Por Carlos Valdés Martín
Esta obra cimbró a los pensadores con horizontes, quienes no hunden sus miradas en microscopios mentales sino escalan la metafórica Torre de Babel para advertir de estrellas, eclipses y cometas intelectuales. El libro Las contradicciones culturales del capitalismo del sociólogo cultural norteamericano Daniel Bell destacó por su aportación, interesando a un público variado de filósofos, antropólogos y amantes de la cultura. Presentada en 1976 su edición nació en la cúspide de la abundancia de la posguerra, el final del ciclo expansivo del Welfare state keynesiano.[1] En este texto destella confianza en la abundancia, un enfoque coherente para la Norteamérica de ese periodo,[2] mientras centra sus ojos en los requerimientos culturales para enfrentar el propio éxito. Aunque el tema "contradicciones" indica lo conflictivo y negativo, en el curso del texto observamos un discurso que asume abundancia, metamorfoseada en la cultura del hedonismo y el desajuste frente a las exigencias de otros ámbitos básicos: economía y política. Bajo esta metodología son cultura, economía y política las tres corrientes que integran al conjunto pero están separadas en sus dinámicas, siendo que ninguna por su propia dinámica controla o coarta por entero a las otras. La elegancia y pausa que demuestra Bell para separar cada ámbito, darle su consistencia y mostrar su dinámica autónoma, llamó poderosamente la atención, en un sistema de tipo estructuralista.[3] Asimismo, la elocuencia de su explicación generó la percepción de una “nueva época”, que favoreció que se abrieran las compuertas hacia la discusión modernidad-posmodernidad, donde Daniel Bell se mantuvo como una primera referencia teórica.
Empieza con el anuncio de Nietzsche de 1888 sobre la llegada del nihilismo, porque la civilización europea avanzaba como un caudaloso río hacia una catástrofe[4], fluía impulsado por el racionalismo y la ciencia. Más aún, el nihilismo se concibe como el proceso final del racionalismo y "Es la modernidad en su forma más extrema"[5] . Esa es una interpretación del nihilismo que se diferencia de la expresada por Conrad, quien creyó que la capa de civilización es delgada y que basta un evento para hacerla estallar y mostrar un fondo violento y caótico, por lo que bajo la capa civilizada revienta el nihilismo como retorno al salvajismo[6]. Frente a estas visiones de desintegración, Daniel Bell marca su desacuerdo, afirmando que se engañan porque caen en una "visión del mundo y del cambio social que es apocalíptica (...) Pero (...) Las estructuras de la sociedad cambian mucho más lentamente"[7], y así la idea del nihilismo distorsiona el ritmo histórico real.
Para Daniel Bell una segunda distorsión radica en la visión monolítica de la sociedad, pues él critica como falaces los supuestos de una interconexión orgánica estricta; así, argumenta contra la visión de Marx y de Spengler, que implican su unidad rigurosa, a la manera de una telaraña de relaciones. Al rechazar la unidad totalizada se opone a los modelos entonces más aceptados: funcionalismo y marxismo. Rechaza esa unidad como concepción "holista" y no intenta agotar una demostración, aunque acota que quizá en el pasado existieron sociedades holistas, unidas en sus ámbitos[8]. Afirma Bell que siempre conviene mantener la "separación de ámbitos": economía, política y cultura, cada cual orientado según un principio diferente. Así, la sociedad "no es integradora sino separadora, los diferentes ámbitos responden a diferentes normas, tienen diferentes ritmos de cambio y están regulados por principios axiales diferentes",[9] por tanto son subsistemas a manera de maquinarias autónomas. Esta operación de separar, bajo el rótulo más inocente, resulta una perspectiva clave al compararla con visiones organicistas o unificadas, lo cual genera una teoría social distinta, de lo cual Bell es muy consciente.[10] Y por esta importancia del distribuir las dinámicas, así denomina a su introducción “La separación de ámbitos”. Pasemos a la caracterización más breve de cada ámbito:
1) Orden tecno-económico: campo de producción y asignación de bienes y servicios. Principio axial: la racionalidad funcional. Modo regulador: economizar, que implica eficiencia y beneficios. La estructura axial: la burocracia y la jerarquía. El cambio aquí es lineal pues los principios de eficiencia y utilidad dan claras pautas para la innovación, y la especialización crece con el tiempo.
2) Orden político: campo de justicia y poder social. Principio axial: la legitimidad y, ahora, especificado al orden democrático exige el consentimiento de los gobernados. La estructura axial es la de representación como partidos y grupos de interés. En la administración de la política se difunden los medios tecnocráticos.
