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martes, 25 de octubre de 2022

ALNILAM ESTRELLA ENCADENADA


 


 

Por Carlos Valdés Martín

 

“Dejan caer las estrellas sus pétalos de oro.

No sé cómo no han tapizado mi jardín”

Omar Kayyam

 

En la noche estrellada una pequeña luz te invita desde el infinito. Es una pequeña luz estelar la que observa fijamente y sonríe; por tu parte, desde ese instante sabes que ella es “tu estrella personal” y es la que te servirá de guía. En esa luminosidad diminuta hay una brújula discreta ante la oscuridad más abismal que vacía los infinitos, una guía que nunca te falla ni abandona por más negrura y frío que amenace por doquier. Por más que los manuales de cosmología afirmen que han transcurrido siglos desde que surgió la luz en ese lejano astro, que aquí —en esta tierra y este instante— asoma en forma de una pequeña lucecita titilando. Tu ánimo romántico engancha con esa lejana luz y la adoptas como amuleto personal, la ubicas en el diseño de una constelación, digamos que es la central del Cinturón de Orión, y algún día descubres que posee un nombre: Alnilam[1] (Épsilon Orionis). Revisas nueva información donde su distancia marca la enormidad de 1340 años luz, es decir, que esa luz emanó en el año terrestre de 682 d.C. Su existencia es tan lejana y, a despecho de tal distancia, la adoptas como un fetiche íntimo, ese pequeño brillo escoltado entre sus iguales.    

En tu mente queda enlazado un vínculo con la estrella Alnilam del Cinturón de Orión, mientras tanto el espacio es abismal, el tiempo inalcanzable y no hay medio real para alcanzarla. Los tres viejos amigos del materialismo —espacio, tiempo y materia— se dan la mano para explicarte que entre esa lejana estrella y tú no hay afinidad posible, que esa imagen que guardas en los recuerdos y atesoran en la fantasía resulta pueril. Comprenden mejor el cuento de Saint Exupéry, cuando el Principito añora su lejano asteroide.

Pasan los años y no desaparece esa estrella de tu mente. Cuando la primer cita romántica, en el discreto jardín, ahí tu futura pareja pregunta ¿cuál estrella es la tuya? Respondes sin dudar que es esa brillante en mitad de Orión. Pasan los años, cuando tus hijos disfrutan en un día de campo y la pregunta reaparece, vuelves a señalar la misma constelación. La más pequeña pregunta si ella encadenará su destino a una estrella. A los críos les respondes que sí, siempre que “sí”.

Después de tantos años y vueltas por el mundo, recuerdas ese día cuando descubriste una relación especial entre la estrella Alnilam y tú. La cadena no está rota porque sus eslabones no son de metal, ni existe pesado hierro para atar a las partes; tampoco hay un contrato ni condiciones para esa relación. Los extremos más lejanos se abrazan sin siquiera un gesto.

Es la última de tus noches, escuchas la grabación de un poema de Omar Khayyam, el bardo de los cielos sobre el inmenso desierto. Las arenas parecen estrellas y los luceros briznas del yermo terrestre. Sientes un tirón en tu alma, que es suave y firme. Con dificultad levantas la cabeza para observar tras la ventana. La Luna no está y la oscuridad inmensa deja brillar a miles de hermanas celestes. Vuelves a sentir ese tirón en el pecho y sabes que, por fin, Alnilam te devuelve los discretos saludos y ensoñaciones solitarias; confirmas que la cadena al infinito estrellado sigue unida, es inquebrantable mientras desciende tu último aliento.

 

NOTAS:



[1] El nombre “Alnilam” proviene del árabe, significando fila de perlas. Para la tradición cristiana, el Cinturón de Orión se identificó con los Tres Reyes Magos o con Tres Marías. También existe una interpretación famosa del parecido entre estas tres estrellas con las Pirámides de Keops.

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