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domingo, 2 de octubre de 2011

LA IMAGOLOGÍA: PODERES TRAS EL PODER



Por Carlos Valdés Martín





Una fuerte luz se proyectaba sobre la silueta de un ángel dibujado y un niño la miraba fijamente, aunque ya estaba intranquilo y queriendo salir al patio, mientras un sacristán le repetía con insistencia: “mantén la vista fija en el centro, no muevas la cara ni pestañees tanto”. El niño protestó para que lo dejara ya salir a jugar, hasta que el sacristán cedió, con la condición de que mirara hacia una pared blanca en el lado opuesto del salón para que apareciera un “milagro”. Al ver la pared el infante quedó sorprendido, pues surgió la silueta del ángel, como en un negativo flotando por los aires y dijo en voz baja: “caramba, esto es increíble”. El sacristán le vendió el evento natural de impresión sobre la retina como si fuera un milagro y entonces le permitió salir al patio; sonriendo en su interior por su ardid para adoctrinar al pequeño. Así, funciona la imagen social: convertida en estrategia de interiores, permanece con las personas más allá de lo previsto. ¿Cuánta fuerza adquiere el lado superficial de las cosas? ¿Las imágenes sin importar sean verdaderas o falsas dominan a la mente o tenemos la capacidad para librarnos de falsas impresiones? La noción de imagología ofrece una posible respuesta.

El término de imagología lo recrea Milán Kundera[1] para sugerirnos un dominio moderno de la superficialidad en su amplia extensión. Esa imagología señala hacia una técnica casi científica de las agencias de publicidad, la cual impone los criterios de imagen para las personas. La denuncia, ya casi clásica, sobre el dominio de la enajenación como relaciones superficiales se rescata, ahora con el agregado de un tinte irónico[2].

Pareciera que se despliega un saber parcial y confinado al área de la publicidad, pero esa impresión es engañosa, ya que los medios de comunicación dependen de la publicidad, pues de ahí sale su financiamiento y parte de su materia prima. Los comerciales, los "spots" y los patrocinadores de la empresa de comunicación y periodística pasan por el filtro de la publicidad. Entonces el sistema mediático enorme (que abarca diarios, revistas, radio, televisión, Internet, con sus medios de imprentas, telefónicos, etc.) depende de la publicidad y sus instituciones: las agencias.

Si señalamos hacia la cúpula de las decisiones nos encontramos que, en enorme medida, los políticos actuales dependen de los medios de comunicación privados y de la imagen que surge en esos medios. La actuación de los grupos mediáticos empuja a los políticos hacia arriba pero también al precipicio. Recordemos el famoso escándalo de Watergate cuando el conflicto con la prensa del presidente más poderoso del mundo, Richard Nixon, lo llevó a su caída[3]. Si nos alejamos en el tiempo, hacia los inicios del siglo XIX ya Carlyle observaba un cuarto poder robusto e influyente en Inglaterra[4].

Si las naciones dependen de los políticos, los políticos dependen de los periodistas (en el amplio sentido de comunicadores) y éstos dependen de las agencias de publicidad, entonces los imagólogos detentan un poder descomunal[5]. Representan la potencia más superficial, porque arrastra la fuerza de la apariencia, la presentación, la primera vista, la imagen. El problema no es que la apariencia exista (pues jamás desaparecerá, ni en la República de los filósofos) sino que ejerce un yugo sobre los demás niveles, y para eso acontece un proceso de simplificación creciente. La ideología se suponía que alcanzaría a establecer un sistema de ideas, una visión del mundo de acuerdo a una posición social o en base a principios. Con la imagología la ideología se simplifica y unas pocas emociones-ideas sustituyen a los sistemas de pensamiento y reemplazan a la ideología. La fragilidad de unas pocas ideas atadas resulta una ventaja (operativa, utilitaria) porque entonces se pueden crear y recrear, de tal modo que se venden alternativamente los números ganadores y perdedores en la ruleta de las apariencias. Lo cual recuerda a las recientes mercaderías ideológicas, sobre la posmodernidad que pronto pasarán al olvido, como son "el fin de la historia" y "el simulacro de la realidad"[6].

