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domingo, 23 de octubre de 2011

LA CANICA Y LAS CONVICCIONES SOBRE LA MATERIA MÍNIMA






Por Carlos Valdés Martín








LA CANICA Y LAS CONVICCIONES SOBRE LA MATERIA MÍNIMA

Por Carlos Valdés Martín

La solidez y dureza de la canica y el instinto materialista en la infancia
La convicción sobre la materia dura y firme existe pero desconocemos su origen de manera precisa. Esta noción de la dureza material resulta muy cuestionada por la microfísica cuando nos explica que el espacio está casi vacío, pues lo que parecen cosas materiales y duras son campos de fuerza con los que choca nuestro cuerpo, que es otro campo de fuerza. Sin embargo, así como unos entes (force fields) nos parecen objetividades duras otros (tan reales como la más dura roca) nos traspasan de manera imperceptible tales como radiaciones, neutrinos, ondas, campos gravitatorios y magnéticos. Pero la noción de la solidez material existe y nos preguntamos ¿ha sido implantada como un modelo yaciendo en el cerebro o adquirida por una experiencia? Según sea planteada esta pregunta luego su respuesta se dirige en cierto sentido y —conforme al marco de ideas preconcebidas que se tenga— entonces la respuesta se armará y hasta parecerá evidente. De hecho, la solidez de la noción de material (la materialidad del mundo) depende de la convicción temprana y evidente que mantenemos sobre lo que es “material”. Bachelard ha explicado con elocuencia que existe una “imaginación material” tan importante para percibir la realidad cotidianamente como para disfrutarla estéticamente[1].
Si la dureza material nos parece tan natural es porque (además de acontecer en la fisis) se ha adquirido durante la temprana infancia. La canica es el juguete infantil que posee por excelencia una enorme capacidad para originar metáforas y modelos mentales, incluso proporciona una educación subconsciente que perdura[2]. Esa cualidad de la canica siendo útil para formar modelos mentales resulta llamativa y merece comentarios. La canica como juguete inocente y objeto ejemplar de aprendizaje es interesante. El uso popular de esos diminutos vidrios y mármoles ha decaído por el temor a los accidentes, su menor popularidad como juguete, no borra su anterior éxito ni presencia como imagen literaria y metáfora cotidiana.
La dureza de bolitas sólidas es un hecho contundente. Antes de fabricarse canicas, ya pequeñas piedras redondas de río han servido de modelo y se siguen utilizando en zonas rurales. Como en el caso del fuego, sólo se necesitó copiar a la naturaleza y no se requirió demasiada inventiva, por eso los arqueólogos encuentran esas mismas esferitas datando desde hace miles de años.

Además, la dureza de las bolitas ofrece una paradoja a la imaginación: ¿al empequeñecer algo se vuelve tanto o más duro que lo grande? La pregunta es pueril, pero sigue en línea recta a la imaginación espontánea. Una segunda pregunta, más sutil y derivada de la anterior, ya no resulta tan inocente y encaminó el razonamiento científico ¿un objeto pequeñísimo puede ser tan duro que resulte imposible de partir? En el tenor de esta pregunta, así, cualquier bolita dura nos provoca la imaginación del átomo y esa añeja idea de una  materia indestructible. La noción de que la materia más pequeña sea indestructible, tan querida en viejos textos de física materialista, proviene de esta experiencia de las pequeñas cosas duras y resistentes, es decir, nace por la sugerencia de la canica. Digo sugerencia, porque a veces las canicas también se rompen, y además existe un primo hermano próximo que es la antigua bala metálica, una pequeña condensación de hierro que resultaba mortal; es decir, el parentesco mortal de la bala, genera fantasías sobre la dureza de lo mínimo.
¿Verdaderamente el átomo es indestructible? Su raíz etimológica (a-tomo) significa no partible y entonces indica que un a-tomo resistirá cualquier ataque sin dividirse[3]. Esta noción de la partícula mínima imposible de sajar resulta muy vigorosa, y hasta fue fermento para desarrollar la ciencia química. Pero el hecho de la unidad del átomo no se refiere a una estricta dureza, tal como la percibimos por nuestros sentidos en lo cotidiano. El átomo físico, de hecho es divisible, y tampoco podemos afirmar su dureza o su fuerza en un sentido cotidiano (que es colosal cuando intuimos el sentido de una “bomba atómica”), pues las reacciones de sus “choques” infinitesimales escapan a nuestra experiencia cotidiana. De cualquier manera, varias de las evocaciones del a-tomo están relacionadas con esa enorme fuerza de lo pequeño manifiesto en la idea de la semilla, que menciona el antiguo I-Ching entre las 64 opciones del universo[4].
También debemos mencionar, que el parentesco imaginario de la canica con el átomo no es estricto y ha caducado desde el punto de vista científico. Los textos actuales de microfísica cuántica dicen que el átomo y sus sub-partículas elementales no son bolitas duras, sino paquetes de energía, que existen vibrando y en algunos aspectos semejan un sólido, pero manifiestan comportamientos que ninguna “pequeña pelotita dura” tendría[5].

