Por Carlos Valdés Martín
La historia verídica de una perrita de raza chihuahua resultó como una telenovela: el acontecimiento dictándole el guion a la ficción.
Esta raza chihuahua es una de las más pequeñas, con ejemplares diminutos y delgados, nerviosos y muy falderos.
Su dueña nos contó que Daisy, como llamaré al animalito, entró en celo y estaba de mal humor, por lo que buscó una oferta para cruzarla. Encontró por los avisos de periódico a otra señora que ofrecía un macho de nombre Nerón, curioso mote para un perro pequeño.
Depositó a la perrita en una larga visita, pues la casa que se ofrecía para cruzar a los perritos, estaba en las afueras de la ciudad. Y la dueña de Daisy es una dama mayor, que no acostumbra viajes largos, pues se le sube la presión arterial.
Durante un par de semanas los perritos convivieron y jugaron bajo el mismo techo. La perra no quedó preñada pero sí apegada al macho.
Al regresar la hembra tuvo manifestaciones que en las personas llamamos depresión: perdió la alegría y el apetito, casi pasaba el día entero dormida, y no hacía los usuales gestos para su ama.
Así, que la dueña decidió dejar unos días más de visita a su mascota.
Los dueños de Nerón estuvieron encantados del préstamo, pues también su perro les parecía melancólico sin la hembra. Vino el siguiente celo y los animalitos intentaron cruzarse.
Antes de que aconteciera ese desenlace entró un tercero dramático. En la misma casa se recibió a un perro de raza más grande, de cual se temía fuera bravo. En un descuido la hembra chihuahua quedó a merced del tercero, que llamaremos Sparky, y la empezó a perseguir. Como un paladín, Nerón entró a la defensa de la perra, pero el agresor era mucho más grande y sí era bravo. Bastó un instante para que terminara la vida de Nerón. En unos instantes llegaron los amos de los perros y atestiguaron la tragedia.
Daisy no resultó dañada en lo físico, pero traía secuelas. Había quedado embarazada, pero con mucho temor, expresado en temblores y pesadillas, se despertaba y se escondía en bajo los muebles. A los pocos meses, el parto fue un fracaso: murieron tres recién nacidos.
La dueña está destrozada, su Daisy regresó con miedo y tristeza manifiestos, sigue sin apetito, a penas come, no quiere jugar. Lo contó con los ojos vidriosos, la lágrima lista a escapar.
A nivel de canes el relato corresponde con un drama de novela triste. Falta un giro de alegría, una redención para terminar la novela rosa, que luego del drama nos rescate de la depresión.
Según algún intérprete de la semiótica de la novela rosa —el estilo de lo que en España llaman culebrón y en México “churro” o telenovela— fue una invención de la literatura, en particular la adaptada al folletín, posiblemente atribuyendo su inicio a Eugenio Sue con sus Misterios de París y Dickens con sus memorables sagas.
Al cambiar el medio, migrar del impreso al medio televisivo acontece una trasmutación honda cual la Bíblica del Verbo en Carne, acontece una especie de degradación de las intensidades, como la primeras fotocopias. Esas copias de mala calidad efectuadas en un grueso papel fotosensible, que impregnaban de una enfermedad gris cada copia, por lo que el parentesco degradado entre el original y su pariente pobre, resultaba indudable. En sentido estricto, la telenovela ni es hija sino nieta de la novela por entrega periódicas del siglo XIX; pues tuvo su intermedio en la radionovela. La radio, con pura voz para imaginar, posee una inocencia mayor y prepara el proceso de la simplificación.
