Por
Carlos Valdés Martín
Escuché
que la Cronomac se descompuso de nuevo, entonces creí que volverían esos desconcertantes
saltos que enviaban al Mar Primordial (fangoso e indefinido) o a los Hielos
Eternos. Pero no sucedió y esa tarde en lo alto de este cielo el único signo
ominoso eran dos ojos redondos de fulgor mortecino, con tonos negros como
amenaza. Al menos la ventana blindada no deja pasar esos ojos, porque dan un destello
maligno. Sí, es cierto: la
descompostura anterior del tiempo había sino bastante divertida, porque mandaba
rebotar por siglos raros, como chispazos pero breves, así miraba la habitación
de Cleopatra o las luchas entre Pterodáctilos en celo. Eso en destellos tan
breves que parecían simples imágenes transparentes, como alucinaciones
nerviosas. Y comenzó a gustarme más cuando logré ajustar controles, para
obtener más que imágenes fugaces, pues se convertían en escenas vívidas,
suficiente densas como pasa pasear entre los jardines recién perfumados del
Palacio de Versalles.
Cuando
comenzaba este relato las solicitudes de trabajo en los múltiples servicios de
la Cronomac trajeron el auge y la caída, como en novela romántica. Los ingresos
estratosféricos de sus primeros científicos, técnicos y hasta humildes
afanadores se volvieron un imán, por lo que con el ingreso tumultuario de
candidatos a nadie le llamaba la atención que también se ausentaran visitando algún
pliegue del Tiempo, pues esos pliegues duran desde un parpadeo hasta un Eón.
Hasta que en los grandes salones de convenciones y laboratorios se notaron tan
espaciosos, cuando el eco de pasos resonaba por tantos ausentes. La solución
fue convertir el aparato, que ya era enorme como un planeta entero, para
hacerlo más como un dínamo que se desplazara en actualizaciones y recreaciones
de su tecnología. Mientras el modelo anterior, al que llamamos cariñosamente Cronomac
se conformaba con hacer viajes del tiempo fuera de las instalaciones y con
alguna eficiencia, la sucesora el Eternétaro incluía el revolucionarse dentro
de las instalaciones, lo cual resultaba más agitado e interesante sin “salir de
casa”. Sin embargo, el Eternétaro afectó a su antepasado que empezó a
manifestar los nuevos efectos sobre la cadena temporal. La gran advertencia fue
la aparición del Ángel que viaja en reversa, como espantado con el huracán del
Progreso, según el premonitorio cuadro del Paul Klee que conservó un profesor desdichado.
Si la Galaxia había conquistado la condición del materialismo cientificista
riguroso ¿para qué llegaba un Ángel en un retro-viaje temporal para arruinar la
tranquilidad del positivismo? Las mejores mentes del sistema galáctico
investigaron sin descansar ese portento hasta que un arqueólogo dio con la
respuesta, bajo las ruinas de los primeros asentamientos de un remoto planeta. En
una tablilla de escritura cuneiforme estaba definida una casi imposibilidad que
explicaba por qué para la humanidad únicamente la escritura fonética se inventó
una vez y desde ese único punto de emanación se fue expandiendo. Lo mismo con
ese Ángel atravesando la capa temporal contra el sentido de las flechas
cronológicas, pues él era el aviso de una inversión de partículas temporales y
breves encuentros con apariciones de anti-tiempo. Los seres desde esa
perspectiva en lugar del envejecer se dedican a rejuvenecer, mientras viven y
viajan horrorizados con la entropía del universo, que los arrastra como a peces
en un río turbulento.
Así
como Colón abrió una ruta marítima desconocida, el Eternétaro abrió grietas en
el tiempo nunca antes sospechadas, por lo que las temidas paradojas de los
padres que son hijos de sus propios hijos se integraron en la jerga
científica.
Con
tantos saltos temporales entre movimientos hacia adelante y con fragmentos de
la realidad que se movían desde el futuro hacia el pasado, sí había un
problema. Quizá no es el que adivinará un lector de la Tierra, el auténtico
problema era que se extraviaba la memoria y se sustituía con premoniciones, por
lo cual no resultaba fácil definir los olvidos, pues también se llenaban de
acontecimiento que sí sucedían. Por ejemplo, una noche dormí mirando a un gato
y sus ojos amanecieron en el cielo, pero ya no eran los usuales, sino unos
rojos y terribles. Lo terrible es que todos en el planeta veían esos ojos en el
cielo y eran algo apocalíptico o amenazante, no los de Chelsea. Por eso no era
tan recomendable dormir, porque se abría la oportunidad para pasar del sentido
inverso (del rejuvenecer) al ordinario (de envejecer).