3) Orden cultural: el ámbito de las formas simbólicas. La definición de este sector, en Bell resulta la más difícil pues no se funda sobre una evidencia empírica, sino que emplea conceptos, para definirlo como el ámbito del “simbolismo expresivo” que responde a los sentidos de la existencia humana mediante formas imaginativas.[11] Las modalidades de la cultura son pocas y derivan de las situaciones existenciales básicas como la muerte, tragedia, lealtad, conocimiento, etc. Más adelante realiza una exposición más detalla de cultura que incluye la identidad de grupo y coherencia en el estilo de vida, que ocurre mediante tales sentidos simbólicos generados en sus campos artísticos, religiosos, éticos e intelectuales, expresándose ahí la emoción y también la inteligencia que le da coherencia a los sentimientos.[12] "Históricamente, pues, la cultura se ha fundido con la religión"[13]. El principio axial de la cultura moderna es "la expresión y remodelación del yo para lograr la autorrealización"[14], por medio de la captación de toda experiencia, ante la cual nada está prohibido. El cambio cualitativo en el espacio cultural es muy relativo, pues la pauta de escalada sobre figuras pasadas es un imposible absoluto y las preocupaciones regresan siempre, mediante ricorsos intempestivos.[15]
Esta división de ámbitos, le sirve a Daniel Bell para colocar en el mismo plano al capitalismo y al colectivismo burocrático (término que prefiere al de socialismo o comunismo), porque en su base observa la misma tecnoestructura orientada hacia la eficiencia, en base a una división de trabajo especializada. Al respecto, considera que la pauta temporal de ambas tecnoestructuras es la de postindustrialismo. "El industrialismo es la aplicación de la energía y la maquinaria a la producción masiva de artículos (...) La fase del postindustrialismo representa un cambio en los tipos de trabajo que realiza la gente, un cambio de la fabricación a los servicios (especialmente servicios humanos y profesionales) y un nuevo objeto del conocimiento teórico en la innovación económica"[16]. Ahora bien, el paso de industrialismo a postindustrialismo lo considera que está en curso: "tanto Estados Unidos como la Unión Soviética pueden convertirse en sociedades postindustriales"[17]. Así, que la transición económica, en abierto debate con el marxismo y otras corrientes, no está en el eje de capitalismo/socialismo sino en el paso de industrial/postindustrial. Los nuevos ejes serían el centrarse en la tecnología (la sociedad postindustrial sería la verdaderamente centrada en la innovación técnica); el cambio del tipo preponderante de trabajo (paso de manufactura al servicio, paso de la mano de obra al cerebro); y la organización del conocimiento (antes disperso, ahora la organización de la investigación científica, la tecnificación del saber mismo).
La diferencia de estructura económica también le parece evidente, por cuanto el capitalismo es el sistema basado en la propiedad privada y el mercado, que con la mercantilización ha invadido otros órdenes, especialmente, por la influencia de la sociedad de consumo en la cultura. Mientras el colectivismo burocrático queda dirigido por el Estado que procura fundir todos los ámbitos (tres) en un bloque monolítico e imponer una sola dirección por la singular institución del partido, tentativa que a Daniel Bell le parece destinada el fracaso[18].
Al dividir tanto los ámbitos, el autor logró aciertos en los análisis empíricos, pero también encuentra contraposiciones en fenómenos que se han considerado ligados por interpretaciones dominantes. Por ejemplo, un punto interesante: su consideración de que capitalismo y democracia representativa han nacido juntos pero no existe un lazo de necesidad, así cree que se podrían separar, contradiciendo a todas las corrientes liberales cuando han supuesto unidad entre capitalismo y sistema político con elecciones libres y derechos para el pueblo[19].
La segunda tesis y el eje argumental del libro es que los principios rectores de la economía y de la cultura "llevan ahora a las personas en direcciones contrarias"[20]. Este tema enfoca el centro de toda su obra donde expone cómo el principio individualista y hedonista de la cultura choca con las exigencias de eficiencia económica presentes en el capitalismo, pero también choca con las exigencias de la participación pública (responsabilidad social, etc.). Por este lado, capta el sentimiento de que el capitalismo levanta un sistema contradictorio, y el abordamiento, aunque sobrepasa al funcionalismo, queda dentro del funcional-estructuralismo, pues investiga a estructuras autónomas (tecnoestructura, política y cultura) que se rigen por principios distintos, las cuales se imponen como la contradicción en la conciencia individual.
