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domingo, 16 de octubre de 2022

BISTURÍ ENTRE LA DOBLE ETERNIDAD

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

La aspiración actual es que cada pensamiento sea preciso y tenga consecuencias benéficas en este mundo, siendo uno de los modelos la cirugía de la ciencia médica. Sin embargo, esa precisión corresponde a un momento, pues la repetición de las incisiones quirúrgicas indica que el cuerpo no debería requerir cirugías en abundancia.

El finísimo filo

Ese pequeño filo representa la precisión y rapidez para separar partes orgánicas, resulta un nieto distinguido de la genealogía desde las espadas legendarias como Excalibur, descendiendo por la daga, pasando por la fina navaja de rasurar hasta aterrizar en el del escalpelo o bisturí médico. Este fino instrumento bisturí es un gran logro técnico por la unión de dureza, filo y delicadeza la cual conjunta para su extrema utilidad. Donde antes hubo unidad de tejidos, el bisturí separa las partes, dejando la condición perfecta para una separación; paso indispensable para una reparación.

Utilizar un bisturí no es una niñería, no es descorchar para sacar una pieza. El corte del bisturí ocurre en un preciso instante, en un momento donde muestra su eficacia, que esquivando la autocomplacencia, deberá ser certero a un nivel milimétrico. Su empleo no se hace forzadamente sino con la delicadeza máxima, para separa pequeños tejidos, entremetiéndose dentro de lo más delicado del cuerpo. El bisturí es símbolo de una noble profesión y su propósito hipocrático, para separar con sutileza y velocidad lo que hay que separar, para sacar del cuerpo una parte alterada, tumorosa o lo que sea esté dañado.

Paso del bisturí al ahora

Pongamos la sutileza del acto de separación de superficies diminutas (acto del bisturí) a la continuidad en el tiempo. En este argumento al filo de esa pequeña navaja merecer ser llamado el “ahora”, en tanto es un instante de utilidad, que separa las partes del tejido. El tiempo lo conocemos en tres modalidades: pasado, presente y futuro. El tamaño del ahora es pequeñísimo, formando la unidad de tiempo mínima que distinguimos frente al pasado y al futuro. El presente es distinto de lo que ya fue y de lo que todavía no sucede. El filo pequeñísimo del ahora separa incansablemente entre pasado y futuro, sin encontrar reposo; se compara con una flecha que se mueve con dirección al futuro.

Esta visión, bajo otros criterios, ya lo celebró la intuición antigua cuando colocó en las manos de Cronos una filosa guadaña, la cual sirve para marcar con mayor contundencia el filo del tiempo. De cualquier manera, cada existencia transcurre en ese pequeñísimo filo del ahora, que nos aleja del pasado sin que haya remedio para volver. Vivimos en ese movimiento, huyendo del pasado y persiguiendo al futuro.

Mundo material sin ahora

Existir en el mundo material es encontrarnos con algo que responda ante nuestro sentido, que se resista a nuestro impulso, que presente alguna consistencia que no se esfume en el instante. De entrada, nuestro mundo material únicamente se nos presenta en el ahora, aunque con el trazo de alejarse del pasado (dejando huellas de memorias contantes, comprobaciones de que algo ya sucedió) y precipitarse hacia el futuro (moviéndose hacia algo, desplazándose). Sin el presente, se desdibuja el mundo material, pues cuando nos enfrascamos en recuerdos la mente viaja hacia imágenes familiares pero que sabemos son de cosas que ya no están. Sin el presente, el futuro es una continua ensoñación de situaciones posibles que jamás han ocurrido, y sin un tiempo presente tampoco ocurrirán.

Con el ahora el mundo sí se materializa, sin esa condición del ahora, recaemos en una ensoñación. Sin embargo, por eso misma dificultad para ubicar un presente tan breve, las reflexiones de Henri Bergson sobre el tiempo prefieren establecer una “duración” más agradable a nuestra conciencia cotidiana.[1] En la duración, se fusionan esas tres temporalidades y el ahora no resulta tan vertiginoso como en la física pura o en la loca carrera de un cronómetro de precisión con millonésimas de segundo.

