Por Carlos Valdés Martín
En el periodo
de la posverdad, habrá quienes crean que hay un médico inglés John M. Keynes
que encontró la cura para la enfermedad. Lo cierto, en cambio, es que casi hace
un siglo encontró la sanación para la enfermedad económica que seguirá al
coronavirus, pues las economías pueden entrar en el estado más parecido a la
pérdida de la salud.
Sin embargo,
duden que este caballero haya curado a la economía enferma y vean el enojo que
despertó entre los “enterradores del sistema”. Un crítico lúcido y radical, Trotsky
señaló que Keynes estaba haciendo un servicio para salvar al capitalismo, lo
cual provocaba su desprecio. Por más que el inglés cuando era joven coqueteó
con el socialismo y fue amigo de la naciente URSS, hasta hizo una visita
oficial donde se encontraron ambos personajes.[1]
Para el caballero inglés los rojos le parecieron demasiado autoritarios y para
los comunistas éste demasiado pragmático, dispuesto a salvar el barco del
capital, empezando por rescatar a su Isla Británica.
Una fórmula polémica
El pensamiento
innovador y los remedios que propuso Keynes se han sintetizado en una fórmula
donde se relaciona la Demanda Agregada con el Consumo, Interés, Gasto del
Estado y Exportaciones. A su vez, esta fórmula relaciona el Empleo y la
Inflación como polos opuestos, en un juego de políticas económicas sobre cada
uno de los cuatro factores. La propuesta de Keynes llamó poderosamente la
atención por dos cuestiones separadas, por ofrecer un panorama de una “Teoría
general”, que relacionaba factores que no se habían relacionado con consistencia
en el periodo previo.[2]
Aquí el término “general” posee una
fuerza especial, como un parangón cuando Einstein intentó pasar de una teoría
física de la relatividad particular a una “teoría general de la relatividad”.
El trasfondo: la crisis de 1929 y la búsqueda del pleno empleo
Y la teoría de
Keynes se habría quedado entre las curiosidades de la academia a no ser porque
se presentó en un período cuando urgían soluciones. Después de la Primera
Guerra Mundial había estallado una tremenda crisis económica, que después de
1919 parecía un fenómeno exterior, en el sentido de secuela de la Guerra, pero
hacia 1929 se mostró como una crisis interior al sistema capitalista. En el
otro extremo, la URSS revolucionaria ofrecía un sistema económico alternativo y
había agitación política entre las masas de las naciones. El bando comunista
señalaba que el capitalismo estaba en franca agonía, que los ruidos eran sus
campanas de sepultura, sin embargo, también la construcción del comunismo se
mostraba difícil y tropezando con un
sinfín de problemas.
En el periodo
de auge capitalista había florecido una visión económica que se llamó teoría clásica
que afirmaba la perfección del funcionamiento de los mercados, por lo que el
Estado lo mejor que hacía era intervenir menos
en la economía. Aunque esa teorización de la perfección de los mercados
capitalistas era popular en la academia los Estados capitalistas parecían
desobedecerla por múltiples factores como las presiones militares (en un
periodo ensombrecido por furiosas guerras) y las agitaciones sociales. Sin
embargo, también era evidente que los Estados capitalistas intervenían en la
economía con suma torpeza, tal cual lo demostraron las coyunturas de las
hiperinflaciones en varios países en la posguerra (entre 1919 y 1925).
Intentando resumir hacia 1929 el Estado capitalista procuraba intervenir poco
en la economía y cuando lo hacía demostraba torpeza y efectos perjudiciales.
En la crisis
de 1929 se desataron dos fenómenos conjuntamente. La crisis de la Bolsa que
afectó a nivel más financiero fue el detonador de un problema hondo, pues tras
el desplome de las acciones también las empresas cerraron por miles y vino una
parálisis de los mercados.[3]
Con el cierre de empresas se desató una desocupación terrible que implicaba
hambre y desamparo para millones de personas, incluso en los países más ricos.
Por un lado, había manos sin empleo y del otro había capitales sin empleo
productivo, como dos partes de una ecuación rota, separada por una muralla que
no servía a nadie.
