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miércoles, 20 de mayo de 2020

“LA ERA DEL VACÍO” DE LIPOVETSKY RESEÑA Y ANÁLISIS





Por Carlos Valdés Martín

En La era del vacío el filósofo Gilles Lipovetsky plantea un diagnóstico crítico de la sociedad occidental la cual se levantaba como el modelo triunfante y próspero en la década de los ochentas. El subtítulo que completa es Ensayos sobre el individualismo contemporáneo y resulta indicativo de hacia dónde señala su cuestionamiento, así como su enfoque de estudios. Surgido en un periodo marcado por un creciente bienestar y auge de la llamada “sociedad de consumo”, su reflexión integra los esfuerzos para comprender esa etapa.
Este libro posee más de un mérito, en primer lugar, cuando se adentra en la discusión de la época para aclarar si hay un paso hacia la posmodernidad, pues su título que afirma una “Era” novedosa posee plena intención. Aquí reinterpreta la plétora de comodidades y satisfacciones que invadían al Occidente, que habían rebasado la rivalidad del “Bloque soviético”, desarmando la esperada contestación obrera y desinflando cualquier protesta. Reúne la filosofía con la teoría social y la psicología para intentar una visión completa del cambio acontecido, buscando centrarse en algunos pocos ejes fundamentales, en un esfuerzo paralelo a lo planteado antes por Marcuse o Baudrillard.[1] Insinúa nostalgia por la rebeldía y por la utopía de la Revolución característica de la generación intelectual del 1968, cuando el autor se sorprende por el conformismo que permea en la sociedad. Su modelo conceptual adeuda a los autores que predicen la posmodernidad como Daniel Bell, por su visión más relajada y conformista, mientras que su competencia conceptual está más en paralelo con la antropología crítica y el psicomarxismo,[2] que bajo una interpretación machacona del presente, busca una crítica con sentido de superioridad, que en este texto no se ocupa de soluciones, dando más la impresión del predicador asceta con uniforme laico, que vuelca un vaso de superioridad contra las novedades del mercado y la cultura de masas.
El estudio procura seguir la estructura de tres grandes ámbitos como el cultural (el ámbito más amplio y polifacético que incluye desde lo más elevado hasta lo insignificante de las transformaciones), el político y el económico para integrarlos en un enfoque unificado alrededor de la irrupción de un periodo y a nivel del tipo de individualidad emergente que clasifica como narcisista. Discute si el nuevo tiempo ya agotó la modernidad y merece el rótulo posmoderno, prefiriendo su propio título de “era del vacío”. Propone el predominio de un nuevo tipo de personalidad narcisista, efecto de un proceso de “personalización” y el complemento de una sociedad seductora mediante su riqueza y un flujo de nuevos códigos.
De gran interés resulta su sensibilidad y estilete conceptual para descubrir lo novedoso en su horizonte de acontecimientos: abundancia de bienes, falta de restricciones, nuevas costumbres sexuales, feminismo, individualismo, otras comicidades, violencias alteradas, etc. Anota que su sociedad superó la contradicción clásica entre obreros agitados contra empresarios, que está siendo desplazada por un flujo de productos, con el espacio colectivo convertido en escaparate y una masa de consumidores endeudados, quienes disfrutan sus microcosmos. Junto con la plétora mercantil para él se levanta un desierto, pues el espectáculo de una economía pujante y de individuos sonrientes le desagrada, cual predicador clamando “vanidad de vanidades, todos es vanidad”.[3]

Prefacio

En lo que sigue el análisis de La era del vacío se realiza por capítulos para su comprensión más detallada. En su origen el libro procede de una serie de artículos que poseen cierta unidad temática. Le preocupa el “proceso de personalización” que lo mira como una hipertrofia del individuo, que en vez de buscar un futuro mejor colectivo, ignorando ideales sociales,[4] y entonces afirma se extiende una nueva sociedad guiada la seducción que fortalece a un individualismo y el triunfador es un nuevo Narciso.[5] Esta tendencia no se limita a un consumismo, sino a lo vivido y a la experiencia particular que se presenta multifacética, como el feminismo y el psicoanálisis.
Si bien, el Prefacio señala que en origen cada capítulo fue un artículo independiente, al integrarlos generan una impresión de diseño único, con cierta conexión pues el método que propone el filósofo retoma el deslizamiento de la dialéctica que recorre la totalidad, aunado a cierto materialismo que busca la estructura, aunque sin las pretensiones duras de haber establecido una legalidad absoluta bajo lo evidente.  Su proceso analítico posee la dinámica de una dialéctica, donde cada trozo de lo real remite a otro, hasta que arma un rompecabezas, para mirar su devaluación universal, siguiendo la metáfora del rompecabezas mira por atrás y encuentra vacíos, detrás de cada acto y gesto, lanza el anatema del sinsentido, por eso señala al conjunto como una Era del Vacío regida por una “lógica del vacío”.[6] Su paralelo con la Lógica presente en la Fenomenología del Espíritu de Hegel resulta de lo más interesante, sin embargo, ofrece la ruta contraria, desde la unificación (la unidad del Sentido del Estado y el Capital) o la lógica de la Producción, hacia los escalones descendentes de una Lógica de la democratización del mensaje regida por un Eros egoísta, que le parecen los escalones al infierno de la Nada.

