Por Carlos Valdés Martín
Un
libro popular en los medios rebeldes de la década del setenta, leído por la juventud
aunque sorprende cuánto llamó la atención en ese entonces. Algo valioso que contenía,
lo resumiría en tres palabras: iconoclasta, revelador y rebelde. El libro Alma encadenada (Soul in Ice) es una
autobiografía extrovertida que muestra al personaje Eldridge Cleaver en
evolución y ebullición alardeando su juventud marginada, sus cárceles, amoríos
y aspiraciones a una existencia más digna. En su momento adquirió notoriedad e,
incluso, aspiró a la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica. Como
individuo encarna una situación de racismo y contra-racismo, los efectos de la
rebelión de los negros en EUA, englobada en el término Black Power, de tal
manera que llamaba la atención por la acusación de los islamistas negros y los Panteras
Negras dentro de la nación de la riqueza. El autor, Cleaver, causa sensación como
uno de los casos en que la experiencia de prisión lo transforma positivamente y
lo purifica, para superar su violencia brutal y buscar una causa sincera por la
cual entregarse. De ser un criminal confeso llegaría a líder político de su comunidad
y candidato presidencial,[1]
que siguió una ruta de escándalos, exilios y reconversiones que merece un
análisis posterior.
Dos mitos (esclavo y campeón de boxeo) y una
sombra (pantera negra)
En
el periodo de la Guerra de Vietnam, marcado por disturbios y conflictos
raciales en EUA mirarlos desde la distancia resulta en alguna bruma, aunque
interesante por demás. Para la sensibilidad de esos años, a mediados de 1975,
la esclavitud parecía el pasado y la sombra ominosa de otras latitudes,
suponiendo que al Sur del Río Bravo no se discriminaba tanto, pues desde la
gesta de Independencia, Hidalgo y Bolívar habían proclamado la abolición de la
esclavitud como sus primeros gestos benevolentes.[2]
¿Qué ofrecía Alma encadenada sino un
eco de esa esclavitud tardía que se representaba con el racismo norteamericano
todavía tan agresivo y arrogante? De manera paralela, para la opinión pública
mundial, los grandes campeones de boxeo en pesos pesados y otros atletas habían
redimido a la raza negra, de tal manera que siendo campeones merecían un
reconocimiento y un sentido de igualdad innata. Esto corresponde al ciclo de
Cassius Clay y sus demostraciones pacifistas, con su cambio de religión. Y, de
manera más escandalosa, el llamativo caso del grupo de Panteras, más politizado
y con pretensiones protagónicas.
El
libro de Cleaver se mueve entre esos tres mitos y dibuja una autobiografía extrovertida
de quien convierte su drama personal en acto público. Nacido en un barrio pobre
y de negros, los llamados guetos, el personaje visita la cárcel desde
adolescente y se entrampa entre rencores y desesperaciones que retrata con
agilidad.
Desde la cárcel
La
primera parte está marcada por las experiencias juveniles de adolescente en
prisión y se repiten como joven negro que se desespera ante las mismas recetas.
Reconoce abiertamente el mal que ha provocado, que se convirtió en un violador delincuente
que estaba imaginando vengarse de antiguas ofensas. Pero que descubrió que sus
actos eran inaceptables, eran hondamente inmorales. Vino el arrepentimiento
para asumir que se había engañado por el camino fácil de provocar daño y entonces
acepta que “tal vez yo esté más enfermo que la mayoría”.[3]
El
sentimiento dominante es abominación de una injusticia, que lo ha marcado tan
hondamente. Y no es únicamente un lamento, sino un reto, un intento por
desafiar y abatir a un sistema dominante. La anécdota histórica que lo marca es
su acercamiento hacia el grupo de orgullo racial, la rebelión precedente de las
Panteras Negras, y el asesinato de Malcom X el 21 de febrero de 1965, el líder
agitador de los islamistas negros aunque no el formal que estaba dominado por
un religioso islamista.
