Por
Carlos Valdés Martín
El
“Prefacio” de la Genealogía de la moral implica
una obra reveladora en sí misma, por el doble motivo que nos permite
ubicarnos en el momento de ruptura que representa el filósofo alemán y el
fenómeno de la autoconciencia del creador.
Hacia
el año 1887, durante uno de los años más productivos de su carrera, presenta
esta obra con aires de haber conquistado una crítica definitiva y
demoledora del sistema de ética de los siglos precedentes, en especial contra la
moralidad cristiana. Ya había transitado por su fase inicial más histórica con El nacimiento de la tragedia, avanzado
por sus montañas creativas con Así habló
Zaratustra, y desencadenado su ataque a los sistemas valorativos en Más allá del bien y del mal, respecto de
todo lo cual esta obra no implica un cambio de rumbo, sino una condensación de
su ataque alrededor de la ética que busca destronar. Para varios pensadores la
radicalidad de la crítica sí logra su cometido, sin que alcance a formar un
sistema consistente para remplazar las tesis antiguas. Para Lefebvre este
filósofo sí logra la crítica crucial de la civilización, sobrepasando incluso
la radicalidad de su siglo;[1] para Foucault alcanza la
máxima hondura al desmontar al lenguaje;[2] para Bell alcanza la
radicalidad del nihilismo como figura disolvente de la modernidad,[3] para Paul Ricoeur es uno
de los tres maestros de la sospecha moderna; etc.
El
pensamiento social —y la filosofía de la ética está dentro de tal categoría—
desde la mitad del siglo XIX ofrece una necesidad de explicación impresionante.
Los libros requieren de exégesis y prólogos intensos, se recomiendan lecturas
previas y adiciones para su mejor comprensión, pues la lectura por más que sea
disfrutable no posee las claves de sí misma. Este Prefacio de Nietzsche
advierte de tal densidad atribuyéndola a su propia exposición aforística, pues
“la forma aforística produce dificultad”[4] y agrega que la última
parte sirve como explicación a las precedentes.
1
“No
nos conocemos a nosotros mismos, nosotros los conocedores.” Comienza esta
aclaración en el mismo extravío donde comienza Dante su relato, en el bosque
oscuro, perdido, fuera de sí por ello en pleno desconocimiento.[5] Después de 24 siglos de
“conócete a ti mismo”, recomendado hasta por el
oráculo, pareciera que la filosofía no avanzó ni un ápice. Lo explica
por la usencia de una búsqueda real, y por tanto plantea una condición de extraño
(o extranjero). Por cierto, el siglo XIX está construyendo esa sensación de quedar extranjero en tu
patria, como una justificación a muchas situaciones; lo que se justifica como
una posición general, ¿qué lo hace una vivencia? Desde el siglo XV está
cambiando la sensibilidad, la que antes prescribía la ascesis completa, el
abandono de cualquier instinto; aquí el proyecto completo del filósofo implica
volver al “sentido de la tierra”.[6] Esta nueva sensibilidad,
implica una sospecha “¿Quiénes somos en realidad?”, pues las respuestas fáciles
quedaron en otro siglo y este saber está para levantar la sospecha. También
señalemos que esta no es la pregunta socrática destinada a remover, aquí la
respuesta ya no es viable y quedará abierta al terminar el libro.
La
metáfora de las 12 campanadas de sorprenden al caminante absorto describe al
sonámbulo, quien paseó sin notarlo y perdido de su ahora.[7] Un instante después el
caminante agitado por las campanas comienza a contarlas pero falla, pues
algunas han escapado.
La
relación entre ser y conocer, ancló en la filosofía desde su nacimiento y se
perfeccionó con una solución del cógito
cartesiano, la perfeccionó el criticismo de Kant, la alargó el idealismo
objetivo de Hegel… sin embargo Nietzsche pone tales logros entre paréntesis,
pues “en lo que se refiere a nosotros no somos ‘lo que conocemos’.”
Sencillamente caímos en un sonambulismo y la persona no sabe qué sucede con
ella misma, pues está sobresaltada con las 12 campanadas del ahora.