I. Seducción continua

En este primer capítulo, Lipovetsky indaga sobre el origen colectivo que se le presenta a manera de un “mar de fondo… Música, información durante las 24 horas del día, dinámicos animadores, SOS de la amistad… ” y una enorme variedad de ofertas para el consuelo, disfrute y participación del ciudadano de todos los estratos. De manera brillante señala una abundancia de flujos y producciones que van satisfaciendo al individuo y no le parece que sean de manera ficticia ni de mera manipulación, sino que con una oferta multiplicada el sistema seduce a los consumidores y hasta los personaliza, pues la oferta cada vez es más particular, lo llama “seducción a la carta” y “sobremultiplicación de las elecciones que la abundancia hace posible”[7]. Hace una descripción con mirada nueva sobre una serie de factores clave como las mercaderías, la acción política, la protesta feminista… que están siendo modificados bajo sus ojos, lo cual da frescura.  La tendencia es hacia un deseo de sentir más, de volar, de vibrar en directo, de sorprenderse, agitarse estereofónicamente, viaje sensorial y pulsional. Estima que avanza una inflación del erotismo, donde todo está permitido para “destruir el orden arcaico de la Ley y de la Prohibición… en beneficio de un verlo-todo, hacerlo-todo, decirlo-todo que define el trabajo mismo de la seducción”[8] Con ello, la barrera se está cayendo y la tarea de Don Juan es inútil bajo la satisfacción bastante inmediata, entonces “Don Juan ha muerto, una nueva figura mucho más inquietante se yergue, Narciso subyugado por sí mismo en su cápsula de cristal”[9]
Resulta muy interesante y bastante atinada su descripción de nuevas tendencias que unas décadas después ya se volvieron muy evidentes como la psicologización (oferta de bienestar subjetiva) de la medicina o el deporte. De manera aguda señala el efecto sobre el lenguaje, con sus cambios hacia lo eufemístico y tranquilizante, para abandonar los términos que se acusan como discriminatorios y ofensivos, opera un “lifting semántico”.[10] También es agudo señalando algunas metamorfosis del discurso y el presentarse de los políticos, en una personalización, ofreciéndolos como más cercanos y humanos, una política centrada en valores de “la proximidad, la autenticidad, la personalidad”[11]. Observa una tendencia a la descentralización, la autonomía local, la patria chica y hasta a la autogestión, que atraviesa por el banco universal de datos con el desbloqueo de la información (luego bajo la moda de la transparencia) como opuestas a un viejo centralismo jacobino. La ecología da más sentido a lo natural, como un interlocutor. La única vertiente por la que la noción de Revolución campea en la ideología de izquierda es “porque está del lado de Thánatos, la discontinuidad, de la ruptura”[12]
En el fondo, una productividad tremenda y una proliferación de productos atractivos, lo que supondría el éxito de un sistema desde la perspectiva de los antiguos utopistas, incluido Marx,[13] para Lipovetsky resulta decepcionante o alarmante, al estilo de los eremitas o padres de la iglesia, tal como lo mostrará en el siguiente capítulo.  

