Por Carlos Valdés Martín
De sobra conocido el León que azolaba Nemea, que era fogoso y
portentoso; la Hidra amenazante que duplicaba sus cabezas ponzoñosas cada vez
que se le cortaban; la Cierva elusiva a la cual se prohibía sangrar en su
captura… Y así sigue la cacería de animales fantásticos, hasta enfrentar a unos
elusivos y lejanos. Los pájaros del lago Estínfalo provocaban un ambiente
tóxico y una tristeza extrema en sus víctimas que las hacía vulnerables.
Siendo que las aves suelen representar mansedumbre y paz, más bien presas
de la cadena alimenticia, fueron consideradas de buen augurio. Por lo mismo,
enfáticamente por eso mismo— unas cuantas aves marcan los espléndidos límites
de lo ilimitado —el cielo mismo, el firmamento celeste inalcanzable a la mano.
Los pájaros fantásticos que debe enfrentar Hércules son un portento
inusual: bestias feroces con capacidades para enfermar a distancia. Cual
guerreros negros y mágicos esas aves del Estínfalo lanzan un aire sutil que
intoxica y provoca la tristeza, los humanos o animales caídos bajo su perímetro
van a languidecer. ¿De qué enferman? De tristeza o de algo más, de una
toxicidad indefinida, que pronto los agota y deja inermes cual carroña para depredadores.
En cierto sentido, estas aves definen un paralelo a los buitres y zopilotes,
pues sus víctimas se anticipan a la condición de la carroña. ¿Qué imagina el
cazador furtivo que en la distancia mira el vuelo circular de los buitres? Y ¿si
un influjo perverso desde las aves aniquiló al animal bajo sus alas?
De cualquier manera a estas criaturas de mito se les atribuye esa
fatalidad de enfermar a distancia. Provocan una tristeza irreparable y generan
toxicidad en el ambiente, los ingredientes de una doble enfermedad: dañada la
psique y lacerado el cuerpo. Remarquemos que ellas provocan una enfermedad
doble: el ánima y de la carne. El aspecto del alma (que para Platón era un
soplo, de naturaleza aérea)[1] queda
afectado con la tristeza, que le quita esa capacidad de ligereza o voladora (en
las ideas), para convertirla en pesada, atada a la melancolía. El aspecto del
cuerpo también quedaba atacado, mediante una toxicidad indefinida, que se esparcía
por los aires, quizá contagiado mediante un aleteo mórbido, quizá complemento
de esa manía anímica.
Un cazador hábil las abate con flechas pero es corriente que sean
especies que se viajan en grandes parvadas. Contra la multitud de la parvada
las flechas resultan inútiles y atraparlas en su vuelo es iluso. Por más fuerte
y hábil que sea Hércules las aves inalcanzables resultan un enemigo imbatible
con medio usuales.
Ante la misión imposible, el héroe recibe de Atenea un instrumento sonoro
de aire (según prefiera el lector cascabel, campana, flauta o trompeta mágicas)
que ahuyenta a las aves. Que el sonido derrote a la plaga de fieras aladas equivale
a otros relatos donde ángeles con trompetas ahuyentan al mal, atribuyendo una supremacía
a las armonías, como si sonaran las notas musicales que rigen las órbitas
celestes.
Con el auxilio del sonido se libera a la región de Estínfalo de las
funestas aves y esa emancipación de una plaga es definitiva y sin regreso. Gana
una “liberación” mayúscula, sin retorno ni condiciones. El héroe no va a exigir
nada a cambio, al contrario, sirve mansamente a un rey al que debería detestar.
Y en esa región, ya sin tristeza ni enfermedad se restablece su ambiente
pacífico. A través de este triunfo la leyenda indica que Hércules se ha
convertido en señor de los aires, dominador del elemento aéreo, el que alimenta
a los pulmones.
Revelador que la terrible pandemia del Covid19 quede alojada en los
pulmones, el órgano donde la tradición asocia la dolencia de la tristeza. La
imaginación literaria ha preferido un futuro alegre y exótico, en cambio el
estruendo que acompaña al naciente siglo XXI envuelve profunda tristeza del
alma. La hipótesis de psicología colectiva implica que bajo el manto multicolor
del progreso global repta una honda melancolía, cual insatisfacción soterrada
que desemboca en un río de tristeza.[2]
Para animarnos, recordemos que el héroe griego venció en todos sus
“trabajo” incluso si parecían imposibles, terminó por descender al mismo Hades donde
rescató a Teseo. Esta leyenda significaba que el ciclo de la vida siempre
triunfa sobre la adversidad, aunque descienda al negro Tártaro su regreso
levanta un portento que se recordará por los siglos de los siglos.
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