La miniaturización del mundo: las canicas como un microcosmos
Nuestra inteligencia posee la facultad de enfocarse a lo pequeño y luego descubrir sus relaciones con lo grande. El emblema de esta relación fue el microcosmos explicado desde los griegos antiguos[6]. Según Foucault el microcosmos pertenecía a una noción crucial para ordenar el sistema (episteme) renacentista de las semejanzas, herramienta-molde del pensamiento, para comprender con cercanía y orden global[7]. El microcosmos es una noción dual, que necesita juntar su parte enorme, la del macrocosmos para colocar las estrellas como referente del humano. 
El microcosmos ha resultado una noción milenaria útil para organizar, integrar y hasta explicar múltiples fenómenos, pero, en sentido estricto, es más una enorme metáfora que argumentación causal. Resulta más sorprendente su utilidad episódica que su falla en las aplicaciones, ya que microcosmos es explicación metafórica. La semejanza exterior entre una planta y un órgano humano ha servido de guía para remedios herbolarios durante milenios ¿Por qué ese uso milenario y continua aceptación? Responder esta pregunta de momento nos desviaría del objetivo.
Resulta productivo hacer una breve pausa de remanso estético, rescatando alguna conexión microcósmica. Además la divisa del Renacimiento fue “el hombre es la medida de todas las cosas”, que es otra manera de repetir macro-microcosmos. Ahora pasemos a la ya tan afamada imagen de Leonardo da Vinci del Hombre de Vitrubio, el arquitecto clásico de la Roma antigua. En esa imagen se logran inscribir las proporciones típicas del cuerpo humano dentro de un cuadrado y un círculo. Una intención de Vitrubio era utilizar la proporción del cuerpo como una regla para la arquitectura, de tal manera que se buscaba obtener su proporcionalidad matemática y aplicarla en la construcción. De hecho, también la construcción de catedrales medioevales empleó el cuerpo como una regla. En el emblema de Leonardo la geometría está simplificada a áreas perfectas, que además corresponde con un “problema geométrico” de conciliación desde los griegos, y es problema de encontrar una solución geométrica (sin trucos) para la construir un cuadrado con la mismo área de un círculo dado, también llamado la “cuadratura del círculo”[8].
Una vez aceptada la proeza estética de encerrar al cuerpo humano dentro de un círculo podemos imaginar su reducción y con la miniaturización del emblema del Hombre de Vitrubio se llega a una esfera pequeña, que posee el mismo perfil de la canica; es decir, abajo del microcosmos humano está la simple figura de la canica. Esto es una ficción, pero no arbitraria, tal cual nos lo indica adelante la mónada ideada por el filósofo Leibniz.