II. La indiferencia pura

Para brindarnos el concepto que titula al capítulo, Lipovetsky primero se enreda con el rasgo apocalíptico y destructivo del siglo XX, para con elegancia, resumir las desgracias de todo tipo comenzando por las guerras y hambrunas que sacudieron el periodo. Contrapone el afán constructor del siglo con la atormentada “pasión por la nada”[14] que arrastra a la destrucción sin sentido. Ese fue el desierto tradicional, pero ha surgido otro que resulta “Inédito… sin catástrofe, sin tragedia, sin vértigo… ¿Qué es sino la deserción de las masas que trasforma el cuerpo social en cuerpo exangüe, en organismo abandonado? … por el vacío emocional… El desierto… supone una indiferencia… los antagonismos se vuelven flotantes”[15] Esto le parece el corolario generalizado de la caída universal de los grandes relatos, que convierten todos los relatos en minucias, simples variaciones y curiosidades que no logran la identificación.
Al nuevo sujeto, lo llama “El hombre cool… se parece más al telespectador probando por curiosidad uno a uno los programas de la noche, al consumidor llenando su carrito…”[16] Y ese nuevo protagonista no le agrada al autor, y también lo vincula a un Narciso perdido.
Las consecuencias particulares de estas reflexiones también poseen un interés especial y, por enfoque, deben abarcar los más diversos campos, en especial, la intimidad del sujeto. Lipovetsky lo llama la “era ” donde la experimentación resulta un continuo, donde “el sistema del <¿por qué no>” es una divisa, y “se aceleran las experimentaciones”. Esta tendencia se la indilga (sorprendente) incluso al Mayo de 68, al que llama movimiento “laxo y relajado” como una primera “revolución indiferente”, con el potencial escándalo. Lo político se fusiona con lo existencial, mediante el feminismo y el movimiento gay.
Anota una proliferación de la dramatización, cada situación da pie a “dramatizaciones” y estrés, por lo que cualquier actividad o vivencia se sobredimensiona, e implica una respuesta psi: “Envejecer, engordar, afearse, dormir, educar a los niños, irse de vacaciones, todo es un problema, las actividades elementales se han vuelto imposibles”[17] La persona se ha vuelto más vulnerable que nunca, requiriendo nuevos respaldos.
Anota que la tendencia secular ha sido a la baja del suicido. Sin embargo, estima que el ciudadano está cada vez más solo, que carece de apoyos trascendentes. El individuo elige estar solitario, pero no se soporta.

III. Narciso o la estrategia del vacío.

De manera directa, este capítulo sintetiza la oposición entre el I y II, pues si en el primero se detecta que el sistema emana una seducción múltiple, ofreciendo un torrente de satisfacciones, al habitante promedio y adaptada a sus variadas condiciones, mientras el segundo insiste en que cada satisfacción resulta una apariencia, para caer en alguna figura de indiferencia, por tanto en un tipo de nihilismo múltiple, que no se satisface pero amplía la soledad y la búsqueda del individuo, entonces en este tercer capítulo se define cómo se configura el habitante posmoderno en base a ese flujo contradictoria de seducciones y hambres insatisfechas.
El argumento central aquí es el tránsito del capitalismo hedonista al individuo vuelto narciso, pero con sus atributos. ¿Cuáles son esos atributos? La psique se vuelve más densa y dramática, al desembarazarse de valores trascendentes, queda centrado en el presente, en un sentido estricto, como un fragmento que suelta marras y no pertenece a ningún puerto, dejándose arrastrar por los flujos de la mente.[18] Pone a Woody Allen como un símbolo personal del periodo.
Crece el entusiasmo por la realización personal y la gestión psicológica, donde “el Yo se precipita en un trabajo interminable de liberación, de observación”.[19] Por un lado, esto parecería acrecentar la autonomía del individuo, que aquí parece sustituir a la “conciencia de clase”,[20] pero si el exterior falla entonces parecería que ocurre una auto-seducción donde participa el individuo.
En este punto, Lipovetsky alcanza un concepto que suena muy denso, para referirse a la situación existencial del individuo, que la llama “desubstancialización”,[21] con lo cual el interior pierde dureza, para adquirir una fluidez y transparencia, que se remiten al problema del vacío mismo.[22] Uno de los vértices de la pérdida en desubstancialización sucede en la evasión del esfuerzo, que se pierde, abandonado la divisa romana “ad astra per aspera” y con esta radical anomia, se describe a la persona como “zombi”, ente sin voluntad pero ansioso por disfrutar.
Esa falta de voluntarismo se oculta por un activismo en favor del cuerpo, un incremento del ejercicio y del esculpir al cuerpo, incluso una gestión insistente por también esculpir el alma mediante la psicología y la motivación variada. Hay miedo a envejecer y morir, hay presión para alcanzar la perfección corporal. Plantea que la gran dicotomía entre cuerpo y espíritu se ha esfumado “Como todas las grandes dicotomías”,[23] lo cual implicaría un replanteo del campo filosófico.[24]
La objeción que maneja es que el mismo Yo resulta tan moldeable, aunque sea por el propio y sus búsquedas. Al romperse barreras y ampliarse búsquedas, esto mismo movimiento es un “agente de desestabilización” que disfruta el mostrarse en un “streep-tease psi”.
Cuestiona al feminismo que al diluir el “ser femenino” genera que la identidad personal sea problemática, por lo que más que lucha entre sexos opuestos, vislumbra una maquinaria que desestandariza la sexualidad, lo cual impulsa al narcicismo.[25]
Considera que el narcisismo requiere de un tipo de relación con el ambiente, de tal manera que alivie su vacío. Los nuevos trastornos psicológicos narcisistas se desprenden de un superyó paternal exigente (el elogio del éxito) y una madre castrante. Por un lado se anhela se una celebridad, y se elogia a las estrellas, sin embargo, también se las ataca y se adoran los chismes y mostrar sus miserias personales.
Le parece que la relación con la música estridente es emblemática de la personalidad vaciada que busca de un contenido, aunque la música no lo logra, pero sí destruye al oído juvenil, lo cual es otra manifestación de la condición del Narciso posmoderno.