Descubriendo un gasto público como remedio
Desde los
albores de la humanidad el Estado ha acopiado recursos, los ha concentrado y luego
empleado para diferentes motivos, ya sea para hacerle la guerra a sus vecinos o
levantar una pirámide majestuosa; pero en el periodo capitalista no estaba tan
claro que pudiera contribuir directamente a resolver una honda crisis
capitalista. Señalamos que Keynes no inventó la inversión pública pero sí
estableció los motivos y parámetros cuantitativos de su eficiencia. Y, claro
que no todo salió de su cabeza, pues su visión se apoyó en diversos autores y
hasta en el avance de la estadística pública, que permitió hacer mediciones de
las intervenciones económicas del Estado.
En especial,
Keynes encontró que el Estado podía hacer una gigantesca inversión pública
antes de recibir los impuestos equivalentes y en un año fiscal podía gastar más
de lo que recibía sin provocar una
catástrofe de inflación, siempre que lo hiciera en una medida (establecida
por la teoría económica) y volcada en ciertas actividades que ventajas, para
multiplicar el beneficio económico. El término del “multiplicador económico”
se convirtió en una especie de talismán, pues era el multiplicador la clave para
que el Gasto del Estado se volviera un flujo de riqueza, que daba
trabajo hasta alcanzar el pleno Empleo, y que favorecía el ciclo de inversión y
consumo, para que los capitales privados florecieran hasta se Empleados por
completo.[4]
De tal manera, que él propuso un método para salir del atolladero mundial tras
la crisis de 1929 y comenzó la edificación de lo que después se llamó la
“Política Económica” de la mano del “Estado de Bienestar”.
Desde un periodo turbulento hasta su apoteosis de posguerra
Si bien las
innovaciones de Keynes para los países capitalistas empezaron a dar resultados,
el contexto internacional resultaba tan complicado que no resultó tan evidente
su trascendencia, sino hasta después de finalizada la Segunda Guerra Mundial.
La guerra
moderna implica una movilización completa de la sociedad por el Estado nacional
(en ocasiones un Imperio multinacional) en un esfuerza extremo y desgastante,
el cual desordena el ritmo de la existencia civil. Para las naciones
civilizadas de la Europa del siglo XIX, con larga memoria de guerras esta
práctica no era extraña, sin embargo, la modernidad implicaba una movilización
más completa de la población, mediante un reclutamiento masivo, si se compara
contra los ejércitos feudales, más elitistas o de mercenarios. La misma
irrupción de una militarización temporal también implicaba una alteración de
los factores económicos que parecían haber funcionado durante el siglo anterior
en las potencias capitalistas más adelantadas, como Inglaterra, Francia y
Alemania.[5]
La teoría
económica había florecido en espacio de la Gran Bretaña, con los primeros
teóricos clásicos, quienes entendieron que podía funcionar un sistema mercantil
capitalista autónomo, sin intervención directa del Estado feudal. El modelo de
Adam Smith y David Ricardo alentó la práctica comercial y pronto Inglaterra se
convirtió en “el taller del mundo”, ganando una posición de industrialización
por encima de las demás naciones. Desde un principio las crisis económicas
habían surgido tras los auges capitalistas, sin embargo, no parecían amenazar
la continuidad del sistema. ¿Cuándo se entendió que el capitalismo era un
Sistema coherente con sus propias reglas? Fue a partir de estos llamados
economistas clásicos.
Un Sistema
para ser concebido debe mirarse como un conjunto, de tal manera que la economía
se observe a manera de un cuadro, que se capte mentalmente en un sentido
unificado. La famosa fórmula de Keynes implica que el conjunto se puede sumar
como una unidad de Demanda Agregada, que también se define como un “deseo de
gasto en bienes y servicios” con poder de compra. Esta “Demanda Agregada”
también corresponde con la Oferta Agregada (la producción, luego el PIB) y el
Ingreso, así con los niveles de precios, aunque no entraremos en tecnicismos.[6]
Aquí, solamente quiero señalar que Demanda Agregada ya es un conjunto superior
de todo lo que demanda una nación dada.[7]
A su vez, ese conjunto está en equivalencia con cuatro elementos de los cuales
únicamente quiero hacer notar que parecen dispares como el conjunto de Bienes
Consumo y el conjunto de Bienes de Inversión, que resultan ligados al Interés;
todavía se suman (o desagregan) otros dos grupos que son Gastos Público y la
Exportación.