2
Señala
que este es un libro que revela de dónde proceden nuestros prejuicios morales, que a su vez remite al antecedente en un texto
anterior. El libro previo fue “Humano,
demasiado humano. Un libro para espíritus libres”, meditado en el invierno
del año 1876 y publicado en 1880, donde perfecciona su estilo de aforismos.
El
prejuicio
es una gran palabra: tremendo escudo para defender un argumento, incluso
previo a cualquier cuestionamiento o ataque. ¿Cuándo se adquirió ese escudo del
prejuicio? Al parecer fue una recuperación del ilustrado (continuidad del
nacimiento de la filosofía, que pone entre paréntesis las nociones previas),[8] para deshacerse de la
herencia pesada de medioevo y su juicio previo de autoridad y religión. El
prejuicio es evitar los juicios previos para empezar a comprender o razonar, su
petición inicial no sucedió en cualquier época.
Cuando
se combina “prejuicios morales” nos encontramos de lleno con el tema de este
libro, respecto de lo cual no adelantaremos del todo.
Señala
que las ideas surgidas unos años antes, resultan fortalecida y con más perfección
en el sentido de precisión. Otra gran palabra es “precisión” que corresponde al
saber y aquí a la filosofía. Con un sentido irónico apunta la falta de soledad
del pensador, más debido a su vocación que por su situación física o
sentimental.[9] Al
respecto, cabría abrir un espacio polémico al respecto del individualismo y la
soledad, pues la figura de Nietzsche y su pensamiento suelen caracterizarse
como propios del individuo aislado, síntoma del desgarramiento social y efecto
de la alienación. No obstante, la afirmación de este párrafo y mucho de su obra
nos señala hacia una “embriaguez” de sentirse acompañado mediante su obra,[10] efecto de un pensamiento
brillante que se comunica a través de las generaciones, por más que hubiera
importantes malentendidos derivados del aforismo y su estilo desordenadamente
metafórico.
Juega
a atraer y despreciar a su público “¿Les gustarían a ustedes eso frutos
nuestros? Pero ¡qué les importa eso a los árboles! ¡Qué nos importa eso a
nosotros los filósofos!”[11] Curioso juego de coqueteo
entre dulce y sádico, ofrecer y despreciar al lector; un gesto que encontramos
en los dueños del escenario demasiado experimentados, situación que no era la
suya: Nietzsche únicamente gozaba de la distancia y paciencia del gabinete,
para guiñar y luego levantar el puño contra el futuro invisible.
3
Sigue
Nietzsche con un sesgo autobiográfico, confesando su carácter proclive a
meditar desde tierna edad. Recuerda su pubertad, quizá de 13 años, cuando se
preguntaba sobre los orígenes de nuestro “bien y mal”, pues le angustiaba la
presencia del Mal en el mundo, ya que su educación religiosa y estricta le
indicaba que todo proviene de Dios. A manera de un juego de niños sacó una
conclusión lógica, haciendo de Dios el Padre del Mal, una conclusión que por
contraria a las buenas conciencias no resulta por ello tan ilógica dadas las
premisas que había recibido el joven. El texto no da demasiada importancia a
tal antecedente, para saltarlo de inmediato, sin embargo, siendo tan conocido
este filósofo por decretar la “muerte de Dios”, un chispazo tan iconoclasta
desde su primer cuaderno estudiantil, debe llamar la atención e invitarnos a
reflexionar.
Dejando
de lado tal cuestionamiento herético, su interés se enfocó en la genealogía de
las ideas morales, para concentrarse en qué condiciones el hombre inventó los
juicios de valor que encierran las palabras bueno y malvado, asimismo qué valor
poseen tales juicios. Tal enfoque lo condujo hacia un conjunto de
investigaciones y a una variedad de preguntas y respuestas, que con el tiempo
crearon una especie de topografía interior, a la que llama “unos jardines
secretos”.[12]
Esa topografía interior la presume por una fuente de alegría pletórica: “¡Oh,
qué felices somos nosotros, los que sabemos, presuponiendo que sepamos callar durante suficiente tiempo!”[13] Anoten cómo comenzó,
señalando que la gente no sabe ni quién es y por tanto no pertenece a “los que
saben”, por tanto él esconde un bálsamo para tal condición. Anoto que la
felicidad del silencio semeja una clásica cualidad femenina o de los monjes; de
hecho la obra entera del filósofo incluyó una lucha contra su formación
demasiado cristiana, siendo hijo de un pastor estricto, que le inculcó las Sagradas Escrituras hasta la médula, y ¡vaya que requirió de esfuerzos para
arrancárselas!
4
En
este párrafo sigue explicando el origen de sus propias ideas, tropezando con un
panorama antagónico en la obra poco conocida del doctor Paul Rée. Para el
lector resultará más entretenido señalar la amistad y antagonismo sentimental
entre los personajes, quienes compartieron una pasión por la inteligente Lou
Andreas-Salomé quien los enamoró simultáneamente y propuso una intensa
convivencia bajo uno pacto comunitario. Las grandes inspiraciones a que
Nietzsche se ha referido antes corresponden a tal periodo de amoríos y
desequilibrios sentimentales, aunque de gran unión y correspondencia. Uno de
los resultados es la oposición intelectual creciente con el amigo Rée en una
especie de competencia callada. El libro que rechaza se tituló El origen de los sentimientos morales, y
explica sin muchos detalles su contraposición, justificando que entonces no
poseía “un lenguaje propio” para explicar sus tesis, pero sí nos propone el
esqueleto de su propio pensamiento: la doble prehistoria de los conceptos de
bien y maldad, procediendo de los nobles y los esclavos (en sentidos
divergentes), la valoración de la moral ascética, una disputa frente al valor
del altruismo, la procedencia del juicio y la procedencia de la pena.[14]
Observemos
que visión de la continuidad de la moral era ya común, así que ese terreno de
su siglo lo empuja hacia una revisión genealógica, lo que para otros términos se
denomina histórica.[15] Anotemos una oposición
importante, su interpretación que relaciona un tipo de moralidad con los
grandes grupos sociales (clases) resulta tan afín como antagónica con el
marxismo que merece ahondarse. Las visiones de tipo sociológicos estaban
ampliando su aceptación en Europa, sin embargo, no cabría señalar que ya había
alguna que se impusiera como un clasicismo. La visión de Nietzsche se considera
original y capaz de mantener una intensidad alrededor de su singularidad,
incluso sus tonalidades son fáciles de convertir de manera equívoca.[16]
5
Aquí
comienza el argumento polémico centrándose exclusivamente en su separación de
Schopenhauer a quien considera su maestro filosófico, y en efecto, de este
pensador retoma conceptos centrales sobre el pensamiento y la voluntad. Además
de un tributo positivo, lo que plantea este párrafo es la diferencia esencial
sobre el valor del autosacrificio que se ha divinizado, todo el desprendimiento
que para su maestro representaba un valor supremo. Para Nietzsche la
auto-negación, el desprendimiento, la caridad desinteresada, la compasión y un
torrente que gira alrededor de ese tipo de valorizaciones implican una
desvitalización y el corazón de una especie de nihilismo valorativo contra la
vida misma. Esta línea está en el corazón del pensamiento nietzscheano desde
sus primeras obras, motivo de su admiración por la antigüedad dionisíaca que
contrapone a la cristiandad como polos opuestos, como si la última fuera un
consistente maremoto inundando los impulsos vitales. Su primer motivo en El origen de la tragedia que contrapone
el gozo de Dionisos contra la razón de Apolo se magnifica y aquí se desplaza
como una crítica contra la piedad, bajo la figura del desinterés, donde
explícitamente señala a Buda como ejemplo de su aversión. En su favor señala
acuerdo con cuatro filósofos que despreciaban la compasión como Platón, Spinoza,
Kant y La Rouchefoucauld.[17]
En
contexto, resulta cierto que la tendencia a la autonegación había alcanzado
grotescas manifestaciones en la Europa occidental, de tal manera, que la misma
modernidad resulta una especie de protesta y cambio de carril contra los
ideales ascéticos y sus instituciones que flanqueaban una persecución hacia lo
que censuraban. Esto resulta cierto respecto de la Contrarreforma católica y
los excesos del calvinismo, con sus guerras religiosas que asolaban los campos
y ciudades, establecían hogueras para brujas y herejes, etc. Por fortuna, el
filósofo Nietzsche se encuentra con un panorama donde el civilismo ha
progresado enormidades, sacando el fanatismo de muchos ámbitos y permitiendo un
espacio laico en la vida pública.
Con
esta línea clave del pensamiento de Nietzsche no se imagine que él fuese una
persona desalmada y ajena a la compasión. Resulta famosa la anécdota de que
sufrió una crisis nerviosa cuando no soportó que un cochero castigara con rabia
a un caballo, ahí su compasión lo arrastró al desenfreno. En ese sentido, cabe
señalar que su lucha contra la filosofía de la compasión también es un debate
interno, entre la dulzura de sus tendencias interiores y el brío vitalista que
procura explotar.
6
Aquí
de manera sintética asume que el hecho de poner en duda radical y desechar
definitivamente el valor de la compasión (en el más amplio sentido de la
autonegación y el servicio desinteresado hacia el prójimo, etc.) implica una
revolución valorativa. Esto lo justifica bajo la suspicacia máxima contra la
noción ordinaria de lo bueno y su superioridad, pues “¿Qué ocurriría si la
verdad fuera lo contrario? ¿Qué ocurriría si en el ‘bueno’ hubiera un síntoma
de retroceso, y asimismo un peligro, una seducción, un veneno y que por causa
de esto el presente viviera a costa del futuro?… ¿De tal manera que la moral
fuera el peligro de peligros?”[18] Por algo se le ha
reconocido a este filósofo como un maestro
de la sospecha, pues además sí la vivió de esa manera. Pone bajo suspicacia
el sistema ordinario de valores, bajo el cual se acostumbraba vivir en el siglo
XIX y todavía para el siglo XXI no pensamos de un modo muy distinto, cuando las
religiones y filosofías se siguen fundando en moralidades (casi)
idénticas y en teorías bastante parecidas a las de la segunda
mitad del siglo XIX, por más que el torrente de placeres del capitalismo[19] (y de sus adversarios) sí ha brotado más afín al vitalismo que proponía Nietzsche.
Con
esa clase de cuestionamientos la obra de Nietzsche cumple con la tarea de Descartes para el pensamiento, aunque aplicándolo a la moralidad.
Él sabe que su tarea crítica a la ética, antes la han acometido otros personajes desde
perspectivas no filosóficas y que cada filósofo sistemático ha cumplido a su
manera este tipo de tareas, con la diferencia en que para él este se volverá
eje de su pensamiento, entregado de manera no-sistemática sino metafórica. A
lo largo de las obras hay consistencia sobre la “transvaloración de todos los
valores”, sin embargo, esta obra puede considerarse la exposición más breve y
madura, mientras que el Así habló
Zaratustra resulta la más extensa y divertida.
Recordemos
el antiguo arco romano, que con la simple disposición de las piedras generaba la resistencia para sostenerse, sin embargo, el truco radicaba en que arriba y
al centro se colocaba una precisa “piedra clave”, la cual es más voluminosa y
efectiva que las otras puestas sobre la construcción. Para el argumento de
Nietzsche esa identificación entre el bien supremo con esa compasión
autonegadora resulta la piedra clave del sistema moral de
herencia cristiana. En efecto, a partir de las reflexiones del siglo XIX dadas
por el medioambiente filosófico se demostró que el pensamiento funciona por
conjuntos, por tanto vino la época dorada de los sistemas de pensamiento, por
tanto esta subversión moral de Nietzsche que con la estrategia de quitar la
piedra que corona el arco advierte que caerá el edificio moral. Cierto que esta
estratagema no es la única posible y la herencia hacia el siglo XX se marcó con
otra afirmación: la moral es un fenómeno derivado de “base económica”, ser de
clase (económico-social), de la psique, de la estructura, del lenguaje, del
poder… según Marx, Freud, Levi-Strauss, Lacan, Foucault…
7
Ahora
bien, para Nietzsche lanzar una batería de preguntas más radical y honda
cruzando con audacia la moralidad implica el descubrirla por primera vez, pues
antes la propia consistencia y convicción transmitida por ese cuerpo de valores
y obligaciones por sí mismo han nublado al alma y pintado de tales tonos la
consciencia que la ha extraviado. La compara con un país, al cual afirma estar
descubriendo “por primera vez”. Empleando la metáfora de los descubridores de
tierras vírgenes o los astrónomos: esa primera vista con nuevos catalejos
implica que hay otro país de la moral. Se suma el efecto curioso, porque antes la
misma moralidad fue bruma que opacó las consciencias, por ello quedaba invisible,
cualquier mirada quedaba ofuscada.
Insinúa
que intentó en vano darle una guía a las hipótesis del doctor Rée, el cual fue
refractario a sus sugerencias, por lo que no alcanzó a ahondar en la real
topografía del país moral, comprendiendo sus auténticas dimensiones y
características. Esto se debe a que su entonces amigo se extravió basándose en
“hipótesis inglesas” que lo extravían en el azul del cielo. ¿Cuál hipótesis? La
referencia señala hacia Darwin, para que Rée invente una contraposición entre
la “bestia darwiniana” y el actual “alfeñique de la moral” cuya ventaja es que
“ya no muerde”.[20]
Tal contraposición parece una parodia de la verdadera historia de la moral que
ha imaginado Nietzsche, y vale la palabra “imaginado”, pues el presente estudio
y los sucesivos, aunque nutridos con amplias investigaciones, están lejos de
colocar fechas y acontecimientos como las historias convencionales, por tanto,
conviene insistir en “genealogía”. Otra observación: Nietzsche evita cualquier
sucesión de pequeños avances cual sugiere la idea de un “evolucionismo” y
abjura de la datación cronológicamente cansada bajo el rótulo de historia, el
método aforístico prefiere los saltos de cumbre en cumbre,[21] para desperezarnos y
cambiar la perspectiva.
En
este inciso, su desdén hacia el tono serio de Rée la ruta se dirige de
inmediato hacia la alegría, cuando el filósofo recuerda que la llamó “gaya ciencia”, que significaba el saber
alegre. En su caso, tal alegría es una
retribución por una destilación a la que caracteriza como “recompensa de una
seriedad prolongada, valiente, laboriosa y subterránea”.[22] La corriente principal de
la filosofía y del pensamiento se arrimó a la orilla de la seriedad o hasta de
la frustración, como carga de la pena, aunque algunas tendencias incluían
gestos lúdicos, una parte de Sócrates un tanto irónico,[23] aunque de modo más
directo los cínicos[24] y con Epicuro con su
ataraxia. Sin embargo, representan una versión marginal para el pensamiento
teórico.
8
Pondera
el encanto de su propio libro Así hablaba
Zaratustra como antecedente de esta obra y explicación. Lo que aquí se
presenta como un análisis genealógico de la moral, en el otro texto fue una
sinfonía, que desafía al lector y opera mediante metáforas y aforismos mientras
explica. Y no es completa petulancia, cuando el propio autor evalúa un posible
efecto en el lector de su gran poema filosófico: “unas veces herido a fondo y,
otras, encantado a fondo”.[25] Además, esa obra ha
crecido con el tiempo… hay quien afirma que es la obra que libera, otro lo
considerará el atentado o el relámpago que iluminó al mediodía o la auténtica
crítica a la civilización o… La manera en que se califica la obra de Nietzsche
es incoherente y al propio autor así se le considera al modo de la irrupción
del irracionalismo, pero nunca como indiferente.
De
modo breve, el autor explica la dificultad propia del aforismo: no basta leerlo, hay que descifrarlo. La dificultad del
aforismo no suele estudiarse en los medios académicos, incluso merecería un
enfoque más preciso y un estudio más a fondo. Por cierto, la edición del Diccionario RAE da una definición demasiado
restringida o hasta equivocada del aforismo: “1. m. Máxima o sentencia que se
propone como pauta en alguna ciencia o arte.” La definición de Barcia resulta
mucho más precisa: “Aforismo: enseñanza doctrinal que resume en pocos palabras
lo que se trata de enseñar; la substancia, la esencia de la doctrina.” [26] Y habrá que agregar que el estilo de Nietzsche además
es estético, incluye brillantez y deslumbramiento, el arrebato de las formas
bellas y la intriga de los misterios. Esta
forma de presentar el pensamiento mediante aforismos implica desarrollar su
complemento en la exégesis, que es la explicación complementaria del efecto que
implica el aforismo, al ser tan breve, brillantes y de apariencia definitivo,
requiere de más explicación. Cuando ya el discurso moderno incrementó la
tendencia hacia la exégesis, es decir, irrumpe con el siglo XIX una exigencia de explicación. Foucault nos
ofrece un argumento arqueológico de la exégesis, que a su vez requiere de otra explicación
y no lo hace por ironía sino por enfoque, “El primer libro de El capital es una "exégesis"
del valor; todo Nietzsche, una exégesis de algunas palabras griegas; Freud, la
exégesis de todas esas frases mudas que sostienen y cruzan a la vez nuestro
discurso evidente” Y todo este libro clave de Foucault representa una amplia aplicación
del mismo procedimiento.[27] La respuesta final de
porqué los pensamientos de ciencia social y filosofía más influyentes desde el
siglo XIX requieran de amplias explicaciones, implican una falta de
auto-evidencia, como si la piedra fundamental del edificio a su vez tuviera que
ser revisada y salir a la luz para volverse a colocar, y al día siguiente
realizar el mismo proceso pero bajo nuevas evidencias. No me refiero a la
aplicación del conocido método experimental, la cual mediante la evidencia
reduje la exégesis como cuando se comprobara una ley natural, sino una revisión
a fondo. Cuando se ha pretendido la simple ilustración o repetición se demostró
que el “marxismo soviético” no fue una investigación de verdades sino un ritual
del poder, para la alabanza al Estado.[28]
Nietzsche
se burla de quien no lo comprenda, señalando jocosamente que para entenderlo
habrá que imitar a la vaca a fondo con su metafórica facultad de “rumiar”,[29] lo cual se refiere que
para comprender bien sus aforismos, cualquier lectura requiere de relectura,
como el pasto del estómago regresa a la boca y repite la operación. Por eso
coloca su aceptación en una época futura, pues con sus contemporáneos se siente
incomprendido. Resulta sorprendente lo acertado que resultó esta profecía de
Nietzsche, debió morir para que su pensamiento generara reconocimiento e
influencia entre amplios círculos, inspirando a todos los extremos del espectro
intelectual y político, aunque poco se hable de una corriente de seguidores en
sentido nietzscheano.[30] De esa manera este
Prefacio termina cuando advierte al lector o, incluso, lo “amenaza” que no lo
entenderá y lo condena cual sirena altiva desde su acantilado peligroso.
Lo que sigue al final
Siendo
que el procedimiento aforístico implica fragmentación, también sus obras no
suelen presentar todo el pensamiento de Nietzsche de manera completa, por ello
algunos de sus episodios clave no quedan explícitos como el superhombre y el
Eterno retorno, mientras otros quedan en bosquejos breves y corresponderá al
lector atento investigar completo el sentido de lo dionisíaco o la muerte de
Dios, alcance del nihilismo o la individualidad misma. Asimismo, el Prefacio se
constituye en la preparación y la puerta para entrar en una escabrosa discusión
e investigación donde propone que las ideas morales están formadas por una
dualidad que las condena al fracaso, por lo que urge cumplir una
“transvaloración de los valores”, para contar con una nueva ética que rescate
el “sentido de la tierra.”[31]
NOTAS:
[1] En el libro Marx, Hegel, Nietzsche es un gran
halago, pues el propio autor se considera marxista en el ese periodo.
[5] Friedrich Nietzsche, Genealogía
de la moral, P. 13. Y Danto
comienza donde todos, cualquier está en la experiencia del caos y la oscuridad,
por ello punto de partida universal.