IV. Modernismo y posmodernismo.

Este capítulo reconoce su tributo al libro de Daniel Bell, donde estableció las nuevas pautas de la sociedad y perfiló ese tránsito en base a tres órdenes contradictorios —cultural, político y económico—, concentrándose en el primero.[26] Si bien, Lipovetsky marca su crítica, sigue el método de Bell para separar en tres grandes ámbitos contradictorios al sistema social y acepta su premisa principal, que la dinámica surge del “modernismo radicalizado en la cultura”, como eje articulador de la trama. A su vez, esto sirve para polemizar entre los conceptos de modernidad y posmodernidad, cuestionando al segundo por la imprecisión o por la radicalidad en su novedad.[27] Siendo que este capítulo implica un análisis detallado y variado, aquí lo reduciremos a las líneas mínimas.
La tendencia del modernismo es una radicalización del cambio, que se vuelve una revolución, como autodestrucción creadora, donde siempre se exige lo inédito. Resulta “la rebelión convertida en ceremonia, la crítica en retórica y la transgresión en ceremonia”[28] Este principio modernista funciona en la cultura y el autor lo observa extendido al campo psicológico, de significados, lingüístico, modas, etc., aunque su ejemplos y análisis se centran más en el campo del arte y las observaciones de psicología social, que las centra en su figura de la explosión de narcicismo.
El otro campo clave con un principio propio es la economía, que está sometida a la eficiencia, por tanto sigue la pauta capitalista en el sentido económico, sin embargo, adaptada a generan una plétora de consumo y a seducir al consumidor con opciones para elegir y medios para que se siente auténtico y diferente. El tercer campo con su sistema axiológico propio es el político, donde predomina la exigencia de igualdad y las tendencias democráticas, con una mezcla de retracción de las masas que se pliegan hacia el individualismo; mientras que por parte del gobierno y sus políticos observa varias tendencias novedosas como al personalización y la dramatización, la cual incluye una voluntad de cortes y rupturas (ansias revolucionarias) sin que sea tan reales (toma de ejemplo al 1968 francés, al que considera llegó a nada).[29]
Explica con detalle cómo se fusiona el arte modernista con la cultura, señalando las tendencias a romper distancia (no hay separación del espectador), disipación de las perspectivas, dar la impresión de una inmersión directa y brutal (buscando el estado salvaje sin hallarlo) en una figura de dramatización.[30] Regreso a la risa y al humor como valores. Para el arte establece su propia triple consigna: “libertad, igualdad y revolución”. La crítica a Bell se limita a que no vio “el proceso de personalización”[31] como el eje.
La repercusiones hacia la inflación de la psicología son interesantes, donde Lipovetsky afirma que “El análisis se vuelve ”, por motivos como que “el sentido y el sinsentido dejan de ser antinómicos y jerarquizados”[32] Y su espacio crece por la “omnipotencia de la arqueología del deseo”.
El consumismo y el hedonismo son el epicentro del posmodernismo, donde ya lo acepta, bajo tal definición, en lo cual coincide con Bell.[33] Y esto posee muchas aristas, como la proliferación de las elecciones, la reversión hacia lo auténtico (inalcanzable), la hiperdiferenciación, derecho a ser uno mismo, la fragmentación del yo (obedeciendo a lógicas múltiples),[34] que implica un reino de eclecticismo cultural. Como sea observa una dualidad entre aspiraciones y deserciones (vuelta a lo sagrado,[35] banalización de todo) que lleva hacia un agotamiento de la vanguardia, que tras la revancha de los sentido contra el espíritu cae en una decadencia moral y estética donde ejemplifica la no aportación de Warhol filmando en tiempo real y sin discurso, simple reproducción.[36]  Le parece al autor que todo lleva en la lógica del vacío.
El empuje del hedonismo consumista choca contra la exigencia productiva y colisionan los ámbitos. A la política se le exige el Estado-providencia y vaticina que continúe con una personalización de sus ofertas de tipo socialdemócrata.[37]

