecho pero es reflejado en el meme y
así resulta mejor. Más precisamente se pegan dos imágenes de hechos (o
ficciones) sin relación, la caída graciosa y el personaje. Pero es divertido y
se comparte.
La
posverdad se presenta como un relativismo tan extremo de la verdad que termina
por disolverla, en un panorama donde una opinión vale tanto como la otra y
ninguna de las dos logrará jamás un consenso ni se exigirá comprobarse. Un
ejemplo de posverdad peligrosa y decadente es cuando se trata al periodista
primero como mentiroso, luego como vendido, después como chayotero, más tarde
como pirata y al extremo como sicario… cuando en realidad el gremio
periodístico sufre asesinatos por los grupos del “crimen organizado”. En la
retórica de la posverdad contra los periodistas se les maltrata como a
criminales cuando son las víctimas, tal como sucedía con la cacería de brujas.
La
posverdad se expande por las redes sociales (Facebook, Twitter, Instagram, Tik Tok...) y bajo el influjo de las luchas
políticas. Conforme la impresión domina a la razón y el cotilleo somete a la
información verídica, entonces sí que hay un problema, sobre todo, porque en la
democracia si el pueblo se alimenta de fantasías y decide su destino en base a caricaturas,
entonces no gozará de un destino de bienestar.
Comencemos
esta explicación por el principio y la ruta más cierta, cuando la vida era tan
sencilla que se explicaba mediante relatos en la plaza pública y al escenario
de las decisiones comunes se llamaba el “ágora”. Antes de la posverdad existió
la opinión, la cual también se defendía con tozudez, y que los griegos la
llamaban “doxa”, de donde viene
nuestro vocablo “dogma”, para señalar una tesis arbitraria pero inconmovible.
Sin embargo, los griegos fueron encontrando un procedimiento para salir de la
simple opinión y alcanzar un saber superior.
Rey Midas: las manos de oro que causan hambre
De
manera provisional daremos una definición de verdad concebida como la
afirmación que corresponde con los hechos o realidad, que convence al
entendimiento por la razón y su evidencia, para arrastrar a la voluntad. Ahora
bien, esa definición la podemos tomar como una plataforma, pues sabemos que
resulta fácil cometer equivocaciones y así lo señala el adagio “no todo lo que
brilla es oro”. Y vaya que con las cosas más valiosas suele haber un gran
interés por lograr colar una trampa.
El
rey Midas fue un famoso gobernante de la región Frigia, frecuentada por los
griegos quienes difundieron esta leyenda. Su capital fue la ciudad de Gordio,
también afamada por el “nudo gordiano”. La narración le atribuye que por buen
anfitrión, el dios Dionisos le concedió a Midas el don de que sus manos
convirtieran en oro lo que tocaran.[2] Variantes del relato
señalan que esa bendición se volvió la fuente de una riqueza incalculable, por
lo que su reino prosperó y causó la envidia de sus vecinos. En la continuación
dramática ese don se revela como maldito, pues toca a su hija y la mata al
convertirla en estatua dorada, o también el propio Midas termina falleciendo de
hambre. En una versión menos extrema, el rey después suplica a mismo dios que
lo libere de su don, quien accede mediante su limpieza de las manos en cierto
río, que deposita unos placeres de arenas auríferas.
En
gran medida esta narración está ligada con el surgimiento del dinero metálico
en esa región, que fue una de las primeras en utilizarlo. Las primeras monedas
hay quienes las han atribuido a la zona limítrofe de Lidia, con mezclas de
plata y oro. Ciertamente, que para esos pueblos el tema de la mezcla y
adulteración de los metales preciosos pronto resultó un dolor de cabeza para
las prácticas comerciales, que no se descifró sino siglos después hasta la observación
de Arquímedes sobre el “peso específico”. Como sea, pronto la autoridad de los
príncipes se impuso para la acuñación de moneda y los propios gobernantes
fueron los primeros adulteradores de moneda, de ahí una fácil asociación con
este relato.[3]
Como acuñador por derecho propio, un rey convertía una parte discrecional de
cobre en oro, pues bastaba el “toque de su mano”, que en este caso es el gesto
del poder legal. Y el derecho de agregar discrecionalmente cantidades de cobre
al oro y de plomo a la plata implica una alteración práctica de la verdad,
generando con ello una “mentira oficial”, el pariente más antiguo de la
posverdad.