La unidad imagológica

Bajo el rubro imagología se unen en un abrazo fraternal los líderes políticos con el diseño industrial, la empresa de comunicación, las modas de verano, la mercadotecnia y las estrellas del cinematógrafo. Esta unidad de amplio espectro no es casual, sino que define el abrazo de la variedad dentro del mundo de la mercancía.

La imagología es un término de denuncia, para evidenciar la superficialidad de la formación de la opinión del hombre moderno. Por ejemplo, el periodismo emite noticias sobre los líderes políticos, las cuales nos informan sobre lo que ellos dicen y muestran su imagen. No está plasmada la acción real del político sino que se refleja únicamente una opinión de la cual exclusivamente se percibe una frase o un titular, la idea política en su estructura (el fondo de las acciones, la estructura de los horizontes) se ha reducido a la declaración consumible. El consumidor de la noticia sólo capta una frágil silueta del político, donde una frase afortunada eleva y un mal chiste hunde al líder. El periodismo genera la imagen del político ante el hombre común, pero el prisma que éste ofrece pasa por los valores de la imagología. Resulta, por ejemplo, que se vuelve importante que un político demuestre una excelente salud atlética, para dar una impresión (psicológica, inconsciente) de fortaleza de sus políticas. Bajo un examen racional el excelente vigor atlético no tiene ningún vínculo con la capacidad política, pero se vende una asociación irracional entre el vigor personal y el "vigor" de una actuación del estadista por la "energía" de sus acciones. Entonces la noticia del día puede ser que el señor Clinton se fracturó un pié y no trotará más durante tres meses. La verdad (o el evento en su detalle) ha dejado de importar para el consumidor moderno de noticias, porque no le concierne, simplemente no le interesará la verdad sino la "aceptación" de una imagen, en este caso, la imagen presidencial asociada al vigor. La verdad como profundidad se ha desvanecido y sale a flote una papilla sin sabor, que fluye con la llamada "información". La relación informativa (fluyendo sin parar) es similar al modo de mirar la televisión, disfrutando pasivamente de las imágenes y el sonido, pero sin un vínculo activo entre el espectador y el acontecimiento, así ignorando el mecanismo de la acción. El consumo pasivo de un flujo de información, dominado por las apariencias superficiales es otra cara del "salvaje moderno" de Ortega[7].

El problema es mayor pues, a su vez, el político recibe continuas presiones para manejar su imagen, dedicándose excesivamente a su relación con el área mediática, de tal modo su carrera pende de un delgado hilo: su relación con los de medios de comunicación. Una excelente carrera de servicio político resbala con la cáscara de plátano de una declaración contraria a los principios de la imagología.

Entonces el círculo se cierra y crece la posibilidad (incluso virtualidad) de un poder tras el trono: las complicidades de la apariencia. Si suponemos, como la hace literariamente Kundera, que existen realmente unos señores imagólogos que manejan voluntariamente la aceptación social de la apariencia, entonces atrapamos el final del hilo rojo. Una residencia del poder estaría en el conclave de los imagólogos, como la élite de los asesores de las agencias de publicidad, y ellos a su vez atados al mecanismo del éxito comercial.

El carisma

El punto más inquietante del argumento del dominio de la superficialidad está en la exigencia de imagen del político. Resulta que el triunfador de la política, eventualmente el presidente de cada país no será el dirigente más capaz o preclaro, sino quien mejor se someta a las leyes (casi naturales, casi objetivas) de la imagen y las utilice en su favor: el más consumado manipulador de apariencias. En cierto sentido, el problema ya se insinuaba desde la formación de la polis, y toma su salto cualitativo con la publicación de El príncipe, pues con esa apología del poder por el poder mismo queda marginado el problema de la moral pública y entonces se abre el camino a la apariencia pura. Desde nuestro presente, Nicolás Maquiavelo nos parece un escritor completamente realista y sincero, cuyo nombre su usó como sinónimo de la manipulación política. En la medida en que el poder es el fin en sí mismo, entonces el medio adecuado puede quedarse como figura reinante, porque si creemos (o demostramos) que la imagología resulta el mejor medio y quizá el único para “apoderarse”, entonces triunfaría. El medio, si se convierte en medio universal, acaba sometiendo y transformando la finalidad; entonces el triunfo del líder dependerá del imagólogo, y se establece un nuevo reinado aristocrático en mitad de un sistema democrático.