V. La sociedad humorística.


Con intensidad Lipovetsky procura demostrar que el incremento de un humorismo específico es un rasgo de la época, para lo cual hace una recapitulación del tipo de comicidad en las diferentes sociedades, comenzando por la medieval. Al respecto, señala que la importancia de tal fenómeno ha sido subestimada.[38]
La Edad Media la observa como caracterizada por una reacción grotesca y temporal, que de manera periódica irrumpía contra lo consagrado, humorismo más marginal y contenido por el entorno religioso, donde su mejor exponente era el carnaval.  La edad clásica la risa le parece crítica abarcando la “comedia clásica, la sátira, la fábula, la caricatura, la revista o el vodevil”[39] Quizá con cierto matiz hacia el siglo XIX, todavía con un estilo contenido “sense of humor” al estilo inglés.[40]
El periodo actual lo considera bajo un sesgo novedoso, donde hay una explosión de humorismo, que caracteriza como tonalidad “lúdica”[41] de lo cómico. Aunque no plantea un tono uniforme, sino un par de capas, una superficial o comercial donde se multiplican las formas sonrientes, desenfadadas, de risas positivas, alegrías diversas, sinsentidos prolíficos. La otra capa esta abajo un tono sombrío, vulgar de completo irrespeto. ¿Qué domina? Predomina la risa light, la diversión sinsentido… donde predomina la “suavización de las costumbres”[42] Le parece que el objetivo de la risa se dirige más hacia el Yo narcisista pero devaluado, donde pone como el paradigma el humorismo tipo Woody Allen.[43] La interpretación pesimista de Lipovetsky señala que esto implica un vaciamiento de la propia risa y que el sujeto víctima de ese proceso “tiene por término al individuo zombiesco, ya cool y apático, ya vacío del sentimiento de existir”.[44]
La mercadotecnia la observa plagada de humor, que utiliza los sinsentidos y las dramatizaciones ligeras. El fenómeno de la moda lo analiza a modo de una enorme humorada, plétora de extravagancias, pues su “imperativo… es… cambiar” y la obsolescencia de los signos no es “mortífera ni suicida… es humorística”.[45] 
El humorismo se expande hacia regiones antes insospechadas, como la terapéutica,[46] y la política marcando el caso notable ya de un comediante candidato a la presidencia de Francia.[47] Con ello el autor señala que analizar en términos de lógica de transgresión resulta irrelevante, con lo cual se deslinda de Bataille,[48] aunque afirma que este fenómeno implica una ramificación perpetua de los significados.[49]  En el extremo, incluso el juego resulta el objetivo de las tecnologías de punta, para el anuncio del boom de los videojuegos, que se mezcla con cierta sensualidad, por lo que también el sexo resulta cómico.
La mira suprema del periodo le parece se dirige hacia un narcisismo humorístico, que implica la exaltación de la personalización. Una de las manifestaciones más fuertes de tal tendencia le parece es el festival masivo, donde una multitud se reúne en un teatro abandonado, para un loft de masas, con multi-espectáculo “flotantes y polivalente”, un “caleidoscopio new age… o discoteca”[50] que a Lipovetsky le parece apoteosis del narcisismo colectivo.