Que
el rey dañe a su familia o a su salud da un toque dramático, incluso agradable
al pueblo que reunido escuchaba el relato, entonces qué mejor que Midas se
arrepienta de don. Curiosamente, que el “toque de oro” se vuelva en hambre
resulta más aplicable a los escenarios modernos cuando el Estado practicó la
impresión desmedida de billetes creando la hiperinflación, que llevaba al
hambre en los países. La proliferación del oro lo convertiría en una mercadería
despreciable, tal cual sucede con la inflación de los billetes.
La Verdad: como desnuda saliendo del pozo con látigo
Entre
los antiguos se concebía a las virtudes y cualidades a manera de divinidades
personalizadas, por lo que el panteón politeísta romano se adornaba con muchas
Virtudes y Gracias. Entre los romanos Veritas se creía hija de Saturno (Cronos,
el tiempo y padre cruel de los dioses olímpicos y titanes) y madre de Virtus (la Virtud en general). Como
característica de esta personificación de las Verdad estaban las condiciones de
inocencia, desnudez y un espejo en la mano. La referencia del espejo da una
noción muy fuerte de la noción de que el pensamiento verdadero es un reflejo
exacto de la realidad o el objeto al cual se refiere.
Un
aforismo del filósofo Demócrito ha provocado muchas meditaciones, cuando señaló
que "De verdad sabemos nada, pues la verdad es un bien encendido... en un
pozo abismal." Y hay una muy comentada representación de la Verdad cual
bella dama escapando del pozo oscuro, dispuesta a castigar a la humanidad con
un látigo, de 1896 del artista francés Jean-Léon Gérôme. La fémina saliendo del
pozo corresponde a una narración festiva que explica por qué la Mentira se
disfraza con los ropajes de la Verdad mientras ésta suele espantar y
presentarse sin velos, a la manera de una desnudez que alarma. Que permanezca
en un pozo resulta significativo de la dificultad para descubrirla, sin
embargo, el detalle del látigo es muy llamativo y no parece forzoso a primera
impresión. ¿Para qué carga con un látigo la Verdad si su adquisición es más un
premio? La respuesta es que la afición a la Mentira —cuando se extiende y
profundiza— entonces termina por provocar tragedias, por tanto la revelación es
dolorosa. Y quienes hayan pretendido mantener a la Verdad oculta son los
castigados por ese látigo metafórico.
La multitud, el gentío en el mercado popular o cualquier conjunto numeroso
de Nietzsche únicamente despiertan su desprecio. En el Zaratustra el pueblo se compara con "Moscas del mercado",
que zumban sin cabeza ni motivo, son el desplazamiento atolondrado del
ignorante que nunca se inclina ante lo superior, sino que "Posee en cambio
gran olfato para todos los actores y comediantes que simulan cosas
grandes"[4], pues ese pueblo se agolpa alrededor
de comediantes y políticos, para elogiar a quienes deslumbran para despertar la
candidez. El acento irónico de Nietzsche aborrece a la masa que condena.
"Fuente de alegría es la vida: Mas donde la chusma va a beber, todos los
pozos quedan envenenados. (...) Y el bocado más difícil de tragar no es saber
que la vida impone hostilidad, y muerte y crucifixión. Sino que una vez
pregunté, casi me sofoqué con mi pregunta <¿Cómo? ¿La vida necesita también
de la chusma?>"[5]. Para el filósofo la Verdad
habita en las alturas y las lejanías, a su manera el pozo de agua cristalina
también representa la lejanía, por tanto nunca habita entre las multitudes. ¿Qué
debería hacer la Verdad entre las multitudes según tales metáforas de
Nietzsche? Sin duda castigarlas para mantenerlas a distancia, en cambio el
credo de la Ilustración nos legó una propuesta en sentido contrario: para
aliviar los males la tarea clave es educar al pueblo, lograr su redención
mediante una educación sistemática y suficiente, que libere a todos de las
pesadas cadenas de la ignorancia, pues esa ignorancia es la única cadena
radical.