[6] Así habló
Zaratustra. Y tras una revolución industrial la ascesis resulta menos necesaria
cada día.
[7] El mediodía o
medianoche en punto, simbólicamente representan el ahora absoluto, cuando el
instante se funde con la eternidad; mientras el diurno se fija en la plenitud
de la vida, el nocturno se identifica con el camposanto. Véase el sentido de la
hora sin sombras, el mediodía en Paz, Laberinto
de la soledad.
[8] Sócrates cuestiona
las nociones previas, para permitir un acceso al conocimiento separado de los
juicios previos.
[9] “No tenemos derecho
a estar solos en algún sitio”, Friedrich Nietzsche, Genealogía de la moral, p. 14.
[10] Una importante tesis
del marxismo fue la situación de un individualismo burgués, que corroe la
moralidad y trastorna las almas. En este caso particular, la enfermedad de
Nietzsche quedó tan vinculada a una terrible enfermedad que no vale cubrir un
diagnóstico psicológico para su filosofía, por más que resulte harto tentador.
En H. Peters, Mi Hermana Mi Esposa Vida de
Lou Andreas Salome.
[13] Friedrich Nietzsche, Genealogía
de la moral, P. 15. El párrafo
genera un balance valorativo clásico, pues antes presume su osadía y, por
tanto, su lado viril se fusiona con esa cualidad pasiva del callar, creando un
equilibrio de felicidad.
[15] El pensamiento
social desde el siglo XVII resulta predominantemente histórico, con matices sin
duda, pero el final del siglo XIX no había reducido tal tendencia, por más que
hubiera sonidos de ruptura radical en muchos autores clave. Así, esta “genealogía” implica un caso peculiar de
historia, pues pone más acento en la continuidad amenazada, más próxima a la
noción de linaje que seguirá continuado mientras no fallezca un último
heredero.
[16] Se atribuye mucho a su hermana y albacea literaria el que fuera
retomado por los nazis, pero la ambigüedad propia de la escritura aforística, y
otros elementos como la “moral de los fuertes” y la voluntad de poder
resultaban fácilmente reinterpretados, por más que Nietzsche esté pletórico de
pasajes antagónicos con la autoridad y la opresión del Estado, el militarismo,
etc.
[17] Friedrich Nietzsche, Genealogía
de la moral, P. 16. “conformes
en un punto: su desprecio de la compasión”.
[19] De ahí que se
comenzara a llamar sociedad consumista y posmoderna desde finales del siglo XX,
véase Lyotard, Bell, Baudrillard, Lipovetsky, etc.
[21] Este método lo deja
claro en la prédica de Zaratustra, como un brincar de montaña en montaña. En Así hablaba Zaratustra.
[23] Sin embargo, la
línea principal de Platón repudiaba la comedia y hasta la poesía lírica, como
en La República.
[24] Véase la Lógica del sentido de Deleuze que retoma
con amplitud el reto de los cínicos, tan poco analizados en su profundidad.
[26] Barcia, Diccionario de
sinónimos castellanos, p. 86.
[27] Foucault, Las palabras y las cosas, p. 291. Su
estudio se puede consultar en https://carlosvaldesmartin.blogspot.com/2020/05/curso-sobre-las-palabras-y-las-cosas-de.html
[28] En su periodo más
marxista, Sartre cuestiona a fondo tal caravana conceptual al Estado
representada por el marxismo soviético que mediante manuales pretendía ilustrar
las teorías de los fundadores. Véase La
crítica de la razón dialéctica.
[29] Friedrich Nietzsche, Genealogía
de la moral, P. 18. La
comparación posee algo de insulto, por el rechazo espontáneo a esta animalización,
sin embargo, debería predominar el sentido positivo de una reflexión doble, paso del en sí al para sí.
[30] Algunas excepciones inteligentes que señalan vías de continuidad
nietzscheana como Michel Onfray https://blogdenotasnietzsche.wordpress.com/2010/03/13/ser-nietzscheano-segun-michel-onfray/
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