Simultaneidad ahora

Además de la sucesión temporal, el ahora también marca la otra dimensión mediante su simultaneidad en el ahora. Percibimos lo demás cuando sucede en nuestro mismo ahora temporal y únicamente nos relacionamos con las demás partes del universo cuando están en nuestra sincronía (ajustando los efectos relativistas de las distancias y las velocidades límite).[2] La simultaneidad nos resulta indispensable para movernos y para imaginar relaciones realistas, por lo que cualquier parcela que estuviese fuera de la simultaneidad nos resultaría imposible de comprender, pues podría entrar o salir de nuestra percepción.

Volviendo al objeto diminuto, para que funcione el bisturí su filo debe estar sincronizado con los tejidos que corta y la mano (o dispositivo) que lo guía, así como la observación de sus resultados. La simultaneidad permite la operación física del bisturí, sin lo cual no existiría la precisa coordinación de los actos.

Pensamiento preciso, cual bisturí

Para que el pensamiento posea la cualidad típica del bisturí, debe poseer la dureza suficiente para separar. Esto exige estabilidad en lo conceptos, que sean capaces de separar su objeto de investigación, en otras palabras, capacidad analítica. Un lindo ejemplo está en el Discurso del método de René Descartes, quien, para alcanzar un nivel de dureza, propone transitar por la duda extrema y asfixiante, hasta alcanzar una convicción sobre su pensamiento, que le permita aplicar un método. Su procedimiento luego se encausa a dividir cualquier problemática para no confundirse, para que desmenuzándola en pedazos pequeños seamos capaces de reconstruir los objetos con el pensamiento y así dominarlos, hasta lograr “ideas claras y distintas”.

Una fugacidad entre dos eternidades

Conforme estamos utilizando nuestro bisturí mental del ahora, reconocemos que el tiempo hacia atrás implica (en perspectiva) una duración infinita (por una eternidad previa) y también hacia el futuro, ese tiempo implica una duración infinita.[3] Esas eternidades hacia atrás y adelante son el sustento de visiones filosóficas idealistas, como lo muestra, el aprovechamiento del “motor inmóvil” de Aristóteles como argumento teológico y la salvación de las almas, como consuelo espiritual. De esta manera, la fugacidad del ahora se complementa perfectamente con dos eternidades inconmensurables del tiempo en ambas direcciones. Hay otras maneras para mirar el tiempo eterno y la fugacidad del ahora, siendo la aquí expuesta una confección perfecta para mostrar la densidad de la existencia, en cuanto resulta imposible renunciar al ahora y tampoco es viable desentenderse del horizonte de las eternidades. Comparemos a Unamuno, trágico pero optimista, con Kafka, angustiado sin remedio: para la visión audaz, ambos infinitos (pretérito y porvenir) son alas para el vuelo sin descanso; para el ánimo atormentado son dos cadenas al cuello, donde el presente es un misterio de estrechez.[4]

NOTAS:

[1] Bergson, La risa.

[2] La sabida diferencia entre el tiempo absoluto newtoniano y el relativista para este argumento únicamente implica un ajuste de las referencias. Paul Davies, El Universo desbocado.

[3] Aunque la teoría del Big Bang presenta serias dudas sobre esa duración lineal y, además, infinita del tiempo. Por su parte, Kant se divirtió con estas paradojas, llamándolas aporías de la razón.  

[4] Kafka en sus Aforismos, el 66, señala que encadenado entre el cielo y la tierra no alcanza a tocar ninguno de los dos a modo de hogar, pues  “si quiere descender a la tierra, lo estrangula el collar del cielo, si quiere ascender al cielo, lo estrangula el collar de la tierra…” Por su parte, para Unamuno la opción de vincularse con infinitos incomprensibles le resulta estimulante, en El sentimiento trágico de la vida.

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