¿Por
qué es tan condenada la multitud por el filósofo? La respuesta sencilla
contestaría que por un elitismo o individualismo. Pero aquí estamos intentando
relacionarlos con la Verdad, que se considera como la “afirmación que
corresponde con los hechos o realidad, que convence al entendimiento por la
razón y su evidencia, para arrastrar a la voluntad”. Lo primero es que la
Verdad implica una afirmación elaborada y sutil, por tanto poderosa, ya que
relaciona el pensar con su objeto, encontrando la adecuada correspondencia, lo
cual convence a la razón y atina al hecho, de tal manera que la voluntad queda
comprometida. Esto implica una cabeza pensante, mientras la multitud es una
mera aglomeración que no implica el acto de pensar y tampoco prejuzga sobre
calidades. La cuestión simplemente es que la verdad implica una afirmación que
está en cada cabeza, con cierta sutileza para que el argumento corresponda al
hecho de manera razonable. La masa es simplemente el aglomerarse entre las
personas, no implica nada respecto de su nivel mental, más bien tiende a
pensarse en un promedio bajo, por el mero acto de convivencia que requiere
bajar el nivel para entenderse. Esto no implica que los individuos de la masa
sean tontos, sino que el relacionarse implica un acceso al promedio o incluso
debajo de lo promedio. Lo que dice Nietzsche es que la masa busca la seducción,
al demagogo que los motive, no se interesa por la Verdad, entonces el látigo
simbolizaría la separación, el dispersar al tropel.
El Caballo de Troya y las Fake News
Desde
los tiempos más antiguos los filósofos se ocuparon de desvelar la falsa apariencia,
así comienza el pensamiento racional a desconfiar de los sentidos. Para cuando
Platón elaborara la metáfora de la Caverna ya habían transcurrido siglos desde
que el pensamiento pitagórico había opuesto al número puro contra la percepción
sensorial, maravillándose de que la numeración sirviera para comprender la
geometría o las notas musicales. Ahora bien, la falsa apariencia está presente
desde siempre, pero cuando surge la intención de confundir a otra persona
mediante una falsificación ocurre un fenómeno nuevo. Desde siempre la
difracción del agua creaba una ilusión cuando se introduce un palo semejando
que se hubiera quebrado, eso no lo inventó nadie; sin embargo, desde épocas
remotas también existió el engaño intencionado entre las personas. Ese
engañarse mutuamente también fascinó a los grecolatinos, tanto para descubrir
los engaños como para aplicarlos contra sus enemigos. El Caballo de Troya
demuestra que el engaño —en una figura, que es una mentira convertida en
artefacto— significaba la diferencia entre la vida y la muerte de una ciudad. A
su manera, el Caballo de Troya fue la primera Fake News importante en el
Occidente, porque con esa ofrenda los habitantes de Ilión creyeron que sus
enemigos se daban por vencidos y les ofrendaban.
Los
antiguos desconfiaban de los artefactos como resalta la sombra de la leyenda de
Dédalo y su hijo Ícaro; las alas fracasadas y el peligroso laberinto poseen más
rasgos en común. Los primeros griegos desconfiaban de los objetos fabricados
que expresaban un “exceso de ambición”… ¿Imitar a los pájaros? Era temeridad.
¿Fabricar un laberinto? Era tenebroso. En muchos aspectos la leyenda de Dédalo
confirma una condena moral contra las pretensiones de la tecnología y sus
aplicaciones, como señalando un engaño diseñado.
Grecia
era la tierra del ingenio engañoso, representado por su primer aventurero de la
literatura, el marinero Odiseo, que representa la aplicación del ingenio y el
engaño, donde la destreza se convierte en trampa. Y los dioses griegos parecían
también gozar de las trampas entre ellos (como el divino Hermes resultaba
patrono de los ladrones, además de un prócer de la medicina y el esoterismo),
engañar a los humanos (con cantos de Sirenas, flores venenosas, etc.) y éstos
jugar a las trampas mutuas. ¿Y cómo distinguir los engaños y escapar de las
trampas? La única salida es agudizar la inteligencia, más que en los amuletos.
