Por
Carlos Valdés Martín
Una
amenaza misteriosa y masiva
Aunque poseía un nombre
y muchos siglos rondando a la humanidad, la llegada y salida de la viruela era
un misterio insondable, sin explicación precisa ni itinerario cierto. Para la
mayoría esas enfermedades eran un extraño signo de Dios castigando los pecados
colectivos, por eso algunos sacerdotes en público condenaban cualquier intento
serio por curarla —aunque la mayoría del sacerdocio murmuraba que era
preferible una curación que indicara el perdón de Dios.
Además el fenómeno de esas oleadas de enfermedades se expandía por siglos y
milenios de distancia, abarcando los confines más extremos del globo terráqueo
y entre los pueblos más pintorescos.
Cuando vivió Voltaire
estaba lejos un consenso sobre qué era y cómo curarla, sin embargo, fuera de su
país resultaba evidente una luz de esperanza. En su propia patria, los
aristócratas más encumbrados sucumbían ante la viruela, y fallecían incluso los
más vigorosos y activos, así como decenas de miles de habitantes de todas las
clases sociales, en cortos periodos de tiempo. En París, su propia ciudad,
Voltaire recuerda que en el año 1723 murieron de viruela unas 20,000 personas.
Costumbres
exóticas
Cuando la distancia y
la rareza se conjuntan se habla de exotismo, un rasgo que atraía mucho a
Voltaire, un pensador tolerante y audaz, interesado por lo más lejano y
diferente. Cuando el filósofo francés escribió sobre una cura maravillosa sobre
la viruela para su país resultaba una especie de herejía y quizá fuera hasta
peligroso difundirlo. Aunque en Inglaterra la inoculación preventiva ya se
había popularizado y vuelto una práctica oficial de la salud pública, en cambio
Francia miraba con recelo a su vecino. El escrito deja en claro que es tan
fuerte el recelo nacional contra los ingleses, que es por mero orgullo que no
se acepta un remedio maravilloso proveniente de esos “locos”.
Con la sabia intención
de popularizar los avances de la medicina, Voltaire se remonta a los orígenes,
para que el público francés no sienta que se concede demasiado mérito a sus
rivales ingleses. Entonces el filósofo recurre a la historia para señalar los
exóticos orígenes del procedimiento de una inserción de una póstula en el brazo
de los infantes. La remonta al pueblo de Circasia proveedor de los sultanatos
de Turquía, donde narra a modo legendario que ese pueblo abastecía de esposas a
los harenes, por lo que les resultaba indispensable evitar las
lesiones de la viruela. De ahí que ese pueblo circasiano haya cultivado por
centurias la curiosa costumbre de seleccionar una viruela
Por último exotismo,
Voltaire anota que de los chinos hay noticias de que poseyeron desde siglos
anteriores su propio método, al pulverizar póstulas virulentas y aspirar el
polvillo por la nariz como si fuese un rapé.
La
resistencia
El breve relato sobre
la inserción de la viruela ligera como remedio para las terribles epidemias, marca tres oponentes,
en lo que ahora se catalogan de antivacunas: 1) La rivalidad entre naciones separadas por un orgullo
malentendido, pues los franceses y otros europeos se resisten a seguir el
ejemplo inglés. 2) La ignorancia generalizada sobre un procedimiento que
comienza siendo peligroso, pues se inocula una enfermedad en los niños. 3) La
reacción supersticiosa de los sacerdotes que se oponen, ya sea por mero reflejo
o hasta por una especie de perversa afición a lo que imaginan es un “castigo
divino”.
Este último aspecto
merece más comentario, ya que Voltaire fue un adalid de la tolerancia, en un
periodo donde ésta escaseaba.
Motivaciones
“contemporáneas”
Un afán válido de
cualquier investigación es descubrir los verdaderos resortes que impulsan la
trama, para empezar con qué nos mueve a las personas. Para el filósofo francés,
a pesar de las distancias y rarezas de actitud, los motivos disparados suelen
repetirse. “Lo que ha introducido en Circasia esta costumbre, que parece tan
extraña a los otros pueblos, es empero una causa común a toda la tierra: la
ternura maternal y el interés.”