Este manejo
del conjunto, los subconjuntos (o equivalencias) en el periodo posterior al
éxito de Keynes pareció una obviedad porque parecía estar funcionando bien, sin
embargo, causó mucho rechazo inmediato. Los economistas clásicos no estaban de
acuerdo con tal agregado. Por ejemplo, en un régimen militarizado el Gasto
Público se aparece como esfuerzo de guerra y empieza a “comerse” los demás
Bienes.
Y = C + I + G + (X – M)
Otra manera de
ver la fórmula afín a Keynes, que se aplicó en cuentas nacionales y en
múltiples estudios económicos, es la señalada como subtítulo. Quedó integrada
dentro de las Cuentas Nacionales como una especie de estadística ordinaria, sin
un dispositivo de investigación ni de ciencia aparente, pero sí implica una
comprensión. Sucede como el tomar la temperatura del paciente, ya está basado
en la suposición de que existe un rango de temperatura normal y la experiencia
de que más allá de un valor definido hay una fiebre, usualmente debida a la
presencia de la enfermedad. El Producto Interno Bruto es la escala equivalente
a un termómetro de la actividad económica y su tendencia sana usual es al
crecimiento, entonces el estancamiento y la baja del llamado PIB implica un
problema, la “salud” del cuerpo económico indica un problema.
A su vez, esta
fórmula está ligada con relaciones adicionales que no están en esa cifra y en
primer orden está el empleo. Importa la mano de obra y el empleo de capital,
aunque el primero de estos “factores” es el más significativo por las
repercusiones humanas, pues el desempleo de los trabajadores es lo que más
afecta. Otros factores claves quedan atrás de la visión inmediata pero son
integrantes de su sustancia, a manera de un sistema circulatorio, como son la
tasa de interés, la inflación y el nivel de impuestos.[8]
El balance con el exterior implica que existe una conexión y que por tanto en
el horizonte existe un mercado mundial.
Cuando se
aplicaron medidas económicas para buscar un pleno empleo y solucionar la crisis
y las consecuencias de la Guerra Mundial se estaban aplicando “medidas
keynesianas”. Entonces el autor inglés ya se había convertido en una especie de
marca registrada a nivel mundial, con un sello de efectividad, eficacia y
eficiencia en la intervención económica del Estado, bajo los supuestos de una
economía capitalista, pero afín a una fuerte intervención del Estado, que se
suele llamar un principio socialista. La sorprendentemente rápida
reconstrucción de la posguerra y un periodo de auge económico quedó asociado a
ese nombre.
RELATIVIZACIÓN Y MODA “NEOLIBERAL”
A partir de la
llamada crisis del petróleo de 1974 se comenzó a señalar que el modelo
keynesiano de intervención en la economía no funcionaba lo suficientemente bien
y que debería revisarse. La objeción es que provocaba inflación y que había una
combinación de crisis económica con aumento de precios. El hecho de que los
modelos de Keynes fueran la primera interpretación útil para superar una gran
crisis y reconstruir una economía mundial de posguerra no significó que fuera
una varita mágica para remediar todos los males y que operara en cualquier
contexto. En los siguientes 20 años la popularidad de la corriente keynesiana
se sustituyó en las preferencias por la visión llamada neoliberal y el Consenso
de Washington mediante el cual se retiraba el intervencionismo del Estado y se
privilegiaba la contención de la inflación. Sin embargo, esto resulta también
una formación relativa, los déficit fiscales, la deuda externa y la inversión
pública masiva no dejaron de existir, y la fórmula de las cuentas nacionales
son de tendencia “keynesiana”. Resulta extraño que haya discursos
anti-keynesianos que basan su información en las cuentas nacionales
keynesianas, pero así sucedió por décadas. Sin embargo, hacia 2008 surgió una
gran crisis y la beligerancia del neoliberalismo —versión extrema de la
economía clásica, rayana en la religión de mercado— se comenzó a desinflar y
volvió el pragmatismo del Estado. Y ese “pragmatismo” de la política económica del
Estado se apropia y emplea la herramienta del keynesianismo sin notarlo.
El relativismo
suele mirarse a modo de una curva y las curvas del sistema keynesiano suelen
volverse líneas y terminar en intersecciones, de tal manera que opera un
redondeo con alcance hasta límites definidos. En cierto sentido, las suaves
curvas keynesianas de la Demanda agregada y Oferta agregada se convierten en
las paredes que encausan los flujos económicos, funcionan cual fronteras y el
sistema parece un cuadro, a la manera de una “Tabla económica”,[9]
que supere los efluvios de Salomón.
Sin embargo,
si empleas la gasolina para pintar la casa dirás que es una mala pintura, si la
usas para saciar la sed dirá que es veneno… así utilizar el keynesianismo para
justificar cualquier capricho político del Estado o las exigencias de la presión
pública resultará en malos resultados. La tendencia hacia una inflación recurrente
se atribuyó a los abusos del keynesianismo con los gastos subidos del Estado
benefactor, por lo que surgió una moda de recorte de las tareas del Estado,
incluso de un desvalijamiento.
La moda de la aplicación
económica neoliberal se centró en restringir el déficit público y cuidar al
circulante, para que desaparecer la inflación desbocada. La inflación, en
efecto, se redujo en los principales países, pero eso no implica el Todo para
la vida económica. El Estado de Bienestar también se fue desmontando con la
moda neoliberal, sin embargo, la transición entre el final del siglo XX y el
principio del XXI parecía que únicamente traía crisis por la esfera financiera,
relacionada con especulaciones de empresas tecnológicas o fraudes con las
hipotecas convertidas en instrumentos especulativos, pero no había sucedido una
crisis de dimensiones desafiantes. Entonces llegó el Covid19 con su parálisis y
una problemática muy compleja.
LA VELOCIDAD DEL VIEJO DOCTOR
El neoliberal
extremo si fuera el capitán de un barco abandonaría el timonel, pues afirmaría
que las aguas del mercado se autorregulan, por tanto no hay un verdadero riesgo
en la navegación. Mientras se navega por altamar podría olvidarse el timonel,
sin embargo cuando los arrecifes están próximos conviene marcar el rumbo para
alejarse. El neoliberal extremo dejaría el barco a la deriva para siga el
capricho de las corrientes marinas y los vientos. El keynesiano pondrá un rumbo
para retirarse de los arrecifes.
Los primeros
libros de Keynes sobre economía están por cumplir un siglo y su obra más famosa
data de 1936. Resulta sorprendente que su obra sea un referente a la hora de
intentar salvar una catástrofe económica. En materia de medicina para grandes
males, pareciera que la economía no ha avanzado demasiado: o se deja funcionar
solito al sistema o se interviene con fórmulas más o menos keynesianas. La última
opción es enterrar al capitalismo al estilo de Marx, con opción a que reviva al
estilo 1989, como si debiera empezar el ciclo desde cero. Sin embargo, la
crisis significa justamente que el capitalismo no funciona bien solito. Con tal
edad, el fantasma de Keynes será el viejo doctor (modelo del patriarca
pueblerino) que posee recetas dentro de su maletín, que ha probado repetidas
veces desde la juventud.
El viejo
doctor estará contento de recetar su medicina, la pregunta es ¿ha avanzado la
ciencia económica para medicar otros remedios? Por más que hay retortas nuevas
para hervir los viejos caldos, ¿hay nuevos principios activos? La llegada del
viejo doctor keynesiano pareciera irrumpir alegre por el mundo, mientras la
pandemia paraliza las actividades. La rapidez de su llegada a sorprendido como
si fuera un Santa Claus que recorre el planeta en una sola nochebuena.
NOTAS:
[1] Trotsky, Materialismo dialéctico y ciencia. Ahí
relata un detalle de la visita de Keynes a la Rusia revolucionaria, cuando
todavía era un desconocido. 1940, febrero.
[5] Historia mundial de 1914 a
1968, David Thomson
[7] Esta equivalencia
también está presente en Marx como identidad entre producción y consumo mediada
por la distribución, ya sea trans-histórica o como ciclo de la mercancía global
M-D-M. El capital y la Introducción a
la Contribución a la crítica de la
economía política.
[8] Existen muchas
relaciones claves que enfatizó Keynes como la “propensión marginal al consumo”,
la cual revela la tasa de ahorro. Pero este no es un comentario técnico.
Branson, Teoría y política macroeconómica.
[9] La economía
fisiocrática casi olvidada tuvo esa audacia intelectual de diseñar una primera
tabla para mirar en conjunto a la economía nacional que se mueve en una
dirección, intercambiando los recursos entre los sectores. Francis Quesnay, Tableau economique, 1758.
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