Este asunto se presenta como potencial peligro social, porque el triunfo político viene a depender de razones baladíes y huecas. En su momento se estimó que el gran ascenso de Felipe González en la España postfranquista se debió a que él era el candidato guapo y entonces el voto femenino lo catapultó a la cabeza del proceso de transición democrática. Claro, el mismo caso nos obliga a pensar que el éxito no depende del rostro sino de un carisma, unidad del rostro con la transmisión de un mensaje personal.
Pero el "carisma" moderno tendría un sentido distinto al expresado durante los siglos anteriores. Recordemos que para el sistema dinástico la "majestad" del rey era crucial, su carisma se apreciaba en términos imbuidos de magia y religión, pues a los reyes se les atribuía poderes mágicos, como la cura por imposición de manos y eso era un factor importante. O bien, el "carisma" medieval podía ligarse a las dotes directamente guerreras, como conductor de enfrentamientos militares, lo cual los llevaba a participar, incluso, en torneos de caballería, como en la famosa anécdota de Enrique II de Francia que muere tras un accidente durante su acción en un torneo.

El "carisma" del político moderno se modula mediante las leyes de la imaginación televisiva y sus variaciones (publicitarias, de redes sociales, etc.) Predomina una impresión a través del rostro, donde las facciones de la cara sugieren sus cualidades morales y de personalidad. A esto se une el efecto discursivo, respecto del cual predominan los chispazos de sapiencia o ingenio, donde importan las frases cortas y las pequeñas ideas que se convierten en "declaraciones" que los noticieros repiten hasta el cansancio. Esa forma de carisma no requiere de una verdadera capacidad oratoria, pero el atractivo invento de los "debates televisivos" podría revitalizar la importancia de las dotes de oratoria dentro del carisma. Mediante la retórica y los torneos de oratoria entre los líderes de opinión las virtudes de la elocuencia habían sido importantes durante la antigüedad grecolatina, el nacimiento de las repúblicas burguesas y hasta mediados de este siglo XX. Ahora con los debates de candidatos existe un espacio para que resurja la elocuencia y la retórica como claves de triunfo[8].

La inquietud sobre el manejo del "carisma", sin duda, nos enlaza directo con la historia negra del ascenso de Hitler. Diversos autores han subrayado la capacidad de los nazis para manejar las emociones de las masas alemanas, de tal modo que alrededor del "führer" montaban imponentes espectáculos para proyectar el carisma del líder sobre los alemanes. Este líder manipulaba adecuadamente una serie de apariencias por medio de las vistosas marchas y los cánticos; ofreciendo un espectáculo de fuerza que subyugara el lado femenino de las masas y lo emocionara en torno a sus insanas pretensiones. 

Evidentemente, la política de masas de los nazis no trataba de ofrecer las mejores soluciones, pues no eran más inteligentes ni mejor intencionados que sus rivales. Les bastaba con emocionar a las masas alemanas, y dentro de ese juego recurrir a los símbolos, al espectáculo y la imaginación. Estaban obligados a recurrir a dosis mucho mayores de demagogia que otros partidos, pero podían, dentro de tal margen, seguir manejando su apariencia. Ahí, está el lado oscuro de una visión descarnada de la eficiencia sobre la imagen exterior: el fascismo operó en la apariencia, pues en la superficialidad del espectáculo cualquier ideología resulta digerible. Debajo de la piel del espectáculo político surgen las cuestiones esenciales, así la simple retórica utilizada resulta como una pistola en manos de un infante. Las ideas erróneas abajo del nivel superficial se desenmascaran con la uso preciso de la razón, que nos revela si existe profundidad en las propuestas políticas o son absurdas.