En esta contraposición de las estructuras, —llamadas las contradicciones culturales del capitalismo—irrumpe la conciencia moderna sobre su circunstancia. "El supuesto fundamental de la modernidad (...) desde el siglo XVI, es que la unidad social de la sociedad no es el grupo, el gremio, la tribu o la ciudad, sino la persona. El ideal occidental era el hombre autónomo que, al llegar a autodeterminarse, conquista la libertad (...) En el desarrollo de la cultura (...) halló expresión en el modernismo y, en su forma extrema, en la idea del yo sin trabas"[21]. El panorama en ebullición lo observa con dos vertientes principales, por lo económico, con el empresario burgués y su acción mercantil y en lo cultural con el modernismo y su búsqueda de la satisfacción del yo sin barreras, que acepta cualquier experiencia para desafiar cualquier convencionalismo. Sin embargo, la afinidad entre el individualismo económico y el cultural se rompió desde el inicio: "Radical en la economía la burguesía se hizo conservadora en moral y en gustos culturales"[22], y en sincronía los artistas e intelectuales se enfrentaron encolerizados con el ambiente y sus valores convencionales, cuando "odiaban con todas sus fuerzas la vida burguesa"[23]. Esta oposición del creador con su ambiente la considera Bell como un "enigma sociológico", y se pregunta si se reprodujo en el ascenso de la creación posrevolucionaria comunista y su colapso bajo la constricción del “realismo socialista”.[24]
Culturalmente el modernismo implica la secularización para extirpar la religión de la cultura promedio. Daniel Bell —casi persignándose— nos indica que el modernismo se apodera de la relación con lo demoníaco, pero sin conjurarlo sino solazándose, como juega Rimbaud.[25] Modernismo es supremacía del yo y su experiencia, por lo que como Fausto indica "la experiencia en y por sí misma es el valor supremo, que todo debe ser explorado, que todo debe permitirse, al menos para la imaginación"[26]. Este valor de la experiencia incluye una meta: "que la vida misma debe ser una obra de arte"[27].
Considera Bell que el modernismo está agotado como cultura (arte, axiología) y "Se ha convertido en un recipiente vacío"[28]. Este agotamiento del modelo cultural lo entiende en dos direcciones básicas. La capacidad del modernismo para negar a la sociedad burguesa se vacía, porque transita de la rebelión a la institucionalización de las mass media, pierde la frescura y la impugnación. Aunque en este punto cabría objetar que al proceso continuo de impugnación y recuperación, de crítica e institucionalización, que ocurre en el arte (obsérvese que también en la ética, las costumbres, etc.) no termina por paralizarse; el desafío es recuperado como estética aceptada, aunque después de cada conflicto. El impresionismo fue rechazado como atentado contra la sensibilidad y técnicas de la pintura neoclásica y luego se instauró como arte consagrado; después otras vanguardias pictóricas se presentan como sus oponentes, etc. Este proceso, en su nivel más abstracto, lo asociamos con la oposición del pasado contra la actualidad representados por la institucionalidad contra la sensibilidad de la generación nueva, por lo que no aterriza un punto de fosilización de confrontación entre sociedad burguesa con el arte modernista, a menos que desapareciesen los dos polos.[29]
Para Bell el otro camino que agotó al modernismo, en el carril más importante, implica que ya no hay rebelión modernista porque ella triunfó bajo la figura de un hedonismo del “yo” que se convierte en cómplice del mercado, pues con el triunfo de las tarjetas de crédito "sólo quedó el hedonismo y el capitalismo perdió sin su ética trascendental"[30]. Ahora con el triunfo del hedonismo (hijo legítimo del sistema) "la idea del placer como modo de vida se ha convertido en la justificación cultural, sino moral, del capitalismo"[31]. En este punto, cabe la duda de si la dialéctica del arte asociada a una continua profanación implique que se encaminó a levantar un altar para el consumo. Incluso, el altar del gozo como obra de arte, no obliga a un hedonismo desbocado en los artistas, sino que incluye la protesta por una reducción de la experiencia presente en la sociedad (cualquiera que sea), a solamente las cualidades benéficas al entorno o mercantiles (en lo específicamente). El ideal modernista de la vida como arte no se circunscribe al placer y menos al campo de los disfrutes comerciales. Parece sustentada la opinión de Marshall Berman de que el programa inscrito por Goethe en boca de Fausto[32] expone la idea modernista, donde la variedad de la experiencia implica la profundidad, sin excluir sus dolores y saberes. Y en ese sentido, el arte modernista no triunfa en el capitalismo, porque sus anhelos son más complejos y contradictorios, así esos complejos deseos abren una fuente para renovar la crítica contra cualquier sociedad centrada en una moral de satisfacciones inmediatas, a la que se justifica en llamarse hedonista.