En
este sufrimiento mismo hay un anuncio de tormenta, una señal de que la
violencia se reproduce: “¿Qué es lo que le dice uno a los camaradas en el momento en que cae El Líder? Todo
comentario parece sobrar… se siente un deseo avasallador de venganza. Quiere
uno golpear, matar, destruir, pegar un golpe demoledor…”[4]
Y no es un sentido de individualidad, como que también hay algo de egolatría
del líder, porque también Cleaver lo fue, sin embargo, es un discurso de la
masa negra, la multitud del grupo que pretende ser homogéneo debido a una
opresión ancestral. Asimismo, implica la respuesta vital de un macho que busca
ser un alfa, que amenaza y agita el puño contra los blancos y al establishment. Es el gesto para levantar
su hombría: “Tendremos nuestra hombría. La tendremos a la tierra quedará
arrasada por nuestros intentos de afirmarla.”[5]
Descubriendo la negritud
Al
segundo capítulo Cleaver lo titula con elocuencia “La sangre de la bestia”… ¿Dijo
sangre de la bestia? Utilizar esos términos para referirse a los conflictos
entre negros y blancos en la actualidad evocaría racismo, sin embargo, en ese
entonces el discurso era fresco y motivado por opresión y violencias tan
variadas y desesperantes que justificarían cualquier narrativa.[6]
Y él reflexiona y observa sus propios excesos cuando les dice que antes su
prédica era todavía más atroz, pues divulgaba que “la raza blanca era una raza
de demonios, creada por su hacedor para la comisión del mal…”[7]y
cambia ese discurso de mesianismo racista, por otro de tipo más politizado,
como “esclavizadores, colonialistas, imperialistas”. Para luego tender un
puente con la juventud blanca, y en el siguiente capítulo mostrará que hasta
surge el romance.
Como
sea, este espíritu enérgico y lacerado de Cleaver busca contribuir a una
identidad de la negritud para combatir su opresión, revolviendo las pasiones
sufridas para abofetear con indignación y doblegar su entorno de miserias. Para
tal tentativa recupera a brillantes autores que desde el siglo XIX fueron
forjando el orgullo de los negros y alimentando su dignidad, para enfrentar el
agudo racismo imperante, por ejemplo el discurso de Frederick Douglass con su
discurso, donde clavó esto: “un sistema iniciado por la avaricia, mantenido por
el orgullo y perpetuado por la crueldad.”[8]
Utiliza
la metáfora bíblica de Lázaro para levantar a la negritud de su opresión y
adquiere gran relevancia la figura del boxeador negro, cuando adquiere el
estrellado Clay que se muestra un campeón rebelde negándose al servicio militar
y, además se convierte a una religión
ajena. El campeón de los pesos pesados es un símbolo de la masculinidad, por
ello el sitio para un negro independiente implicaba un trastorno de valores y
consciencias.
El amor en la complicación interracial
En
el tercer capítulo se desvanecen los artículos incendiarios y resentidos, para
presentar tres cartas de amor entre él, como prisionero de una cárcel y su
abogada blanca. Cambia el ambiente y se agrega el tinte de la novelística rosa, surge la expectativa,
sin que tengamos que dudar de la sinceridad del autor. El tema que me llamó más
la atención de esas tres cartas es el miedo a la desnudez para no ser
lastimados, la desnudez del cuerpo que anticipa la del alma. Quien se ha
mostrado como el macho dispuesto a volverse fiera, cambia su piel pues “No sé
si dos personas puedan desnudarse tanto una delante de la otra. Estamos tan
llenos de temores a ser rechazados…” [9]
Después
de esa parte, el capítulo último se llena de reflexiones sobre la relaciones
posibles entre personas de razas distintas, de las deformaciones culturales que
percibe entre los grupos de élite y oprimidos, como buscando el camino de la
reconciliación. Después de odiar tanto al universo blanco como la esencia del
mal, una fuente originaria de vejaciones que no terminan, el transitar a una
manera de amor por una blanca resulta complicado, pero lo encuentra Cleaver.
Afirma
metafóricamente que él heredó el deseo de los eunucos negros, los guardianes
del harem que nunca tuvieron oportunidad de desear, como si esa fuente de
deseos frustrados se transmitiera hasta él. “Me transmitieron su deseo,
evidentemente: el deseo de la mujer blanca es como un cáncer que me come el
corazón y me devora.”[10]
Y no es únicamente un anhelo individual, sino algo colectivo, cualquier negro
desea a la blanca, y ella es como un símbolo de liberta. Al contrario, la mujer
negra ama a Jesucristo, a quien considera un amante blanco, pues “cuando le
comienzan los espasmos grita el nombre de Jesús”, ante lo cual el marido negro
se siente humillado.
