Por Carlos Valdés Martín
Con convicción el astrólogo afirma que lo más lejano también es lo más cercano, lo cual provoca extrañeza, porque las estrellas del firmamento parecen más lejano posible. Quizá también la oscuridad estelar posea una tiniebla distante, aunque única y exclusivamente a las estrellas tintineantes, las miramos con suspiros y hasta con el afán de alcanzarlas. Cuando miramos las estrellas destacando en el manto de la noche oscura, sentimos que nos llaman y evocan lo inalcanzable.
El afanoso mirar esconde el anhelo de alcanzar de cualquier manera. El objeto capturado por el ojo paciente y admirado, ya descubre una cercanía, y si ni la montaña ni la estrella vienen a nosotros, son nuestras aspiraciones las que viajan hacia los confines. Y los antiguos astrólogos (o astrónomos, pues fueron los mismos personajes en ese tiempo), elevaron sus mentes hasta los confines más alejados. Precisamente, durante los altos vuelos de su mente, en los instantes más aéreos de su viaje, descubrieron un sorprendente y estrecho parentesco entre los humanos y las estrellas. Convencidos de ese parentesco cercano, al carecer de pruebas soñaron con mitos.
Los astrólogos vieron que los puntos luminosos cobraban forma, cuando mantenían proximidades invariables, y sobre esas figuras encontraron cuerpos de gigantes habitando esa alfombra negra de la noche. Sobre la alfombra de la oscuridad hubo toros y dragones, balanzas y carretas, osos y peces, y muchos más portentos que ellos supieron nombrar para dotarlos de más vida. En distintas regiones del planeta, a esas figuras las interpretaron con formas diferentes, así para unos formaban osos, para otros dibujaban carretas en lo que ahora llamamos conjunto Polar o de las Osas. A esas figuraciones celestes se les definió como constelaciones. En las piedras dibujaron a cada un grupo integrado con luceros y los sabios babilonios ya las referían divididas en doce partes iguales del firmamento.
En esas figuras de animales y objetos maravillosos, los guardianes de las noches encontraron una especie de zoológico del cielo, esa procesión de animales fantásticos y divinos recibió el nombre de zodiaco. En esos animales inmutables y celestes los magos astrónomos percibieron un parentesco con todos los humanos.
Mediante las estrellas esas narraciones nos hablaban de las anécdotas de sus dioses, y a veces los efluvios celestes los creían bajando, en emanaciones misteriosas hasta la tierra. Los astrólogos a estas constelaciones les vieron una familiaridad estrecha con los seres humanos y no solamente con los dioses, de tal manera fueron estableciendo los lazos, entre el cielo y la tierra mediante el zodiaco. Debemos acotar que muchos pueblos antiguos estuvieron convencidos de otro parentesco efectivo entre los seres humanos y varios tipos de animales, a los que llamaron, por ejemplo, su tótem o su nagual[1].
Distancia de años luz
Deberíamos tomar en cuenta un atraso de la percepción visual. La luz visible dentro de nuestro planeta llega de manera prácticamente instantánea, pero más allá de nuestro planeta empieza a obrar un factor de tiempo. Ya desde nuestro Astro la luz tarda unos minutos en alcanzarnos, pero más lejos la escala es impresionante. En nuestro planeta el viaje de 300 mil kilómetros por segundo de la luz equivale a un desplazamiento instantáneo. Más lejos lo instantáneo desaparece y las estrellas más cercanas las vemos con años de atraso. Por lo mismo, de esos luceros no tenemos noticias, sino que recibimos historia pasada. De las regiones lejanas del universo los astrónomos estiman un atraso tan grande que supera la edad medida de las vidas, no sólo de nuestra persona, sino de todas las generaciones humanas sumadas. Mientras Alfa Centauri una de las estrellas más cercanas está ubicada a 4.24 años-luz de distancia, otras partes de nuestra propia galaxia, la porción central de la Vía Láctea mide más de 27,000 años luz y su extensión longitudinal se ha estimado en 300,000 años luz. Las galaxias resultan estar a distancias asombrosamente lejanas; inclusive, la cercana nebulosa de Andrómeda se estima a medio millón de años luz, y eso que es la vecina más cercana. Esto implica que la luz observable de Andrómeda se emitió hace medio millón de años, entonces la imagen que hoy obtenemos de esa porción del cosmos encierra un atraso más allá de cualquier referente cotidiano. Por si fuera poco, el universo está en expansión, cercana a la velocidad de la luz, por lo que nos alejamos inconteniblemente de los más lejanos puntos luminosos, lo cuales nos aparecen tan fijos.
Esto no nos deber llevar a la perplejidad, sino a la mesura. ¿Es posible tener alguna relación de influjo con objetos tan remotos? Claro que la astrología afirma positivamente, y su pariente astronómico, se reserva con cualquier cantidad de dudas. Ciertamente los planetas, estrellas y galaxias son masas enormes del campo físico, pero están tan lejanas que parecen no afectar nada. Todavía la Luna ejerce la atracción sobre las mareas y otros líquidos; y el Sol genera los flujos de luz y calor, junto con otras partículas, que dan vida a nuestro planeta. Sin embargo, fuera esos efluvios estelares completamente medibles, los astrofísicos estarán escépticos del influjo posible de distantes galaxias colocadas sobre la constelación del Cangrejo o de cualquier otra. Ni siquiera aceptarán un influjo notable de los demás planetas del Sistema Solar, aunque su distancia en tiempo luz sigue siendo mesurable en segundos y minutos.
Polvo de estrellas y elementos pesados
Siempre se revela afinidad entre la fuente progenitora y los hijos. Esta afinidad aparece en las especies biológicas a cada momento, y la reconocemos por la experiencia de los hijos propios. Es fácil de entender este parentesco entre los seres vivos, sin embargo, la relación parental con materiales inanimados no la comprendemos con claridad.
Con las estrellas escondemos un parentesco único, que los físicos tardaron siglos en resolver[2]. Mediante la astrofísica, se concluyó que los elementos materiales pesados de la tabla periódica de elementos, la materia prima de los planetas, se fusionó dentro de soles distantes. Estos astros son hornos atómicos, que transforman el hidrógeno y helio, abundantes en el universo, para forjar elementos pesados e indispensables, como el carbono, oxígeno o hierro. Estos elementos pesados son generados directamente por las reacciones físicas dentro de las estrellas, que comprimen núcleos atómicos y emana el residuo de nuevos elementos químicos. Esta es una obra maravillosa de laboratorio natural, dentro del horno de los soles. Mientras el hidrógeno existe muy abundantemente en los espacios estelares, las materias que forman nuestro cuerpo y la vida son escasas en el universo, y esta rareza se compensa con la obra de las estrellas. Los hornos solares dentro de los astros van creando, como efecto residual de su acción, los elementos pesados, que en la tierra nos resultan tan familiares, y forman nuestro cuerpo, nuestra alimentación y sustento.
Por ese lado, los seres vivos somos hijos de las estrellas, y la descendencia viene por parte de los elementos que integran nuestro cuerpo y lo reconstituyen mediante la alimentación. Los sobrantes de la actividad estelar se integran a los planetas, que luego son la fuente de los seres vivos. Así, que es una frase poética pero correcta científicamente el decir que estamos formados con polvo de estrellas[3]. Si albergamos un sentimiento de afinidad y de gratitud por ellas, al menos, hay esta sustentación: dentro de los grandes hornos atómicos de las estrellas fue donde se forjaron los elementos de cada cuerpo vivo que hoy conocemos.
Carnero de sacrificio (pasivo) y cabrón (activo) la doble cara de la animalidad
Para los seres vivos participar en la alimentación es su destino, entonces las tareas más trascendentes de los pueblos antiguos consistieron en entender y garantizar sus procesos. Los pueblos agricultores tuvieron que representar los procesos de siembra y cosecha, pero desde antes y también en paralelo, se integró el proceso de los pastores. Los emblemas de los pastores han sido los animales domesticados, principalmente, los que garantizaron alimentación continua. La domesticación no fue un proceso tan sencillo o trivial, como ahora lo estamos viendo. Los antecesores de los toros, denominados uros, fueron enormes y feroces, más grandes que el ganado bovino actual y de cuernos más largos[4]. Ciertamente, otros animales domésticos han sido emblemáticos, pero conviene detenernos en el paso cultural del toro al carnero.
El toro representa la fuerza del mundo natural, ya que este animal manifiesta potencia para mover su gran peso en carreras amenazantes, cuando embiste hasta la dura tierra tiembla bajo sus pies. Esa potencia también la recibimos como fuente vacuna de alimentación mediante la leche y carne, productos que para algunos pueblos han sido toda la sustentación de su dieta.
El carnero evoca la fuerza del ambiente natural, pero en otro sentido. El aspecto de fuerza también importa, pero ya no es tanto la física pura, sino que ahora está en juego la capacidad procreadora. Mientras el toro está asociado con la potencia del músculo, el carnero está asociado con la potencia de reproducción sexual. Los carneros, pues, se han empleado recurrentemente como emblemas de reproducción y, en el rebaño o género femenino como ovejas son emblemáticos de docilidad.
Una de las características más notables del carnero es su utilización en los rituales del sacrificio, pues estos animales se consideraron ideales para tales eventos litúrgicos. Durante el sacrificio los animales son la entrega pasiva, que con su muerte se vuelven ofrenda, estableciendo el puente entre el mundo vivo y el reino más allá de la muerte. Como ofrenda, entonces, el carnero esboza una criatura divina. Sin embargo, su otra cara también es harto conocida, y se ha utilizado a este animal como el vehículo de manifestación de lo diabólico. Esta manifestación evoca las potencias sexuales de este animal, , dentro del cual los cuernos juegan un papel tan importante. En el otro polo, su representación como oveja de género femenino o como rebaño, se enfatiza su aspecto dócil y hasta se vuelve una representación de la divinidad, asociada a Cristo mismo.
Los cuernos, esa doble excreción sobre la cabeza, causan un impacto a la simple vista, que nos remite a la otra cara de la naturaleza. Mientras el rostro siempre resulta atractivo, al agregarle cuernos o grandes colmillos nos llena de espanto. Los cuernos desconciertan y espantan, como indicando que, en la posición más elevada, en la cabeza ha subido la dureza de la materia y se ha coronado. El mundo material convertido en cuernos es motivo de asombro desde nuestra parte inconsciente, que al golpe de vista manda una señal. El territorio bajo la dureza del hueso, tan necesaria sin duda, ha salido de su campo de necesidad y se ha convertido en la corona de una transformación. La dureza y la rudeza de la naturaleza convertida en culminación, ese mensaje nos lo dan los cuernos con un golpe de vista. El cuerno es material duro y. por su diseño, también se convierte en arma, entonces revela a la naturaleza violenta colocada en el sitio más alto del cuerpo. De esta forma el carnero representa a la naturaleza en su figura violenta y exuberante, por lo mismo el sacrificio está destinado a controlar esa naturaleza que se subleva desde nuestro inconsciente.
Ciertamente en este simbolismo el toro comparte muchas de las cualidades, pero esto no lo convierte en un eje del concepto del sacrificio, quizá por razones prácticas, ya que el ganado vacuno resulta extremadamente importante en la alimentación de los pueblos. De cualquier forma, se establece una diferencia, lo cual también está representado en el zodiaco, donde el toro es un elemento terrestre (las tierras cultivadas) y el carnero simboliza un elemento de fuego (la generación.)
Volviendo con la naturaleza dominada, para el ser humano el primer nivel de la naturaleza es su propio cuerpo, y de su propio cuerpo la parte más conflictiva, a lo largo de la historia, yace en su sexualidad. El control de la sexualidad y las formas adecuadas a su expresión son los temas esenciales de la formación de la cultura, cuando asumimos ciertas las tesis del psicoanálisis[5]. Entonces el tema del carnero representa el control de los impulsos sexuales, y más en general, todo el dominio de la naturaleza, en sus vertientes indómitas. Entonces el animal sacrificable, un carnero, es la encarnación de la primitiva cultura, y su simbolismo continua hasta nuestros días.
Leyenda de Ram
Dentro del ciclo legendario de los antiguos pueblos arios o escitas, cuando se desplazaron probablemente desde el actual Irán hacia el norte de la India, su gran profeta es llamado Ram. Este personaje es un civilizador, quien convence a su pueblo para superar las prácticas bárbaras de los sacrificios humanos y de un rudo politeísmo, para elevarse hacia una nueva religión y una misión civilizadora. El legado de este personaje ha sido interpretado como uno de los primeros grandes iniciados que recuerda la humanidad[6]. Este Ram adopta como símbolo el carnero sacrificable para sustituir al fiero toro, el cual constituía el símbolo previo de su propio pueblo. Además, con este nuevo símbolo está invitando a dominar la naturaleza violenta y ha establecer una relación más pacífica entre su pueblo, proponiendo que solamente el carnero se sacrificara en los altares, abandonando el cruel ritual de los sacrificios humanos.
Esta historia legendaria nos trae el recuerdo del abandono del signo del toro y la llegada del signo de Aries. De otra manera, lo mismo se relata en otras leyendas, como la derrota del minotauro, mitad humano y mitad toro.
Sin duda, en esta etapa el legado de Ram muestra el lado caritativo del carnero, que trae la disposición al sacrificio, aunque brinda un nuevo sentido. Aquello sacrificado en el carnero simboliza una parte humana descontrolada, y que ofrecía excesos de violencia y de sexualidad. La violencia debía contenerse en estrechos límites de honorabilidad y el sexo se tenía que inscribir en el círculo del matrimonio y de las relaciones familiares. Entonces este signo implica algunas modificaciones prácticas y culturales, que los diferentes pueblos del orbe han vivido a su propio ritmo. Recuerda el final del matriarcado y la reordenación en líneas de descendencia masculina, también recuerda el ocaso de la poligamia y la entrada en formas matrimoniales de una sola pareja (aunque todavía no indisolubles)[7]. En ambos casos es una reordenación de la vida sexual de los pueblos y la redefinición de los lazos de parentesco. Finalmente, indica el establecimiento de leyes dentro de los pueblos, que ratificaban un sentido interno de justicia y de pacificación interior. Esto implica, que las relaciones de las poblaciones se volvieron más pacíficas, regidas por leyes más explícitas, y la violencia se trasladó hacia las relaciones con los vecinos mediante guerras periódicas.
Todos estos procesos acompañaron la transformación de pueblos de pastores a la instalación de pueblos de agricultores, y, con grandes ciudades integrando al entorno rural en una economía próspera. Si bien, el toro y el carnero, ambos son símbolos de pueblos ganaderos, sabemos que la agricultura no excluyó a la ganadería, pero sí fue desplazándola como el eje de las economías naturales. Ciertamente, todavía convendría hablar de los nuevos signos que vienen con la agricultura, como los símbolos de la muerte y resurrección de la espiga y la unidad del vino con la sangre, aunque eso ya cuenta otra historia.
[1] Levi-Strauss, El pensamiento salvaje.
[2] Sagan, Cosmos.
[3] La frase "polvo de estrellas" (stardust) es un concepto científico-poético del siglo XX, popularizado por Carl Sagan.
[4] En La guerra de las Galias se dan referencias a estos animales. Su extinción quedó asentada en el año 1627. La variedad de bovinos más parecido al uro son los toros de lidia.
[5] La psicología de Freud y algunos otros, dan una enorme importancia a la expresión y modificación de influjos inconscientes de naturaleza sexual, que conformar la conciencia y las culturas. Por ejemplo, Más allá del principio del placer y Psicopatología de la vida cotidiana.
[6] SCHUORE, Eduard, Los grandes iniciados.
[7] Reich, La irrupción de la moral sexual.
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