Bell plantea que en la sociedad burguesa se sustituye la necesidad (específica y limitada según las reglas del precapitalismo[33]) por un deseo amorfo, que ya no es biológico sino sicológico y sin medida; donde el consumo implica "la competición psicológica por el estatus"[34]. Después esta ampliación del deseo se convierte en una condición política, pues las expectativas se convierten en el reclamo de un derecho por los pueblos. Respecto de esta politización de la demanda, Bell estima que no hay recursos suficientes para satisfacerlas. Y aunque los hubiera, confrontándose con Marx, afirma Daniel Bell que ubicar el origen de los males en la escasez y suponer su superación por la abundancia material no es atinado, porque en la sociedad postindustrial habrá nuevos tipos de escasez: "escasez de información, proveniente del crecimiento del conocimiento técnico y la creciente necesidad de divulgación, y de los costes en ascenso del 'tiempo' , como resultado de la creciente participación de los individuos y de la necesidad de coordinar esas actividades en el proceso político"[35]. Aunque Bell no da una exposición más detallada al respecto, sin embargo, esa interpretación es contradictoria en dos partes; de un lado, establece la relatividad de las necesidades en un sistema, que potencia la carencia, impulsando resortes sicológicos que agigantan demanda de artículos, y por otro, cree que "objetivamente" falta la abundancia material para satisfacer a la población. Más bien, pareciera que la alteración sicológica consumista (de gente con demanda efectiva) arma un mecanismo adecuado a una economía sobreabundante para producir crecientemente, por lo cual la idea de una sociedad de consumo se ha acreditado.[36] La argumentada “limitación de información y tiempo” también se reduce con las siguientes revoluciones tecnológicas, precisamente la informática resulta clave en ese proceso.
En el aspecto político observa, que lo más notable del siglo XX es la intervención enorme del Estado en la economía, y evalúa ahí demasiada administración hasta "una monstruosidad burocrática". Bajo una óptica más liberal (previa a la moda “neoliberal”) Bell prefiere recurrir al mercado minimizando al Estado, pero proponiéndole objetivos éticos y comunitarios para el bienestar.
Como perspectiva, en el terreno cultural (ético) Bell propone el regreso a la religión, porque el modernismo (o el marxismo) no ha cumplido sus promesas, pues no sacia el espíritu ni el paradigma cultura. Cree que el nihilismo ya impera, que el modernismo cumplió con derribar los ídolos y que todo el sistema valorativo se derrumbó. Pero resurge la exigencia de depositar la fe en algo y el único camino que Daniel Bell encuentra abierto es "el retorno de la sociedad occidental a alguna concepción de la religión"[37]. En cuanto pronóstico, ese argumento parece cumplido, sobre todo por el regreso de fundamentalismos irracionalistas, especialmente islámicos, y también por el regreso de una nueva derecha occidental sostenida en plataformas religiosas. Aquí es menester anotar la cohesión entre el argumento inicial del nihilismo y el final de papel positivo de la religión, como única salida cultural al modernismo. La visión nietzscheana del nihilismo como producto de la razón y la de Conrad como irrupción de la violencia irracional bajo el manto civilizatorio apuntan en el mismo sentido: orientarse a rescatar una base de civilización no racionalista ni instintiva, por ende una plataforma religiosa. Expuesto tan crudamente, el argumento hasta escandaliza como arcaísmo conservador, pero la insistencia de Bell en que la única alternativa señala un recurso (regreso en el curso) hacia una religiosidad funcional a la civilización actual.