Por
eso cuando escuché que la Cronomac estaba descompuesta adiviné que eso sucede
en el futuro, cuando el Eternétaro produce a su antepasado en la propia Cronomac,
como si fuera su hijo que es su padre. Con la repetición de prodigios me he
acostumbrado a que las causas sean efectos y que las culpas sean bisnietos, sin
embargo, cuando miro un gran pliego de papel virgen y sé que es un mapa
cartográfico pero permanece en blanco, entonces desespero al no tener una
definición. ¿La vejez borró la tinta o debo guardarlo para que aparezca la
tinta recién impresa? Y ese recuerdo que es el mapa con la ruta al Eternétaro y
lo sé porque lo adiviné en mi futuro, hasta inventé la leyenda del noble amigo
del Artefacto que dominó al dios Cronos. Quien no está acostumbrado a los
pliegues del Tiempo que tejen los adelante y atrás de los calendarios y relojes
se confundirá con estas declaraciones. Escucho gritos fuera del departamento:
—¡Urge
tu presencia!
Con
esas alas mugrosas no hay duda: es el Ángel de la Historia, ese que termina
siendo empujado hacia el futuro, pero no está contento con esa función. Le urge
que arreglen al Eternétaro que a su vez arreglará a la Cronomac, la cual a su
vez arreglará al Eternétaro, el cual en reciprocidad la descompondrá para que
haya algo que componer, para que antes de eso… Resulta cansado ese vaivén de
composturas y descomposturas incluso para platicarlo.
En
cuanto salgo percibo los ojos en el cielo, ahí siguen, y en el piso hay un
rastro de caramelos. Éste parece la buja de Hansel y Gretel dejando una pista
hacia la trampa. Llega el viento huracanado de la tarde y lo cuando el aire tome
su entera potencia: “arrastrará al Ángel y se saldrá de este calendario.” Es
una pena sus golosinas son deliciosas.
De
improviso reapareció y descubrí que su faz usual era una máscara. Mis visitas
por los escenarios del tiempo me prepararon para descifrar que era el mismo que
se le apareció a Jacob en “la lucha contra el ángel”. Desde el catecismo me
extrañó tanto que hubiera que pelear contra uno de esos seres de luz y paz
sublime… “Todo ángel es terrible”, pasó un título por mi cabeza. En esta
ocasión estaba preparado, pues en este universo des-sincrónico nunca
salgo de casa sin un kit de utilidades y en la maleta cargo un giróscopo
estabilizador, un compás expandible marca Delta-Plus que con su circunferencia
que separa lo real de lo imaginario, una escuadra para ordenar las piedras de
las catedrales mientras las edifican… Por su rostro supe que estaba
desesperado, y que en las ocasiones anteriores cuando nos mirábamos a la
distancia… Él viajaba en su típico modo inverso, empujado por el huracán del
Progreso, pero también era un rondar, un merodear para encontrar un instante
oportuno. Y que antes se contenía de acercarse aguardando una mejor
oportunidad. Y esa oportunidad de encontrarme desarmado y solitario nunca
llegaba. Al menos estaba solo, así que le ganó la urgencia. ¿Se imaginan a un volador
desesperado? Si su raza es la encarnación de la Esperanza divina, resulta una
ironía y hasta una desnaturalización. Atacó sin avisar y antes de que yo sacara
los mejores utensilios del kit. Con su primer golpe logró lo mismo que contra
Jacob, la entrepierna sangrante —metáfora del sexo—, de sangre humana no de
metafísica fluidez, como es la entraña del Ángel. En el golpe angelical no se
distingue si lanzó tersa caricia o desgarro insoportable, porque la especie
angelical no es ni mujer ni hombre ni quimera, es otra cosa para la que los
humanos nunca no estamos preparados. Como sea, debía vencer, así que tracé la
circunferencia de compás alrededor de ambos y quedamos enjaulados por la fuerza
cuántica de esa circunferencia. Eso lo desmoralizó pues significaba que su
enemigo no huía. ¡Qué diferente es la batalla cuando no hay escapatoria a otra
con una retaguardia abierta! En un espacio tan corto la fuerza de alguien
acostumbrado a un viento que lo arrastra resulta relativizada, cuando pretende
avanzar entonces retrocede. Fuera del primer golpe sus fuerzas eran otras,
ajustes de retracción y simulaciones de movimientos contrapuestos, parecía huir
en lugar de atacar. Por mi parte, fingía un rango de debilidad, pues suponía
que si el contrincante descubría mi superioridad encontraría una treta para
escapar de esa lucha. Tomé en serio el papel de presa de cacería, sin embargo,
no había tal sino un combate entre iguales. Incluso dudé quién cazaba a quién.