La desconfianza y el desgaste político

Ahora bien, los argumentos anteriores nos dejan a la puerta de las teorías de la conspiración o complot, bajo las cuales un puñado de potentados mal intencionados y con recursos casi infinitos, controlan a la sociedad desde la sombra. Las teorías de la conspiración reflejan más tendencias literarias y psicológicas que la estructura profunda de la sociedad, sin embargo encajan con un estado de ánimo del ciudadano medio, bastante harto de los poderosos y atemorizado por los grandes cambios económicos, políticos, sociales, culturales y legales a los cuales prefiere colocarles un rostro oculto, que a nivel emotivo siente mejor que imaginarse ningún rostro. La repentina popularidad y desaparición de las curiosas teorías de conspiración señalan un estado de ánimo de amplios sectores sociales, perjudicados y molestos con la actuación del poder del Estado.

Por su lado, los políticos están presionados para quedar bien con su electorado y luchan por adquirir una mejor imagen, mientras a contracorriente el gran enojo fluye entre la población. Los “malos” en cualquier conversación cotidiana resultan ser los políticos corruptos, y el público está propenso a aceptar los rumores más negros sobre sus actuaciones. Las denuncias de corrupción y escándalos privados confirman cada día ese ánimo contra el dirigente y el funcionario. Y para contrarrestar su mala fama y los focos rojos de las encuestas, los políticos y sus organizaciones están obligados a invertir enormes sumas en mensajes publicitarios para rescatar su imagen. Entonces los líderes deben acudir a los más diversos imagólogos, quienes con su actuación eficiente o mediana, confirman (sin querer) una sensación popular de manipulación masiva, que desconfía del poder y sus mecanismos. De por sí, una sociedad de masas hace dificilísima la proximidad entre el líder político y la población, y el medio que debería ser el punte para su reconciliación, se convierte otro engranaje de la desconfianza generalizada, pues junto con el desprestigio de los gobernantes también las grandes cadenas de medios sufren una erosión de credibilidad. La suma de estos factores implica que la manipulación masiva no resulta una tarea fácil y quizá la misma superficialidad de las empresas y campañas para mejora de imagen contribuye a perpetuar ese descrédito de los círculos de poder. Además de la desconfianza está el factor de la heterogeneidad social y la variedad de aspiraciones y perspectivas, ya que una sociedad más heterogénea parece emerger de la fase postindustrial del siglo XXI. La tarea de reconstituir el liderazgo y pasar de la simple (e incluso la muy sana) desconfianza hacia la manipulación de los medios hasta lograr una mejoría en la comunicación social (entre el líder y el ciudadano medio) resulta difícil pero no existe ninguna imposibilidad, incluso los medios técnicos ofrecen nuevas y variadas herramientas.

En buena medida, quizá el remedio consista en superar el nivel superficial, para que los líderes se ocupen menos de la imagen superflua y se ocupen más del fondo. El abismo entre los grupos sociales de ingresos millonarios y los miserables dan lugar a una hostilidad y desconfianza general, entonces una política que cierre brechas entre los grupos sociales tendrá un nivel de credibilidad superior y encontrará los medios adecuados para difundir una apariencia más confiable. Los políticos que perpetúen el abismo social podrán seguir gastando carretadas de dinero para mejorar su imagen y al final de los ciclos su memoria será detestada por el recuerdo de su pueblo. Los políticos que se encierren en una torre de oro y sigan dilapidando el dinero del erario para comprar más campañas de publicidad terminarán recibiendo lo que han sembrado: carretadas de falsas imágines. Recordemos que el peor enemigo del poderoso no es quien le critica abiertamente sino quien lo halaga con hipocresía, haciéndole creer que sus errores son aciertos, y esto mismo define el riesgo del gasto en imagólogos de mala calidad. Al final de cuantas, las campañas de imagen que no estén respaldadas por el sustento de hechos y acciones a favor de las mayorías, terminarán cayendo como castillos de naipes.