Daniel Bell asume que la cultura occidental llegó al callejón sin salida, que extravió el recurso propio para seguir el carril de la razón, porque dicha cultura se ha aliado con "la experiencia del yo sin límites" y es hedonista pura (carente de axiología que trascienda al placer). Su argumentación la realiza con elocuencia, repasando de modo brillante, varios capítulos gloriosos del arte, donde observa desgarradoras consecuencias, por un destilado nihilista. Señala que los golpes contra el pasado ya se cumplieron, que el propio arte cuando se ha pretendido entronizar, como una psicodelia que lleva a la conciencia a sus límites, resulta mera decadencia; los nuevos asideros, incluso la misma idea de utopía encarnada en revolución,[38] los desecha como ilusorias satisfacciones momentáneas, que no resuelven la crisis espiritual. Daniel Bell no encuentra una salida inmanente al modernismo, sino que declara que su curso está muerto, porque el límite conceptual del propio movimiento cultural, su hedonismo sin fronteras se ha cumplido. Esta visión pesimista y tan limitada del modernismo se fundamenta en su mismo método, que ha aislado tan radicalmente al ámbito cultural (sistema de símbolos) de cualquier sustento, entonces estima que se vale acomodarle otro sustento, el cual supone regresará con la religión y como ese sería su sustento “natural” entonces cuando hay signos de crisis debe de regresar a la base, cual una "regresión"[39]. El horizonte es distinto cuando se afirma que existe otra base de la cultura. Por ejemplo, si la base de la cultura fuera la producción para sustentar las creaciones simbólicas, entonces las posibilidades dependerán del curso material, tesis común a Comte (el progresismo optimista) y Marx (el revolucionario socialista);[40] si la base fuera un sistema psíquico con sus propias derivas, a manera de un Freud aplicado, entonces el horizonte sería más circular por su férrea determinación de fuerzas originadoras.[41] Entonces será preciso no considera al curso cultural más o menos nihilista como un capricho de los intelectuales, que se conjura para disfrutar de una paz espiritual y una conciencia más armónica. El modernismo clava raíces profundas en el curso total, especialmente se relaciona con el horizonte de la "tecnoestructura", porque la alteración del tiempo histórico implicado en la idea del vivir moderno depende de las posibilidades materiales, el término moderno indica una oposición contra el pasado, cuando se existe al modo de hoy. Este acento en el presente implica ruptura, la cual suelda una red de solidaridad radical con el hoy, que se diferencia de los modos antiguos de percibir, cuando se hacía jurar a los hijos que se conservarían las costumbres de “los abuelos de los abuelos” sin alteración[42] estableciendo la cadena de solidaridad férrea con el pasado.
Apéndice: Comparaciones y deudas de pensadores con Daniel Bell
De manera explícita reconoce el filósofo francés Lipovetsky su deuda con el norteamericano, por más que esa afirmación posea un extraño sabor al deja vú de la postguerra, con las florecillas en las manos para las tropas que sacaron a los nazis. El entroncar y convertir en un circuito autónomo a la cultura restablece una antigua ensoñación que privilegiaba al espíritu en su despliegue como las alas de la civilización, con las cuales se remolcaba al conjunto. Sin embargo, con la irrupción de la producción, y por ironías de la teoría, la producción material se colocó en el eje de las discusiones, en parte por la inicial herejía marxista, que tras los acontecimientos de 1917 parecía convertida en una ortodoxia para la izquierda, y —mientras tanto en el bastión capitalista— los resultados optimistas de una tercera revolución científico industrial y el aburguesamiento del proletariado parecían también calibrar lo ánimos teóricos. Entonces las competencia Este-Oeste semejaba depender del cumplimiento de los Planes Quinquenales contrapuesta al auge de la posguerra mercantilista, entonces surge otro tipo de reflexión, la de Daniel Bell, casi entroncada con la crítica del arte y las consideraciones más abstractas alrededor del espíritu, que habían perdido protagonismo. La reflexión seria alrededor del aspecto civilizador del espíritu y la densidad de la cultura parecían sepultadas desde mediados del siglo XIX, bajo el ímpetu paralelo del positivismo y el materialismo histórico. En esa encrucijada surge Bell, con menos pretensiones que el estructuralismo antropológico y desligada del historicismo, ajeno a la fenomenología filosófica, pero absorto en su reconsideración. Le bastó a este pensamiento aferrarse con fuerza al eslabón débil de la cultura y definirla de manera amplia, para que adquiriera un terreno que parecía desaparecido desde el surgimiento del psicoanálisis, pues le resulta inútil a esta perspectiva.
Quizá encontremos algún paralelismo con otras tentativas de explicación del conjunto histórico moderno, como la presentada por Ortega y Gasset, sin embargo, su separación de ámbitos y su armado de conceptos matizan diferente. En tanto heredero del hegelianismo, Ortega propende a la unificación estableciendo las relaciones que se expanden en todas direcciones, mientras que para Bell lo primero es mantener el espacio de la separación, —la distancia marca la clave. Mientras Ortega señala que el avance y mantenerse a la altura de los tiempos es un imperativo, para Bell la ruta exige el retroceder pues el programa modernista de la cultura alcanzó un límite.
La curiosa y llamativa comparación con la arqueología del saber de Foucault, es que el francés insiste y se aferra en establecer la sincronicidad, mientras la lógica de las continuidades restringe en periodos seculares, diferenciando radicalmente entre época clásica (de dos siglos XVII y XIX) y la moderna (Siglo XX), mientras que la dialéctica del cambio para Bell implica una ráfaga de continuidades mediante la noción de un nihilismo de la cultura modernista, lanzada desde la finales del siglo XVIII. Reconozcamos que Bell pinta un cuadro más cercano al sentido común y a las cátedras de historia que hemos recibido, mientras que la originalidad de Foucault todavía sigue cimbrando el escenario, sin alcanzar a derrumbarlo.
La descripción de la tendencia ascendente de las masas de Elías Canetti, que tampoco reconoce una separación estricta de ámbitos,[43] asemeja e inquieta por su proximidad con la dinámica del nihilismo moderno, sin embargo, propone una finalidad por completo ajena, ya que la masa enamorada de sí misma, implica una finalización de los procesos.
Por más que el Sartre maduro fue un marxista tan heterodoxo como respetuoso de la especificidad de los espacios concretos[44] —en particular, centrado en el arte o la cotidianeidad que implica una posición de la conciencia— a veces sus separaciones poseen algo de las dinámicas juguetonas y traicioneras del nihilismo culpable para Bell. El existencialismo de Sartre cataloga como candidato para la figura radical del nihilismo, por tanto, eje de la denuncia de Bell, sin embargo, en su compleja trama, con sus argumentos inflexibles por la responsabilidad y la autenticidad, se resiste a hundirse en el vacío, incluso rechaza la inmoralidad consecuente a un ateísmo radical.
La fresca visión de Marshall Berman significó una recuperación muy completa de la problemática propuesta por Bell, aunque el entorno lo percibió como un enfoque mucho más progresista y balanceado entre la crítica literaria y las implicaciones sociales de los ambientes. Quizá la capacidad didáctica y el abordar más temáticamente a los autores importantes del siglo XIX permitió que Todo lo sólido se desvanece en el aire, tuviera un éxito más suave y una comprensión benévola.
La originalidad de Lyotard no favorece señalarlo como un deudor de Bell, aunque le resultaba conocido, con la evidencia que sus enfoques no resultan afines bajo ninguna tonalidad. La fortuna misma del francés para señalar un hito de cambio de época lo volvió el centro de las miradas, y facilita su distanciamiento respecto de los aspectos afines que tuviera con el norteamericano; incluso sospecha que mantener ámbitos separados representa una trampa intelectual.[45]
Las últimas versiones de Baudrillard implican una superación de las separaciones de ámbitos, porque alcanza una unificación en la ficción misma. Si bien, La crítica de la economía política del signo, coquetea con la unificación entre el marxismo y la semiótica, la explosión de la crítica de los significados y sus consecuencias lo conducen hacia una originalidad completa. Al final, hablar de cultura permite abarcarlo todo, cuando la divisa es la fusión con la ficción artificial, en Cultura y simulacro, prediciendo una matrix totalizante.
El antiguo dicho de que “por sus frutos los conoceréis” resulta un elogio para Bell por las diversas ramificaciones que han resultado de sus análisis. Lo que originalmente semeja una simple separación de ámbitos para darle más fuerza al análisis cultural termina implicando un rico andamiaje con grandes consecuencias.
NOTAS:
[1] La crisis petrolera de 1974 terminó siendo una tormenta económica irrelevante, simple reajuste de fuerzas alrededor de una materia prima clave.
[2] Incluso el crítico resulta optimista: por ejemplo, véase la teoría económica de Galbraith en La sociedad opulenta.
[3] La moda estructuralista como eje explicativo de las ciencias sociales estaba en pleno auge, incluso Althusser logró en forzar al marxismo para tornarlo en un estricto estructuralismo, como demuestra su fallida tesis en La revolución teórica de Marx, y Para leer El capital donde se esfuerza en demostrar que el fundador del comunismo moderno fue un estructuralista al que le faltaba el lenguaje del estructuralismo francés.
[4]Nietzsche, La voluntad de poder, p. 3
[5]BELL, Daniel, Las contradicciones culturales del capitalismo, p. 18.
[6]Conrad, Joseph, El agente confidencial.
[7]BELL, Daniel, Op. cit., p. 21. Aunque, cierto giro apocalíptico de la interpretación ha existido en sociedades precapitalistas, que percibían su tiempo como el último, después del cual se aproximaba alguna clase de Juicio Final. Cf. ELIADE, Mircea, El mito del eterno retorno.
[8]BELL, Daniel, Op. cit., p. 23,
[9]BELL, Daniel, Op. cit., p. 23,
[10] Los problemas y ventajas de la separación o la organicidad al mirar al conjunto se explican con sagacidad en el periodo de Las palabras y las cosas de Foucault, donde el modo de separar en cortes sucesivos u horizontales, delimitar los ámbitos o los saberes generan resultados tan diferentes. La elección de Bell de tres órdenes pareciera ser ligera, pero no resulta superficial, al seguir ciertos cánones clásicos entre la materia y el pensamiento (cultura), mediado por el poder; él mismo señala que en otra parte defiende sus fundamentos metódicos para separar más radicalmente en tres.
[11] Explícitamente afirma que se basa en las teorías de Ernest Cassirer sobre cultura, abarcando al arte, la religión, el pensamiento, el lenguaje, la moral, etc. p. 25. Las dificultades para una clasificación en tres ámbitos que desde afuera parecería sencilla, se pueden encontrar en Las palabras y las cosas de Foucault.
[12] BELL, Daniel, Las contradicciones culturales del capitalismo, p. 47. Al ampliarse la definición de “cultura” se agranda también su función clave para el mantenimiento o cambio de un sistema. De hecho, este enfoque de cultura sustituye las operaciones que Marx atribuye a veces a la sociedad misma o a la clase social, como polo antagónico coherente creador de consciencia. Cf. Marx, La guerra civil en Francia y El 18 brumario de Luis Bonaparte.
[13]BELL, Daniel, Op. cit., p. 25. Y a partir de aquí insistirá reiteradamente que el problema de la cultura es religioso y que debe de tener soluciones religiosas o con sucedáneos del fenómeno religioso, como si fuera posible reimplantar soluciones de otros tiempos. Sin embargo, en cierto sentido anuncia el renovado impacto de la "revolución conservadora" con la reimplantación de la religión y otros fenómenos de fundamentalismo expandiéndose por el globo.
[14]BELL, Daniel, Las contradicciones culturales del capitalismo, p. 26. Este principio, lo retoma y transforma Lipovetsky al asumir que la seducción mercantil y cultural transforman al sujeto en un neo-narcisista que busca una personalización, bajo el principio de la auto-realización, bajo una liberación ilusoria, en La era del vacío.
[15] El intento irrepetible de establecer una escala del ascenso cualitativo del espíritu se cumplió con la Fenomenología del Espíritu de Hegel, depende de emprender un relacionar cada parte, mediante el método dialéctico de referir cada cosa al resto de mundo para definirla, de ahí la paradoja —que no es refutación— del esfuerzo ascendente, pues una única falla también implicaría un derrumbe del sistema.
[16]BELL, Daniel, Op. cit., p. 27. No enfoca su visión del cambio de la sociedad como pos-moderna, sino bajo la textura del lema “post-industrial, que más o menos simultáneamente Toffler había señalado en El shock del futuro y luego en La tercera ola.
[17]BELL, Daniel, Las contradicciones culturales del capitalismo, p. 27. En esos años, equiparar a EUA y la URSS resultaba novedoso y hasta de escándalo, por los efectos de la “Guerra Fría” y la agresiva competencia entre modelos capitalista y socialista, sin embargo, después de 1989, ese paradigma adquirió más brillo. Véase en Marcuse El marxismo soviético.
[18]"Pero es cada vez más cuestionable que el partido pueda mantener tal control monolítico de la sociedad" BELL, Daniel, Op. cit., p. 27. En la mayoría de países cayó el monopartidismo, pero no el autoritarismo.
[19]BELL, Daniel, Op. cit., p. 27.
[20]BELL, Daniel, Op. cit., p. 29.
[21]BELL, Daniel, Op. cit., p. 28-29. Varios autores han subrayado el dominio del colectivo, así para muchos hubo una comunidad primitiva, un comunismo, una cueva primordial, un seno materno, un tribalismo… Hasta que surgió el individuo para sí, según algunos por efecto del mercado, pero a su vez, tal mercado depende de una ruptura, pues es división del trabajo. En las Cartas filosóficas, Voltaire se admira todavía por la novedad de la profesión del mercader, como señalando que acaba de ser conseguido ese espacio, lo cual sería una exageración, pero marca la conciencia del presente, al comenzar la Ilustración, en Cartas filosóficas. Ese periodo anterior Rousseau lo mira a como un “buen salvaje” en Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres.
[22]BELL, Daniel, Op. cit., p. 29.
[23]BELL, Daniel, Op. cit., p. 30. Proceso que se evidencia con las rupturas de los artistas que rompen con su medio como un Byron, Baudelaire y Rimbaud… en general, el término poetas malditos señala este tipo de comportamiento.
[24]BELL, Daniel, Las contradicciones culturales del capitalismo, p. 30.
