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lunes, 8 de diciembre de 2014

UN PINTOR CON PRINCIPIOS





Una breve ficción dedicada a Diego Rivera, que no sigue la trama histórica.

Por Carlos Valdés Martín

Ese atardecer olía a gardenias, cuando la amante del muralista confesó recostada en el diván psicoanalítico:


Está angustiado, imagina un precipicio desde que recibió el encargo del hombre más rico del país más rico para hacerle una obra que inmortalizará su memoria. Ese mural no lo va a rechazar ni abandonar, pero ahí debe aparecer la cara del mecenas. Mi amor dice que el retrato del multimillonario termina siendo amarga caricatura; lo rehace una y otra vez, pero siempre finaliza en caricatura. Ese resultado no es falta de talento, sino un efecto inevitable, pues el multimillonario personifica al horror del sistema. En cuanto vea el retrato su mecenas enfurecerá y pronto la cofradía de mecenas del mundo inventará un fracaso estético. Un portento de pintor, un verdadero genio ¿impedido para trazar un retrato dentro de un mural? Si fracasa será terrible, así repudiarán a mi querido.


En esta mi profesión de psicoanalista debo contenerme y dejar que los pacientes sigan el camino de sus asociaciones de ideas del modo más libre. Entonces por una indiscreción inexcusable, respondí:
—Bastaría con colocar a Marx a un costado de esa efigie; el mecenas se pondrá tan furioso que destruirá la obra y todos pensarán que surgió una disputa ideológica.
Guardó silencio sorprendida por mi intervención: ella ya conocía las reglas. Sin embargo, agradeció y ahora me arrepiento.


No porque las cosas hayan resultado mal, pues el artista recibió un consejo oportuno y nunca supo desde donde provenía. Luego quedó expulsado de ese país y otros mecenas (a quienes no les molesta retratarse con personajes históricos) se disputan sus servicios, pues se rumora que es el mejor artista dispuesto a sufrir por sus principios incorruptibles.
El asunto se salió de control poco después, cuando la amante fue engañada por su artista, ensoberbecido por una avalancha de éxitos internacionales. La amante regresó al diván psicoanalítico destrozada y con ideas suicidas.  De ordinario una idea de venganza compite contra la de suicidio.
Ante el giro inesperado de acontecimientos me atemoricé imaginando que la intervención equivocada anterior acarrearía consecuencias fatales. Bajó esa ansiedad de ser culpable y volví a cometer una imprudencia. Ya se sabe que un hoyo tapa a otro hoyo, entonces le sugerí presentarlo con una estudiante de arte.  Ella también creyó que juntar a su pintor con Frida —la apasionada, complicada e inconforme contra su destino— sería una versión ultramoderna de la venganza. 
Aunque la paciente superó su crisis suicida, reconozco mi tropezón como terapeuta: no callo cuando debo hacerlo. En cambio, para el genio cualquier tropiezo termina por engrandecerlo.

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