El giróscopo lanzada dificultaba más los movimiento, porque tan riesgoso era
para mí como para este adversario. Visto de afuera, el combate parecería una
torpe lucha grecorromana o el entramado de simples chicos en el recreo. El piso
mismo se ladeaba con el acelerarse del giróscopo, lo cual dificultaba más
evaluar quién ganaba en cada jaloneo. Había impulsos y jaloneos. El Ángel era
escurridizo y yo suponía, por puro instinto, que inmovilizarlo con las espaldas
al piso sería la jugada maestra. A contraparte él procuraba asfixiarme entre
plumas y empujones. El tiempo parecía detenido y repetitivo —para lo cual ayuda
la impresión del giróscopo— de tal manera que el cansancio creciente sería la
única divisa. Los raspones y jaloneos teñían con pequeñas gotas de sangre, que
mezclada con el polvo se untó de argamasa en sus alas, atascadas de polvo y
sangre. Con las alas tiesas, la espalda al piso y ya sin aliento, se confesó
derrotado. Y a cambio de liberarlo hubo de confesar el motivo de su hostilidad:
—El
Tiempo descompuesto está dentro de ti, cabeza humana y mente insondable, que no aceptas el Hoy, ni el Mañana ni el
Siempre… así que vagas alocadamente por las Épocas y los Milenos, vagabundo
de las Estrellas enloquecido con vanidad de vanidades. Hasta que calmes tu
interior descompuesto ni el Eternétaro ni la Cronomac encontrarán su sosiego.
Confesado
su enigma nos retiramos como enemigos de respeto. Comprendí que no era el Ángel
quien debía enfrentar un duelo sino el propio Eternétaro, conforme crea su
siguiente etapa, su dispositivo de sucesión. Se disipó el polvo y el Ángel, la
temperatura restablecida y las filas de edificios en su orden caótico. Como si
nadie alrededor hubiera observado nada. En el piso una piedra manaba un líquido
rojo, una especie de sangre del cosmos mineral y ahí coloqué una marca, para
recordar y compartir el sitio exacto donde se resolvió el Enigma del Tiempo, al
menos para los mortales que viajan por los milenios.
¿Y
la ruta al Eternétaro…?
En
la calle las hileras de edificios resultan infinitas, formadas con rectángulos
del mismo tamaño pero con variaciones pequeñas, de colores, números, aromas y
hasta algún habitante que no se interesa por lo que sucede a fuera. A la gente
normal le está prohibido aventurarse fuera de los departamentos, pero un
empleado destacado y experimentado en Tiempo no es cualquiera. Los pasillos, en
estricto sentido son un laberinto: cambian de disposición los edificios,
nombres de calles y avenidas, se alteran las numeraciones… Saco el pliego de
papel y ya tiene coordenadas exactas que indican seguir dando vuelta a la
izquierda, un viejo truco para escapar de los laberintos o permanecer
eternamente recorriéndolos.
En
términos de mi niñez lo que transcurrió fueron unos minutos, durante los cuales
algunos edificios se desmoronaron y otros brotaron del suelo. Con sea, ya
estaba escrito que encontraría la puerta al Eternétaro. Nadie nunca jamás
avanza más allá de esa puerta, porque no es necesario, pues sería como
atravesar por la muerte y regresar sin emociones. Basta tocar la puerta y
lanzarse por el torrente del tiempo para visitar lo que obtengas en fortuna. Y mi
Destino no eran las argucias de Ángel que creyó descubrir cómo detener su
alocado viaje inverso y por eso suplica ayuda. Para mí lo crucial era ese
instante supremo —frontera del orgasmo— que te lanza fuera de la línea temporal
como si volvieras a nacer.
Aunque
dudé antes de tocar esa puerta majestuosa y dorada, porque escuché una voz en
el aíre, que era fría e impersonal… Detuve el impulso, pero miré alrededor y no
había nadie.