[25] Su título más famoso es el poema “Una temporada en el infierno”. Y los ejemplos se multiplican. Para Foucault es Marqués de Sade quien mejor representa una frontera, pero no por ser demoniaco, sino por su discurso plano, posibilista, que termina con una manera de mirar la realidad. Lyotard está más de acuerdo con la presencia de una dinámica auto-disolvente de la cultura, expresada en las vanguardias. La posmodernidad explicada a los niños.
[26]BELL, Daniel, Op. cit., p. 31.
[27]BELL, Daniel, Op. cit., p. 31.
[28]BELL, Daniel, Op. cit., p. 32
[29] Existe la figura de las sociedades de castas, en las cuales de clausura el cambio, con un dispositivo de herencia obligatoria de la posición económico-político-social-cultura de padres a hijos. Conservada en su figura más llamativa en la antigua India, pero parte de un fenómeno de estructuración más general, según Levi-Strauss en El pensamiento salvaje.
[30]BELL, Daniel, Las contradicciones culturales del capitalismo, p. 33.
[31]BELL, Daniel, Op. cit., p. 33. Sin duda, esta figura ha radicalizado y dejado pequeño al epicureísmo griego, que entonces se consideró hedonismo, pues la búsqueda desenfrenada de goces sí se puede cumplir a capricho de las élites. Compárese con Nietzsche, Genealogía de la moral.
[32]Todo lo sólido se desvanece en el aire. La ambición que desea cumplir Fausto por intermediación de Mefisto es muy compleja, le dice: "Ya lo oyes no se trata de gozar. Yo me entrego al torbellino, al placer más doloroso, al odio predilecto, al sedante enojo. Mi pecho, curado ya del afán de saber, no ha de cerrarse en adelante a ningún dolor, y en mi ser íntimo, quiero gozar lo que de toda la Humanidad es patrimonio, aprender con mi espíritu así lo más alto como lo más bajo, en mi pecho hacinar sus bienes y sus males, y dilatar así mi propio yo hasta el suyo y al fin, como ella misma, estrellarme también", p. 31.
[33]Tiene una referencia interesante al origen del término economía, en oikos, que es la casa; así en principio el estudio de la administración del hogar, la cual mantenía delimitaciones concretas de necesidades y productos. BELL, Daniel, Op. cit., p. 33-34.
[34]BELL, Daniel, Las contradicciones culturales del capitalismo p. 34. La más completa explicación de qué se consume cuando se devora el lujo la proporciona Baudrillard en sus explicaciones de la “economía policía del signo”, para desentrañar que no se consumen cosas materiales.
[35]BELL, Daniel, Op. cit., p. 37. Opuesto a una visión marxismo de una escasez ingenua, busca un concepto más hondo, con un dínamo para la continuación de los conflictos.
[36] La ilusión de un límite absoluto a la producción mercantil y el arribo a crisis fatales ha seducido a la teoría social por siglos, sin embargo, desde la segunda mitad del siglo XX, la tarea más bien ha sido explicar por qué no se paraliza el mecanismo económico de la sobreabundancia de ofertas. Cf Manuel Castells La teoría marxista de las crisis económicas y las transformaciones del capitalismo.
[37]BELL, Daniel, Las contradicciones culturales del capitalismo, p. 40. Por tales previsiones, muy seguido se ha tildado al autor como en exceso conservador.
[38] BELL, Daniel, Op. cit., p. 39. Insinúa una reflexión sobre la función de la idea de “revolución” como un yugo de la intelectualidad, atrapada en sus propias ilusiones, que los fracasos de los regímenes en cambio terminan por cobrársela a los ilusos.
[39]Cf. Berman, Marshall, Todo los sólido se desvanece en el aire, p. "nuestro pensamiento a cerca de la modernidad parece haber llegado a un punto de estancamiento y regresión",p. 11. Berman califica a Bell de una "fantasía neoconservadora" de un mundo purgado "de la subversión modernista", p. 20.
[40] A este nivel, positivismo y marxismo comparten ese desplazamiento de la cultura hacia una estructura material que genera su influjo primero limitante (intereses retardatarios) y luego positivo (por los industriales en Comte y los proletarios en Marx).
[41] Sin embargo, las tesis psicológicas también permiten una amplia especulación sobre los desplazamientos de la cultura como sistema de símbolos, lo propio que nos alejamos hacia la estructura libidinal del dinero (Kursnitzky), hacia el mito perpetuo (Campbell) o hacia una ruptura orgásmica (Reich).
[42]Cf. Rosa Luxemburgo, La acumulación de capital.
[43] Aunque el enfoque de Masa y Poder no está muy lejano a la separación convencional de ámbitos que propone Bell.
[44] Sartre en La crítica de la razón dialéctica.
[45] Lyotard, La posmodernidad explicada a los infantes.
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