Después
elabora una curiosa interpretación de la división de clases y el anhelo de
unidad como un impulso sexual, una genésica de la integración placentera. Por
las notas al margen, el capítulo que más me interesó fue este de la Mitosis Primigenia y lo debato, conforme
son interesantes sus pliegues. Comienza con el mismo mito de Platón del humano
originario, célula de unión entre dos sexos que se dividieron y conforme se
atraían irresistiblemente quedaron entrampados, asimismo como Clases opuestas.
La dualidad de clases y sexualidades separadas surge como la dínamo que una
relación social conflictiva, desarrollando papeles extraños y contrahechos,
donde ni el placer ni el poder alcanzan redención, sino intercambios
degradados.[11] En
la cúspide coloca al Administrador Omnipotente, con atributos divinos y de
potencias, aunque obligado a desprenderse del cuerpo, para ocuparse sólo de la
mente, por tanto desexualizarse. La mujer de la élite se le aparece funcionando
en una exageración como “Ultrafemenina”, a modo de mascarada, pero efectiva;
mientras la mujer debajo de la escala, queda como extraída. En otra polaridad
el Criado se convierte en puro cuerpo, con una tendencia a lo ultramasculino
por ser solamente físico, olvidado de la mente (caracterizada como femenina);
por tanto, poseedor de una masculinidad envidiada por las élites y así
aborrecido en secreto. La mujer de la élite huye del cuerpo, se vuelve
vaporosa, rodeada de holanes y encajes, un suspiro. A la mujer proletaria y
negra la llama Amazona, por su empuje físico, sin embargo privada de femineidad
por el pacto social de los arquetipos. De estos extremos dialécticos, se arma
una conflictividad de atracciones prohibidas y desencuentros forzosos. Para su
perspectiva, estas posiciones están paralizadas por condenas sociales
poderosas, que se imponen, para mantener brutalizados a los negros pobres y en
su castillos de marfil a los herederos de los amos esclavistas.[12]
En
la parte final, Cleaver muestra como ocurrió un gran salto para superar las
barreras mediante la cultura desde el twist y otras manifestaciones que
relajaron las costumbres y permitieron fluir la libido entre los opuestos.
Sucesivas oleadas de música y baile como el twist y sus sucesores facilitaron
un acercamiento entre las élites previas y los grupos oprimidos, lo cual fue
notorio para los negros empobrecidos, que encontraron otros modos de vida, más
dignos y menos castigados. “El twist fue una forma de terapia para una nación
convaleciente”[13]
¿No es eso lo que requiere cualquier nación, toda nación… sino una buena
terapia? Entonces “brotó una nueva consciencia y un nuevo disfrute de la
carne”. La salida es muy freudiana y conciliadora, basta bailar para aflojar
las cadenas y tender puentes para la conciliación, a la manera de las sabinas
raptadas levantando a los niños comunes con los romanos. En las anotaciones
retomo una idea de Marcuse de “desublimación represiva”[14]
y una decepción por “erotismo de compromiso”; sin embargo, resultaba muy
interesante combinar la psicología con el sistema social, tal como lo había
realizado los psicólogos sociales.
Coordenadas ideológicas
El
principal eje del libro es la rebelión negra con sus conceptos propios del
Black Power y sus vínculos desde la esclavitud en el Sur de Norteamérica, hasta
la exitosa lucha por los derechos civiles, que todavía enfrentaba enormes
resistencias y una especie de “guerra sucia” del establishment en contra del activismo negro, en especial, el
extremista con el que se identifica Cleaver. El otro eje es una versión del
marxismo pobremente asimilado que combina las clases sociales con las razas, el
cual lo maneja de manera bastante arbitraria para fundirlo con raza y
sexualidad, roles sociales y desequilibrios culturales. El tercer eje es el liberalismo
con civilismo en el sentido de anhelo de derechos civiles e igualdad real, una
evidente conexión con el ideario que proviene desde las Revoluciones
Norteamericana y Francesa. En la textura del escrito la mezcla va cambiando
según sea el momento de análisis, ya sea para interpretar la violencia ejercida
contra los negros, las pasiones entre personajes de distintas clases o los
anhelos por una solución inmediata al conflicto en su país.