Entre otros motivos, por eso florece la filosofía en las plazas de Grecia, para
investigar y descubrir los discursos verdaderos y desechar los falaces. Y con
la filosofía se desarrolló la Lógica con su capacidad para distinguir las
falacias, que son modalidades de los errores del pensamiento y fuentes de las
mentiras.
Sin
embargo, como la historia no suele avanzar de manera lineal, después de la
Gracia clásica en Roma floreció la Retórica, que era el arte de convencer
mediante palabras y ese arte fue indispensable para la conducción de los
asuntos públicos. Conforme la ciudad de Roma creció, en algún momento se
requirió de institucionalizar el liderazgo, por lo que al jefe de las antiguas
tribus se le denominaba tribuno, y más específicamente para defender los
asuntos de la plebe (el pueblo sin recursos) se estableció uno especializado.
Siendo una actividad tan importante el defender al pueblo, en ocasiones se
desvirtuó y a esa actividad se la catalogó de demagogia, en el sentido de una
táctica para ganar adeptos sin escrúpulos y alcanzar más poder. El abuso de la
Retórica entre los romanos era el antecedente de esa falsificación de la verdad
manejada mediante falacias.
Por
cierto, la cultura griega florece en guiada por un evidente elogio al engaño, que se perfecciona en
la Retórica, el arte por excelencia que cimentó la gloriosa Roma. Así como la
fantasía alimenta el arte, también una dosis de engaños nutre la convivencia
civilizada entre los grecolatinos; sin embargo, en las sociedades y los cuerpos
la medida sí importa. En cuanto la
medida del engaño se agiganta, entonces se vuelve el enemigo, el gigantismo no
es una ventaja, sino el camino a la decadencia. El triunfo de Alejandro Magno
abrió el abismo que opacó a la Grecia clásica, el extendido imperium de Roma se tragó a la república
y sus costumbres virtuosas; la desmedida del engaño alimentó a la vanidad del
Poder y llegó la decadencia. En la actualidad sucede algo parecido con el
engaño público mediante la posverdad y los excesos de la mercadotecnia.
Ahora
bien, conforme mejoran los medios técnicos de comunicación también proliferan
los mensajes. Hubo grandes cimas en el avance como la invención de la escritura
fonética, el texto impreso, la imprenta, el periódico… Ya Hegel anotó un salto clave,[6] señalando que su periodo contemporáneo
parecía obsesionado por interpretar, dando un discurso sobre lo que acontecía
sin que esto implicara un análisis riguroso. El siglo XX tendió a monopolizar el
discurso mediante los medios masivos de comunicación —primero impresos, luego
radiofónicos y finalmente televisivos—, sin embargo hacia el final del siglo
empezó una proliferación de medios y el arribo de las redes sociales.[7] En el siglo XXI continúa
la avalancha de las redes sociales y la tendencia novedosa, dentro de lo cual
se inscribe la moda de la posverdad.
Posverdad: un retorno a los orígenes
Las
triquiñuelas, falsificaciones, mentiras y alteraciones no son nuevas… incluso
los periodos legendarios de la humanidad nos remiten a ello. La manzana de Eva
y el Caballo de Troya se incluyen junto con el Laberinto de Dédalo (o Minos)
forman parte de esa larga cadena de engaños, mentiras, demagogias o
propagandas.