VI. Violencias salvajes, violencias modernas.


El capítulo que cierra el libro explica el hilo rojo de los tipos de violencias presentes desde las sociedades primitivas hasta la posmodernidad, comenzando por insistir en la importancia de este fenómeno como una clave que atraviesa todo tipo de colectividades, como elemento explicativo y de funcionamiento, por más que resulte horriblemente disfuncional a quien la reciba, pero para la colectividad no.[51]
Abandonando las usuales explicaciones psicológicas o económicas sobre la violencia, comienza analizando al honor y la venganza como primera fórmula para organizar la violencia en los pueblos salvajes, donde “el desprecio a la muerte, el desafío son virtudes muy valoradas, la cobardía despreciada”.[52] En ese ambiente, la venganza impregna todas las grandes acciones, siendo una clave que implica una acción limitada para establecer una simetría entre vivos y muertos. Considera que las ceremonias iniciáticas son fenómenos de violencia, que marcan el predominio de la colectividad sobre el individuo sometido.[53]
Lipovetsky señala con agudeza, siguiendo el argumento de varios antropólogos, que la lógica del acto bélico y la economía habitual están contrapuestas, pues el proceso de la guerra resulta consonante con el don como una entrega, por una obligación de ser generoso en dones, mujeres y hasta “la propia vida”[54] con el sacrificio de lo valioso.
El siguiente periodos, implica la entrada del Estado que cambia la posición de la guerra para apropiársela. Aunque perdura la figura del honor y la venganza se mantienen a nivel secundario, como tolerados por el Estado, que los arroja a los márgenes: gladiadores, torneos de caballería, pillaje, etc.  Generaliza señalando que toda sociedad que da preminencia al conjunto (a la colectividad) “son de un modo u otro sistemas de crueldad”.[55] Lo cual implica una condena en bloque a las ideologías sociales, pues siempre implicarían caer en la barbarie. Asimismo, señala que los valores de la guerra se contraponen contra los económicos y su lógica, por lo que las variaciones del militarismo han drenado la lógica económica o hasta impedido.
Considera que el llamado proceso de civilización y de suavizar las costumbres, adelantado por Tocqueville, es una tendencia importante que se opone a la violencia y sus brutalidades. Esa es la senda de Occidente a partir del siglo XVIII, que repulsa los duelos, las venganzas sangrientas y las crueldades múltiples. Mientras crecen los órganos centrales de control del Estado se reduce la violencia individual, lo cual implica como una exigencia de la ciudadanía individualista para que el Estado intervenga más y sea más policíaco, aunque frío, pues al civilizarse la violencia pierde su legitimación y cualquier justificación.[56]
Señala de manera interesante que la combinación del individualismo y la dinámica igualitaria también incrementa el sentido de compadecer y la facilidad para “la identificación con el dolor y la desgracia ajenos”,[57] mientras que las agrupaciones implican una modalidad de indiferencia. Esto implica una paradoja, pues el sentido común creyó que el individualismo era igual a indiferencia, cuando ha sido lo opuesto, la fuente de la compasión, pues hay más sensibilidad.[58]
Sin embargo, hay una cantinela actual sobre la inseguridad y la violencia, para Lipovetsky no corresponde tanto a las cifras, sino a otras variaciones importantes de la mentalidad que lo percibe[59] y otros fenómenos. La violencia mortal baja, pero se compensa con los atentados a la propiedad, la persistencia de una tendencia suicida más extendida, y la irrupción de una zona de violencia hard, poco estructurada y con irrupciones incluso colectivas. De modo interesante explica la tendencia a la explosión revolucionaria, aplicándola al 1968 como una revolución tipo “happening” y argumenta sobre las periódicas instauraciones del Terror y el efecto de los terrorismos.[60] Todo un conjunto de fenómenos, que le parecen armónico con más narcisismo, de tal manera que termina analizando la violencia sin sentido, que da un sentido desesperanzado, para señalar que corresponde a “la violencia se desubstancializa en una culminación hiperrealista sin programa ni ilusión, violencia hard, desencantada.”[61] Con un cierre pesimista que redondea el enfoque del libro.

Conclusión


El libro La era del vacío es el más notorio de Gilles Lipovetsky, generando interés entre los especialistas académicos y también entre un público más amplio. Su propuesta teórica sigue la pauta de filósofos convertidos en críticos de lo social no resultó la más notable de su generación,[62] siendo más considerados Foucault, Lyotard y Baudrillard, claro que la trascendencia se dimensiona con la distancia. Su diagnóstico del cambio de época —posmodernidad sí o no—, en la medida que el autor no tomó un partido tan tajante está en consonancia, pues en nuestros días sigue en cuestionamiento. La línea de transformaciones centrada en un diagnóstico de un narcisismo expandido no resulta tan aceptado en los ámbitos académicos, aunque sus análisis puntuales siguen permeando en los estudios culturales. Su diagnóstico con un tono tan pesimista no ha representado una línea de seguidores ni un cuerpo teórico de continuidades. El juego de las estructuras con lógicas separadas entre cultura, política y economía sigue siendo aceptado, aunque la línea de unificación sigue presentado dudas.