La inercia

El discurso de la superficialidad posee su propia inercia, y una vez que es impulsado pareciera que ya nada lo detendrá. Dicen que en “comer y rascar” todo consiste en empezar, y el dicho aplica a temas de comunicación, pues una vez empezada una discusión, luego resulta difícil detenerla. Desde hace décadas los círculos del poder internacionales se alimentan de imágenes superficiales y creen que sus electores se contentan con la comida chatarra de la “mercadotecnia política”. Con esta retroalimentación entre élites de poder y aparato mediático mediante la imagen superficial, sucede un fenómeno parecido a la comida chatarra, pues pareciera que sí hay un resultado rápido con las grandes campañas de publicidad para “posicionar” a los líderes y ganar votos de los electores. Sin embargo, ese engordar de un metabolismo político (adquirir votos fáciles) en el mediano plazo se paga caro, pues los electores se fastidian de que los gobiernen líderes sin sustancia. Pareciera que los electores no siempre se dan cuenta, pero se mantienen hambrientos, y el mismo nivel general de desconfianza entre votantes y representantes indica que el metabolismo político sufre de anemia.

Y la existencia de una inercia por la compra de recursos mediáticos para mejorar la imagen de los líderes del país, no descarta que muchos políticos intentes generar un producto mejor y responder con un contenido de propuestas. ¿Algunos lo logran? En los países con más riqueza y de democracias más añejas pareciera que el mecanismo marcha casi correctamente, aunque también el sistema social pareciera ofrecer mejores condiciones a los ciudadanos, por tanto el tema de la superficialidad cobra una dimensión secundaria. En cambio, el arribo a posiciones de mando por los políticos de izquierda alternativa en América Latina pareciera indicar que la imagen mediática se desgasta rápido y que la imagología no resuelve el problema del gobernar. Los momentos de crisis parecerían romper cualquier inercia, pero también algunas fórmulas o variaciones de actividad política rompen ese esquema de la inercia.

Algunas regulaciones legales para restringir la compra de publicidad política o definir cuotas de mensajes van en el sentido de reducir esta inercia de imagología del poder. Las corrientes políticas y de opinión pública pareciera que todavía no toman suficiente en cuenta la importancia de reducir esta inercia de la imagología en la política. Reducir el predominio de la imagen a su justa medida pareciera una tarea más de filósofos que de grupos de poder, sin embargo, resulta significativa para el avance de los sistemas democráticos.


NOTAS:


[1] KUNDERA, Milán, La inmortalidad y La insoportable levedad del ser. Novelas de un corte filosófico, la segundo centrada en las implicaciones existenciales de los individuos, confrontadas contra la densidad del estalinismo en Checoslovaquia.
[2] MÉSZAROS, István, La teoría de la enajenación en Marx, Ed. Era; GORZ, André, Historia y  enajenación.
[3] Un evento desconcertante porque revelaba sobremanera el poder de la "sociedad civil" norteamericana y la capacidad de un principio "moral" para deponer a un presidente. Entonces el sentido ético jugaría un papel importante en la auto-regulación de la democracia burguesa, lo cual habla a favor de ella, por lo mismo no me llamó la atención ese escándalo: tenía una información discordante con mi marco de referencia.
[4] CARLYLE, Thomas, Los héroes.
[5] Y las agencia de publicidad y los mass-media dependen de las grandes empresas comerciales, lo cual genera un paso siguiente, pero ya le daría al tema un aire demasiado marxista, de las cadenas de oro con que el gran capital controla a la distancia el Poder. Pero aquí nos quedamos en la fase ideológico-comunicativa propuesta por un literato. Cf. Marx, Karl, El 18 brumario de Luis Bonaparte y La guerra civil en Francia.
[6] FUKUYAMA, Francis y BAUDRILLARD, Jean.
[7] El síndrome del "señorito satisfecho" lo describe como la situación de quien recibe los frutos de una compleja civilización ignorando completamente el penoso esfuerzo global que condujo hasta la conquista de tales resultados. El tema tiene mucho trasfondo aunque Ortega y Gasset exagera la nota en un sentido elitista, en especial con La rebelión de las masas.
[8] El nacimiento y auge del debate televisivo merece comentarios y estudios exhaustivos de los politólogos. Aunque los debates ocurran esporádicamente, como grano de sal, basta considerar que en las elecciones de Estados Unidos lo que inclinó la balanza a favor de Bill Clinton fue un debate televisivo. Desde entonces los aspirantes a políticos deben tener presente ese factor como parte integral de sus estrategias. 

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