La escala de la miniatura: el dedo, la mano y la cabeza, y otras enseñanzas tempranas sobre dominio, inercia y acciones a distancia
La canica obtiene su tamaño ideal de la práctica determinada por la misma escala del cuerpo y su ambiente. La manipulación de canicas ideal proviene de la relación óptima entre la mano y sus dedos, con el “descubrimiento” del impulso con un dedo sobre una masa pequeña. Otros juegos provienen de la relación con la mano completa como el béisbol; la proporción con las dos manos como el básquetbol o con los pies para el fútbol. El concepto de que el hombre es medida de todas las cosas adquiere un sentido distinto con los juegos: más intenso e inmediato. Debemos señalar que el dedo representa la extensión final del cuerpo y su sentido de extremo sublime está perfectamente representado con la genialidad del Miguel Ángel en el centro de la Capilla Sixtina, pues indica el tránsito desde la materia minimizada hasta la sublimidad y viceversa, de tal modo que “debió de” ser un dedo por donde se recibiera la chispa vital, la conexión entre el órgano (el cuerpo organizado) con la chispa sublime. Y más allá del dedo real viene un objeto que se toca (receptivo, pasivo) o desprende (lanzado, impulsado, salido) del dedo, y es ahí donde la canica lanzada hábilmente por los dedos surte su efecto aleccionador. Para algunos antropólogos la piedra arrojada anuncia el amanecer del ser humano, marcando el primer paso del simio al homo sapiens con una herramienta primitiva; en ese sentido, la canica ofrece la misma operación en esencia: paso hacia el exterior por una extensión voladora. A diferencia de la burda piedra que el antropólogo imagina como alborada humana, la canica es un refinamiento de lanzar por lanzar (un evento lúdico) un objeto para demostrar su trayectoria y cómo la mente domina la operación de los dedos sobre la materia inerte.
La escala de la canica resulta perfecta para que los dedos experimenten cuanto deseen sobre la materia esférica hasta conquistar hábiles actos y predicciones sobre lo que sucede en las trayectorias, y claro que ese dominio de la mano sobre la canica siempre tropieza con alguna limitación. La falla no es defecto, pues su incertidumbre imprime emoción al juego, al mismo tiempo que el logro impregna de satisfacción al lance acertado.
La pedagogía nos indica que una enseñanza exitosa refuerza a la contigua, así la unión de aprendizajes concatenados resulta lo mejor. En el caso del juego de canicas, el aprendizaje del comportamiento sobre pequeñas bolitas, que nos muestran la eficacia de los dedos, el viaje con inercia, el manejo de velocidades y distancias de un pequeño cuerpo, el rebote de materias duras, la caída en un agujero pequeño y demás circunstancias se combinan en la gran impresión de realidad. De ese aprendizaje infantil resulta una convicción sobre la dureza mantenida hasta por esas pequeñas bolitas, de ahí proviene una convicción materialista, la cual es un acierto mientras no se extrapola a otros ámbitos, como lo ejemplifica la microfísica o la misma filosofía. En ese sentido, desde Demócrito y Epicuro hasta Marx y Russell cuando niños debieron ser aleccionados por las canicas.

De vidrio con colores como macrocosmos en miniatura
En la canica de vidrio cuajada de colorcitos, en México llamadas “ágatas”, se descubre una imagen directa del macrocosmos[9]. Cuando el ojo se pone a la mínima distancia posible sobre la superficie de esta canica sucede un efecto interesante. La naturaleza traslúcida que se observa a la distancia en esa posición se modifica. A esa distancia en lugar de funcionar esa “ágata” como un cristal transparente y con vetas de colores, presenta la apariencia de una bóveda surcada por nubes y estrellas, semejando una constelación lejana. Esta extraña modificación de las canicas vítreas por la proximidad depende de las propiedades de la luz reflejándose al interior de una esferita cristalina. La impresión inmediata que entrega esa visión es un macrocosmos reflejado en lo diminuto. Y ese reflejo opera a la manera de un telescopio de fantasía, que nos permite captar en un punto insignificante los contornos celestes y acercarlos a nuestra propia escala. En ese enfoque tan cercano suceden maravillosos efectos e —regalo de la pequeñez con un accidente— incluso fracturas ocasionales del cristal revelan la apariencia de galaxias y supernovas[10].