El problema con el sistema videograbado es que cada imagen posee demasiada información, pues el personaje no requiere de explicarse, sino que basta un maquillaje recargado en la cara de los malos, con su ceja arqueada, arrugas inventadas, falsas ojeras de ceniza y una barba crecida para sustituir cualquier sutileza sicológica. Para la visión basta con que el personaje se vea malo para ahorrarse cualquier sutileza que defina los motivos para el mal; lo mismo sucede con el bien, donde los galanes y las bonitas se apoderaron de la bondad en el medio visual. Ergo sin motivos para el mal o el bien, los personajes se vuelven acartonados y los maquillistas tienen doble trabajo; entonces los argumentos no requieren ser convincentes sino gritones y quedarse a medias. ¿A medias? El argumento largo, exige que cada capítulo o fascículo tenga su suspenso, para que el espectador regrese la próxima semana, así se crea el gancho de un suspenso de baja calidad. Mientras se empobrecieron los personajes, ganaron en belleza los buenos y en fealdad los malos, lo cual no deja de ser curioso porque según una referencia, para los antiguos griegos valía también la ecuación de bello igual a bueno; pero lo que en unos era inocencia de la primera civilización, en el presente resultó una puerilidad y un método comprobado. Las telenovelas que trataron de escapar del sistema comprobado no salieron airosas y perdieron su utilidad comercial, además que el sistema capitalista exige: más ganancia con menos gasto, y el talento es un gasto difícil de medir.
Dicen los ingenieros en minas que el talento esquivo se parece a la veta de la plata, que serpentea bajo la tierra en direcciones inesperadas, hasta que un mal día desaparece su pista y nadie la vuelve a encontrar. Así, que el sistema de entretenimiento de masas que creció como un mar no podía confiarse al talento, y lo ha dejado como una excepción, quizá más arrinconado en el cinematógrafo, pero le resulta poco útil en televisión y radio.
De acuerdo a una revelación periodística, el perrito estrella de la película Benji no era un único perro actor, sino una colección de 12 animalitos idénticos entre sí. De ser cierta esta versión, resulta que el término “doble” aplicado al sustituto de las escenas peligrosas del actor estrella, cambia hasta lo absurdo para convertirse en el “múltiple”, de tal forma que el principio de “individualidad” de la “estrella” de la pantalla encuentra su contrario. El animal actor se convertiría en una fracción de una serie, engranaje dispuesto de la máquina cinematográfica, que resulto lógico desde el punto de vista de la “industria” del entretenimiento, por cuanto lo repetible y divisible es un principio económico de toda industria, pero choca contra el principio antagónico: la búsqueda de la individualidad de la estrella.
El personaje de la narrativa produce el más perfecto efecto de presentarnos a un individuo que destaca y vive su narrativa, por tanto se aleja de lo masivo, fantasmal e irrelevante. Si nos enteramos que la encarnación (el actor) es un engranaje sustituible resultará una decepción, no encuentro otra consecuencia. En el extremo se convierte en un engranaje formando un títere y aquí sí opera la teoría de la conspiración: no importa Benji sino su amo y el producto industrial del cinematógrafo.
A modo de alivio ante la amenaza del titiritero, no imagino una fila de admiradores solicitando la firma indistinta a una tribu de 13 “Capitanes América” idénticos, sin distinción alguna. Con el uso indiscriminado de la verdad desnuda, el mito de la estrella quedaría demolido, perdería su fulgor en favor de la “fábrica de sueños”. En este caso, basta guardar el secreto para presentar únicamente a un animal de la serie como el verdadero actor. Transitar por la vergüenza imaginaria de ocultar una docena de actores parciales por cada papel de una telenovela para presentar a una supuesta estrella canina, me causó un sacudimiento y alertó contra mi propia especulación. ¿Servir al titiritero de las mascotas estrellas de cine? Jamás lo haría.
En fin, sufrí de una fiebre súbita con la historia real que les narré y pasó por mi mente una telenovela de mascotas.
Al fin, que es un hecho contundente, el amor a las mascotas está sustituyendo las relaciones personas en las grandes ciudades; para muchos su animalito es más emotivo que sus parientes cercanos, gastan cada semana en mantenerlo bien alimentado y hasta le compran ropa de moda. Y no condeno esa amistad, es más yo participo de esa canofilia. La opción de una nueva Simplemente María con un reparto de poodles y cocker spaniels me atrajo un rato. Es más, no es innovación, Rintintín y Lasie fueron estrellas de la televisión en blanco y negro; las series de mascotas ya han existido; hasta un chistoso caballo parlante tuvo su programa, llamado Mr. Ed. Y lástima; hasta un delfín saltó a la fama bajo la imagen de Flipper, y un canguro se llamó Skippy. Imaginar que en todos esos casos quizá tampoco existió un único actor animal me mantuvo incómodo.
