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miércoles, 22 de diciembre de 2021

HUELLAS DE CAÍN EN ROMA

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

En su estructura mitológica, Caín del Génesis bíblico y Rómulo fundador de Roma contienen el mismo misterio, aunque estos personajes contrasten en la historia y opongan su elección moral. Para la ética el fratricidio está condenado; el precepto de “no matarás” posee un sentido universal cuando el fratricidio muestra la última gravedad del asesinato[1]. Mientras algunos homicidios eran permitidos por las leyes guerreras o los tabúes de los pueblos, donde el asesinato del enemigo resultaba la gloriosa hazaña de guerra y el castigo mortífero contra el transgresor de tabúes cumplía con el orden religioso. Por lo mismo, el fratricidio sin justificaciones en el relato de Caín, implica la irrupción de una libertad inhumana y egoísta, que ataca el principio ético elemental por el deber de hermanos, y con ello también vulnera los deberes hacia la colectividad (la familia extendida e integrada en clanes), rompiendo el orden moral y cósmico. Con el fratricidio la existencia colectiva entra en crisis, la individualidad violenta del sobreviviente también está sacudiendo las raíces del transgresor y violador del precepto solidario. Con el primer fratricidio ha caído el orden moral entero que resguardaba la unidad de la familia primigenia, simbolizada por Adán, Eva y sus hijos; y al romperse el orden ético se disuelve la unidad de la tribu, por lo que el grupo original se disgrega, expresado en la expulsión de Caín, quien vaga sin rumbo fuera del clan originario.

 

Resulta de sobra conocido que el Génesis atribuye a Caín una protección divina que le permite proliferar y establecer ciudades; sin embargo, eso corresponde al periodo de los “patriarcas” que desemboca en una catástrofe legendaria, que es el Diluvio, entonces desaparece esa estirpe y queda un arcoíris multicolor como pacto pintado en los cielos. Otro breve pasaje atribuye a Nimrod el patrocinio de los proyectos urbanos y el rasgo de “cazador”, que resulta agradable a la divinidad. Por esa línea de la estirpe de los descendientes del Caín se justificaría el paralelismo con la leyenda de Roma, por más que el Diluvio implicaría un “borrón y cuenta nueva”.

 

Aunque Rómulo por su acción resulta similar a Caín, sin embargo, el romano queda consagrado como el héroe fundador de la Ciudad Eterna. Ante los ojos de la leyenda esa muerte del hermano Remo quedó motivada y fundada por un acontecimiento simbólico. Rómulo se encargó de construir la muralla exterior de la futura ciudad, lo cual constituye el círculo mágico que antes fue dibujado por un ave. Al terminarse ese círculo amurallado ofrecería una protección mágica y colosal para la nueva ciudad.[2] A Remo le parece que esa traza para la muralla no sirve de nada y entonces salta burlonamente, hacia el lado prohibido, ejecutando una profanación sobre territorio sagrado de la nueva ciudad. Además, debo indicar la imagen maternal de la nueva ciudad, pues primero una loba sustituye a la madre (mientras que los gemelos son hijos extraviados de una vestal recluida como virgen, que concibe hijos con el dios Marte) y luego la ciudad sustituye a la loba. El hermano imprudente, Remo, profana con sus pies el suelo sagrado, la nueva ciudad, que representa el abrazo materno para los ciudadanos romanos, por lo que su pecado lo hace merecedor del castigo, interpretado como gesto simbólico para garantizar la protección de la nueva ciudad. Si bien Rómulo resulta un fratricida, no por ello se hace merecedor de ningún castigo, sino del premio y permanece como la cabeza de la nueva ciudad; sucede igual que con los asesinatos de reyes con justificación, cuando el matador adquiere el privilegio de heredar la corona[3]. En la mitología y en la sociedad esa diferencia entre la muerte justificada y la injustificada abre la distancia de un abismo.

 

La protección de la ciudad-madre eterna marca la diferencia entre la vida y la muerte, por lo mismo que el asesinato de Remo se convierte en la protección perpetua para los romanos. También el águila simbólica de Tenochtitlán al devorar a la serpiente garantizaba simbólicamente la vida de la región. Varios pueblos guerreros asemejaban el comportamiento de las especies de animales predadoras en grupo: unidos internamente y enemigos feroces contra sus presas. La manada de lobos persigue a un enorme alce de peligrosa cornamenta, y al acosar a su presa la manada corre unida, entonces ni por un momento surgen diferencias internas; hasta después de que termine la caza empezarán las peleas para el reparto de despojos y, todavía, esas diferencias las consideramos secundarias.[4] Las comunidades guerreras (fraternidades), a su vez, no deben desgastarse en aplicar la guerra hacia su interior, bajo la pena de sucumbir ante sus enemigos; por tanto, el dispositivo de la comunidad guerrera, exige se organice una fórmula para que la paz interior prevalezca, enfocando la destructividad hacia el enemigo exterior[5]. Ciertamente, esta fórmula no siempre tiene éxito. La guerra interna de la comunidad belicosa se evita aplicando una dosis de terror al interior de la comunidad guerrera, aplicando una amenaza de muerte para los transgresores de su código interno; y dentro de los transgresores graves están quienes amenazan la seguridad interior. El imprudente Remo amenazó la seguridad interior de la ciudad de las siete colinas, rompió el círculo mágico de protección, y en ese sentido Rómulo no ejecutó un castigo desmesurado sino un sacrificio (variación del sacrificio de Isaac, cuando la divinidad solicita al padre sacrificar lo más valioso) que en esta leyenda lo cumple el hermano.