Parménides y el Ser mega-canica
El filósofo presocrático Parménides, en su famoso poema donde anuncia la separación radical entre el ser y el no-ser (luego llamado la Nada) ofrece una imagen geométrica del Ser. Ese tratamiento geométrico de un concepto filosófico en nuestros días parece extraño, pero en el contexto griego lució plausible. Aristóteles lo coloca entre los primeros verdaderos filósofos, cuando se empezaba a descubrir el rigor del pensamiento. La premisa de Parménides, se basa en la disyuntiva tajante de que “lo que es, es y lo que no es, no es”[11]; por tanto el Ser debe consistir en una plenitud positiva donde no existe ninguna fisura ni grieta perteneciente a lo que no es. En ese razonamiento, cualquier inexistencia pertenece a una ilusión y a la visión no filosófica. ¿Cuál es la relación de ese Ser de Parménides con la canica? De manera rápida afirmaremos que el Ser es la magnificación superlativa de la canica, su exaltación suprema, el Ser es la Gran Canica, elaborada por la proyección del punto mínimo. Esta relación resulta significativa, porque la pequeña e infantil convicción que nace desde la canica, reaparece vinculada a la convicción suprema del primer filósofo, quien plantea un Ser, a la manera de unidad y trascendencia; en un concepto donde sólo parece posible la perfección. ¿Qué relación se encuentra entre la perfección del Ser con una descripción redonda? La geometría de lo redondo, por sí misma, resulta atractiva e intrigante, pues con un golpe de vista sobre un círculo descubrimos que nos encontramos ante la presencia de algo distinto a lo ordinario. Esa idea de perfección de la esfera, está prefigurada con el círculo, pero la presencia de un objeto esférico nos otorga otra dimensión de perfección: lo impenetrable. La oposición entre la esfera (lisa e impenetrable como la canica) y la grieta (señalando el defecto en una superficie) resulta interesante para la imaginación, de tal modo que una superficie sin fisura confirma esa noción de perfección esférica[12].

La espontaneidad de la noción del átomo como micro-canica y el avance del pensamiento científico
La noción de átomo emerge desde la antigua filosofía griega y quizá con la falta de medios científicos técnicos (ausencia de cualquier microscopio) para su comprensión, pero entonces una vigorosa imaginación pensante suple esa carencia. Resulta doblemente aleccionador que los antiguos filósofos inventaran la necesidad teórica del átomo antes que los científicos naturales lo aceptaran para comprender la materia, en sentido físico y químico. A Demócrito se le atribuye este concepto del átomo, aunque no fue el único pensador antiguo que insistió en la importancia de la partícula mínima de materia. Esta partícula elemental ofrecía una frontera más allá de la cual resultara imposible su división, y este no dividir también traería la garantía de una materialidad dura e imbatible. Por un argumento sutil de rechazo al vacío en la naturaleza, Aristóteles (la cima del pensamiento filosófico-físico griego) atacó esta idea, por lo tanto, la visión del átomo quedó en un plano secundario durante siglos, cuando en Occidente predominó su herencia aristotélica. Además, durante muchos siglos el trato con partículas tan pequeñas, para efectos de ciencia práctica resultaba quimérico, y fue hasta el advenimiento de la química de Dalton que se encontró una gran aplicación práctica para esa noción del átomo. Y luego este acierto sobre el átomo se redondeó con las investigaciones físicas y el establecimiento de los modelos atómicos, los cuales se presentaron en términos de pequeños sistemas planetarios, que implicaban la presencia de diminutas canicas, como el mínimo componente de la materia. Es decir, a nivel de la química y física científicas, una especie de canicas diminutas dominarían el panorama de la representación del siglo XIX[13]. Después hasta el siglo XX, se confirmó la división de las canicas mínimas de la material (protones, electrones y neutrones) para llegar a la conclusión de que esas entidades materiales son fraccionables. Con la física cuántica se teorizó que las unidades mínimas son unidades de energía-materia que no se deben representar con el modelo de una sencilla canica dura, sino con modelos de referencia más complejos. De hecho, el principio de incertidumbre de Heisenberg resultaba imposible de comprender mientras nos mantuviésemos en la noción de que las partículas atómicas sí eran canicas materiales con una carga. Es indispensable comprender que el modelo de las canicas a nivel de la material elemental es obsoleto; pero aquí no es el sitio para definir la material elemental, sino para considerar la fuerza que la representación mental de la esferita tuvo como explicación para la práctica y hasta para la ciencia.

La idea medioeval de la piedra de la locura
A nivel de las nociones intuitivas, un antecedente curioso para la mónada (núcleo duro del espíritu) está en una contraparte negativa: la “piedra de la locura”. La presencia de una especie de piedra como una enfermedad del cerebro que afectaba las facultades mentales proviene de una situación médica, que fue conocida y escasamente atacada desde la época medioeval. Aunque resultaba una situación poco estudiada, representó un evento del folklore popular y fue representada como un evento llamativo. Nos encontramos con referencias medioevales a “doctores” que intentaban extirpar la “piedra de la locura” en el cerebro, pero dado el pobre desarrollo de la ciencia médica de entonces, no existen testimonios de práctica terapéutica, (quizá se hacía poco o resultaba extraordinario) pero  tenemos un curioso ejemplo en un cuadro de Hieronymus Bosch, donde se burla y denuncia esa creencia como una estafa.
A nivel de noción popular, la piedra de la locura es una contraparte negativa de la piedra “mental”, la cual se imagina que compacta al dispositivo del entendimiento. Así, entre los dichos populares se conservan expresiones como “se le botó la canica” para referirse al enloquecido o insensato, también se indica que sí le “gira la piedra” a quien razona. Pero estos ejemplos, solamente indican una relación lateral pues estas folklóricas “piedras” no marcan una creencia consistente, sino sonrisas del lenguaje popular refiriéndose a lo que sucede bajo la piel.

La mónada del alma y la intuición de la canica
La explicación de toda naturaleza mediante el principio atómico fue correspondida por una visión del alma como átomo. Corresponde al talento de Leibniz el haber sacado la conclusión de que el espíritu individual debía estar encerrado en una mínima partícula, una entidad de tal naturaleza pequeña como el mismo átomo. Esto está bien correspondido con la radicalización de la idea del individuo, esa la entidad imposible se separar y que posee un espíritu. También los griegos antiguos ya habían desarrollado una idea de un fondo unitario que existe en el fondo de la persona mutable y por tanto debe considerarse como unidad fundamental mediante el alma de Platón, pero esta idea se podía radicalizar.
Sin desarrollarse, el principio está presente en Descartes, cuando considera que el alma ligada al cuerpo entero, debe residir especialmente en una parte pequeña y muy central, proponiendo su sitio en una glándula al interior del cerebro[14].
Leibniz profundiza el argumento de Descartes y alcanza la hipótesis de una unidad central, consecuencia filosófica de la separación entre materia y espíritu; dicho de otro modo, la mónada es al espíritu, lo que el átomo es a la materia. Las mónadas son concebidas además como eternas, espejo del universo, receptáculo de una armonía divina preestablecida que corresponden con la idea de espíritu. Una vez radicalizada esta canica espiritual en mónada, para tristeza de los amantes de belleza encerrada en cosas diminutas, ese argumento filosófico no ha sido bien aceptado por la filosofía académica ni por la metafísica especulativa. Después de Leibniz no surgieron partidarios de la mónada espiritual, al contrario Voltaire se burló de la armonía prestablecida que implicaba[15]. La mayoría ha respetado esa contribución original de Leibniz, pues representa un intento serio para superar los dos escollos filosóficos clásicos: dualidad entre materia y espíritu (revitalizada por Descartes) y una falla de individuación por el predominio de la sustancia (conforme especula Spinoza).

Conclusiones
La canica ha servido de modelo práctico para nociones básicas sobre la materia dura y mínima. La efectividad de este modelo proviene de las lecciones de la infancia y mediante una práctica lúdica. Su vínculo con el prototipo atómico (primero filosófico y especulativo, luego científico y experimental) ha sido un maridaje importante para el avance del saber; aunque al florecer la nueva microfísica perdió fuerza explicativa y se ha conservado como metáfora ilustrativa.
La metáfora de la canica también es afortunada en el amanecer de la filosofía griega para señalar la visión de lo grande como el Ser o para vincular micro y macrocosmos; por tanto, podemos conservar las correspondencias entre la mínima y la gran esfera, siempre y cuando mantengamos precaución sobre esa escala diametralmente opuesta.
En cuanto salimos de la especulación objetiva y las cuestiones naturales, el empleo de la canica como espejo del espíritu ha triunfado de modo efímero. La búsqueda del espíritu en un sitio definido, condujo hacia la mónada (especie de canica espiritual) con sus atributos de eternidad, unidad, centralidad, armonía y mínimo espacio (o nulo si se radicaliza). En ese aspecto, la canica se revela como la metáfora del espíritu en su pequeña grandeza, por ende, inspira a la gran literatura para invocar al infinito; así, entonces, a pesar de que por precaución parental se margina al juego de canicas, su servicio para la evocación se mantiene inalterable.