Aunque
el término posverdad es muy novedoso su realidad no es muy distinto de la
propaganda política que se desarrolló en el siglo XX para impulsar regímenes
políticos, sobre todo, en los extremos. El término posverdad designa la
alteración de los hechos mediante un discurso emocional, de tal manera que la
verdad carezca de importancia pero se convenza al auditorio o electorado
mediante una fuerte apelación a las emotividades. Con este tipo de discurso se
empuja que la irracionalidad predomine sobre el aspecto racional en el discurso,
con efectos en el ambiente político. El término posverdad se comenzó a utilizar
en los noventas pero adquirió más relevancia y notoriedad en el siglo XXI con
las campañas políticas y el empleo de las redes sociales para influir en la
opinión pública. ¿Esa popularización y potenciación de la alteración de la
realidad por las redes sociales es una novedad o un regreso al periodo de las
leyendas alrededor de la fogata? Cuando la tribu escuchaba sobre las sirenas en
acantilados que nunca visitaría o de los gigantes en montañas que jamás
alcanzaría, de los ángeles tocando trompetas en valles que nunca alcanzaría,
del paraíso que nunca conocería, de la legendaria Troya que había desaparecido
¿qué les importaba comprobar los hechos del relato nunca se podía comprobar? La
posverdad amada en redes sociales posee mucho del regreso a la inocencia y eso
no suele ser tan positivo.
Claro
que no todo en la vida es Verdad y ciencias exactas, por lo que hay espacio
para la comedia y el meme, que el
chisme y lo irrelevante poseen su discreto sitial entre los gustos culposos. Sin
embargo, los papeles se han invertido, los ciudadanos votan guiados por la
posverdad y deciden sus compras por otra especie de ficción que se maneja en la
mercadotecnia.
En
nuestras manos el acceso a las redes sociales se convierte en una especie de rey
Midas fabricando oro ilusorio con simples chistes y opiniones, o más bien, da
una relevancia fantasiosa a esa tendencia por compartir cosas que no nos
interesan mucho ni son ciertas, pero sí que nos gustan o alarman. En simples
actos, cual leyenda repartimos tantos miedos y sensacionalismos sin una
referencia real cuando se difunden por nuestras manos a golpe de celular. Somos
como nuevos rey Midas repartiendo diminutos Caballos de Troya que no sabemos
para qué guerra están destinados. Sabemos que ese rey mítico terminó suplicando
perder su don de convertir lo que tocara en oro, pues descubrió que su toque
resultaba más una maldición. La comunicación rápida es indispensable y no se
detendrá, pero hay que usarla con prudencia, aprovechando lo bueno y evitando
su Caballo de Troya ¿Controlaremos a nuestro “toque de Midas” antes de que lo lamentemos?
NOTAS:
[1] Se suele relacionar
con la famosa tesis de que “la verdad es relativa”, que suele malentenderse
como si la verdad no existiera, sino solamente “puntos de vista” indefinidos y
volátiles, que son lo típico de la “opinión”.
[2] Aunque la
interpretación que sigue se centra en la naturaleza del dinero, también cabría
dar una versión hacia el efecto de la embriaguez que resulta un “oro ficticio”
que termina por desolar a quien se deslumbra con su iluminación. La muerte de
Orfeo señala la crueldad del culto de Dionisios. En Shuré, Los grandes iniciados.
[3] John K. Galbraith. El
dinero. De dónde vino y adónde fue.
[4]Nietzsche,
Así habló Zaratustra, p. 70. Este
fragmento está acorde con una visión teatral de la política, donde la farsa de
los comediantes políticos, atrapa al pueblo. La virtud de los comediantes
políticos es hacer que el pueblo crea en ellos, pero esa creencia es volátil.
"Mañana tendrá una nueva fe, y pasado mañana otra nueva. Al igual que el
pueblo, el comediante tiene sentidos rápidos y presentimientos mudables.
Derribar.- A eso llama demostrar. Enloquecer a las gentes: a eso llama
convencer. Y la sangre es, para él, el mejor de los argumentos".
Sobrecogedoramente, esto prefigura una sátira del fascismo y su mecánica
política.
[5]Nietzsche,
Así habló Zaratustra, p. 116.
[6] Hegel en su Introducción a la Filosofía
de la historia.
1 comentario:
Muy buen artículo, nos muestra como cada vez más estamos dominados por la posverdad y mucho de lo que ahora pasa no solo en México es por eso. Esto lo atribuyo sobretodo a la poca educación del pueblo
Publicar un comentario