NOTAS:


[1] Hay un paralelo evidente a las obras de Marcuse como El hombre unidimensional (1964) y las de Baudrillard Cultura y simulacro (1978) los cuales fueron íconos de la crítica cultural y global de su sociedad contemporánea, más enfocadas a los fenómenos del occidente opulento y sus contradicciones.
[2] Hay una gran deuda hacia Daniel Bell, lo cual hace explícito, sus extremos evidentes son los extremos de la visión social como Bataille opuesto con Sartre, con la ebullición señalada por Foucault y Lyotard. Con marcada influencia de las reflexiones psicológicas, caracteriza su presente como “psicologización de lo social, lo político… el neonarcisismo es pop psi”. Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 14.
[3] Libro de Eclesiastés, atribuido por tradición bíblica a Salomón mismo.
[4] “Ya nadie cree en el porvenir radiante de la revolución y el progreso” Gilles Lipovetsky, La era del vacío, p. 9. Aunque la psicología señalará a ver la “personalización” como individuación o autenticidad, para el autor resulta un efecto de presión de la estructura social y ajena a la sinceridad, etc.
[5] Narciso “subyugado por sí mismo, en su cúpula de cristal”, Gilles Lipovetsky, La era del vacío, p. 33.
[6] Curioso antagonismo valorativo con Lyotard, que muestra la muerte del mega-relato como una oxigenación del ambiente, en La condición posmoderna. Para entender la dialéctica inter-subjetiva en Hegel nada mejor que Del yo al nosotros de Ramón Vals-Plana.
[7] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, p. 18. Curiosa proximidad con el enfoque de Kierkegaard en “El diario de un seductor”, pero ya soltadas las amarras, donde ocurre la tentación cumplida, no son promesas incumplidas, sino seducciones realizadas que multiplicadas asquean a Lipovetsky.
[8] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 29. Transformo una pregunta de Lipovetsky en la afirmación que trae de fondo. Se desprende que afirma que la posmodernidad empuja un desorden antagónico a las tesis de Bataille, de la prohibición y el interdicto como fundamento, en El erotismo, etc.
[9] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 33.
[10] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 22.
[11] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 25.
[12] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 28. Se refiere al Partido Comunista Francés entonces ya en franca decadencia.
[13] En La ideología alemana por ejemplo, la sociedad abundante imaginada por Marx parece un juego de satisfacciones infantiles comparada con la plétora del siglo XX, las aspiraciones de La República de Platón son rusticas, las fantasías de La nueva Atlántida son casi tribales.
[14] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 34.
[15] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, PP. 31-38. En el texto se adivina un juego de palabras entre desierto (el territorio árido y abandonado) y el desertar (abandonar, dejar cualquier causa) por parte de las masas, para ligarlo con la metáfora favoritos sobre el nihilismo, que se atribuye a Nietzsche en el Así hablaba Zaratustra.
[16] P. 42.
[17] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 47.
[18] El aquí y ahora vividos ¿causan daño? Para este autor, sí sucede, pues el presente vuelto un absoluto produce un vacío de referencias.
[19] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 54.
[20] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 55. ¿Alguna vez existió una efectiva conciencia de clase más allá del adoctrinamiento político? La pregunta adquirió relevancia al derrumbarse el muro en 1989. Los propios marxistas también lo ha dudado pues el pensamiento nunca arraiga de manera permanente, por tanto el propio Lukács fue hostigado para abandonar la tesis del “sujeto-objeto” idéntico como destino del proletariado revolucionario. Mészaros, Lukács.
[21] Sin alcanzar la pérdida de realidad radical que afirma Baudrillard en Cultura y simulacro, este concepto explica un fuerte sentido de irrealidad para la posmodernidad.
[22] Señala que de ahí también proviene un anhelo por la transparencia que sustituya al principio de realidad,  como si fuera el ideal de la desubstancialización. Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 74. 
[23] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 62.
[24] Como sea las dualidades de cuerpo y espíritu parecen no quedar resueltas por la filosofía moderna ni la posmoderna, simplemente se renombran y desplazan, como lo señala con habilidad Foucault en Las palabras y las cosas.
[25] Aunque la manera en que lo dice Lipovetsky suena a cuestionamiento, también podría tomarse en un sentido más positivo, como un logro.
[26] Daniel Bell, La contradicciones culturales del capitalismo.
[27] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 79 Lipovetsky se queja de la imprecisión del concepto de posmodernidad. En la p. 114 rechaza a Baudrillard y a Lyotard en base a que el corte histórico no le parece tan radical, pues más bien, siguiendo a Bell hay una continuidad radicalizada de la propia modernidad, según explicará con detalle.
[28] Cita a Octavio Paz, en Punto de convergencia, año 1976.