 NOTAS:




[1] BACHELARD, Gastón, La tierra y los ensueños de la voluntad, El aire y los sueños, etc.
[2] Este juguete proporciona más de una lección permanente, por ejemplo, la novela de Ayn Rand, La rebelión de Atlas, las utiliza como contraste del personaje superdotado D’Anconia, quien manifiesta su habilidad con la inercia de la canica y también un sentido sensual: “Observó el modo en que manipulaba las bolitas, con aire inconsciente como ante un triste vacío; pero sintió la seguridad de que aquel acto constituía un alivio para él, quizá por el contraste que representaba. Sus dedos se movían con lentitud, palpando la textura de las minúsculas esferas con goce sensual. En vez de parecerle una acción primaria, Dagny la consideró extrañamente atractiva, como si la sensualidad no fuera un acto físico, sino algo procedente de una fina discriminación del espíritu.” p. 109
[3] Aunque también el a-tomo puede comprenderse como un límite lógico y no por una dureza; de cualquier manera la resistencia está implícito en este tema de la dureza de lo pequeño.
[4] I Ching, Hexagrama 9, “El poder de lo pequeño”. La idea sobre la semilla posee enormes implicaciones y repercute en las supersticiones alrededor de las pastillas, como mínimas esencias curativas.
[5] GRIBBIN, John. En Busca del Gato de Schrödinger. Biblioteca Científica Salvat. 1986
[6] Aunque no es una exclusividad griega, esta relación microcosmos-macrocosmos está presente las diferentes culturas antiguas. Cf. ELIADE, Mircea, Tratado de historia de las religiones.
[7] FOUCAULT,  Michel, Las palabras y las cosas.
[8] Aunque los griegos dedicados a la geometría en tiempos de Platón solamente empleaban regla y compás, por tanto no aceptaban ninguna otra ayuda. Según narra la historia este problema quedó sin resolver. Cf. ASIMOV, Isaac, De los números y su historia, Cap. 7 “Herramientas del oficio”.
[9] Y también facilita a algunos infantes adquirir una temprana imagen del adulto, porque la canica permite una sensación de poderío en la mano pequeña. Compárese esta afirmación con esta escena de La rebelión de Atlas donde el adulto de éxito repite al niño dominando la canica: “Durante todo aquel tiempo no había dejado de jugar con las bolitas de mármol, moviéndolas de manera indiferente y distraída. Pero Dagny observó de improviso la precisión de sus manos en aquel ejercicio. Con una leve oscilación de su muñeca, la bola partía disparada sobre la alfombra, para ir a chocar contra otra de ellas, con golpe seco. Dagny se acordó de su niñez y de las predicciones acerca de que cuanto hiciera resultaría perfecto”, p. 106.
[10] El escritor Borges da un salto portentoso y hasta el infinito de esa metáfora cuando imagina un punto tornasolado mostrando al cosmos simultáneamente, en una visión pletórica y desbordante de su El Aleph.
[11] PARMÉNIDES, Fragmentos del Poema del Ser. “Pero por ser límite extremo, es perfecto de todas partes, semejante a la masa de bien redonda esfera, equilibrado del centro a todas partes.”
[12] Cabría desarrollar de manera completa el tema de lo redondo, como una de las fascinaciones a lo largo de siglos, donde la identidad entre lo redondo y cierta magnificencia se asocian, ya sea como sólido perfecto, como globo terráqueo o dominio del orbe. Debido a su escala, la noción de perfección de lo redondo no resalta en la imagen de la canica.
[13] Resultaría divertido, siguiendo el estilo de Foucault en Las palabras y las cosas, derivar una “episteme” específica para esta visión-átomo del materialismo, determinando correlaciones entre esta materia mínima y el racionalismo objetivista predominante.
[14] DESCARTES, René, Las pasiones del alma, p. 25. Define que debe ser en la glándula al interior del cerebro, por ser una posición única, muy central y pequeña. Claro, la glándula no es idéntica a la imagen de una canica pero posee cercanía de evocación por su naturaleza pequeña, unitaria y axial.
[15] VOLTAIRE, Cándido o el optimismo.

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