La
balanza de los males: ligero o mortal
La comparación entre la
viruela aligerada que se comparte en la primigenia vacunación, frente a la
epidemia mortífera y deformante con llagas se pone en el tapete. Comparemos los
casos extremos: 1) Ligero, incluso feliz: “Advirtieron también que, cuando la viruela es
muy benigna y su erupción no tiene que atravesar más que una piel delicada y
fina, no deja ninguna impresión en la cara.” 2) Terrible,
mortífero y deformante: “La viruela se introducía en la familia; una hija moría
de ella, otra perdía un ojo, una tercera se recuperaba con una gran nariz, y la
pobre gente se veía arruinada sin remedio.”
El contraste mismo
genera la valoración, siendo que el procedimiento médico se convierte en
superlativo debido a la monstruosidad del mal que evita. No se trata únicamente
de un recurso retórico o valorativo, quizá el lector esté de acuerdo, que es el
drama definido desde las condiciones de la vida o muerte existentes en la
naturaleza. Quien chantajea entre sobrevivencia y catástrofe es la objetividad
misma, con un signo colocado en los cuerpos. El dramatismo está ahí, basta una
sacudida para evidenciarlo; de ahí el gesto bárbaro que toma opciones
desorbitadas. Contra el barbarismo, el espíritu ilustrado representado por
Voltaire y los enciclopedistas buscaba preservar la vida y la salud, rechazando
el “pecado original” y los castigos insensatos. El breve escrito de Voltaire
señala una salida a los siglos de resignación ante la plaga y la hambruna,
demuestra el ánimo de la Ilustración, derramando generosidad entre cada letra
impresa. La breve carta filosófica que describe con ilusión el procedimiento de
inoculación de la viruela con fines médicos es muy reveladora pues intuye un
futuro posible, un mundo distinto donde la plaga deje de ser el azote de Dios o
del acaso, para procurar una defensa. Con la primera pandemia del siglo XXI por
Covid19 observamos que sigue siendo una esperanza colectiva el encontrar la cura
ante cada mal, un rasgo del optimismo de los filósofos ilustrados y de los
ciudadanos de a pie que no queremos la mortandad de los seres queridos ni de
los más lejanos.
NOTAS:
[1]
El estimado total del París en el 1700 era ligeramente superior al medio
millón, compitiendo con Londres por ser la urbe más poblada de Europa.
[2]
“Se dice en voz baja, en la Europa cristiana, que los ingleses son locos
rabiosos: locos, porque dan la viruela a sus hijos, para impedirles tenerla” en
Voltaire, Cartas filosóficas, “SOBRE
LA INSERCIÓN DE LA VIRUELA”.
[3]
Mary Wortley-Montagu se ha convertido en un ícono del feminismo. El texto de
Voltaire está salpicado con varias alusiones elogiosas a damas poderosas reales
o imaginarias.
[4]
Posteriormente, en 1796 el médico rural Edward Jenner modificó el procedimiento
a partir de las observaciones de la viruela de las vacas y sus ordeñadoras, que
también es una variante benigna. A partir de entonces se establece el término
“vacuna” por ser derivado de las vacas, el cual por obviedad no emplea
Voltaire.
[5]
Es esto ¿un hecho anecdótico o un adorno literario? No lo sabemos. Lo refuerza
Voltaire señalando que los “curas y los médicos” no permiten introducir la
inoculación en Francia.
[6]
Curiosamente el “materialismo histórico” revitaliza tal división, pues el
Paraíso (comunista) es una inversión y mientras la cotidianeidad (el tráfico
que se contamina con valor de cambio) es un huracán reverso que aleja al Ángel
de la Historia, hacia un “nunca jamás”, según revela la metáfora de Walter
Benjamin, en “Tesis sobre la historia y otros fragmentos”.
[7]
Voltaire, Cartas filosóficas, “SOBRE
LA INSERCIÓN DE LA VIRUELA”.
[8]
El “cambio de época” supone una alteración tan radical de paradigmas que
supondríamos una variación de las “estructuras” y “resortes” fundamentales, en
una discusión agradable a los historiadores.
[9]
Voltaire, Cartas filosóficas, “SOBRE
LA INSERCIÓN DE LA VIRUELA”.
[10]
Voltaire, Cartas filosóficas, “SOBRE
LA INSERCIÓN DE LA VIRUELA”.
[11]
El principio de esperanza de Ernest
Bloch señala que representa una metafísica de todas las épocas históricas, con
impetuosas señales para cruzar el camino, rebasando la adversidad.
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