Apéndice de chispazos sueltos
Polarización. La
polarización creciendo, el aire enrarecido entre los contrarios. En la visión
de Cleaver la nación entera se polariza a ritmo enloquecido, observando un
extremismo de derecha galopante frente a otro de izquierda. En especial, la
derecha parece exaltada crece con Kukuxklan, Sociedad John Birch, Partido Nazi,
motociclistas Ángeles del Infierno, etc. Y tiene candidatos políticos de una
derecha racista y soberbia. Aunque él, con esperanza mira un consenso sensato,
al que admira con discreción, señalando que demuestra “dignidad moral
suficiente”[15]
Aquí surge una posición intermedia, escapando de radicalismo inicial que se
dedica a condenar a la sociedad blanca y zaherirla en lo posible, para aceptar
un compromiso con sentido ético. En la práctica, esta posición intermedia
estaba representada por el liderazgo moral del mártir Martin Luther King Jr.,
la cual prevaleció rápidamente al doblegarse las posiciones extremas y abrir un
enorme cauce para la integración de la población segregada. Ese resultado
conciliador no sucedió sin lucha, costó también vidas, sin embargo, el
extremismo se adivinaba de antemano como absurdo, por más que sentimentalmente
el propio Cleaver se enrolaba en su propio extremo de un nacionalismo negro.
Iconoclasta.
Este libro señalé desde el comienzo como un canto a la condición de iconoclasta,
el negro encarcelado en algún momento debió renegar de toda y cada una de las
valoraciones que formaban su existencia. El autor comenzó por ser un
iconoclasta que debía rechazar al mundo entero, para después encontrase por el
camino del dolor personal y el pago de las culpas. En ese sentido, ser
iconoclasta posee mucho sentido, como un desnudarse de creencias, hasta
encontrar el punto más sincero, el apoyo fundamental que permite la
autenticidad. Asimismo, la condición de iconoclasta está de acuerdo con la ruta
del pensamiento racional y científico que debe deshacerse de prejuicios y de
creencias que antes parecían bien establecidas; en ese sentido, un René
Descartes y un Francis Bacon son los grandes iconoclastas de Occidente.[16]
Al parecer, ese hábito de cuestionarlo todo, Cleaver lo aprendió de un maestro
en la cárcel, a quien llama “Christ” Lovdjieff.[17]
NOTAS:
[1] Candidato a la Presidencia
de EUA por una organización marginal el Partido Paz y Libertad. Su posición
política más notoria fue como Ministro de Información del Partido Pantera
Negra.
[2] Que el liberalismo
independentista al Sur del Río Bravo se adelantara en temas de abolición de la esclavitud
sorprende cuando no se observa que Europa era la que permanecía atrasada en el
reloj histórico, sometida a las monarquías y sus contrarrevoluciones. Véase Las aguas reflejantes, el espejo de la nación
y de Armando Bartra La jaula de la
melancolía.
[6] Señala Franz Fanon que
calificar de animales a las personas es el lenguaje del colonialismo y de la
violencia, por eso se evita. Los
condenados de la tierra.
[8] Discurso del año 1852
el 4 de julio en Rochester, por Douglass, negro liberto que había escapado al
Norte de EUA.
[11] Este capítulo de
Cleaver busca juntar El banquete de
Platón con la “Dialéctica del amo y el
esclavo” de Hegel en una composición que explique las atracciones y trampas
de sexo entre clases y razas contrarias.
[12] Eldridge Cleaver, Alma encadenada (Soul in ice), pp.
199-214. Cabe retomar las notas marginales de reflexión. ¿Qué detenía ese
flujo? ¿Esos papeles intensificaban el deseo?
[16] El propio Francis
Bacon es quien utilizó acertadamente el precedente de la iconoclastia religiosa
(destruir ídolos) en un sentido intelectual, para llamar a destruir los ídolos
de la tribu y el foro, de tal manera que la mente se libere de prejuicios. La
duda metódica de Descartes le dio una sistematicidad a esa urgencia por romper
moldes que no dan conocimientos reales.
[17] Eldridge Cleaver, Alma encadenada (Soul in ice), p. 41-50.
El personaje es Chris (Christ) Stephen Lovdjieff, con un nombre que parece una
clave, pues se recluyó voluntariamente para enseñar de tiempo completo en la prisión
de San Quintín y su manera es la de un gurú. Hay que aclarar que es Christ, con una “t” final, homónimo religioso, equivale a Cristo. Además su vocación sí corresponde al mesianismo. El
libro lo colma de elogios, pues su corazón brilla y “Sus clases eran una obra
de arte.” Y lo repite para elogiar al
mentor Lovdjieff “His classes were works of
art” y se refiere que sucedió en 1960. Véase https://www.laphamsquarterly.org/ways-learning/meeting-guru
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario