Por Carlos Valdés Martín
En La era del vacío el filósofo Gilles Lipovetsky
plantea un diagnóstico crítico de la sociedad occidental la cual se levantaba
como el modelo triunfante y próspero en la década de los ochentas. El subtítulo
que completa es Ensayos sobre el
individualismo contemporáneo y resulta indicativo de hacia dónde señala su
cuestionamiento, así como su enfoque de estudios. Surgido en un periodo marcado
por un creciente bienestar y auge de la llamada “sociedad de consumo”, su
reflexión integra los esfuerzos para comprender esa etapa.
Este libro
posee más de un mérito, en primer lugar, cuando se adentra en la discusión de
la época para aclarar si hay un paso hacia la posmodernidad, pues su título que
afirma una “Era” novedosa posee plena intención. Aquí reinterpreta la plétora
de comodidades y satisfacciones que invadían al Occidente, que habían rebasado
la rivalidad del “Bloque soviético”, desarmando la esperada contestación obrera
y desinflando cualquier protesta. Reúne la filosofía con la teoría social y la
psicología para intentar una visión completa del cambio acontecido, buscando
centrarse en algunos pocos ejes fundamentales, en un esfuerzo paralelo a lo
planteado antes por Marcuse o Baudrillard.[1] Insinúa
nostalgia por la rebeldía y por la utopía de la Revolución característica de la
generación intelectual del 1968, cuando el autor se sorprende por el
conformismo que permea en la sociedad. Su modelo conceptual adeuda a los autores
que predicen la posmodernidad como Daniel Bell, por su visión más relajada y
conformista, mientras que su competencia conceptual está más en paralelo con la
antropología crítica y el psicomarxismo,[2] que bajo
una interpretación machacona del presente, busca una crítica con sentido de
superioridad, que en este texto no se ocupa de soluciones, dando más la
impresión del predicador asceta con uniforme laico, que vuelca un vaso de
superioridad contra las novedades del mercado y la cultura de masas.
El estudio
procura seguir la estructura de tres grandes ámbitos como el cultural (el
ámbito más amplio y polifacético que incluye desde lo más elevado hasta lo
insignificante de las transformaciones), el político y el económico para
integrarlos en un enfoque unificado alrededor de la irrupción de un periodo y a
nivel del tipo de individualidad emergente que clasifica como narcisista.
Discute si el nuevo tiempo ya agotó la modernidad y merece el rótulo
posmoderno, prefiriendo su propio título de “era del vacío”. Propone el
predominio de un nuevo tipo de personalidad narcisista, efecto de un proceso de
“personalización” y el complemento de una sociedad seductora mediante su
riqueza y un flujo de nuevos códigos.
De gran
interés resulta su sensibilidad y estilete conceptual para descubrir lo novedoso
en su horizonte de acontecimientos: abundancia de bienes, falta de
restricciones, nuevas costumbres sexuales, feminismo, individualismo, otras comicidades,
violencias alteradas, etc. Anota que su sociedad superó la contradicción
clásica entre obreros agitados contra empresarios, que está siendo desplazada
por un flujo de productos, con el espacio colectivo convertido en escaparate y
una masa de consumidores endeudados, quienes disfrutan sus microcosmos. Junto
con la plétora mercantil para él se levanta un desierto, pues el espectáculo de
una economía pujante y de individuos sonrientes le desagrada, cual predicador
clamando “vanidad de vanidades, todos es vanidad”.[3]
Prefacio
En lo que
sigue el análisis de La era del vacío
se realiza por capítulos para su comprensión más detallada. En su origen el
libro procede de una serie de artículos que poseen cierta unidad temática. Le
preocupa el “proceso de personalización” que lo mira como una hipertrofia del
individuo, que en vez de buscar un futuro mejor colectivo, ignorando ideales
sociales,[4] y
entonces afirma se extiende una nueva sociedad guiada la seducción que
fortalece a un individualismo y el triunfador es un nuevo Narciso.[5] Esta
tendencia no se limita a un consumismo, sino a lo vivido y a la experiencia
particular que se presenta multifacética, como el feminismo y el psicoanálisis.
Si bien, el
Prefacio señala que en origen cada capítulo fue un artículo independiente, al
integrarlos generan una impresión de diseño único, con cierta conexión pues el
método que propone el filósofo retoma el deslizamiento de la dialéctica que
recorre la totalidad, aunado a cierto materialismo que busca la estructura,
aunque sin las pretensiones duras de haber establecido una legalidad absoluta
bajo lo evidente. Su proceso analítico
posee la dinámica de una dialéctica, donde cada trozo de lo real remite a otro,
hasta que arma un rompecabezas, para mirar su devaluación universal, siguiendo
la metáfora del rompecabezas mira por atrás y encuentra vacíos, detrás de cada
acto y gesto, lanza el anatema del sinsentido, por eso señala al conjunto como
una Era del Vacío regida por una “lógica del vacío”.[6] Su paralelo con la Lógica presente en la Fenomenología del Espíritu de Hegel
resulta de lo más interesante, sin embargo, ofrece la ruta contraria, desde la
unificación (la unidad del Sentido del Estado y el Capital) o la lógica de la
Producción, hacia los escalones descendentes de una Lógica de la
democratización del mensaje regida por un Eros egoísta, que le parecen los
escalones al infierno de la Nada.
I. Seducción continua
En este primer
capítulo, Lipovetsky indaga sobre el origen colectivo que se le presenta a
manera de un “mar de fondo… Música, información durante las 24 horas del día,
dinámicos animadores, SOS de la amistad… ” y una enorme variedad de ofertas
para el consuelo, disfrute y participación del ciudadano de todos los estratos.
De manera brillante señala una abundancia de flujos y producciones que van
satisfaciendo al individuo y no le parece que sean de manera ficticia ni de
mera manipulación, sino que con una oferta multiplicada el sistema seduce a los
consumidores y hasta los personaliza, pues la oferta cada vez es más
particular, lo llama “seducción a la carta” y “sobremultiplicación de las
elecciones que la abundancia hace posible”[7]. Hace
una descripción con mirada nueva sobre una serie de factores clave como las
mercaderías, la acción política, la protesta feminista… que están siendo
modificados bajo sus ojos, lo cual da frescura.
La tendencia es hacia un deseo de sentir más, de volar, de vibrar en
directo, de sorprenderse, agitarse estereofónicamente, viaje sensorial y
pulsional. Estima que avanza una inflación del erotismo, donde todo está
permitido para “destruir el orden arcaico de la Ley y de la Prohibición… en
beneficio de un verlo-todo, hacerlo-todo, decirlo-todo que define el trabajo
mismo de la seducción”[8] Con
ello, la barrera se está cayendo y la tarea de Don Juan es inútil bajo la
satisfacción bastante inmediata, entonces “Don Juan ha muerto, una nueva figura
mucho más inquietante se yergue, Narciso subyugado por sí mismo en su cápsula
de cristal”[9]
Resulta muy
interesante y bastante atinada su descripción de nuevas tendencias que unas
décadas después ya se volvieron muy evidentes como la psicologización (oferta
de bienestar subjetiva) de la medicina o el deporte. De manera aguda señala el
efecto sobre el lenguaje, con sus cambios hacia lo eufemístico y
tranquilizante, para abandonar los términos que se acusan como discriminatorios
y ofensivos, opera un “lifting
semántico”.[10]
También es agudo señalando algunas metamorfosis del discurso y el presentarse
de los políticos, en una personalización, ofreciéndolos como más cercanos y
humanos, una política centrada en valores de “la proximidad, la autenticidad,
la personalidad”[11].
Observa una tendencia a la descentralización, la autonomía local, la patria
chica y hasta a la autogestión, que atraviesa por el banco universal de datos
con el desbloqueo de la información (luego bajo la moda de la transparencia)
como opuestas a un viejo centralismo jacobino. La ecología da más sentido a lo
natural, como un interlocutor. La única vertiente por la que la noción de
Revolución campea en la ideología de izquierda es “porque está del lado de
Thánatos, la discontinuidad, de la ruptura”[12]
En el fondo,
una productividad tremenda y una proliferación de productos atractivos, lo que
supondría el éxito de un sistema desde la perspectiva de los antiguos
utopistas, incluido Marx,[13] para
Lipovetsky resulta decepcionante o alarmante, al estilo de los eremitas o
padres de la iglesia, tal como lo mostrará en el siguiente capítulo.
II. La indiferencia pura
Para
brindarnos el concepto que titula al capítulo, Lipovetsky primero se enreda con
el rasgo apocalíptico y destructivo del siglo XX, para con elegancia, resumir
las desgracias de todo tipo comenzando por las guerras y hambrunas que
sacudieron el periodo. Contrapone el afán constructor del siglo con la
atormentada “pasión por la nada”[14] que
arrastra a la destrucción sin sentido. Ese fue el desierto tradicional, pero ha
surgido otro que resulta “Inédito… sin catástrofe, sin tragedia, sin vértigo…
¿Qué es sino la deserción de las masas que trasforma el cuerpo social en cuerpo
exangüe, en organismo abandonado? … por el vacío emocional… El desierto… supone
una indiferencia… los antagonismos se vuelven flotantes”[15] Esto le
parece el corolario generalizado de la caída universal de los grandes relatos,
que convierten todos los relatos en minucias, simples variaciones y
curiosidades que no logran la identificación.
Al nuevo
sujeto, lo llama “El hombre cool… se
parece más al telespectador probando por curiosidad uno a uno los programas de
la noche, al consumidor llenando su carrito…”[16] Y ese
nuevo protagonista no le agrada al autor, y también lo vincula a un Narciso
perdido.
Las
consecuencias particulares de estas reflexiones también poseen un interés
especial y, por enfoque, deben abarcar los más diversos campos, en especial, la
intimidad del sujeto. Lipovetsky lo llama la “era ” donde la
experimentación resulta un continuo, donde “el sistema del <¿por qué no>”
es una divisa, y “se aceleran las experimentaciones”. Esta tendencia se la
indilga (sorprendente) incluso al Mayo de 68, al que llama movimiento “laxo y
relajado” como una primera “revolución indiferente”, con el potencial
escándalo. Lo político se fusiona con lo existencial, mediante el feminismo y
el movimiento gay.
Anota una
proliferación de la dramatización, cada situación da pie a “dramatizaciones” y
estrés, por lo que cualquier actividad o vivencia se sobredimensiona, e implica
una respuesta psi: “Envejecer, engordar, afearse, dormir, educar a los niños,
irse de vacaciones, todo es un problema, las actividades elementales se han
vuelto imposibles”[17] La
persona se ha vuelto más vulnerable que nunca, requiriendo nuevos respaldos.
Anota que la
tendencia secular ha sido a la baja del suicido. Sin embargo, estima que el
ciudadano está cada vez más solo, que carece de apoyos trascendentes. El
individuo elige estar solitario, pero no se soporta.
III. Narciso o la estrategia del vacío.
De manera
directa, este capítulo sintetiza la oposición entre el I y II, pues si en el
primero se detecta que el sistema emana una seducción múltiple, ofreciendo un
torrente de satisfacciones, al habitante promedio y adaptada a sus variadas
condiciones, mientras el segundo insiste en que cada satisfacción resulta una
apariencia, para caer en alguna figura de indiferencia, por tanto en un tipo de
nihilismo múltiple, que no se satisface pero amplía la soledad y la búsqueda
del individuo, entonces en este tercer capítulo se define cómo se configura el
habitante posmoderno en base a ese flujo contradictoria de seducciones y
hambres insatisfechas.
El argumento
central aquí es el tránsito del capitalismo hedonista al individuo vuelto
narciso, pero con sus atributos. ¿Cuáles son esos atributos? La psique se
vuelve más densa y dramática, al desembarazarse de valores trascendentes, queda
centrado en el presente, en un sentido estricto, como un fragmento que suelta
marras y no pertenece a ningún puerto, dejándose arrastrar por los flujos de la
mente.[18] Pone a
Woody Allen como un símbolo personal del periodo.
Crece el
entusiasmo por la realización personal y la gestión psicológica, donde “el Yo
se precipita en un trabajo interminable de liberación, de observación”.[19] Por un
lado, esto parecería acrecentar la autonomía del individuo, que aquí parece
sustituir a la “conciencia de clase”,[20] pero si
el exterior falla entonces parecería que ocurre una auto-seducción donde
participa el individuo.
En este punto,
Lipovetsky alcanza un concepto que suena muy denso, para referirse a la
situación existencial del individuo, que la llama “desubstancialización”,[21] con lo
cual el interior pierde dureza, para adquirir una fluidez y transparencia, que
se remiten al problema del vacío mismo.[22] Uno de
los vértices de la pérdida en desubstancialización sucede en la
evasión del esfuerzo, que se pierde, abandonado la divisa romana “ad astra per aspera” y con esta radical
anomia, se describe a la persona como “zombi”, ente sin voluntad pero ansioso
por disfrutar.
Esa falta de
voluntarismo se oculta por un activismo en favor del cuerpo, un incremento del
ejercicio y del esculpir al cuerpo, incluso una gestión insistente por también
esculpir el alma mediante la psicología y la motivación variada. Hay miedo a
envejecer y morir, hay presión para alcanzar la perfección corporal. Plantea
que la gran dicotomía entre cuerpo y espíritu se ha esfumado “Como todas las
grandes dicotomías”,[23] lo cual
implicaría un replanteo del campo filosófico.[24]
La objeción
que maneja es que el mismo Yo resulta tan moldeable, aunque sea por el propio y
sus búsquedas. Al romperse barreras y ampliarse búsquedas, esto mismo movimiento
es un “agente de desestabilización” que disfruta el mostrarse en un
“streep-tease psi”.
Cuestiona al
feminismo que al diluir el “ser femenino” genera que la identidad personal sea
problemática, por lo que más que lucha entre sexos opuestos, vislumbra una
maquinaria que desestandariza la sexualidad, lo cual impulsa al narcicismo.[25]
Considera que
el narcisismo requiere de un tipo de relación con el ambiente, de tal manera
que alivie su vacío. Los nuevos trastornos psicológicos narcisistas se
desprenden de un superyó paternal exigente (el elogio del éxito) y una madre
castrante. Por un lado se anhela se una celebridad, y se elogia a las
estrellas, sin embargo, también se las ataca y se adoran los chismes y mostrar
sus miserias personales.
Le parece que
la relación con la música estridente es emblemática de la personalidad vaciada
que busca de un contenido, aunque la música no lo logra, pero sí destruye al
oído juvenil, lo cual es otra manifestación de la condición del Narciso
posmoderno.
IV. Modernismo y posmodernismo.
Este capítulo
reconoce su tributo al libro de Daniel Bell, donde estableció las nuevas pautas
de la sociedad y perfiló ese tránsito en base a tres órdenes contradictorios
—cultural, político y económico—, concentrándose en el primero.[26] Si
bien, Lipovetsky marca su crítica, sigue el método de Bell para separar en tres
grandes ámbitos contradictorios al sistema social y acepta su premisa
principal, que la dinámica surge del “modernismo radicalizado en la cultura”,
como eje articulador de la trama. A su vez, esto sirve para polemizar entre los
conceptos de modernidad y posmodernidad, cuestionando al segundo por la
imprecisión o por la radicalidad en su novedad.[27] Siendo
que este capítulo implica un análisis detallado y variado, aquí lo reduciremos
a las líneas mínimas.
La tendencia
del modernismo es una radicalización del cambio, que se vuelve una revolución,
como autodestrucción creadora, donde siempre se exige lo inédito. Resulta “la
rebelión convertida en ceremonia, la crítica en retórica y la transgresión en
ceremonia”[28]
Este principio modernista funciona en la cultura y el autor lo observa
extendido al campo psicológico, de significados, lingüístico, modas, etc.,
aunque su ejemplos y análisis se centran más en el campo del arte y las
observaciones de psicología social, que las centra en su figura de la explosión
de narcicismo.
El otro campo
clave con un principio propio es la economía, que está sometida a la
eficiencia, por tanto sigue la pauta capitalista en el sentido económico, sin
embargo, adaptada a generan una plétora de consumo y a seducir al consumidor
con opciones para elegir y medios para que se siente auténtico y diferente. El
tercer campo con su sistema axiológico propio es el político, donde predomina
la exigencia de igualdad y las tendencias democráticas, con una mezcla de
retracción de las masas que se pliegan hacia el individualismo; mientras que por
parte del gobierno y sus políticos observa varias tendencias novedosas como al
personalización y la dramatización, la cual incluye una voluntad de cortes y
rupturas (ansias revolucionarias) sin que sea tan reales (toma de ejemplo al
1968 francés, al que considera llegó a nada).[29]
Explica con
detalle cómo se fusiona el arte modernista con la cultura, señalando las
tendencias a romper distancia (no hay separación del espectador), disipación de
las perspectivas, dar la impresión de una inmersión directa y brutal (buscando
el estado salvaje sin hallarlo) en una figura de dramatización.[30] Regreso
a la risa y al humor como valores. Para el arte establece su propia triple
consigna: “libertad, igualdad y revolución”. La crítica a Bell se limita a que
no vio “el proceso de personalización”[31] como el
eje.
La
repercusiones hacia la inflación de la psicología son interesantes, donde
Lipovetsky afirma que “El análisis se vuelve ”, por motivos
como que “el sentido y el sinsentido dejan de ser antinómicos y jerarquizados”[32] Y su
espacio crece por la “omnipotencia de la arqueología del deseo”.
El consumismo
y el hedonismo son el epicentro del posmodernismo, donde ya lo acepta, bajo tal
definición, en lo cual coincide con Bell.[33] Y esto
posee muchas aristas, como la proliferación de las elecciones, la reversión
hacia lo auténtico (inalcanzable), la hiperdiferenciación, derecho a ser uno
mismo, la fragmentación del yo (obedeciendo a lógicas múltiples),[34] que
implica un reino de eclecticismo cultural. Como sea observa una dualidad entre
aspiraciones y deserciones (vuelta a lo sagrado,[35]
banalización de todo) que lleva hacia un agotamiento de la vanguardia, que tras
la revancha de los sentido contra el espíritu cae en una decadencia moral y
estética donde ejemplifica la no aportación de Warhol filmando en tiempo real y
sin discurso, simple reproducción.[36] Le parece al autor que todo lleva en la
lógica del vacío.
El empuje del
hedonismo consumista choca contra la exigencia productiva y colisionan los
ámbitos. A la política se le exige el Estado-providencia y vaticina que
continúe con una personalización de sus ofertas de tipo socialdemócrata.[37]
V. La sociedad humorística.
Con intensidad
Lipovetsky procura demostrar que el incremento de un humorismo específico es un
rasgo de la época, para lo cual hace una recapitulación del tipo de comicidad
en las diferentes sociedades, comenzando por la medieval. Al respecto, señala
que la importancia de tal fenómeno ha sido subestimada.[38]
La Edad Media
la observa como caracterizada por una reacción grotesca y temporal, que de
manera periódica irrumpía contra lo consagrado, humorismo más marginal y
contenido por el entorno religioso, donde su mejor exponente era el
carnaval. La edad clásica la risa le
parece crítica abarcando la “comedia clásica, la sátira, la fábula, la
caricatura, la revista o el vodevil”[39] Quizá
con cierto matiz hacia el siglo XIX, todavía con un estilo contenido “sense of
humor” al estilo inglés.[40]
El periodo
actual lo considera bajo un sesgo novedoso, donde hay una explosión de
humorismo, que caracteriza como tonalidad “lúdica”[41] de lo
cómico. Aunque no plantea un tono uniforme, sino un par de capas, una
superficial o comercial donde se multiplican las formas sonrientes,
desenfadadas, de risas positivas, alegrías diversas, sinsentidos prolíficos. La
otra capa esta abajo un tono sombrío, vulgar de completo irrespeto. ¿Qué
domina? Predomina la risa light, la diversión sinsentido… donde predomina la
“suavización de las costumbres”[42] Le
parece que el objetivo de la risa se dirige más hacia el Yo narcisista pero
devaluado, donde pone como el paradigma el humorismo tipo Woody Allen.[43] La
interpretación pesimista de Lipovetsky señala que esto implica un vaciamiento
de la propia risa y que el sujeto víctima de ese proceso “tiene por término al
individuo zombiesco, ya cool y
apático, ya vacío del sentimiento de existir”.[44]
La
mercadotecnia la observa plagada de humor, que utiliza los sinsentidos y las
dramatizaciones ligeras. El fenómeno de la moda lo analiza a modo de una enorme
humorada, plétora de extravagancias, pues su “imperativo… es… cambiar” y la
obsolescencia de los signos no es “mortífera ni suicida… es humorística”.[45]
El humorismo
se expande hacia regiones antes insospechadas, como la terapéutica,[46] y la
política marcando el caso notable ya de un comediante candidato a la
presidencia de Francia.[47] Con
ello el autor señala que analizar en términos de lógica de transgresión resulta
irrelevante, con lo cual se deslinda de Bataille,[48] aunque
afirma que este fenómeno implica una ramificación perpetua de los significados.[49] En el extremo, incluso el juego resulta el
objetivo de las tecnologías de punta, para el anuncio del boom de los
videojuegos, que se mezcla con cierta sensualidad, por lo que también el sexo
resulta cómico.
La mira
suprema del periodo le parece se dirige hacia un narcisismo humorístico, que
implica la exaltación de la personalización. Una de las manifestaciones más
fuertes de tal tendencia le parece es el festival masivo, donde una multitud se
reúne en un teatro abandonado, para un loft
de masas, con multi-espectáculo “flotantes y polivalente”, un “caleidoscopio new age… o discoteca”[50] que a
Lipovetsky le parece apoteosis del narcisismo colectivo.
VI. Violencias salvajes, violencias modernas.
El capítulo
que cierra el libro explica el hilo rojo de los tipos de violencias presentes
desde las sociedades primitivas hasta la posmodernidad, comenzando por insistir
en la importancia de este fenómeno como una clave que atraviesa todo tipo de
colectividades, como elemento explicativo y de funcionamiento, por más que
resulte horriblemente disfuncional a quien la reciba, pero para la colectividad
no.[51]
Abandonando
las usuales explicaciones psicológicas o económicas sobre la violencia, comienza
analizando al honor y la venganza como primera fórmula para organizar la
violencia en los pueblos salvajes, donde “el desprecio a la muerte, el desafío
son virtudes muy valoradas, la cobardía despreciada”.[52] En ese
ambiente, la venganza impregna todas las grandes acciones, siendo una clave que
implica una acción limitada para establecer una simetría entre vivos y muertos.
Considera que las ceremonias iniciáticas son fenómenos de violencia, que marcan
el predominio de la colectividad sobre el individuo sometido.[53]
Lipovetsky
señala con agudeza, siguiendo el argumento de varios antropólogos, que la
lógica del acto bélico y la economía habitual están contrapuestas, pues el
proceso de la guerra resulta consonante con el don como una entrega, por una
obligación de ser generoso en dones, mujeres y hasta “la propia vida”[54] con el
sacrificio de lo valioso.
El siguiente
periodos, implica la entrada del Estado que cambia la posición de la guerra
para apropiársela. Aunque perdura la figura del honor y la venganza se
mantienen a nivel secundario, como tolerados por el Estado, que los arroja a
los márgenes: gladiadores, torneos de caballería, pillaje, etc. Generaliza señalando que toda sociedad que da
preminencia al conjunto (a la colectividad) “son de un modo u otro sistemas de
crueldad”.[55]
Lo cual implica una condena en bloque a las ideologías sociales, pues siempre
implicarían caer en la barbarie. Asimismo, señala que los valores de la guerra
se contraponen contra los económicos y su lógica, por lo que las variaciones
del militarismo han drenado la lógica económica o hasta impedido.
Considera que
el llamado proceso de civilización y de suavizar las costumbres, adelantado por
Tocqueville, es una tendencia importante que se opone a la violencia y sus
brutalidades. Esa es la senda de Occidente a partir del siglo XVIII, que
repulsa los duelos, las venganzas sangrientas y las crueldades múltiples.
Mientras crecen los órganos centrales de control del Estado se reduce la
violencia individual, lo cual implica como una exigencia de la ciudadanía
individualista para que el Estado intervenga más y sea más policíaco, aunque
frío, pues al civilizarse la violencia pierde su legitimación y cualquier
justificación.[56]
Señala de
manera interesante que la combinación del individualismo y la dinámica
igualitaria también incrementa el sentido de compadecer y la facilidad para “la
identificación con el dolor y la desgracia ajenos”,[57]
mientras que las agrupaciones implican una modalidad de indiferencia. Esto
implica una paradoja, pues el sentido común creyó que el individualismo era
igual a indiferencia, cuando ha sido lo opuesto, la fuente de la compasión,
pues hay más sensibilidad.[58]
Sin embargo,
hay una cantinela actual sobre la inseguridad y la violencia, para Lipovetsky
no corresponde tanto a las cifras, sino a otras variaciones importantes de la
mentalidad que lo percibe[59] y otros
fenómenos. La violencia mortal baja, pero se compensa con los atentados a la
propiedad, la persistencia de una tendencia suicida más extendida, y la
irrupción de una zona de violencia hard, poco estructurada y con irrupciones
incluso colectivas. De modo interesante explica la tendencia a la explosión
revolucionaria, aplicándola al 1968 como una revolución tipo “happening” y
argumenta sobre las periódicas instauraciones del Terror y el efecto de los terrorismos.[60] Todo un
conjunto de fenómenos, que le parecen armónico con más narcisismo, de tal
manera que termina analizando la violencia sin sentido, que da un sentido
desesperanzado, para señalar que corresponde a “la violencia se
desubstancializa en una culminación hiperrealista sin programa ni ilusión,
violencia hard, desencantada.”[61] Con un
cierre pesimista que redondea el enfoque del libro.
Conclusión
El libro La era del vacío es el más notorio de
Gilles Lipovetsky, generando interés entre los especialistas académicos y
también entre un público más amplio. Su propuesta teórica sigue la pauta de
filósofos convertidos en críticos de lo social no resultó la más notable de su
generación,[62]
siendo más considerados Foucault, Lyotard y Baudrillard, claro que la
trascendencia se dimensiona con la distancia. Su diagnóstico del cambio de
época —posmodernidad sí o no—, en la medida que el autor no tomó un partido tan
tajante está en consonancia, pues en nuestros días sigue en cuestionamiento. La
línea de transformaciones centrada en un diagnóstico de un narcisismo expandido
no resulta tan aceptado en los ámbitos académicos, aunque sus análisis
puntuales siguen permeando en los estudios culturales. Su diagnóstico con un
tono tan pesimista no ha representado una línea de seguidores ni un cuerpo
teórico de continuidades. El juego de las estructuras con lógicas separadas
entre cultura, política y economía sigue siendo aceptado, aunque la línea de
unificación sigue presentado dudas.
NOTAS:
[1] Hay un paralelo
evidente a las obras de Marcuse como El
hombre unidimensional (1964) y las de Baudrillard Cultura y simulacro (1978) los cuales fueron íconos de la crítica
cultural y global de su sociedad contemporánea, más enfocadas a los fenómenos
del occidente opulento y sus contradicciones.
[2] Hay una gran deuda hacia Daniel Bell, lo cual hace explícito, sus
extremos evidentes son los extremos de la visión social como Bataille opuesto
con Sartre, con la ebullición señalada por Foucault y Lyotard. Con marcada influencia de las reflexiones
psicológicas, caracteriza su presente como “psicologización de lo social, lo
político… el neonarcisismo es pop psi”.
Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P.
14.
[4] “Ya nadie cree en el
porvenir radiante de la revolución y el progreso” Gilles Lipovetsky, La era del vacío, p. 9. Aunque la
psicología señalará a ver la “personalización” como individuación o
autenticidad, para el autor resulta un efecto de presión de la estructura
social y ajena a la sinceridad, etc.
[5] Narciso “subyugado
por sí mismo, en su cúpula de cristal”, Gilles Lipovetsky, La era del vacío, p. 33.
[6] Curioso antagonismo
valorativo con Lyotard, que muestra la muerte del mega-relato como una
oxigenación del ambiente, en La condición
posmoderna. Para entender la dialéctica inter-subjetiva en Hegel nada mejor
que Del yo al nosotros de Ramón
Vals-Plana.
[7] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, p. 18. Curiosa
proximidad con el enfoque de Kierkegaard en “El diario de un seductor”, pero ya
soltadas las amarras, donde ocurre la tentación cumplida, no son promesas
incumplidas, sino seducciones realizadas que multiplicadas asquean a
Lipovetsky.
[8] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 29. Transformo una
pregunta de Lipovetsky en la afirmación que trae de fondo. Se desprende que
afirma que la posmodernidad empuja un desorden antagónico a las tesis de
Bataille, de la prohibición y el interdicto como fundamento, en El erotismo,
etc.
[12] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 28. Se refiere al
Partido Comunista Francés entonces ya en franca decadencia.
[13] En La ideología alemana por ejemplo, la sociedad
abundante imaginada por Marx parece un juego de satisfacciones infantiles
comparada con la plétora del siglo XX, las aspiraciones de La República de Platón son rusticas, las fantasías de La nueva Atlántida son casi tribales.
[15] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, PP. 31-38. En el texto
se adivina un juego de palabras entre desierto (el territorio árido y
abandonado) y el desertar (abandonar, dejar cualquier causa) por parte de las
masas, para ligarlo con la metáfora favoritos sobre el nihilismo, que se
atribuye a Nietzsche en el Así hablaba
Zaratustra.
[18] El aquí y ahora
vividos ¿causan daño? Para este autor, sí sucede, pues el presente vuelto un
absoluto produce un vacío de referencias.
[20] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 55. ¿Alguna vez
existió una efectiva conciencia de clase más allá del adoctrinamiento político?
La pregunta adquirió relevancia al derrumbarse el muro en 1989. Los propios
marxistas también lo ha dudado pues el pensamiento nunca arraiga de manera
permanente, por tanto el propio Lukács fue hostigado para abandonar la tesis
del “sujeto-objeto” idéntico como destino del proletariado revolucionario.
Mészaros, Lukács.
[21] Sin alcanzar la
pérdida de realidad radical que afirma Baudrillard en Cultura y simulacro, este concepto explica un fuerte sentido de
irrealidad para la posmodernidad.
[22] Señala que de ahí
también proviene un anhelo por la transparencia que sustituya al principio de
realidad, como si fuera el ideal de la
desubstancialización. Gilles Lipovetsky, La
era del vacío, P. 74.
[24] Como sea las
dualidades de cuerpo y espíritu parecen no quedar resueltas por la filosofía
moderna ni la posmoderna, simplemente se renombran y desplazan, como lo señala
con habilidad Foucault en Las palabras y
las cosas.
[25] Aunque la manera en
que lo dice Lipovetsky suena a cuestionamiento, también podría tomarse en un
sentido más positivo, como un logro.
[27] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 79 Lipovetsky se
queja de la imprecisión del concepto de posmodernidad. En la p. 114 rechaza a
Baudrillard y a Lyotard en base a que el corte histórico no le parece tan
radical, pues más bien, siguiendo a Bell hay una continuidad radicalizada de la
propia modernidad, según explicará con detalle.
[29] Le parece que se
asimila una lógica revolucionaria al sistema artístico de las vanguardias, y
que la propia política posee ese estilo revolucionario como parte de su
estructura, aunque termine en saltos vacíos. Gilles Lipovetsky, La era del vacío, PP. 90-91.
[31] El libro de Bell Las contradicciones culturales del capitalismo, se centra en las
dinámicas propias de cada gran sector social, que no están unificadas en la
personalización narcisista, sino en dinámicas colectivas como el papel de un
“nihilismo” en la cultura, esa dialéctica de disoluciones.
[38] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 137. Un interés
serio por la risa que desde Henri Bergson no se apuntaba, en su estudio La risa.
[43] Exhibiendo el temor
a ser atacado en el Yo inseguro, se dramatiza la inseguridad mediante el
personaje de Woody Allen. P. 145.
[46]Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 161. Como es lógico en su perspectiva,
Lipovetsky desestima presencia de la risa.
[47] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 163. El cómico Coluche se lanzó en el año 1980 como Presidente.
[48] Georges Bataille, en
sus diferentes obras sostiene que ahí en la prohibición y transgresión está el
eje del fenómeno humano, como El erotismo.
[49] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 165, lo cual
pareciera referir en polémica hacia Deleuze y sus tesis, por ejemplo, en Lógica del sentido.
[50] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 171. Encuentro una
afinidad interesante con “La totalidad y el caos de la discoteca” en https://carlosvaldesmartin.blogspot.com/2008/07/la-totalidad-y-el-caos-de-la-discoteca.html
[51] Mientras el conjunto
de texto parecía centrarse en la crítica del falso individualismo, como si
hubiera espacio para enfocar desde lo social, este último capítulo rechaza la
dimensión colectiva por ser fuente de una violencia más primitiva e
injustificada. Coquetea un poco con las posiciones de Foucault anti-poder, pero
mantiene prudente distancia, véase, Foucault, Microfísica del poder.
[52] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 175. Las usuales explicaciones
psicológicas derivan desde Freud y arrastran una larga explicación, basada en
el principio de muerte (Thanatos) y las económicas arraigadas en Marx, que
explicó la violencia colectiva por intereses materiales organizados por el
Estado. Freud, Más allá del principio del
placer. Marx, El dieciocho brumario
de Luis Bonaparte y muchos más.
[53] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 175, a la
iniciación genérica la considera “subordinación extrema” del individuo ante el
colectivo. En ese sentido, no comprende la complejidad del fenómeno iniciático,
sino el efecto de sujeción a un grupo, pero hay un panorama más amplio como lo
muestran Jung y Henderson, en El hombre y
sus símbolos, pues “la finalidad esencial de la iniciación reside en
domeñar la originaria ferocidad… de la naturaleza juvenil” p. 149.
[54] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 181-183. Incluso la
visión maniquea de la brujería, posee un enfoque ordenador, que opone entre
amigos y enemigos, dando un orden al caos del mundo, para descargar las
afinidades y las furias, tal cual el conflicto bélico.
[56] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P 193. Donde la
familia mantiene fuerza se mantiene la vendetta sangrienta.
[57] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 195. Según muestran
varios estudios sobre la violencia medieval, por ejemplo, Robert Darnton, La gran matanza de gatos.
[58] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 203. Incluso crece
el cariño por los animales como nunca, asimismo las fronteras con el reino
animal se desvanecen por un apasionamiento posmoderno.
[59] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 204. El narcicismo
ve un exterior demasiado amenazador.
[60] Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 214, parece un
debate con Baudrillard, correspondiente a Cultura
y simulacro, donde la explicación del terrorismo se contrapone.
[62] El autor justifica
su desinterés por la filosofía pura alrededor del Ser, para él es un efecto del
ambiente narcisista, como espejo del Yo aislado. Gilles Lipovetsky, La era del vacío, P. 123.
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