Fueron
tres toques y no era necesario transitar físicamente, bastaba mirar la
espléndida apertura de panoramas, conforme la puerta se abría. El recinto era tan
grande que nada lo perturbaba.
De
inmediato advertía que la voz era la propia del sitio, la voz del Eternétaro que
sonreía en su modalidad fría y cálida, al modo de lo trans-humano:
—Por
fin alguien trae esa pieza descompuesta a sabiendas, los demás visitantes no
saben dónde está la falla del circuito. Ahora te corresponde el encontrar el
sitio exacto y el instante preciso donde aplicar tu reparación del
tiempo-espacio.
Resultó
curioso escuchar la voz de la entidad, como simple confirmación de los
argumentos del Ángel.
La
tranquilidad no perduró. Las gigantescas fuerzas desatadas del Eternétaro
doblaban y hacían crujir al espacio-tiempo del sistema planetario. Quien no
estuviera acostumbrado a tales prodigios habría caído en parálisis. La cuestión
es no dejarse sorprender y mantenerse atento al cambio.
Ese
presente se desvaneció entre brumas y comenzó el flujo multicolor, con el
efecto típico del movimiento espiral de la puerta hacia el Eternétaro.
Cuando
terminó la agitación el viaje me depositó en unas ruinas circulares, sobre el
suelo polvoso de un sitio con mármoles antiguos y huellas de abandono. Los
dioses labrados en la roca a los que se ofrendaba el fuego permanecían mudos
alrededor del sitio. Por esas ruinas circulares había transitado cientos de
veces aunque no recordaba el nombre el sitio ni el idioma zend que alguna vez pronunció
mi voz. La visita a ese sitio poseía un propósito, al fondo de la ruina se abre
el manantial del recuerdo, lo opuesto a las aguas del Leteo, son aguas mejores
que las de Delfos: basta beberlas para dirigir la memoria con precisión.
Repuesto
del cansancio del viaje y esperando que el sol del mediodía desapareciera a la
sombra bajo mis pies… acudí al manantial. Había que recordar el origen de la
descompostura. ¿Dónde se pierde la mente fuera del pasado y el futuro, sin
presente ni hogar?
Las
aguas fueron haciendo efecto hasta que caí en un profundo sueño. Los dioses con
figura de animal esculpidos en la roca husmearon mis carnes mientras dormía. El
ensueño buscó sin descanso hacia el sitio donde se extraviaban juntos pasado,
presente y futuro.
Al
avanzar la madrugada recordé un libro de poemas y al fin lo descubrí. Ahí el
circuito descompuesto de la temporalidad, escondido en un retorno de palíndromo,
digno de Parménides:
“Lato: ¿Tres,
seis o nueve? / Sólo se ve Uno, / Eco: / ¿Dos o doce o nueve?/ Sólo se ve Uno.
/ Sí, es SER Total.”[1]
Y
como el SER Total es un concepto tan cerrado que nada deja escapar, la paradoja
del regreso del tiempo se atascaba. Eso fue en el instante anterior. Bastó un
chasquido de recuerdos y una Palabra para que los nubarrones se abrieran y esos
ojos inyectados mirando desde el cielo se disolvieran, para que la cadena
causal entre una Cronomac madre del Eternétaro se restableciera y abandonaran
esa oscilaciones entre causas y efectos, cuando se construyen y descomponen
recíprocamente.
Por
esta resolución definitiva no imagines que se premia al protagonista. El Eternétaro
dejó de operar y lanzar a los científicos y curiosos, las briznas del futuro
dejaron de contaminar los acontecimientos pretéritos, los Ángeles dejaron de
arrastrase con los huracanes del Progreso. Desde entonces permanecí de
incógnito para habitar una ruina circular soñada por Borges, un fantasma y al
hijo que soñó su fantasma.
Querido
y desconocido lector: la puerta del Eternétaro se cerró detrás de ti. Hoy respiras
con descansada tranquilidad. El Ahora volvía a su lugar, el Pasado quedaba
atrapado en la entretela de tu memoria y de los testimonios indudables, el
Futuro se tejía como lo que sería, indefinido pero llegará.
El
panorama comenzó a brillar en cada partícula, cada brizna de tiempo latía y
bailaba, recomenzaba su ciclo en el Universo entero, se superaba la estadía del
“impresente”, para alcanzar la intensidad del Aquí y Ahora que volvía a brillar
con sus colores de Eternidad.
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