[29] Le parece que se asimila una lógica revolucionaria al sistema artístico de las vanguardias, y que la propia política posee ese estilo revolucionario como parte de su estructura, aunque termine en saltos vacíos. Gilles Lipovetsky, La era del vacío, PP. 90-91.
[30] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 98.
[31] El libro de Bell Las contradicciones culturales del capitalismo, se centra en las dinámicas propias de cada gran sector social, que no están unificadas en la personalización narcisista, sino en dinámicas colectivas como el papel de un “nihilismo” en la cultura, esa dialéctica de disoluciones.  
[32] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, PP. 103-104.
[33] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 106.
[34] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 112.
[35] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 118.
[36] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 120-121.
[37] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 133-135.
[38] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 137. Un interés serio por la risa que desde Henri Bergson no se apuntaba, en su estudio La risa.
[39] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 139.
[40] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 158.
[41] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 140.
[42] Tendencia señalada por el clásico Toqueville, Gilles Lipovetsky, La era del vacío, p. 144.
[43] Exhibiendo el temor a ser atacado en el Yo inseguro, se dramatiza la inseguridad mediante el personaje de Woody Allen. P. 145.
[44] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 146.
[45] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 155.
[46]Gilles Lipovetsky, La era del vacío,  P. 161. Como es lógico en su perspectiva, Lipovetsky desestima presencia de la risa.
[47] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 163. El cómico Coluche se lanzó en el año 1980 como Presidente.
[48] Georges Bataille, en sus diferentes obras sostiene que ahí en la prohibición y transgresión está el eje del fenómeno humano, como El erotismo.
[49] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 165, lo cual pareciera referir en polémica hacia Deleuze y sus tesis, por ejemplo, en Lógica del sentido.
[50] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 171. Encuentro una afinidad interesante con “La totalidad y el caos de la discoteca” en https://carlosvaldesmartin.blogspot.com/2008/07/la-totalidad-y-el-caos-de-la-discoteca.html
[51] Mientras el conjunto de texto parecía centrarse en la crítica del falso individualismo, como si hubiera espacio para enfocar desde lo social, este último capítulo rechaza la dimensión colectiva por ser fuente de una violencia más primitiva e injustificada. Coquetea un poco con las posiciones de Foucault anti-poder, pero mantiene prudente distancia, véase, Foucault, Microfísica del poder.
[52] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 175. Las usuales explicaciones psicológicas derivan desde Freud y arrastran una larga explicación, basada en el principio de muerte (Thanatos) y las económicas arraigadas en Marx, que explicó la violencia colectiva por intereses materiales organizados por el Estado. Freud, Más allá del principio del placer. Marx, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte y muchos más.
[53] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 175, a la iniciación genérica la considera “subordinación extrema” del individuo ante el colectivo. En ese sentido, no comprende la complejidad del fenómeno iniciático, sino el efecto de sujeción a un grupo, pero hay un panorama más amplio como lo muestran Jung y Henderson, en El hombre y sus símbolos, pues “la finalidad esencial de la iniciación reside en domeñar la originaria ferocidad… de la naturaleza juvenil” p. 149.
[54] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 181-183. Incluso la visión maniquea de la brujería, posee un enfoque ordenador, que opone entre amigos y enemigos, dando un orden al caos del mundo, para descargar las afinidades y las furias, tal cual el conflicto bélico.
[55] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 188.
[56] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P 193. Donde la familia mantiene fuerza se mantiene la vendetta sangrienta.
[57] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 195. Según muestran varios estudios sobre la violencia medieval, por ejemplo, Robert Darnton, La gran matanza de gatos.
[58] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 203. Incluso crece el cariño por los animales como nunca, asimismo las fronteras con el reino animal se desvanecen por un apasionamiento posmoderno.
[59] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 204. El narcicismo ve un exterior demasiado amenazador.
[60] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 214, parece un debate con Baudrillard, correspondiente a Cultura y simulacro, donde la explicación del terrorismo se contrapone.
[61] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 220.
[62] El autor justifica su desinterés por la filosofía pura alrededor del Ser, para él es un efecto del ambiente narcisista, como espejo del Yo aislado. Gilles Lipovetsky, La era del vacío,  P. 123.

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