 

Curiosamente, la protección mitológica que ofrendó Rómulo para la nueva ciudad se cumplió por un milenio y los muros exteriores sí resultaron invictos contra sus enemigos. A lo largo de los siglos, Roma ha cambiado de dueños, pero como ciudad se mantiene gloriosa e invicta, pues los nuevos vencedores quedaron asimilados a la grandeza romana, y sus piedras poco han sufrido el estrépito de las batallas a lo largo de siglos, en el marco de un continente salpicado de guerras como lo fue Europa. No solamente los edificios y estatuas de Roma se mantienen con una continuidad histórica asombrosa, sino que la ciudad actual se considera continuadora de sus actos originarios, mediante la unidad de personas con objetos; la ubicación que define una ciudad, acepta la continuidad histórica como uno de sus signos más distintivos; incluso, los romanos actuales no desean separarse y diferenciarse de la grandeza de la época de los césares, ni apartarse del martirio de los primeros cristianos.

 

La fórmula del éxito de la Ciudad Eterna vale interpretarla como una serie de casualidades históricas y una serie de ventajas geoeconómicas, como corazón de una península privilegiada del Mediterráneo. Sin embargo, las casualidades, tejidas en largas cadenas de azares caen dentro de un terreno de misterio tan absoluto que salen de cualquier consideración. Las ventajas geoeconómicas desbordan el espacio de esta reflexión, aunque es un dato básico que la ubicación de Roma conlleva una serie de privilegios para la creación de la ciudad (el río, el clima, la agricultura, la minería, etc.). Para mantenernos en la presente indagación, que el misterio de la continuidad triunfante de Roma está centrado en el papel de la negatividad, que se desdobla en múltiples direcciones de historia, política o moral.

 

Donde hay un asesinato ritual ahí se esconde el secreto de la negatividad humana, que a su vez atrapa el secreto de la marcha contradictoria de la historia. La dialéctica general revela que la historia es un proceso moviéndose al ritmo de una oposición interna, de polos que se contradicen complementariamente y cuya resolución de oposiciones indica la marcha de la evolución. La oposición de contrarios apunta que no hay bien sin mal, no hay vida sin muerte y viceversa. El lado luminoso y positivo de la vida está condicionado por su lado oscuro y negativo, ambos polos se implican y luchan entre ellos. En ese sentido la presencia de la muerte convertida en violencia, no burila un absurdo de la estructura social, sino una exigencia de la estructura, pero una necesidad que amenaza con la destrucción de la existencia misma, desde el principio, por lo que debe adoptar un dispositivo específico para que siga su curso.[6] Si recordamos la leyenda de Caín, el sentido de la negatividad aparece trunco, una mera situación pecaminosa, donde la ausencia de castigo inmediato parece ilógica; quien encarna el primer gran crimen merecería de inmediato el castigo, pero en la narración no sucede así, sino que recibe una protección. Pero Caín el villano de la leyenda encarna la negatividad y ésta no termina, sino que se perpetúa,[7] de la misma manera acontece con Adán y Eva, argumentados como pecadores, cuando su pecado original está condenado a persistir en su descendencia.

 

Con Rómulo, la repetición de Caín acontece en una versión santificada por un acto místico y dirigido hacia la protección de la ciudad; entonces la encarnación de la negatividad (aquí la violencia) se perpetúa integrando a una comunidad de guerreros. Quien supo moldear la negatividad pudo crear la fórmula exitosa como pueblo militar, el cual logró vencer a sus vecinos y alterar el curso de la historia actuando como entidad conquistadora. Los romanos son el pueblo guerrero perfecto de la antigüedad, aunque en su perfección militar también advierten la posibilidad de la derrota, perciben que sus vecinos pudieran vencerlos con las mismas armas. Entonces el imperio romano permanece siempre montado sobre las legiones, vigilando sus fronteras, pero termina por crecer demasiado y disolver su comunidad guerrera inicial cuando recluta en masa a los vencidos para convertirlos en soldados. En el ocaso de Roma, los bárbaros de antaño se convirtieron en las legiones de apariencia romana y bajo la apariencia de triunfo esa sociedad termina, a su vez, derrotada por sus mismas armas. Ningún triunfo militar para conquistar es eterno, la negatividad inicial sigue su curso.

 

 NOTAS:



[1]En el fondo, todo asesinato es un fratricidio pues la estirpe humana contiene lazos de sangre múltiples. Esto es más estrictamente cierto para quienes piensan en progenitores únicos de la humanidad, como Adán y Eva. En su origen cualquier asesinato debió ser un fratricidio, pero las guerras se basan en la equivocación de que el enemigo no posee nuestra estirpe y es mero enemigo.

[2] Este levantar murallas repite el gesto protector que buscó Ilión contra los griegos y pretendió Jericó contra los judíos. Se repetirá y Borges lo descifra como intención por detener el tiempo al analizar la muralla china en Otras Inquisiciones.

[3] Esta situación de la muerte y sustitución del rey por un retador mortal, representó una creencia bastante aceptada entre los pueblos antiguos y las tribus, tal como lo muestra James G. Frazer en La rama dorada.

[4] La manada posee un rasgo diferente al lobo aislado, forma rizomas con sus rasgos distintos y con rupturas. Deleuze y Guattari, Mil mesetas. A su vez, Canetti distingue entre la masa y la manada como maneras distintas de la multiplicidad, en Masa y poder.

[5] Obsérvense algunas anotaciones en MARX, Karl, Grundrisse.

[6] Que el Estado monopolice la violencia señala el intento por esterilizar y encausar la negatividad, por más que los periodos históricos posean diferentes estructuras al respecto, como señala Lipovetsky en La era del vacío.

[7] Semejante a Cronos devorando a sus hijos, Caín aniquila a su hermano; pero no hay una redención sino un exilio bíblico para indicar esta continuidad en una estirpe.

 

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