Aunque no sea original, una buena repetición puede adquirir la dignidad del aplauso, por ejemplo, aunque la ópera tuvo su auge hace más de un siglo, de modo esporádico surge alguna creación memorable. Una ópera nueva no es desdeñable, por más que colocamos en un pedestal a Verdi y Puccini.
El tema de la multiplicidad de actores, en el file de la balanza pesó más que el gusto por mi idea, y de cualquier modo, tampoco me agrada el género de las telenovelas. Por un momento soñé con el invento, pero no, el agua tibia ya está a la disposición y su valor relativo es bajo, por tanto, se requiere del genio de un Hemingway para crear una narración notable con un elusivo pez marlín.
A diferencia de mi hipótesis de la multiplicación de animales actores, la aparición de la fauna en la literatura me parece una opción viable y que sigue vigente. El uso de animales de ficción se mantiene actual y variado, no está limitado a los géneros infantiles, aunque Augusto Monterroso disfrace con fábulas sus críticas sociales otorgando un aire de inocencia al ácido de la contrariedad. Una considerable cantidad de personajes literarios entrañables pertenecen al reino animal, ya sea de modo directo, o como atributos exteriores al modo de Moby Dick o del marlín gigante en El viejo y el mar. Pero sin esa ballena amenazadora no existiría la saga del capitán Ahab. Sin animales extraños Alicia no transitaría por un país de maravillas con tanto interés. Sin un animal (especie de cucaracha enorme) para transformarse, Gregorio Samsa no serviría en el universo de Kafka y este escritor no tendía un animal en su escudo de armas. Sin los perros que hablan el burócrata enloquecido no protagonizaría el Diario de un loco. La oportunidad del animal en el reino literario es indudable, ya sea como compañeros, antagonistas o protagonistas, por tanto, en este espacio sí resulta viable repetir y mejorar lo acontecido en el pretérito. En fin, quizá encontremos inspiración para recrear algún drama con los animales, varios tipos de comedias tipo fábulas, los trillados vampiros y lobos para infundir miedo y hasta una ciencia ficción, sin recurrir al extremo de los “aliens”.
Post Data. Buscando la diferencia entre la cacería y el amaestramiento como disyuntiva radical de la condición humana me encontré con otra narración que vale la pena compartir.
Un amanecer en la selva (esa estrictamente fantasiosa) y dentro de su casa, el zorro estaba sentado leyendo su diario, cuando entró por su ventana un perico que se rehusaba a hablar. El zorro, perspicaz por naturaleza y sin haber acudido a la universidad de Salamanca, puso al ave en un predicamento al colocar un letrero escrito: “el que no hable será comido de inmediato, quien hable por miedo o permanezca callado tras leer este letrero, también.” El perico, que no andaba en silencio por miedo ni capricho, sino por una promesa entregada a su amo extraviado, un filósofo clásico alemán, se encaró mirando con furia al zorro y le dijo: —Si para ti la vida fuera tan valiosa, como para mí es el silencio, no te molestarías en colocar letreros para engatusar ingenuos; te dirigí la palabra no por temor o ignorancia sino por encontrarme contigo, como un rival equivalente en intelecto. Estaba harto de que los vecinos del bosque selvático creyeran que soy una máquina de repeticiones; después de convivir con mi último amo adopté la mala costumbre de pensar, así que te reto a un encuentro de disertaciones lógicas.
El zorro había pensado en comerse al perico, pero le ganó la vanidad y hasta apostó: —Si me ganas en la disertación, serás libre y en lugar de comerte expediré un diploma, para que te admitan en una cátedra digna de nuestra universidad.
—Perfecto, pero yo pondré el tema referente a la verdad relativa o ¿por qué los animales son capaces de amaestrar humanos?
Después de ganarle al zorro, esta ave adquirió fama y difundió un dicho: “el que es perico, donde quiera es verdad”, superando la obviedad que colorea al perico como un ser “verde”. Por desgracia, el lema se difundió en un pueblo que no sabía el significado de la verdad, así que desvirtuaron la intención del ave y rebajaron el dicho a la obviedad de que “el perico dondequiera es verde”.
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